"Se me apareció también a mí"
En el Nuevo Testamento hay tres pasajes en los que el mismo escritor sagrado dice haber visto a Jesucristo Resucitado. Los dos primeros son de San Pablo, el tercero, de Juan, el autor del Apocalipsis.
Intentamos dar aquí alguna noticia de los testimonios más antiguos, sin entrar demasiado en el debate crítico acerca de su autenticidad, antigüedad, etc. Un debate, por otra parte, que si bien es indudablemente interesante, también está lastrado por tomas previas de partido por lo general de tipo racionalista, y presenta además una oscilación característica en la que las nuevas hipótesis críticas son reemplazadas regularmente por otras más nuevas.
Obviamente que esto no es el trabajo de un especialista, sino de alguien interesado en hacerse una idea coherente sobre el tema en base a lo que ha podido conocer acerca del mismo.
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Dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios:
1 Co. 9, 1 – 2:
“¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?”
1 Co. 15, 1 - 11
“Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano! Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto. Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.”
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Aquí San Pablo dice varias cosas importantes:
1) Que el Evangelio que él trasmite es el que ha recibido. ¿De quién? De los predicadores cristianos anteriores a él. No (al menos, no solamente) de Jesucristo que se le ha aparecido, como dice ahí mismo, porque todo lo que narra ahí de las apariciones previas a la que lo tuvo a él por destinatario es de suponer que no se lo dijo Jesucristo en esa ocasión. Es notable que San Pablo, a quien se le ha aparecido Cristo Resucitado, como dice ahí mismo luego, el cual le dado la misión que tiene, sin embargo se remita a la tradición que viene de los Apóstoles en el momento de fundamentar, ante los corintios, la fe en Jesucristo. Éste es un testimonio elocuente del carácter jerárquico de la primera comunidad cristiana y de la fe cristiana en sus mismos orígenes, basada en la tradición que viene de los Apóstoles elegidos por Jesucristo precisamente para eso, para ser sus testigos.
2) Que Jesús Resucitado se ha aparecido a muchos antes que a él, y que eso forma parte de la tradición cristiana que le ha sido entregada.
3) Finalmente, que Jesús Resucitado se le apareció a él mismo.
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El texto del Apocalipsis.
“Apocalipsis” quiere decir “revelación”. Así comienza el libro:
“Revelación de Jesucristo; se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto; y envió a su ángel para dársela a conocer a su siervo Juan, el cual ha atestiguado la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo: todo lo que vio.” (Ap. 1, 1 – 2)
El libro, por tanto, contienen una revelación (“apocalipsis”) de Jesucristo. Dios se la concedió ¿a quién? El contexto sugiere a Jesucristo, que ha recibido del Padre la Revelación para trasmitirla a los hombres. Dios, también, “envió a su ángel” para dar a conocer esa revelación a su siervo Juan. Este “ángel” puede ser el mismo Jesucristo, pues “ángel” quiere decir “mensajero”. También es verdad que los ángeles revelan diversas cosas a Juan a lo largo de la obra, y que al comienzo y al final del libro se dice que Jesucristo envió a su ángel para hacer esta Revelación. Vease abajo la respuesta a uno de los comentarios.
Por su parte, Juan ha atestiguado la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, todo lo que vio. Juan, entonces, ha visto a Jesucristo y ha recibido de Él su testimonio para poder ser a su vez testigo. ¿Cuándo y dónde lo ha visto? Si se trata de San Juan Evangelista, puede referirse obviamente a toda la vida pública de Jesucristo. Pero también puede referirse a esta misma visión de Jesucristo Resucitado que abre el Apocalipsis, como veremos enseguida.
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Ap. 1, 9 – 19:
“Yo, Juan, vuestro hermano y compañero de la tribulación, del reino y de la paciencia, en Jesús. Yo me encontraba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús. Caí en éxtasis el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, que decía: “Lo que veas escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea”. Me volví a ver qué voz era la que me hablaba y al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego; sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Él puso su mano derecha sobre mí diciendo: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades. Escribe, pues, lo que has visto: lo que ya es y lo que va a suceder más tarde.”
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Éste es el testimonio de Juan, el autor del Apocalipsis, tradicionalmente identificado con San Juan, el Apóstol, autor también del cuarto Evangelio. Habla de un éxtasis y de una visión, pero también habla de volverse a ver quién le estaba hablando, y de que esta persona puso su mano derecha sobre él. Hay elementos simbólicos, como los candeleros, las siete estrellas y la espada que sale de la boca, que simboliza la Palabra de Dios, que ya San Pablo llama “la espada del espíritu” mientras que el autor de la Carta a los Hebreos dice que “la Palabra de Dios es viva, eficaz y tajante como espada de dos filos”.
La visión tiene la forma de un testimonio que el propio Jesucristo da de su Resurrección, y mediante ella, de su Divinidad, como fundamento de la veracidad de la revelación que va a hacer y en la que consiste todo el Apocalipsis: “lo que es”, o sea, las cartas dirigidas a las siete Iglesias de Asia Menor, y “lo que va a suceder más tarde”, es decir, el resto de la obra, relativa al fin de los tiempos.
De ahí la insistencia en presentar los mensajes a las siete Iglesias como procedentes del mismo Jesucristo, haciendo siempre referencia a la visión del principio (se entiende usualmente que los “ángeles” de las Iglesias a los que se hace referencia aquí son los Obispos que las dirigen):
Ap. 2,1
Al ángel de la iglesia de Éfeso, escribe: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete candeleros de oro.
Ap. 2,8
Al ángel de la iglesia de Esmirna escribe: Esto dice el Primero y el Último, el que estuvo muerto y revivió.
Ap. 2, 12
Al ángel de la iglesia de Pérgamo escribe: Esto dice el que tiene la espada aguda de dos filos.
Ap. 2,18
Escribe al ángel de la iglesia de Tiatira: Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso.
Ap. 3,7
Al ángel de la iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir.
Ap. 3,1
Al ángel de la iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas.
Ap. 3,14
Al ángel de la iglesia de Laodicea escribe: Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios.
Y cuando introduce la segunda parte de la obra, la visión del futuro, dice:
Ap. 4, 1
“Después tuve una visión. He aquí que una puerta estaba abierta en el cielo, y aquella voz que había oído antes, como voz de trompeta que hablara conmigo, me decía: “Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después”.”
En la mente del autor del Apocalipsis, por tanto, todo el valor de su obra depende de la realidad de la aparición de Cristo Resucitado en la cual le fue dada la revelación que debe poner por escrito.
Sobre este tema se puede y se debe profundizar obviamente mucho más, aquí simplemente lo dejamos anotado.
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Sin ser tan explícito y específico como los anteriores, está también el texto de la Carta a los Gálatas (Gal. 1, 11 – 24), donde San Pablo se presenta como destinatario de una revelación del mismo Jesucristo Resucitado:
“Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la iglesia de Dios para destruirla, y cómo superaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. Más tarde me fui a las regiones de Siria y Cilicia. Personalmente no me conocían las iglesias de Cristo en Judea. Solamente habían oído decir: “El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir”. Y glorificaban a Dios por mi causa.”
Gal. 2, 1 - 10
“Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. Subí movido por una revelación y les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles para ver si corría o había corrido en vano. Pues bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. Y esto a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud, a quienes ni por un instante cedimos, sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio. Y de parte de los que eran tenidos por notables —¡no importa lo que fuesen: Dios no mira la condición de los hombres— en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron. Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, —pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles— y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir.”
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Este pasaje de la Carta a los Gálatas es un testimonio notable del carácter jerárquico de la primera comunidad cristiana nucleada en torno a los Apóstoles elegidos por Jesucristo. San Pablo ha sido destinatario de una revelación y aparición directa de Jesucristo Resucitado que le ha encomendado su misión. Y sin embargo, va a Jerusalén a ver a Pedro (Cefas), Santiago y Juan, para contarles el Evangelio que predica a ver si ha predicado en vano. Estos tres: Santiago, Pedro y Juan son los “notables” y tienen en esa comunidad madre de Jerusalén el rol de “columnas”, lo que hace pensar en el texto del mismo San Pablo en Efesios 2, 19 – 22:
“Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios en el Espíritu.”
