Con ocasión de un aniversario de José Enrique Rodó
En 2021 se cumplieron 150 años del nacimiento de José Enrique Rodó, escritor uruguayo. De él queremos comentar aquí brevemente el texto “Mi retablo de Navidad”, escrito en 1911.
RODÓ, José Enrique, Mi retablo de Navidad.
“El niño Dios
De toda la pintoresca variedad del Nacimiento vistoso, -con el divino Infante, la Madre doncella, el Esposo plácido, las mansas bestias del pesebre-, no venía a mí más dulce embeleso ni sugestión más tenaz, que los que traía en sí esta idea inefable: “Dios en aquel día, era niño … ” Niño en el cielo, niño de verdad, como lo representaba la figura. Mientras yo contemplaba el inocente simulacro, un celeste niño gobernaba el mundo, oía las plegarias de los hombres, distribuía entre ellos mercedes y castigos … ¿Cuándo la idea del Dios humanado, del Dios hecho hombre por extremo de amor, pudo mover en corazón de hombre tan dulce derretimiento de gratitud, mezclado a la altivez de tamaña semejanza, como en el corazón de un niño la idea del Dios hecho niño? …
Hoy, que convierto en materia de análisis los poemas de mi candor (el hombre es el crítico; el niño es el poeta), se me ocurre pensar cuán apetecible sería que Dios fuese niño una vez al año. En la “política de Dios” hay, sin duda, inescrutables razones, arcanos planes, propósitos altísimos, a los que se debe que su intervención en las cosas del mundo se reserve y oculte con frecuencia, y que su justicia, mirada desde este valle obscuro, parezca morosa, e inactivo su amor. El día del Dios-niño, toda esa prudencia de Dios desaparecería. Al Dios sabio y político sucedería el Dios sencillo y candoroso, cuya omnipotencia obraría de inmediato, en cabal ejecución de su bondad. En ese día de gloria no habría inmerecido dolor que no tuviese su consuelo, ni puro ensueño que no se realizase, ni milagro reparador que se pidiera en vano, ni iniquidad que persistiera, ni guerra que durara. A ese día remitiríamos todos la Esperanza, y el mayor mal tendría un plazo tan breve que lo sobrellevaríamos sin pena. ¡Oh, cuán bella cosa sería que Dios fuese niño una vez al año, y que éste fuera el bien que anunciasen las campanas de Navidad! …
Pero no … Ahora toman otro sesgo mis filosofías del recuerdo del niño-Dios. Antes que lamentarse porque Dios no sea niño de veras durante un día del año, acaso es preferible pensar que Dios es niño siempre, que es niño todavía. Cabe pensar así y ser grave filósofo. El Dios en formación, el Dios in fieri en el virtual desenvolvimiento del mundo o en la conciencia ascendente de la humanidad, es pensamiento que ha estado en cabezas de sabios. ¿Y hemos de considerarla la peor, ni la más desconsoladora, de las soluciones del Enigma? … ¡Niño-Dios de mi retablo de Navidad! Tú puedes ser un símbolo en que todos nos reconciliemos. Tal vez el Dios de la verdad es como tú. Si a veces parece que está lejos o que no se cura de su obra, es porque es niño y débil. Ya tendrá la plenitud de la conciencia, y de la sabiduría, y del poder, y entonces se patentizará a los ojos del mundo por la presentánea sanción de la justicia y la triunfal eficiencia del amor. Entretanto, duerme en la cuna … Hermanos míos: no hagamos ruido de discordia; no hagamos ruido de vanidad, ni de feria, ni de orgía. Respetemos el sueño del Dios-niño que duerme y que mañana será grande. ¡Mezamos todos en recogimiento y silencio, para el porvenir de los hombres, la cuna de Dios!
