Neopelagianismo y neognosticismo
En la Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, además del gran mérito que tiene un documento breve, claro, y ordenado, podemos encontrar varias enseñanzas católicas fundamentales, de las cuales señalamos a continuación solamente algunas, recomendando la lectura meditada del documento.
Por ejemplo, es normal en la Carta es hablar de la encarnación, muerte y resurrección de Jesús como la causa de nuestra salvación:
“…la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres…”
Es más, se hace referencia al sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz:
“Asumiendo la perspectiva ascendiente (desde los hombres que acuden a Dios), Él es el que, como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, ofrece al Padre, en el nombre de los hombres, el culto perfecto: se sacrifica, expía los pecados y permanece siempre vivo para interceder a nuestro favor.”
Hay que balancear con ese texto, entonces, junto con las tres o cuatro veces en que habla de la encarnación, muerte y resurrección de Cristo como causa de nuestra salvación, este otro donde parece hablar exclusivamente de la Encarnación:
“Es precisamente asumiendo la carne (cf. Rm 8, 3; Hb 2, 14: 1 Jn 4, 2), naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4), que «se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre» y nuestro hermano (cf. Hb 2, 14). Así, en la medida en que Él ha entrado a formar pare de la familia humana, «se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» y ha establecido un nuevo orden de relaciones con Dios, su Padre, y con todos los hombres, en quienes podemos ser incorporados para participar a su propia vida.”
Es cierto que la palabra “cruz” y otras de esa familia no aparecen en el documento. Sí hay referencias al “evento pascual”, y al “misterio pascual”, en conexión con las referencias a la “muerte y resurrección” de Jesús.
La Carta, como no podía ser menos, dedica todo un apartado a decir que la Iglesia es el lugar donde se encuentra la salvación de Jesús, y contra el “intimismo” neognóstico, se subraya la necesidad de la adhesión a la Iglesia en su dimensión visible:
“…dado que la gracia que Cristo nos da no es, como pretende la visión neo-gnóstica, una salvación puramente interior, sino que nos introduce en las relaciones concretas que Él mismo vivió, la Iglesia es una comunidad visible: en ella tocamos la carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos.”
En ese mismo sentido es de rigor obviamente la referencia a los Sacramentos, que también ocupa otro apartado. Véase por ejemplo:
“El Salvador ha restablecido y renovado, con su Encarnación y su misterio pascual, este lenguaje originario y nos lo ha comunicado en la economía corporal de los sacramentos. Gracias a los sacramentos, los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales.”
Donde vuelve a aparecer la relación entre la visibilidad de la Iglesia y los Sacramentos, basada en la carne del Dios hecho hombre, y el servicio a los pobres como manifestación visible particularmente sensible del Verbo Encarnado.
Dos temas, decimos nosotros, que no suelen ir juntos, que sepamos, en el discurso intraeclesial habitual.
Recordemos que esa visibilidad de la Iglesia hace trizas la teoría de una especie de superIglesia puramente espiritual que reuniría a todos los cristianos por encima de las “accidentales” diferencias dogmáticas, y lleva necesariamente a preguntarse cuál de las confesiones visibles actualmente existentes, entonces, es la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica del Credo, pregunta que se contesta con sólo formularla.
Aparecen dos muy interesantes y necesarias referencia al alma, tema atacado desde hace unas décadas por algunos teólogos “progresistas”:
“Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él.”
“La salvación integral del alma y del cuerpo es el destino final al que Dios llama a todos los hombres.”
Como se ve, sin temor alguno a la acusación de “dualismo” que el “progresista” profiere incluso dormido ante expresiones como ésas.
Y hay referencias a las buenas obras que vienen muy bien luego de los recientes paroxismos luteranófilos:
“Por otra parte, el sentido ascendiente nos recuerda que, por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer «buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos» (Ef 2, 10).”
Sí es de lamentar, por otra parte, que las “fuertes convicciones” aparezcan solamente en contexto negativo, como uno de los componentes del “neognosticismo”.
Pero es muy positivo que la Carta reafirme la misión de la Iglesia: “anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio.”
Así como que en este contexto, reafirme también, contra los pluralismos religiosos despistados de algunos, que toda salvación, incluso la que se hace fuera de los límites visibles de la Iglesia (pero no sin alguna pertenencia invisible a la misma, agregamos) se hace por Jesucristo:
“En este esfuerzo también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia»”
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La Carta señala dos errores que en el mundo contemporáneo dificultan la plena aceptación del mensaje cristiano, y que denomina el “neopelagianismo” y el “neognosticismo”.