Aparece también en este texto el tema de fondo de la Carta a los Gálatas, que es la contienda de San Pablo con los cristianos judaizantes que sostienen que el cristiano tiene que cumplir con todos los ritos de la religión judía si quiere salvarse, por ejemplo, la circuncisión, y la conciencia de San Pablo de haber sido elegido por Jesucristo para ser Apóstol de los Gentiles, es decir, de los no judíos, a los cuales anuncia que basta con la fe en Jesucristo y el bautismo para salvarse, sin necesidad de pasar por los ritos del judaísmo.
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Pero el hecho en sí de la aparición de Cristo Resucitado a San Pablo es descrito por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles.
Lucas es un médico griego que se hace discípulo de San Pablo y luego emprende tarea de historiador de los orígenes cristianos desembocando todo ello en el Evangelio según Lucas y su continuación, los Hechos de los Apóstoles.
Los textos escritos por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles sobre la conversión de San Pablo son de dos clases: uno, que es el que sigue, donde el mismo Lucas narra los hechos, y otros dos, que ponemos a continuación de éste, donde Lucas narra la narración que el mismo Pablo hace de los mismos hechos, luego de haber sido detenido en el Templo de Jerusalén, primero ante los judíos, y luego ante el rey Agripa.
La primera narración de Lucas comienza con el martirio del primer mártir, el diácono Esteban, que luego de la Resurrección de Jesús y de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, es llevado ante las autoridades judías por predicar a Jesucristo. Allí les hace una larga predicación al final de la cual sucede lo que sigue:
Hech. 7, 54 – 60:
“Mientras oían estas cosas, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios; y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios.” Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y todos a una se abalanzaron sobre él; le arrastraron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos depusieron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: “Señor Jesús, recibe mi espíritu.” Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado.” Y diciendo esto, se durmió.”
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Saulo es el nombre judío de San Pablo, que como se ve, asistió de algún modo a la lapidación de Esteban.
Que “Saulo” es “Pablo” lo sabemos por Hech. 13, 9 – 10, donde San Lucas narra cómo el mago Elimas intentaba apartar de la fe al procónsul de Chipre, Sergio Paulo, a quien “Saulo” y Bernabé estaban evangelizando:
“Entonces Saulo, también llamado Pablo, lleno de Espíritu Santo, mirándole fijamente, le dijo: “Tú, repleto de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no dejarás ya de torcer los rectos caminos del Señor?”
A partir de ahí el Apóstol es llamado “Pablo” en los Hechos de los Apóstoles.
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Sigue la narración de los Hechos tocante al martirio de Esteban:
Hech. 8, 1 - 3
“Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel.”
Hech. 9, 1 – 18:
“Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que, si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar presos a Jerusalén.
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Él preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer.”
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en Damasco. Pasó tres días sin ver, y sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: “Ananías.” Él respondió: “Aquí estoy, Señor.” Y el Señor: “Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para recobrar la vista.”
Respondió Ananías: “Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que aquí tiene poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.”
El Señor le respondió: “Vete, pues éste me es un instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.”
Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: “Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo.”
Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado.”
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Hech. 21, 40; 22, 1 – 21:
“Pablo, de pie sobre las escaleras, pidió con la mano silencio al pueblo. Y haciéndose un gran silencio, les dirigió la palabra en lengua hebrea. “Hermanos y padres, escuchad la defensa que ahora hago ante vosotros.” Al oír que les hablaba en lengua hebrea guardaron más profundo silencio. Y dijo: “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros padres; estaba lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy.
Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres, como puede atestiguármelo el sumo sacerdote y todo el consejo de ancianos. De ellos recibí también cartas para los hermanos de Damasco y me puse en camino con intención de traer también encadenados a Jerusalén a todos los que allí había, para que fueran castigados.
Pero yendo de camino, estando ya cerca de Damasco, hacia el mediodía, me envolvió de repente una gran luz venida del cielo; caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?” Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y él a mí: “Yo soy Jesús Nazoreo, a quien tú persigues.” Los que estaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: “¿Qué he de hacer, Señor?” Y el Señor me respondió: “Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá todo lo que está establecido que hagas.”
Como yo no veía, a causa del resplandor de aquella luz, conducido de la mano por mis compañeros llegué a Damasco. Un tal Ananías, hombre piadoso según la Ley, bien acreditado por todos los judíos que habitaban allí, vino a verme, y presentándose ante mí me dijo: “Saúl, hermano, recobra la vista.” Y en aquel momento le pude ver.
Él me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha destinado para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, pues le has de ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre.”
Habiendo vuelto a Jerusalén y estando en oración en el Templo, caí en éxtasis; y le vi a él que me decía: “Date prisa y marcha inmediatamente de Jerusalén, pues no recibirán tu testimonio acerca de mí.” Yo respondí: “Señor, ellos saben que yo andaba por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en ti; y cuando se derramó la sangre de tu testigo Esteban, yo también me hallaba presente, y lo aprobaba y guardaba los vestidos de los que le mataban.” Y me dijo: “Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles”.”
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Confirmación de que “Saulo” es “Pablo”: el texto narra el discurso de “Pablo”, pero al llegar a las palabras de Jesús Resucitado, “Pablo” dice que fueron: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”
Y Ananías le dice a “Pablo”: “Saúl, hermano, recobra la vista”.
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Hech. 26, 1 – 23:
“Agripa dijo a Pablo: “Se te permite hablar en tu favor”. Entonces Pablo extendió su mano y empezó su defensa: “Me considero feliz, rey Agripa, al tener que defenderme hoy ante ti de todas las cosas de que me acusan los judíos, principalmente porque tú conoces todas las costumbres y cuestiones de los judíos. Por eso te pido que me escuches pacientemente.
Todos los judíos conocen mi vida desde mi juventud, desde cuando estuve en el seno de mi nación, en Jerusalén. Ellos me conocen de mucho tiempo atrás y si quieren pueden testificar que yo he vivido como fariseo conforme a la secta más estricta de nuestra religión. Y ahora estoy aquí procesado por la esperanza que tengo en la promesa hecha por Dios a nuestros padres, cuyo cumplimiento están esperando nuestras doce tribus en el culto que asiduamente, noche y día, rinden a Dios. Por esta esperanza, oh rey, soy acusado por los judíos. ¿Por qué tenéis vosotros por increíble que Dios resucite a los muertos?
Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazoreo. Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras.
En este empeño iba hacia Damasco con plenos poderes y la autorización de los sumos sacerdotes; y al medio día, yendo de camino vi, oh rey, una luz venida del cielo, más resplandeciente que el sol, que me envolvió a mí y a mis compañeros en su resplandor. Caímos todos nosotros a tierra y yo oí una voz que me decía en lengua hebrea: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón.” Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y me dijo el Señor: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; y para que reciban el perdón de los pecados y una parte en la herencia entre los santificados, mediante la fe en mí”.
Así pues, rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial, sino que primero a los habitantes de Damasco, después a los de Jerusalén y por todo el país de Judea y también a los gentiles he predicado que se convirtieran y que se volvieran a Dios haciendo obras dignas de conversión. Por esto los judíos, habiéndome prendido en el Templo, intentaban darme muerte. Con el auxilio de Dios hasta el presente me he mantenido firme dando testimonio a pequeños y grandes sin decir cosa que esté fuera de lo que los profetas y el mismo Moisés dijeron que había de suceder: que el Cristo había de padecer y que, después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles”.”
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A los Corintios San Pablo les dice que Jesús se le apareció, Ananías, en “Hechos”, habla de que Jesús se le ha aparecido a Saulo en el camino.
En las narraciones directas de la aparición a Saulo durante su camino a Damasco, cuando éste queda ciego, no hay referencias explícitas a una visión de Jesucristo por parte del Apóstol, sino a que vio una luz deslumbrante, y oyó una voz. Pero esa voz es la voz de Jesucristo, que habla al Apóstol. Hasta aquí, la aparición es al menos de tipo auditivo.
Sin embargo, San Pablo les dice a los Corintios que él ha visto a Cristo Resucitado, y dice en “Hechos” al rey Agripa que Jesús le ha dicho que será testigo de las cosas que ha visto de Él, de Jesús, y le dice al mismo rey Agripa que no fue desobediente a la visión celestial, y dice a los judíos en Jerusalén, también según “Hechos”, que ha visto a Jesús luego, en el Templo de Jerusalén, estando en oración, en una experiencia extática.
