Argumento de Hume contra la credibilidad del testimonio sobre los milagros

Hume

En un capítulo de su obra “Investigación sobre el entendimiento humano”, David Hume presenta un ensayo titulado “Acerca de los milagros”, en el cual argumenta contra la credibilidad de los testimonios relativos a hechos milagrosos.

(Todos los resaltados en negrita son nuestros.)

El ensayo de Hume tiene dos partes. En la primera de ellas viene este texto, acerca del cual han corrido ríos de tinta (la traducción es nuestra):

Un hombre sabio, por lo tanto, proporciona su creencia a la evidencia. En las conclusiones que se basan en una experiencia infalible, espera el evento con el último grado de seguridad y considera su experiencia pasada como una prueba completa de la existencia futura de ese evento. En otros casos, procede con más cautela: sopesa los experimentos opuestos: considera de qué lado se apoya el mayor número de experimentos: a ese lado se inclina, con duda y vacilación; y cuando por fin fija su juicio, la evidencia no excede lo que propiamente llamamos probabilidad. Toda probabilidad, pues, supone una oposición de experimentos y observaciones, donde se encuentra que un lado supera al otro y produce un grado de evidencia proporcionado a la superioridad. Cien casos o experimentos de un lado, y cincuenta del otro, dan una expectativa dudosa de cualquier evento; aunque cien experimentos uniformes, con solo uno que es contradictorio, razonablemente engendran un grado bastante fuerte de seguridad. En todos los casos, debemos equilibrar los experimentos opuestos, cuando sean opuestos, y deducir el número menor del mayor, para conocer la fuerza exacta de la evidencia superior.

(…)

Un milagro es una violación de las leyes de la naturaleza; y como una experiencia firme e inalterable ha establecido estas leyes, la prueba contra un milagro, por la misma naturaleza del hecho, es tan completa como pueda imaginarse cualquier argumento de la experiencia. ¿Por qué es más que probable, que todos los hombres deben morir; que el plomo no puede, por sí solo, quedar suspendido en el aire; que el fuego consume la madera, y se extingue con el agua; sino porque estos eventos se encuentran de acuerdo con las leyes de la naturaleza, y se requiere una violación de estas leyes, o en otras palabras, un milagro para prevenirlos? Nada se considera un milagro, si alguna vez sucede en el curso común de la naturaleza. No es un milagro que un hombre, aparentemente en buena salud, muera repentinamente: porque tal tipo de muerte, aunque más inusual que cualquier otra, se ha observado con frecuencia que sucede. Pero es un milagro que un muerto vuelva a la vida; porque eso nunca se ha observado en ninguna época o país. Por lo tanto, debe haber una experiencia uniforme contra cada evento milagroso, de lo contrario el evento no merecería esa denominación. Y como una experiencia uniforme equivale a una prueba, hay aquí una prueba directa y completa, por la naturaleza del hecho, contra la existencia de cualquier milagro; ni se puede destruir tal prueba, ni hacer creíble el milagro, sino por una prueba contraria, que es superior.

La clara consecuencia es (y es una máxima general digna de nuestra atención), que ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea de tal clase que su falsedad sea más milagrosa que el hecho que se esfuerza por establecer; e incluso en ese caso hay una mutua destrucción de argumentos, y el superior sólo nos da una seguridad adecuada a ese grado de fuerza, que queda, después de deducir el inferior. Cuando alguien me dice que vio a un muerto restituido a mi vida, inmediatamente considero conmigo mismo si es más probable que esta persona engañe o sea engañada, o que el hecho que relata haya sucedido realmente. Sopeso un milagro contra el otro; y según la superioridad que descubro, pronuncio mi decisión, y siempre rechazo el mayor milagro. Si la falsedad de su testimonio fuera más milagrosa que el acontecimiento que relata; entonces, y no hasta entonces, puede pretender dominar mi creencia u opinión.”

El problema con este texto, como lo demuestran las múltiples interpretaciones que ha recibido, es que no es claro en qué consisten finalmente la tesis y el argumento de Hume.

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Se pueden dar varias versiones del argumento que Hume formula aquí. Unas son más “fuertes” y otras más “débiles”, unas son “a priori” y otras “a posteriori”.

Una versión “fuerte” y “a priori” es la siguiente:

“Una ley natural es una regularidad que no admite excepciones. Pero el milagro es una excepción a la ley natural. Por tanto, el milagro es imposible, y por tanto, ningún testimonio acerca de un milagro es creíble”.

Otra versión igualmente “fuerte” y “a priori” es esta:

“Una ley natural es algo que esta atestiguado por toda nuestra experiencia. Un milagro es una violación o excepción de la ley natural. Por tanto, si ocurre un milagro, la supuesta ley natural no está atestiguada por toda nuestra experiencia, y entonces no es una ley natural, pero entonces tampoco ha ocurrido un milagro. Por tanto, el milagro es imposible, y entonces, ningún testimonio relativo a un milagro es creíble.”

En estos dos casos, el milagro resulta imposible por definición. Se trata de un argumento “a priori” basado en la lógica.

Hay una versión “fuerte” y “a posteriori”:

“Una ley natural es lo que está atestiguado por toda nuestra experiencia. Pero en esos casos, la probabilidad de que algo vaya contra nuestra experiencia de la naturaleza es 0, o sea, es una imposibilidad. Por tanto, el milagro es imposible, y entonces, ningún testimonio acerca de un milagro es creíble.”

Hay finalmente una versión “a posteriori” que es “débil”, por así llamarla:

“Una ley natural es lo que tiene el apoyo constante de nuestra experiencia. En esos casos, la probabilidad de que suceda algo contrario a esa ley natural no es 0, pero sí es muy pequeña.  Por tanto, el milagro es en principio posible. Ahora bien, como antecedentemente la probabilidad del milagro es tan pequeña, para que podamos aceptar el testimonio sobre un hecho milagroso, ese testimonio debería tener una probabilidad muy grande de ser verdadero, tanta, que la falsedad de ese testimonio debería ser más milagrosa, es decir, más improbable, que el milagro mismo. Por eso, lo que se debe hacer en esos casos es sopesar la evidencia a favor del curso natural de las cosas con la evidencia a favor del milagro, restar la menor de la mayor, y asentir a la diferencia entre ambas, proporcionadamente a su magnitud.”

A hacer ese contraste de evidencias es a lo que se dedica Hume entonces en la segunda parte del ensayo.

El problema con las interpretaciones “fuertes” es que hacen difícil de entender el papel de la segunda parte del ensayo de Hume, pues de ser correctas, en la primera parte, y concretamente, en los pasajes que hemos citado, habría quedado ya resuelta la cuestión, en contra de la credibilidad de todo testimonio sobre milagros. ¿Para qué entonces la segunda parte?

Veamos lo que tienen para decir al respecto dos estudiosos de Hume.

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En el año 2000, John Earman publicó un libro titulado “Hume’s abject failure” (El abyecto fracaso de Hume), en el cual analiza el ensayo de Hume.

Earman es un profesor, actualmente emérito, de Historia y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Pittsburg, EE.UU., doctorado en Princeton en 1968.

Earman no es un creyente, y en realidad coincide bastante con la posición de Hume sobre el tema de los milagros, pero discrepa en una cosa: no cree que los argumentos expuestos por Hume en ese ensayo alcancen su objetivo, más aún, cree que fracasan “abyectamente” en alcanzarlo.

Dice Earman (traducción nuestra):

La Sección X (‘‘De los milagros’’) de la Investigación de Hume sobre el entendimiento humano es un fracaso. En filosofía, donde casi todos los proyectos ambiciosos son fracasos, esto puede parecer una crítica leve. Entonces, para ser franco, sostengo que ‘‘Of Miracles’’ es un fracaso abyecto. No es simplemente que el ensayo de Hume no logra sus objetivos, sino que sus objetivos son ambiguos y confusos. La mayoría de las consideraciones de Hume no son originales, son refritos de versiones de argumentos que se encuentran en los escritos de predecesores y contemporáneos. Y las partes de “Of Miracles” que distinguen a Hume no se sostienen ante el escrutinio. Peor aún, el ensayo revela la debilidad y la pobreza de la explicación del propio Hume sobre la inducción y el razonamiento probabilístico. Y para colmo, el ensayo representa el tipo de extralimitación que da a la filosofía un mal nombre.” (p. 3)

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En 2003 Robert Fogelin publicó “A defense of Hume on miracles”, defendiendo a Hume en respuesta a Earman y a otro autor.

Fogelin, fallecido en 2016, fue profesor de Filosofía en el Dartmouth College (EE.UU.), luego de haber enseñado también en la Universidad de Yale donde se doctoró en 1960. Es un exponente del moderno Pirronismo (escepticismo filosófico).

La diferencia entre ambos autores es que Earman sostiene que ni la tesis ni los argumentos de Hume son claros, y que en todo caso, los argumentos de Hume no llegan a establecer nada acerca del tema, mientras que Fogelin sigue lo que arriba hemos llamado interpretación “a posteriori” y “débil”, para la cual la primera parte del ensayo no tiene ningún argumento cerrado, sino que solamente prepara la segunda parte, que es donde se decide la cuestión.

Según Fogelin, luego de haber establecido en la primera parte la necesidad de un contraste de evidencias entre el testimonio sobre el hecho milagroso y el curso constante de la naturaleza, que da como resultado que el testimonio en cuestión debe tener una altísima calidad si quiere salir vencedor en esa contienda, Hume muestra, en la segunda parte, que de hecho los testimonios históricos acerca de milagros no alcanzan ni de lejos esa calidad, por lo que no hay razones para creer en ellos.

El argumento principal de Hume en esta segunda parte, según Fogelin, es que el testimonio de los creyentes, que es por lo general el testimonio sobre los milagros, no es de fiar, porque su actitud religiosa lo hace adoptar una posición no objetiva y no crítica sobre la cuestión.

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Earman, por su parte, comienza atribuyendo a Hume una “regla directa de inducción” (“straight rule of induction”), según la cual, si en toda nuestra experiencia anterior los A son B, entonces la probabilidad de que el próximo A sea B es 1 y la probabilidad de que no lo sea es 0, de modo que el milagro resulta imposible, y por tanto, el testimonio acerca de mismo no es creíble.

Earman critica esa “regla directa de inducción” y propone en su lugar otra interpretación de la inducción basada en la teoría de la probabilidad de Bayes, que nunca asigna probabilidad 0 a la hipótesis de un hecho contrario al curso constante de las cosas previamente experimentado. 

Por tanto, hasta aquí Earman parece partidario de la interpretación “fuerte” y “a posteriori” del argumento de Hume que incluimos arriba.

Sin embargo, Earman pasa a continuación a afirmar el carácter decisivo de la segunda parte del ensayo, igual en esto que Fogelin, basado en el hecho de que por completa que sea la prueba basada en constancia de la naturaleza, todavía tiene que enfrentar a la prueba basada en el testimonio sobre el hecho milagroso.