II
El asno
Asno del pesebre donde el Señor vino al mundo: yo te quería y te admiraba. Tú eras, en aquel espectáculo, el personaje que me hacía pensar. Iniciación preciosa que te debo. Tú, abanicando con los atributos de tu sabiduría, diste aliento a la primera chispa de libre examen que voló de mi espíritu. Tú fuiste mi Mefistófeles ¡oh Asno! Por amor a ti, por caridad y compasión con que me inundabas el alma, me hiciste concebir los primeros asomos de duda sobre el orden y arreglo de las cosas del mundo, y aun sospecho que, por este camino, me llevaste, con ignorancia de los dos, a los alrededores y arrabales de la herejía.
Verás cómo. Yo, prendado de la gracia inocente y dulce que hay en ti, y que no suelen percibir los hombres, porque se han habituado a mirarte con la torcida intención de la ironía me interesaba por tu suerte. Viéndote allí, junto a la cuna de Dios, me figuraba que te era debido algún género de gloria. Entonces preguntaba cuál fue tu destino ultratelúrico y me decían que para los asnos no hay eternidad. Para los asnos no hay en el mundo sino trabajo, burla y castigo, y después del mundo, la nada … La Nueva Ley no modificó en esto las cosas. El sacrificio del Hijo de Dios no alcanzó a ti. El viejo esclavo de Pompeya que debió de trazar, bajo tu imagen dibujada en la pared, la inscripción de amarga ironía: Trabaja, buen asnillo, como yo trabajé, y aprovéchete a ti tal como a mí me aprovechó, dijo la desventura del asno pagano y del cristiano. De poco te valió estar presente en el nacimiento del Señor, ni, más tarde, llevarlo sobre tus lomos, en la entrada a Jerusalén, entre palmas y vítores. Ni mejoró tu suerte en la tierra, ni, lo que es peor, se te franqueó el camino del cielo. A mí, este privilegio de la promesa de otra vida para el alma del hombre, con exclusión de la candorosa alma animal, capaz de inmerecido dolor remunerable y capaz también de una bondad que yo no había aprendido todavía a discernir de la bondad humana, porque aun no había estudiado libros de filosofía, se me antojaba un tanto injusto y me dejaba un poco triste. ¡Cómo! El perro fiel y abnegado que muere junto a la tumba del amo, acaso torpe y brutal; el león hecho pedazos en la arena infame; el caballo que conduce al héroe y participa del ímpetu heroico; el pájaro que nos alegra la mañana; el buey que nos labra el surco; la oveja que nos cede el vellón, ¿no recogerán siquiera las migajas del puro festín de gloria a que nos invita el amor de Dios después de la muerte? … De esta manera me acechaba la pravedad herética tras el retablo de Navidad.
Quedábamos en que para ti no hubo Noche Buena, Asno amigo; pero siglos después estuviste a dos dedos de la redención. Un paso más y te ganas los fueros de la inmortalidad, con el suplemento de alguna tregua y alivio en tu condición terrena. Fue cuando, en humilde pueblo de la Umbría, apareció aquel hombre vago, y tal vez loco, que se llamó Francisco de Asís. ¡Venturoso momento! La piedad de este hombre se extendía como los rayos del sol, sobre todo lo creado. Sentía, presa de exaltadas ternuras, su fraternidad con las aves del cielo, con las bestias del campo y hasta con las fieras del bosque. Hablaba amorosamente del Hermano Lobo, del Hermano Cordero y de la Hermana Alondra. Era como el corazón de Cristo rebosando sobre su amor por nosotros y derramándose en la naturaleza. Era un Sakiamuni menos triste y austero, más iluminado de esperanza. Parecía venido a predicar un Testamento Novísimo, ante el cual el nuevo pasase a viejo. ¡Yo creo, y Dios me perdone, que a él también le acechaba la herejía! … Pero se detuvo, o no le comprendieron del todo, y la naturaleza siguió sin Noche Buena. Tú, Asno hermano, perdiste con ello tu redención, y acaso no perdimos menos los hombres.
