La Trinidad, la Omnipotencia y la Libertad sin el Ser
Aprovechando la fiesta de la Santísima Trinidad publico estas reflexiones.
Dice Walter Kasper en su libro “El Dios de Jesucristo”:
“Al igual que en los salmos de lamentación, muchos se preguntan: ¿por qué el sufrimiento de los inocentes? Si Dios es omnipotente y bondadoso, ¿cómo puede permitir todo eso? ¿Por qué no interviene? Tampoco la doctrina de la Trinidad puede responder fácilmente a estas preguntas, pero sí que puede arrojar algo de luz en la oscuridad y ayudar a soportarla. Puede mostrar que el amor siempre implica renuncia. Por eso, el amor y el sufrimiento, más aún, el amor y la muerte forman una unidad, como siempre ha sabido la gran literatura. Por lo que respecta a la vida intratrinitaria, esto significa que las personas divinas –cada una de las cuales es infinita– deben dejarse espacio unas a otras por amor. El amor trinitario tiene, por consiguiente, naturaleza kenótica; y cabalmente en este modo kenótico de existencia es Dios él mismo como amor. Desde semejante concepción kenótica de la Trinidad resulta comprensible la cruz como revelación suma del amor de Dios. La concepción kenótica de la Trinidad le permite en cierto modo a Dios identificarse en la cruz con lo más ajeno a él, con el pecador que ha merecido la muerte, e ingresar en lo contrario de su ser, en la noche de la muerte.” (pp. 23 – 24)
“La teología de los siglos XIX y XX es el ambicioso intento de reinterpretar el concepto de Dios y su inmutabilidad desde esta confesión o, más exactamente, desde la cruz de Jesús, a fin de volver a poner así de relieve la concepción bíblica del Dios de la historia. (…) La encarnación de Dios alcanza en la cruz su meta de sentido. De ahí que todo el acontecimiento Cristo deba ser entendido desde la cruz. En la cruz acontece en su radicalidad última el amor autoenajenante de Dios. La cruz es lo más extremo a lo que puede llegar Dios en ese amor en el que se da a sí mismo como don; es el «id quo maius cogitari nequit» (aquello mayor que lo cual nada puede ser concebido), la ya insuperable autodefinición de Dios. Por eso, esta autoenajenación no es una autorrenuncia ni una autodesdivinización de Dios. El amor de Dios revelado en la cruz es más bien expresión de la incondicional fidelidad de Dios a su promesa. Del Dios vivo de la historia hay que afirmar que, justo en cuanto Dios de la historia, se mantiene fiel a sí mismo y no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13). De ahí que la cruz no sea una desdivinización de Dios, sino una revelación del Dios divino. Cabalmente en la insondabilidad de su dadivoso amor se pone de manifiesto que él es Dios, no hombre (cf. Os 11,9) De ese modo, para la Biblia, la revelación de la omnipotencia divina y la revelación del amor divino no se contraponen. Dios no necesita despojarse de su omnipotencia para revelar su amor. Al contrario, hace falta omnipotencia para poder entregarse y regalarse a sí mismo, así como para retirarse al donar y respetar la independencia y la libertad del receptor. «Por eso, la omnipotencia de Dios es su bondad. Pues la bondad consiste en dar por entero, pero de modo tal que uno, retirándose poco a poco, haga independiente al receptor…. Lo incomprensible es que la omnipotencia puede producir no solo lo más imponente: la totalidad visible del mundo, sino lo más frágil: un ser independiente de la omnipotencia». Con ello hemos llegado al punto decisivo: la autoenajenación de Dios, su impotencia y su sufrimiento no son expresión de deficiencia, como en los seres finitos, ni tampoco de una necesidad fatal. Si Dios sufre, lo hace de modo divino, y esto significa que su sufrimiento es expresión de su libertad; a Dios no le afecta el sufrimiento, sino que se deja afectar por él. A diferencia de la criatura, no sufre por deficiencia de ser, sino por amor y a causa de su amor, que es la sobreabundancia de su ser. Atribuir a Dios devenir, sufrimiento y movimiento no significa, pues, convertirlo en un Dios en devenir que solo a través de este alcanza la plenitud de su ser: semejante tránsito de la potencia al ser queda excluido en el caso de Dios. Atribuir a Dios devenir, movimiento y sufrimiento supone concebir a Dios como plenitud de ser, pura actualidad, sobreabundancia de vida y de amor. Porque es la omnipotencia del amor, Dios puede permitirse, por así decir, la impotencia del amor; está en condiciones de exponerse al sufrimiento y a la muerte sin sucumbir en ellos. Solo así puede redimir nuestra muerte mediante su propia muerte.”
(KASPER, Walter, El Dios de Jesucristo, pp. 276 – 277)
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El argumento de Kasper:
1) Kasper entiende la Trinidad como una especie de autonegación de Dios que da lugar al Hijo y al Espíritu Santo, y hace coincidir esa autonegación con el amor divino: el darse a otro implicaría siempre y necesariamente un negarse a sí mismo. Por eso ve en la Cruz la máxima expresión del misterio trinitario mismo.
2) La pura Perfección de Dios, entonces, al ser trinitaria, incluye la autonegación. Por tanto, para Dios negarse, limitarse, cambiar, sufrir, morir, ser impotente, no es un defecto, sino la máxima plenitud.
3) Por eso mismo, la Omnipotencia en Dios incluye la posibilidad de volverse voluntariamente impotente, haciendo que la creatura se independice del Creador.
4) El cambio y el sufrimiento en Dios, por tanto, no son en Él una imperfección, porque no los sufre pasivamente, sino que los asume libremente.
Se ha de notar ante todo que en todo esto Kasper no está hablando de Nuestro Señor Jesucristo solamente según su naturaleza humana, como haría la teología tradicional al hablar del sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios, sino que está hablando de Dios mismo según su naturaleza divina, retomando así el discurso de la teología “kenótica”.
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Es clara la raíz hegeliana de esa introducción del concepto de “negación” en el misterio trinitario. En su forma más clara y burda, el Hijo sería la negación o antítesis del Padre, y el Espíritu Santo, la negación del Padre y el Hijo.
Y el mundo, la negación de Dios Trinidad.
La raíz de todo el argumento parece ser la idea de que el amor implica siempre la negación de sí mismo.
Pero eso no se desprende de la tradicional definición del amor tal como la expresa Santo Tomás de Aquino: “querer el bien del otro”.
Querer el bien del otro no implica necesariamente no querer el propio bien o querer ser privado del mismo.
Kasper dice que el amor implica siempre renuncia. Eso se entiende en un ente finito, que, o bien tiene malas inclinaciones a las que debe renunciar para poder amar rectamente, o bien, tiene inclinaciones legítimas hacia bienes también finitos que son incompatibles con el bien de otro ente finito, o con la vocación concreta que tiene de servir a Dios, Bien Infinito.
Pero nada de eso se da ni puede darse en Dios. El único Bien que Dios ama necesariamente es Él mismo, Bien Subsistente, al cual no puede renunciar bajo ningún concepto, y por lo que toca al Amor intratrinitario, no hay en él renuncia alguna.
En efecto, el Padre no pierde la Naturaleza divina por el hecho de comunicársela toda entera y completa al Hijo. Porque ambos se identifican realmente por lo que toca a esa Naturaleza o Esencia divina, y se distinguen realmente entre sí solamente por lo que tiene que ver con la relación de origen bajo la cual la poseen: el Padre como Quien la comunica al Hijo, el Hijo como Quien la recibe del Padre.
Y lo mismo hay que decir del Padre y el Hijo, como Quienes comunican la naturaleza divina al Espíritu Santo, y del Espíritu Santo, como Quien la recibe de ellos.
Usando la metáfora de Kasper, las Personas divinas no tienen que “hacerse lugar” unas a otras, porque todas ocupan el mismo lugar que es la Naturaleza o Esencia divina, distinguiéndose entre sí solamente por la relación de origen bajo la cual lo ocupan.
En cuanto a los bienes finitos, Dios los ama con total libertad, pudiendo perfectamente no amarlos, y no puede haber nada que lo ponga en situación de “renunciar” a ellos, pues ante todo, ninguno de ellos significa para Dios una ganancia, ni la carencia de ellos significaría para Él una pérdida.
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En Dios no hay negatividad alguna, ni carencia, ni renuncia, ni sufrimiento, ni muerte, ni enajenación. Dios es Puro Ser, pura Luz, pura Positividad.
El único “no ser” que hay en Dios es puramente relativo, es la oposición entre las relaciones de origen, que fundamenta la distinción real entre ellas. En Dios, la Paternidad, o sea, el Padre, no es la Filiación, o sea, el Hijo, porque la segunda es el término al que tiende la primera, y la primera el término al que tiende la segunda.
La Filiación no es la Paternidad, pero eso no se debe a algo que le falte a la Filiación, sino a su ser relativo mismo, porque lo esencial de la relación es “ser a otro”, y el “otro” de la Filiación es, obviamente, la Paternidad.
Es el ser de la relación, no su no ser, lo que la distingue realmente de su término.
Y lo mismo con las otras dos relaciones divinas subsistentes, la paternidad y la espiración pasiva o procesión.
Dice en efecto Santo Tomás de Aquino en De Potentia, q. 7 a. 8 ad 4 (traducción nuestra):
“Al cuarto argumento hay que responder que la oposición de relación difiere en dos cosas de las otras oposiciones, de las cuales la primera es que en las otras oposiciones se dice que uno se opone a otro en cuanto que lo remueve: pues la negación remueve la afirmación, y según esto, se le opone; ahora bien, la oposición de privación, de hábito y de contrariedad incluye la oposición de contradicción, como dice en el libro IV de la Metafísica. Pero no es así en los relativos. Pues el padre no se opone al hijo porque lo remueva, sino por su ordenación a él. Y de aquí se sigue la segunda diferencia, porque en los otros opuestos siempre uno de ellos es imperfecto; lo cual sucede por razón de la negación que se incluye en la privación y otros contrarios. Esto no sucede en los relativos, sino que cada uno de ellos puede considerarse perfecto, como se ve sobre todo en las relaciones de origen, como la igualdad, la similitud, el padre y el hijo. Y así la [oposición de] relación puede atribuirse a Dios con mayor razón que otras oposiciones. Pues por razón de la primera diferencia puede afirmarse una oposición relativa entre la creatura y Dios, pero no otra oposición, porque de Dios es más propiamente la posición de las creaturas que su remoción; pero sí hay alguna relación de las creaturas a Dios. Por razón de la segunda diferencia hay oposición relativa en las mismas Personas divinas (en las cuales no puede haber nada imperfecto), y no otra, como se verá más adelante.”
Las mismas Relaciones divinas subsistentes se identifican con la Esencia divina absolutamente Perfecta e Infinita, de modo que en ellas no hay nada de imperfecto ni de limitado.
De ahí se sigue que en la Paternidad, por ejemplo, no hay ninguna perfección que no esté en la Filiación, y viceversa.
Y que por tanto, el orden del Padre al Hijo y el orden del Hijo al Padre, lo que se denomina el “esse ad” de la relación, siendo real, no agrega perfección alguna a la Divinidad, como enseñan muchos de los tomistas, radicando toda la perfección de las Relaciones divinas subsistentes en su “esse in”, que en las relaciones creadas es la inherencia propia del accidente metafísico, y que en las Relaciones divinas se identifica realmente con la Esencia divina.
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Por lo mismo, el Hijo no procede del Padre por autonegación del Padre, sino por generación, que es la comunicación de la naturaleza divina al Hijo, de la cual el Padre mismo no se despoja al comunicarla.
Esa comunicación hace surgir necesariamente relaciones opuestas entre el Padre y el Hijo, las relaciones de Paternidad y Filiación, que son opuestas porque necesariamente lo que es término para una es sujeto para la otra, y viceversa, de modo que deben distinguirse realmente entre sí.
Y que al distinguirse realmente entre sí, precisa y solamente en tanto que relaciones opuestas, no se distinguen tampoco realmente de la misma y única Esencia divina.
Pero dada la unicidad de la Naturaleza divina, que es lo que el Padre comunica al Hijo, esa distinción real entre las relaciones de Paternidad y Filiación no puede ser una distinción real entre sujetos sustanciales de esas relaciones que fuesen distintos de ellas mismas, por lo que en Dios las Personas divinas se identifican realmente con esas relaciones de origen, así como con la única Naturaleza divina, quedando la distinción real entre las tres Personas divinas solamente en el plano de las relaciones.
Por eso se ve también que para Dios engendrar al Hijo no es privarse de la Naturaleza divina, pues la Naturaleza divina que está en el Hijo no es numéricamente distinta de la Naturaleza divina que está en el Padre, quedando la distinción real entre el Padre y el Hijo solamente en las relaciones de origen bajo las cuales cada uno de ellos posee la única Naturaleza divina.
No puede hablarse, entonces, de una autonegación de Dios o de un autoenajenamiento de Dios al engendrar al Hijo.
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Es posible que lo que esté faltando aquí sea la distinción entre Naturaleza divina y Personas divinas, y entre la Sustancia divina y las Relaciones divinas.
En efecto, sin esa distinción, la Trinidad sólo puede pensarse contradictoriamente, o bien como triteísmo, que es contradictorio con la noción misma de Dios como Absoluto y por tanto, Único, y o bien como identidad contradictoria de lo realmente distinto, sin más, al modo hegeliano.
Faltando la distinción entre Persona – Relación y Naturaleza divina, es lógico pensar que la distinción real entre las Personas divinas se da en el plano de lo absoluto, de la Esencia divina misma, de modo que la identidad real con lo realmente distinto, sin más, sea efectivamente una negación de sí mismo.
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Por eso no alcanza, en teología trinitaria, con decir que Dios es Amor y que el Amor, siendo necesariamente dialogal, implica pluralidad de personas, según el esquema clásico del amante, el amado, y el amor.
Dice Kasper:
“Partiendo de la autocomunicación de Dios se puede, en segundo lugar, aminorar el problema de la unidad y la trinidad en Dios. Salta a la vista que este problema no es una cuestión numérica ni tampoco comporta una suerte de matemática superior. Esta relación puede entenderse desde la esencia del amor. Pues el amor quiere ser uno con el otro, sin fundirse con él ni absorberlo. El amor implica una unión que salvaguarda tanto la propia identidad como la identidad del otro, llevando precisamente de este modo a ambas a su realización última. El amor significa unidad acompañada del reconocimiento de la alteridad del otro. Así, la unidad trinitaria incluye autodiferenciación.” (p. 23).
Pero se supone que ese amor se da también entre las creaturas racionales, entre las cuales sin embargo no se la unicidad de la naturaleza o esencia, que se da en Dios.
En las creaturas racionales tenemos la unidad y la autodiferenciación propias del amor sin que tengamos por eso el misterio de Unidad y Trinidad que hay, según nuestra fe, en Dios.
Por el contrario, siempre que a nivel creado se dé ese amor, va a haber una pluralidad de sustancias en juego: justamente lo que no puede haber en Dios.
Con esto entonces no se “aminora” el problema de la Unidad y la Trinidad en Dios, porque ni siquiera se lo aborda.
No es cuestión, entonces, de hacer afirmaciones despectivas sobre las “cuestiones numéricas” y la “matemática superior”, sino de abordar de frente el verdadero problema, que sí es un problema de unidad y pluralidad, y que sólo puede resolverse por la tradicional distinción entre la Esencia divina y las Relaciones divinas, identificadas estas últimas con las Personas divinas, distintas realmente entre sí en tanto que relaciones opuestas, e identificadas realmente con la única Esencia divina.
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Hay que notar también que cuando Kasper dice que la Omnipotencia divina no se opone al Amor divino, cosa que en sí misma es totalmente verdadera, lo entiende sin embargo en el sentido de que como Dios es Amor, y el amor es autonegación, la Omnipotencia entonces es la capacidad de volverse impotente, y de hacer a la creatura independiente de Dios mismo, de modo que el “amor” divino sea la capacidad de dejar a la creatura entregada a su propia autonomía.
Parece que Kasper no pudiese entender el punto verdaderamente clave de la relación entre el Creador y la creatura: que ésta se afirma más a sí misma y adquiere más consistencia y valor cuanto más depende del Creador, y no cuando (por imposible, salvo en el caso del pecado) se hace “independiente” de Dios.
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Por otra parte, el presupuesto de las afirmaciones que hace Kasper sobre la Omnipotencia divina y el cambio y sufrimiento en Dios es la idea de Dios como “Libertad absoluta”:
“Además, la cuestión «fe y razón», en polémica con la secularización y el ateísmo modernos, representaba el gran desafío. Por eso, la confrontación con estas corrientes ocupa bastante espacio en El Dios de Jesucristo. A tal fin era necesario asumir constructivamente los planteamientos de la filosofía moderna de la libertad. Así, se intentó definir, en el horizonte de la filosofía moderna de la libertad, la esencia de Dios no como ser absoluto, sino como la libertad absoluta que todo lo determina.” (p. 14).
“A este nuevo comienzo teológico trató de contribuir también, a su manera, El Dios de Jesucristo. Esto lo hace en el marco de una concepción global que intenta pensar la definición teológica de Dios en el horizonte del pensamiento moderno como libertad personal absoluta y omnideterminante.” (p. 21 – 22)
A partir de ahí se entiende que Dios sea Omnipotente o no a voluntad, que la creatura dependa de Dios o no según lo que Dios libremente quiera, y que el hecho de que Dios cambie o no cambie dependa de la misma libre Voluntad divina, de modo que tanto su cambio como su inmutabilidad fuesen igualmente expresión de su Omnipotencia.
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El problema es que la idea misma de una “libertad absoluta” es contradictoria e implica renunciar a la razón.
En efecto, una libertad absoluta debería ante todo ser libre de existir o no existir. Es decir, debería poder elegir entre existir o no existir. Pero eso es imposible, porque toda elección supone la existencia: para elegir, hay que existir, ya previamente.
También una libertad absoluta debería ser libre de ser libre o no ser libre, es decir, debería poder elegir entre poder elegir y no poder elegir. Lo cual es obviamente imposible, porque para elegir hay que ya, previamente, poder elegir.
Un Dios dotado de libertad absoluta debería poder elegir entre existir o no, ser libre o no, ser Dios o no, ser Santo o no, ser Amor o no, etc. Y entonces, un tal “dios” podría no existir, no ser libre, no ser Dios, no ser Santo, no ser Amor, y por tanto, podría ser limitado y malo. Obviamente que eso no es Dios.
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Es contradictorio, obviamente, decir que Dios deja de ser Omnipotente en virtud de su misma Omnipotencia, o que se hace impotente en virtud de su Omnipotencia. Es lo mismo que decir que Dios no es potente porque es Omnipotente.
Por supuesto que Dios puede renunciar a defenderse y entregarse en manos de sus enemigos, pero eso no es hacerse impotente, porque Dios no pierde por ello la capacidad de vencerlos a todos y de liberarse de todos, sino que simplemente decide no ejercerla, no utilizarla. Y la impotencia no es no ejercer el poder, sino carecer de él.
Cfr. Mt. 26, 53: “¿O piensas que no puedo rogar a mi Padre, y Él pondría a mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles?”
Es contradictoria también la idea de que Dios hace que la creatura no dependa de Él. Porque en la medida en que eso es algo que Dios hace, en esa misma medida la creatura depende de que Dios lo haga. O sea que la creatura es independiente de Dios porque depende de Él, lo cual es absurdo.
En la misma línea de razonamiento, un tal “dios” sería tan “omnipotente” que podría hacer que el mundo siguiese existiendo una vez que el mismo “dios” hubiese dejado de existir. Y ahí tenemos otra contradicción: un mundo que existe independientemente de Dios porque depende de Dios, que desde la nada sigue haciéndolo existir.
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Kasper cree que puede afirmar el cambio en Dios con sólo aclarar que ese cambio en Dios es voluntario y no involuntario, es libremente asumido y no impuesto, es activo y no es pasivo, negando que en Dios el cambio sea un pasaje de potencia a acto.
Pero es que no hay otro cambio fuera del que es pasaje de potencia a acto. Cambiar es comenzar a ser lo que antes no se era, pero se podía ser, de lo contrario el cambio no habría podido darse. O sea, pasar de potencia a acto.
Por tanto, nada importa si ese pasaje de potencia a acto es voluntario o no, es libremente asumido o no, en todo caso, es un aumento de perfección y actualidad, es adquirir algo que antes no se tenía. Porque ser actualmente es más que meramente poder ser.
Incluso si el cambio consiste en una destrucción, es porque se ha actualizado alguna otra perfección, incompatible con la primera, que por tanto, al actualizarse la destruye, como cuando en una hoja de papel se actualiza el fuego.
Y es absurdo hablar de un aumento de perfección y actualidad en Dios. Dios no puede mejorar, porque es por definición lo absolutamente Mejor. No puede ganar ninguna bondad ni aumentar en ella, porque es el Bien mismo Subsistente. Y por la misma razón tampoco puede perder nada, porque sería menos perfecto, si así fuese, que el Bien mismo que no pudiese tampoco perder nada de su Bondad.
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La misma fidelidad de Dios a sus promesas depende de la Inmutabilidad divina, es decir, que Dios no puede cambiar.
De lo contrario, podría perfectamente haber cambiado de opinión entre el tiempo de los Apóstoles y el día de hoy.
Recordar que Dios no tiene a nadie por encima de Él a quien dar cuentas de lo que hace o ante quien ser responsable.
Y en cuanto a ser fiel a Sí mismo, el hecho es que estamos en la hipótesis, precisamente, de que el “Sí mismo” del presente no es en todo el mismo que el que hizo las promesas en el pasado (es claro que si hay cambio en Dios, también hay para Él pasado y futuro, porque hay antes y después, sucesión de estados)
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Kasper incluso contradice su tesis de la “libertad absoluta” divina al hablar de la fidelidad divina, porque dice que:
“Del Dios vivo de la historia hay que afirmar que, justo en cuanto Dios de la historia, se mantiene fiel a sí mismo y no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tim 2,13).” (p. 277)
Sin duda que Dios es fiel a sí mismo y que no puede negarse a Sí mismo, y que la cita que pone Kasper nos da un precioso testimonio acerca de Dios, pero todo eso es precisamente porque Dios es Inmutable, no puede cambiar.
Ahora bien, si Dios “no puede” negarse a Sí mismo ¿en qué queda la “libertad absoluta” que Kasper atribuye a Dios?
Si se sustituye el ser por la libertad, entonces efectivamente la libertad es radical, es el constitutivo último de la realidad, ante todo, de la realidad de Dios, y entonces ¿qué cosa sería aquella que Dios “no puede” o que “no puede” darse en Dios?