El primero, dice, consiste en un “individualismo centrado en el sujeto autónomo” que “tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza.”
En esta visión, dice la Carta, “la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu.”
Haciendo referencia al magisterio del Papa Francisco, agrega el documento que para esta forma de pensar, “el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios.”
Por otra parte, el “neognosticismo” propone, según la Carta, “una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana, asumiendo nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación.”
Y de nuevo en referencia al magisterio del Papa, añade que el “neognosticismo” consiste en “una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre.”
Es evidente el componente gnóstico, por ejemplo, de la “New Age”, y de hecho, apenas aparecido el tema del gnosticismo la Carta hace referencia, en nota al pie, al documento del Consejo Pontificio de la Cultura y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era” (enero de 2003).
Obviamente, el documento señala que ambas formas de ver “deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal”. En efecto, “la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos”.
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Es claro que esos errores existen hoy día y sin duda es bueno y necesario que se señalen y denuncien para que puedan ser evitados por los fieles.
Por otra parte, parece igualmente claro que no son los únicos errores que se dan hoy día en la Iglesia en esa materia.
Como decía Aristóteles, hay una sola forma de dar en el blanco, y muchas de errar. Por exceso o por defecto, por muy alto o por muy bajo, por derecha o por izquierda, los puntos por donde se le puede errar al centro abarcan toda superficie del círculo.
Hoy día, por ejemplo, si bien se puede señalar casos indudables de ese “neognosticismo” señalado en el documento, es muy notable en la Iglesia, pensamos, la tendencia precisamente opuesta, el desprecio subjetivista por la verdad objetiva, por la sana doctrina, por la ortodoxia, y la terrible falta de formación de la mayoría de los católicos educados en un sentimentalismo buenista amorfo y filantrópico, mezclado con un antiintelectualismo de corte fideísta.
Y si bien también se pueden señalar casos de un neopelagianismo rigorista, confiado en el cumplimiento estricto y riguroso de la ley, basta enunciarlo para ver que lo que salta inmediatamente a la vista en el panorama actual es la anomia pura, la interpretación subjetivista de las normas (pensemos nada más en la Liturgia, por poner un ejemplo), el espontaneísmo total, con una base relativista.
Todo esto puede muy bien configurar otra variante del neopelagianismo, pues la esencia del pelagianismo es el rechazo de toda dependencia de la libertad humana respecto de alguna instancia externa, y no sólo la gracia divina, también la verdad natural y la verdad revelada por Dios y la ley moral que se funda en ellas son instancias de dependencia para la libertad creada.
Desde esta perspectiva, el neopelagianismo anómico podría ser la prolongación, en realidad, del neopelagianismo legalista, al quedar eliminada en aquel la ley, es decir, la última instancia externa de la todavía depende, en éste, la libertad humana.
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Hay una relación entre la gratuidad de la gracia de Dios y la gratuidad en la contemplación de la verdad. En ambos casos se trata de algo que lo que no disponemos nosotros, que no depende de nuestra voluntad, que se presenta como dato y don que debe ser receptivamente acogido por nosotros, y que exige objetivamente de nosotros sumisión y reverencia.
En ambos casos estamos hablando de magnitudes “inútiles” y “poco prácticas” que escapan a la mentalidad prometeica y tecnocrática que pone todo su acento en el “hacer” y cuya máxima expresión tal vez la constituya la 11ª tesis de Marx sobre Fuerbach:
“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.”
Lo cual, entendido en el sentido marxista de que “la verdad es la praxis”, es el lugar donde la “hybris” pelagiana y el subjetivismo y relativismo pragmatista respecto de la verdad se hacen una sola cosa.
Y es que el pelagiano es lógicamente el activista y “hombre práctico” por excelencia, y es sumamente propenso a despreciar las cuestiones “teóricas” y “abstractas”, sin darse cuenta muchas veces, si es creyente, de que con eso está rechazando finalmente el primado de la realidad objetiva e independiente de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad, que es en definitiva el primado de Dios mismo, Verdad Primera.
No es de extrañar por eso que el Doctor de la Gracia, San Agustín de Hipona, el martillo por excelencia de los pelagianos de todos los tiempos, haya acuñado frases como “¡Oh eterna Verdad, y verdadera Caridad, y amada Eternidad! Tú eres mi Dios” (Confesiones, 7, 10), y “donde encontré la verdad, ahí encontré a mi Dios, que es la misma Verdad” (Confesiones 10, 24); y haya definido la vida eterna en cuatro palabras: “descansaremos, amaremos, veremos, alabaremos” (La Ciudad de Dios, 10, 22); donde además falta “escandalosamente” el trabajo que para Marx es la esencia misma del hombre.
