¿Cambios en la esencia del hombre?
Comentamos aquí el artículo de FERNÁNDEZ BEITES, Pilar, “Sobre la esencia…humana”, en Pensamiento, vol. 63 (2007), núm. 236, pp. 235-266.
La revista “Pensamiento” es publicada por la Universidad de Comillas.
En este artículo, la autora, de la Universidad Pontificia de Salamanca, propone una reinterpretación del concepto de “esencia” basada en la filosofía de Zubiri, como forma de dar respuesta “al reto filosófico lanzado por el existencialismo” (p. 247).
Todos los subrayados en negrita son nuestros.
El existencialismo niega que exista una esencia o naturaleza humana basado en que la libertad humana implica el cambio y que las esencias, si existen, son inmutables.
Como dice la autora, refiriéndose a Heidegger:
“…los entes no humanos tienen ser, esencia, pero al hombre le corresponde no el tener ser sino el tener que ser, no la esencia, sino la existencia. El hombre no tiene “propiedades (Eigenschaften)” como las cosas, sino “posibles modos de ser (mögliche Weise zu sein). El “qué” (Was-sein) del hombre (esencia) no consiste en un “qué” de contenido material, como mesa, silla, sino que consiste en el “ser relativamente a (Zu-sein)” sus posibilidades, en el tener que hacerse eligiendo entre sus posibilidades (existencia) (…)” (p. 236).
La autora sin embargo entiende, con Zubiri, que es necesario afirmar que sí existe una esencia o naturaleza del ser humano, porque
“el hacerse sólo es posible si hay algo que permita el hacerse (y es obvio que ese algo no puede ser, a su vez, un hacerse) (…) La importancia del hacerse obliga a afirmar la esencia, porque es la esencia precisamente la que incluye el tener que hacerse. “ (pp. 238 – 239).
Y cita a Zubiri en Sobre la esencia, p. 506:
“No hay prioridad de la esencia sobre la existencia, sino que se trata de una esencia que “de suyo” se comporta operativamente respecto a su propia realidad, porque, y sólo porque, es una esencia trascendentalmente abierta. Una cosa es estar abierto a su propia realidad, otra muy distinta que la esencia se determine procesualmente desde el mero acto de existir. Esto último es metafísicamente imposible.” (p. 239).
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Pero a su vez la autora entiende que es necesario incorporar de algún modo el “desafío” existencialista en la visión filosófica del ser humano, “incorporando los cambios en la propia esencia” (ibid.), y para eso, entiende que tiene un apoyo en la filosofía de Zubiri.
El objetivo que se plantea la autora es dar una visión de la esencia o naturaleza humana que haga posibles los cambios en esa misma esencia o naturaleza, sin negar por ello que dicha esencia o naturaleza humana sí existe.
El núcleo de la propuesta es, siguiendo a Zubiri, intercalar entre lo esencial en sentido clásico y lo accidental, una tercera categoría que es la de lo “constitucional”, que reúne a la vez las características de ser parte de la esencia (en esto la autora reconoce ir más allá que el mismo Zubiri, que sólo afirmó que lo constitucional no es accidental, y más aún, negó, nos dice la misma autora, que fuese esencial) y ser variable.
El resultado es la “esencia procesual”, abierta a los cambios en su misma línea esencial, y capaz, según la autora, de acoger en sí la libertad humana, respondiendo de ese modo al “desafío” del pensamiento existencialista.
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Es decir, Zubiri distingue, entre las notas que caracterizan a un ente, las “constitutivas”; las “adventicias”, y las “constitucionales.” Las primeras no pueden faltar sin que la cosa deje de ser lo que es, y todas juntas dan lugar a lo que se considera la esencia en sentido clásico. Las segundas son accidentales, pueden tanto darse como no darse sin que la cosa deje de ser lo que es.
El problema, y para la autora, la solución, lo constituyen las terceras.
En palabras de la autora:
“Mi idea básica es que si a la esencia en sentido clásico (esencia inalterable) la denominamos “lo constitutivo”, hemos de reconocer otro nivel también “esencial” que es el de “lo constitucional”. Lo constitucional no es esencial en el sentido estricto de la tradición, pero tampoco es accidental (adventicio); es esencial en un sentido nuevo, que permitirá incorporar los cambios en la propia esencia. De este modo, podremos introducir lo que denominaré esencias procesuales (o dinámicas), que serían aquellas que, al no estar acabadas de antemano, incluyen necesariamente el hacerse.” (pp. 239 – 240).
El motivo profundo de estas reflexiones parece estar en lo que dice la autora en este otro pasaje:
“(…) lo que se debe intentar lograr con una nueva teoría de la esencia es convertir la personalidad en esencial (constitucional): la personalidad en tanto que resultado de la libertad humana es lo que el hombre ha hecho de sí mismo y esto no puede resultarle accidental. Sólo tomando totalmente en serio esta última afirmación, damos respuesta al reto filosófico planteado por el existencialismo.” (p. 247).