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Dice también Kasper:
“Por consiguiente, Dios es –en su esencia– el Santo, en cuya fidelidad se puede confiar incondicionalmente;” (p. 25) “El amor de Dios revelado en la cruz es más bien expresión de la incondicional fidelidad de Dios a su promesa.” (p. 276 – 277)
Cierto, pero eso es así porque Dios es Inmutable, no puede cambiar. De lo contrario, si habría una condición de por medio: que Dios no hubiese cambiado tanto que ahora la fidelidad a la promesa antes dada le pudiese parecer inconveniente.
Y no sirve, si se mantiene la mutabilidad divina, replicar que Dios ha hecho el solemne compromiso voluntario de no abandonar nunca esta Voluntad suya de salvarnos, porque ahí se querría apuntalar un acto de la voluntad libre y por hipótesis capaz de cambiar, con otro acto de la voluntad libre y por hipótesis capaz de cambiar, y se seguiría en el mismo problema.
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No vale decir, en efecto, que lo que antes se decía mediante la “inmutabilidad” divina, hoy se dice mediante la “fidelidad” divina.
No es lo mismo, porque la fidelidad depende de una voluntad libre, de modo que, si miramos solamente al concepto de “voluntad libre”, puede por definición querer otra cosa distinta de la que quiere, y entonces, podría dejar de querer ser fiel.
Es claro que en Dios eso no sucede, pero precisamente, porque en Dios no depende todo en última instancia de la libre Voluntad divina, o sea, precisamente porque Dios no es “libertad absoluta”.
O sea, porque Dios es Inmutable, y eso lo es por Naturaleza, no por una libre decisión suya, cosa que además sería contradictoria, porque un ser mudable no podría darse a sí mismo la inmutabilidad, y un ser inmutable no necesita dársela a sí mismo.
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Frente a argumentos de este tipo la respuesta de Kasper es típica (habla del teólogo alemán H. Shell, que al parecer llegó a sostener que Dios es tan libre que se crea a Sí mismo, es “causa sui”):
“Estas objeciones son irrefutables sobre la base de la metafísica clásica. Pero con ello no hacen justicia a la intención de Schell, que, a pesar de sus no del todo afortunadas formulaciones, es legítima; pues lo que persigue es superar, sobre la base del pensamiento moderno, una concepción objetivo-sustancialista del ser y pensar a Dios, de hecho, como ser, como libertad y vida. De esta suerte, Schell se aproxima no solo al enfoque intelectual moderno, sino también a la comprensión bíblica de Dios bastante más que sus adversarios neoescolásticos, quienes en 1898 consiguieron que fuera incluido en el Índice, impidiendo así, en perjuicio de la fe cristiana, que los planteamientos de Schell contribuyeran a una nueva síntesis de fe y saber en consonancia con la situación intelectual de la Modernidad.” (p. 230)
Pero, que una cosa o existe o no existe ¿es “metafísica clásica”? El principio de no contradicción ¿es “metafísica clásica”? Que una libertad absoluta debería darse a sí misma la existencia y el ser libertad, y que eso es imposible porque entonces debería existir antes de existir y ser libre antes de ser libre, y eso es es absurdo ¿es “metafísica clásica”?
¿Qué es “superar una concepción objetivo-sustancialista del ser”? ¿Decir que nada existe, o que Dios no existe? ¿Decir que Dios no existe en Sí mismo, sino en otro?
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¿O bien será lo que Kasper dice también en esa obra:
“Con ello acontece una revolución en la comprensión del ser. Lo último y supremo no es la sustancia, sino la relación. Para Aristóteles, la relación es uno de los accidentes que sobrevienen a la sustancia; se trata incluso de lo más débil de todo lo que es. Pero si Dios mismo se revela como el Dios de la alianza y del diálogo cuyo nombre significa ser para nosotros y ser con nosotros, la relación tiene prioridad sobre la sustancia.” (p. 234)
Pero entonces ¿qué significa “relación”?
Dejemos por un lado las relaciones divinas intratrinitarias, porque es claro que al llamarlas “relaciones” les estamos aplicando un concepto que hemos tomado de nuestra experiencia de las creaturas, así que ante todo veamos qué significa ese concepto.
Y es claro que para que haya relación tiene que haber cosas relacionadas, y que entonces, la relación no puede ser “lo último” ni puede tener “prioridad sobre la sustancia”.
No es que la relación entre Pedro y Juan esté primero colgada en el aire esperando a que Pedro y Juan vengan a hacerse sujetos de ella.
De lo contrario, no estamos simplemente hablando de una “relación”.
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Nótese además que Kasper afirma la prioridad de la relación sobre la sustancia hablando de la relación de Dios con los hombres en historia de la salvación. Pero Dios no puede depender de la creatura ni se relativo a ella en modo alguno. Esas supuestas relaciones de Dios con el mundo, o bien serían accidentes en Dios, lo cual va contra la Simplicidad divina, o bien se identificarían con Dios mismo, y entonces, el mundo sería tan necesario como Dios y sería parte, por así decir, de Dios mismo.
Las relaciones que Dios tiene con el mundo, por tanto, no son reales, sino de razón, enseña la teología clásica. Las que son reales son las relaciones que el mundo tiene con Dios.
Recordar que una relación no es una cuerda que ata dos sustancias la una a la otra, sino que es un accidente que está en una sustancia y la ordena a otra.
La paternidad, por ejemplo, está en el padre, y lo ordena al hijo, mientras que la filiación está en el hijo, y lo ordena al padre.
Y si Juan es amigo de Pedro, es porque hay allí dos relaciones, no una sola: la relacion “ser amigo de Pedro“, que está en Juan, y la relación “ser amigo de Juan“, que está en Pedro.
Por eso, al hablar de “relaciones de Dios con el mundo“, podemos estar hablando o bien de la relación que está en Dios y lo ordena al mundo, que no es real, por lo dicho, sino solamente de nuestra razón, o bien de la relación que está en el mundo y lo ordena a Dios, que esa sí que es real.
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Pero nos dirán ¿y qué pasa con las relaciones divinas, que son subsistentes, y que no relacionan entre sí a sujetos distintos de ellas mismas, porque el Padre es la Paternidad, y el Hijo es la Filiación?
Pasa que no son subsistentes por sí mismas o por ser relaciones, sino porque se identifican realmente con la Esencia divina única y subsistente, absoluta, sustancial.
Esas relaciones divinas subsistentes también relacionan algo absoluto y sustancial, como toda relación: la Paternidad divina, por ejemplo, relaciona a la Esencia divina absoluta y Subsistente, considerada bajo esa relación de Paternidad, con la cual se identifica realmente, con esa misma Esencia divina absoluta y Subsistente, considerada en ese caso bajo la relación de Filiación, con la cual también se identifica realmente, pero de tal modo, que esas dos relaciones opuestas se distinguen realmente entre sí.
Es claro que a diferencia de todas las relaciones creadas, esas relaciones subsistentes no son accidentes, porque se identifican realmente con la Esencia divina, de lo contrario no serían Personas divinas, sino creaturas. Pero ese no ser accidentes no les viene, como dijimos, de ser relaciones, sino de ser idénticas realmente a la Sustancia divina absoluta.
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Ahora bien, esto no es simplemente “metafísica clásica”, sino que es lo que la razón humana exige necesariamente para pensar sin contradicción el misterio trinitario. Desde que en Dios hay Unidad y Unicidad en el plano sustancial, la pluralidad que la fe nos enseña al hablar de Tres Personas divinas debe estar necesariamente y solamente en el plano de las relaciones, que también la fe nos enseña que existen en Dios, pues nos habla de un Padre, y de un Hijo, y de un Espíritu Santo que procede de ambos.
Y es claro que la unidad en Dios debe ser sustancial, porque una relación, como tal, no puede ser factor de unidad, sino que más bien entraña la distinción real entre el sujeto de la relación y el término de la misma.
Precisamente si el Padre se distingue realmente del Hijo, es porque las relaciones de Paternidad y Filiación, siendo relaciones opuestas, se distinguen realmente entre sí.
Y menos puede ser fundamento de la Unidad divina una pluralidad de relaciones realmente distintas unas de otras.
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Las relaciones, en cuanto tales, fundamentan la comunión, pero no la unidad, al menos, la unidad sustancial.
La comunión basada en relaciones, en cuanto tales, es siempre comunión de una pluralidad de sustancias. Si la comunión entre las Personas divinas es más que eso, hasta justificar que se hable de un solo Dios, no puede ser una comunión basada en las relaciones como tales, sino que ha de ser la comunión sustancial basada en la unicidad de la Esencia divina absoluta y subsistente, con la cual las tres Relaciones divinas se identifican realmente, distinguiéndose realmente entre ellas.
No basta entonces la comunión en el amor para justificar la unidad y unicidad de Dios, tal como la presenta Kasper:
“Esta relación puede entenderse desde la esencia del amor. Pues el amor quiere ser uno con el otro, sin fundirse con él ni absorberlo. El amor implica una unión que salvaguarda tanto la propia identidad como la identidad del otro, llevando precisamente de este modo a ambas a su realización última. El amor significa unidad acompañada del reconocimiento de la alteridad del otro. Así, la unidad trinitaria incluye autodiferenciación.” (p. 23).
Una comprensión de la Trinidad de este tipo no sobrepasa el nivel del triteísmo, por lo dicho.
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La misma forma de hablar de Kasper muestra la contradicción dentro de la cual se mueve: el sufrimiento no afecta a Dios, dice, porque Dios se deja afectar por él.
Pero entonces sí lo afecta, más allá de que Dios deje que lo afecte o que esa afección se imponga a Dios independientemente de su Voluntad.
El sufrimiento, en sí mismo, es un mal, más allá de las consecuencias o usos buenos que pueda tener. Por tanto, es absurdo afirmarlo en Dios mismo, más allá de que sea libremente asumido por Dios o no.
Por eso mismo el sufrimiento, en sí mismo considerado, sólo puede ser una afección pasivamente recibida, y por tanto, impuesta desde fuera. Porque ninguna voluntad tiende al mal como tal, ya que el objeto de toda voluntad es el bien. Y por tanto, una Voluntad Omnipotente, a la que nada se le puede imponer, no puede nunca por su propia actividad sufrir del modo que sea.
Lo único que puede hacer una voluntad (creada) es asumir voluntariamente esa afección pasiva que es el sufrimiento, o sea, dejar que le sea impuesta, no hacer que deje de ser pasiva y pase a expresar solamente la actividad de la voluntad.
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El problema con Kasper es que él, como dice en el pasaje citado, quiere pensar a Dios, no como ser absoluto, sino como libertad absoluta. Eso quiere decir, ante todo, que Kasper no piensa a Dios en términos de “ser”.
La Omnipotencia divina, por tanto, en Kasper es simplemente una palabra que significa “todo lo puede”, en vez ser una consecuencia de la Plenitud del Ser.
O sea, es la Omnipotencia independizada del Ser, y sólo así es pensable (que no lo es, de todos modos) la libertad absoluta.
Porque es el ser, justamente, el que impone el principio de no contradicción: “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido”, que se basa en la oposición irreductible entre el ser y el no ser.
Y es el principio de no contradicción, como vimos, el que hace imposible la “libertad absoluta”.
Y por la misma razón, es el principio de no contradicción el que hace imposible que Dios deje de ser Omnipotente en virtud de su misma Omnipotencia, o no sea afectado porque libremente se deja afectar.
La teología de Kasper es la teología de un Dios y un mundo sin ser, o sea, un “dios” y un mundo meramente imaginativos, fantasmagóricos. Sólo en este mundo de fantasía es posible la libertad absoluta, como en los dibujos animados es posible ver al Coyote llevando bajo el brazo el agujero portátil en su eterno intento de capturar al Correcaminos.
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Hay que reconocerle a Kasper el mérito de haber expresado la verdadera esencia del progresismo católico, más allá de toda necedad acerca de ser conservador o no: el cristianismo sin ser. Un cristianismo de la imaginación que no llega al plano de la inteligencia.
Frente a todo eso, Dios existe, y nosotros también existimos. No se puede prescindir del ser en teología, porque no se puede prescindir del ser en general. Lo que no es, no es nada, tampoco Dios, ni pensamiento, ni teología, ni nada.
No es que sometamos al Dios al ser, sino que Dios, obviamente, es (los que dicen que no es son los ateos), y obviamente, no es en dependencia de otro, sino por Sí mismo, y por tanto, en absoluta plenitud del ser. Dios no se somete al ser, sino que es el Ser en su forma originaria y plena, de modo que todo lo que es, lo es de algún modo por participación en Dios.
Y hay solamente dos posibilidades: algo es, o no es. Principio de tercero excluido.
Si algo existe, no puede al mismo tiempo y en el mismo sentido no existir: principio de no contradicción. Y entonces, la “libertad absoluta” ya no es posible. Ya hay algo que ese ente existente no puede hacer ni elegir: existir y no existir a la vez.
Tampoco ha podido ese ente, sea el que sea, darse a sí mismo la existencia, porque para eso ya debería previamente existir, y llegaría tarde con el supuesto don de la existencia a sí mismo.
Ni tampoco ha podido ese ente, si es racional, determinar libremente una característica suya tan natural y esencial como la libertad de elección. Porque para eso debería haber podido ser libre antes de ser libre, lo cual es obviamente imposible.
Por tanto es innegable que ese ente, sea el que sea, tiene una naturaleza o esencia, que no depende de su propia libertad.
Y que necesariamente todo discurso sobre la libertad y la Omnipotencia supone la necesidad fundamental, no libre, y no sujeta a ninguna Omnipotencia, de la Esencia divina, que tiene necesariamente en Sí misma la razón suficiente de su propia existencia necesaria y no libre, y que libremente ha querido dar la existencia a las esencias o naturalezas finitas.
Porque la única Omnipotencia posible, que es la Omnipotencia del Ser, es la que Santo Tomás de Aquino define como la capacidad de hacer todo aquello que no implica contradicción, es decir, que no implica identificación del ser con el no ser. Y es marca, por tanto, de la auténtica Omnipotencia la incapacidad de hacer el no ser, lo que no es.
Por eso cae fuera de la Omnipotencia divina que Dios deje de ser Santo, o Eterno, o Infinito, o Bueno, u Omnisciente, u Omnipotente. Porque todo eso, al implicar contradicción con la noción misma de “Dios”, es decir, del Ser Subsistente, es no ser, no es.
Y por eso mismo cae fuera, también, de la Omnipotencia divina el que Dios se vuelva, en su naturaleza divina, impotente, o que cambie, o que sufra, o que haga a la creatura independiente de Él mismo, contra lo que dice Kasper.
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El progresista, en efecto, cree que la cuestión de pensar o no pensar a Dios en términos de ser es un simple enfrentamiento entre formas históricas de pensar, la antigua y medieval, por un lado, la moderna, por otro.
Y no se da cuenta de que al plantear así el problema ya está inmerso en la perspectiva historicista, y por tanto, antimetafísica, propia de la modernidad.
Es decir, que ha sustituido al ser con la historia, en el mismo momento en que dice que la cuestión del ser es una cuestión histórica. Y que por lo mismo, ha convertido a la historia en la nueva divinidad, el nuevo ser subsistente, sólo que al mismo tiempo, contradictoriamente, cambiante.
Porque siendo nuestra inteligencia la facultad del ser, no se puede estar sin metafísica, aunque ésta sea algo tan contradictorio como la metafísica historicista.
57 comentarios
Me ha encantado este artículo.
Gracias.
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Me alegro mucho. Gracias y saludos cordiales.
Después de su Pasión , Muerte y Resurrección ; Cristo ha " llegado a ser " la Plenitud de la Divinidad: La Santísima Trinidad. Dios Todopoderoso : Padre , Hijo y Espíritu Santo.
El Dios de la Historia y el "Anciano de Días" anunciado por el profeta Daniel.Quien ha visto a Jesús ; ha visto al Padre. En Él "habita toda la Plenitud de la Deidad " , cómo nos San Pablo.
Por su obediencia a la muerte y una muerte de Cruz ; Dios Padre lo resucitó y le concedió el Nombre sobre todo Nombre ; para que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra , y en el abismo ; y toda lengua proclame : Jesucristo es El Señor para la Gloria de Dios Padre.
Jesucristo es El Señor Dios Todopoderoso hecho Hombre : Dios con nosotros los hombres en esta partícula microscopica del Universo Creado por Dios ; que hemos dado en llamar : Planeta Tierra.
No podemos esperar al Mismo Jesús que nació de Santa María Virgen ; nos rescató con su Muerte y ascendió a los cielos para quedarse con nosotros Sacramentalmente en Su Iglesia : Dios se encarnó para no desencarnarse nunca más ; y se hizo Hombre una sola vez para siempre.
La Iglesia es la Esposa de Dios Todopoderoso; y el " hijo varón " de Apocalipsis :12 ; es el
" hijo varon " de Dios y la Iglesia : Jesucristo ; Mediador entre Dios y los hombres.
Muchas gracias don Néstor por tratar el Misterio de Dios en toda su profundidad ; y por hacernos profundizar a los demás, y aportar nuestro grano de arena .
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Muchas gracias. Dice Ud. que "Después de su Pasión , Muerte y Resurrección ; Cristo ha " llegado a ser " la Plenitud de la Divinidad: La Santísima Trinidad. Dios Todopoderoso : Padre , Hijo y Espíritu Santo."
Nuestro Señor nunca ha llegado a ser Dios, lo es desde la Eternidad. Tampoco se identifica Nuestro Señor Jesucristo con la Trinidad, sino que es el Hijo.
Jesús es el Hijo, no es el Padre, sostener esto último es el error de Sabelio, que decía que en Dios hay una sola Persona que se manifiesta a veces como Padre, a veces como Hijo, a veces como Espíritu Santo.
No queda claro en qué sentido "no podemos esperar" a Jesucristo.
Nuestro Señor Jesucristo no es hijo de la Iglesia, sino su Cabeza. Tampoco se dice en la Escritura que la Iglesia sea la Esposa de Dios, sin más, sino la Esposa de Cristo.
Otra razón para que Él no pueda ser hijo de la Iglesia.
Saludos cordiales.
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El pecado es efectivamente un mal, y no es el único, pero sí el principal. Existen también los males físicos, que en el caso de los descendientes de Adán, sí, proceden del pecado original.
Y ante todo, Dios permite el pecado porque en su Sabiduría y Bondad quiere permitirlo, en orden, sin duda, a un bien.
Saludos cordiales.
Es el Dios de la Historia :El "Anciano de Dias" profetizado por el profeta : Dios Encarnado con nosotros los hombres: .Dios se hizo Hombre..El Dios Todopoderoso que se nos revela en el Antiguo Testamento.
Por esto ha "Resultado Ser"; ha " Llegado a ser" Dios todopoderoso: Padre , Hijo y Espíritu Santo.
Pasó de ser Hijo a ser Padre ; porque así ha sido la Voluntad de Dios ; por ésto Dios le concedió el Nombre sobre todo Nombre..
Es como cuando el hijo primogénito del Rey ; es nombrado Príncipe de Asturias ; para después " llegar a ser el Rey " por voluntad de su Padre el Rey..
Un cordial saludo.
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El Anciano de días, en el Antiguo Testamento, es el Padre, pues es alguien distinto del Mesías - Hijo del hombre, ver la profecía de Daniel.
Jesús no ha llegado a ser Dios ni a ser el Padre, no se llega a ser Dios ni a ser Padre, porque ambas cosas son eternas, desde siempre.
Jesús no es, además, el Padre: Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres Personas divinas realmente distintas desde la Eternidad y para la Eternidad.
No es posible que una sola Persona divina sea Padre, Hijo y Espíritu Santo: ésa es la herejía "modalista" de Sabelio.
El "nombre sobre todo nombre" que Dios le da a Cristo es el que dice ahí mismo San Pablo: el de "Señor" (Kyrios).
Es decir, por su muerte y resurrección Jesucristo es constituido Señor glorioso de todo lo creado.
Como Dios ha sido Señor de todo lo creado, junto con el Padre y el Espíritu Santo, desde la Eternidad. Pero como hombre, si bien ya era Señor en la humildad de su existencia terrena, ahora es Señor por la gloria de su resurrección.
Saludos cordiales.
" Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres" ; y no dos Dioses.
La " Mujer " de Apocalipsis: 12 es la Iglesia que da a Luz con dolores de parto al " hijo varón " ; al mediador entre Dios y los hombres.
Un cordial saludo.
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Bien, pero de todos modos podemos y debemos esperar la segunda venida de Nuestro Señor Jesucristo.
La mujer que da a luz al hijo varón en el Apocalipsis se puede entender en tres sentidos: el antiguo Israel, que da a luz al Mesías, y que en cierto sentido se puede considerar una prefiguración de la Iglesia; María, en quien se concentran por así decir el antiguo y el nuevo Israel, que es la Iglesia, y que da a luz al Mesías, y la Iglesia misma en su conjunto, que da a luz a Cristo en el alma de los fieles por el Bautismo.
Saludos cordiales.
"El sufrimiento, en sí mismo, es un mal, más allá de las consecuencias o usos buenos que pueda tener. Por tanto, es absurdo afirmarlo en Dios mismo, más allá de que sea libremente asumido por Dios o no."
Pues bien, en la segunda persona de la Santísima Trinidad hay una unión sustancial de la naturaleza humana y de la naturaleza divina.
Si la naturaleza humana de Cristos sufrió y la naturaleza divina no puede sufrir, entonces ¿Cómo se puede resolver esta aporía?
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Justamente, no hay aporía porque el Hijo de Dios sufrió en su naturaleza humana, no en su naturaleza divina.
Más que "unión sustancial", es mejor decir "unión personal", para no dar la idea de que la unión hipostática se da directamente entre las naturalezas.
Es solamente en la Persona del Verbo de Dios que se da la unión entre la naturaleza divina y la naturaleza humana, a saber, porque la misma Persona divina que eternamente subsiste en la naturaleza divina, asume en el tiempo la naturaleza humana.
Por eso podemos decir que Dios sufrió y murió, porque la Persona que sufre y muere es divina, aunque solamente sufre y muere según su naturaleza humana.
Recordar que por la Encarnación, el Verbo de Dios es el único sujeto personal de la naturaleza humana asumida, y por tanto, de todas sus acciones y pasiones.
Saludos cordiales.
Espero no ser condenado por hereje en estos tiempos del siglo XXI. Si hubiera sido un siglo antes no me hubiera atrevido a dar ninguna opinion sobre el Misterio Inescrutable e insondable de la Santísima Trinidad.