Esto último no es muy claro, porque si la probabilidad del milagro, dada la “regla directa de inducción”, es 0, entonces el milagro es imposible y no hay necesidad de considerar ningún testimonio acerca del mismo. Earman parece decir que Hume ha abandonado la “regla directa” para poder pasar a la segunda parte de su ensayo.

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Contra la “regla directa de inducción” está la fábula del príncipe hindú, que figura en el ensayo de Hume. En ella, el príncipe hindú rechaza el testimonio de un embajador europeo que le dice que en su país el agua se congela con el frío hasta el punto de que es posible que un hombre o incluso un elefante camine sobre ella.

Aplicando la “regla directa de inducción”, el razonamiento del príncipe hindú es correcto: en su experiencia pasada eso nunca ha ocurrido, por tanto, la probabilidad de que suceda es 0.

Por eso Earman dice que con esa “regla directa de inducción”, Humeestultifica” la práctica científica.

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El caso del príncipe hindú, según Earman, ejemplifica bien lo que Hume entiende por “maravilla” (marvel) en oposición a “milagro”.

Dice Hume en su “Historia de Inglaterra”:

‘‘Es la tarea de la historia distinguir entre lo milagroso y lo maravilloso; rechazar lo primero en todas las narraciones meramente profanas y humanas; dudar de lo segundo; y cuando se esté obligado por testimonio incuestionable. . . a admitir algo extraordinario, recibir tan poco como sea consistente con los hechos conocidos y circunstancias’’

Earman dice que si Hume no se atiene a la “regla directa de inducción”, entonces no tiene forma de distinguir claramente entre “maravillas” y “milagros”, pues ambos serían posibles a pesar de una experiencia uniforme en contra, y entonces, su aceptación en principio de las “maravillas” y su rechazo de los milagros son algo arbitrario.

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El problema, decimos nosotros, es que si Hume se atiene a la “regla directa de inducción” entonces parece que tampoco tiene forma de distinguir justificadamente entre las “maravillas” y los milagros.

Porque podría ser que en ambos casos el “curso constante de la naturaleza” hablara en contra de tales eventos.

En efecto, en el caso del príncipe hindú, en su experiencia pasada constante y sin excepciones estaba ausente el congelamiento del agua, de modo que Hume llega a decir que “razonó justamente” cuando rechazó el testimonio que se le ofrecía al respecto.

Earman señala que en una nota, Hume dice que en realidad los hindúes no estaban autorizados a ese rechazo, porque no podían pretender que su experiencia agotase la experiencia humana posible en otros climas y otras circunstancias.

Pero, dice Earman, nosotros no accedemos a la experiencia colectiva de la humanidad sino mediante el testimonio, y el testimonio histórico incluye también muchos hechos milagrosos, de modo que esa versión de la experiencia no le serviría a Hume para desechar los milagros sin incurrir, decimos nosotros, en el círculo vicioso de rechazar inicialmente la parte “milagrosa” del testimonio que forma parte de nuestro acceso a la experiencia humana colectiva, para luego, sobre la base de esa experiencia colectiva así “purificada”, declarar no creíbles los testimonios sobre hechos milagrosos.

Earman termina diciendo que

“…mejoras de este tipo no evitan la perplejidad del príncipe indio. Esa perplejidad siempre resurgirá en ejemplos más complicados cuando la regla de inducción produzca una conclusión de probabilidad 1 para una generalización universal a partir de datos finitos. Por otro lado, si la regla de inducción directa de Hume se modifica para escapar de esta perplejidad mediante la asignación de una probabilidad menor que 1, entonces Hume ya no tiene una “prueba” contra los milagros, ni una distinción de principio entre milagros y maravillas, y el camino está abierto para los testimonios que establezcan la credibilidad de las resurrecciones y similares.” (p. 37)

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Fogelin, por su parte, niega que Hume aplique esa “regla directa de inducción”. Como prueba, aduce el hecho de que Hume admite, en la segunda parte del ensayo, que cierta clase de hecho milagroso, a saber, uno que no tuviese connotación religiosa, podría ser objeto de un testimonio creíble.

El ejemplo que pone aquí Hume es el de que todos los historiadores estuviesen de acuerdo en que en el año 1600 reinó la oscuridad sobre todo el planeta durante ocho días. Ese testimonio sí sería creíble, dice Hume.

Esto le sirve también a Fogelin para rechazar la acusación de Earman según la cual, si Hume no aplica la “regla directa de inducción”, entonces procede arbitrariamente al rechazar los milagros y no rechazar las “maravillas”, siendo así que la probabilidad de ambos, en esa hipótesis, no es nunca 0.

Pues Hume no rechaza sin más los milagros como tales, dice Fogelin.

En definitiva, para Fogelin la única barrera insobrepasable que Hume encuentra es el carácter “religoso” de algunos testimonios sobre milagros.

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Tanto Fogelin como Earman sostienen que con su ejemplo de la oscuridad sobre la Tierra durante ocho días Hume reconoce la posibilidad de testimonio creíble sobre un milagro.

Esto parece lógicamente eliminar toda interpretación “fuerte” del argumento de Hume en la primera parte, o al menos la que hemos llamado “a posteriori”, porque de ella se seguiría que la probabilidad de un evento semejante, nunca antes sucedido en la historia, es 0.

El argumento de Earman es una carta de Hume a un tal Blair en la que Hume llama a ese prodigio “milagro”, y parece presentarlo como un caso ideal que sí merecería un testimonio creíble, a diferencia de los casos reales.

Pero ahí mismo Hume termina diciendo que

los hombres razonables sólo concluirían de este hecho que la máquina del globo estuvo desordenada durante ese tiempo.”

lo cual parece ser una explicación “natural” del supuesto milagro, que entonces no es propiamente tal. En efecto, es parte del concepto de las leyes naturales que su aplicación pueda quedar suspendida por la acción de alguna causa igualmente natural, como cuando el revestimiento de asbesto impide que el fuego queme.

Y es que al hablar del milagro de los ocho días de oscuridad en el ensayo que analizamos, Hume dice que

Es evidente que nuestros filósofos actuales, en lugar de dudar del hecho, deberían recibirlo como cierto, y deberían buscar las causas de donde podría derivarse. La decadencia, la corrupción y la disolución de la naturaleza, es un evento hecho probable por tantas analogías, que cualquier fenómeno, que parece tener tendencia a la catástrofe, entra dentro el alcance del testimonio humano, si ese testimonio es muy extenso y uniforme.”

Es claro que aquí Hume no está hablando de un hecho sobrenatural, pues dice que sus causas deben ser investigadas y que posee muchas analogías con hechos naturales comprobados que lo hacen probable.

Con lo cual da la impresión de que Hume está hablando de lo que en su lenguaje corresponde a una “maravilla” (marvel) como opuesta a un “milagro”, en tanto que la primera, siendo extraña y maravillosa, sigue siendo natural

Y entonces cae el argumento de Fogelin para decir que Hume no incurre en la arbitrariedad de rechazar los milagros y no rechazar las “maravillas”.

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Esto se confirma con lo que dice en el párrafo siguiente, donde Hume propone la hipótesis de que los historiadores dijesen que en 1600 la Reina Isabel había muerto, luego de haber sido vista por sus médicos y por toda la Corte antes y después de su muerte, que el Parlamento había proclamado Rey a su sucesor y que había sido enterrada, y que al cabo de un mes había vuelto a la vida y reasumido el gobierno por tres años más.

Ahora sí estamos hablando de algo sin duda sobrenatural, y aquí Hume dice que ningún testimonio del mundo, por grande que fuese su calidad, le haría creer una cosa así:

Debo confesar que estaría sorprendido por la concurrencia de tantas circunstancias extrañas, pero no tendría la menor inclinación a creer en un acontecimiento tan milagroso. No dudaría de su pretendida muerte, y de esas otras circunstancias públicas que la siguieron: sólo afirmaría que todo ha sido fingido, y que ni fue ni pudo ser real. En vano se me objetaría la dificultad y casi imposibilidad de engañar al mundo en un asunto de tal trascendencia; la sabiduría y sólido juicio de aquella renombrada reina; con la poca o ninguna ventaja que ella podría cosechar de un artificio tan pobre.  Todo esto podría asombrarme; pero todavía respondería que la picardía y la locura de los hombres son fenómenos tan comunes, que preferiría creer en los más extraordinarios eventos que surjan de su concurrencia, que admitir tan señalada violación de las leyes de la naturaleza.”

Y aquí no se trata de un milagro “religioso”, de esos que son particularmente increíbles para Hume, pues recién en el párrafo siguiente dice:

Pero si este milagro se adscribiese a cualquier nuevo sistema de religión …”, etc., donde la continuación es que, obviamente según Hume, en ese caso ni siquiera merecería que se le diese la menor atención.

Por lo que no cabe aplicar aquí el argumento que según Fogelin domina la segunda parte del ensayo, según el cual para Hume, en la “resta” del motivo menos fuerte del más fuerte, la diferencia que queda contra el testimonio religioso es muy baja, o ninguna, dada la poca calidad del mismo.

Aquí no hay ninguna “resta”, salvo que se trate de una en la cual el sustraendo es 0 (ver más abajo).

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Fogelin da una versión propia del “milagro” del oscurecimiento de la Tierra durante ocho días, en la cual además aparece a la vista de todo el mundo una faz iluminada en el Cielo que habla en forma inteligible acerca de su Divinidad, etc., y da a entender que Hume aceptaría el testimonio de todos los historiadores sobre este hecho, o bien, incurriría en una actitud prejuiciosa.

El caso es que el ejemplo de la supuesta muerte y resurrección de la reina Isabel muestra más bien que Hume rechazaría también este testimonio ideado por Fogelin, que es claramente sobrenatural, al igual que lo es el ejemplo de la Reina Isabel, mientras que no es tan claro que lo sea, por las mismas palabras de Hume como ya vimos, el caso del mero oscurecimiento de la Tierra durante ocho días.

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En un artículo publicado por Vicente Sanfélix y Lidia Tienda se defiende la tesis según la cual el ejemplo de la reina Isabel no sería propiamente un milagro, sino una especie de “categoría intermedia” entre las “maravillas” y los milagros propiamente “teológicos”, que suceden en un contexto religioso y atribuyen a algún ente sobrenatural la causalidad del hecho contrario a las leyes naturales.

Los autores adhieren a una interpretación de Hume en algo parecida a la de Fogelin en que la  imposibilidad de creer en el testimonio de un hecho milagroso sería empírica y derivada exclusivamente de la segunda parte del ensayo, y se referiría solamente a los milagros “religiosos” y “teológicos”.

Dicen los autores:

A fin de facilitar nuestra tarea interpretativa proponemos aplicar cierta caridad interpretativa, y mejorar la consistencia terminológica del propio Hume, distinguiendo entre milagrosN y milagrosR. Los milagrosN serían aquellos eventos que aunque no se ajustan a las leyes naturales, no les atribuimos una causa sobrenatural o divina. Los milagrosR, por contra, son aquellos acontecimientos a los que atribuimos una causa sobrenatural o divina, un significado religioso.”

La idea es que Hume aceptaría el testimonio sobre los milagrosN, pero no aceptaría el testimonio sobre los milagrosR.