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Se puede preguntar cómo sabemos que el tercer Evangelio y los Hechos de los Apóstoles han sido escritos por Lucas, que era discípulo de San Pablo, de modo que estos relatos tienen como fuente en definitiva al mismo Apóstol.
Hay tres referencias a Lucas en las cartas de San Pablo:
“Os saluda Lucas, el médico querido, y Demas.” (Col. 4, 14)
“El único que está conmigo es Lucas. Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el ministerio.” (2 Tim. 4, 11)
“Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores.” (Filem. 1, 24)
Es cierto que una postura hipercriticista niega que la epístola a los Colosenses y las Cartas Pastorales, entre ellas, por tanto, la segunda carta a Timoteo, sean de San Pablo, negación que no deja de estar influida por motivos ideológicos, pero incluso en esa hipótesis todavía quedaría el texto de Filemón, que según el consenso de los estudiosos es indudablemente de San Pablo.
Por otra parte, parece que tanto Colosenses como Filemón fueron escritas al mismo tiempo y enviadas a los mismos destinatarios, de hecho, Onésimo aparece nombrado en ambas cartas, cfr. Fil. 8, 12:
“Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo; te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones, el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil, el cual vuelvo a enviarte; tú, pues, recíbele como a mí mismo.”
Y Col. 4, 7 - 9:
“Todo lo que a mí se refiere, os lo hará saber Tíquico, amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor, el cual he enviado a vosotros para esto mismo, para que conozca lo que a vosotros se refiere, y conforte vuestros corazones, con Onésimo, amado y fiel hermano, que es uno de vosotros. Todo lo que acá pasa, os lo harán saber.”
Según la Carta a Filemón, éste es un discípulo de San Pablo, y Onésimo es un esclavo de Filemón que ha huido de su dueño, se ha encontrado con San Pablo preso como él en las cárceles de Roma, y ha sido convertido por San Pablo al cristianismo, o sea, “engendrado” por San Pablo a la nueva vida de la fe. San Pablo busca entonces reconciliarlo con su amo del que ha huido, y lo envía a Filemón con esa carta, en la que lo exhorta a recibir a Onésimo como a su hermano en Cristo.
“Onésimo” en latín significa “útil”, de ahí el juego de palabras de San Pablo en el texto citado de la Carta a Filemón.
Si esto es así, tal vez la mención de Lucas como médico sea más bien un argumento a favor de la autenticidad de Colosenses.
Porque la tesis del oficio médico de Lucas suele apoyarse en el vocabulario médico que se encuentra en el tercer Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles. Algunos críticos han argumentado que el mismo vocabulario se encuentra en otros autores antiguos que son hombres cultos, pero no son médicos. El hecho es que todo apunta a un argumento de convergencia.
En todo caso Colosenses es un testimonio, en este punto, de que ya en ese momento se aceptaba que había un médico llamado Lucas entre los compañeros de San Pablo.
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Los testimonios más antiguos sobre Lucas como autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles son el Canon Muratoriano, el hereje Marción, y San Ireneo. A ellos se puede agregar también el llamado Prólogo antimarcionita.
Respecto de Marción, éste sostenía que el Dios del Nuevo Testamento, que era bueno, no era el mismo que el del Antiguo Testamento, que según él era malo. Por eso condenaba sin más la religión judía, rechazando el Antiguo Testamento, y reduciendo el Nuevo Testamento a San Pablo, interpretado por él en clave antijudía sin más, y al Evangelio según San Lucas, porque entendía que éste había sido discípulo de San Pablo. Fue condenado como hereje en Roma en el año 144.
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El Prólogo antimarcionita es en realidad un conjunto de tres prólogos a los Evangelios de Marcos, Lucas y Juan hallados en algunos manuscritos de la Biblia en latín. Los estudiosos piensan que la primera parte del prólogo de Lucas podría ser de la segunda mitad del siglo segundo, o sea, del 150 al 200 D.C.
Allí dice:
“En efecto, Lucas era un sirio antioqueno, médico de profesión, discípulo de los apóstoles: más tarde, sin embargo, siguió a Pablo hasta el martirio, sirviendo al Señor sin culpa. Nunca tuvo esposa, nunca tuvo hijos, y murió a la edad de ochenta y cuatro años, lleno del Espíritu Santo, en Beocia.”
El origen antioqueno atribuido a San Lucas se debe según algunos a una inferencia no muy probable hecha a partir de Hech. 13, 1:
“Había en Antioquía, en la iglesia allí establecida, profetas y maestros: Bernabé, Simeón apodado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo.”
Donde a “Lucio” lo habrían tomado por “Lucas”.
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Sobre el Canon Muratoriano dice la Wikipedia:
“El fragmento muratoriano, o fragmento de Muratori, también llamado canon muratoriano es la lista más antigua conocida de libros considerados canónicos del Nuevo Testamento. En la lista figuran los nombres de los libros que el autor consideraba admisibles, con algunos comentarios. Está escrito en latín. Fue descubierto por Ludovico Antonio Muratori (1672-1750) en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, y publicada por él mismo en 1740.
Aunque el manuscrito en que figura el Fragmento Muratoriano data del siglo VII, la lista se ha fechado en torno al año 170, ya que se refiere como reciente al papado de Pío I, muerto en 157 ("Pero el Pastor fue escrito por Hermas en la ciudad de Roma bastante recientemente, en nuestros propios días, cuando su hermano Pío ocupaba la silla del obispo en la iglesia de la ciudad de Roma").”
Sobre el Evangelio según San Lucas dice el citado fragmento:
“El tercer libro del evangelio: según Lucas. Después de la ascensión de Cristo, Lucas el médico, el cual Pablo había llevado consigo como experto jurídico, escribió en su propio nombre concordando con la opinión de [Pablo]. Sin embargo, él mismo nunca vio al Señor en la carne y, por lo tanto, según pudo seguir…, empezó a contarlo desde el nacimiento de Juan.”
Y de los Hechos de los Apóstoles dice:
“Los Hechos de todos los apóstoles han sido escritos en un libro. Dirigiéndose al excelentísimo Teófilo, Lucas incluye una por una las cosas que fueron hechas delante de sus propios ojos, lo que él muestra claramente al omitir la pasión de Pedro, y también la salida de Pablo al partir de la Ciudad para España.”
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San Ireneo en su libro “Adversus Haereses” escrito por el año 180, da por supuesto continuamente que ambos libros son obra de Lucas, y dice entre otras cosas:
“Igualmente Lucas, seguidor de Pablo, consignó en un libro el Evangelio que éste predicaba”” (Adv. Haer. 3, 1,2)
Y por ejemplo, hablando del hereje Marción dice:
“Además recortó al Evangelio según Lucas quitándole todas las cosas escritas sobre la generación del Señor” (Adv. Haer. 1, 3, 10)
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Por lo que se refiere a los Hechos de los Apóstoles, dice San Ireneo:
“Y si alguien investiga con cuidado en los Hechos de los Apóstoles la época a la que Pablo se refiere cuando escribe “subí a Jerusalén” por el problema antedicho, verá que los años corresponden con precisión a los que Pablo ha señalado. Así pues, la predicación de Pablo y el testimonio de Lucas concuerdan y son prácticamente los mismos.”
Y comentando un pasaje de los “Hechos”:
“Simón el samaritano, era el mago del que Lucas, seguidor y discípulo de los Apóstoles dice: “Desde tiempo atrás había en la ciudad un hombre llamado Simón, que ejercitaba la magia y seducía a los samaritanos diciendo que era algo grande, y todos, desde el niño hasta el adulto, decían: Este es la Potencia de Dios llamada la Grande. Así lo consideraban porque desde mucho tiempo atrás los traía locos con sus magias” (Adv. Haer. 3, 1, 1)
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A cierta altura de los Hechos de los Apóstoles aparecen los “pasajes nosotros”, en los cuales el autor, que ha venido hablando de Pablo y sus viajes apostólicos en tercera persona, empieza a hablar en segunda persona del plural, pues a partir de ese momento él ha sido acompañante de San Pablo.
El primero de estos pasajes es el de Hech. 16, 7 – 10:
“Estando ya cerca de Misia, intentaron dirigirse a Bitinia, pero no se lo consintió el Espíritu de Jesús. Atravesaron, pues, Misia y bajaron a Tróade. Por la noche Pablo tuvo una visión: Un macedonio estaba de pie suplicándole: “Pasa a Macedonia y ayúdanos.” En cuanto tuvo la visión, inmediatamente intentamos pasar a Macedonia, persuadidos de que Dios nos había llamado para evangelizarlos.”