Y también:
“(…) estas múltiples variaciones que vive el hombre en tanto que ser libre tienen que considerarse esenciales, pues en ellas se juega entre otras cosas la dignidad ética de la persona. En realidad, tomar en serio la libertad exige afirmar con decisión que lo que el hombre hace de sí mismo ha de ser esencial: los resultados de la libertad han de añadirse a la esencia previa del hombre, de modo que sean también esenciales.” (p. 237).
Pero hay una aclaración fundamental:
“Quizás conviene precisar que en toda esta discusión estamos situados en el ámbito de la esencia individual, que constituye un claro punto débil de la filosofía tradicional. La esencia individual se opone, según Zubiri, a la esencia quiditativa, correspondiente a la esencia específica de la tradición (…) Este perro tiene la esencia específica “perro” que comparte con el resto de los perros de su especie, pero tiene también la esencia individual “este perro”, que es de la que aquí estamos hablando (en la que se incluye “perro” como esencia quiditativa). En la teoría clásica lo único esencial es el “ser perro”, pero si queremos una esencia individual y no específica, hay muchas notas relegadas clásicamente al ámbito de lo accidental que adquieren un carácter esencial: son justamente las notas constitucionales, como el tener formados los órganos sensoriales, el disponer de tales hábitos…” (p. 257).
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La autora sostiene que todo lo esencial se ha de caracterizar por algún tipo de necesidad, y en ese sentido distingue la necesidad lógica, la necesidad natural, y la necesidad propia de la libertad.
Las notas constitutivas son necesarias por sí mismas, absolutamente, y fundamentan a las notas constitucionales, que son necesarias de modo relacional, es decir, en dependencia de factores externos.
Esa dependencia de factores externos puede ser de dos modos: por necesidad lógica o por necesidad natural.
En efecto, la necesidad lógica es la que se ve al relacionar mentalmente una esencia con algún otro elemento. Así vemos que al triángulo le corresponde que la suma de sus ángulos sea igual a dos rectos, porque relacionamos mentalmente, dice la autora, al triángulo con el ángulo recto.
La necesidad natural es aquella con que se da una nota constitucional supuesta la presencia de determinadas circunstancias y la acción de determinados factores externos del mundo físico.
Es una necesidad condicional, porque depende de las circunstancias, y por eso, con ella se introduce la variabilidad en el seno de la misma “esencia”, dice la autora.
La necesidad propia de la libertad es simplemente la necesidad que tiene todo ser libre de tener que elegir entre diversas posibilidades.
Se diferencia de la necesidad natural en el hecho de que la acción del ser libre no está determinada según leyes a partir de las circunstancias que de hecho se realizan, sino que depende de la elección del individuo.
Todas estas necesidades, en tanto que constitucionales y no constitutivas ni adventicias, son “esenciales”, según la autora, y las dos últimas, además, introducen la posibilidad del cambio a nivel de la esencia, que se vuelve así una esencia “procesual”.
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Ahora bien, todo esto en el fondo se reduce a un mero juego de palabras.
En efecto, es como si yo quisiese que los círculos pudiesen ser cuadrados y entonces redefiniese el concepto de “círculo” de modo tal que no excluyese la posesión de ángulos rectos.
¿Habría logrado mi objetivo? Es claro que no, porque ahora ya no estoy hablando de los “círculos”.
Sí, ahora pueden tener ángulos rectos, y ser cuadrados, pero es que ya no son círculos.
Del mismo modo, si la esencia ahora incluye elementos variables, sin duda que puede cambiar, pero es que no es más la esencia.
De hecho, lo dice la misma autora, como vimos:
“Lo constitucional no es esencial en el sentido estricto de la tradición, pero tampoco es accidental (adventicio); es esencial en un sentido nuevo, que permitirá incorporar los cambios en la propia esencia.”
Pero ¿qué queda en eso que admite cambios, además de la palabra “esencia”, de la esencia en el sentido que siempre tuvo ese término?
Propiamente hablando, nada.
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Porque lo interesante y valioso de la palabra “esencia” es que nos permite designar algo que se caracteriza de este modo:
1) Hay notas en un ente que pueden cambiar sin que ese ente deje de ser lo que es.
2) Hay notas en un ente que no pueden cambiar sin que ese ente deje de ser lo que es.
3) No hay otras notas en un ente que las que se mencionan en 1) y 2) (por el principio de tercero excluido).
4) La esencia es el conjunto de las notas mencionadas en 2) o al menos se incluye en el mismo (esto último lo decimos porque las “propiedades” no son la esencia ni parte de la esencia pero se derivan necesariamente de la misma, de modo que tampoco pueden faltar mientras el ente siga siendo lo que es).
Las notas “constitucionales”, por 3), sólo pueden ubicarse en 1) o en 2).
Según la autora, como vemos, se ubican en 1).
Pero también según la autora, como vimos, son “esenciales”.
Y entonces simplemente ocurre que la palabra “esencia” ha perdido todo significado.
No se trata solamente de que haya perdido “parte” de su significado, como no se puede tampoco estar “en parte” vivo, ni se puede ser “en parte” triángulo.
¿Se dirá que la “nueva esencia” incluye la “esencia antigua” más otros elementos que sí son variables?