¡Ah, si el dulce vago de Asís se hubiera atrevido! …
III
Sueño de Noche Buena
En Noche Buena era el soñar despierto, girando la mariposa interior en torno a la imagen de luz pura, que ya aparecía, infantil, en el regazo de la Madre; ya a márgenes del lago o sobre el monte, con sus rubias guedejas de león manso; ya, trágica y sublime, entre los brazos de la Cruz. Mi imaginación era invencionera; la fe le daba alas. Cuentos, leyendas, ficciones de color de rosa, nacían de aquel soñar. Una, recuerdo. No sabría reproducirla con su tono, con el metal de voz de la fantasía balbuciente. Será una idea de niño dicha con acento de hombre; será un verso de poeta que ha pasado por manos de traductor.
Era en la soledad de los campos, una noche de invierno. Nevaba. Sobre lo alto de una loma, toda blanca y desnuda, se aparecía una forma, blanca también, como de caminante cubierto de nieve. En derredor de esta forma flotaba una claridad que venía, no de la luz de una linterna, sino del nimbo de una frente. El caminante era Jesús.
Allá donde se eriza el suelo de ásperas rocas, un bulto negro se agita. Jesús marcha hacia él: él viene, como receloso, a su encuentro. A medida que el resplandor divino lo alumbra, se define la figura de un lobo, en cuyo cuerpo escuálido y en cuyos ojos de siniestro brillo está impresa el ansia del hambre. Avanzan; párase el lobo al borde de una roca, ya a pocos palmos del Señor, que también se detiene y le mira. La actitud dulce, indefensa, reanima el ímpetu del lobo. Tiende éste el descarnado hocico y aviva el fuego de sus ojos famélicos; ya arranca el cuerpo de sobre la roca … ya se abalanza a la presa … ya es suya … , cuando Él, con una sonrisa que filtra a través de su inefable suavidad la palabra:
-Soy yo, -le dice.
Y el lobo, que lo oye en el rapidísimo espacio de atravesar el aire para caer sobre él, en el mismo rapidísimo espacio muda maravillosamente de apariencia: se transfigura, se deshace, se precipita en lluvia de blancas y fragantes flores. A los pies de Jesús, entre la nieve, las flores forman como una nube mística, sobre la que el divino cuerpo flotara. Y todo mi afán de poeta consistía en que se entendiese que no fue voluntad del sagrado caminante, ni intervención de lo alto, lo que movió la transformación milagrosa, sino que fue virtud del propio sentir del lobo, espantado, loco, al reconocer a aquel a quien iba a destrozar con sus dientes: virtud en que arrepentimiento, dolor, vergüenza, ternura, adoración, se aunaron como en un fuego de rayo, y derritieron las entrañas feroces, y las refundieron en aquella forma dulcísima, todo ello mientras declinaba la curva del salto que tuvo por arranque la intención de hacer daño … Agregaba mi cuento que el Señor, mirando a las flores que a sus plantas había, hizo sonar los dedos como quien llama a un animal doméstico. Entonces, de bajo el manto de flores se levantó, cual si despertara, un perro grande, fuerte y de mirada noble y dulce, de la casta de aquellos que en las sendas del Monte San Bernardo van en socorro del viajero perdido.
Algunas veces asocio al recuerdo de mi ficción candorosa la idea de esas súbitas conversiones de la voluntad, que, por la devoradora virtud de una emoción instantánea, consumen y disipan para siempre la endurecida broza de la naturaleza o la costumbre: Pablo de Tharsos herido por el fuego del cielo, Raimundo Lulio develando el ulcerado pecho de su Blanca, o el Duque de Gandía frente a la inanimada belleza de la Emperatriz Isabel.”
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La primera idea que presenta aquí Rodó se puede resumir así: si Dios fuese niño, eliminaría todo el mal en el mundo.
La idea de fondo es la misma que la del famoso dilema de Epicuro: Si Dios puede eliminar el mal y no quiere hacerlo, no es Bueno, si quiere hacerlo y no puede, no es Omnipotente, y no es Dios.
El argumento de Rodó va por el lado de que Dios puede pero no quiere, porque no es niño, si lo fuese, querría hacerlo, y lo haría.