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Totalmente contrario a este realismo cristiano de gran alcance metafísico es el acercamiento de tipo gnóstico a la verdad y al conocimiento de la misma. “Gnosis” quiere decir “conocimiento salvador”. Pero ese conocimiento es salvador simplemente porque nos descubre que ya estamos salvados, y ya estamos salvados sencillamente porque no nos distinguimos realmente de Dios, y el conocimiento salvador consiste simplemente en la toma de conciencia de esa identidad panteísta.
Así lo confirma en nota “Placuit Deo”:
“Esta gnosis revela al gnóstico su verdadera esencia, es decir, una chispa del Espíritu divino que reside en su interioridad, que debe ser liberada del cuerpo, ajeno a su verdadera humanidad.”
Como dice el especialista en gnosis Henri-Charles Puech (citado por Serge Hutin en su libro “Los gnósticos”, p. 8):
“…la gnosis –escribe Puech– es una experiencia o se refiere a una eventual experiencia interior, destinada a convertirse en estado inamisible (latín: inamissibilis, que no puede perderse”), a través del cual, en el curso de una iluminación que es regeneración y divinización, el hombre se cobra en su verdad, vuelve a recordar y adquiere otra vez conciencia de sí mismo, o sea que conoce simultáneamente su naturaleza y su origen auténticos; a través de esta experiencia se conoce o se reconoce en Dios, conoce a Dios y aparece ante sí mismo como emanado de Dios y ajeno al mundo, adquiriendo así, con la posesión de su “yo” y de su verdadera condición, la explicación de su destino y la certidumbre definitiva de su salvación, al descubrirse merecidamente salvado para toda la eternidad.”
La emanación, en efecto, en tanto que opuesta a la creación “ex nihilo”, es una doctrina que hace del ser finito una “parte” del Infinito y no logra respetar la distinción real entre el Creador y la creatura. Y véase como la “divinización” de que se habla aquí es simplemente un “reconocimiento” de la propia divinidad ya poseída naturalmente por el alma, esa “chispa de divinidad” perdida en la materia, según los gnósticos.
Es notable cómo esa idea del hombre “merecidamente salvado” por su mera naturaleza, que pone Puech en su descripción del gnosticismo, es exactamente el mismo error del pelagianismo, con la sola diferencia de que el pelagianismo exige algunas obras hechas a fuerza de voluntad, mientras que para el gnosticismo alcanza con nuestro solo ser, del cual toma conciencia nuestra inteligencia.
En el fondo se trata por tanto aquí de exactamente lo contrario de la actitud realista de un San Agustín, por ejemplo, o un Santo Tomás de Aquino, que ven en Dios la Verdad Primera y trascendente realmente distinta e independiente de todo lo creado, que por el contrario depende absolutamente de ella: y es allí y no en otra parte que se funda en última instancia el primado de la gracia de Dios, impensable tanto en el pelagianismo como en el gnosticismo: en el primero, porque el hombre no depende, en última instancia, de Dios; en el segundo, porque el hombre es, en última instancia, Dios (lo cual en el fondo, además, es lo mismo).
En el cristianismo, entonces, hay verdadera gracia y verdadera divinización, así como una Revelación divina objetiva y normativa, tanto en lo cognoscitivo como en lo moral, precisamente porque el hombre no es Dios, y siendo creado a imagen y semejanza de Dios, depende absolutamente de Él.
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Es claro, por otra parte, que el gran caos doctrinal y disciplinar que se ha suscitado en la Iglesia a partir del Sínodo para la Familia y la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” no ha sido abordado en este documento.
En todo caso, en estos tiempos de crisis eclesial es absolutamente necesario volver a fundar el pensamiento católico en los grandes Doctores de la Iglesia, y ante todo en San Agustín y Santo Tomás de Aquino, a fin de evitar caer en alguno de esos errores opuestos pero hermanados entre sí sobre los que advierte “Placuit Deo”.
10 comentarios
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Como digo en el "post", reafirma muchos elementos esenciales de la fe católica, lo cual no es poco, a pesar de que se centra, obviamente, en una problemática que no es la número uno actual (pero que también tiene que ver con ella, como es lógico), y en esa misma temática suya deja fuera algunos aspectos, en mi opinión, complementarios, que intenté expresar.
Saludos cordiales.