Tenia que decir lo que he dicho ; entre otras cosas porque así lo creo..Sinceramente he querido compartir lo que pienso con la intención de aportar mi grano de arena.
Un cordial saludo y muchas gracias de nuevo.
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El hecho es que lo que Ud. cree, si coincide con esos errores que he señalado, salvedad importante, no es conforme con la fe de la Iglesia, y lo que a todo católico debe preocupar ante todo no es si lo van a condenar o no, sino si él es realmente católico o hereje.
Saludos cordiales.
Lo que quiero decir es que el Concilio de Éfeso declaró a María Madre de Dios frente a los que consideraban que era solo madre de la naturaleza humana de Cristo. Este hecho teológico presenta aspectos análogos a la separación del sufrimiento y considerarlo exclusivamente propio de la naturaleza humana de Cristo, me parece que por ese camino nos vernos envueltos en una aporía.
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El sufrimiento de Cristo no es exclusivamente propio de su naturaleza humana porque es un sufrimiento de la Persona divina que subsiste según esa naturaleza. Sí lo es, en el sentido de que no es un sufrimiento de la Naturaleza divina como tal, es decir, de la Persona divina según su naturaleza divina.
El Concilio de Éfeso aseguró la unidad de Cristo contra los nestorianos, pero todavía hacía falta un ulterior desarrollo dogmático, que se dio en Calcedonia, precisamente porque por una mala comprensión del Concilio de Éfeso surgió la herejía monofisita, que mezclaba las dos naturalezas, la divina y la humana.
El Concilio de Calcedonia dejó claro que la unidad de Cristo se da a nivel de la Persona divina, no a nivel de las naturalezas divina y humana.
Esa distinción entre "persona" y "naturaleza" en Cristo es justamente lo que les faltaba tanto a los nestorianos como a los monofisitas.
Debido a ello, los nestorianos, viendo la dualidad de lo divino y lo humano en Cristo, terminaban afirmando dos personas distintas, el Hijo y Jesús, y los monofisitas, viendo la unidad personal de Jesucristo, terminaban afirmando una sola naturaleza, sea la divina, sea una mezcla de la divina y la humana.
De hecho, la afirmación de una "unidad sustancial" de lo divino y lo humano en Cristo, si no se la explica bien, suena a monofisismo.
El Concilio de Calcedonia superó ambos errores en la raíz: en Cristo hay una sola Persona, la divina, el Verbo de Dios, y dos naturalezas, la divina y la humana.
María es Madre de Dios porque se es madre siempre de la persona, no de la naturaleza. Nuestras madres no son madres de la naturaleza humana en general, ni tampoco de nuestras naturalezas individuales solamente o ante todo, sino ante todo de nosotros mismos, de estas personas que somos.
Porque además las naturalezas humanas individuales no subsisten en sí mismas, sino en las personas de las cuales son las naturalezas.
Así se responde además a la objeción que dice que la Naturaleza divina, siendo Eterna, no puede ser engendrada y comenzar a existir en el tiempo. Porque efectivamente, la Virgen no engendró a la Naturaleza divina, sino a la Persona divina del Verbo, y no según la naturaleza divina del Verbo, sino según su naturaleza humana.
Saludos cordiales.
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No es que sea difícil de comprender, es que es absurdo. El sufrimiento es un mal, y en el Bien Supremo no cabe mal alguno. Luego, o Dios no es el Bien Supremo, cosa absurda, o no sufre.
En las parábolas hay muchos elementos que no se deben tomar en forma literal. Más aún, la parábola en cuestión sólo dice que el Padre sintió compasión. Eso es una clara referencia a la misericordia divina, que ya Santo Tomás, por ejemplo, ha explicado que debe entenderse según el efecto, no según el afecto, o sea, que lo que en nosotros es socorrer al necesitado debido a un sentimiento que experimentamos, en Dios se da solamente por lo que mira al socorro mismo.
Lo que sí se da propiamente en Dios es el amor, que de suyo no implica defecto ni mal alguno.
Sin llegar a los extremos de Ambroise Beirce, que definió la compasión como "esa sensación agradable que se experimenta ante el sufrimiento ajeno":), hay que decir que absolutamente hablando no es más perfecto, sino menos, un ayudador que sufre ante el sufrimiento de otro, que uno que no sufre. Porque en todo caso, lo que va a significar algo positivo para el otro que sufre es la ayuda que se le dé, y a eso no le agrega nada el que el ayudador sufra o no.
Más aún, si el ayudador también sufre, es de temer que él también esté hundido en la cárcel del sufrimiento y no pueda finalmente ayudar al otro.
Saludos cordiales.
Ahí no hay sufrimiento ;hay plenitud de Amor.
Asimismo las tres Personas Divinas engendran en el Seno de María Virgen al embrión de naturaleza humana y divina al Emmanuel que llevará el nombre de Jesús o Yah en hebreo
Esta realidad corporal de Jesús al ser engendrado en su Madre María tiene una naturaleza humana; es decir cuerpo; alma mente y su Persona es Divina es el Verbo eterno.
Jesús sufre en su humanidad y como se imbrica realmente el sufrimiento con su Persona Divina? Y donde localizamos a la Persona Divina sin mezclarla con la Humanidad?.
En el AT ;el anciano de los Dios es el Dios de Israel que lleva el Nombre del Tetragrama ;llega a El el Hijo del Hombre y recibe el reino.Son dos personajes celestes.
Jesús en el NT sigue la tradición Judía y se identifica fundamentalmente con el Hijo de Hombre de Daniel. Y cerca Pasión explica que El y El Padre son Uno una misma Naturaleza.y dos Personas.
Puesto que somos humanos sabemos que cuerpo ;mente y psique ; está sometida a la muerte por el pecado y por tener un cuerpo mortal para participar de la naturaleza divina y ser divinizados.
Como someterse a la Voluntad divina y conjugar el libre albedrío responsablemente?
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Hay dos verdades que son igualmente importantes: la persona se distingue de la naturaleza (en Dios con distinción de razón, en las creaturas, con distinción real), y la naturaleza no subsiste en sí misma, sino en la persona, de modo que todas las acciones y pasiones que se dan en la naturaleza, son acciones y pasiones de la persona, según esa naturaleza.
Toda mezcla de lo divino y lo humano en Jesucristo se reduce a la herejía monofisita.
En Jesucristo no hay mezcla de lo divino y lo humano, sino unión, que es algo muy diferente, porque no se da directamente entre las naturalezas, sino por la mediación de la Persona divina del Verbo de Dios, que es el sujeto de ambas naturalezas: eternamente, de la naturaleza divina, y a partir de un determinado momento del tiempo, de la naturaleza humana.
El sufrimiento de Cristo afecta realmente a la Persona divina del Verbo de Dios, porque realmente Él es el único sujeto personal de su naturaleza humana, y siempre la que sufre no es en primer lugar ni por sí misma la naturaleza, sino la persona.
Saludos cordiales.
Si no le he entendido mal, podríamos concluir lo siguiente:
Jesucristo sufre en su naturaleza humana.
Jesucristo no sufre en su naturaleza divina.
Jesucristo sufre como persona divina.
La pregunta que le hago entonces es la siguiente:
¿Cómo afecta (si es posible utilizar este verbo) el sufrimiento de la segunda persona divina a las otras personas divinas, es decir, al Padre y al Espíritu Santo).
Creo que no podemos decir que asisten de forma impasible, como tampoco podemos dar explicaciones cargadas de tonos antropológicos.
Aunque, por otro lado, tenemos la parábola del hijo pródigo, en la que Jesucristo trata de acercarnos al misterio de amor de Dios Padre.
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El único que se ha encarnado es el Hijo, y por tanto, el único que tiene una naturaleza humana es el Hijo, y por tanto, el único que sufre según esa naturaleza humana es el Hijo.
Precisamente porque el sufrimiento no puede convenirle a Nuestro Señor según su naturaleza divina, tampoco puede convenirle al Padre y al Espíritu Santo, que tienen en común con el Hijo esa Naturaleza divina sin haber asumido la naturaleza humana.
Como dije, el Hijo sufre porque su Persona, según la cual se distingue del Padre y del Espíritu Santo, ha asumido una naturaleza humana, y según esa naturaleza humana, no por razón de su Naturaleza divina, que la tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo.
La impasibilidad, que quiere decir "no poder sufrir", es uno de los atributos divinos, derivado de la suprema Perfección de Dios en el ser.
Sobre la parábola del hijo pródigo hablé en la respuesta a otro comentario.
Saludos cordiales.
La encarnación es un cambio en la historia. Si es Dios quien se encarna, Dios cambia. La inmutabilidad se dará asumiendo ese cambii, no negándolo
Saludos cordiales
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El sufrimiento es siempre un mal, y si no lo es, no es sufrimiento tampoco, le quedaría sólo el nombre.
Dios puede sacar bien del mal en las creaturas, pero no puede asumir el mal en Sí mismo, es decir, en su Naturaleza divina, porque no sería el Ser Perfectísimo.
La Encarnación no implica un cambio en Dios según su naturaleza divina, sino solamente según su naturaleza humana.
La inmutabilidad que asume el cambio es como la redondez que asume los ángulos.
Saludos cordiales.
Sin embargo esto no quiere decir que Dios sea indiferente al sufrimiento humano, las imágenes antropomórficas del Padre de la parábola del hijo pródigo hay que entenderlas análogicamente.
En los seres humanos el sufrimiento nos despierta del letargo en que vivimos y nos capacita para abrirnos al amor (creo que era Santa Teresita la que no era capaz de concebir el cielo sin sufrimiento).
Dios es impasible, pero tiene celo por las almas, el sufrimiento humano hace que Dios actúe.
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Todo lo que decimos de Dios es analógico, y eso quiere decir, que debe ser purificado de todo lo que implique imperfección, antes de ser predicado de Dios. Lo que pasa es que hay algunos conceptos que implican esencialmente imperfección, y otros que no. Entre los primeros está el sufrimiento o dolor. Entre los segundos, por ejemplo, el amor, la sabiduría, la justicia, la inteligencia, la voluntad, etc.
La metáfora es una analogía impropia, lo que se dice de Dios en forma no metafórica se dice con analogía propia.
Los conceptos que implican esencialmente imperfección sólo pueden decirse metafóricamente de Dios. Los que no la implican se dicen con analogía propia, es decir, se dan propiamente en Dios, pero según un modo divino que en esta vida no podemos conocer.
Por otra parte, que Dios no sufra no quiere decir que sea indiferente o que no actúe para socorrer al hombre.
Saludos cordiales
Eso es un cambio en Dios. Por mucho q no cambie la naturaleza divina, cambia su relación con una naturaleza humana. A menos q se diga q Jesús no es Dios.
Y si eso es un cambio debe haber modo de encajarlo en la inmutabilidad, diciendo q para Dios no hay antes y después de la encarnación, sino q todo está presente, cambio incluido, o como sea.
Saludos cordiales
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Ciertamente el Verbo de Dios comenzó a ser hombre en un momento dado, pero obviamente que eso sucedió según su naturaleza humana, no según su naturaleza divina, por la cual no es hombre, sino Dios.
No hay relación real de Dios a las creaturas, ni afección alguna en Dios considerado en su Naturaleza divina. La Encarnación implica una relación real de la humanidad de Cristo a la Persona del Verbo. Toda la novedad ocurre del lado de la naturaleza humana, y sólo bajo ese punto de vista es novedad para la Persona divina, en tanto subsiste en una naturaleza humana.
Dice Santo Tomás en IIIa, q.2, a. 7, c., hablando de la unión entre las naturalezas divina y humana por la Encarnación:
"La unión de que venimos hablando es una relación entre la naturaleza divina y la humana, en cuanto conjuntadas en la persona del Hijo de Dios. Pero, como ya queda dicho (1 q.13 a.7), toda relación entre Dios y la criatura es real en la criatura, porque aquélla se origina de una mutación operada en ésta, mientras que en Dios tal relación es de razón y no real, porque no se origina en Dios en virtud de ningún cambio. Por tanto hay que decir que la unión de que hablamos no es real en Dios, sino de razón. En cambio, sí que es real en la naturaleza humana, porque ésta es una criatura. En consecuencia, es preciso decir que la unión es algo creado."
No se puede dar un paso en Cristología (ni en la teología trinitaria) sin la distinción entre persona y naturaleza.
Saludos cordiales.
Pero tenía entendido que la persona de Jesucristo es divina, que es Dios, con dos naturalezas, una humana y otra divina. No que solo fuera Dios la naturaleza divina de Jesucristo y no la humana. Si esto fuera así, tampoco habría ningún motivo para llamar a María Madre de Dios.
Y si Jesucristo es verdaderamente Dios, no habrá cambio en la naturaleza divina, pero sí hay cambio en Dios al asumir una naturaleza humana, aunque el cambio sea en la naturaleza humana, puesto que la naturaleza humana es de la persona divina, es de esa persona que es Dios.
Paz y Bien
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Con algunas precisiones. "Dios" se puede tomar en sentido esencial, por la Naturaleza divina, o en sentido personal, por alguna de las Personas.
Por tanto, frases como "Dios cambió", "Dios sufrió", o "Dios murió", son verdaderas tomando "Dios" en sentido personal, por el Verbo de Dios, considerado según su naturaleza humana, no según su naturaleza divina. Por eso, tomadas en el sentido esencial de "Dios", son falsas.
Por eso mismo, María es Madre de Dios tomando "Dios" en sentido personal, no esencial.
La naturaleza humana de Jesucristo no es Dios ni en sentido personal ni en sentido esencial. Lo último es claro, porque la naturaleza humana y la divina son distintas. Lo primero, porque Jesucristo no es solamente su naturaleza humana, sino la Persona del Verbo, su Naturaleza divina, y su naturaleza humana.
María no es Madre de la naturaleza humana de Jesús, sino de Jesús, el Verbo de Dios, que tiene las dos naturalezas, la divina y la humana, pero es hijo de María solamente según su naturaleza humana.
Saludos cordiales.
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Es lo que hay que hacer. Saludos cordiales.
Lo mio es una opinión sincera en la búsqueda de Dios de una manera sencilla y entendible.
A mi Juicio el tema fundamental ; es qué el Dios de Abraham, de Isaac ,de Jacob, y de Ismael se hizo Hombre. Y Éste es Jesucristo ; Verdadero Dios y Verdadero Hombre.
El Reino de Dios es un Gobierno Teocrático formado por Tres personas: ; El Anciano de Días ; (Dios hecho Hombre) , el " Hijo Varón" ; mediador entre Dios y los hombres , y los ciento cuarenta y cuatro mil del Monte Sión.
Por ésto el Padre es Dios Todopoderoso " de Quién proceden todas las cosas , y un sólo Señor ( mediador) ; por medio del cuál son todas las cosas ".Y cómo dice San Pablo : " Y nosotros por medio de Él " : (Los 144.000 de la clase de San Pablo y los demás Discípulos. )
( Apocalipsis :14 ).
" Porque hay un Sólo Dios y un Sólo mediador entre Dios y los hombres "....Y Éste Dios es el Verbo Encarnado : El Anciano de Días ; Dios hecho Hombre...... Y Jesucristo ; ha
" Resultado Ser"......
Dios todopoderoso :Es Padre , Hijo y Espíritu Santo; porque es la Cabeza del Reino de Dios ; formado por Tres Personas .
Qué Dios me perdone y el Magisterio de la Iglesia también ; no pretendo en absoluto llevarles la contraria ; estoy tratando de aclararme de una manera entendible y sencilla en la búsqueda de Dios. Es una opinión muy personal y sincera por mi parte.
Muchas gracias don Néstor Martinez ; no pretendo contradecir ni una sola coma a todo lo que usted dice. Un cordial saludo.
Paz y Bien.
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El hecho es que sus afirmaciones sí contradicen la fe católica, lo quiera Ud. o no y más allá de que su opinión sea sencilla o no, sincera o no.
Además, no parece que Ud. tampoco se entienda a sí mismo, porque, por ejemplo, por un lado distingue entre "Dios hecho hombre" y el "mediador entre Dios y los hombres", y por otro lado dice que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, cuando obviamente que Jesucristo es el Mediador entre Dios y los hombres.
Me parece que se ha hecho Ud. una gran ensalada mental (Dios nos libre si esa es la forma "sencilla" de entender la fe) y que le haría muy bien volver a la pura y sencilla fe de la Iglesia Católica, leyendo por ejemplo el Catecismo.
Saludos cordiales
De modo análogo impropio la Trinidad irradia su amor sobre el hombre necesitado de misericordia.
No sabemos bien la naturaleza de esta lógica amorosa activo-receptiva de las personas divinas que responden al hombre que demanda su ayuda. Decir que Dios es impasible al sufrimiento humano no responde a la pregunta. Más bien la respuesta hay que buscarla en el misterio Pascual en la que la segunda persona divina asume el pecado del mundo, sufre, muere, desciende a los infiernos y resucita.
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Lo que pasa es que reaccionamos afectivamente ante la palabra "impasible" en vez de atender exclusivamente a su significado, que es solamente "incapaz de sufrir", y no implica, como dije, indiferencia, falta de amor, "frialdad", etc.
Precisamente, la Segunda Persona divina ha debido asumir la naturaleza humana para poder sufrir, morir y resucitar. Olvidar esto es olvidar la Encarnación y caer en el monofisismo, que sin duda está emparentado con la teología "kenótica", la cual tiene que hacer sufrir a Dios en su Divinidad porque se ha olvidado de que el Verbo se hizo carne.
Hay cosas que son perfecciones solamente en sentido relativo, porque son perfecciones en la creatura, pero serían imperfecciones en Dios. Es obvio que comparando a un animal con una piedra, el animal es más perfecto también en el sentido de que puede sufrir. Pero eso no quita que absolutamente hablando el sufrimiento sea un mal hecho posible por la imperfección de la creatura.
Dios no es Impasible porque carezca de vida, como la piedra, sino porque tiene una Vida tan sobreabundante y perfecta, que hace imposible todo sufrimiento.
El hecho de que la compasión en nosotros implique cierto sufrimiento muestra también que nuestro amor no es nunca absolutamente gratuito. Siempre hay alguna reacción sobre nosotros mismos, algún bien para nosotros en el hecho de buscar el bien del otro. Y por eso el mal del otro nos afecta.
Solamente el amor divino es absolutamente gratuito y generoso, precisamente porque es absolutamente imposible que Dios reciba algo de nosotros o sea beneficiado en algo por nuestro bien. Y por eso es perfectamente lógico que el amor en Dios no implique sufrimiento alguno.
Es el vicioso repliegue sobre sí mismo propio de la modernidad el que nos hace tomar como una perfección absoluta el hecho de que nuestro amor implique sufrimiento, y así nos imposibilita concebir un amor absolutamente gratuito.
Saludos cordiales.
Que Cristo sufrió es evidente: fue para eso -y para darnos ejemplo de vida- para lo que se humanó; así fue como nos redimió.
Si Cristo, que es Dios, sufrió, ¿no puede decirse que Dios sufrió? Se entiende: en su humanidad. Pero, en la medida en que esa humanidad estaba hipostáticamente unida a su divinidad, ¿cómo “vivió” ese sufrimiento la persona divina del Hijo De Dios? ¿No “experimentó” nada?
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Claro que experimentó el dolor, pero solamente según su naturaleza humana. Esta última frase no puede faltar nunca al hablar de cómo la Persona divina ha experimentado las limitaciones propias de la naturaleza creada asumida.
Inconscientemente nos deslizamos siempre de la Persona divina del Verbo a su Naturaleza divina cuando hablamos de lo que esa Persona padeció según su humanidad, y al hacerlo, estamos olvidándonos, inconscientemente por supuesto, de la Encarnación y haciéndola superflua.
Justamente lo grandioso de la Encarnación es que una Persona divina pueda, gracias a ella, hacer la experiencia de ser hombre: en su naturaleza humana, por supuesto, que para eso la ha asumido, no en su Naturaleza divina, que si así fuese, no habría hecho falta para ello la Encarnación.
Por eso digo que no se puede dar un paso en Cristología ni en teología trinitaria sin tener (siempre) presente la distinción entre "persona" y "naturaleza".
Saludos cordiales.
A mi juicio ; el mediador entre Dios y los hombres ; es el " hijo varón ' de Apocalipsis 12
A mi juicio lo veo muy claro.Muchas gracias Néstor .
Un cordial saludo.
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Identificar en una sola Persona a Jesucristo con el Padre es la herejía de Sabelio.
El Mediador entre Dios y los hombres es Jesucristo:
1 Tim 2,5: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre"
Heb. 12, 24: "a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel."
Saludos cordiales.
Entonces, si el Verbo, Segunda Persona de la Trinidad, “experimentó el dolor”, es que Dios sufrió, porque quien sufre -como quien crea, quien redime y quien santifica- es Alguien -no solo una naturaleza (o dos, en el caso de Cristo)-. O sea, es una persona (o tres).
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Sin duda, Dios sufrió, pero no en su naturaleza divina, sino en la naturaleza humana que asumió, y por eso ahí "Dios" no "supone", dirían los escolásticos, por la Naturaleza divina, ni por el Padre o el Espíritu Santo, sino solamente por la Persona del Hijo, a la cual el predicado "sufrió" se le aplica solamente por razón de la naturaleza humana asumida.
Pero en esas condiciones, se le aplica ese predicado, sin duda, a la Persona divina.
En cambio, el moderno error "kenótico" sostiene que Dios ha sufrido o sufre en su misma Divinidad, sea por razón de la Encarnación, o sea ya en el seno mismo de la Trinidad, como sostiene Kasper.
Saludos cordiales.
"El hecho de que la compasión en nosotros implique cierto sufrimiento muestra también que nuestro amor no es nunca absolutamente gratuito. Siempre hay alguna reacción sobre nosotros mismos, algún bien para nosotros en el hecho de buscar el bien del otro. Y por eso el mal del otro nos afecta"
La compasión no produce sufrimiento, es el sufrimiento del otro el que hace que nos compadezcamos de él.
La otra frase no la entiendo, a no ser que quiera decir que el bien hay que hacerlo por que es bien, sin contar con nuestras emociones y sentimientos.
"Es el vicioso repliegue sobre sí mismo propio de la modernidad el que nos hace tomar como una perfección absoluta el hecho de que nuestro amor implique sufrimiento, y así nos imposibilita concebir un amor absolutamente gratuito".
¿Ese amor gratuito implicaría actuar dejando los sentimientos al margen?
Yo creo que la respuesta es que no hay que dejar llevarse por los sentimientos, pero estos nos ayudan a detectar realidades tan importantes como el amor, la amistad, la belleza, la piedad, etc.