Pues no. La “esencia antigua” no va incluida en ninguna otra “esencia”, antigua, moderna o contemporánea.
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Es posible que en planteos como el de la autora esté subyacente una confusión acerca de los dos sentidos que tiene el término “accidente” en la tradición escolástica.
Estos son el sentido lógico y el sentido metafísico. En el segundo de estos sentidos, el accidente es “aquello a lo que le compete existir en otro”, o sea, se define por la aptitud para la inherencia, a diferencia de la sustancia que es “aquello a lo que compete existir en sí” y se define, por tanto, por la subsistencia.
En el primer sentido, el accidente se define por la contingencia, es decir, porque puede darse o no darse en un sujeto determinado.
Los accidentes metafísicos son unos contingentes, como el estar sentado, y otros necesarios, como la facultad intelectiva en el ser humano. De modo que unos de ellos son accidentes en sentido lógico, y otros, no.
Por lo general, cuando hoy día se usa la palabra “accidental”, se está hablando del accidente lógico, es decir, lo que puede darse o no darse.
Por su parte, la “esencia” estrictamente considerada se identifica realmente con la sustancia, con “aquello a lo que compete existir en sí y no en otro”. Las propiedades, que derivan necesariamente de la esencia, o bien se distinguen de ella solamente con distinción de razón, o con distinción real, y en este último caso, son accidentes metafísicos necesarios, o sea, inhieren en la sustancia de la cual además dimanan necesariamente.
A veces, al hablar de “lo esencial” como de aquello que no puede faltar en la cosa, se incluye también en la esencia a las propiedades, las cuales, sin embargo, propiamente hablando, no son parte de la esencia, por más que se sigan necesariamente de ella.
En efecto, se define la esencia como que constituye “primera y necesariamente” el ser de algo, donde con “primeramente” se quiere decir que las notas esenciales no se derivan de otras notas anteriores, sino que son primitivas.
Entonces, cuando la autora habla de la permanencia de algunas notas, como la gordura metabólica, como argumento contra la accidentalidad de las mismas, está tomando “accidente” en sentido lógico. Y cuando habla de algunas propiedades como “esenciales”, está tomando “esencia” en ese sentido más amplio y menos estricto.
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Cuando Zubiri y la autora dicen, entonces, que las notas constitucionales no son “accidentales”, a pesar de que pueden variar, es claro que no están negando su carácter de “accidentes lógicos”, porque precisamente, lo son desde que pueden darse o no darse en el sujeto.
¿Niegan entonces que sean accidentes metafísicos? Pero eso es más imposible aún, porque entonces serían partes de la sustancia, y ¿cómo podrían entonces darse contingentemente en el sujeto?
Sólo queda que digan que no son accidentales porque son “importantes”.
Cuando la autora habla de la personalidad humana, en tanto que es fruto de nuestras opciones libres, y la supuesta necesidad (enunciada a modo de imperativo categórico kantiano, como vimos) de integrarla en la esencia misma (individual) del hombre, ahí se ve, entendemos, la confusión entre tres sentidos de “accidental”: el accidente metafísico, el accidente lógico, y lo que no tiene importancia.
No necesariamente van juntas dos de esas tres categorías. El accidente metafísico puede no ser, como dijimos, accidente lógico, y ninguno de los dos tiene porqué ser “no importante”.
La facultad intelectiva humana es un accidente metafísico que en términos lógicos no es accidental, porque no es contingente, sino necesariamente poseída por el alma espiritual.
Y hay accidentes lógicos que son de tremenda importancia.
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Pensemos, por ejemplo, en la conversión de San Pablo.
El perseguidor de los cristianos pasa a ser el Apóstol, y más teológicamente, de estar en pecado mortal y ser hijo de la condenación eterna pasa a ser hijo de Dios y llamado a la bienaventuranza.
La importancia de tales estados no puede ser exagerada.
Y sin embargo, tanto esas características negativas anteriores como esas características positivas posteriores son accidentes lógicos y no tiene sentido decir que alguna de ellas es parte de la esencia de Pablo de Tarso.
Ni siquiera atendiendo a la supuesta y en realidad inexistente, como veremos enseguida, “esencia individual”.
Por la sencilla y fundamental razón de que precisamente hay que sostener que es el mismo individuo humano el que antes era perseguidor de los cristianos y el que luego fue el principal Apóstol del cristianismo, si es que se quiere poder hablar con sentido de una conversión tan importante y espectacular.
Y es claro que si se trata del mismo individuo, tiene la misma esencia, y si ésta existiese, que no existe, tendría la misma esencia individual.
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Respecto de la “esencia individual”, no tiene sentido decir que una misma esencia puede existir según varias esencias diferentes, ni que un mismo individuo tiene dos esencias distintas.
Pero en la hipótesis de una “esencia individual” distinta de la “esencia específica”, la única esencia o naturaleza humana existiría según las varias naturalezas individuales, y el mismo individuo humano tendría dos esencias o naturalezas, la humana y la individual.