San Ireneo, en la obra citada, ha sido el primero, que se sepa, que interpretó esos “pasajes – nosotros” como prueba de que San Lucas había acompañado a San Pablo en sus viajes:
“Lucas fue inseparable de Pablo y colaboró con él en el Evangelio, como él mismo puso por escrito no para gloriarse, sino impulsado por la verdad. Escribe que, “habiéndose separado de Pablo, Bernabé y Juan llamado Marcos, navegaron a Chipre” (Hech 15,39), “nosotros nos dirigimos a Tróade” (Hech 20,6). Y, cuando Pablo vio en sueños a un macedonio que le decía: “¡Ven a Macedonia a socorrernos!”, añade en seguida: “Tratamos de partir para Macedonia, comprendiendo que el Señor nos llamaba a evangelizarlos. Por ello, navegando a Tróade, nos dirigimos a Samotracia”.”
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Pero además, el contenido del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles está caracterizado por el rasgo específico del mensaje de San Pablo: que el Evangelio de Cristo está dirigido también a los gentiles, es decir, a los no judíos.
Ante todo, ambas obras van dirigidas a “Teófilo”, nombre griego. Por lo que toca al Evangelio, en el cántico de Zacarías se dice que el Mesías viene a “a iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte” (1, 79). En el nacimiento de Jesús los ángeles dan “gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (2, 14). Ya el anciano Simeón, en la presentación del niño Jesús en el Templo, lo saluda como “luz para iluminar a las naciones” (2,32). Juan Bautista le recuerda a los judíos que Dios puede hacer surgir de las piedras hijos de Abraham (3, 8), etc.
Habría que recorrer todo el tercer Evangelio y se encontraría cantidad de referencias similares.
Lo mismo en los Hechos de los Apóstoles. Antes de su Ascensión, el Señor les dice a los Apóstoles que ellos serán recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (1, 8). En el milagro de Pentecostés, donde el Espíritu Santo desciende sobre judíos venidos de todas las partes del Imperio Romano y hace que entiendan a los Apóstoles esos judíos que hablan las diversas lenguas que hay en ese Imperio, Pedro termina anunciando a esos judíos que la promesa del Espíritu Santo es “para ustedes, para sus hijos, para todos los que están lejos” (2, 39), es decir, los gentiles. En el segundo discurso de Pedro al pueblo les recuerda que Dios prometió a Abraham que en su descendencia serían bendecidas todas las familias de la tierra, y les dice que para ellos, los judíos, en primer lugar, Dios ha resucitado a Jesucristo (3, 25 – 26).
Y para abreviar: Felipe evangeliza a los samaritanos (8, 4 ss), que para los judíos eran herejes, luego bautiza a un eunuco etíope (8, 25 ss), Pedro bautiza al centurión romano Cornelio y su familia (cap. 10), y la conclusión de todo el episodio es: “Así pues, también a los gentiles les ha dado Dios la conversión que lleva a la vida” (11, 18), es fundada la Iglesia en Antioquía por algunos cristianos que se deciden a predicar el Evangelio también a los no judíos (11, 20), en el Concilio de Jerusalén se decide que los gentiles que se bautizan no tienen que circuncidarse ni cumplir con las ceremonias de la religión judía (cap. 15), y todos los viajes de San Pablo que ahí se narran, obviamente, muestran su misión entre los gentiles, hasta llegar a la misma capital del Imperio, Roma, donde termina la obra.
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Que Lucas es griego se suele apoyar en el hecho de que la lengua griega del tercer Evangelio y de los Hechos es superior al resto del griego del Nuevo Testamento. Donde se pierde, dicen, un poco el estilo de la lengua griega es argumento para decir que ahí el autor sigue fuentes en arameo que ha recopilado en su tarea de primer investigador de la historia cristiana.
Por otra parte, en el texto de Colosenses ya citado Lucas no figura entre aquellos que San Pablo denomina “los únicos de la circuncisión”, es decir, los únicos judíos que colaboran con él, de donde parece seguirse que Lucas es no judío:
“Os saludan Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo de Bernabé, acerca del cual recibisteis ya instrucciones. Si va a vosotros, dadle buena acogida. Os saluda también Jesús, llamado Justo; son los únicos de la circuncisión que colaboran conmigo por el Reino de Dios y que han sido para mí un consuelo. (…) Os saluda Lucas, el médico querido, y Demas.” (Col. 4, 10 – 11, 14)
Y es que tanto “Lucas” como “Demas”, además, parecen ser nombres griegos y no judíos.
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Esa actividad de historiador de los orígenes cristianos la expresa San Lucas al comienzo de sus dos obras, el Evangelio y los Hechos:
Luc. 1, 1 – 4:
“Puesto que muchos han intentado narrar ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros, tal como nos las han transmitido los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, he decidido yo también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes, escribírtelo por su orden, ilustre Teófilo, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.”
Hech. 1, 1 – 3:
“El primer libro lo dediqué, Teófilo, a todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue levantado a lo alto. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios.”
Se discute si “Teófilo” es un personaje concreto o es simplemente la forma en que San Lucas se dirige a todos aquellos “amigos de Dios” que hayan de leer su obra.
Estos dos encabezados muestran que evidentemente es el mismo el autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles.
Varias cosas importantes se contienen en estos pasajes:
1) Lucas no es el primero que trata de hacer una narración ordenada de los orígenes cristianos, ni siquiera, según una interpretación probable del pasaje, el primero en hacerlo por escrito, porque dice que él “también” va a escribir. En todo caso, una “narración ordenada” es más fácil por escrito y además, de ese modo es más fácil entender que Lucas haya podido decir que muchas esas narraciones ordenadas ya han tenido lugar. Eso quiere decir que él ya conoce algunos de los Evangelios, tal vez, o de los escritos que sirvieron para componerlos.
2) La base de todo es la tradición de los que fueron “testigos oculares y servidores de la Palabra”.
3) Lucas ha investigado todo diligentemente desde los orígenes, es decir, ha tomado contacto, en tanto ha podido, con los miembros más antiguos de la comunidad cristiana aún vivos que pudiesen trasmitirle su testimonio ocular o el de otros que hubiese llegado a ellos, igualmente es claro, por lo que ha dicho antes, que habrá leído muchas cosas ya escritas sobre ese tema.
4) El fundamento de la tradición apostólica y de su autoridad son las apariciones de Cristo Resucitado a los Apóstoles que Él mismo había elegido.
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Tenemos entonces que es el mismo el autor del tercer Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, que escribe en una lengua griega culta que destaca entre los otros textos griegos del Nuevo Testamento, con manejo de un cierto vocabulario médico; y que ese autor utiliza en Hechos de los Apóstoles un lenguaje “nosotros” que lo ubica como compañero de viajes de San Pablo, y que trasmite el mismo mensaje de San Pablo: que el Evangelio de Cristo es también para los no judíos, y por tanto, para todos los hombres. No pertenece, por así decir, al primitivo grupo cristiano, por el mismo hecho de que tiene que hacer una tarea de historiador para componer un relato de los orígenes. O sea, no es uno de los Apóstoles del Señor. Tenemos también que San Pablo en sus cartas reconoce la existencia de varios colaboradores suyos, entre ellos un tal Lucas, del cual llega a decir que es médico.
La identificación entre Lucas y el autor del tercer Evangelio y de los Hechos lo establece la tradición cristiana, en un momento anterior a San Ireneo, que en el año 180 ya da por supuesta esa identificación.
Y eso es un argumento fuerte a favor de esa identificación, porque entonces no se puede decir que ella ha sido inducida por algunos pasajes del Nuevo Testamento. En efecto, nada en el Nuevo Testamento, por lo que vemos, obliga a identificar al autor del tercer Evangelio y de los Hechos con Lucas, en vez de Demas o algún otro de los colaboradores de San Pablo. Ese nexo procede de una tradición anterior a todos nuestros documentos escritos sobre el tema y por lo mismo muy cercana a los hechos.
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Como decíamos, esto lleva a la conclusión de que la fuente de donde San Lucas ha sacado la noticia sobre la conversión de San Pablo y sobre las dos narraciones que hace San Pablo en los “Hechos” acerca de su conversión, es el mismo San Pablo, al cual Lucas acompañó en sus viajes a partir de cierto momento, hasta la primera prisión del Apóstol en Roma.