Si empobrecemos el valor de los sentimientos y las emociones nos acercamos peligrosamente a la mística budista.
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Hay que distinguir siempre al Creador de la creatura. Y por eso, hay que distinguir el plano absoluto, que incluye a Dios mismo, y el plano relativo, que incluye solamente a la creatura.
Como digo en el mensaje anterior, cosas que son perfecciones en la creatura serían imperfecciones en Dios, y por eso no se dan en Él.
En ese caso, son perfecciones relativamente hablando, e imperfecciones absolutamente hablando.
Eso sucede con la compasión, entendida como sentimiento.
"Com-padecerse" es padecer con el otro, y en ese sentido, sí implica cierto sufrimiento. De lo contrario tendría razón el pícaro de Ambrose Bierce, cuando dijo que la compasión es el sentimiento agradable que se experimenta ante el sufrimiento de los demás.
Es decir, en el sentimiento compasivo el sufrimiento del otro nos afecta de algún modo.
En Dios no hay sentimientos, porque no hay cuerpo, y los sentimientos, como su nombre lo indica, dependen de la sensibilidad, que depende del cuerpo.
Por otra parte, en nuestros sentimientos intervienen dos factores: el apetito sensible, y el apetito racional o voluntad. Compartimos con los demás animales una facultad de desear y de sentir basada en el cuerpo, y tenemos en exclusividad una facultad de querer basada en la inteligencia, que es la voluntad.
Nuestros sentimientos son por lo general una mezcla, por así decir, que depende de las dos facultades.
En Dios está solamente el querer volitivo, que depende de la Voluntad divina, ahí radica también el Amor divino.
Lo cristiano no es prescindir de los sentimientos, pero sí gobernarlos mediante la inteligencia y la voluntad, más que nada por las virtudes que capacitan a la voluntad para querer el bien y que se forman por la práctica.
Eso implica un progresivo dominio de la voluntad sobre el apetito sensible, hecho posible ante todo por la gracia de Dios.
De todos modos, la gratuidad absoluta no es posible para la creatura, porque ésta es indigente por naturaleza, y siempre necesita algo, en definitiva, necesita a Dios.
En Dios no es así, no tiene ningún "hueco afectivo" que llenar con nosotros, el amor divino es el único caso de un amor verdaderamente unidireccional, es decir, que redunda exclusivamente en bien del amado.
Es cierto que Dios hace todo lo que hace "ad extra" en orden a su gloria, pero no se trata ahí de la gloria divina intrínseca, que se identifica con Dios mismo, sino de su gloria extrínseca, que consiste en la manifestación de la Bondad divina por su participación en las creaturas, y que por tanto, beneficia intrínsecamente sólo a las creaturas.
Por eso, y porque además el fin de todos nuestros deseos es Dios mismo, es que nuestra semejanza con Dios implica una salida de nosotros mismos, hacia el Bien y la Verdad objetivos. El cristianismo es esencialmente teocéntrico.
Y eso queda dificultado por la tendencia subjetivista moderna que pone en el centro precisamente al "yo". Y que por eso también, le da exagerada importancia al sentimiento.
Eso empieza con Descartes, por así decir, cuando dice "Pienso, luego existo". La primera verdad, para Descartes, es su propia existencia. Para Aristóteles y Santo Tomás, sería más bien: "Esto es un árbol (por ejemplo). Por tanto, conozco que es un árbol. Por tanto, existo". En tercer lugar.
Saludos cordiales.
"1. La fuerza cognoscitiva no mueve más que a través de la apetitiva. Y así como en nosotros la razón universal mueve a través de la razón particular, según se dice en el III De Anima, así también el apetito intelectual, llamado voluntad, mueve en nosotros a través del apetito sensitivo. Por eso, el motor inmediato del cuerpo en nosotros es el apetito sensitivo. De ahí que el acto del apetito sensitivo se dé junto con algún cambio corporal; de modo especial el corazón, que es el primer principio de movimiento en el animal. Es así como los actos del apetito sensitivo, en cuanto que llevan anexo un cambio corporal, son llamados pasiones, y no actos voluntarios. Así, pues, el amor, el gozo y el deleite son pasiones en cuanto actos del apetito sensitivo; pero no lo son en cuanto actos del apetito intelectual. Como tales son atribuidos a Dios. Por eso el Filósofo en VII Ethic. dice: Dios goza con una única y simple operación. Por lo mismo, ama sin pasión.
2. En las pasiones del apetito sensitivo hay que tener presente un aspecto material, el cambio corporal; y un aspecto formal, por parte del apetito. Tal como se dice en I De Anima, en la ira lo material es el acaloramiento o algo parecido; lo formal, el deseo de venganza. Además, en lo formal, en algunas pasiones hay siempre algo imperfecto. Como en el deseo, lo es el bien que no se tiene; o en la tristeza, el mal hallado. Lo mismo cabe decir de la ira que presupone la tristeza. Otras, como el amor y el gozo, no revisten ninguna imperfección. Por lo tanto, en el aspecto material, nada es atribuible a Dios, como ya se dijo (ad 1); y lo que en el aspecto formal reviste alguna imperfección no puede ser atribuido a Dios más que metafóricamente, esto es, por la semejanza en el efecto, como también se dijo. En cambio, lo que no reviste imperfección, como el amor y el gozo, es atribuido a Dios propiamente. No obstante, siempre quitando la pasión, como se indicó (ad 1)."
Saludos cordiales.
"La misericordia hay que atribuirla a Dios en grado sumo. Pero como efecto, no como pasión. Para demostrarlo, hay que tener presente que misericordioso es como decir que alguien tiene miseria en el corazón, en el sentido de que le entristece la miseria ajena como si fuera propia. Por eso quiere desterrar la miseria ajena como si fuera propia. Este es el efecto de la misericordia. Entristecerse por la miseria ajena no le corresponde a Dios; pero sí, y en grado sumo, desterrar la miseria ajena, siempre que por miseria entendamos cualquier defecto. Y los defectos no desaparecen si no es por la perfección de alguna bondad. Y como ya se demostró (q.6 a.4), el origen primero de la bondad es Dios. Pero hay que tener presente que otorgar perfecciones a las cosas pertenece a la bondad divina, a la justicia, a la liberalidad y a la misericordia. Pero por razones distintas. Pues, considerándolo absolutamente, comunicar una perfección pertenece a la bondad. Pero en cuanto a las perfecciones presentes en las cosas, concedidas por Dios proporcionalmente, esto pertenece a la justicia, como ya se dijo (a.1). Y en cuanto no da perfecciones a las cosas por su propia utilidad, sino sólo por su bondad, esto pertenece a la liberalidad. Y en cuanto que las perfecciones dadas a las cosas por Dios destierran algún defecto, esto pertenece a la misericordia."
Saludos cordiales.
Yo no estoy del todo de acuerdo con esta afirmación.
Si me lo permite voy a poner un ejemplo del profesor López Quintás:
Si yo contemplo el cuadro del Greco "El expolio" siento admiración y sobrecogimiento. Me emociona ver la figura de Cristo que, con su rojo escarlata, parece desprenderse del cuadro, para expresar su independencia interior frente al torbellino de odio que provocan los rostros arremolinados en torno a su cabeza. Ese sentimiento de admiración sobrecogida me revela el alto valor que supone sentirse liberado interiormente en una circunstancia extremadamente hostil. No se trata de una mera sensación conmovedora pero fugitiva, o incluso una emoción psicológica. Es una vibración profunda, que eleva todo mi ser hacia planos de vida superiores.
Con este ejemplo quiero decir que las emociones y los sentimientos deben integrarse con la razón.
Las emociones y los sentimientos no son "imperfecciones absolutamente hablando", son medios eminentes con los que cuenta el ser humano para dar alcance a las regiones superiores de la realidad.
Saludos cordiales
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En realidad, lo que yo digo es que la creatura siempre va a ser indigente y por tanto, nunca el amor de la creatura va a poder tener la gratuidad absoluta que tiene el Amor divino. Sí que, obviamente, se debe lograr el progresivo dominio de los sentimientos mediante la razón, en lo que en definitiva parece que estamos de acuerdo.
Por eso es que absolutamente hablando, el sentimiento implica siempre algo imperfecto, porque implica el ser afectado por algo, y por tanto, el depender de algo. Eso no quiere decir que debamos prescindir del sentimiento, porque por ser creaturas ya somos imperfectos, y no podemos prescindir de nuestra condición creada.
Y eso no quiere decir que los sentimientos no sean una perfección para nosotros, en nuestro caso. 7 no deja de ser más que 4 por el hecho de que sea menos que 10.
O como en el ejemplo de los vasos de distinto tamaño que están todos llenos de agua: ninguno está más lleno que otro, pero algunos tienen más agua que otros.
El vaso de Dios es Infinito, por eso la forma que tiene de estar lleno es muy distinta de la nuestra.
Un ser humano sin sentimientos no sería humano, un Dios con sentimientos no sería Dios.
Lo que pasa es que Dios es Trascendente. Cuando pensamos en Dios estamos siempre dando un salto y entrando en otro nivel. Lo contrario es el antropomorfismo, que reduce a Dios a ser la creatura más grande.
Saludos cordiales.
Por supuesto que no completamente, porque en el ser humano el mismo apetito sensible está influido por el alma espiritual e intelectiva, y por eso es también esencialmente distinto de la afectividad de los demás animales.
En Dios, que trasciende toda imperfección, hay por eso solamente la Inteligencia y la Voluntad, facultades espirituales.
Saludos cordiales.
Porque nosotros también somos imperfectos, y no por eso somos una imperfección.
Es claro que en Dios no se puede dar nada imperfecto.
Saludos cordiales.
El "Dios de los filósofos" no tiene por qué corresponderse con el verdadero Dios. ¿Por qué no se podría, por ejemplo, negar esa visión de Dios como impasible, q se basa en q el supremo Bien, la perfección suma tiene q serlo? Eso no procede de la fe en la revelación, sino de la reflexión de unos señores muy respetables pero no infalibles. Sería, x tanto, cuestionable.
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En primer lugar, es cierto que el argumento filosófico, en sí mismo considerado y en tanto obra de la razón humana, puede en principio ser discutido, pero el caso es que cuando se nos presenta una conclusión y se nos dice que se deriva de unas premisas, la única forma de discutir eso es negando la verdad de alguna de las premisas, o negando que la conclusión se siga lógicamente de ellas, y es claro que ambas negaciones deberán ser fundamentadas.
En nuestro caso, la inmutabilidad de Dios se prueba por estas razones:
1) Todo lo que cambia tiene una causa, porque nada puede, en virtud de lo que es, pasar a ser otra cosa distinta, sin contradicción, ni puede tampoco algo cambiar sin pasar de potencia a acto, ya que la novedad que implica todo cambio no puede proceder ni de la nada ni del ser en acto, sino del ser en potencia, ahora bien, la potencia sola no puede darse a sí misma el acto, porque éste la supera en perfección, y por eso, para ser actualizada requiere de un ser ya en acto que la actualice, que es la causa de ese cambio. Ahora bien, Dios no puede ser causado en modo alguno, no puede depender de una causa, pues siempre el efecto está subordinado a la causa, de la cual depende, cosas todas absolutamente imposibles en el Ser Supremo. Por tanto, Dios no cambia.
2) Todo lo que cambia pasa de potencia a acto, como se dijo, y por tanto, el resultado de todo cambio es un compuesto de acto y potencia. Pero todo lo compuesto es causado, porque las partes de suyo distintas no son de suyo una sola cosa, sino por obra de una causa. Dios, que es Incausado, es por eso mismo Simple, sin partes ni composición alguna. Y por eso mismo, no cambia ni puede cambiar: es Inmutable.
3) Todo cambio consiste en ganar o perder alguna perfección. Pero eso es imposible en Dios, Ser Perfectísimo, que ya tiene toda perfección posible y no sería Perfectísimo si pudiese perder alguna de las perfecciones que tiene. Por tanto, Dios no puede cambiar.
En cuanto a la impasibilidad divina, o sea, que Dios no puede sufrir, se prueba de este modo:
1) Todo sufrimiento es un mal. Pero Dios no solamente es Bueno, sino que es el Sumo Bien, fuente y origen de toda bondad. Pero no sería el Sumo Bien si incluyese en Sí mismo algún mal, pues entonces se podría pensar un Bien superior a Dios mismo, que no incluyese ese mal. Y no puede haber un bien que sea superior al Sumo Bien, por definición. Por tanto, en Dios no puede haber ni mal ni sufrimiento alguno.
2) Todo sufrimiento es un mal, y todo mal es una cierta carencia de ser, porque el mal es carencia de algo que se debería tener dada la naturaleza del ente en cuestión. Así, no tener alas es un mal en un pájaro, pero no en un ser humano. Pero en Dios no puede haber carencia ni privación alguna, porque es el Ser mismo Subsistente, fuente de todo ser y entidad que hay en las cosas, como dice en Ex. 3, 14: "Yo soy el que soy", y "El que es, me envía a ustedes", y como dice el Señor en el Evangelio según San Juan: "Cuando hayan levantado en alto al Hijo del Hombre, sabrán que Yo soy". Porque si Dios no fuese el Ser mismo subsistente, sería un sujeto realmente distinto de su propio ser, y entonces, sería causado, como todo lo que es compuesto. Por tanto, en Dios no puede haber mal alguno, y por tanto, tampoco sufrimiento alguno.
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En cuanto a la Sagrada Escritura, la experiencia muestra que tampoco es verdad que muchos de los que afirman el cambio en Dios estén dispuestos a aceptar los testimonios bíblicos de la inmutabilidad divina, entre los cuales presentamos los que siguen:
Mal., 3, 6: Porque yo, el Señor, no cambio; por eso vosotros, oh hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.
Num. 23, 19: Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. ¿Lo ha dicho El, y no lo hará?, ¿ha hablado, y no lo cumplirá?
Sal. 102, 25 – 27: Desde la antigüedad tú fundaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se desgastarán, como vestido los mudarás, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo, y tus años no tendrán fin.
Sal. 33, 11: El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón de generación en generación.
Mt. 24, 35: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Heb. 6, 17: Por lo cual Dios, deseando mostrar más plenamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su propósito, interpuso un juramento,
Sant. 1, 17: Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación.
Heb. 13, 8: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos.
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Por lo que toca al Magisterio de la Iglesia, que no enseña filosofías, sino la verdad de la fe, basada en la Revelación divina, aporto aquí solamente los pasajes en que se habla de la inmutabilidad e impasibilidad divinas, entresacados por lo general de documentos más extensos.
Símbolo de Epifanio (expresión del Credo de Nicea):
“…porque el Verbo se hizo carne [Ioh. 1, 14], no sufriendo cambio o transformando su divinidad en humanidad,…”
“A aquellos, empero, que dicen hubo un tiempo en que el Hijo o el Espíritu Santo no fueron o que fueron hechos de la nada o de otra hipóstasis o sustancia, a los que afirman que son mudables o variables el Hijo de Dios o el Espíritu Santo, a esos los anatematiza la Iglesia Católica y Apostólica, madre vuestra y nuestra…”
Símbolo del Concilio de Toledo del año 400 y 447 (entre paréntesis la fórmula del 447):
D-26 6. Si alguno dijere y [o] creyere que el Hijo de Dios, como Dios, ha padecido [v. 1.: que Cristo es innascible], sea anatema.
D-27 7. Si alguno dijere y [o] creyere que el hombre Jesucristo [v. 1.: que la deidad de Cristo fué mudable o pasible], sea anatema.
Concilio de Nicea (325):
“Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fué y que antes de ser engendrado no fué, y que fué hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica.”
“Tomus Damasi” (cánones tomados, por lo que parece, del primer Concilio de Constantinopla):
“Si alguno dijere que en la Pasión, Dios sentía el dolor de cruz y no lo sentía la carne junto con el alma, de que se había vestido Cristo Hijo de Dios, la forma de siervo que para sí había tomado, como dice la Escritura [cf. Phil. 2, 7], no siente rectamente.”
Concilio de Efeso:
“Can. 12. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios padeció en la carne y fué crucificado en la carne, y gustó de la muerte en la carne, y que fue hecho primogénito de entre los muertos [Col. 1, 18] según es vida y vivificador como Dios, sea anatema.”
Concilio de Calcedonia (451):
“Quedando, pues, a salvo la propiedad de una y otra naturaleza y uniéndose ambas en una sola persona, la humildad fue recibida por la majestad, la flaqueza, por la fuerza, la mortalidad, por la eternidad, y para pagar la deuda de nuestra raza, la naturaleza inviolable se unió a la naturaleza pasible. Y así - cosa que convenía para nuestro remedio - uno solo y el mismo mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús [1 Tim. 2, 5], por una parte pudiera morir y no pudiera por otra. En naturaleza, pues, íntegra y perfecta de verdadero hombre, nació Dios verdadero, entero en lo suyo, entero en lo nuestro.”
“Entra, pues, en estas flaquezas del mundo el Hijo de Dios, bajando de su trono celeste, pero no alejándose de la gloria del Padre, engendrado por nuevo orden, por nuevo nacimiento. Por nuevo orden: porque invisible en lo suyo, se hizo visible en lo nuestro; incomprensible, quiso ser comprendido; permaneciendo antes del tiempo, comenzó a ser en el tiempo; Señor del universo, tomó forma de siervo, oscurecida la inmensidad de su majestad; Dios impasible, no se desdeñó de ser hombre pasible, e inmortal, someterse a la ley de la muerte.”
“Pues al modo que Dios no se muda por la misericordia, así tampoco el hombre se aniquila por la dignidad.”
“que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación,”
Juan II, Carta “Olim quiem”, a los senadores de Constantinopla, año 534):
“A la verdad, el emperador Justiniano, hijo nuestro, como por el tenor de su carta sabéis, dio a entender que habían surgido discusiones sobre estas tres cuestiones: si Cristo, Dios nuestro, se puede llamar uno de la Trinidad, una persona santa de las tres personas de la Santa Trinidad; si Cristo Dios, impasible por su divinidad, sufrió en la carne; si María siempre Virgen, madre del Señor Dios nuestro Cristo, debe ser llamada propia y verdaderamente engendradora de Dios y madre de Dios Verbo, encarnado en ella. En estos puntos hemos aprobado la fe católica del emperador, y hemos evidentemente mostrado que así es, con ejemplos de los Profetas, de los Apóstoles o de los Padres.”
Concilio de Letrán (649):
“Can. 1. Si. alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propia y verdaderamente al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, la Trinidad en la unidad y la Unidad en la trinidad, esto es, a un solo Dios en tres subsistencias consustanciales y de igual gloria, una sola y la misma divinidad de los tres, una sola naturaleza, sustancia, virtud, potencia, reino, imperio, voluntad, operación increada, sin principio, incomprensible, inmutable, creadora y conservadora de todas las cosas, sea condenado.”
“Can. 4. Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad, dos nacimientos del mismo y único Señor nuestro y Dios Jesucristo, uno incorporal y sempiternamente, antes de los siglos, del Dios y Padre, y otro, corporalmente en los últimos tiempos, de la santa siempre Virgen madre de Dios María, y que el mismo único Señor nuestro y Dios, Jesucristo, es consustancial a Dios Padre según la divinidad y consustancial al hombre y a la madre según la humanidad, y que el mismo es pasible en la carne e impasible en la divinidad, circunscrito por el cuerpo e incircunscrito por la divinidad, el mismo creado e increado, terreno y celeste, visible e inteligible, abarcable e inabarcable, a fin de que quien era todo hombre y juntamente Dios, reformara a todo el hombre que cayó bajo el pecado, sea condenado.”
Concilios Romanos de 860 y 863:
Cap. 7. Hay que creer verdaderamente y confesar por todos los modos que nuestro Señor Jesucristo, Dios e Hijo de Dios, sólo sufrió la pasión de la cruz según la carne, pero según la divinidad permaneció impasible, como lo enseña la autoridad apostólica, y con toda claridad lo demuestra la doctrina de los Santos Padres.
Cap. 8. Mas aquellos que dicen que Jesucristo redentor nuestro e Hijo de Dios sufrió la pasión de la cruz según la divinidad, por ser ello impío y execrable para las mentes católicas, sean anatema.
Símbolo de la Fe de San León IX (1053):
“…Hijo de Dios, en dos naturalezas, pero en la singularidad de una sola persona; impasible e inmortal por la divinidad, pero que padeció en la humanidad, por nosotros y por nuestra salvación, con verdadero sufrimiento de la carne, y fué sepultado y resucitó de entre los muertos al tercer día con verdadera resurrección de la carne,…”
“Esta santa e individua Trinidad de tal modo creo y confieso que no son tres dioses, sino un solo Dios en tres personas y en una sola naturaleza o esencia, omnipotente, eterno, invisible e inconmutable, que predico verdaderamente que el Padre es ingénito, el Hijo unigénito, el Espíritu Santo ni génito ni ingénito, sino que procede del Padre y del Hijo.”
IV Concilio de Letrán:
“Firmemente creemos y simplemente confesamos, que uno solo es el verdadero Dios, eterno, inmenso e inconmutable, incomprensible, omnipotente e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: tres personas ciertamente, pero una sola esencia, sustancia o naturaleza absolutamente. simple.”
“El, que según la divinidad es inmortal e impasible, El mismo se hizo, según la humanidad, pasible y mortal; El también sufrió y murió en el madero de la cruz por la salud del género humano…”
Profesión de Fe propuesta por el Papa Clemente IV a Miguel Paleólogo (1267):
“…Dios verdadero y hombre verdadero, propio y perfecto en una y otra naturaleza, no adoptivo ni fantástico, sino uno y único Hijo de Dios en dos y de dos naturalezas, es decir, divina y humana, en la singularidad de una sola persona, impasible e inmortal por la divinidad, pero que en la humanidad padeció por nosotros y por nuestra salvación con verdadero sufrimiento de su carne, murió y fué sepultado, y descendió a los infiernos, y al tercer día resucitó de entre los muertos con verdadera resurrección de su carne…”
“Creemos también que el Espíritu Santo es Dios pleno, perfecto y verdadero que procede del Padre y del Hijo, consustancial, coomnipotente y coeterno en todo con el Padre y el Hijo. Creemos que esta santa Trinidad no son tres dioses, sino un Dios único, omnipotente, eterno, invisible e inmutable.”