En realidad, la respuesta es que Dios puede pero no quiere, y no es por eso malo, pues ello no se debe a que Dios no sea niño, sino a que tiene razones buenas y justas para permitir el mal, en orden a un bien mayor. Que esas razones son buenas y justas es evidente, porque son razones de Dios, cuáles son, en la mayoría de los casos, lo sabremos solamente cuando estemos, por la gracia de Dios, contemplando a Dios cara a cara.
Por otro lado, de hecho Dios ha sido niño, como dice ahí mismo Rodó, y precisamente en Navidad. Y no por eso han desaparecido tampoco en ese momento los males de este mundo.
En el fondo, entonces, lo único que Rodó expresa aquí es su voluntad de que Dios asuma los criterios de Rodó en vez de los criterios divinos acerca de lo que conviene y lo que no conviene permitir.
Además, incluso independientemente de su Encarnación, Dios es el Sumo Candor, la Suma Inocencia, y la suma realizacion eminente de todas las perfecciones que caracterizan a la infancia, sin nada de lo que en ellas hay de limitado e imperfecto.
Somos nosotros, los post-adámicos, los que somos viejos y decrépitos.
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Y justamente, en su segunda aproximación al tema, Rodó toma la otra rama del dilema de Epicuro: Dios en todo caso querrá, tal vez, eliminar todo mal del mundo, pero no puede hacerlo, precisamente porque todavía es niño. Hay que esperar a que crezca.
Aquí la referencia a los “graves” y “sabios” filósofos que respaldarían esta idea de Rodó apunta probablemente a Hegel o a Bergson, filósofos del devenir y la evolución.
También podríamos decir, tratando de extremar la objetividad, filósofos del disparate. Porque la idea de un Dios que va creciendo de a poco es un disparate, uno de los más grandes disparates filosóficos.
Por un lado, tenemos el disparate general de un evolucionismo ascendente, donde la realidad, la única que hay, se va perfeccionando y mejorando progresivamente, o sea, sacando continuamente de la nada ese “plus” que a cada instante la hace mejor y más perfecta.
Porque es un “plus”, precisamente porque no está allí de donde sin embargo debe proceder, en la realidad inmediatamente anterior a la incorporación de ese “plus”.
En la realidad, por supuesto, no es así, la única forma en que los cinco pesos que tengo en el bolsillo lleguen a ser diez pesos es con aportación externa.
Pero no puede haber aportación externa a la realidad tomada en su conjunto, y ya que estamos, tampoco a Dios, porque tendría que venir de algo superior a Dios, lo cual participa de la misma naturaleza disparatada, y en todo caso, si eso superior a Dios también evolucionase, entraríamos en un interesante retroceso al infinito.
En suma, Dios no puede cambiar ni evolucionar, porque pertenece al concepto de la Perfección Absoluta el no poder ser perfeccionada, pero también, el no poder perder perfección alguna.
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Luego de esa desafortunada incursión metafísica, Rodó nos explica cómo comenzó lo que él llama su “herejía”, pero que parece probable que habría que llamarla mejor “apostasía”.
En efecto, el hereje es el bautizado que, aceptando el hecho de la Revelación divina en Jesucristo, sin embargo, niega o pone en duda pertinazmente alguna verdad que forma parte de esa Revelación divina y que la Iglesia propone como tal para ser creída. “Pertinazmente” quiere decir que la persona sabe que la Iglesia propone esa verdad como revelada por Dios para ser creída.
El apóstata, en cambio, es el bautizado que rechaza el hecho mismo de la Revelación divina en Jesucristo, y con él, la fe cristiana en su conjunto.
Ahora bien, es difícil pensar que Rodó aceptaba el hecho de la Revelación divina en Jesucristo. Y sin duda que estaba bautizado y que de niño había profesado la fe católica, como ahí mismo dice. Por tanto, parece probable que “apóstata” sea el calificativo que lo describe mejor.