Pero además, todo parece indicar que San Lucas fue testigo presencial al menos del primer discurso de San Pablo que aparece en “Hechos”, el que dirige a los judíos en Jerusalén luego de haber sido apresado por ellos en el Templo, en el cual viene la primera narración de la conversión de San Pablo puesta en boca del mismo San Pablo en ese libro.
Porque San Lucas se coloca entre los que acompañaban a San Pablo al entrar en Jerusalén:
Hechos 21, 15
“Transcurridos estos días y hechos los preparativos de viaje, subimos a Jerusalén.”
El hecho ese que finalmente el tribuno Claudio Lisias (Hechos 23, 26) decide enviar a San Pablo a Cesarea, al norte, al procurador Félix, ante la noticia del complot de los judíos de Jerusalén para matar a Pablo.
Pues bien, en cuanto al segundo discurso en el que narra su conversión, el que San Pablo hace en Cesarea ante Festo, sucesor de Félix, y el rey Agripa dos años después, al final de toda esa sección, cuando San Pablo ha apelado al César y por tanto debe ser llevado a Roma, dice San Lucas:
Hechos 27, 1
“Cuando se decidió que nos embarcásemos rumbo a Italia, entregaron a Pablo y algunos otros prisioneros a un centurión de la cohorte Augusta, llamado Julio.”
Lo cual hace pensar que San Lucas acompañó a San Pablo a Cesarea y durante los dos años que éste estuvo preso allí, y pudo tal vez así ser testigo presencial de la segunda narración que hace San Pablo de su conversión en los “Hechos”, la que tiene por destinatarios a Agripa y a Festo.
Hechos 24, 22 - 23
“Félix, que estaba bien informado en lo referente al Camino, les dio largas diciendo: «Cuando baje el tribuno Lisias decidiré vuestro asunto.» Y ordenó al centurión que custodiase a Pablo, que le dejase tener alguna libertad y que no impidiese a ninguno de los suyos el asistirle.”
Es probable, sin duda, que San Lucas esté entre esos “suyos” que asisten a San Pablo durante su detención en Cesarea.
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Lo que sí hay que señalar respecto de las posturas críticas es que en lo fundamental, la empresa crítica moderna ha estado basada en dos premisas ideológicas que son el protestantismo y el racionalismo. Según el primero, nada que huela a “protocatolicismo”, siendo una deformación posterior, puede tener real valor histórico para conocer el cristianismo primitivo, porque parten de la base de que éste se ajustaba a la interpretación protestante de San Pablo.
De acuerdo con el segundo postulado, no se admite lo sobrenatural, por tanto, no es aceptable ninguna datación histórica de los textos del Nuevo Testamento que exija reconocer, por ejemplo, que Jesucristo profetizó la ruina de Jerusalén que tuvo lugar en el año 70, de modo que ningún texto en el que esa profecía figure, por ejemplo, el Evangelio según San Lucas, puede ser anterior a esa fecha, lo cual hace que con más razón los Hechos de los Apóstoles sean trasladados a una época posterior.
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Esto lleva a una situación interesante en lo relativo a los Hechos de los Apóstoles, que terminan con la primera cautividad de San Pablo en Roma al comienzo de la década de los 60 D.C.
Antiguamente se razonó que como el tercer Evangelio es probadamente anterior a los Hechos, ha debido ser escrito antes de esa fecha. Todavía en 1857 el anglicano William Harvey escribe comentando el “Adversus Haereses” de San Ireneo:
“El evangelio de Lucas fue escrito con toda probabilidad durante el encarcelamiento de San Pablo en Cesarea, en el 53 – 55 D.C, porque fue evidentemente compuesto antes de los Hechos de los Apóstoles, y este libro fue escrito durante el tiempo en que San Pablo permanecía preso en Roma.”
Cfr. al respecto el segundo fragmento del “Canon muratoriano” arriba citado.
Véase, por el contrario, lo que pone Rodríguez Carmona en la parte cuarta de “Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles”, Verbo Divino, Estella, 1994, p. 353:
“…no se puede excluir sin más que este Lucas, que escribe hacia el año 80, sea el compañero de Pablo, pues no sabemos qué edad tenía cuando escribió, pudo conocer a Pablo en su juventud, en los años 50, y escribir después 30 años más tarde.”
Bien, pero ¿qué pasa entonces con el final de Hechos, que termina con el primer encarcelamiento romano de San Pablo? Treinta años después de la muerte del Apóstol, y habiendo sido éste el principal protagonista de la segunda parte de “Hechos”, ¿no correspondía que su martirio, así como el de Pedro, quedase reflejado en esta obra del primer historiador del cristianismo?
Lo único que Rodríguez Carmona aporta al respecto es que
“la mayoría de los exégetas cree que este dato es redaccional-teológico, por lo que no se puede deducir nada de él.” (p. 353).
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Un autor protestante dice (traducción nuestra):
“…algunos han sugerido que Lucas, el compañero de viaje de Pablo, terminó Hechos mientras Pablo estaba en Roma esperando el juicio ante Nerón. Lucas termina Hechos como lo hace porque no tiene más información a su disposición para informar. Un problema con esta explicación del final de Hechos es que todas las indicaciones en Hechos son que Pablo será absuelto de los cargos en su contra (ver 23:29, 25:25, 26:32).”
Al parecer la objeción consiste en que Lucas sí tenía más información para dar, porque sabía que San Pablo fue liberado de su primera cautividad romana.
Pero los textos que cita el autor no parecen dar un apoyo muy claro ni muy fuerte a esa tesis. Son declaraciones de los jueces de San Pablo en Palestina, desde donde fue enviado a Roma porque había apelado al César:
Hech. 23, 29:
“Y hallé que le acusaban sobre cuestiones de su Ley, pero que no tenía ningún cargo digno de muerte o de prisión.”
Hech. 25, 25:
“Yo comprendí que no había hecho nada digno de muerte; pero como él ha apelado al Augusto, he decidido enviarle.”
Hech. 26, 32:
“Agripa dijo a Festo: “Podría quedar en libertad este hombre si no hubiera apelado al César.”
Nada obliga, parece, a entender estos textos como una sugerencia del autor de que San Pablo será liberado al final de su primer cautiverio romano.
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Adolf Harnack, protestante liberal, racionalista y crítico bíblico, comenzó asignando una fecha tardía a los “Hechos de los Apóstoles”, situando su composición no antes del año 78, pero luego cambió de opinión hasta llegar a concluir que
“…los versos conclusivos de los Hechos de los Apóstoles, tomados en conjunto con la ausencia de cualquier referencia en el libro al resultado del juicio de San Pablo y a su martirio, hacen probable en el más alto grado que la obra haya sido escrita en un tiempo en el que el juicio de San Pablo en Roma aún no había llegado a su conclusión.”
(HARNACK, Adolf, The date of the Acts and of the Synoptic Gospels, la traducción al inglés es de 1911, pp. 99).
Obviamente esto lleva a plantear la pregunta de cómo el Evangelio de Lucas puede ser posterior a la caída de Jerusalén en el año 70 si los Hechos de los Apóstoles, que claramente se presentan como una continuación de ese Evangelio, son anteriores a esa fecha.
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En materia de pasajes bíblicos donde el autor no dice que él haya visto a Cristo Resucitado, pero sí pone esa afirmación en boca de uno de los personajes de su narración, tenemos también este otro pasaje de los Hechos de los Apóstoles, cuando San Pedro habla en la casa del centurión Cornelio:
“Vosotros sabéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él; y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero; a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos.” (Hech. 10, 37 – 41)
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Y también:
Jn. 20, 18: “Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: “He visto al Señor” y que había dicho estas palabras."
Jn. 20, 24: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor.”
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Está también el comienzo de la Primera Carta de Juan:
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos manifestó—lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Jn. 1, 1 – 3).
Aquí no se habla explícitamente de haber visto a Cristo Resucitado, pero parece innegable que eso está incluido dentro de lo que afirma el texto, porque sólo por su Resurrección de entre los muertos es que se puede decir que Cristo es la Palabra de Vida, y es el Evangelio según San Juan, justamente, uno de los lugares en los que más se insiste en la realidad corpórea de la Resurrección de Jesús y en la forma en que ésta se hizo patente a los Apóstoles, cfr. el episodio del Apóstol Tomás.