Concilio de Florencia (Decreto para los jacobitas, 1442):
“La sacrosanta Iglesia Romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro, firmemente cree, profesa y predica a un solo verdadero Dios, omnipotente, inmutable y eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno en esencia y trino en personas…”
Profesión de Fe prescrita a los orientales maronitas (1743)
“Venero también y recibo los Concilios universales, como sigue, a saber: El Niceno primero, y profeso que en él se definió contra Arrio, de condenada memoria, que el Señor Jesucristo es Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, esto es, nacido de la sustancia del Padre, no hecho, consustancial con el Padre, y que rectamente fueron condenadas en el mismo Concilio aquellas voces impías «que alguna vez no existiera» o «que fué hecho de lo que no es o de otra sustancia o esencia», o «que el Hijo de Dios es mudable y convertible».”
“… igualmente que la divinidad del mismo Señor nuestro Jesucristo, según la cual es consustancial con el Padre y el Espíritu Santo, es impasible e inmortal, y que El fue crucificado y murió sólo según la carne, como igualmente fué definido en dicho Concilio y en la carta de San León, Pontífice Romano, por cuya boca los Padres del mismo Concilio aclamaron que había hablado el bienaventurado Apóstol Pedro; definición por la que se condena la impía herejía de aquellos que al trisagio enseñado por los ángeles y en el predicho Concilio Calcedonense cantado: «Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, compadécete de nosotros», añadían: «que fuiste cricificado por nosotros» y, por tanto, afirmaban que la divina naturaleza de las tres Personas es pasible y mortal.”
Syllabus o Colección de los errores modernos (1864)
“1. No existe ser divino alguno, supremo, sapientísimo y providentísimo, distinto de esta universidad de las cosas, y Dios es lo mismo que la naturaleza, por tanto, sujeto a cambios y, en realidad, Dios se está haciendo en el hombre y en el mundo, y todo es Dios y tiene la mismísima sustancia de Dios; y una sola y misma cosa son Dios y el mundo y, por ende, el espíritu y la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal, lo justo y lo injusto.”
Concilio Vaticano I (Constitucion “Dei Filius”, 1870):
" La santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana cree y confiesa que hay un solo Dios verdadero y vivo, creador y señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en su entendimiento y voluntad y en toda perfección; el cual, siendo una sola sustancia espiritual, singular, absolutamente simple e inmutable, debe ser predicado como distinto del mundo, real y esencialmente, felicísimo en sí y de sí, e inefablemente excelso por encima de todo lo que fuera de El mismo existe o puede ser concebido"
“Si alguno dijere que las cosas finitas, corpóreas o espirituales, o por lo menos las espirituales, han emanado de la substancia divina; o que la esencia divina, por la manifestación y evolución de sí misma se transforma en todas las cosas; o, finalmente, que Dios es un ser universal e indefinido que, determinándose a sí mismo, establece la totalidad de las cosas, distinguidas en géneros, especies e individuos: sea anatema.”
JUAN PABLO II, AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 4 de septiembre de 1985
“La eternidad es aquí el elemento que distingue esencialmente a Dios del mundo. Mientras éste está sujeto a cambios y pasa, Dios permanece por encima del devenir del mundo: Él es necesario e inmutable: "Tú permaneces el mismo".
El texto del Vaticano I expresa la fe de la Iglesia en el Dios vivo, verdadero y eterno. Es eterno porque es absoluta plenitud de ser que, como indican claramente los textos bíblicos citados, no puede entenderse como una suma de fragmentos o de "partículas" del ser que cambian con el tiempo. La absoluta plenitud del ser sólo puede entenderse como eternidad, es decir, como la total e indivisible posesión de ese ser que es la vida misma de Dios. En este sentido Dios es eterno: un "Nunc", un "Ahora", subsistente e inmutable, cuyo modo de ser se distingue esencialmente del de las criaturas, que son seres "contingentes".”
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Para finalizar, estas luminosas enseñanzas del Papa Pio XII en su encíclica "Humani generis" que deben servir de guía en todo discurso católico acerca de la relación entre la fe, la razón y la filosofía:
Pio XII, Encíclica “Humani generis” (1950):
“Es cosa sabida cuán gran estima hace la Iglesia de la razón humana para demostrar con certeza la existencia de un solo Dios personal, para probar invenciblemente, por los signos divinos, los fundamentos de la misma fe cristiana, igualmente que para expresar de manera conveniente la ley que el Creador grabó en las almas de los hombres y, finalmente, para alcanzar algún conocimiento de los misterios y, por cierto, muy provechoso. Mas la razón sólo podrá desempeñar este servicio de modo apto y seguro, si ha sido debidamente cultivada; es decir, cuando estuviere imbuida de aquella sana filosofía, que es ya, de tiempo atrás, como un patrimonio legado por las generaciones cristianas de pasadas edades y que, por ende, goza de una autoridad de orden superior, puesto que el magisterio mismo de la Iglesia ha pesado con el fiel de la revelación los principios y principales asertos de aquél, lentamente esclarecidos y definidos por hombres de grande inteligencia. Esta filosofía, reconocida y aceptada por la Iglesia, no sólo defiende el verdadero y auténtico valor del conocimiento humano, sino también los principios metafísicos inconcusos - a saber, los de razón suficiente, de causalidad y finalidad - y, finalmente, la consecución de la verdad cierta e inmutable.
En esta filosofía se exponen ciertamente muchas cosas que ni directamente ni indirectamente tocan las materias de fe y costumbres, y que, por tanto, la Iglesia deja a la libre discusión de los entendidos; pero no rige la misma libertad en muchas otras cosas, señaladamente acerca de los principios y asertos principales que arriba hemos recordado. Aun en estas cuestiones esenciales, se puede vestir a la filosofía con más propias y ricas vestiduras, reforzarla con más eficaces expresiones, despojarla de ciertos arreos menos aptos, propios de las escuelas, y enriquecerla también cautamente con ciertos elementos de la especulación humana en sus avances; pero nunca es lícito derribarla o contaminarla con falsos principios o considerarla, en verdad, como un gran monumento, pero ya envejecido. Porque ni la verdad ni toda exposición filosófica de ella pueden estar cambiando cada día, sobre todo cuando se trata de los principios por sí evidentes para la mente humana o de aquellas doctrinas que se apoyan ora enla sabiduría de los siglos, ora en la conformidad y apoyo de la divina «revelación». Toda verdad que la mente humana, investigando sinceramente, puede encontrar, no puede ciertamente oponerse a la verdad ya adquirida, puesto que Dios, Verdad Suma, creó y rige el entendimiento humano, no para que diariamente oponga a lo debidamente adquirido contrarias novedades, sino para que, eliminados los errores que hubieran podido deslizarse, construya la verdad sobre la verdad con aquel orden y trabazón con que aparece constituida la naturaleza misma de donde la verdad se extrae. De ahí que el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no ha de abrazar de prisa y ligeramente cualquier novedad que de día en día se excogitare, sino que ha de sopesarla con toda diligencia y ponerla sobre la balanza exacta, no sea que pierda la verdad ya alcanzada, o la corrompa, con peligro o daño ciertamente grave de la misma fe.
Considerando bien todo lo dicho, se verá patente la razón por que la Iglesia exige que los futuros sacerdotes se formen en las disciplinas filosóficas «según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico», pues sabe ella muy bien por la experiencia de muchos siglos que el método y sistema del Aquinate descuella con singular excelencia tanto para la instrucción de los principiantes, como para la investigación de las más recónditas verdades; que su doctrina resuena como al unísono con la revelación divina y es eficacísima para asegurar los fundamentos de la fe y recoger con provecho y seguridad los frutos de un sano progreso.”
Saludos cordiales.
En la línea del ejemplo que he puesto anteriormente, me gustaría poner otro que nos puede ayudar a comprender como se integran las sensaciones y los sentimientos según las diferentes dimensiones del ser humano (siempre teniendo presente su finitud respecto a Dios):
Cuando una madre acaricia a su hijo, éste siente agrado en tres niveles de la persona: en el fisiológico, ya que el contacto suave de la piel le produce satisfacción; en el psíquico, pues en las yemas de los dedos de su madre palpita su ternura y su carácter acogedor; en el espiritual, por cuanto, al acoger al hijo, la madre funda con él un ámbito de tutela amorosa. Esta triple sensación de agrado no se cierra en sí misma; remite a la madre que suscita y a su actitud benevolente.
Saludos cordiales.
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En realidad, dejando fuera las procesiones trinitarias del Hijo y el Espíritu Santo, todo lo que procede de Dios es imperfecto, porque es creado, y por tanto, dependiente y limitado, no como Dios, que siendo Perfecto, es Infinito e Incausado, Independiente.
En efecto, un Dios creado es contradictorio, y por ello, imposible, porque sería un incausado causado. Pero sólo Dios es absolutamente Perfecto.
Y el ejemplo del hijo confirma lo que he dicho arriba: en lo creado, todo altruismo o relación al otro va acompañado de la satisfacción de una necesidad propia, así, el hijo es referido a la madre por el bienestar que le producen sus caricias.
No hay nada malo en eso, lo malo es poner en Dios algo semejante, olvidando la trascendencia divina.
Saludos cordiales.
La unidad en el amor supone un preciado tesoro:
"Te pido que todos sean uno, así como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy en ti. Y que ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. »Les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo estoy en ellos, y tú estás en mí. Que gocen de una unidad tan perfecta que el mundo sepa que tú me enviaste y que los amas tanto como me amas a mí".
Juan 17, 21-23
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La relación nunca es fundamento ontológico. En lo creado, es al revés, son las sustancias el fundamento de las relaciones. En Dios, las Personas divinas se identifican con las relaciones divinas "ad intra", pero solamente porque éstas a su vez se identifican realmente con la Esencia divina absoluta y no relativa.
Saludos cordiales.
Si las miramos atentamente podríamos concluir que la esencia divina es muy similar a un principio matemático:
Por ejemplo, si yo digo que la suma de los ángulos de un triángulo da como resultado 180º, se trata de una verdad perfecta e inmutable.
Dios no tiene principio ni fin, ni es susceptible de cambio; y, sin embargo, Dios no se parece a un número, y, desde luego, no puede llamarse intemporal al ser que se piensa como el fundamento de la existencia de todo lo temporal.
La esencia de Dios podríamos decir que se asemeja a una esencia de una promesa. Los seres temporales (realidades materiales y psíquicas) duran afectados intrínsecamente por el tiempo. En cambio, los seres temporales del estilo de las obligaciones surgidas a raíz de una promesa, duran, entre su origen y su término, igual que existen, más allá del tiempo, inmutables, los números.
Otro ejemplo que nos puede ayudar a comprender la inmutabilidad de Dios es el siguiente: No podemos reducir una obra musical a la partitura de la misma; una misma obra musical existe en cualquier lugar del mundo en que sea interpretada fielmente. Podemos decir que la obra existe de forma supra-actual, de forma independiente de los actos en que es realizada.
Evidentemente estos ejemplos son sólo aproximaciones que nos pueden ayudar a entender la inmutabilidad de Dios, y pueden servir para no entender a Dios bajo el solitario principio de identidad A=A.
Proposiciones tales como Dios es el Ser y otras parecidas corren el riesgo de entenderse de forma tautológica.
Saludos cordiales
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Dios es intemporal. El tiempo depende del cambio, porque depende de la sucesión del antes y el después, que dependen del cambio. Pero en Dios no hay cambio, por tanto, en Dios no hay tiempo, no hay antes ni después, pasado ni futuro, sino el eterno Presente.
El fundamento de la existencia de lo temporal tiene que ser intemporal, porque si lo temporal necesita un fundamento, un fundamento que también fuese temporal sólo haría retroceder el problema, sin resolverlo.
Que Dios sea Inmutable y que las verdades matemáticas sean inmutables no implica que Dios sea una verdad matemática, del mismo modo que los argentinos no son uruguayos por el hecho de ser ambos sudamericanos.
No se entiende cómo las promesas pueden ser temporales y existir más allá del tiempo, y si no existen más allá del tiempo, no se ve qué semejanza tienen con los números.
Sin los principios de identidad y no contradicción no se puede pensar nada, tampoco a Dios.
En todo caso una tautología es verdadera. Pero que Dios es el Ser, para nosotros al menos, no es una tautología, porque ambos conceptos difieren por su significado, aunque su "referencia" sea la misma: por "Dios" podemos entender, con el Catecismo antiguo, un "Espíritu perfectísimo, Creador y Señor del cielo y de la tierra", y por "Ser", el Ser Subsistente, es decir, el acto de ser que subsiste en sí mismo y no recibido en un sujeto distinto de él mismo.
Saludos cordiales.
"Dios es intemporal. El tiempo depende del cambio, porque depende de la sucesión del antes y el después, que dependen del cambio. Pero en Dios no hay cambio, por tanto, en Dios no hay tiempo, no hay antes ni después, pasado ni futuro, sino el eterno Presente".
Creo que lo que usted quiere decir es que la eternidad de Dios conlleva su inmutabilidad.
Entonces Dios estaría confinado dentro de su plan eterno. La eternidad se entendería negativamente como carencia de tiempo, como algo que se opone al tiempo, como algo que no puede desarrollarse en el tiempo porque dejaría de ser inmutable y se haría temporal.
A esta estabilidad inmutable intratrinitaria habría que excluir a la segunda persona de la Trinidad en cuanto a su naturaleza humana.
Lo que Dios ha planificado (por así decir) en su eternidad no lo puede cambiar.
Sin embargo, detrás de esta manera de ver las cosas se está concibiendo a Dios de forma antropomórfica, de la misma forma que los seres humanos entendemos el tiempo del reloj.
La eternidad no hay que entenderla como lo que existe antes del tiempo (entendido como un antes y un después), sino que hay que entenderla como lo totalmente otro. La eternidad no está encadenada a un antes y un después, sino que ES el poder de la actualidad de todo tiempo.
Según Benedicto XVl: "La eternidad no coexiste con el tiempo sin tener ninguna relación con él, sino que es poder creador que sostiene todo tiempo, que abarca el tiempo pasajero en su única originalidad y le da así su poder de ser. No es carencia de tiempo, sino que fortalece el tiempo. Y por ser el hoy contemporáneo de todos los tiempos, puede actuar en todo tiempo".
Esta presencia de la eternidad en el presente es plasmada magistralmente por San Juan de la Cruz:
¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
Saludos cordiales
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Como Ud. ha visto por un comentario mío anterior, es dogma de fe la inmutabilidad divina.
Pero la inmutabilidad es incompatible con el tiempo, porque es claro que el tiempo implica el antes y el después, y estos implican el cambio.
Como dice Santo Tomás en Ia, q. 10, a. 1, c.:
"Así como llegamos al conocimiento de lo simple partiendo de lo compuesto, así también llegamos al conocimiento de eternidad partiendo del tiempo, que no es más que el número de movimiento según el antes y el después. Como en todo movimiento hay sucesión, y una de sus partes viene después de la otra, contando el antes y el después del movimiento, conseguimos la noción de tiempo, que no es más que el número de lo anterior y de lo posterior en el movimiento. En cambio, en lo que carece de movimiento no es posible distinguir un antes y un después, ya que siempre está del mismo modo. Así, pues, como el concepto de tiempo consiste en la numeración de lo anterior y de lo posterior en el movimiento, así el concepto de eternidad consiste en la concepción de la uniformidad de lo que está absolutamente exento de movimiento. Además, se dice que son cronometrables aquellas cosas que en el tiempo tienen principio y fin, como consta en el IV Physic. Esto es así porque en todo lo que se mueve hay algún principio y algún final; mientras que en lo completamente inmutable, como no hay sucesión, tampoco puede haber principio ni fin. Así, pues, entendemos la eternidad partiendo de dos aspectos. El primero, referido a lo que se da en la eternidad y que es interminable, esto es, carente de principio y de fin (a lo cual se refiere el término). El segundo, referido a la misma eternidad como carente de sucesión, esto es, siendo toda ella simultaneidad."
Donde hay tiempo, hay sucesión, y donde hay sucesión, hay cambio, por tanto, como en Dios, según nuestra fe, no hay cambio, no hay tampoco en Él sucesión, y por tanto, tampoco hay en Dios tiempo.
La Eternidad no es una sucesión sin comienzo ni fin, sino la ausencia de sucesión.
Dios es Intemporal porque es Inmutable. No es que sea Inmutable porque es Eterno, sino al revés, es Eterno porque es Inmutable.
La Inmutabilidad divina conlleva la ausencia de toda sucesión en el ser divino, de todo antes y después, y por tanto, de todo tiempo, y eso es la Eternidad en su esencia, a la cual pertenece como una propiedad suya el no tener comienzo ni fin, porque parece que en todo lo que comienza o termina hay cierta sucesión, en cuanto el instante en que algo comienza a ser o deja de ser ha de distinguirse del resto de su duración, ya que no puede estar siempre comenzando o siempre dejando de ser.
En todo caso, el no tener comienzo ni fin es consecuencia de la Necesidad del ser divino, que no puede no ser.
Obviamente que la Eternidad no es simplemente "carencia de tiempo", como dice ahí Ratzginer, porque a la carencia de tiempo hay que agregar la existencia de aquello que carece de tiempo, para que haya Eternidad.
Y porque en general no podemos hablar de los atributos divinos sino distinguiéndolos unos de otros y en forma sucesiva, de modo que nunca podemos decir todo acerca de Dios con una sola expresión (ni con todas las que podamos usar, tampoco).
Y en cuanto a lo que dice que la Eternidad abarca el tiempo y es contemporánea de todo tiempo, es la vieja imagen, que procede al menos de Boecio, del círculo y su punto central. El punto central, indivisible, es la Eternidad, sin partes, sin antes y sin después, sin sucesión. La circunferencia es el tiempo, con partes, antes y después, y sucesión. Por eso mismo, el punto central se encuentra exactamente a la misma distancia de todos los puntos de la circunferencia, que sin embargo no están todos a las misma distancia unos de otros.
Es decir, el Eterno Presente divino abarca todos los presentes mundanos, y por tanto, todo el pasado y todo el futuro, que esta todo presente eternamente ante Dios, precisamente porque Dios no cambia y en Él no hay tiempo, para Él nada es pasado ni futuro, pero esos presentes mundanos no están todos presentes unos a otros.
Lo de "contemporáneo", en el dicho de Ratzinger, es una forma de hablar exigida por la limitación de nuestro lenguaje, para expresar esa "simultaneidad" sui generis que se da entre el Instante Eterno y todos los instantes temporales que no son simultáneos unos de otros.
De hecho, la palabra "contemporáneo" incluye ya en sí misma la noción del tiempo, y entonces, no puede ser aplicada sin más a Dios.
Porque en realidad no es que Dios esté presente a cada momento del tiempo, como si tuviese que ir cambiando constantemente para mantenerse al día, sino que cada momento del tiempo está presente ante el Eterno Presente inmutable de Dios, precisamente porque es inmutable y por tanto no hay para Él ni pasado ni futuro.
Entre "temporal" e "intemporal" no hay tercera posibilidad, por el principio de tercero excluido: una cosa o es temporal o no lo es. Por tanto, por más "totalmente otro" que sea Dios, si no es temporal, es intemporal.
Por otra parte, eso del "totalmente otro", de origen protestante, no es compatible con el pensamiento católico, que reconoce siempre la analogía de los conceptos que aplicamos a Dios, lo cual quiere decir que bajo algún aspecto al menos hay alguna comunidad entre las perfecciones creadas y las Increadas.
Santo Tomás explica, en efecto, que en las perfecciones que predicamos de Dios hay que distinguir el modo y el contenido. El modo depende de las creaturas de las cuales tomamos el concepto de esas perfecciones, y es siempre finito y limitado. El contenido depende de la naturaleza misma de esas perfecciones, que en cuanto perfecciones no tienen porqué darse limitadamente. Por lo que en Dios se dan realmente las perfecciones significadas por nuestros conceptos, pero de un modo divino, infinito, ilimitado, que en esta vida no podemos conocer.
El "totalmente otro", si se lo toma en sentido absoluto, depende de no tener en cuenta esa distinción.
Saludos cordiales.
En su anterior comentario, usted ha dicho:
"Porque en realidad no es que Dios esté presente a cada momento del tiempo, como si tuviese que ir cambiando constantemente para mantenerse al día, sino que cada momento del tiempo está presente ante el Eterno Presente inmutable de Dios, precisamente porque es inmutable y por tanto no hay para Él ni pasado ni futuro".
¿Como se concilia esta inmutabilidad de Dios, con la enseñanza de la Iglesia de que pidamos favores y gracias a Dios a tiempo y a destiempo?
Por su parte, Ratzinger dice:
"El Dios que aparece en la Biblia no es geometría insensible del Universo, no es justicia neutral que se cierne sobre las cosas desde un corazón frío y sin afectos. Este Dios tiene corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante"
Saludos cordiales
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Dios actúa en la historia, pero eso no quiere decir que haya relaciones reales de Dios al mundo, sino solamente relaciones reales del mundo a Dios. O sea, el único que cambia y es afectado por la acción de Dios en el mundo es el mundo, no Dios.
Desde su inmutable Eternidad Dios ha determinado que ciertos bienes lleguen a sus creaturas por la libre oración de esas mismas creaturas u otras. Si pedimos y Dios nos concede lo que pedimos, es que desde la Eternidad quiso concedernos eso que nos da en respuesta a nuestras oraciones, y por eso también movió nuestro corazón a orar y pedir.
Como dice Santo Tomás en IIa IIae, q. 83, a. 2, c.:
"Fueron tres los errores de los antiguos acerca de la oración. Unos dieron por supuesto que la Providencia no dirige los asuntos humanos, de donde se sigue que la oración y el culto a Dios son algo inútil. A ellos se aplica lo que se lee en Mal 3,14: Dijisteis: frívolo es quien sirve a Dios. La segunda opinión fue la de quienes suponían que todo, también las cosas humanas, sucede necesariamente: por la inmutabilidad de la divina Providencia, por la influencia ineludible de los astros o por la conexión de las causas. Según éstos, queda asimismo excluida la utilidad de la oración. La tercera fue la opinión de los que suponían que los sucesos humanos están regidos por la divina Providencia y que no acontecen necesariamente; pero decían asimismo que la disposición de la divina Providencia es variable y que se la hace cambiar con nuestras oraciones u otras prácticas del culto divino. Todo esto quedó ya refutado (1 q.19 a.7,8; q.22 a.2,4; q.115 a.6; q.116); por tanto, nos es preciso mostrar la utilidad de la oración en tales términos que ni impongamos necesidad a las cosas humanas, sujetas a la divina Providencia, ni tengamos tampoco por mudable la disposición divina. Así, pues, para que esto que decimos resulte evidente, hay que tener en cuenta que la divina Providencia no se limita a disponer la producción de los efectos, sino que también señala cuáles han de ser sus causas y en qué orden deben producirse. Ahora bien: entre las otras causas, también los actos humanos causan algunos efectos. De donde se deduce que es preciso que los hombres realicen algunos actos, no para alterar con ellos la disposición divina, sino para lograr, actuando, determinados efectos, según el orden establecido por Dios. Esto mismo acontece con las causas naturales. Y algo semejante ocurre también con la oración; pues no oramos para alterar la disposición divina, sino para impetrar aquello que Dios tiene dispuesto que se cumpla mediante las oraciones de los santos, es decir, para que los hombres merezcan recibir, pidiéndolo, lo que Dios todopoderoso había determinado darles, desde antes del comienzo de los siglos, como dice San Gregorio."