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Sí, reafirma verdades fundamentales. En realidad no habla de los "agnósticos", que son los que dicen que no se puede saber nada acerca de Dios, sino de los "gnósticos", que en cierto sentido son todo lo contrario, son los que pretenden un conocimiento claro y evidente de Dios que por sí solo les da la salvación.
Saludos cordiales.
Retornemos a San Ireneo de Lyon, discípulo de San Policarpo y éste nada menos que de San Juan.
En realidad a medida que leía la Carta recordaba lo que un canonista de nota me había dicho cuando empezaron las "novedades" eclesiales y los vientos desde Viena, me dijo: no va a ser simple ni sencillo pero aún queda gente preparada e inteligente en Roma.
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Así sea, y sobre todo por aquellas palabras del Señor: non praevalebunt.
Saludos cordiales.
El tema del "post" es el documento, que no veo que contenga nada contrario a la fe, y por el contrario, sí varias cosas interesantes como digo en el "post". Obviamente que eso no cambia el desastroso estado actual de la Iglesia (humanamente hablando, claro).
Saludos cordiales.
Como digo, el documento no toca el problema fundamental de la Iglesia hoy, y el tema que toca admite complementos importantes. Eso no quiere decir que lo que sí dice esté mal dicho, y por el contrario, tiene interesantes reafirmaciones de verdades tradicionales.
Saludos cordiales.
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"Fué histórico el caso del diputado que hizo un conmovedor discurso en defensa del derecho a la vida del no nacido para terminar votando a favor de la legalización del aborto por disciplina partidaria. "
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Si hubieses hecho un artículo alabando tan excelente discurso, yo te hubiese contestado: "Pero votó a favor del aborto".
¿Se entiende la analogía?
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Bien, pero la analogía falla en algunos puntos. Lo que ese Diputado tenía que hacer era votar, no hacer discursos, mientras que un Documento es precisamente una enseñanza y no es relevante lo que Mons. Ladaria u otro haga luego de publicarlo.
Además, el discurso en cuestión no es un documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Yo insisto en que no hay que apresurarse a cederle al enemigo aquellas partes vitales de la Iglesia que todavía no ha conquistado del todo.
Saludos cordiales.
Pero yo tengo un problema: sospecho que este documento tiene por finalidad "desparramar un poco de buena doctrina" para hacer digerible tantas dosis de semi herejías conque nos tienen atragantados desde un tiempo a esta parte ciertos capitostes que yo me sé. Paños fríos que le dicen. Borrar el olor a azufre con una bocanada de incienso.
¿Me habré pasado de suspicaz, o bien crees que mi sospecha tiene fundamento?
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Me parece que las distintas interpretaciones que hagamos de las intenciones no cambian nada en la práctica, en lo inmediato al menos.
O en todo caso, no quitan el hecho de que es un documento del Magisterio y que reafirma verdades importantes de la fe, sin decir, como es lógico, en el fondo, ninguna cosa contraria a la fe.
No sé si alguien va a olvidarse de todo lo que ha estado pasando en la Iglesia simplemente por este documento. Y en todo caso, enseguida la realidad se lo va a hacer recordar.
Saludos cordiales.
¡Cómo estarán las cosas que hasta cuando nos hablan bien, sospechamos!
Muchas gracias por la precisión de tu análisis y tus acertados agregados que aclaran enormemente las cuestiones tratadas en el Documento.
Algo particularmente me ha llamado la atención, y es que nunca había "visto" la relación de posible continuidad entre el (quizás más frecuente hoy) neopelagianismo anómico y su predecesor neopelagianismo legalista, en tanto ambos se nutren de la misma creencia en la autosuficiencia de la voluntad humana para la salvación.
Asimismo, me ha resultado sumamente esclarecedora la relación que muestras entre el neopelagianismo y el neognosticismo, equiparando la negación de la gratuidad de la gracia de Dios -en uno- y la negación de la gratuidad en la contemplación de la verdad -en otro- y, por tanto, la ausencia -en ambos- de la necesaria sumisión y reverencia a algo externo, objetivo y superior al hombre mismo.
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Muchas gracias, sí, parece que al final todos los errores se terminan identificando al menos bajo algún aspecto.
Saludos cordiales.
Me parece que urge un libro que contenga con detalle, las actuales herejías, simplemente desde la filosofía, la metafísica y la teología. O mejor dicho, el pensamiento que exponen los actuales herejes, porque las herejías son las mismas de siempre.
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Muchas gracias. Hay muchas cosas buenas publicadas sobre las herejías actuales, aunque es cierto que podría y debería haber más.
Saludos cordiales.
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