El estilo de esta primera carta de Juan es el mismo que el del cuarto Evangelio, así que no es infundado pensar que es el mismo el autor de ambos escritos. Sobre la autoría joánica de esta carta, cfr. San Ireneo de Lyon (Adversus haereses 3, 2, 6):
“Juan, el discípulo del Señor, lo confirmó diciendo: «Estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios, y creyendo tengáis vida eterna en su nombre» (Jn 20,31). Lo hizo porque preveía estas opiniones blasfemas que, en cuanto pueden, dividen al Señor, diciendo que fue hecho de dos substancias. Por eso da testimonio en su epístola: «Hijitos, esta es la última hora. Oísteis que el Anticristo había de venir, pues bien, muchos anticristos han venido: por eso sabéis que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de nosotros; pues si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero para que se manifieste que no son de los nuestros. Sabéis que toda mentira es ajena a la verdad. ¿Y quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? ¡Este es el Anticristo!» (1 Jn 2,18-22).”
Y Eusebio de Cesarea (Historia eclesiástica 24, 17; 25, 1-3):
“XXIV (…) 17. Además del Evangelio, de los escritos de Juan también se conoce, sin duda alguna, tanto antiguamente como ahora, su primera Epístola. XXV 1. Habiendo llegado hasta este punto, ya es hora de dar una lista de los escritos del «Nuevo Testamento» mencionados. Primero se ha de situar la santa tétrada de los Evangelios, seguidos por Los Hechos de los Apóstoles. 2. A continuación hay que disponer las Epístolas de Pablo, después se ha de decretar como cierta la I Epístola de Juan, así como la de Pedro. Luego, si se desea, el Apocalipsis de Juan, sobre el que a su tiempo manifestaremos lo que se cree de él. Estos son los reconocidos.3. Los escritos discutidos, a pesar de ser conocidos por la mayoría, son las llamadas Epístolas de Santiago, la de Judas y la II de Pedro, y las que llaman II y III de Juan, tanto si son del evangelista como si son de alguien con el mismo nombre.”
Este pasaje, así como nos permite ver algo de las fluctuaciones que sufrió el establecimiento del canon del Nuevo Testamento por parte de la Iglesia, pone como cierta la autoría de 1 Jn por el Apóstol Juan.
9 comentarios
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Gracias a Ud. y a Dios Nuestro Señor.
Saludos cordiales.
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En su comentario a la primera carta a los Corintios de San Pablo, Santo Tomás dice que Pablo se llama a sí mismo “aborto” por tres razones: porque nació fuera del tiempo debido, con violencia, y sin llegar al desarrollo adecuado.
Lo primero, porque fue hecho Apóstol después de los Doce, lo segundo, por lo “tumbativa” que fue la gracia que lo convirtió, y lo tercero, porque se considera menor que los otros Apóstoles y sin haber alcanzado la virtud de ellos, porque persiguió a la Iglesia de Dios.
Claro que luego San Pablo añade que ha trabajado más que todos ellos, pero ahí mismo se rectifica y dice “pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.”
San Pablo dice allí:
1Co 15, 8 εσχατον ("esjaton", que puede significar tanto “en último lugar” como “en el más bajo lugar” δε παντων ωσπερει τω εκτρωματι ("ectromati", que significa “aborto”, pero por extensión se aplica también a un parto prematuro) ωφθη καμοι
Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto
1Co 15, 9 εγω γαρ ειμι ο ελαχιστος ("elajistos", “más pequeño”. La Biblia de Jerusalén traduce “el último”, tal vez en sentido de dignidad, no de tiempo, de hecho las demás versiones traducen “el más pequeño”) των αποστολων ος ουκ ειμι ικανος καλεισθαι αποστολος διοτι εδιωξα την εκκλησιαν του θεου
Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios.
Saludos cordiales.
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Es un tema complicado. La Biblia de Jerusalén, en las notas, dice que ese ángel puede ser Jesucristo, basado en el sentido de la palabra “ángel”, que es “mensajero”.
Por el comienzo del libro es claro que la Revelación la hace el mismo Jesucristo.
Si de ahí concluimos que el “ángel” es Jesucristo, es claro que en ese caso el “Señor Dios” que lo envía es el Padre, pues el versículo que dice:
“Revelación de Jesucristo; se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto; y envió a su ángel para dársela a conocer a su siervo Juan”
se puede entender tanto en el sentido de que Dios dio la Revelación a Jesucristo y Jesucristo la dio a su ángel para que se la entregase a Juan, como en el sentido de que Dios dio la Revelación a Jesucristo, y entonces Dios envío a su “ángel”, es decir, a Jesucristo, a dar a conocer la Revelación a Juan.
Sin embargo, al comienzo y al final del libro dice que Jesús ha enviado a su ángel para revelar estas cosas, y ahí es clara la distinción entre Jesucristo y el ángel revelador.
Que el ángel no es Jesucristo al final del Apocalipsis, en el cap. 22, queda claro por la prohibición que el mismo ángel hace a Juan de que lo adore, dice que es un servidor como Juan, lo cual obviamente que no lo puede decir Nuestro Señor Jesucristo, y que sólo a Dios se debe adorar.
Pero la misma continuación del texto es confusa, porque parece pasar sin solución de continuidad a transcribir palabras que no pueden ser sino del mismo Jesucristo:
Ap. 22, 8 – 13:
“Yo, Juan, fui el que vi y oí esto. Y cuando lo oí y vi, caí a los pies del ángel que me había mostrado todo esto para adorarle. Pero él me dijo: «No, cuidado; yo soy un siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que guardan las palabras de este libro. A Dios tienes que adorar.» Y me dijo: «No selles las palabras proféticas de este libro, porque el Tiempo está cerca. Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose; que el justo siga practicando la justicia y el santo siga santificándose. Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo para pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin.”
Es claro que esto último no lo puede decir ningún “ángel” en el sentido usual del término, salvo que esté usando el recurso de repetir textualmente las palabras del que lo ha enviado, pero en el texto no se dice nada de que eso sea lo que sucedió.
De un modo u otro, la respuesta sólo puede ser que la Revelación de este libro la hace Jesucristo, mediante alguno de sus ángeles.
Hay una teoría que dice que el ángel es el Espíritu Santo, pero eso tampoco casa con la parte en la que el ángel rechaza la adoración debida sólo a Dios y se presenta como un servidor, nada más, de Dios.
Queda con todo ver cuál puede ser el papel del “ángel” distinto de Jesucristo en la visión inicial del libro, donde parece evidente que es el mismo Jesucristo el que entrega la Revelación a Juan y como que le dicta las cartas a las siete Iglesias.
En Ap. 22, 6 dice que el Señor Dios ha enviado a su ángel para dar a conocer “lo que ha de suceder pronto”, y ahí se podría pensar que los ángeles son mediadores de la segunda parte de la Revelación, la que habla del futuro, y que Jesucristo entrega directamente la primera parte de la misma, la referente a las siete iglesias.
Pero en Ap. 22, 16 dice que Jesús ha enviado a su ángel para dar testimonio, precisamente, de “lo referente a las iglesias”.
Otra teoría sería que este “ángel” del v. 16 fuese el mismo Juan, a quien Jesús envía como mensajero para las siete iglesias, pero eso obligaría a distinguirlo de otro “ángel” que sería aquel que prohíbe a Juan que lo adore.
Sin duda que debe ser muy interesante consultar a los autores del pasado que se hayan referido a esta cuestión.
En cuanto al arcángel San Miguel, en ninguna parte, que yo sepa, dice el Apocalipsis que sea él el ángel enviado por Jesucristo para hacer esa revelación. Solamente se dice de él en Ap. 12, 7 – 9 que él y sus ángeles combatieron contra el dragón y sus ángeles, y me parece que es la única vez que se menciona a San Miguel en el Apocalipsis.
Saludos cordiales.
Recordemos que (permanentemente) llenos del Espíritu Santo, según la Biblia, sólo quedaron: 1) la Virgen María (La llena de gracia desde Su Purísima concepción); 2) san Juan Bautista ("desde el seno de su madre", Lc. 1, 15); y 3) San Pablo... ya crecidito (Hch. 9, 17). De ahí, quizás también, que por eso él mismo se autodenominase como "aborto". Aunque yo siempre he pensado que él, sabedor de la gracia inmerecida que había recibido, a pesar de su indignidad, rememoraba amenudo -como buen conocedor de las Escrituras, y siempre consciente de sus orígenes y nacimiento- el maravilloso pasaje de Ezequiel 16, que representa descarnadamente la increíble misericordia de Dios.