Y si se dice que lo de “una esencia” va por el lado de lo específico, y lo de “varias esencias” va por el lado de lo individual, y de nuevo, que no se puede tener a la vez dos esencias específicas, ni dos esencias individuales, pero sí una específica y otra individual, de modo que no hay contradicción, se responde que con eso no se aclara nada.
Porque entonces, lo que Pedro tiene de hombre y lo que tiene de Pedro se deberían a principios distintos, lo primero, a la “esencia específica”, que haría que Pedro fuese hombre, y lo segundo a la “esencia individual”, que haría que Pedro fuese Pedro.
Y entonces, o bien lo que hace que Pedro sea Pedro incluye lo que hace que Pedro sea hombre, o no.
En el primer caso, la humanidad como tal de Pedro tiene dos principios determinantes realmente distintos, lo que es absurdo.
En el segundo caso, lo que hace que Pedro sea Pedro no hace que Pedro sea hombre, lo cual es igualmente absurdo, porque Pedro no es Pedro sin su humanidad.
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En realidad, lo que hace que Pedro sea hombre y sea Pedro es la naturaleza humana más el principio de individuación.
Hay, entonces, sí, dos principios distintos, y uno es específico y el otro es individual, pero no son dos esencias distintas, porque el principio de individuación no es una esencia, sino lo que individúa a una esencia.
El principio de individuación no hace que Pedro sea Pedro, pues hace solamente que Pedro sea un individuo distinto de los otros individuos humanos, mientras que para ser Pedro hace falta además ser humano, lo cual depende de la esencia de Pedro y no de lo que la individúa.
Como en una plancha de cera sobre la que se imprime varias veces un sello, la cera no hace que este sello sea un sello, sino solamente que sea distinto de los otros sellos.
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Si vamos a los casos en que parecería que se podría hablar de una “esencia individual”, tenemos lo siguiente:
Frente a un individuo determinado, por ejemplo, Pedro, podemos preguntar quién es, qué es, cómo es. La primera pregunta apunta a la persona, la segunda, a la esencia o naturaleza, la tercera, a las características individuales de Pedro.
Esas características mencionadas en tercer lugar pueden ser de dos tipos: o bien pueden variar sin que la persona deje de ser quien es y sin que cambie de naturaleza o esencia, o no. En este último caso ponemos, por ejemplo, el ser varón o el ser mujer.
Debemos tratar por separado, por tanto, ambos casos.
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El sexo de un ser vivo no es un accidente metafísico, sino que es un constitutivo de su esencia o naturaleza, pues los cromosomas que determinan el sexo son parte de la “materia segunda” del organismo humano.
Es decir, de aquella materia que junto con la forma sustancial integra la naturaleza o esencia del hombre, y que a diferencia de la “materia primera”, de suyo ya incluye alguna forma que la hace ser, por ejemplo, hidrógeno u oxígeno o cromosoma X., forma que permanece en estado “virtual” mientras esa materia está bajo la determinación de la única forma sustancial del compuesto humano, que es el alma espiritual, la cual produce los mismos efectos que esa forma de la materia segunda, porque “la forma superior puede producir los efectos de la forma inferior”.
La sexualidad es un constitutivo esencial de la naturaleza humana, en el sentido disyuntivo de ser “varón o mujer”.
Así entendida, parece correcto decir que es una propiedad de la naturaleza humana, sin ser por ello un accidente metafísico, pues se deriva necesariamente de la naturaleza humana sin distinguirse realmente de la misma en tanto que “apta” para un sexo o el otro.
Lo que es un accidente lógico respecto de la naturaleza humana es el ser varón, o el ser mujer.
Pero no es un accidente lógico respecto del individuo en cuestión, sino una propiedad individual, es decir, algo que se deriva necesariamente de la naturaleza o esencia del individuo supuestas ciertas circunstancias de suyo variables, pero en su caso completamente determinadas, en este caso, que los cromosomas sean XY o XX.
No se trata tampoco aquí de un accidente metafísico, pues como ya dijimos se trata de la constitución misma de la sustancia humana desde el punto de vista de su “materia segunda”.
Las propiedades individuales no constituyen una “esencia individual”. En el caso de la sexualidad humana, “varón” y “mujer” son como las dos opciones posibles para la esencia específica del hombre, y por tanto, están ambas comprendidas bajo la misma esencia, de modo que no pueden ser dos esencias distintas.
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En otros casos, las características individuales se deberán a accidentes metafísicos o conjuntos de accidentes metafísicos, como la juventud, los hábitos, y cosas por el estilo.
Que son accidentes metafísicos es claro en este caso porque son pasajeros, pueden faltar mientras que el individuo sigue siendo lo que es, y por tanto, realmente distintos de la sustancia.
En esos casos, es evidente que tampoco se puede hablar de “esencia individual”, porque son accidentes metafísicos y la esencia es de orden sustancial.
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Sucede lo mismo, entonces, con la “esencia individual” que con la “esencia variable”. Ahora las esencias pueden ser individuales, porque no son más esencias.
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La autora trata de establecer la distinción entre las notas “constitucionales” y las notas “adventicias”, que justificaría que no se llame a las primeras “accidentales”, sino “esenciales”.