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En fin, Rodó nos dice que comenzó a cuestionar su fe porque según la fe católica los animales están privados de la inmortalidad y por tanto no pueden aspirar a la vida eterna.
Y efectivamente así es. Pensemos solamente que el Cielo, en realidad, es la visión inmediata de Dios mismo, al cual no se puede ver con los ojos del cuerpo, sino solamente con la inteligencia, facultad inmaterial del alma espiritual, de la que los animales irracionales carecen.
En definitiva, por lo que nos dice ahí Rodó, su apostasía comenzó con un arranque de sentimentalismo, es decir, de una influencia del sentimiento sobre la voluntad que está totalmente al margen del dictamen de la razón.
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En lo que sigue, Rodó pone a San Francisco de Asís en la difícil opción entre ser loco y ser hereje, eso sí, de forma muy cariñosa.
San Francisco, que en la realidad de las cosas habría preferido morir mil veces, habría venido a instaurar un Nuevo Nuevo Testamento más nuevo que el de Jesucristo, en el cual por fin los animales habrían ido al Cielo.
Da la impresión de que lo que Rodó necesitaba era que alguien le dijese que los animales van al Cielo, sin que que la realidad tuviese mucho que ver en el asunto.
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Y finalmente, tenemos la fantasía sobre Jesús y el lobo, donde el punto interesante, parece, es la negación de la gracia divina: el lobo no se convierte por la acción de un agente externo, por ejemplo, Dios, sino por el grado de emoción que él mismo alcanza internamente.
El “quid” del asunto, por lo que inmediatamente añade Rodó, parece estar en que de ese modo se podría explicar “naturalmente”, sin recurso a una intervención divina sobrenatural, las conversiones fulminantes de un San Pablo, o de un Raimundo Lulio, o de un Duque de Gandía, es decir, San Francisco de Borja.
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Rodó, siendo un liberal, se enfrentó con los liberales de su tiempo al oponerse al retiro de los Crucifijos de los hospitales públicos, en su libro “Liberalismo y jacobinismo“. Para ello se centró en la figura de Jesucristo considerado como “el fundador de la caridad“, y en definitiva, simplemente un gran maestro de moral.
En sus escritos, al menos, por lo tanto, no pudo superar nunca la influencia nefasta del apóstata francés Ernesto Renán, que según se dice, fue una de las lecturas que lo determinaron a abandonar la fe católica.
11 comentarios
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Sin duda, ése es el método correcto: afirmar primero lo cierto, y luego ver cómo se compatibilizan entre sí las cosas ciertas, hasta donde se pueda. La célebre frase de Bossuet: "aferrar ambos extremos de la cadena aunque no se vean los eslabones intermedios".
Saludos cordiales.
Por ejemplo, cuando dice:
"El perro fiel y abnegado que muere junto a la tumba del amo, acaso torpe y brutal; el león hecho pedazos en la arena infame; el caballo que conduce al héroe y participa del ímpetu heroico; el pájaro que nos alegra la mañana; el buey que nos labra el surco; la oveja que nos cede el vellón, ¿no recogerán siquiera las migajas del puro festín de gloria a que nos invita el amor de Dios después de la muerte?"
¿Es que Rodó no sabía que esos actos tampoco son, por sí solos, meritorios para los humanos, aún por ser libres? ¿Que es la Gracia, la habitual y la actual, la que nos da el mérito? ¿Concederle bondad moral a los animales porque siguen sus instintos? Con ese criterio, las piedras también deberían ir al Cielo por hacernos tropezar, y el agua debería salvarse por mojar. Además, ¿desde cuándo se necesita estudiar filosofía para darse cuenta de la diferencia en el obrar de humanos y animales?
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Efectivamente, por un lado, esas precisiones teológicas creo que estaban muy lejos del conocimiento de Rodó, y por otro lado, no hacía falta ni siquiera el conocimiento que él tenía, que siendo de origen autodidacta era mucho y versaba sobre todo en lo literario, para distinguir entre seres humanos y animales.