Nos dice con tanta belleza como sencillez San Juan de la Cruz que "Dios nos lo ha dicho todo con una sola Palabra". Y esa Palabra se llama Jesús. Quizás por eso, yo pongo en duda que san Pablo transmitiese lo a su vez recibido de otros cristianos o apóstoles, sino "sólo" lo que a Él le fue revelado por la fuente original: Jesús. Buena prueba de ello es lo que nos cuenta él mismo en Gálatas 2: que pasaron nada más y nada menos que 14 años (y por cierto "en virtud de una revelación divina"), antes de que acudiese a someter antes los notables (jerarquía) su "don" y la rectitud del Evangelio que predicaba. Y eso es así, hasta el punto de que quienes eran "considerados como columnas de la Iglesia" (apóstoles) se limitaron a confirmarle el don que había recibido de Nuestro Señor en favor de los paganos y pedirle que no se olvidara de los pobres.
Por lo demás, es interesante fijarse cómo en el Antiguo Testamento (antes, pues, de Jesucristo), se habla amenudo de "El Ángel del Señor" para referir la voz, el oráculo, la orden de Dios (es decir, el Verbo.... ¡la Palabra!). Y para muestra, no hay más que leer el episodio de la zarza ardiente (Éxodo 3), en que sabemos que el Ángel del Señor es el mismo Dios y se le aparece "en una llama de fuego".
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No es solamente que la Biblia diga que San Pablo vio a Jesús, es que lo dice el mismo San Pablo, en textos que cito en el "post".
No se omite la posterior aparición de Jesús a San Pablo en el Templo de Jerusalén, la trae el mismo San Pablo en su discurso ante los judíos, y dice ahí que vio a Jesús.
La Persona de Jesús no es su cuerpo mortal, eso es parte de la naturaleza humana que esa Persona divina ha asumido.
La Persona de Jesús es justamente el Verbo, la Palabra de Dios, el Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Por eso San Juan de la Cruz dice que en Cristo, que es el Verbo Encarnado, el Padre nos lo ha dicho ya todo.
Y por eso no tiene sentido decir que la Palabra de Jesús es más importante que su Persona, además de que lo que a nosotros nos salva no es ante todo lo que Jesús enseñó, sino lo que Jesús hizo: morir en la Cruz por nuestros pecados.
O bien digamos mejor que la enseñanza de la Palabra hecha carne incluye todo lo que esa Palabra encarnada hizo en su vida terrena, ante todo su muerte en Cruz y su Resurrección de entre los muertos, y que es una enseñanza que sobrepasa la trasmisión de conocimientos para incluir también la acción redentora del Señor.
Claro que en ese caso la palabra "enseñanza" se aplica solamente porque es una Palabra, encarnada, la que muere en la Cruz y resucita al tercer día.
Incluso en la hipótesis absurda de que la Persona de Cristo es su cuerpo, decir que el cuerpo de Jesús "pasará" es herejía pura y dura. Cristo ha resucitado en su cuerpo de carne y ha entrado así para siempre en la gloria del Padre.
Antes de ir a ver a las "columnas" San Pablo fue recibido en la comunidad cristiana poco después de su conversión, ayudado por Bernabé, así que es imposible que no haya recibido la tradición que procede de los Apóstoles.
Cuando San Pablo va a Jerusalén allá por el año 48 o 49, con ocasión del Concilio de Jerusalén y donde ve a las "columnas", ya ha tenido lugar su primer viaje apostólico, que lo emprendió desde la Iglesia de Antioquía en compañía de Bernabé, pero además, ya hace catorce años que integra la comunidad cristiana (los "catorce años" de Gal 2, 1 probablemente hay que contarlos desde su conversión), y hace unos doce años de su primera visita a Jerusalén donde trató a San Pedro y a Santiago.
Hech 9, 23 - 30:
"Al cabo de bastante tiempo los judíos tomaron la decisión de matarle. Pero Saulo tuvo conocimiento de su conjura. Hasta las puertas estaban vigiladas día y noche para poderle matar. Pero los discípulos le tomaron durante la noche y le descolgaron por la muralla dentro de una espuerta. Llegó a Jerusalén e intentaba juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo. Entonces Bernabé le tomó y le presentó a los apóstoles y les contó cómo había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús. Andaba con ellos por Jerusalén, predicando con valentía en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los helenistas; pero éstos intentaban matarle. Los hermanos, al saberlo, le llevaron a Cesarea y le enviaron a Tarso."
Gal 1, 15 - 21:
"Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno, ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del Señor. Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. Más tarde me fui a las regiones de Siria y Cilicia."
Gal 2, 1 - 2:
"Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. Subí movido por una revelación y les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles para ver si corría o había corrido en vano."
Hech 13, 1-3:
"Había en Antioquía, en la iglesia allí establecida, profetas y maestros: Bernabé, Simeón apodado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: "Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los tengo llamados." Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron."
Desde su conversión allá por el 34 hasta su primera misión allá por el 47, San Pablo pasó unos diez o más años como miembro de la comunidad cristiana, en Damasco, en Arabia, en Antioquía, y allí recibió continuamente la predicación de los otros cristianos, y se formó en todo lo relativo a la misión que debía emprender con sus tres viajes apostólicos.
Sin duda que no fue de la comunidad, sino directamente de Jesucristo, que recibió el primer anuncio o "kerygma", pero eso no quita que su convivencia diaria con los cristianos no completase su formación, es más, es humanamente imposible que no haya sido así.
Por otra parte, la primera carta a los Corintios, donde San Pablo trasmite lo que a su vez ha recibido, como dice en el texto citado en el "post", se estima que es del año 57, posterior, por tanto, a las dos visitas que San Pablo, con diferencia de unos diez años entre ellas, hizo a los Apóstoles en Jerusalén, de modo que lo que trasmite también en un sentido lo ha recibido de ellos, porque ha recibido de ellos la confirmación de su Evangelio, que les fue a pedir, y nada menos que "movido por una revelación", es decir, es el mismo Cristo el que lo envía a confrontar su predicación con la de "las columnas".
Saludos cordiales.
Esto es consistente con la datación más probable del Apocalipsis a partir de 17,9-11. Los 5 reyes que cayeron son Augusto, Tiberio, Caligula, Claudio y Neron. El que subsiste es Vespasiano (quien reinó 69-79). El que "aún no ha llegado y cuando llegue debe permanecer un poco de tiempo" es Tito (quien reinó 79-81). Y en la interpretación inmediata de los eventos siguientes, el octavo, que es la bestia y uno de los siete, es "Nero redivivus".
En resumen, Juan escribió el Apocalipsis en la década de los 70 y su Evangelio en la década de los 90. En el interin mejoró sustancialmente su dominio del griego.
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No sólo el idioma griego, es cierto que el estilo del Apocalipsis es muy distinto del estilo del Evangelio según San Juan y de las Cartas joánicas. El Evangelio, que tiene datos históricos muy concretos, es místico y más como metafísico, lo escatológico en todo caso no es lo central, en cambio el Apocalipsis se centra en el conflicto histórico y escatológico.
Se puede argumentar que eso se debe precisamente a que se trata del género apocalíptico, que ya estaba establecido y tiene exigencias propias. Por otra parte, hay elementos “joánicos”, como el nombre de Palabra de Dios dado a Jesucristo (Ap 19, 13).
La Biblia de Jerusalén argumenta que en Oriente durante un tiempo no se lo quiso reconocer como inspirado ni se lo incluyó en el canon, lo cual no habría sido posible si se lo considerase obra de San Juan Evangelista, el cual desarrolló su ministerio, además, en Oriente.
San Justino sí hace esa atribución, y luego de él, San Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y el canon de Muratori.
La BJ se inclina por alguien perteneciente al círculo del Apóstol Juan.
En cuando a la datación, la BJ la pone en el año 95, pero admite que algunas partes puedan haber sido redactadas poco antes del 70.
Saludos cordiales.