Aquí han quedado fuera de la clasificación las “maravillas” naturales, siendo así que hemos dicho que el oscurecimiento de la Tierra durante ocho días parece ser para Hume una de ellas.

Que los mismos autores parecen pensar algo así lo muestra el hecho de que ponen a la resurrección de la Reina Isabel, en la cual no hay referencia religiosa alguna tal como la presenta Hume, como categoría “intermedia” entre las “maravillas” y los milagros.

Eso lleva a una clasificación tripartita, y no bipartita como la que ellos finalmente presentan, y hace pensar que la única diferencia apreciable entre el grado inferior de las maravillas y el grado “intermedio” de la resurrección de la reina es el carácter natural del primero y sobrenatural del segundo.  

Contra lo que parecen pensar los autores, algo es sobrenatural porque no puede explicarse por las leyes naturales, y más aún, es naturalmente imposible. La atribución a una causalidad divina no alcanza para definir lo sobrenatural, pues en buena teología católica, por ejemplo, todo evento natural tiene a Dios como Causa Primera.

Nos parece que el error fundamental de esta interpretación de Hume es poner la imposibilidad absoluta del “milagro” para Hume en la causalidad divina del mismo y su finalidad religiosa, cuando es claro que la pieza central de la argumentación de Hume, del modo que sea que se la interprete, es la “constancia uniforme de nuestra experiencia de la naturaleza”, que va directamente contra lo sobrenatural como tal.

Por ello es que, como vimos, Hume rechaza categórica y hasta visceralmente la posibilidad de dar fe al testimonio en el caso de la supuesta resurrección de la reina Isabel, que no tiene nada de “teológico” ni de “religioso”, pero sí es un hecho que, de darse, sería sin duda sobrenatural.

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Con lo cual sigue sin quedar claro que Hume no se valga efectivamente, al menos en ocasiones, de alguna versión del argumento “fuerte” que parece estar incluido en la primera parte de su ensayo, según el cual ningún testimonio, por bueno que fuese, sería suficiente para hacer creíble un auténtico milagro sobrenatural.

Porque además, el argumento sobre la reina Isabel, en un sentido al menos, no es algo aislado dentro de la segunda parte del ensayo de Hume.

En efecto, en esta segunda parte, Hume hace una lista de las razones por las que según él, el testimonio de hecho existente acerca de hechos milagrosos en las religiones no es nunca suficiente para hacer creíbles esos milagros.

La primera es que en ninguno de esos casos los testigos son suficientes en número, de indudable buen sentido, educación, cultura e integridad, crédito y reputación que los hiciesen temer perderlos si atestiguan algo falso, ni son acerca de hechos realizados públicamente y en partes reconocidas y celebradas del mundo.

La segunda es la pasión por lo maravilloso que existe en el espíritu humano.

La tercera es el carácter bárbaro e ignorante de los pueblos en los que han surgido las narraciones sobre milagros.

La cuarta es la oposición entre los milagros de las distintas religiones, que por eso mismo se anularían mutuamente.

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A estos primeros cuatro motivos respondemos lo siguiente:

Por lo que toca al primero de ellos, allí la pregunta es para qué tienen que ser suficientes los testigos. Obviamente, para alcanzar el altísimo listón que Hume le pone al testimonio sobre los milagros, basado en la idea de que hay una competencia entre el mismo y nuestra experiencia constante del curso de los eventos. Cayendo esa idea de la competencia entre evidencias (ver más adelante), cae también esa exigencia de “suficiencia” tal como la plantea Hume, y las mayores o menores excelencias y el número de los testigos pasan a ser algo accidental, en comparación con lo esencial, que es que podamos razonablemente afirmar que saben de lo que hablan (son testigos oculares) y que hablan lo que saben (son veraces).

Por lo que toca al segundo motivo de Hume, ese argumento por sí solo debería llevarnos a rechazar todo testimonio de algo que se saliese de aquello a lo que estamos acostumbrados, o sea, nuevamente a la situación del príncipe hindú y sus perplejidades.

Respecto del tercer motivo, no hay barbarie ni ignorancia que impida a una persona ser testigo ocular de algo y luego decir precisamente eso que ha visto, en circunstancias tales que hagan razonable dar fe a su testimonio.

Y respecto del cuarto motivo, parte de la base de que ninguna religión es verdadera ni suficientemente atestiguada por testimonios creíbles de milagros. Fuera de ese supuesto, los milagros que se dan en las otras religiones se pueden explicar o bien como obras demoníacas, o bien como misteriosos designios de Dios que de todos modos sabe muy bien que ya ha dejado o va a dejar suficientemente establecida la religión verdadera mediante los milagros correspondientes.

Como se ve, estas razones o motivos de Hume en la segunda parte de su ensayo no se sostienen, en todo caso, sin consideraciones que remiten al argumento de la primera parte del mismo.

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Pero a partir de aquí, Hume menciona tres casos de relatos de hechos milagrosos en contexto religioso, uno pagano, referido al emperador Vespasiano, y los otros dos cristianos, uno católico y otro jansenista, que se caracterizan por lo sólido del testimonio que ofrecen, según el mismo Hume.

Y su respuesta es en los tres casos la misma que dará poco después a la hipótesis de la reina Isabel muerta y resucitada: no importa la calidad de esos testimonios, esas narraciones son increíbles, porque los hechos narrados van contra el curso constante de la naturaleza.

Esto sorprende un poco, porque supuestamente, según Fogelin al menos, el argumento de esta segunda parte era la baja calidad de los testimonios de milagros en contexto religioso, mientras que aquí la calidad de los testimonios, que en muchos casos llega a ser muy alta tal como la presenta Hume, no importa nada en definitiva, ante el hecho contrario de que habría que aceptar algo que sucede por fuera del curso constante de la naturaleza.

Hume parece rechazar esos testimonios, que tal como él los presenta son muy sólidos, por “asociación” con la gran cantidad de testimonios falsos que ha habido históricamente en materia religiosa, pero es claro que no tiene mucho sentido achacar a unos testimonios los defectos de otros, de los que los primeros confesadamente carecen.

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Fogelin explica que en este caso no se trata para Hume de una probabilidad 0 del milagro, sino de una certeza moral de la falsedad del testimonio sobre el milagro que lleva a Hume a emplear un “lenguaje fuerte”.

Cuán fuerte es ese lenguaje de Hume lo podemos ver en este pasaje culminante de la segunda parte del ensayo:

En general, entonces, parece que ningún testimonio de ningún tipo de milagro ha ascendido jamás a una probabilidad, y mucho menos a una prueba; y que, aun suponiendo que equivaliera a una prueba, se le opondría otra prueba; derivada de la naturaleza misma del hecho, que se esforzará por establecer. Es sólo la experiencia la que da autoridad al testimonio humano; y es la misma experiencia la que nos asegura las leyes de la naturaleza. Cuando, por tanto, estas dos clases de experiencia son contrarias, no tenemos más que sustraer la una de la otra y abrazar una opinión, ya sea de un lado o del otro, con la seguridad que surge del resto. Pero según el principio aquí explicado, esta sustracción, con respecto a todas las religiones populares, equivale a una aniquilación total; y por lo tanto podemos establecer como máxima que ningún testimonio humano puede tener tanta fuerza como para probar un milagro, y convertirlo en un fundamento justo para tal sistema de religión.”

Esa sustracción de una evidencia respecto de otra (obviamente, la menor de la mayor) que lleva a una total aniquilación sólo puede tener la forma de 1 – 0 = 1, donde “1” sería la probabilidad de que el testimonio sobre el milagro sea falso, y “0” la probabilidad de que ese testimonio sea verdadero.

Porque sólo así se aniquila totalmente a la parte contraria, es decir, la que sostiene la verdad de ese testimonio, que queda “reducida” a 0, pero porque ése ya era su valor inicial. ¿Por qué razón? La única razón posible es que se trata de una afirmación contraria al “curso uniforme de la naturaleza”, o sea, el argumento “fuerte” arriba presentado.

No parece que haya otra forma, en efecto, de “aniquilar totalmente” el valor de testimonios de tan alta calidad como algunos de los que presenta Hume en esta parte del ensayo, y que llevarían a uno a esperar, en todo caso, una resta entre cantidades distintas de 0, cuyo resultado, por eso mismo, no podría ser una “aniquilación total”

Dice Earman:

A lo largo de la Parte 2, Hume va y viene, cambiando entre varias tesis diferentes contra la posibilidad de establecer la credibilidad de un milagro. Este cambio es, pienso, sintomático tanto de la incertidumbre de Hume acerca de lo que quería probar y también de sus (quizás inconscientes) dudas sobre lo que establecen los argumentos.” (pp. 44 – 45)

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Uno de los argumentos de Fogelin para negar toda intepretación “fuerte” del argumento de Hume en la primera parte del ensayo, es que Hume no termina esa parte dando por resuelta la cuestión, sino hablando justamente del conflicto de evidencias, de la necesidad de sopesarlas, de restar la menor de la mayor y de asentir a esta última según la diferencia entre ambas, y concretamente, dice que el testimonio sobre el milagro podría ser en todo caso creíble, a condición de que su falsedad resultase más milagrosa que el milagro mismo.

Pero aquí hay que atender también a la posibilidad de un lenguaje irónico, o prudente, o ambos, de Hume. En cartas a sus amigos, él ha dicho explícitamente que ha debido medirse en sus expresiones por razones de prudencia, y no hay que olvidar que en su tiempo todavía la fe (anglicana) era en buena medida la base de la sociedad inglesa, y todavía era posible perjudicarse socialmente por escribir en contra de esa fe.

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Por otra parte, las dos interpretaciones “a posteriori” que dimos arriba del argumento de Hume, la “fuerte” y la “débil”, han sido acusadas de incurrir en círculo vicioso.

Porque ambas toman como punto de partida el hecho la absoluta constancia de los hechos según las leyes naturales en nuestra experiencia anterior, y por tanto, de la total ausencia, por así decir, del milagro en nuestra experiencia anterior. Dado que nuestra experiencia incluye una gran cantidad de testimonios sobre hechos milagrosos, eso incluye la afirmación de que esos testimonios no son creíbles. Y es de esa premisa que se parte para concluir, o bien que la probabilidad del milagro es 0, o bien, que es tan pequeña, que la probabilidad de que el testimonio sobre el hecho milagroso fuese falso debería ser más pequeña todavía, para poder darle nuestro asentimiento. De todo lo cual se concluye, en definitiva, que los testimonios sobre los milagros no son creíbles.

Fogelin defiende a Hume de esta acusación diciendo, parece, que en las premisas de Hume no hay una constancia total de los eventos ocurridos hasta ahora en nuestra experiencia, sino solamente una “experiencia común” (“common experience”).

Pero ahí está la cuestión. Porque si esa “experiencia común” no es la totalidad de nuestra experiencia pasada, quiere decir que en esa experiencia pasada nuestra figura algún milagro, y eso es incompatible con una conclusión que dice que ningún testimonio sobre milagros es creíble.