Pero así se escribe la historia, las bibliotecas están llenas de precisas distinciones de filosofía y teología escolástica, y en el mundo pasan por grandes luminarias los que eventualmente podrían perder un examen básico de tales materias.
Por otra parte, y lamentablemente, el apóstata sabe suficiente de lo que abandona como para ser culpable por abandonarlo, si lo hace con plena advertencia y libertad. Otra cosa es que ni el apóstata ni el que permanece en la fe llegan nunca a agotar las riquezas inmensas de la Revelación divina.
Saludos cordiales.
La eternidad, por definición, implica la imposibilidad de cambio alguno.
Aquí hay una mezcla de evolucionismo, progresismo, nominalismo e infantilismo sorprendente en una persona sin duda muy cultivada, que da que pensar.
Yo entiendo el nominalismo como una reacción a los excesos de la filosofía de Averroes, Avicena y Maimónides (et alii), con sus causas segundas y sus ángeles moviendo los planetas y demás. Estos absurdos suelen llevar a reacciones exageradas e igualmente absurdas.
Si Dios "evoluciona" no sólo no puede ser eterno (cualidad sin la cual no puede ser Dios), sino que habría que aceptar que "hace mucho tiempo" era un ser poco menos que disminuido.
A mi me gusta lo que dice Spinoza de que la libertad es la conciencia de la necesidad.
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Se debe distinguir en Dios la Voluntad necesaria y la Voluntad libre. La primera es aquella con la que Dios se ama a Sí mismo, la segunda es aquella con la que ama a las creaturas, determina crearlas y determina a cuáles crear, etc.
Justamente, el error de Avicena era negar esa Voluntad libre en Dios y sostener que el mundo procede necesariamente de Dios.
Y en efecto, el nominalismo es consecuencia de la reacción voluntarista de algunos teólogos católicos (por ejemplo, el beato Duns Escoto) ante ese determinismo o fatalismo de Avicena.
Una "libertad" que se reduzca a ser la conciencia de la necesidad no es libertad en sentido alguno. La libertad de que hablamos aquí implica la capacidad de elección.
"Libre" y "Voluntario" tampoco es lo mismo. Todo lo libre es voluntario, pero no todo lo voluntario es libre. Hay una voluntad necesaria, no libre, por ejemplo, aquella con la que Dios se ama a Sí mismo, como dijimos, y también aquella con la que nosotros queremos la felicidad.
Saludos cordiales.
En cuanto al primer criterio supongo que los insectos no calificarían pero ¿donde estaría el umbral? ¿Sólo vertebrados, sólo mamiferos, o sólo especies que pasan el test del espejo? En el ultimo caso, lo lamento por "el perro fiel y abnegado".
En cuanto al segundo criterio, ahí me planto junto con el asno. El cielo no sería cielo para los individuos de una especie herbivora si en él hubiese individuos de una de las especies carnívoras que lo tienen de presa. ¡Delfines sí, orcas no!
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A veces se hace referencia a los textos bíblicos que hablan de una renovación de la Creación al final de los tiempos. Y ahí la respuesta que darían algunos es que en un orden sobrenatural como ése no regiría para los animales ni la necesidad de la muerte ni la necesidad de alimentarse de carne.
Pero de todos modos, eso sí exigiría, parece, que los animales tengan un alma inmortal, que no es el caso. Porque eso supondría una resurrección de los animales al final de los tiempos, si no es que se habla solamente de los animales que estén vivos en ese momento.
Y la resurrección es la reunión con el cuerpo del alma que se separó del cuerpo por la muerte, o sea, de un alma inmortal. No existen la muerte y la resurrección al modo en que la entienden algunos protestantes, como destrucción total y recreación "ex nihilo" por parte de Dios.
Saludos cordiales.