Utiliza para ello el ejemplo de la “gordura” (para entender el pasaje, tener en cuenta que Zubiri distingue dos clases de “notas de tipo constitucional”: las “constitucionales” y las “constitutivas”, cfr. en el artículo que comentamos p. 241)
“Es cierto que lo adventicio depende de la índole de la cosa, pero depende muy poco, porque la cosa se limita a posibilitarlo. Por el contrario, las notas constitucionales dependen sobre todo de la índole de la cosa. En efecto, el ejemplo de la nota adventicia era la gordura. Y un ejemplo de nota constitucional del segundo tipo (…) es la gordura misma, si a ella contribuye una disposición metabólica especial. Es lo que podemos denominar la gordura metabólica. Y, por tanto, hemos de precisar ahora que la gordura como nota adventicia es, no la gordura sin más, sino la gordura no metabólica.” (p. 244).
De nuevo, esto sólo tiene sentido, en el planteo de la autora, hablando de la llamada “esencia individual”, la cual ya vimos que no tiene sentido afirmar si es que el vocablo “esencia” ha de conservar algún valor. Dos seres humanos no pueden a la vez tener la misma esencia y tener esencias distintas.
La gordura, metabólica o no, es un accidente metafísico, reductible al accidente “cantidad” con su propiedad fundamental de la “extensión”. En el caso de la gordura metabólica, si es que no es curable, tendríamos entonces una propiedad individual, no específica, que sería un accidente metafísico, y que sería también un accidente lógico respecto de la naturaleza humana. En caso de que sea curable, sería también un accidente lógico respecto del individuo, y no una propiedad.
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La autora utiliza la distinción entre el genotipo y el fenotipo como ejemplo de la distinción entre lo constitutivo, invariable, y lo constitucional, variable según las influencias externas.
Pero en el mismo fenotipo hay que distinguir lo esencial y constitutivo de lo lógicamente accidental. Lo esencial y constitutivo en el fenotipo es que tal genotipo tenga que dar necesariamente lugar a los fenotipos X, o Y, o Z, etc., y no a otros, según las diversas y respectivas circunstancias e influencias externas.
En efecto, que dado ese genotipo, el fenotipo deba ser X, o Y, o Z, etc., y ninguna otra cosa, según la influencia externa que toque, ya no depende de influencia externa alguna, y por tanto, es “constitutivo”.
Lo que es lógicamente accidental , en el lenguaje de la autora, “adventicio”, es que las circunstancias e influencias externas sean precisamente las necesarias para que se dé X, o para que se dé Y, etc.
No hay lugar aquí, por tanto, para algo “constitucional”, distinto tanto de lo “constitutivo” como de lo “adventicio”.
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En realidad, es posible que las notas “constitucionales“, en tanto que construcciones conceptuales, se expliquen por la fusión indebida de dos puntos de vista distintos respecto de las propiedades de una cosa: el punto de vista del individuo y el punto de vista de la especie.
En efecto, hay propiedades individuales que no son propiedades específicas. Por ejemplo, el sexo, el tipo de sangre, el color de ojos, etc.
Miradas desde el punto de vista del individuo, no pueden cambiar. Miradas desde el punto de vista de la especie, sí pueden hacerlo, es decir, de un individuo a otro dentro de esa especie.
Las notas “constitucionales” surgirían, entonces, cuando se quiere hacer el intento imposible de mirar esas propiedades desde ambos puntos de vista al mismo tiempo.
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Lo más preocupante del artículo en cuestión, sin embargo, es el tratamiento que se hace de la “normalidad”.
En primer lugar, hablando de los seres vivos en general, la autora sostiene que lo “anormal” puede ser sin embargo “constitucional”, y en ese sentido, parte de la “esencia” del ser vivo en cuestión.
Cita para ello a Zubiri, en “Sobre la Esencia”, pp. 188-189:
“Una necesidad es en cierto modo meramente “natural” o normal. No es que en rigor la presencia de estas notas no sea impedible. Puede ser impedida por alguna causa especial, pero esta causa lo que hará es determinar la presencia de otras notas, las cuales, aunque anormales e insólitas, no por eso dejan de ser constitucionales. Mientras esto no suceda, la fundamentación natural de estas notas en otras es lo que se llama “normalidad”. Tal es el caso de las peculiaridades fenotípicas, individuales o típicas, de los caracteres sexuales primarios y secundarios, de los caracteres raciales, de ciertos caracteres hereditarios (en una acepción restringida), etc.” (p. 255).
La conclusión de la autora:
“(…) tan constitucional es lo normal como lo anormal (…) Lo anormal no es accidental, sino que tiene el mismo carácter constitucional que lo normal.” (ibid.).
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Pero al llegar a tratar de los seres humanos, que tienen libre albedrío, la autora da un paso más allá:
“En el hombre, al contrario que en el resto de los seres vivos, ya no hay prefijación genética, sino libertad. El desarrollo de la libertad no se puede entender como la actualización de una potencia prefijada, sino como el hacerse de un ser sin predeterminación. Y entonces, todos los desarrollos de la esencia, al ser igualmente libres, son igualmente normales: no hay lo normal frente a lo anormal.”