Y si la “experiencia común” significa “la totalidad de nuestra experiencia anterior”, entonces parece que sí hay círculo vicioso.

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Por su parte, Earman critica la parte del argumento de Hume que habla del conflicto de evidencias, el curso constante de la naturaleza por un lado, y el testimonio sobre el hecho milagroso, por el otro.

Porque Hume dice que, en caso de triunfar en esa contienda, el testimonio sobre el milagro tendría a su favor solamente la diferencia entre su propia probabilidad y la probabilidad de que la naturaleza haya seguido también en ese caso su curso constante. Es decir, en todo caso la probabilidad de la alternativa “perdedora” debería restarse de la probabilidad de la ganadora, y el asentimiento debería darse solamente en la medida de la diferencia resultante.

Lo que dice Earman es que si el testimonio sobre el milagro ha resultado más probable, entonces la probabilidad contraria ya ha sido utilizada, y ha perdido, y no tiene sentido volver a utilizarla para disminuir la probabilidad de la parte que ha salido ganadora.

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Earman da finalmente su propia posición sobre el tema de los testimonios de hechos milagrosos, en el contexto de una comparación con los testimonios acerca de encuentros con extraterrestres y cómo la multiplicidad de testigos fortalece el testimonio:

Creo, de una manera que no puedo articular en detalle, que estos casos son de hecho relevantemente similares al caso de la curación por la fe donde hay una atmósfera palpable de histeria colectiva que vuelve a los participantes incapaces de lograr la condición mínima de confiabilidad; de hecho, uno podría incluso decir que una condición necesaria para ser un participante sincero en una reunión de curación por la fe es la suspensión de las facultades críticas esenciales para informes precisos. Aquí, finalmente, Hume y yo estamos parcialmente de acuerdo. Pero la diferencia entre nosotros es que solo estoy dando una opinión personal. Además, reconozco que la opinión es del tipo cuya fundamentación no requiere argumentación filosófica y solemnidades pomposas sobre afirmaciones extraordinarias que requieren pruebas extraordinarias, sino más bien investigaciones empíricas difíciles y delicadas tanto en el funcionamiento general de la histeria colectiva como en los detalles de casos particulares. Yo podría decir (con pomposa solemnidad) que mis probabilidades previas son tales que no tengo muchas dudas sobre lo que tales investigaciones descubrirán. O podría decir (menos pomposamente) que soy un cínico. Pero a diferencia de Hume, yo no propongo promover mi cinismo al estado de una doctrina filosófica que “silenciará el fanatismo y la superstición más arrogantes” y “será para los sabios y los doctos un freno perpetuo para toda clase de superstición y engaño.’’ (p. 61)

En definitiva, Earman hace bien en decir que no tiene una doctrina filosófica al respecto, porque para ello necesitaría argumentos que le permitiesen pasar de “algunas veces la fe religiosa está relacionada con la histeria colectiva y hace que se suspendan las facultades críticas” a “siempre sucede así”. En busca de esos argumentos, es de temer que no tuviese más remedio que volverse precisamente a los argumentos de Hume o similares, que sin embargo él mismo ha desmontado con tanta habilidad en su libro.

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Hume es normalmente celebrado como una persona equilibrada, sobria y afable, al que los franceses que solían comer con él durante el tiempo en que estuvo en París llamaban “le bon David”, y hasta se sugiere que su mismo escepticismo ha ayudado a esa actitud serena que según dicen, habría conservado hasta en su misma muerte.

Por eso es llamativo constatar que las únicas veces, por lo que sabemos, en que parece perder los estribos es cuando habla del cristianismo, y en especial, del catolicismo.

Veamos algunos ejemplos, tomados de este mismo ensayo sobre los milagros:

Hay, en los escritos del Dr. Tillotson, un argumento contra la presencia real, que es tan conciso, elegante y fuerte como cualquier argumento puede suponerse contra una doctrina, tan poco digna de una refutación seria.”

Nada es tan conveniente como un argumento decisivo de este tipo, que al menos debe silenciar el fanatismo y la superstición más arrogante, y liberarnos de sus impertinentes solicitaciones.”

Pero si el espíritu de la religión se une al amor a la maravilla, se acaba el sentido común; y el testimonio humano, en estas circunstancias, pierde toda pretensión de autoridad.”

Un religioso puede ser un entusiasta e imaginar que ve algo que no tiene realidad: puede saber que su narración es falsa y, sin embargo, perseverar en ella, con las mejores intenciones del mundo, en aras de promover una causa tan sagrada.”

La elocuencia, cuando está en su punto más alto, deja poco espacio para la razón o la reflexión; pero dirigiéndose enteramente a la fantasía o a los afectos, cautiva a los oyentes deseosos y subyuga su entendimiento. Afortunadamente, este tono rara vez se alcanza. Pero lo que un Tulio o un Demóstenes difícilmente podrían hacer sobre una audiencia romana o ateniense, cada capuchino, cada maestro itinerante o estacionario puede hacerlo sobre la generalidad de la humanidad, y en mayor grado, al tocar pasiones tan groseras y vulgares.”

Forma una fuerte presunción contra todas las relaciones sobrenaturales y milagrosas, que se observa que abundan principalmente entre las naciones ignorantes y bárbaras; o si alguna vez un pueblo civilizado ha dado entrada a alguno de ellos, se encontrará que ese pueblo los ha recibido de antepasados ​​ignorantes y bárbaros (…)”

O si, con la ayuda de la vanidad y una imaginación acalorada, un hombre primero se ha convertido a sí mismo y ha entrado seriamente en el engaño ¿quién tiene escrúpulos en hacer uso de fraudes piadosos, en apoyo de una causa tan santa y meritoria?

Pero si este milagro debe adscribirse a cualquier nuevo sistema de religión; los hombres, en todas las épocas, han sido tan engañados por historias ridículas de ese tipo, que esta misma circunstancia sería una prueba completa de un engaño, y suficiente, con todos los hombres sensatos, no solo para hacerles rechazar el hecho, pero incluso rechazarlo sin más examen.”

Por eso dice Earman:

El teísmo sin consecuencias de Hume se combinó con un aborrecimiento de religión organizada, que Hume vio como compuesta de supersticiones que han tenido efectos casi uniformemente nefastos para la humanidad.” (p. 5)

Para el ilustrado Hume, entonces, los prejuicios se justifican cuando se trata de examinar las pretensiones de las religiones, sobre todo la religión cristiana y más específicamente la católica, más aún, llegan a ser el único método aplicable.

Lo menos que se puede decir es que efectivamente Hume es entusiasta en su oposición a las religiones, y eso mismo, según sus mismos principios, hace que sus afirmaciones al respecto deban ser examinadas con cuidado.

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A nuestro juicio, la clave de todo este asunto está en la incorrecta definición del “milagro” de la que parte Hume, como “violación de las leyes naturales” o como “hecho contrario al curso ordinario de la naturaleza”.  

Una violación de las leyes naturales es algo que las contradice en su mismo nivel, o sea, en el nivel natural. Y por tanto, es un concepto contradictorio: el concepto de una violación o alteración natural de las leyes naturales.

Véase el texto de Santo Tomás en Ia, q. 105, a. 7, c.:

“… se llaman milagros aquellas cosas que son hechas por Dios fuera del orden de las causas conocidas para nosotros.”

Santo Tomás no habla de una violación del orden natural, sino de algo que sucede por fuera de ese orden natural.

Comer carne un Miércoles cuando hay una ley que prohíbe comer carne los Miércoles es una violación de esa ley, pero esa misma ley no es violada ni sufre excepción alguna si alguien come carne un Jueves. Esto último sucede por fuera de esa ley, como el milagro sucede por fuera de las leyes naturales.

Y la razón está en esa “condición” incluida en esa ley, que en nuestro ejemplo es “los Miércoles”, y que en el caso de las leyes naturales es, como veremos que refiere el mismo Earman, que la ley natural en cuestión rige “siempre que no haya intervenciones sobrenaturales”, más precisamente, siempre que la Causa Primera actúe solamente moviendo a las causas segundas a obrar según sus capacidades naturales, y no intervenga directamente o haga actuar a esas causas segundas por encima de sus capacidades naturales.

Lo que sucede por fuera de esa “condición” sucede por fuera de la ley natural en cuestión y por tanto ni la viola ni es excepción a ella, porque no la contradice, como comer carne los Jueves no contradice la ley que dice que no se puede comer carne los Miércoles.

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Algo de esto, como dijimos, vislumbra Earman en un pasaje de su libro:

Algunos comentaristas modernos instaron a que las declaraciones de la ley contengan condiciones que permiten excepciones de un origen sobrenatural, por ejemplo, “Todos los As son Bs (siempre que no haya intervenciones sobrenaturales)’’ (ver Clarke 1997). Un milagro como una violación naturalista de tal ley todavía es una contradicción en los términos (ya que muestra que la ley no es una ley después de todo), y un milagro como una violación sobrenaturalista también es un oxímoron (debido a la condición no es una violación en absoluto).” (p. 13)

Earman se equivoca, con todo, en llamar “excepciones” a los milagros, tanto como Hume que los llama “violaciones” de la ley natural. Esa condición que Earman señala hace que los milagros y lo sobrenatural en general caigan por fuera de las leyes naturales, y entonces, no sean excepción ni violación alguna a las leyes naturales.

Tiene razón Earman en decir que el milagro no es una violación naturalista (natural) de la ley natural, concepto contradictorio como dijimos, ni tampoco una violación sobrenaturalista de la ley natural, por lo dicho, porque lo sobrenatural ocurre en otro nivel distinto de lo natural y por tanto no puede violarlo de ningún modo.

Pero lo mismo hay que decir de la “excepción” de la ley natural de la que habla Earman.

Por eso se equivoca también Earman cuando pone a Santo Tomás de Aquino entre los predecesores de la definición del milagro que da Hume.

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En cuanto al milagro entendido como un evento contrario al curso constante de la naturaleza, hay que distinguir dos sentidos de la expresión “curso constante de la naturaleza”: 1) Lo que ha sucedido en forma constante hasta ahora”, 2) “Lo que ha sucedido hasta ahora en virtud de las leyes naturales”.

Afirmar en el primer sentido que el curso de la naturaleza es constante es declarar de entrada inexistentes los muchos milagros de los que existen testimonios históricos, y por tanto, lleva nuevamente al círculo vicioso.

Afirmarlo en el segundo sentido es dejar abierta la posibilidad de que lo sobrenatural y el milagro aparezcan o hayan ya aparecido en nuestra experiencia.