Porque Rodó dice que el sentir del lobo, su espanto, provino de "reconocer a aquel a quien iba a destrozar con sus dientes". El lobo o cualquier otro animal no tiene inteligencia propia para reconocer las cualidades morales de un ser humano al que encuentra por primera vez. A lo sumo podrá reconocer a un ser humano que lo trató bien en el pasado y ser benévolo con él por esa causa (Androcles y el leon). O en todo caso, si tuvo esa experiencia en el pasado, generalizar esa respuesta a todos los seres humanos.
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Cierto, ahí hay una personificación del lobo. El asunto es que al final Rodó sí quería hablar de personas humanas, porque quería dar una explicación naturalista de las conversiones fulminantes.
Saludos cordiales.
www.thepublicdiscourse.com/2015/04/14777/
edwardfeser.blogspot.com/2015/04/animal-souls-part-i.html
edwardfeser.blogspot.com/2015/05/animal-souls-part-ii.html
Comento que en los ultimos años David Bentley Hart cayó en heterodoxias mucho más graves, la apocatástasis y el panenteismo, dando pie a respectivas nuevas respuestas de Feser.
Encima también se alejó por influencia de Renán, existiendo también numerosas obras de la misma época dedicadas a refutar sus errores. Esto es de notar, porque por entonces surgieron muchas obras nefastas, de las que hoy se dice que influyeron en la apostasía de tal o cual persona. Pero uno lee alguna de las muchas obras que los refutan, y es difícil no preguntarse cómo es que alguien supuestamente culto pudo caer en semejantes engaños de tan escaso valor argumentativo. Una de esas obras, por ejemplo, era el "Sistema de la naturaleza". Todas las reseñas que hoy se pueden leer destacan los elogios que les dedican ciertos "intelectuales". Pero lo cierto es que Bergier, en su "Examen del materialismo", tarda unas cuantas páginas en desmontar prácticamente toda la obra, atacando los principios en que se basa, y no pareció que le costara gran esfuerzo. Lástima que esa obra de Bergier no se haya publicado en español, y en internet sólo se pueden hallar algunas páginas traducidas.
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Así es la cosa. En el mundo tiene un éxito mucho más rápido y espectacular todo lo que carece de sustancia. Debe ser, seguramente, una consecuencia del pecado original.
Saludos cordiales.
No lo creo en absoluto, tan desencaminado.
“¡Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que se sueñan en tu filosofía!” (Hamlet).
Estimo que en materia de conocimiento de las creaturas materiales estamos aún en gran ignorancia.
Ignoramos qué sean las cosas materiales en su última realidad ontológica, porque la filosofía no ha profundizado en el abismo de inteligibilidad, sacralidad y amor que las constituye como participación del Logos Creador.
El tomismo se detuvo en el cielo de las realidades metafísicas, pero abandonó la reflexión acerca de los entes materiales singulares, guiado por el axioma aristotélico; “sólo hay ciencia de lo universal”.
Es una cuestión inmensa que depara comprender el universo de la tierra y del cosmos en su verdadera dimensión. Qué relación existe entre la materia no-racional y la inteligencia y voluntad del hombre.
San Juan de la Cruz: “las cosas, aún las inferiores, dicen lo que cada una de ellas es en Dios, y lo que Dios es encada una de ellas” (El Cántico Espiritual).
“En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios.
Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza.
Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto” (Rom 8, 19-22).
“El es la Imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra los seres visibles y los invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por medio de él y para él. El existe antes que todas las cosas y todo subsiste en él” Col 1, 15-17).
Cristo ¿asumió en Él cosas perecederas que no deben perdurar?
Estamos ante una realidad que exige reflexión profunda. Santo Tomás sostenía que después del fin del mundo sólo subsistirían los cuerpos minerales, porque resistirán al fuego. Según esto, los minerales gozarán de eternidad, no así los vegetales y animales por carecer de alma inmortal.
Creo que ni siquiera tenemos certeza acerca del tiempo pasado. ¿El pasado no existe en absoluto, o acaso permanece bajo una forma de ser sobre la que la metafísica aristotélico-tomista aún no ha reflexionado?
Rodó no estaba tan desencaminado cuando deseaba y esperaba volver a ver al Asno del Pesebre.