Más allá de cuáles sean las consecuencias que saca o no la autora, que desconocemos, es clara, nos parece, la aplicación de este principio, por ejemplo, al tema de la homosexualidad. Alguien que practica la homosexualidad podría sostener que esa práctica suya es “normal”, pues ha sido un “desarrollo de su libertad” que ha entrado a formar parte de su “esencia” o naturaleza a nivel de sus notas “constitucionales”.
En realidad Zubiri, nos informa también la autora, situó las notas adquiridas por el ejercicio de nuestra libertad entre las “adventicias” (p. 246).
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Lo que a continuación agrega la autora no termina de aclarar este punto:
“O mejor dicho, en el proceso vital humano, lo “normal” sólo puede tener el sentido que le viene dado por ciertas “normas” éticas ofrecidas a la libertad. La normalidad de un proceso libre depende de normas que, como muestra brillantemente Max Scheler, han de ser normas acordes a la esencia individual de la persona (a la esencia constitutiva, dicho en nuestros términos). Según Scheler, es el ordo amoris, es decir, la peculiar apertura individual al reino de los valores, lo que constituye la “determinación individual (individuelle Bestimmung)” del hombre, su singular “vocación” (ruf); y sólo esto proporciona normas a la libertad. En definitiva, en la máxima délfica “llega a ser el que eres”, lo que la persona debe llegar a ser no está prefijado mecánicamente (genética de los seres vivos), sino que es, más bien, una determinación individual, marcada por valores éticos correspondientes a la esencia individual que la persona es ya de siempre.” (p. 264).
O sea, que lo “normal”, en el ser humano, depende de las normas éticas, las cuales a su vez dependen de la esencia individual de la persona.
Aquí se plantea un problema interpretativo: ¿esa esencia individual de la persona se entiende sólo según sus notas “constitutivas” o también según sus notas “constitucionales”?
La cuestión está en que lo primero, según la autora, es necesario e inmutable, mientras que lo segundo puede cambiar.
En el texto dice “esencia constitutiva”, pero eso parece poco coherente con el planteo general: ¿porqué las normas éticas dependerían solamente de la esencia humana según sus notas “constitutivas” y no también de esa misma esencia según sus notas “constitucionales”?
Además, si la “esencia individual” en este pasaje es solamente aquella que se toma según sus notas “constitutivas”, que no dependen por tanto de la libertad del individuo ¿porqué rechazar la base genética de la norma moral humana?
¿O se dirá que entre esas notas “constitutivas” entra justamente la libertad? Pero ya se dijo que mientras que la libertad misma es “constitutiva”, no lo son sus opciones concretas ni las notas “constitucionales” que derivan de ellas.
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Es posible que la discusión sea ociosa, porque de todos modos se habla de “esencia individual” y entonces, es claro que la ley moral así entendida puede variar de individuo a individuo.
La única perplejidad, entonces, para quien quisiera fundamentar éticamente su práctica homosexual en esta teoría, sería si se basaría en el hecho de que sus opciones libres han entrado a formar parte de su esencia o naturaleza individual a nivel “constitucional”, o si se basaría, por ejemplo, en la existencia de un supuesto (e inexistente) “gen” de la homosexualidad, situado en su esencia o naturaleza individual a nivel “constitutivo”.
Aunque en realidad, si, como dice la autora, “normal” es lo que depende de la norma ética, y por otra parte, “todos los desarrollos de la esencia, al ser igualmente libres, son igualmente normales”, entonces sí se puede concluir que todas las opciones libres del hombre, por ejemplo, la opción por la práctica homosexual, son igualmente éticas y buenas, sin necesidad de acudir a “gen” alguno.
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El error de base que hace posibles estas conclusiones es, como ya vimos, por un lado la introducción de un nivel “constitucional” entre lo constitutivo (esencial) y lo accidental, con la idea asociada de que ése es un nivel de la esencia o naturaleza humana y de que a ese nivel la naturaleza humana y en general es variable, y por otro lado, lo que va asociado también, la idea de una “esencia individual”.
Eso hace posible un primer ingreso de lo “anormal” en el plano de lo esencial, nada menos, vía lo “constitucional”.
En realidad, lo único que la “anormalidad” tiene de natural y de esencial es que en la esencia o naturaleza de los seres finitos, imperfectos, está por su misma imperfección la posibilidad del fallo accidental, y por tanto, de lo anormal, sea que ese fallo accidental se deba a causas naturales (por ejemplo, la enfermedad) o a una libre elección de la creatura (en este caso, el pecado).
Pero la “anormalidad” misma es antinatural y nunca puede ser parte de la naturaleza o esencia de la cosa, del mismo modo en que la muerte, por ejemplo, por más “natural” que sea, no es una función vital ni parte del funcionamiento normal del ser vivo, sino más bien su misma destrucción.
La clave es la falibilidad de la naturaleza creada. Los fallos de la naturaleza creada están posibilitados por esa naturaleza misma, pero son también contrarios a esa naturaleza, por eso son “fallos”, y en ese sentido no son ni “naturales” ni “normales”.