Con esa aclaración previa, nos resulta interesante lo que dice al respecto uno de los primeros críticos del ensayo de Hume, Richard Price, donde entendemos que la expresión “curso de la naturaleza”, hacia el final del texto, hay que tomarla en el primer sentido.  La traducción es nuestra:

Lo que quiero decir ahora se confirmará en gran medida al observar que un milagro no puede, con estricta propiedad, llamarse un acontecimiento contrario a la experiencia. Esta es la segunda de las afirmaciones en el argumento del Sr. Hume, que he mencionado antes, y que hay, creo, razón para objetar. Un milagro es más propiamente un evento diferente de la experiencia que contrario a ella. Si viera una tempestad calmada instantáneamente por la palabra de un hombre, toda mi experiencia pasada seguiría siendo la misma; y si yo dijese que lo que vi era contrario a ella, sólo podría querer decir que vi algo de lo que nunca antes había tenido experiencia. De la misma manera; si yo fuese asegurado por testigos oculares que, en una ocasión particular algún evento diferente del curso normal de las cosas había sucedido, el testimonio, en este caso, proporcionaría prueba directa y perentoria del hecho. Pero ¿qué información me daría la experiencia? Sólo me diría lo que pasó en otras ocasiones, y en otros casos. Su evidencia, por lo tanto, sería enteramente negativa. No proporcionaría ninguna prueba adecuada de que el evento no sucedió, porque no puede ser parte de la experiencia de nadie, que el curso de la naturaleza continuará siempre el mismo. Entonces no puede ser apropiado afirmar (como lo hace el Sr. Hume) que, en cada caso de un milagro apoyado por testimonio, hay un concurso de dos experiencias opuestas, la más fuerte de las cuales siempre debe determinar nuestros juicios.” (PRICE, Richard, “Four Dissertations”, 1768 2ª. ed.)

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¿Qué aporta todo esto, entonces, a la discusión del argumento de Hume contra los milagros?

Entiendo que es la clave para la solución de todo el problema que plantea ese texto de Hume.

Porque el meollo del argumento de Hume está en la definición del “milagro” como “violación de las leyes naturales, o excepción al curso constante de la naturaleza”, y en esa contraposición de evidencias, la que suministra por un lado el testimonio sobre el hecho milagroso, y la que suministra por otra parte el curso constante de la naturaleza, independientemente de si se entiende que ese curso constante de la naturaleza da probabilidad 0 al milagro o no.

Pero esa contraposición de evidencias sólo tendría sentido si el milagro se ubicase en el mismo nivel natural en que se ubica la constancia de las leyes naturales.

Por el contrario, desde el momento en que surge la pretensión de que ha sucedido un hecho sobrenatural, la vigencia de las leyes naturales queda fuera de discusión, como es lógico. Lo único que queda, supuesto que el enunciado de ese hecho sobrenatural no es contradictorio, es evaluar el testimonio respecto de ese hecho sobrenatural, según las reglas generales con se evalúan los testimonios acerca de determinados eventos.

El que dice que ha visto un milagro no está diciendo que ha visto a la naturaleza contradecirse a sí misma, no está diciendo que ha visto una suspensión natural de las leyes naturales, y por tanto, no está diciendo que ha visto suspensión ni violación ni excepción alguna de esas leyes, porque esas leyes, como es lógico, sólo rigen para lo natural.

Las proposiciones “esto no ha sucedido según el actuar natural de las causas segundas” y “esto ha sucedido por acción directa de la Causa Primera o por un actuar de las causas segundas sobrenaturalmente elevado por la Causa Primerano son contradictorias entre sí, por lo que toda idea de “sopesarlas” es absurda.

Y si alguien dice que nuestra respuesta no funciona para quien no acepta la la existencia de Dios, Causa Primera, de ello se sigue entonces que la validez del argumento de Hume presupone el ateísmo, y que en todo caso ese argumento no es válido para el teísta

El agnóstico, al no poder negar la existencia de la Causa Primera, ni tampoco afirmarla, no puede tampoco negar la posibilidad de lo sobrenatural, y entonces, tampoco puede desechar nuestra crítica al argumento de Hume.  

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Las mismas ambigüedades y oscilaciones del texto de Hume se explican por su definición inicial del milagro como “violación de las leyes naturales”.

Eso, que en buen romance significa “excepción natural a las leyes naturales”, concepto contradictorio como ya dijimos, si se atiende a su carácter contradictorio resulta imposible, y así se llega al argumento “fuerte”, y a la probabilidad 0 para el milagro y para la verdad del testimonio acerca del mismo.

Como dice Earman:

Hay un enigma aún más obvio e inquietante acerca de la primera definición de Hume: si un milagro es una violación de una ley de la naturaleza, entonces se deba o no esa violación a la intervención de la Deidad, un milagro es lógicamente imposible ya que, sea lo que sea una ley de la naturaleza, es una regularidad sin excepciones.” (p. 8)

Y si no se atiende a su carácter contradictorio, se llega entonces a la competencia de evidencias contrarias entre sí que hay que sopesar o balancear, restando unas de otras y quedándose solamente con la diferencia.

Como ambas posibilidades están incluidas en el mismo concepto de “milagro” así mal definido, no es de extrañar que al escribir sobre ello la mente oscile continuamente entre una y otra concepción, y por lo mismo no es de extrañar que Hume haya escrito dos partes en su ensayo, una primera donde aparece más el carácter contradictorio de ese concepto de “milagro”, y una segunda donde se pasa a considerar el supuesto choque de evidencias contrarias entre sí, si bien la oscilación entre ambas concepciones está presente en ambas partes del ensayo de Hume, como hemos visto.

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Resumiendo entonces, las maravillas son hechos naturales pero inusitados, los milagros son, según Hume, violaciones de las leyes de la naturaleza. Hume distingue además los milagros seculares y los milagros religiosos. Las maravillas, dice, pueden llegar a ser objeto de testimonio creíble. Los milagros seculares también pueden ser objeto de testimonio creíble, a diferencia de los religiosos, pero resulta que lo que pone como ejemplo, los ocho días de oscuridad en la Tierra, parece ser más bien una maravilla. Y algo que no es religioso, la supuesta muerte y resurrección de la reina Isabel, lo declara incapaz de un testimonio creíble. Dice que se debe balancear la evidencia del curso constante de la naturaleza contra la evidencia del testimonio del hecho milagroso, pero luego rechaza sin más testimonios de alta calidad sobre milagros religiosos, no en realidad con el argumento de la poca fiabilidad de los testigos religiosos, que en esos casos no se aplica, sino con el argumento de la constancia de la naturaleza.

Lo único constante en todo esto parece ser el rechazo de lo sobrenatural basado en la errada y contradictoria definición del “milagro” como “violación de las leyes naturales”. Según esto, el argumento “fuerte” y “a priori”, el argumento lógico basado en definiciones (tal vez también el argumento “fuerte” y “a posteriori“, aderezado con la “regla directa de inducción“), es el que mejor expresa la actitud de Hume

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Al argumento de Hume en su interpretación “fuerte” y “a priori” respondemos entonces que parte de una definición errada del “milagro” como hecho contrario a las leyes naturales. Es cierto que es imposible una excepción natural a las leyes naturales, pero el milagro no es natural sino sobrenatural, y por tanto, tampoco es excepción alguna.  El hecho de que a veces algunas leyes naturales no se apliquen tampoco es una excepción a las leyes naturales, pues eso sucede en virtud de otras leyes naturales, como cuando el asbesto impide que el fuego queme.

Al argumento de Hume en su interpretación “fuerte y “a posteriori” respondemos lo mismo, y que además, incurre en círculo vicioso al suponer que en la totalidad de nuestra experiencia está ausente el milagro.

Al argumento de Hume en su interpretación “débil” y “a posteriori” respondemos lo mismo, y que también incurre en círculo vicioso al suponer que en toda nuestra experiencia anterior el milagro está ausente, y además, que no solamente abre la puerta a las “maravillas” que modifican nuestra concepción del mundo sobre la base de nueva información, como es propio de la ciencia, sino que abriría también la puerta a la credibilidad del testimonio sobre los milagros propiamente dichos, lo cual va evidentemente contra la intención de Hume.

El conflicto de evidencias, además, que es parte central de este argumento, supone erradamente, como hemos dicho, que el milagro se inscribe dentro del mismo orden en el que rigen las leyes naturales

Además, esta interpretación “débil” no puede mantenerse dentro de sus propios límites, porque la definición de “milagro” de la que parte, como violación de las leyes naturales, lleva por su misma lógica a la interpretación “fuerte”. 

22 comentarios

  
FSolano
El mundo no es como un avión en piloto automático, con Dios interfiriendo de tanto en cuanto para corregir su curso. Dios es la causa última de todas las cosas, de lo natural y preternatural tanto como de lo milagroso. De hecho, es el curso ordinario, natural de las cosas, y no los milagros, el que provee evidencia más directa de la existencia de Dios de su acción como primera causa. En palabras de Brian Davies: "Está claro que Dios no puede interferir en el universo, no porque no tenga el poder para ello, sino porque, por decirlo de algún modo, tiene demasiado. Para interferir, tienes que ser una alternativa a aquello con lo que estás interfiriendo, o estar a su mismo nivel. Pero si Dios es la causa de todo, no hay nada que esté a su nivel".

Como el término 'violación', 'intervención' equivocadamente sugiere que un milagro es algún tipo de cambio violento, como si Dios tuviera que forzar que las cosas fueran en cierta dirección. Esto sería una descripción adecuada si el mundo fuera una máquina y Dios, un maquinista que ocasionalmente apareciera para ajustarla, pero esa es una idea extremadamente errónea, como lo demuestra la filosofía aristotélico-tomista.

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Exacto. Dios no puede "interferir" en su Creación más de lo que el dueño de un automóvil puede robarlo.

Saludos cordiales.
07/04/22 10:41 PM
  
Ecclesiam
Muchas gracias por el post estimado Néstor.

Que se diga que Dios interfiera en la creación es un modo completamente extraño (en el mal sentido) a la fe católica al hablar de Dios y su providencia. Dios no interfiere en la creación, Él gobierna la creación. Es lo que reconoce el salmista al decir: «envía sus órdenes a la tierra y su palabra corre velozmente; manda la nieve como lana, esparce la escarcha cual ceniza; arroja sus granizos como migas de pan y con el frío las aguas se congelan; envía su palabra y las derrite, hace soplar el viento y las aguas vuelven a correr» (Sal 147). Si las aguas se congelan es porque es Él en última instancia el que ordena tal cosa, por lo cual, si quiere que siga su curso natural, sigue, si no, no; de ahí que, por ejemplo, si Él no quiere, no caerá ningún pájaro del cielo, como lo afirma Jesucristo: «¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre» (Mt 10, 29).

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En efecto, gracias y saludos cordiales.
08/04/22 5:09 AM
  
Javidaba
Genial, D. Néstor.
Para mis entendederas, y como resumen de su trabajo, me quedo son su frase: "Dios no puede "interferir" en su Creación más de lo que el dueño de un automóvil puede robarlo." Amén.
Muchas gracias.

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Es así, en efecto. Muchas de las dificultades que se plantean en estos temas se resuelven con sólo meditar un poco en el sentido de las palabras con que las planteamos.

Dicho sea de paso, eso es la filosofía.

Gracias y saludos cordiales.
08/04/22 12:33 PM
  
Alan
Como ya no publico mi ultimo mensaje en el anterior articulo, no tengo demasiada esperanza en que publique este.
No pretendo reabrir el anterior debate, pero quiero hacerle ver que sigue usted instalado en el mismo error de autorrefencia.