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No ignoramos tanto la naturaleza de las cosas materiales que no sepamos que los animales irracionales no tienen un alma espiritual e inmortal y por tanto tampoco son capaces de resucitar ni de ver a Dios cara a cara.
Cristo no asumió nada perecedero, porque asumió la naturaleza humana, que no es perecedera, o al menos no lo es necesariamente, porque tiene un alma inmortal que la capacita para la resurrección.
No vale decir que el tomismo no ha reflexionado acerca de temas respecto de los cuales sí ha reflexionado, sólo que ha llegado a conclusiones que no nos gustan.
Si el pasado todavía existe, entonces no es pasado. Es una cuestión del significado de los términos.
El hecho de que sólo haya ciencia de lo universal no ha impedido al tomismo reflexionar sobre los individuos, porque lo que eso quiere decir es que al individuo sólo se lo puede conocer científicamente en lo que tiene en común con otros individuos.
Eso no es novedad alguna, pues hasta el día de hoy no existe una ciencia que estudie a Bill Gates o a Carlos Gardel, por ejemplo, ni puede, obviamente, existir.
Saludos cordiales.
Son soles que dan lugar a constelaciones de sabiduría y santidad en la Iglesia. Ellas configuran de más en más el cielo inconmensurable que recorre la Iglesia en su Misión evangelizadora.
El firmamento de la Iglesia permanece para siempre, no estático, sino desplegándose de gloria en gloria por la eternidad, en camino a su Fin Último. Abismo que el Logos Creador ha participado a todas las creaturas, según su orden propio, haciendo de ellas seres no inertes ni profanos, sino términos inteligibles y sacros del Discurso divino de la Creación.
Cada cosa dice lo que el Creador le participa, y tal es el abismo de su misterio, que si interrogáramos a una piedra por su nombre, nos respondería como el ángel a Jacob: «¿Cómo te atreves a preguntar mi nombre?» (Gén 32, 30), o en Jueces 13, 18: “¿Por qué me preguntas mi nombre? El es inefable».
Explorar el universo de los entes materiales singulares es adentrarnos en el Discurso sobre-inteligible del Creador. El tomismo está llamado a continuar el camino trazado por Aristóteles y Santo Tomás, se abre a la unidad del Reino inconmensurable y eterno de Cristo.
Tarea sobre-humana necesaria a la iglesia para responder al legado de tres grandes Papas: “restablecer la armonía primitiva a fin de edificar todo un mundo desde sus fundamentos” (Pío XII); instaurar la Civilización del Amor (S. Pablo VI); “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S.J.P.II).
Enumerar las cuestiones trascendentes que contienen estos tres legados sería presentar un Corpus pos-modernidad, ello excede la proporción de un comentario.
La Aurora de María irradia la Luz de la Gloria de Cristo que se manifiesta de modo creciente. Ella hará que se manifieste nuestro “hombre nuevo” que ha de llevar adelante la misión de sacerdotes, reyes y profetas, porque el tiempo del “hombre viejo del pecado” ha concluido.
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El peligro de la inefabilidad es el agnosticismo, y para evitarlo, es necesario admitir que nada que contradiga la verdad que hoy se conoce puede ser nunca verdad.
Es decir, nuestra época como ninguna otra necesita entronizar el principio de no contradicción.
Toda la inefabilidad que se quiera en el más humilde de los entes, siempre y cuando no contradiga lo que ya sabemos de ese ente.
Lo contrario sería decir que en realidad no sabemos nada, y por eso todo puede estar continuamente cambiando sin problemas, o sea, el escepticismo.
Y no alcanza la fe para salir del escepticismo, porque eso sería fideísmo, que es protestante, no católico.
La fe católica profundiza la adhesión de la inteligencia, por sus medios naturales, a las verdades naturales.
Eso es tomismo puro: la gracia supone la naturaleza.
Saludos cordiales.
Gracias, Néstor.
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Gracias y saludos cordiales.
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