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En cuanto a la “esencia individual”, es claro que si la naturaleza humana es en sí misma variable, será entonces distinta de individuo a individuo, con lo cual queda el problema de porqué llamar a todos esos individuos “humanos”.
Si se dice que son humanos porque todos tienen la misma esencia a nivel de las notas “constitutivas”, aunque esa esencia sea distinta para cada uno en sus notas “constitucionales”, entonces resultaría que nada menos que lo que procede del ejercicio de la libertad no sería “humano”, al no ser depender de esas notas “constitutivas”.
Y si se dice que lo humano y constitutivo es justamente el tener una libertad capaz de elegir, de todos modos sigue en pie que las elecciones concretas de esa libertad, al no ser constitutivas, no serían, en esta hipótesis, humanas. Ni lo sería tampoco, entonces, la naturaleza del individuo en tanto que se la considera en sus notas “constitucionales”, lo cual abriría la puerta, además, al “trans-humanismo”.
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Entendemos que esto muestra más que suficientemente la imperiosa y urgente necesidad de volver a la auténtica filosofía cristiana en los centros de estudio eclesiásticos y en las publicaciones que dependen de esos centros.
Terminamos por ello con un recuerdo de G.K. Chesterton, a saber, su famosa frase: “Satanás cayó por la fuerza de la gravedad”.
En inglés, eso hace un juego de palabras entre la “gravedad” newtoniana y la “seriedad” (gravity).
Lo que quería decir el inmortal G.K.C. es que el demonio cayó por la soberbia, o sea, por tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Cada vez que escuchamos a filósofos y teólogos progresistas decir que hay que “tomar en serio” la libertad, o el desafío del existencialismo, o la filosofía moderna, etc., nos acordamos de esa frase del gran escritor católico inglés.
El demonio, como el error, como el pecado, es serio porque es triste.
Por eso Kant basó su ética en el deber y no en el bien.
Y algunos errores modernos son tan absurdos, que es difícil percibirlos si no se tiene sentido del humor.
15 comentarios
Efectivamente, ante planteos como los de esta autora, uno no sabe si reír o llorar. Riamos, entonces...
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Por querer "responder al desafío" existencialista parece que caemos en el "pensamiento débil".
Saludos cordiales.
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En España ha habido y hay grandes maestros de la escolástica y el tomismo, cultivadores eximios de la claridad y profundidad en el pensamiento. Pero desde que se puso de moda "tomar en serio" los errores de la Modernidad, sobre todo si eran de origen alemán, las cosas empezaron a complicarse. Ese fenómeno también se ha dado en Hispanoamérica.
Saludos cordiales.
Parafraseando a Mons. Barriola en un reciente comentario de otro blog, tu ímprobo trabajo hace sentir la "Claritatis laetitia", tan necesaria en los confusos tiempos que corren.
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Muchas gracias. Sí, hoy día la claridad en las ideas es cada vez más importante.
Saludos cordiales.
Tratando de utilizar un lenguaje y estilo menos escolástico, planteo algunas dudas:
Entiendo por esencia aquello que hace que un ser sea lo que es y no otra cosa.
Creo que una pregunta valida es ¿que hace que Nestor sea Nestor y no Fernando? ¿Cuándo yo hago esa pregunta, ¿no estoy preguntando por la esencia de Nestor?
Entonces uno dice, bueno, los dos comparten la misma esencia puesto que pertenecen a una misma genero próximo (homo sapiens), son autoconscientes, racionales, libres etc, esa esencia es común a los dos, pero no responde a la pregunta, entonces podríamos decir que lo que hace que Nestor, sea Nestor, es su historia (sus decisiones, su contexto, su crianza, su genética). Ahora bien, usted aclara que todo eso, son accidentes, pero el asunto es que esos accidentes se vuelven parte de lo que es Nestor, a tal punto que ya no pueden dejar de ser, o en otras palabras Nestor es Nestor gracias a ellos.
Dicho de otra manera, lo que Hace que Nestor sea hombre es necesario pero no suficiente para hacer que sea Nestor y no Fernando, lo que no constituye dos esencias, sino simplemente, una adición de notas esenciales que restringen la extensión del concepto hasta llegar al sujeto particular.
Porque me pongo a pensar cuando Dios resucite a Nestor, a ¿quien resucita? que hace que ese ser resucitado sea Nestor, porque un Nestor sin historia, vacío de las experiencias que lo formaron, no sería Nestor, sería una apariencia u otra cosa sin contenido y por lo tanto, en ese caso, ¿no es válido pensar que esa historia es parte de la esencia de Nestor? ¿Puesto que es lo hace precisamente ser ese Nestor que conocen sus amigos, que ama su familia?
Si le entendí el ejemplo de Pablo (que no creo), lo que pienso precisamente es que su conversión se volvió parte de las notas esenciales de él, es decir, Pablo a partir de ese evento histórico, cambio, y ya no fue el mismo que antes, obviamente no dejó de ser humano, pero su esencia personal, se configuro, se especificó rápidamente de una manera tal, que de ahi en adelante no se puede comprender a Pablo sin tener en cuenta ese suceso.