Usted da por ciertos los milagros, sin pruebas de que lo sean o ni siquiera de que sean, y con ello da por existente lo sobrenatural ya que solo lo sobrenatural puede explicarlos, y como lo sobrenatural existe (por la "existencia" de los milagros, entre otras "razones" a cual mas gratuita), los milagros son obra de lo sobrenatural. Es decir, lo sobrenatural "explica" los milagros y los milagros "demuestran" lo sobrenatural. Circulo cerrado y otra cosa.
Da igual que esa "explicacion" no explique nada y que no demuestre ni que los milagros existen ni la existencia de lo sobrenatural, en ambos casos se hace un llamado a la creencia, a la fe a que se pueden definir, hablar sobre ellos, citar a testigos o textos, etc...y con eso parace que les basta.
Se olvida, convenientemente, que la Historia tiene abundantes ejemplos de hechos y fenomenos que se atribuian a un milagro...hasta que la Ciencia descubrio que se trataba de algo natural y para nada milagroso.
Si para cada cosa que no podemos explicar o para todo lo que no se pueda verificar, tenemos que contentarnos con lo sobrenatural y milagroso como "explicacion", volvemos al Dios de los huecos, ese que parece que algunos nunca han olvidado.

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En realidad, no. El único objetivo de mi argumentación en este "post" es mostrar que el argumento de Hume contra la credibilidad del testimonio sobre hechos milagrosos no concluye. Nada más.

Para sostener una tesis así ni siquiera hace falta ser creyente, cfr. Earman.

Es simplemente un tema de si un argumento concluye o no concluye, es decir, si sus premisas son verdaderas y su conclusión se deriva necesariamente de sus premisas, o no.

Hume tiene que demostrar, porque ése es su objetivo en el ensayo, que en ningún caso es razonable dar fe al testimonio de un hecho milagroso. Para eso tiene que usar un argumento. Ese argumento, concluye o no. Eso es todo.

Y la razón principal, a mi juicio, por la cual el argumento de Hume no concluye es que a lo sumo sería válido para una definición de "milagro" que no es ni la única posible ni la mejor, al contrario, es gravemente defectuosa.

Concretamente, no es la definición de "milagro" que se maneja en la tradición cristiana, y por tanto, eso ya hace que su argumento no sea válido, porque para serlo debería concluir universalmente contra el milagro como tal, no sólo particularmente contra cierta definición de "milagro" que es la que él emplea, y no es la que emplean sus principales interlocutores.

Eso en cuanto a mi "post". En cuanto a la continuación de su mensaje, suponiendo que en algunos casos la ciencia haya demostrado la falsedad de algunas supersticiones, de ahí no se sigue que pueda hacer lo mismo con todos los milagros que han sido alguna vez atestiguados en la historia.

Es cierto que algunos taxistas roban o estafan a sus clientes, pero eso no puede decirse de todos los taxistas, y eso mismo se puede extender a todas las profesiones, personas, instituciones, etc.

Además, el milagro, como ya dije varias veces, no entra en juego simplemente cuando hay algo que no sabemos cómo explicar, sino en particular, cuando hay algo que sabemos que es naturalmente imposible, y sin embargo, sucede.

Una cosa es no saber cómo es que el vino sale de las uvas, y atribuirlo al dios de las viñas y los festejos, otra es saber que, naturalmente hablando, no sale del agua simplemente porque alguien lo mande.

El experimento lo podemos hacer todos aunque no seamos científicos, y nos proporcionará una convicción muy grande: llenemos un balde de agua, parémonos delante, y exijamos que se convierta en nuestra marca de licor preferida.

En todo caso, no es un Dios que tapa agujeros, sino que los fabrica.

Saludos cordiales.
08/04/22 3:09 PM
  
Jorge Alberto
Existe no poca gente como Hume, serena y ufana.

Lucas 16, 31:
Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."»

Aunque estén en el infierno, acaso digan que allí no hay nada de milagroso ni de extraño, sino un curso natural de la naturaleza, no una justicia de Dios... Pero en el infierno se darán cuenta. Es el choque de los incrédulos (Ap 21, 8).

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Cierto, hay que rezar para que se den cuenta antes por la gracia de Dios, y para que nosotros perseveremos hasta el fin.

Saludos cordiales.
08/04/22 7:41 PM
  
Manoletina
Alan, es que tu petición es absurda porque la demostración de exisencias es imposible.

Repito: "DEMOSTRACION DE EXISTENCIAS".

Porque este es el primer concepto que tienes confundido.

La "demostración" pertenece al ámbito de la lógica. Cuando la aplicamos a un evento, hecho, suceso, proceso lógico, matemático, físico, etc etc etc, lo que estamos haciendo es tratar sobre las relaciones "lógicas", es decir, si una cosa se sigue de otra, de qué modo se sigue, lo que se deriva, si las conexiones lógicas son válidas o inválidas, etc.

Pero jamás nadie ha "demostrado" (que es un proceso racional) la existencia de nada: ni la existencia del Sol, La Tierra, ni la tuya ni la mía.

Te reto a demostrar que Alan existe a ver si puedes.

Es de primero de lógica (no ya de teología) que cuando radozonamos sobre algo no podemos pedir primero demostrar su existencia por pura imposibilidad filosófica

Tu petición previa de demostrar que existen los milagros es irracional. Sobre los milagros, como cualquier otro objeto del que discutamos, real o ficticio, lo que podemos es analizar sus condiciones de verdad, qué concepto nuclear subyace, si son posibles o imposibles con respecto a un razobamiento dado...

Demuestra tú primero que "existe" algo, lo que quieras que se te ocurre y verás. No creo que vayas a poder deshacer siglos de análisis lógico que sabe que ningun ser es deducible por necesidad.

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Hay que distinguir. Es cierto que no se puede demostrar la existencia de nada sin una afirmación de existencia previa, y que por tanto, tiene que haber primeras afirmaciones de existencia que no se demuestran, no se pueden demostrar, ni hace falta demostrarlas, porque son inmediatamente evidentes.

Eso sucede con mi existencia, la de las cosas que me rodean, etc. No se puede demostrar.

Pero si algo es condición necesaria de algo que existe, de modo tal que sin la existencia de aquello esto sería contradictorio, entonces queda por ello mismo demostrada su existencia.

Es decir, si A existe, y si en el caso de que no exista B, A es contradictorio, entonces B existe, porque A no puede ser contradictorio, ya que lo contradictorio es imposible, lo imposible no existe, y A existe.

Ésa es la estructura de las demostraciones filosóficas de la existencia de Dios. Por ejemplo, el ente contingente existe, pero sin el Ser Necesario, el ente contingente es contradictorio, porque a la vez tiene causa y no la tiene, ya que en la serie de sus causas habría que retroceder al infinito, pues todas serían contingentes y por tanto, a su vez causadas. Por tanto, el Ser Necesario existe.

Por eso dice Chesterton que la existencia de Dios es de las pocas cosas que se puede demostrar.

Lo que los milagros hacen es demostrar la credibilidad de la Revelación cristiana, como le dice Nicodemo a Jesús: "Sabemos que has venido de Dios como Maestro, porque nadie puede hacer las cosas que tú haces, si Dios no está con él."

En el primer estadio, que es el del testigo ocular, no hay que demostrar nada acerca del milagro, pues se lo está viendo, es decir, se está presenciando la realización de algo que es naturalmente imposible.

En el segundo estadio está el testimonio sobre el milagro para que crean, mediante él, los que no han sido testigos oculares del mismo.

Aquí lo que hay es una "demostración" en el sentido de la ciencia histórica, que todo lo conoce, finalmente, por el testimonio de algunos testigos oculares.

No es el mismo tipo de demostración, obviamente, que el de la existencia de Dios, que es metafísica, o de las verdades matemáticas, porque no produce, a diferencia de éstas, certeza metafísica, que excluye totalmente el temor de errar, sino certeza moral, que excluye el temor razonable de errar.

Por supuesto que nada de esto se puede entender desde una filosofía nominalista, pero es que precisamente por eso la Iglesia recomienda el realismo de Santo Tomás.

Saludos cordiales.
08/04/22 10:35 PM
  
Franco
Una de las cosas más interesantes que he aprendido en este blog, es que todas las falsas filosofías tienen en común alguna clase de imposibilidad de que sus defensores sean completamente coherentes con ellas. El empirismo no es la excepción, ya que, si todos fueran empiristas, la sociedad quedaría destruida. Imaginémonos que nadie tomara decisión alguna en base a una información no comprobada de forma empírica, bastando una simple duda sobre cualquier cosa para verse moralmente obligado a verificarla personalmente; porque, recordemos, el conocimiento empírico en sí mismo en imposible de transmitir, ya que ningún lenguaje ni medio puede reemplazar a la experiencia.
Y no hablo por hablar. Es un hecho que los conocimientos científicos sólo fueron comprobados por un pequeño porcentaje de la población que se dedica a ello(y de ese porcentaje sólo una fracción para cada área), mientras el resto da por hecho que tales conocimientos están comprobados. Incluso Alan menciona teorías científicas que probablemente no ha comprobado, pero que sí defiende de forma tan gratuita como niega los milagros, sólo porque confía en quienes postulan esas teorías.

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El drama del empirismo, en efecto, es que es una filosofía, lo cual lo hiere de muerte, porque una filosofía inevitablemente va más allá de lo empírico, lo cual consiste solamente en datos de los sentidos, mientras que en una filosofía hay que usar sí o sí palabras y conceptos, que son abstractos.

Saludos cordiales.
09/04/22 1:15 AM
  
Federico Ma.
Muy buen post, Néstor. Muchas gracias.

Quizá en el fondo es eso que dices: un ateísmo (o deísmo, que da igual) presupuesto, que elimina toda posibilidad del miagro.

Lo curioso es que Hume insista tanto en la constancia de las leyes naturales, que entiendo expresan relaciones de causalidad, cuando se declara al menos agnóstico respecto del principio de causalidad (de su valor ontológico).

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Sí, hay un problema ahí, cómo Hume hace compatible su "dogmatismo empírico" en el caso de los milagros con su escepticismo o agnosticismo empirista filosófico general.

Saludos cordiales.
09/04/22 2:32 AM
  
Federico Ma.
Cuando dices, hablando de los "milagros que se dan en las otras religiones", que se podrían explicar (además de como obras demoníacas) "como misteriosos designios de Dios"... ¿A qué te refieres?

Pues entiendo que no podría darse en ese caso la razón "principal" por la que Dios concede a los hombres hacer milagros: "...principaliter, ad confirmandam veritatem quam aliquis docet" (S. Th., III, q. 43, a. 1, c.).
09/04/22 2:37 AM
  
Federico Ma.
Bueno, Néstor, aquí santo Tomás dice algo de lo que decías y te preguntaba: admite la posibilidad de un presunto milagro de una virgen vestal (llevar agua en un vaso perforado sin que se derramara), para recomendar una virtud natural (habría que ver si se lo puede considerar un milagro "de la religión pagana"), a la vez que dice que puede ser obra de los demonios.