Por eso en la Misa pedimos, por ejemplo, para que haya justicia en el mundo: es decir, para que Dios mueva los corazones de los hombres para que actúen justamente.
Como sabemos, hay "dos Ratzinger", y el libro "Introducción al cristianismo" es del año 1968, que fue justamente el año, según el mismo Ratzinger, en que se produjo el paso del primer Ratzinger, progresista colaborador de Rahner y otros, al segundo Ratzinger, que luego llegó a ser Cardenal y finalmente Papa.
De todos modos, lo que él dice ahí se puede entender correctamente en clave metafórica por lo que se refiere a los afectos que pone en Dios.
Saludos cordiales.
A mí me recuerda mucho esta visión al Dios de Spinoza, todo muy perfectamente lógico y matemático.
Sin embargo en 22, 39-46 del Evangelio de San Lucas, la segunda persona de la Trinidad vivió esta serenidad lógica con una angustia indescriptible:
"Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron.Cuando llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación.
Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.
Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación".
Saludos cordiales
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No es lo que yo digo, es lo que dice la fe católica. Lo del jugador de ajedrez va por su cuenta.
Concilio Vaticano I, Constitución "Dei Filius", 1870:
"Ahora bien, todo lo que Dios creó, con su providencia lo conserva y gobierna, alcanzando de un confín a otro poderosamente y disponiéndolo todo suavemente [cf. Sap. 8, 1]. Porque todo está desnudo y patente ante sus ojos [Hebr. 4, 13], aun lo que ha de acontecer por libre acción de las criaturas."
En efecto, la Omnisciencia divina es una de las verdades más básicas de la fe cristiana.
Por otra parte, es cierto que la verdad revelada por Dios posee una maravillosa lógica interna, como no podía ser de otro modo, tratándose de la verdad revelada por Dios. La alergia a la razón y a la inteligencia no es católica, sino que tiene una impronta protestante, de la cual lamentablemente está muy impregnada nuestra cultura.
Nada que ver, por otra parte, con el racionalismo de Spinoza, que pretendía deducir todo lo que sabía de Dios de verdades evidentes. En la teología católica los primeros principios no son verdades evidentes para nosotros, sino las verdades de fe, tal como las propone la Iglesia para ser creídas.
Por supuesto, también es contrario a la fe católica sostener una oposición entre la razón humana y la verdad revelada por Dios.
Para una lectura cristiana y católica de los Evangelios, y en particular, del episodio de Getsemaní, hay que recordar siempre que en Nuestro Señor Jesucristo hay una sola Persona, la Persona divina del Verbo de Dios, y dos naturalezas, la divina y la humana, y por tanto, dos inteligencias, la divina y la humana, y dos voluntades, la divina y la humana.
Es claro que el Verbo de Dios encarnado nunca perdió ni la Naturaleza divina, ni la Omnisciencia que es inseparable de esa misma Naturaleza divina.
Según la naturaleza humana de Nuestro Señor Jesucristo no corresponde la Omnisciencia, porque la naturaleza humana es limitada, como toda naturaleza creada.
Igualmente, la Voluntad divina de Nuestro Señor Jesucristo es la única Voluntad que hay en Dios y que es común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Por lo que toca a la voluntad humana de Nuestro Señor, Santo Tomás distingue la voluntad propiamente dicha, que es una facultad espiritual, y el querer sensitivo, propio de todo animal, que en el hombre lo llama "voluntad por participación", porque incluso en la sensibilidad humana influye el alma espiritual.
A su vez, dentro de la voluntad propiamente dicha, distingue como dos aspectos: la voluntad natural, que no es libre, por ejemplo, nuestro deseo de la felicidad, y la voluntad racional, que es libre.
La voluntad racional y libre del Señor siempre estuvo, está y estará de acuerdo con la Voluntad divina. La sensibilidad del Señor, en su vida terrena, pudo querer algo distinto de lo que quería la Voluntad divina, e igualmente su voluntad espiritual natural, pues ambas tienen un rechazo espontáneo, no deliberado, del mal y del sufrimiento.
Por eso, en la frase "no se haga mi voluntad, sino la tuya", "mi voluntad" se refiere a la sensibilidad y la voluntad natural del Señor, y "la tuya" es la Voluntad propia de la Naturaleza divina, que es común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
La frase misma, por su parte, indica la voluntad humana racional y libre del Señor de aceptar lo que quiere la Voluntad divina y acordarse en un todo con ella.
Dice Santo Tomás en IIIa, q. 18, a. 5, c.:
"Como ya se ha expuesto (a.2 y 3), en Cristo, en cuanto hombre, existieron varias voluntades, a saber: la voluntad sensible, llamada voluntad por participación; y la voluntad racional, considerada bien como naturaleza, bien como razón. Y antes hemos dicho (q.13 a.3 ad 1; q.14 a.1 ad 2) que, por una dispensación divina, el Hijo de Dios, antes de su pasión, permitía a su carne obrar y padecer lo que es propio de ésta. Y lo mismo permitía a todas las facultades de su alma hacer lo que es propio de las mismas. Ahora bien, es evidente que la voluntad sensible rehuye, por naturaleza, los dolores sensibles y la lesión corporal. Igualmente, la voluntad como naturaleza rechaza también las cosas contrarias a la naturaleza y lo que es esencialmente malo, por ejemplo la muerte y otras cosas por el estilo. Pero la voluntad como razón puede, a veces, elegir tales cosas en orden a un fin; así, la voluntad sensible de un hombre normal, e incluso su voluntad absolutamente considerada, rehuyen el cauterio, que la voluntad como razón elige en orden a la salud. Pero era voluntad de Dios que Cristo padeciese los dolores, la pasión y la muerte; Dios quería tales cosas no por sí mismas, sino en orden al fin de la salvación de los hombres. Con esto resulta evidente que Cristo, con su voluntad sensible y con su voluntad racional considerada como naturaleza, podía querer algo distinto de lo que Dios quería. Sin embargo, con su voluntad como razón quería siempre lo mismo que quería Dios. Esto es manifiesto por sus propias palabras: No como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Con su voluntad como razón quería, efectivamente, que se cumpliese la voluntad divina, aunque diga querer otra cosa con su otra voluntad ."
Saludos cordiales.
"Dios actúa en la historia, pero eso no quiere decir que haya relaciones reales de Dios al mundo, sino solamente relaciones reales del mundo a Dios. O sea, el único que cambia y es afectado por la acción de Dios en el mundo es el mundo, no Dios".
Creo que lo que usted quiere decir es que en el fondo el Amor de Dios consiste en una previsión de gracias, en función de su omnisciencia, para que el hombre alcance la Salvacion.
Si Dios fuera afectado de algún modo por las relaciones con el ser humano, esta afección contradiría la inmutabilidad y la impasibilidad divina.
Algo parecido pasa con la idea de Dios en Jung, se trata de un arquetipo, una imagen psíquica que surge y con la que el ser humano se relaciona, pero que tan solo es un producto del inconsciente.
Evidentemente, en el caso de Santo Tomás, la existencia de Dios está garantizada por la fe y por las pruebas de la existencia de Dios.
Entonces las siguientes frases de San Juan de la Cruz en "llama de amor viva" serían una expresión poética de la planificación omnisciente de Dios en su alma, en el fondo, una forma de hablar meramente metafórica:
"Cuando uno ama y hace bien a otro,
hácele bien y ámale
según su condición y propiedades;
y así tu Esposo, estando en ti, como quien él es te hace las mercedes:
porque, siendo él omnipotente,
hácete bien y ámate con omnipotencia;
y siendo sabio,
sientes que te hace bien y ama con sabiduría;
y siendo infinitamente bueno,
sientes que te ama con bondad;
y siendo santo,
sientes que te ama y hace mercedes con santidad;
y siendo él justo,
sientes que te ama y hace mercedes justamente;
siendo él misericordioso, piadoso y clemente,
sientes su misericordia y piedad y clemencia;
y siendo fuerte y subido y delicado ser,
sientes que te ama fuerte, subida y delicadamente;
y como sea limpio y puro,
sientes que con pureza y limpieza te ama;
y, como sea verdadero,
sientes que te ama de veras;
y como él sea liberal,
conoces que te ama y hace mercedes con liberalidad
sin algún interese, solo por hacerte bien;
y como él sea la virtud de la suma humildad,
con suma bondad y con suma estimación te ama,
e igualándote consigo,
mostrándosete en estas vías de sus noticias alegremente,
con este su rostro lleno de gracias y diciéndote:
Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal cual soy para darme a ti, y por ser tuyo"
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Como dije, la inmutabilidad divina es una verdad de fe enseñada como tal por la Iglesia.
La ausencia de relaciones reales desde Dios hacia el mundo, es una consecuencia necesaria de dicha verdad de fe.
Porque dado que según la fe católica Dios no cambia, si las acciones divinas en el mundo implicasen relaciones reales en Dios, esas relaciones deberían estar desde siempre en Dios, sin implicar novedad alguna en El, y entonces, desde siempre deberían existir los términos creados de esas relaciones, lo cual es obviamente absurdo, porque equivale a decir que desde siempre deberían existir Adán, Eva, Nuestro Señor Jesucristo en tanto que hombre, etc.
Porque una relación no existe, obviamente, sin los términos relacionados.
Este razonamiento y los otros que se usan para probar en sede filosófica la inmutabilidad divina no tienen su consistencia de la fuerza del inconsciente, sino de la lógica, y por tanto, la única forma de criticarlos es usando la lógica, o sea, como ya dije, o bien mostrando que alguna de sus premisas es falsa, o bien mostrando que la conclusión no se sigue necesariamente de ellas.
Lo que no sea eso, frente a un argumento planteado, simplemente no viene a cuento.
Por otra parte, argumentar contra la razón es vano, porque sólo se puede argumentar usando la razón.
Finalmente, los únicos conceptos que sólo metafóricamente pueden decirse de Dios son aquellos que en su significado mismo implican alguna imperfección.
Saludos cordiales.
No doy paso a comentarios en los cuales se sigue tratando como teorías filosóficas a verdades de fe enseñadas como tales por la Iglesia.
Como se ve por los textos magisteriales citados, la Inmutabilidad divina es una verdad de fe.
Esa inmutabilidad consiste, obviamente, en la imposibilidad de cambiar.
Por tanto, la Escolástica no la ha inventado, ni la ha tomado de Aristóteles, sino que la ha tomado de la Revelación divina enseñada por la Iglesia.
Por otra parte, Aristóteles ha llegado a la misma verdad usando la razón, porque la verdad es una sola, no hay dos verdades, una para la razón y otra para la fe.
Jesucristo es la Revelación de Dios a los hombres, y esa Revelación nos llega a nosotros en tanto que enseñada por la Iglesia, la cual enseña como verdad de fe la inmutabilidad divina.
Según la fe católica, la razón humana, partiendo de las cosas creadas, puede conocer con certeza la existencia de Dios y algunos de sus atributos. Al decir "partiendo de las cosas creadas" se está hablando de un conocimiento filosófico de Dios.
Así lo dice el Concilio Vaticano I:
"Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema."
Una proposición verdadera o un razonamiento correcto lo son independientemente de los sentimientos del que los profiere.
Como dicen los Padres de la Iglesia: "Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo".
Incluso si la dice Aristóteles.
Saludos cordiales.
" Porque hay un Sólo Dios , y un Sólo Mediador entre Dios y los hombres ; Jesucristo hombre , el cuál me amó y se entregó a SÍ Mismo por mí "....
Jesucristo es Dios ; porque fue enjendrado por Dios ; y porque Dios es La Cabeza de su Hijo ; y Cristo es La Cabeza de su Iglesia o Cuerpo Místico. " Y nosotros por medio de ÉL "...; todos los de la clase de San Pablo y demás Discípulos. ( Apocalipsis: 14 ). .El Reino de Dios es un Gobierno Teocrático formado por Tres Personas.
El Mediador " llegará a Ser Dios " para todos los creyentes en el Dios de Abraham , y para toda la Humanidad . Y el Mediador resultará ser el " hijo varón " de la Esposa de Dios. ( Es una opinión compartida por muchos ).
Un cordial saludo.
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En el texto que Ud. cita ahí dice que sólo Jesucristo es Mediador entre Dios y los hombres, pero Jesucristo, en su naturaleza divina, es Dios desde la Eternidad, así que ningún Mediador "llegará" a ser Dios.
Saludos cordiales.
No entiendo bien lo que significa relaciones reales.
Yo tenía entendido que era el Dios del deísmo el que no tenía relación real con el mundo.
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Una relación es real cuando no depende de nuestro pensamiento para existir. Por ejemplo, la relación entre un padre y un hijo reales, existentes. Es de razón, cuando depende de nuestro pensamiento para existir, por ejemplo, la relación entre Don Quijote y Sancho Panza.
La relación tiene siempre un sujeto, en el cual está, y un término, al cual se ordena. Por ejemplo, el sujeto de la paternidad es el padre, y su término, el hijo, mientras que el sujeto de la filiación es el hijo, y su término, el padre.
La relación que tiene por sujeto al mundo o a la creatura y por término a Dios es real, la que tiene por sujeto a Dios y por término al mundo es de razón, porque el Absoluto no puede ser en la realidad relativo a nada. Es la creatura la que es relativa al Creador, no a la inversa.
El deísmo consiste en negar las relaciones reales que tienen por sujeto al mundo y por término a Dios, todas o la mayoría de ellas, porque afirma que en todo caso Dios solamente tuvo que ver con el comienzo del mundo y luego lo ha dejado existiendo "solo", "sin intervenir", de modo que bajo este aspecto el mundo no depende Dios y no tiene por tanto relaciones reales que lo tengan a él, el mundo, de sujeto, y a Dios de término.
Saludos cordiales.
El racionalismo consiste en no admitir la Revelación divina sino en la medida en que a nosotros nos parece adecuado lo que Dios nos dice.
Ahora bien, si Dios, por medio de la Iglesia, nos hace saber que Él es Inmutable, y nosotros lo rechazamos porque no nos parece correcto ¿eso no es racionalismo?
Por otra parte ¿en qué consiste el misterio o lo misterioso de Dios? ¿En que un ser limitado y capaz de sufrir y morir, solo que mucho mas grande que nosotros, sufra y muera? ¿Hay algo de misterioso en eso?
¿Dónde está la Trascendencia divina? ¿En que Dios sea igual a nosotros o en que sea distinto de nosotros?
¿Qué es lo igual a nosotros? Que el que ama, sufra. Si así fuese, no era necesario que el Verbo asumiese una naturaleza humana para darnos a conocer a Dios. Donde los extremos son básicamente lo mismo no hace falta un Mediador.
¿Qué es lo distinto de nosotros? Que el que ama no sufra, que el que mueve sea Inmóvil y que el origen último de todos los cambios no cambie, que haya una Causa Incausada, y un Ser que no tiene ni comienzo ni fin de su existencia.
¿Es un ente finito o un Ser Infinito lo que es distinto de nosotros y Trascendente?
¿Es lo que cambia o lo que no cambia lo que sobrepasa nuestra experiencia?
El racionalismo no es ante todo una preferencia por la lógica, sino la negativa a asentir a la Verdad revelada por Dios cuando no se ajusta a prejuicios ideológicos que no obedecen en realidad a lógica alguna.
Saludos cordiales.
Lo que no acepto es que su relación con nosotros no sea real, y no lo acepto en tanto en cuanto creo que esa es una forma filosófica de racionalizar el misterio que no me parece que forme parte necesaria del dogma de la inmutabilidad de Dios.
Me parece que la Iglesia, como las Escrituras, deja también claro que Dios escucha nuestras nuestras oraciones realmente, que actúa en nuestras almas realmente, que interviene en nuestras vidas realmente. No es una relación que exista solo en nuestra mente, como vd dice, existe en la realidad.
Y Dios mismo quiere que lo entendamos así cuando se revela en Jesucristo que habla de ese modo: pedid y recibiréis, venga a nosotros tu Reino, os enviaré mi Espíritu etc.
De modo que la inmutabilidad de Dios se tendrá que admitir como un misterio, como una inmutabilidad que no impide su acción en nosotros, como una forma de hablar, refiriéndose a que no tiene nuestra mutabilidad.
Este misterio se podrá intentar explicar, pero nunca podrá obviar la forma de expresarse, que es propia de la Palabra de Dios, la revelación de Dios a la humanidad.
Y es q lo q vd nos está diciendo respecto a la relación de Dios con nosotros, se entiende algo así como que la intervención de Dios en nuestras vidas no es real, es una relación que solo existe en nuestra mente.
Es con esa racionalización concreta de la inmutabilidad la que no me parece aceptable . El misterio yo lo acepto, la explicación espero que sea otra, porque esa no me parece acorde con lo q sabemos de Dios por su revelación en las Escrituras.
Paz y Bien
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Una relación no es una cuerda que ata dos cosas. Es un accidente o propiedad que está solamente en una de las cosas relacionadas.
Por ejemplo, la paternidad esta en el padre, no en el hijo. De lo contrario el hijo también sería padre de sí mismo.
La relación por la cual el efecto depende de la causa, está en el efecto, no en la causa.
El hijo no es aquel en el cual se encuentra la relación de paternidad, es decir, su sujeto, sino aquel al cual apunta o tiende dicha relación, es decir, su término.
Se es padre (sujeto) de un hijo (término).
Del mismo modo en que se es hijo (sujeto de la relación de "filiación") de un padre (término de esa relación).
La causa tampoco es aquello en lo que está la relación de dependencia causal, sino aquello a lo que esa relación apunta, tiende, se ordena: el término de esa relación.
Se es efecto (sujeto de la relación de dependencia causal) de una causa (término de esa relación).
Por tanto, para que la "relación de Dios con nosotros" sea real, alcanza con que sea real nuestra relación con Dios, es decir, la que nos tiene a nosotros como sujetos y a Dios como término, no la que tendría a Dios como sujeto y a nosotros como término.
Porque el que es afectado y determinado por la relación es el sujeto de la misma, ya que ésta es un accidente o propiedad de ese sujeto, y nosotros somos realmente afectados por nuestra relación con Dios.
Que Dios actúa sobre nosotros quiere decir que Él produce cambios en nosotros que dan lugar a nuevas relaciones, reales, de nosotros con Dios, es decir, que nos tienen a nosotros como sujetos y a Dios como término.
Eso no exige, para nada, que haya relaciones reales que tengan a Dios como sujeto y a nosotros como término.
Para pensar en Dios, tenemos que purificar siempre nuestros conceptos de todo aquello que no les proviene de su misma esencia o naturaleza, sino del modo finito y creado con que los encontramos realizados en nuestra experiencia.
Porque es lógico que las perfecciones que, partiendo siempre de lo creado, que es nuestro único punto de referencia, afirmamos en Dios, deberán darse en Él libres de toda limitación o imperfección, y que entonces, la limitación e imperfección con que las encontramos en nuestro mundo no les es esencial.
Pues bien, a la mera noción de una "acción causal" lo único que le corresponde es que sea afectado el término de esa acción, no el sujeto de la misma. Algo es "causa" por el hecho de afectar a otra cosa, no por el hecho de ser afectado.
Es en nuestra experiencia, la de los entes finitos, que siempre el agente experimenta algún cambio o afección al actuar.
Pero eso no puede deducirse necesariamente del mero concepto de "agente" o "causa" como tal. No puede probarse que toda causa sea de algún modo afectada por el hecho de producir un efecto.
Por otra parte, la relación real, o depende de la acción de una causa sobre su sujeto, como sucede en la relación de dependencia del hijo respecto del padre, o depende de la misma naturaleza de ese sujeto.
En el primer caso, una relación real que tuviese como sujeto a Dios y como término al mundo dependería de la acción causal de algo más sobre Dios, cosa absolutamente absurda.
En el segundo caso, una tal relación sería esencial a Dios mismo, y el mundo entonces, siendo tan necesario como el mismo Dios, no sería fruto de un acto libre creador divino, cosa igualmente absurda.
El dogma de fe, además, no es lo que nos parece a nosotros que es dogma, sino lo que la Iglesia enseña como tal.
La Iglesia, en su Magisterio solemne, no dice solamente que Dios no cambia con un cambio como el nuestro, sino que es "absolutamente inmutable".
Concilio Vaticano I (Constitucion “Dei Filius”, 1870):
" La santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana cree y confiesa que hay un solo Dios verdadero y vivo, creador y señor del cielo y de la tierra, omnipotente, eterno, inmenso, incomprensible, infinito en su entendimiento y voluntad y en toda perfección; el cual, siendo una sola sustancia espiritual, singular, absolutamente simple e inmutable, debe ser predicado como distinto del mundo, real y esencialmente, felicísimo en sí y de sí, e inefablemente excelso por encima de todo lo que fuera de El mismo existe o puede ser concebido"
Es claro que ahí el "absolutamente" califica a la conjunción: "simple e inmutable", pero con el solo hecho de que califique a "simple" ya alcanza, porque algo "absolutamente simple" es algo que no tiene composición interna alguna ni por tanto partes reales ningunas, ni distinción real ninguna de partes. Y por eso ya es imposible que cambie, porque no puede haber cambio sin sucesión de estados realmente distintos entre sí.
Y es que no tendría sentido que en una profesión de fe, en la cual es esencial la precisión, para decir que el cambio de Dios es distinto del nuestro la Iglesia dijese que Dios no cambia.
Porque además, si finalmente "cambio" no significa "cambio" ¿qué sentido tendría, de todos modos, decir que Dios cambia?
Saludos cordiales.
Pero además, en la Escritura Dios es Eterno, sin comienzo ni fin. Eso también escapa totalmente a nuestra experiencia y la trasciende. Pero también es lógico, porque si Dios hubiese comenzado a existir, necesitaría una causa de su existencia, y ya no sería Dios.
Tenemos entonces aquí algo que trasciende totalmente nuestra experiencia: un ser incausado, que existe por sí mismo. Y sin embargo, es lógico, porque si tuviese causa, o esa causa existiría por sí misma, o por otra causa más, pero no podemos retroceder al infinito tampoco aquí, porque en definitiva todos existirían por otro y entonces nada existiría por nada, pues ese otro no podría aparecer nunca.