Conclusión: "Incluso en la hipótesis absurda de que la Persona de Cristo es su cuerpo, decir que el cuerpo de Jesús "pasará" es herejía pura y dura. Cristo ha resucitado en su cuerpo de carne y ha entrado así para siempre en la gloria del Padre." (Néstor)
Extrae conclusiones erróneas, y si lo son es porque parte de afirmaciones que jamás he dicho. Y luego pasa lo que pasa con frecuencia, que termina calificando el argumento que se le opone de herético. Me esforcé en tratar de explicar (poniendo las oportunas comillas; utilizando con toda intención la minúscula en la palabra "persona"; e incluso tratando de matizar, sirviéndome incluso de un paréntesis), que con ello no estaba refiriéndome a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, sino solamente al cuerpo humano de Jesús; a la aparición física de Jesús en carne y hueso (tal y como se apareció a Santo Tomás y a muchos otros santos a lo largo de la historia).
Pero permítame volver a intentarlo. Lo que trataba de probarle y creo haberle probado (por eso le puse las citas bíblicas, para que lo compruebe usted mismo) es que Pablo no vio a Jesús con sus ojos físicos durante los tres días que se produjo su conversión (desde que "una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor", Hech. 9, 3) y, literalmente "quedó lleno del Espíritu Santo" (Hech. 9, 17). ¿Se le apareció Jesús? sí, vaya si se le apareció: en una "luz que venía del cielo [y] lo envolvió de improviso con su resplandor". ¿Lo escuchó?, sí y no sólo él, sino todos lo que iban con él. Pero, ¿eso significa que Pablo vio a Jesús? No, no lo vío; ni él, ni los que iban con él: "oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, NO VEÍA NADA" (Hech. 9, 7 y 8).
Pero entonces, ¿significa eso que Pablo nunca vio a Jesús? No, en absoluto, de ahí que también haya afirmado que no sea descartable que lo hubiese visto en cualquier otro momento, desde su conversión hasta su muerte. De hecho, él mismo lo sugiere a través de una pregunta retórica: "¿No he visto a Jesús, nuestro Señor?" (Cor. 9, 1).
De todo ello, yo creo que es posible concluir, y no hay nada herético en ello, el valor y la importancia primordial "aquí" (y el vocablo "aquí" es un recurso gramatical que utilizaba para referirme al concreto episodio de la conversión de san Pablo) de la escucha de la Palabra, y no tanto de "ver" a Jesús en persona. Lo que por cierto en absoluto excluye que en otros episodios, como por ejemplo en el de la última Cena, la importancia del Cuerpo de Cristo sea lo primordial.
Lo que está claro es que, por el simple hecho de no ser coetáneos o contemporáneos a Jesús (ese tiempo es el que "pasó", no Jesús), nosotros ya no podemos "verle", ni "conocerlo" en la forma en que convencionalmente conocemos al común de los mortales. De hecho, contemplar Su Rostro es nuestro destino y el anhelo más íntimo de nuestro corazón. Aunque bien mirado, es lo único que nos falta, porque nos ha dejado la posibilidad de que podamos llegar a conocerlo incluso a través de los sentidos: del tacto, cuando nos dejamos tocar por Él y por Su gracia; del oido, cuando escuchamos Su Palabra; del gusto, cuando saboreamos el Pan Vivo del Cielo; de la vista, cuando Le vemos en el prójimo; e incluso del olfato, cuando Le reconocemos en quienes, como Pablo, son "la fragancia de Cristo al servicio de Dios" (2Cor. 2).
Dios es grandísimo y, si quiere, le revela a Su Hijo de una atacada a Pablo y se queda tan pancho. Que para eso es Dios. Lo más puede lo menos. Y si ese don de la Inhabitación lo han experimentado otros santos, e incluso el don de la Encarnación Mística (véase la beata Conchita Cabrera), no veo por qué no pudo Dios llenar con Su Palabra y Su Santo Espíritu a ese incomparable apóstol de las gentes que fue Pablo de Tarso: "ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí".
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Como dije, es herética la proposición que dice que el cuerpo de Jesús pasará, independientemente de que se lo identifique o no con la Persona de Cristo, y eso implica lógicamente la frase que dice que lo que no pasará no es su cuerpo mortal sino su Palabra. Lo de "tanto" sale sobrando porque el cuerpo no puede pasar o no pasar un poquito.
Por otra parte no hay ningún motivo para llamar "persona" al cuerpo de Cristo, y tener luego que poner paréntesis y comillas que se podrían haber ahorrado perfectamente evitando esa absurda equiparación terminológica.
San Pablo dice que vio a Jesús, y aclara cuándo lo vio: al menos en el Templo de Jerusalén. Y si lo vio, obviamente que lo vio en su carne resucitada, que es la misma que estuvo en la Cruz (y en la Última Cena, por supuesto).
Además, la voz del Señor que San Pablo oye en el camino a Damasco es la voz humana del Señor, pronunciada por los labios de carne de Cristo Resucitado.
No hay nada malo por otra parte en que el Apóstol haya tenido un privilegio que no tenemos nosotros.
No vemos a Cristo en el prójimo en el sentido en que los Apóstoles en general y San Pablo en particular vieron a Cristo Resucitado. De lo contrario el argumento del Apóstol a los Corintios no tendría sentido: "Acaso no he visto a Jesús, Nuestro Señor"? Respuesta de los corintios en esa hipótesis: "¡Nosotros también!".
Además, lo que esperamos en la infinita misericordia de Dios que nos beatifique a nosotros no es el rostro humano de Cristo, que al final es algo creado, sino la misma Esencia divina.
Dios pudo salvar al mundo sin hacer que el Hijo se haga hombre, y también pudo directamente no crear mundo alguno. Lo que importa es lo que de hecho hizo, y la Escritura dice que hizo que San Pablo viese a Cristo Resucitado.
Sobre la "encarnación mística" lo único que puedo decir con claridad es que no es encarnación, es decir, asunción de la naturaleza humana por parte de una Persona divina que es el sujeto personal de esa naturaleza humana.
Saludos cordiales.
¿Está seguro de ello, Néstor? Porque, más allá de que el propio San Juan Pablo II confirmase la sobrenaturalidad de dicho fenómeno, yo me pregunto: ¿Acaso no se produce y reproduce la "encarnación mística" en cada Eucaristía celebrada, cuando -durante el Santo sacrificio del altar- el mismo Jesucristo se encarna en la persona del sacerdote?
Para Dios no hay nada imposible.
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Las palabras no son nada independientemente del significado que se les asigna, y el significado de "Encarnación" cuando se aplica al Verbo de Dios, que es sin duda su aplicación central en la fe cristiana, es "asunción de una naturaleza humana por la cual una Persona divina es sujeto personal de esa naturaleza humana".
Precisamente, lo que es claro en el caso del sacerdote que celebra la Eucaristía es que allí no se da una Encarnación en el sentido arriba dicho, porque el sacerdote sigue siendo en todo momento una persona distinta del Verbo Encarnado, no debe ni puede ser en ningún momento adorado por los fieles ni corresponde ponerlo en un sagrario para la adoración de los mismos.
Y sin duda que lo mismo hay que decir de la mística en cuestión, ni cabe pensar que San Juan Pablo II aprobó algo con la intención de validar semejantes absurdidades, que es de suponer por tanto que no se contienen en el uso (de todos modos desafortunado, a mi juicio) que se hace del término "encarnación" cuando se habla de "encarnación mística".
Saludos cordiales.
En realidad, todo es cuestión de fe, aunque en este caso no sea un dogma. Pero no hay nada que temer: al tratarse de un fenómeno místico, dudo mucho que nadie se le ocurra pensar que está adorando al sacerdote. Eso sí que sería absurdo, sobre todo sabiendo, como sabemos que Jesucristo nos prometió hacerse presente -en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad- cada vez que se celebre el Santo sacrificio del Altar, en la Hostia consagrada. Y esto sí que es un dogma de fe.
https://www.youtube.com/watch?v=592FEUYv-Fo
https://www.youtube.com/watch?v=Rpj4hImry9U
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No tiene sentido darle vueltas al asunto: o cuando se habla de "encarnación mística" se entiende la "encarnación" en el sentido en que siempre la ha entendido la Iglesia Católica, es decir, asunción de una naturaleza humana por una Persona divina que es sujeto personal de esa naturaleza humana, o no.
En el primer caso, hablar de "encarnación" fuera del caso de Nuestro Señor Jesucristo es herejía pura y dura, sin vueltas posibles.
En el segundo caso, es un término que por lo menos lleva a confusión y totalmente innecesario.
Saludos cordiales.
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