"...non est remotum quin sit in commendationem castitatis, quod Deus verus per suos Angelos bonos huiusmodi miraculum per retentionem aquae fecisset, quia si qua bona in gentilibus fuerunt, a Deo fuerunt. Si autem per Daemones factum est..." (De pot., q. 6, a. 5, ad 5).

¿Pero se aplicaría entonces la segunda finalidad por la que Dios concede a los hombres hacer milagros: "ad ostendendum praesentiam Dei in homine per gratiam Spiritus Sancti" (III, q. 43, a. 1, c.)?

Y en ese mismo texto de De pot. dice que, en el caso de ser obra de los demonios, no sería un milagro: "Nec tamen est miraculum, sicut quando fit divinitus, quia hoc secundum naturalem virtutem Daemonis contingit ad huiusmodi effectum determinatum". En este sentido, no serían "milagros" los de las otras religiones.
09/04/22 3:25 AM
  
Federico Ma.
Entonces, conforme a ese texto de De pot., ¿el acontecer algo fuera del orden de las causas materiales por obra de un demonio no sería un milagro, pero sí lo sería si eso mismo aconteciera por obra de un ángel bueno?

Vuelvo a citarlo con resaltados:
"...non est remotum quin sit in commendationem castitatis, quod Deus verus per suos Angelos bonos huiusmodi miraculum per retentionem aquae fecisset. [...] sicut Daemones possunt movere corpora localiter, ita possunt et a motu retinere. Nec tamen est miraculum, sicut quando fit divinitus, quia hoc secundum naturalem virtutem Daemonis contingit...".

Gracias, Néstor.

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Hola, Federico, respondo en este a todos los anteriores.

En ese artículo del "De Potentia" entiendo que Santo Tomás parte de la base de que sólo Dios hace milagros propiamente dichos, eso es lo que dice en la Suma Teológica. Esos milagros pueden consistir en una intervención directa de Dios, o en que Dios mueva a alguna causa segunda a actuar por encima de su capacidad natural, es decir, sobrenaturalmente. Dios puede hacer eso con los ángeles buenos, por su gracia, no lo hace, obviamente, con los ángeles malos o demonios. Éstos pueden hacer cosas que sobrepasan la capacidad natural de los cuerpos, pero lo hacen por sus propios recursos naturales de inteligencia y voluntad. Por eso no hacen milagros propiamente dichos, aunque pueden hacer cosas que resulten prodigiosas a los ojos de los hombres. Por eso, decir que algún milagro en alguna religión se puede deber a los demonios, como digo en el "post", es hablar impropiamente, tomando "milagro" solamente en el sentido de lo que, siendo prodigioso, parece milagro a nuestros ojos.

Y es que el "milagro" es, como dice Santo Tomás, algo obrado por Dios por fuera del orden natural de las cosas creadas. No por fuera del orden de la creación sin más, porque el orden natural es solamente una parte del orden total de la Creación divina, que incluye también lo sobrenatural.

Pero las operaciones de los demonios, si bien pueden resultar prodigiosas a nuestros ojos dado que son mucho más inteligentes y poderosos que nosotros, no son sobrenaturales, porque caen dentro de la capacidad natural de los demonios, y es claro que Dios no les da ningún don sobrenatural (es decir, que sobrepase las capacidades propias de la naturaleza angélica, que es la del demonio) para que actúen, como sí lo hace con los ángeles buenos, que por tanto, pueden actuar sobrenaturalmente y hacer milagros como ministros de Dios, que es siempre el autor principal de los milagros.

Porque aquello sobrenatural de lo que habla la Revelación divina es el sobrenatural absoluto, que es lo que sobrepasa la capacidad o exigencia natural de cualquier creatura, y que por tanto, sólo puede ser hecho o directamente por Dios, o por una creatura sobrenaturalmente movida por Dios.

Y no es solamente el sobrenatural relativo, que es simplemente cuando la acción de una creatura produce en otra efectos que sobrepasan la naturaleza de esta última, pero no la naturaleza de la creatura causante de ese efecto.

En ese sentido relativo, es sobrenatural un cuadro pintado por Rafael, porque supera la capacidad natural del lienzo, los pinceles y los colores.

Saludos cordiales.
09/04/22 3:48 AM
  
El gato con botas
Larguísimo artículo que no tengo tiempo de leer y menos aún de reflexionar sobre él pero en el tema de marras, yo me sujeto a un razonamiento sencillo. ¿Hay testigos de cómo estaba antes?¿ hay testigos de cómo después? ¿tiene explicación natural el asunto? Pues ya está.
Valga como ejemplo el milagro de Calanda: ¿le faltaba una pierna al maño? Sí. ¿había testigos que lo conocían sin la pierna? Sí, también. ¿Le vieron luego con la pierna todos los que antes le vieron sin ella? Claro. ¿Tiene explicación científica o natural el tema? en absoluto. Pues milagro, sin más.

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Perfecto, suponiendo que se tiene razones suficientes para abonar la credibilidad de los testigos y de su testimonio, porque también son posibles, hablando en general, los testimonios falsos, sea por voluntad de engañar o por error que padece el mismo testigo. Por eso las condiciones requeridas en todo testigo son la ciencia (que conozca aquello que testifica) y la veracidad (que diga lo que conoce y no otra cosa), y debe haber razones que den al menos certeza moral de que el testigo las posee.

Saludos cordiales.
09/04/22 3:25 PM
  
Néstor
En el caso de las vestales, si fue un milagro obrado por Dios, ciertamente que no fue para confirmar la religión pagana, sino para recomendar la virtud natural de la castidad, como dice Santo Tomás.

En ese mismo artículo del "De Potentia" se plantea la siguiente objeción: "el obrar milagros está más alejado del poder humano que del poder angélico. Pero a veces se obran milagros por medio de hombres malos, como dicen los réprobos en Mateo 7, 22: "en tu nombre profetizamos e hicimos muchos milagros". Por tanto, también los demonios pueden hacer verdaderos milagros."

Y responde: "los hombres que son de mala vida, a veces son anunciadores de la verdad, y así Dios hace milagros para testimoniar la verdad anunciada por ellos, lo que no puede decirse de los demonios".

Saludos cordiales.
09/04/22 4:20 PM
  
Federico Ma.
Gracias, Néstor.

Entonces...
1. Si los "milagros" de las otras religiones los atribuimos a los demonios, en sentido propio no serían milagros. Ergo, por este capítulo y en sentido propio, los milagros serían exclusivos de la religión verdadera.
2. Pero queda el otro sentido que mencionabas: ¿a qué te referías con los "misteriosos designios de Dios" en el marco de una religión falsa?

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Santo Tomás admite ahí la posibilidad de un auténtico milagro en una religión pagana, aunque es cierto que el ejemplo que pone no sería un auténtico milagro, pues estaría dentro de la capacidad natural de los ángeles buenos.

Por tanto, según él Dios puede hacer verdaderos milagros en otras religiones, no ciertamente para confirmar esas religiones como tales, sino para recomendar alguna virtud que se practica en ellas, o para algún otro fin que en la medida en que nosotros no lo conocemos, nos va a resultar misterioso.

Saludos cordiales.
09/04/22 10:59 PM
  
Federico Ma.
Si he entendido bien, santo Tomás dice en ese pasaje que ese hecho maravilloso del agua que no se derramaba del vaso perforado:
1. Si fue producido por los demonios, no fue un milagro, porque cae dentro de su capacidad natural.
2. Si fue producido por los ángeles buenos, sí fue un milagro. Pero también respecto de ellos, como es claro, no sobrepasa su capacidad natural. Ergo, la razón dada para lo anterior no puede ser la única que justifique que no fue un milagro. Y en el caso de los ángeles buenos se agregaría alguno otra formalidad.

En cuanto a que actuaron como "ministros de Dios", en realidad en ambos casos la potencia natural de los ángeles (buenos y malos) sería pre-movida por Dios, en cuanto autor del orden natural.

¿Quizá en el orden actual de la Providencia toda intervención "milagrosa" (en sentido amplio) de los ángeles buenos obedece a designios de orden sobrenatural? ¿Pero un ángel bueno no podría acaso haber producido tal hecho (lo del agua) conforme a su capacidad natural y únicamente pre-movido por Dios en cuanto autor del orden natural? (En ese caso no sería un milagro en sentido propio).

Volviendo. "Esos milagros pueden consistir en una intervención directa de Dios, o en que Dios mueva a alguna causa segunda a actuar por encima de su capacidad natural, es decir, sobrenaturalmente". Pero eso no se aplicaría a lo del agua, siendo los ángeles la causa del hecho: no sobrepasa su capacidad natural (toda vez que los demonios lo pueden hacer sin ninguna gracia).

Gracias.

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Es cierto, sí, ese "milagro" en particular no requiere nada más que la capacidad natural de los ángeles buenos. Pero el hecho es que Santo Tomás afirma ahí que Dios puede hacer verdaderos milagros en otras religiones, y que en ese caso, los haría mediante sus ángeles produciendo efectos que superan la capacidad natural de los mismos - o directamente, alternativa que ahí no menciona Santo Tomás, pero que parece lógico incluir.

Saludos cordiales.
09/04/22 11:17 PM
  
Padre Christian Ferraro
¡Excelente articulo, Néstor!

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Muchas gracias, Padre, y saludos cordiales.
10/04/22 6:33 AM
  
Gonzalo
Muy interesante artículo, y muy interesantes comentarios. Resalto especialmente que vayas, Néstor, a las palabras originales de Tomás de Aquino en Ia, q. 105, a. 7, c., que me permito repetir: “… se llaman milagros aquellas cosas que son hechas por Dios fuera del orden de las causas conocidas para nosotros.” Y apostillas: "Santo Tomás no habla de una violación del orden natural, sino de algo que sucede por fuera de ese orden natural."

Me parece especialmente importante insistir en esta idea, porque la noción de milagro que predomina en nuestra cultura, incluyendo a los cristianos, no es esta idea, sino la versión humeana de milagro como "contradicción" a las leyes naturales. Esto hace que los cristianos poco formados sean especialmente susceptibles de sucumbir frente a la crítica humeana y semejantes.

También destaco el comentario de FSolano: "es el curso ordinario, natural de las cosas, y no los milagros, el que provee evidencia más directa de la existencia de Dios de su acción como primera causa".

Me gusta también tu respuesta (Dios no puede "interferir" en su Creación más de lo que el dueño de un automóvil puede robarlo.), que de modo muy gráfico resume la idea para los que no se animan a lidiar con los razonamientos más elaborados.

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Muchas gracias. Efectivamente, con esa inapropiada definición de "milagro" se le está ofreciendo a la crítica de Hume un flanco que no es necesario ofrecer.

Saludos cordiales.
10/04/22 6:04 PM
  
Pablo
La brillante clave de su argumento es que el milagro pertenece al mundo sobrenatural aunque obre en el natural y por ello no es una excepción a las leyes naturales sino un hecho sobrenatural.

Es evidente que para quién niega la existencia del mundo sobrenatural ya está todo dicho.