En todo caso, en la Escritura es obvio que Dios existe por Sí mismo, porque para eso es el Señor de absolutamente todo, y no lo sería si dependiese de una causa para existir, que por ello mismo sería superior a Él.
La Eternidad divina, además, excluye en Dios el cambio más fuerte, que es el cambio sustancial, en el que la cosa comienza a existir, o deja de existir.
Pero además, en la Escritura Dios es la Roca, el apoyo firme, aquel cuyos propósitos y promesas gozan de la inmutabilidad.
Esto tiene que ver obviamente con la Omnipotencia divina, que capacita a Dios para cumplir lo que ha prometido sin que absolutamente nada pueda impedirlo.
Pero esto excluye en Dios también el cambio accidental, por el que el ente que cambia sigue existiendo, y tampoco comienza a existir por ese cambio, pero varía en alguno de sus estados, acciones, pasiones, etc.
Porque si esto fuese posible en Dios, entonces sería posible que Dios variase de propósito, y determinase libremente poner su Omnipotencia al servicio de otras cosas distintas de aquello que había prometido.
Por ejemplo, si lo del “arrepentimiento” divino se tuviese que tomar en sentido propio en la Escritura, entonces sería posible que Dios se arrepintiese de su promesa a Abraham o a David, o a la misma Iglesia de Cristo.
Porque de nada serviría que Dios hubiese dicho en alguna parte de la Escritura que no va a arrepentirse de su promesa, si el arrepentimiento hipotético hubiese tenido lugar “después” de que Dios dijo eso (porque es claro que si Dios cambia, también está sujeto al tiempo, al antes y al después).
Saludos cordiales.
"El Dios de los filósofos se relaciona exclusivamente consigo mismo. Es un puro pensar que se contempla a sí mismo. En cambio, el Dios de la fe se caracteriza fundamentalmente por la categoría de relación. Es amplitud creadora que todo lo transforma. Surge así una nueva imagen y una nueva ordenación del mundo en la que la Suprema posibilidad del ser no es la de poder vivir aislado, la de necesitarse sólo a sí mismo y subsistir en sí mismo. La suprema forma de ser lleva pareja la relación. No es necesario insistir, por supuesto, en la revolución que para la existencia humana supone que lo Supremo no se presente ya como autarquía absoluta y cerrada en sí misma, sino como relación, como poder que crea, sostiene y ama todas las cosas... "
Creo entender que, según Ratzinger, Dios sí tiene relaciones reales con sus criaturas, y esto no afecta en nada a la inmutabilidad de su ser. Una cosa es el motor inmóvil de Aristóteles y, otra, el Dios vivo de la Biblia.
Por otro lado, me gustaría recordar que la metafísica de Aristóteles estaba basada a su vez en la física de su época, no era concebible que una partícula se materia tuviera asociada esencialmente una onda. Sin duda usted no es desconocedor de la discusión científica en torno a la naturaleza física de la luz. Por un lado estaban los que defendían que era de naturaleza material y, por otro, los que defendían que era de naturaleza ondulatoria.
Hasta que al final se descubrió que la luz tenía las dos naturalezas: material y ondulatoria.
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En ese pasaje Ratzinger no se ve que diga que esas relaciones divinas sean otras que las relaciones divinas "ad intra", es decir, las que constituyen a las Personas divinas, y que sólo tienen por término a las mismas Personas divinas. Por eso se las llama relaciones "ad intra", porque no tienen como término nada creado, ni pueden tenerlo, porque entonces lo creado sería parte de la Naturaleza divina, al ser estas Relaciones realmente idénticas a la misma, y así, sería necesario y no sería objeto de la libre creación de Dios.
Recordemos, además, que estamos hablando ahí del Ratzinger de 1968, que recién comenzaba a despertar de la pesadilla progresista.
La Física de Aristóteles tiene dos partes: la que se vincula necesariamente con los primeros principios de la razón y los datos más básicos de la experiencia, centrada en la teoría del acto y la potencia, la sustancia y el accidente, la materia y la forma, las cuatro causas, material, formal, eficiente, y final, y que desemboca en la afirmación del Primer Motor Inmóvil, y la que no se deduce necesariamente de esos primeros principios sino que se acomoda al modo natural en que el hombre percibe el mundo que lo rodea, y sobre todo al modo en que se consideraban las cosas en tiempos de Aristóteles, centrada en el geocentrismo, la teoría de los lugares naturales, las esferas de los astros, etc.
Es solamente esta última parte, en todo caso, la que ha sido desautorizada por la física moderna.
Tanto en un mundo geocéntrico como en un mundo heliocéntrio o no céntrico el cambio es un pasaje de potencia a acto, porque implica una novedad que, como ya señaló Parménides, no puede proceder ni del ser en acto, porque no sería novedad, ni de la nada, por razones obvias, sino que ha de proceder, como concluyó Aristóteles, del ente en potencia, el cual es más que la nada y menos que el ente en acto, y por eso mismo, no puede tampoco darse a sí mismo el acto, porque no se da lo que no se tiene, sino que todo cambio ha de tener una causa en acto.
Por ejemplo, el agua está en potencia para la ebullición, a diferencia de la madera, pero si no se le aplica fuego, que es caliente en acto, o algo equivalente, seguirá en potencia por los siglos de los siglos y no hervirá nunca.
Eso se aplica a todo cambio, no importa si es el movimiento del Sol alrededor de la Tierra, o de la Tierra alrededor del Sol, o de un carro de guerra de la época de Aristóteles, o de un transbordador espacial.
Saludos cordiales.
Lo que en realidad sucede es que la filosofía puede demostrar, partiendo de las cosas que existen, la existencia y unidad de Dios y algunos de sus atributos, pero obviamente no puede demostrar lo relativo al misterio trinitario.
Eso no quiere decir que la filosofía necesariamente se equivoque acerca de Dios, salvo que se lance a afirmar ahí donde no tiene demostración alguna ni en un sentido ni en otro, y eso no pertenece propiamente a la filosofía, sino que es una especie de corrupción de la misma.
En efecto, no hablar de algo o no poder demostrarlo, o incluso no conocerlo, no es negarlo.
Sin duda que a nuestro padre, por ejemplo, lo conocemos mejor nosotros que el vecino de la esquina, pero eso no habilita a que hablemos de un "padre de los vecinos" y un "padre de nosotros": es la misma persona.
Saludos cordiales.
Me parece esclarecedor el siguiente texto de Ratzinger del libro antes mencionado a propósito de la transformación del Dios de los filósofos en el Dios de la fe:
"Pero no olvidemos la otra cara del hecho. La fe cristiana se decidió solamente en favor del Dios de los filósofos; en consecuencia este Dios es el Dios a quien se dirige el hombre en sus oraciones y el Dios que habla al hombre. Pero al tiempo la fe cristiana dio a este Dios una
significación nueva, lo sacó del terreno de lo puramente académico y así lo transformó profundamente. Este Dios que antes aparecería como algo neutro, como un concepto supremo y definitivo, este Dios que se concibió como puro ser o puro pensar, eternamente cerrado en sí
mismo, sin proyección alguna hacia el hombre y hacia su pequeño mundo; este Dios de los filósofos, cuya pura eternidad e inmutabilidad excluye toda relación a lo mutable y contingente, es para la fe el hombre Dios, que no sólo es pensar del pensar, eterna matemática del universo, sino agapé, potencia de amor creador. En este sentido se da en la fe cristiana la misma experiencia que tuvo Pascal cuando una noche escribió en un trozo de papel que luego cosió al forro de su casaca, estas palabras: .Dios de Abraham, Isaac y Jacob., no el .Dios de los filósofos y letrados".
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Si miramos bien, ahí Ratzinger acepta que según la Naturaleza divina no puede haber relaciones reales que tengan como sujeto a Dios y como término al mundo. Lo que pasa es que, obviamente, según su naturaleza humana Jesucristo sí es sujeto de relaciones reales que nos tienen como término a nosotros. Por eso eso Ratzinger habla ahí de "el hombre Dios".
Por eso sugerí alguna vez que sin la distinción entre "persona" y "naturaleza" no se puede dar un paso en Cristología ni en teología trinitaria. La misma Persona del Verbo de Dios encarnado no puede ser sujeto de relaciones reales con las creaturas según su naturaleza divina, y puede serlo y lo es según su naturaleza humana.
De todos modos es reductivo y muy sesentayochoísta el planteo que hace Ratzinger ahí, porque el que es Inmutable no es solamente el "Dios de los filósofos", sino también el de la Revelación y la fe, como muestran los abundantes y muy solemnes textos magisteriales que expuse en un comentario anterior.
Por otra parte, Pascal no es una referencia del todo confiable. Su conversión al cristianismo fue al mismo tiempo conversión al jansenismo, que fue condenado por la Iglesia por ser algo así como la versión católica del luteranismo, el cual precisamente se caracteriza por su odio a la razón y a la filosofía, y muy especialmente a la de Aristóteles.
Pascal fue un genio matemático, pero en filosofía su formación era muy azarosa y rudimentaria.
Saludos cordiales.
Yo creo que de Igual modo que la filosofía no puede demostrar el misterio trinitario, no puede demostrar el misterio de la relación de Dios con nosotros, no puede demostrar que no sea una relación real.
Damos por supuesto que se trata de una relación distinta. Sabemos y creemos en lo que nos dicen las Escrituras, empezando por las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, que son las que se han definido como palabras de Vida Eterna.
[Editado]
Si los filósofos consiguen explicarlo, bien, y si no, también - que lo sigan intentando. Pero las palabras de Jesucristo, ciertamente creemos que no pasarán, y sus palabras son las que vemos recogidas en los Evangelios. Esas son las que debemos escuchar en primer lugar.
Luego todo lo que consigan explicar, bienvenido sea, pero es secundario.
A mí me parece que todo eso de potencia y acto valdrá para dar explicaciones sobre nuestro mundo con nuestros conceptos de tiempo y espacio y para nuestra noción de cambio, pero no será válido para aplicarlo al misterio de Dios.
Desde luego mientras lo que se diga es que no es como nosotros, seguro que se acierta. Y en el uso de analogías para intentar entender algo habrá que recurrir en primer lugar a su Palabra revelada. Es desde ahí desde donde debemos intentar entender cuál es nuestra relación con el misterio de Dios.
[Editado]
Saludos cordiales.
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En ninguna parte de la Escritura dice que haya relaciones reales que tienen a Dios como sujeto y a nosotros como término.
Es en acto lo que es, en vez de solamente poder ser, es en potencia lo que puede ser, sin ser todavía. Como obviamente Dios es, y no solamente puede ser, Dios es en acto, y entonces ese concepto sí se aplica a Dios.
Queda por ver si también puede Dios ser en potencia, es decir, si puede haber en Dios potencialidades sin actualizar.
Si así fuese, Dios no sería absolutamente Perfecto, porque todavía tendría por actualizar algunas perfecciones. Lo cual es absurdo.
En efecto, el acto es más perfecto que la potencia, ser es más perfecto que solamente poder ser.
No es al estudiante de arquitectura, arquitecto en potencia, que le encargaríamos construir nuestra casa.
Por eso mismo Dios no puede cambiar, porque todo cambio es la actualización de alguna potencialidad, ya que la novedad no puede proceder ni de la nada ni del ser ya en acto, en este último caso, no sería novedad.
Al ser que cambia siempre le falta algo, o lo que todavía no tiene, o lo que tenía y ya no tiene.
Si no le faltase nunca nada, no podría cambiar, porque nunca podría adquirir nada (ya lo tiene todo), ni perder nada (no puede faltarle nada).
Y ése es justamente Dios, Aquel al que nunca le falta nada, porque es Perfectísimo.
Esto muestra que es verdad el dicho según el cual la filosofía es el sentido común con traje de fiesta.
Son nociones básicas, elementales y universales, que todos empleamos aun sin darnos cuenta y aunque no les demos los nombres técnicos que les dan los filósofos.
Por otra parte, si el cambio no es pasaje de potencia a acto, no es perder algo y adquirir algo, entonces ¿qué es lo que queremos decir con "cambio"? ¿Nada determinado? ¿Y qué sentido tiene aplicarle a Dios un término que no significa nada determinado?
El misterio no es lo mismo que el sinsentido.
Saludos cordiales.
"Al observar que Dios considerado absolutamente es uno, y que sin embargo en él se da también en fenómeno de lo dialógico, de la distinción y de la relación del diálogo, la categoría de la relación adquiere en el pensamiento cristiano un significado completamente nuevo; Aristóteles la coloca entre los accidentes, entre los efectos accidentales del ser, separables de la sustancia; forma de lo real que soporta todo. Al darnos cuenta de que Dios es dialógico, de que Dios no sólo es Logos, sino diálogo, no sólo idea e inteligencia, sino diálogo y palabra unidos en el que habla, queda superada la antigua división de la realidad en sustancia, lo auténtico, y accidentes, lo puramente casual.. Es pues claro, que junto con la sustancia están el diálogo y la relación
como forma igualmente original del ser".
En este texto Ratzinger dice que la categoría de la relación es esencial tanto en la vida intratrinitaria como en la estructura de la realidad.
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Eso que dice ahí Ratzinger es insostenible. Es como si nunca hubiese existido la teología clásica que no tuvo ningún problema en pensar juntos a la vez la realidad trinitaria de Dios y la distinción entre sustancia y accidentes en lo creado.
En primer lugar, caracteriza mal a la sustancia y al accidente. Lo característico de la sustancia es existir en sí, lo característico del accidente es existir en otro.
Por ejemplo, un gato es una sustancia, el color o el tamaño del gato es un accidente. El gato no es propiedad de otra cosa, como lo son el color o el tamaño.
Obviamente, existir en sí es más fundamental que existir en otro, pero el accidente también es real, no es una cuestión de "autenticidad".
Y no todos los accidentes son "casuales", hay accidentes necesarios, como la inteligencia en el ser humano, y accidentes contingentes, como estar sentado.
Ahora bien, o no existe nada, o existe algo, y si existe algo, o existe en sí, o no, y si no existe en sí, es claro que existirá en otro.
No se ve cómo se "supera" eso, ni cómo se supera el hecho evidente de que hay por un lado cosas y por otro lado propiedades de las cosas.
La lógica es el cemento de la filosofía.
Por otra parte, si la relación y el diálogo están "junto con" la sustancia, entonces, no son sustancia, no existen en sí, y entonces ¿cómo han de existir sino en otro, o sea, siendo accidentes?
Santo Tomás de Aquino integró perfectamente el misterio trinitario con la distinción entre sustancia y accidentes, mediante las siguientes afirmaciones:
1) En lo creado, la relación es un accidente. Es una propiedad de ciertas sustancias, y por tanto, su característica es ser en otro.
Sencillamente, para que haya relaciones tiene que haber cosas relacionadas. No se puede vivir a costa de regentear una fábrica de relaciones que las saque ya empaquetadas y listas para ser consumidas por sus futuros sujetos, de modo que si Pedro y Juan quieren ser amigos, por ejemplo, van la fábrica, se compran una relación de amistad y se la colocan ahí mismo.
La relación es siempre de un sujeto, al cual relaciona con un término, y no pueden andar las relaciones por ahí como si fuesen sujetos ellas mismas, del mismo modo que tampoco pueden andar por ahí la longitud, la gordura, el color, la pereza, el razonamiento, el recuerdo, el volumen, la velocidad, la voluntad y los demás accidentes.
Negar esta distinción básica entre estos dos aspectos de la realidad no es salirse de la filosofía de Aristóteles, sino salirse del mundo.
2) En Dios no puede haber accidentes. Dios es Simple, no tiene composición interna. Todo compuesto es causado, porque algo tiene que haber reunido esas partes que al ser realmente distintas entre sí no forman por sí mismas una sola cosa. Y Dios es Incausado, es Creador, no creatura.
Dios es Uno, y si hubiese en él partes realmente distintas, o serían infinitas en su ser, o serían finitas. En el primer caso habría varios dioses, en el segundo caso, una pluralidad de seres finitos.
Dios es Infinito, y toda distinción real supone una limitación, porque implica que hay algo en una cosa que no está en la otra. En Dios no puede haber distinción real alguna en el plano de la Esencia absoluta, y por eso no puede haber accidentes, porque éstos se distinguen realmente de la sustancia. En efecto, sería contradictorio que la misma cosa fuese a la vez en sí y en otro, o sea, no en sí.
Como dice San Agustín, Dios es todo lo que tiene: no tiene Inteligencia, es su Inteligencia, así como es su Intelección, su Voluntad, su Amor, etc. Por eso dice San Juan: "Dios es Amor", y Nuestro Señor en San Juan: "Yo soy el camino, la Verdad y la Vida".
3) Pero en Dios hay relaciones reales, porque las Personas divinas consisten en sus relaciones de origen, precisamente porque no puede haber pluralidad alguna en Dios en el plano de la sustancia o esencia absoluta, sino que sólo puede darse en el plano de lo relativo.
4) Por tanto, las relaciones en Dios no son accidentes, sino que se identifican realmente con la misma Esencia divina absoluta, a la vez que se distinguen realmente entre sí por su oposición relativa. Que no la tienen, justamente, respecto de la Esencia divina, que no es una relación, sino sólo entre ellas.
Son "relaciones subsistentes", porque no tienen un sujeto realmente distinto de ellas mismas, como las relaciones creadas, sino que subsisten en sí mismas, pero no en tanto que son relaciones, sino en tanto que se identifican realmente con la Esencia divina absoluta.
Por eso es que decimos que las Personas divinas no son sujetos de relaciones, sino que son ellas mismas esas relaciones: la Paternidad, es el Padre, la Filiación, es el Hijo, la Espiración pasiva, es el Espíritu Santo.
El no ser accidentes, por tanto, es algo exclusivo de las relaciones divinas, es el sello propio del misterio trinitario y no tiene sentido alguno querer extenderlo a las creaturas, lo cual sólo puede llevar al panteísmo.
No es serio, simplemente, hacer como que toda esta profunda y coherente reflexión tradicional no existe para poner en su lugar unas vagarosas palabras como si no existiesen tampoco los datos y problemas más básicos de la realidad y la filosofía.
Saludos cordiales.
Lo normal por tanto es considerar que la relación es real, no algo que solo existe en nuestra mente.
Es decir, la forma correcta de considerar la relación real de Dios con nosotros es la que se ve en su Palabra revelada: pedid y recibiréis, Venga a nosotros tu reino, Recibid el Espíritu etc...
Y no es que yo sea un bicho raro al que hay que dejar de lado cuando se plantea esto, es que cualquier persona se quedará de lo más sorprendida si le oye decir que la relación de Dios con nosotros no es real.
Paz y Bien.
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Es "normal" también que Dios no se haga hombre, no muera crucificado, y no resucite al tercer día.
Cualquier persona que lo oye por primera vez ha de quedar sorprendida si oye decir que en la Eucaristía se contienen real y sustancialmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
La "normalidad", en estos temas, no lleva muy lejos, y ante todo, hay que darle su verdadero nombre: prejuicios asumidos en forma irreflexiva.
¿Qué tienen que ver "pedid y recibiréis", "venga a nosotros tu Reino", y "recibid el Espíritu" con "hay relaciones reales que tienen como sujeto a Dios considerado según su Naturaleza divina"?
Al contrario, cada uno de esos textos habla de un cambio que se realiza en nosotros, no en Dios: recibimos el Reino, recibimos el Espíritu Santo.
Somos nosotros los que pasamos ahí de no tener algo a tenerlo, y a tener una relación real de dependencia respecto de Aquel que nos lo da.
Y no necesariamente tiene que ser real toda relación, como ya dije, la relación entre el Quijote y Sancho es solamente de razón.
La identidad de una cosa consigo misma también la pensamos como una relación, porque tenemos que pensar dos veces a la cosa en cuestión para poder pensarla como idéntica a sí misma, y esa relación no es real, justamente porque la cosa no existe en dos versiones realmente distintas.
Y no toda relación real implica una relación real en sentido contrario. Cuando veo una piedra, por ejemplo, sufro un cambio, porque adquiero algo que no tenia antes, la visión de la piedra, y por tanto, hay una relación real que me tiene a mí como sujeto y a la piedra como término, porque dependo de la piedra para poder verla, si tuviese delante un elefante en vez de una piedra, no vería una piedra, sino un elefante.
Y sin embargo, no hay otra relación real que tenga a la piedra como sujeto y a mi vista como término, porque la piedra no es afectada en nada por el hecho de que yo la vea, no sufre el más mínimo cambio por esa razón. Si pienso una relación que tiene a la piedra como sujeto y al que la ve como término, es una relación de sola razón.
Así sucede entre Dios y nosotros: la relación que nos tiene a nosotros como sujetos y a Dios como término es real, la que tiene a Dios como sujeto y a nosotros como término es de razón.
Por supuesto, hablando de Dios según su Naturaleza divina, que es la que es Simple e Inmutable. Según su naturaleza humana asumida en la Encarnación, el Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, sí es sujeto de relaciones reales que nos tienen a nosotros como término.
Saludos cordiales.
"El principio conceptual de la física moderna puede presentarnos una ayuda más preciosa que la filosofía aristotélica. La física nos dice que no podemos hablar de la estructura de la materia sino cuando convergen diversos principios, y que el resultado de la investigación de la naturaleza depende del diverso lugar que ocupe el observador. ¿Qué nos impide afirmar, partiendo de este dato, que en el problema de Dios no debemos proceder aristotélicamente en busca de un último
concepto que comprenda el todo, sino que debemos entenderlo mediante una multiplicidad de aspectos que dependen del lugar que ocupe el observador, y que nunca podemos considerar juntos, sino yuxtaponerlos sin pronunciar nunca la última palabra sobre ellos? Aquí radica la acción recíproca y escondida de la fe y del pensar moderno. Así piensa la física moderna superando el sistema de la lógica aristotélica; pero esta forma de pensar es también obra de la
nueva dimensión que ha abierto la teología cristiana, y de la necesidad que siente de pensar en complementaridad.
Voy a referirme también, aunque brevemente, a dos ideas de la física que pueden servirnos de ayuda. E. Schrödinger ha definido la estructura de la materia como paquetes de ondas; así ha ideado un ser no sustancial, sino puramente actual, cuya aparente sustancialidad en realidad sólo resulta de los movimientos de las ondas superpuestas. En el campo de la materia esta opinión es discutible tanto física como, sobre todo, filosóficamente; pero nos ha proporcionado una interesante imagen para la "actualitas" divina, para el absoluto ser-acto de Dios. La imagen nos dice que el ser denso, Dios, consiste en una multiplicidad de relaciones que no son sustancias, sino como ondas, y esa multiplicidad forma toda la plenitud del ser".
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Lo que dice en ese texto es muy grave, porque parece ser la renuncia al principio de no contradicción, desde que dice que esa multiplicidad de perspectivas no podrían pensarse juntas, sino solamente "yuxtapuestas", de modo, saco la conclusión, de que podríamos decir a la vez que Dios es absolutamente inmutable, y que cambia.
De hecho, esa propuesta de las múltiples perspectivas dependientes de la posición del observador, todas verdaderas y no compatibles entre sí, no veo cómo se distingue del relativismo filosófico, y sin duda que ha habido un primer y un segundo Ratzginer cuando este último pronunció su famoso discurso sobre la "dictadura del relativismo".
Si aceptamos eso, tendremos el problema para nada "aristotélico" de que no podremos pensar ni hablar nada, porque luego de haber formulado la más firme de las convicciones deberíamos aceptar que nada impide (¿qué cosa podría impedirlo, como dice ahí Ratzinger?) que sea verdadera también y al mismo tiempo su negación. Complementariedad cuántica, que le dicen.
Por otra parte ¿qué quiere decir ahí que las ondas son "no sustanciales"? ¿Se ve cómo no es posible prescindir del concepto de "sustancia"? ¿Qué quiere decir "no sustancial", sino "accidental"? De lo contrario, ¿qué contenido o significado puede tener la negación de la sustancialidad de las ondas?
Lo que está diciendo, si tiene algún significado, es que las ondas no son sustancias porque no existen en sí, y entonces, sólo queda que existan en otro, o sea, que sean accidentes.
¿Y cómo puede haber accidentes, que son lo que existe en otro, si no hay sustancias, que son lo que existe en sí? No puede ser que todo exista en otro, porque se entraría en un retroceso al infinito.
Frente a este texto suyo de 1968, este texto de 1982 (es la fecha de su publicación, aunque parece que fue escrito en 1975 por la referencia a los diez años que han pasado desde "Gaudium et Spes") muestra bien el pasaje del “primer Ratzinger” al “segundo Ratzinger” y tiene valor ante todo como testimonio personal, más allá de que se compartan o no todas sus expresiones.
El texto me da la impresión de un gradual despertar de una pesadilla. Cuántas de esas tragedias se habrían evitado si no se hubiese abierto la puerta al rechazo del tomismo y de la escolástica en la Iglesia.
RATZINGER, Joseph, Teoría de los principios teológicos, 1982:
“Llegados al final, intentaré presentar, no sin ciertas vacilaciones, el drama de estos diez años, con su línea ascendente y su peripecia, a través de una parábola que, dada la enorme dureza de nuestras experiencias, podría tacharse de evasión absolutamente inoportuna al reino de la poesía. Pero, con toda la insuficiencia y la dudosidad inherentes a toda comparación, no creo que esté a tanta distancia de nuestras propias experiencias, porque se trata de la expresión poética que tal vez más perfecta y acabadamente reflejó el drama de la despedida de la edad media y la irrupción de la edad moderna; y ello a través de la pluma de un autor que se sabía «más versado en desdichas que en versos»: Miguel de Cervantes.
Su Don Quijote comienza con una bufonada, con una amarga burla que no es mero producto de la desnuda fantasía o simple diversión literaria. El alegre auto de fe que el cura y el barbero llevan a cabo, en el capítulo 6, con los libros del pobre hidalgo, tiene un aire absolutamente real: se echa afuera el mundo medieval y se tapia la puerta de entrada: pertenece ya irremisiblemente al pasado. En la figura de Don Quijote, una nueva era se burla de la anterior. El caballero se ha vuelto loco. Despertando de los sueños de antaño, una nueva generación se enfrenta con la verdad desnuda y sin afeites. En la alegre burla de los primeros capítulos hay algo de eclosión, de la seguridad de sí de una nueva época que olvida los sueños, que ha descubierto la realidad y está orgullosa de ello. Pero en el curso de la novela, le ocurre al autor algo curioso. Poco a poco, comienza a cobrar afecto al loco caballero. Esto se advierte no sólo en el hecho de que se sintiera molesto por la burla de un plagiador, que convertía al noble loco en vulgar payaso. Tal vez en la contraimagen del falso Don Quijote advirtió plenamente, por vez primera, que su loco tenía un alma noble, que su locura de consagrar su vida a la protección de los débiles y a la defensa de la verdad y la justicia tenía grandeza en sí. Tras la locura, descubre Cervantes la sencillez: «Al caballero pobre no le queda otro camino para mostrar que es caballero sino el de la virtud, siendo afable, bien criado, cortés y comedido y oficioso; no soberbio, no arrogante, no murmurador y, sobre todo, caritativo» . ¡Qué noble locura aquella que hace que Don Quijote elija una profesión en la que: «...ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cuesta la vida el defenderla»! Las locuras insensatas se han convertido en amable espectáculo en el que se hace perceptible un corazón puro. Más aún, el núcleo de la locura, que ahora llega al nivel de la conciencia, coincide con el extrañamiento de la bondad en un mundo cuyo realismo se burla, por lo demás, de aquel que acepta la verdad como realidad y que arriesga la vida en su defensa. Aquella altiva seguridad con que Cervantes había quemado los puentes que quedaban a sus espaldas y se había reído del tiempo antiguo, se torna ahora en melancolía por lo perdido. No se trata de un retorno al mundo de las novelas de caballería, pero sí de mantenerse despierto para aquello que nunca debe perderse y de ver bien el peligro que amenaza a los hombres cuando, al quemar el pasado, pierden parte de sí mismos.
¿No hemos vivido también nosotros, en estos diez años transcurridos desde Gaudium et spes, experiencias que, aunque a diferente nivel, no son del todo dispares de las que subyacen bajo la transformación de Don Quijote? Hemos roto con lo anterior, llenos de osadía y de autoconciencia. Nos hemos entregado también a más de un real auto de fe sobre libros escolásticos que nos parecían locas novelas de caballería, que no hacían sino llevarnos a regiones de fantasía y nos embelesaban con peligrosos gigantes, cuando en realidad teníamos que enfrentarnos con las filantrópicas acciones de la técnica y sus aspas de molinos de viento. Hemos tapiado, orgullosos y seguros de la victoria, la puerta de una época del pasado y declarado ya disuelto y desaparecido todo lo que había tras ella. En la literatura conciliar y postconciliar es innegable la existencia de una especie de burla, con la que, como alumnos ya maduros, queríamos despedirnos de anticuados libros de texto. Pero, mientras tanto, ha llegado hasta nuestros oídos y nuestros espíritus otro tipo de burla, que se ha mofado de nosotros más de cuanto habíamos imaginado y querido. Lentamente, ha desaparecido la sonrisa de nuestros labios. Lentamente hemos advertido que tras las puertas cerradas existen cosas que no deben perderse, si no queremos perder nuestras almas. Por supuesto, no podemos ni queremos retroceder al pasado. Pero debemos estar preparados para aceptar con nueva mentalidad lo que, en las vicisitudes de los tiempos, es auténtico soporte. Buscarlo con espíritu firme y sereno, atreverse a la locura de lo verdadero con alegre corazón y sin concesiones es, a mi entender, la tarea del hoy y del mañana: el verdadero núcleo del servicio al mundo de la Iglesia, su respuesta a «los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo».”
Saludos cordiales.
Si quiere puede bajarse "Introducción al cristianismo" en este enlace y leerlo en su extensión, la crítica al relativismo total.
https://diocesisdecanarias.net/wp-content/uploads/2017/07/Introduccionalcristianismo.pdf
Una cosa es el relativismo y, otra, la relacionalidad.
Por ejemplo, para captar la belleza de una obra de arte, se necesita una persona que contemple la obra. Esto no es relativismo, es relacionalidad.
Para captar la belleza de una sinfonía de Mozart hay que verla en su conjunto, con todo el nudo de relaciones que se crean (notas, instrumentos, tonalidades, tiempo, compás, etc)
Para conocer más a Dios el hombre necesita implicarse con todas las dimensiones personales en su conocimiento. De esto dan testimonio los místicos cristianos. Si usted lee el libro de" las moradas" de Santa Teresa o "llama de amor viva" de San Juan de la Cruz, se dará cuenta de que el místico cristiano tiene un conocimiento por connaturalidad de Dios, no solo teórico.
La distinción entre el conocimiento por connaturalidad respecto del conocimiento por intelección y discurso racional, que se introduce en la Doctrina Sagrada de Santo Tomás precisamente para caracterizar el más alto grado de conocimiento intelectual que el hombre tiene por la actuación en su mente de los dones del Espíritu Santo, no es, en modo alguno, un anticipo de tendencias sentimentalistas, voluntaristas, desdeñosas con la seriedad especulativa, contemplativa, en nuestro conocimiento de Dios. El don del Espíritu Santo “causa la rectitud de nuestro juicio sobre lo divino, o sobre todo lo demás por normas divinas, por cierta connaturalidad o unión a Dios; la cual unión se obra por la caridad. De aquí que la sabiduría de que aquí tratamos presuponga la caridad... por lo que esta sabiduría de que hablamos no puede darse en el hombre en pecado mortal” (S.Th.IIª-II Qu. 45, artº 4, in c.).
Bajo mi punto de vista la verdad se asemeja en un número irracional, no podemos delimitar exactamente su valor, pero siempre nos podemos acercar más y más a su valor, pero nunca lo alcanzamos.
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Empezando por el final, si Ud. entiende que nunca alcanzamos la verdad, entonces no estamos discutiendo "en católico", y es otra cuestión totalmente diferente.
Sobre lo que dice al principio, el texto que Ud. citó dice lo que dice y el comentario que hago de él entiendo que se ajusta a lo que dice. Eso no quiere decir que el autor profese el relativismo, pero en todo caso, sí quiere decir que no es coherente, al menos el "primer Ratzinger" que por esas épocas recién estaría en proceso de desaparecer.
En cuanto al relativismo y la relacionalidad, los cambios de palabras en filosofía no tienen efecto alguno si no hay cambios conceptuales detrás de ellos.
Si la "relacionalidad" consiste en que para que haya conocimiento tiene que haber un cognoscente, no es algo demasiado novedoso. La cuestión no está ahí, sino en esto otro: si lo que el cognoscente conoce de la realidad puede no depender, en su contenido, del cognoscente mismo ni del hecho de que lo conozca. La respuesta negativa es la que da origen a la relacionalidad propia del relativismo. La respuesta afirmativa da origen a la relacionalidad propia del realismo.
Y en cuanto a las partes de una obra musical, lo que en todo caso no se aplica ahí es que sólo puedan "yuxtaponerse", como dice el texto de Ratzinger, en clara alusión a que esos diversos puntos de vista son contradictorios entre sí, y por eso no pueden pensarse juntos, pero son todos verdaderos, y eso es justamente lo propio del relativismo.
Y por más que el conocimiento por connaturalidad le agregue al especulativo, no puede quitarle lo esencial, que es el ser no contradictorio y el captar la realidad como ella es en sí misma. Buena "connaturalidad" sería aquella que sólo nos pusiera en relación con nuestros propios estados subjetivos.
No puede haber otra "rectitud", en el juicio sobre lo divino, como dice Santo Tomás,que aquella que consiste en la adecuación entre el intelecto y la cosa, y sin duda que es bueno si eso se logra gracias a la "connaturalidad".
Ciertamente, el conoce es el intelecto. La afectividad no conoce, siente, lo contrario es intelectualismo del malo.
Saludos cordiales.
Entonces, que tipo de verdad posee el libro de Ejercicios de San Ignacio o, también, existe verdad en una sinfonía de Mozart..
¿La belleza y la verdad se pueden vincular, o deben permanecer separadas para evitar el relativismo?
¿Si un padre o una madre afirma que ama a sus hijos, este juicio es verdadero o es relativista? ¿Se puede conceptualizar ese amor con juicios verdaderos?
Saludos cordiales
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Pues no. La verdad es adecuación entre la inteligencia y la realidad. Lo único que puede hacer la "connaturalidad" en este terreno es proporcionar un modo específico de lograr la adecuación entre la inteligencia y la realidad.
Fuera de eso, no es necesario que no haya emociones o sentimientos para que se dé la verdad, como tampoco es necesario que los haya.
Tampoco para el relativismo son necesarios los sentimientos, ni que no haya sentimientos. Son dos cuestiones independientes entre sí.
Normalmente cuando se habla de "verdad" se habla de la propiedad que tienen las proposiciones de adecuarse a la realidad. Por ejemplo, "los elefantes tienen alas" es una proposición falsa, no se adecua a la realidad.
Así se entiende el dicho según el cual la verdad o el error se dan en el juicio, es decir, en la proposición.
Trátese del conocimiento vulgar, de las ciencias particulares, de la filosofía o de la teología, o también de las proposiciones del Magisterio de la Iglesia o de la Sagrada Escritura.
Se habla también, en filosofía o teología, de la "verdad ontológica", que es la cognoscibilidad de las cosas, y que al final se reduce a la verdad como adecuación entre la inteligencia y la realidad, porque la inteligibilidad de las cosas procede de su adecuación a la Inteligencia divina.
Pertenece a la filosofía del arte determinar en qué sentido se puede predicar la "verdad" de una sinfonía, por ejemplo. En todo caso, será un sentido derivado de los ya mencionados.
La verdad y la belleza se deben distinguir. Una mentira puede ser muy bella, y una verdad puede ser bastante desagradable.
Es cierto que la verdad tiene su belleza propia, y que el juicio "tal cosa es bella" puede ser verdadero o falso.
Pero eso no quita que sean distintas. La verdad tiene que ver con el conocimiento, la belleza, con el placer estético.
Hay un intelectualismo errado subyacente en la pretensión de convertir a otras facultades distintas de la inteligencia en facultades cognoscitivas.
Eso procede históricamente de Kant, que cerró el camino hacia el ser de las cosas que pasa por la inteligencia, y obligó a los que vinieron después (y le hicieron caso) a buscar vías "extrarracionales" que no sirven para ese fin.
Lo sano es dejar a las facultades que tienen que ver con el sentimiento que sientan, que es lo suyo, en vez de querer forzarlas a que conozcan, que no pueden.
Cuando una madre afirma que ama a su hijo, está haciendo por eso mismo una afirmación, o sea, está emitiendo una proposición, que por serlo, es verdadera o falsa. Por lo general, al emitir esa proposición la madre entiende que es verdadera, o sea, que se adecua a la realidad, que en este caso es su propia realidad.
Saludos cordiales.
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"Real" es lo que existe o puede existir independientemente de que lo conozcamos o no, lo pensemos o no. En el segundo caso se trata de una real posibilidad.
Saludos cordiales.
También conviene recordar que el tema de la belleza no lo abordó demasiado Santo Tomás, quizás porque la filosofía aristotélica adolecía del utillaje metodológico adecuado para dar alcance a este difícil asunto.
El siguiente texto sobre este enigmático trascendental del ser es de Alfonso López Quintás, catedrático emérito de estética de la Universidad Complutense de Madrid:
"Nos impresiona observar cuántas formas hay de belleza, y cómo nos elevan el ánimo y nos reconcilian con la vida en momentos de desánimo, cuando nada sonríe y parecen secarse las fuentes del buen humor. Entonces leemos, por ejemplo, las primeras frases de la Plegaria iroquesa:
«¡Oh Gran Espíritu que estás en el viento, escúchame!
Déjame contemplar la belleza del alba y de los ocasos rojos…».
Y nos parece entrar en un ámbito de luz, que nos conforta.
O bien recordamos las palabras sencillas de la Plegaria del pescador bretón, que, impresionado al salir al océano con su pobre barquilla, dice algo tan esencial como esto:
«¡Dios mío, sé bueno conmigo!
¡La mar es tan extensa
y mi bote tan pequeño...!».
Aquí están, bien claras, tres realidades esenciales: el mar inmenso, con su grandeza y sus temibles riesgos; en él, como un punto minúsculo, el pescador con su frágil bote, y, encima de ambos, el Dios infinito y providente. No se puede expresar nada más grande con medios tan escasos y humildes. De ahí la gracia indefinible, es decir el encanto de esta sencilla plegaria. Nadie dudará de su belleza. Pero ¿sabrá alguien definirla?
Un pastor solitario entona en el campo una sencilla melodía. Es elemental –apenas treinta notas–, pero transforma la agobiante sole- dad en un mundo mágico. Esa simple melodía inserta al humilde campesino en el vibrante mundo de la música. Y la repite sin cesar para tener la sensación consoladora de que vive creativamente el mundo de la belleza. Él no sabe qué es la belleza, ni le preocupa, pero se adentra gozosamente en su ámbito y se deja llevar de su impulso siempre nuevo, que llena su alma de ánimo hasta los bordes.
Vais caminando por el campo en grupo. Se hace largo y costo- so el camino. Entonad una melodía: por ejemplo la que impulsa el último tiempo de la Sinfonía Pastoral de Beethoven. Veréis que el campo se transforma y el camino se hace leve. La belleza no solo agrada; transfigura, consuela, eleva de nivel. Pero ¿qué es exactamente la belleza?
Hace siglos, en un golpe de genialidad, Platón propuso esta pregunta a un pueblo asombrado de su capacidad de engendrar obras en la belleza: obras musicales, escultóricas, arquitectónicas, literarias… Los griegos desbordaban arte de primerísima calidad, pero
¿sabían, acaso, lo que es la belleza, “eso que hace bellas todas las cosas”, según Platón? El sofista Hipias fracasó en su intento de dar una respuesta contundente. A base de preguntas bien encadenadas, Sócrates logró ridiculizar su autosuficiencia. Al verse arrinconado y sin salida airosa, pidió impaciente a Sócrates que respondiera él de una vez a la pregunta que había planteado: “Qué es la belleza”. Tampoco yo sé decirlo de golpe –respondió Sócrates–, y esto me cuesta muchos reproches, pero no hemos perdido el tiempo con esta larga
conversación dubitante; yo, al menos, he logrado comprender lo que
dice el proverbio: “¡Lo bello es difícil!” (Hipias major 304 d)."
Saludos Cordiales y gracias por el tiempo que me dedica
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¿Cuál sería entonces su tesis y en qué argumentos la apoyaría?
Saludos cordiales.
La belleza no atrae al alma humana sólo para constituir un halago a los sentidos y conmover el sentimiento; la belleza supone una anamnesis en la que se revela la realidad metasensible.
El siguiente texto es de Benedicto XVI:
"Vuelve a mi mente un concierto de piezas musicales de Johann Sebastian Bach, en Munich, dirigido por Leonard Bernstein. Al concluir el último fragmento, en una de las Cantatas, sentí, no por razonamiento, sino en lo más profundo del corazón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del sumo compositor, y me impulsaba a dar gracias a Dios. Junto a mí estaba el obispo luterano de Munich y espontáneamente le dije: Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios".
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El problema es que si no podemos dar alguna definición o explicación de la palabra "verdad" utilizada en ese contexto, corremos el riesgo de no estar diciendo nada inteligible.
Cuando Benedicto XVI dice ahí mismo "es verdadera la fe tan fuerte", parece claro que usa el sentido normal de "verdad" como "adecuación entre la inteligencia y la realidad", es decir, está diciendo que lo que afirma la fe cristiana es efectivamente así en la realidad de las cosas.
En ese caso, el sentido del texto sería que la belleza de la música de Bach es una prueba de la verdad de la fe cristiana, lo cual en todo caso no parece que se pueda proponer en forma de un discurso intersubjetivamente válido, o sea, objetivo, y deba quedar en todo caso como experiencia subjetiva válida para el que la ha experimentado.
En efecto, otro podría decir que al escuchar los primeros compases de "Así habló Zarathustra", de Strauss, comprobó que Dios no existe.
La filosofía y la teología, por su parte, tienen que ver con lo que es objetivo y comunicable a otros.
Saludos cordiales.
Como mucho se podría " sentir" que Dios no existe, nunca comprobar.
Saludos cordiales
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Exactamente, del mismo modo que sólo podrá en todo caso sentir que la fe cristiana es verdadera al escuchar a Bach, no comprobarlo. Y seguramente, tampoco comunicarlo a los demás.
Saludos cordiales.
Me imagino que conoce la experiencia de Manuel García Morente y el hecho extraordinario.
También tenemos el caso de Edith Stein, una agnóstica discípula de Husserl, tras un proceso de conversión leyó el libro de la vida de Santa Teresa. Tras la finalización de su lectura dejó escapar unas breves palabras: esto es la Verdad.
¿Cómo es posible que una persona tan racionalista fuera capaz de calificar de verdad la autobiografía de una monja del siglo XVI?
No me consta que Santa Teresa fuera una experta en Tomismo, aunque pudiera tener algunas nociones. Si sabemos que Santa Teresa había leído a San Agustín, especialmente "las confesiones".
Todas estas experiencias son todo menos objetivas, exactas, lógico-deductivas y comunicables.
Sin embargo hicieron mella en dos personas tan racionales como García Morente y Edith Stein.
Como se atreven a calificarlas como verdad.
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En esos casos el elemento decisivo es sobrenatural, es la acción de la gracia de Dios que ilumina y mueve el corazón. No es una presunta capacidad natural de los sentimientos para conocer la verdad, que además de mal intelectualismo, sería en esos casos un naturalismo.
Y efectivamente, esas mismas experiencias sobrenaturales, como tales, son incomunicables, no en el sentido de que no se puedan contar, sino en el sentido de que con esa narración no se le da al oyente, tampoco, medios para saber si efectivamente Dios se ha revelado en Jesucristo.
Por otra parte, la inteligencia no procede solamente en forma metódica y reflexiva, sino también en forma espontánea e intuitiva, ése es además su modo habitual de funcionamiento, siendo necesaria una atención y dedicación especiales para pensar en forma sistemática.
Por eso, en esos casos de conversiones, la que trata con la verdad es siempre la inteligencia, no el sentimiento, e iluminada además por la gracia de Dios.
El sentimiento puede intensificar la actividad de la inteligencia, porque obviamente atendemos más a lo que más nos afecta.
Saludos cordiales.
Coincido con usted y con Pavel Florenski, sacerdote ortodoxo que San Juan Pablo II cita en Fides et Ratio:
"La Verdad es intuición-discurso"
Saludos cordiales.
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En efecto, la persona conoce por su inteligencia y ama por su voluntad. Y cuando ama la verdad lo hace con la voluntad, porque la inteligencia ha conocido previamente la verdad, y ha conocido que es buena, y así se la ha podido presentar a la voluntad como buena, para que ésta la ame.
Saludos cordiales.
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Muchas gracias, Padre.
Saludos cordiales.
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