El Milagro por excelencia y piedra angular del Cristianismo es la Resurrección. Únicamente contamos con pruebas testificales y además de discípulos de Cristo sobre que Él después de estar muerto y sepultado volvió a la vida.

Entonces ¿por qué tenemos certeza de Su Resurrección? Y además sabiendo que las pruebas testificales son las menos valoradas siempre.

Pues porque nadie da su vida por una mentira, falacia o invención. Y todos los mártires que testificaron sobre la Resurrección repetían: No me creeis pero yo le toqué, hablé con Él, Él compartió comida y bebida conmigo. Él está vivo.Yo le he visto. No me lo han contado.

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Es que dos testimonios con el mismo contenido pueden tener un valor muy diferente según las circunstancias en que se realizan, concretamente, si son beneficiosos o perjudiciales o indiferentes para los testigos. Los Apóstoles tenían bien claro, por lo que había sucedido con su Maestro, que si testificaban su Resurrección de entre los muertos iban a ser perseguidos por el Sanhedrín incluso hasta la muerte, como de hecho sucedió con muchos de ellos. Hay que leer los Hechos de los Apóstoles. De hecho, hasta que desciende sobre ellos el Espíritu Santo en Pentecostés están "encerrados por miedo a los judíos", y luego del anuncio de Cristo Resucitado tenemos a San Esteban, el primer mártir. No era ninguna clase de negocio en ese momento en Jerusalén ponerse a predicar que Jesús es el Mesías esperado por los judíos. La frase de San Pedro en Pentecostés lo dice todo: "Sepa pues con certeza toda la casa de Israel, que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús, a quien ustedes han crucificado". Sin duda, para decir eso en ese momento en Jerusalén, a pocas semanas de la crucifixión de Jesús, y sabiendo que iba a llegar inmediatamente a oídos de las autoridades judías, hay que haber recibido primero el don del Espíritu Santo.

Saludos cordiales.
10/04/22 7:47 PM
  
Federico Ma.
También son palabras "originales" de santo Tomás:

"Unde et Augustinus dicit, XXVI contra Faustum, quod Deus contra solitum cursum naturae facit" (I, q. 105, a. 6, c.).

"...et sic [Deus] potest aliquid facere contra communem et solitum cursum naturae" (De pot., q. 6, a. 1, c.).

"Cursus autem naturae est secundum ordinem unius creaturae ad aliam, et ideo contra cursum naturae Deus facere potest" (ibid., ad 3).

De modo que lo de "contradicción" se puede entender rectamente: "contra el curso común y acostumbrado de la naturaleza". E incluso, en cierto sentido (no simpliciter), "contra la naturaleza" misma (ibid., ad 1).

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Me parece que hay que distinguir entre el suceso en sí mismo considerado y la causa del suceso. Por ejemplo, la resurrección de un muerto. Mirando solamente al suceso, es contra las leyes naturales. Mirando su causa, no lo es, porque esa Causa es justamente aquella que hace que no se cumpla la condición de fondo para la vigencia de toda ley natural: que no intervenga sobrenaturalmente la Causa Primera.

El problema con la definición de "milagro" de Hume es que se enfoca solamente en el primer punto de vista e ignora el segundo.

Saludos cordiales.
11/04/22 4:10 AM
  
JSP
1. La Ciencia es un modo de conocer del hombre muy restringido.
2. La Ciencia no puede decir nada acerca del pensamiento humano ni de la libertad humana.
3. Si veo a un hombre torturado según los cánones de tortura romano como pena de algún delito y luego lo veo crucificado hasta la muerte. Si luego lo veo vivo es porque ha resucitado y aunque el entendimiento humano no alcance a entenderlo la razón se adapta a la realidad del hecho histórico.
12/04/22 9:14 PM
  
Jordi
Una manera de razonar muy extraña la de Hume... Se entiende mejor si hubiera dicho:

- "establezco el dogma de que el milagro divino nunca jamás existe ni que me presenten pruebas, pues todo tiene explicación científica".

Así directo se comprende, pero todas estas premisas son nada: si hay una radiografía del 23.4.22 con una pierna amputada y otra del 24.4.22 con la pierna completa, es que ha habido un milagro, como le pasó al cojo de Calanda, y nada más... Demuestra que Dios pasó... Otra cosa es que te moleste y no puedas cancelar el milagro...

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Es clara la parcialidad de Hume en el tema, y eso hace algo contradictorio su planteo, como si por un lado dijese que en este tema hay que ser muy riguroso y por otro lado tomase a broma toda narración de un hecho milagroso sin mayor examen.

Saludos cordiales.
18/04/22 8:12 PM
  
Alan
"si hay una radiografía del 23.4.22 con una pierna amputada y otra del 24.4.22 con la pierna completa, es que ha habido un milagro, como le pasó al cojo de Calanda, y nada más... Demuestra que Dios pasó... "

Siguen confundiendo sus deseos con la realidad. ¿De que radiografia habla? aunque la hubiera, que no es el caso, priemro habria que demostrar de forma inapelable y mas alla de cualquier posibilidad de manipulacion, que ambas radiografias pertenecen a la misma persona y que el miembro que estaba amputado ha aparecido sin ninguna intervencion explicable por medios cientificos o naturales. Una vez cumplido eso, se podra hablar de milagro, los que creen en ellos, o se guardara un prudente silencio hasta disponer, en algun momento, de alguna explicacion que encaje en lo que conocemos.
En el caso del tal Pellicer, no es que no haya radiografia, obviamente imposible para su epoca, es que, como en la totalidad de los "milagros" solo se cuenta con testimonios, no contrastables dado que no queda nadie vivo de ese tiempo, y documentos que podrian decir lo que dicen o cualquier otra cosa, sin posibilidad de verificar ninguna de ellas.
Al final es lo de siempre, al que quiere creer, le basta cualquier cosa por insignificante que sea como "prueba"; al esceptico, los testimonios, los escritos y la fe de uno o de un millon, no le sirven como prueba de lo extraordinario, de lo sobrenatural.

"Si veo a un hombre torturado según los cánones de tortura romano como pena de algún delito y luego lo veo crucificado hasta la muerte. Si luego lo veo vivo es porque ha resucitado y aunque el entendimiento humano no alcance a entenderlo la razón se adapta a la realidad del hecho histórico."

Lo mismo vale para su ejemplo, usted no ha visto nada de eso, y aunque lo hubiera visto y creamos en su palabra, se deberia descartar sin dejar duda que no le han engañado los sentidos, que no ha sido victima de un fraude, que no sabe explicar lo que vio por falta de conocimientos...etc, etc. Si resulta que es mas extraordinario que se de una de esas posibilidades, que el que un cadaver de tres dias vuelva a la vida, entonces, y solo entonces, se podra establecer como hipotesis de trabajo provisional, que podriamos estar ante un hecho sobrenatural y estudiar si puede haber alguna explicacion natural alternativa.

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No es así. Tenemos certeza de algunas leyes naturales, y por tanto, si sucede algo que es lo contrario de lo que sucedería según esas leyes, ya no tenemos lugar a esperar una explicación natural, porque no tenemos lugar a esperar que la naturaleza se contradiga a sí misma.

Fuera, digo, de la explicación natural que consiste en que el testigo miente, o lo engañaron, o está loco. O sea, que no tiene ciencia y veracidad juntamente, que son las condiciones necesarias y suficientes para que un testigo sea creíble.

Pero para ver si el testigo tiene ciencia y veracidad, no nos tenemos que fijar en lo improbable o no del hecho milagroso, porque para nosotros, que no lo vimos, la probabilidad de que el milagro haya ocurrido y la probabilidad de que el testigo tenga ciencia y veracidad son la misma cosa, de modo que salvo que neguemos “a priori” la primera, lo único que nos corresponde hacer es evaluar la segunda.

Lo que tenemos que hacer entonces es evaluar si hay razones suficientes para pensar que el testigo tiene ciencia y veracidad, mirando a las circunstancias del testimonio mismo: si pudo ser testigo ocular, si hay algún rastro de manipulación de parte suya o de otros, si se beneficia o se perjudica por el testimonio, o ninguna de las dos cosas, si da señales suficientes de salud mental, si se lo conoce usualmente como una persona recta o es el mentiroso del pueblo, si es él solo o hay además otros testimonios independientes del suyo y entre sí, etc.

Salvo que cometamos el error que comete Hume, y que para eso escribí el “post”, de pensar que el milagro, siendo que es lo contrario de lo que sucedería si sólo obrasen las leyes naturales, es además contrario a las leyes naturales, que no es lo mismo, porque si la causa del milagro es sobrenatural, como explico en el “post”, entonces el milagro en realidad no se opone a las leyes naturales, porque cae fuera de su jurisdicción.

Sólo en esa hipótesis errada de Hume tendría sentido plantear una competencia entre la improbabilidad del milagro y la improbabilidad de que el testimonio sobre el milagro sea falso. En realidad, a la luz de esa hipótesis el milagro es simplemente imposible "a priori", porque las leyes naturales no admiten excepción, y punto, y eso parece que es en el fondo lo que pensaba Hume, cuando en realidad, a la luz de las leyes naturales el milagro no es ni probable ni improbable, porque por ser sobrenatural, precisamente, no va contra esas leyes.

El hecho es que el testigo afirma algo que de haber ocurrido, sería ciertamente sobrenatural, porque lo contrario implicaría una contradicción de la naturaleza consigo misma, ya que si el hecho no fuese sobrenatural, precisamente, iría en contra de las leyes naturales, las cuales sin embargo no admiten excepción en su terreno propio.

Así que al final, Hume toma como argumento a favor suyo lo que en realidad es un argumento a favor de la sobrenaturalidad del milagro. Las leyes naturales no admiten excepción. Por tanto, dice él, tal cosa no puede haber sucedido. Lo correcto es decir que por tanto, si tal cosa ha sucedido, tratándose de que en este caso es obvio que no es eso lo que sucede naturalmente, entonces ha sucedido sobrenaturalmente, y por eso es importante ver qué motivos hay para afirmar o negar la ciencia y veracidad del testigo o los testigos.

Cosa que Hume no hace justamente cuando la cosa se pone interesante, por ejemplo, en el milagro de Calanda, que es justamente uno de los que él cita como apoyados por un testimonio de altísima calidad. Ahí está la incongruencia de Hume, de hacer eso en la parte del ensayo en la que supuestamente está demostrando la baja calidad y por tanto poca credibilidad del testimonio religioso a favor del milagro.

No, en este caso, la muy sólida calidad del testimonio no le importa nada, y despacha todo el asunto recurriendo nada menos que al arbitraje de un pillo redomado como era el Cardenal de Retz, al que no lo imagino deseando fervientemente que la fe y la moral cristianas y católicas sean verdaderas, y al argumento, supuestamente común a ambos, basado en el falso supuesto de que el milagro es una violación de las leyes naturales.

Y eso después de que Hume ha insistido sobre la irreprochabilidad moral que hay que exigir a los que testifican un milagro, en un tono que no exige ningún esfuerzo de nuestra parte para recordar a Caifás y sus compañeros.

Saludos cordiales.
21/04/22 2:19 PM

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