Ahora bien, frente a las consecuencias morales, y sin necesidad de meter todo este asunto de la esencia individual, siempre me ha parecido que desde el punto de vista racional y solo racional, sin meter asuntos provenientes de la revelación, es muy difícil a partir de la estructura del ser humano dotar de contenidos concretos y específicos a la ley natural, más allá de principios generales como haz el bien y evita el mal.
Es decir, si la naturaleza del ser humano es entre otras la libertad, mal sería decir que lo biológico sea lo determinante en mí obrar moral a la manera de los animales, pues en todo caso, lo biológico aunque nos condiciona no nos determina, pues somos libres para decidir.
Desde lo racional uno podría llegar a asuntos como el respeto a los demás, la convivencia, la dignidad humana (considerar a los demás como un fin y no como un medio, como decia Kant), pero en casos concretos como el comportamiento privado, el goce sexual íntimo y otras decisiones, no las podríamos denominar propiamente inmorales desde la sola razón, sino que recurriendo desde la fe a lo que se puede denominar como el proyecto de Dios para el hombre, se pueda hablar de pecado.
La verdad no sé si sea pertinente y mucho menos relevante, lo que he dicho, solo quiero contribuir al debate en la medida que esto estimula mi propio pensamiento.
Gracias
Atentamente GS
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Pues no, el caso de San Pablo es muy claro: desde su nacimiento hasta su muerte fue siempre el mismo individuo de la especie humana.
Por eso en los Hechos de los Apóstoles y en algunas de sus Epístolas habla de su pasado como fariseo y perseguidor de los cristianos.
Eso no tendría sentido si ahora fuese un individuo distinto, y es claro que lo sería si hubiese cambiado su "esencia individual".
Porque si bien puede haber una esencia que pueda ser poseída por varios individuos distintos, como es el caso de la esencia humana, no puede haber en lo natural un individuo que tenga más de una esencia, ni simultánea ni sucesivamente.
Digo en lo natural, porque en el caso absolutamente único de la Encarnación del Verbo de Dios tenemos una sola Persona, la Persona divina del Verbo, que tiene dos naturalezas: la divina y la humana.
Pero el Verbo de Dios no perdió su naturaleza divina al asumir la humana.
Y si bien la conversión de San Pablo es sobrenatural, en este caso eso no viene a cuento, porque el punto de comparación es el mismo que en otros cambios semejantes puramente naturales, pero muy grandes y profundos, que pueden darse en la vida de las personas, sin que éstas dejen de ser el individuo que son.
Por ejemplo, que un votante republicano de toda la vida se hubiese vuelto para estas pasadas elecciones miembro fanático del partido demócrata.
De lo contrario San Pablo debería haber dicho algo así como: "Fui creado en el mismo instante en que murió aquel otro individuo que casualmente se llamaba Saulo igual que yo. Felizmente fui dotado de los mismos recuerdos y conocimientos de que gozaba aquel tipo. Es una pena que no haya tenido infancia ni adolescencia, pero en fin, lo importante es que ahora soy Apóstol".
Y en el caso de Néstor pasa lo mismo. Si hubiese tomado otras decisiones en el pasado, ahora no sería otro individuo distinto, sino el mismo individuo con otra historia distinta.
Y por eso es que la misma persona puede estar en el Cielo o en el Infierno según las muy diferentes historias que haya podido tener en esta vida.
En eso consiste precisamente la libertad entendida como capacidad de elección: tanto la opción A como la opción B son compatibles con mi ser personal individual, es decir, con mi mismo ser personal individual. Si una de ellas no lo fuera, yo no podría elegirla.
Sin duda que el pasado no puede cambiar, y en ese sentido, tiene algo de necesario, pero no porque sea esencial, sino precisamente, porque es pasado.
En cuanto a una "adición de notas esenciales", precisamente, cambia la esencia. Las esencias de las cosas, dicen Aristóteles y Santo Tomás, son como los números: la adición y la sustracción cambian la especie. Eso quiere decir que el 6 no es un 5 agrandado ni el 2 es un 3 raquítico.
Y efectivamente, si al perro le quitamos que sea mamífero, no tenemos otro perro, sino otro animal.
El libre albedrío de la naturaleza humana no hace que el obrar del hombre carezca de toda ley basada en el ser del hombre, sino precisamente, hace que esa ley sea moral y no física.
Una ley moral es la necesidad que rige un libre albedrío, y eso es, no una determinación física, sino una obligación moral.
La obligación moral no es una determinación física: puedo hacer algo, pero no debo.
Y eso se basa en la "biología" simplemente en la medida en que, como toda ley natural, se basa en el ser del hombre, que tiene un esencial componente biológico, contra todo espiritualismo desencarnado.
Lo biológico no nos determina como a los animales, porque tenemos libre albedrío, pero por eso mismo nos obliga moralmente en la medida en que forma parte de nuestra naturaleza.
Y en el caso de la sexualidad, el dato fundamental, por eso mismo olvidado totalmente en nuestros días, es que lleva naturalmente a la procreación de una nueva vida humana, nada menos, con todos los deberes y responsabilidades que eso conlleva.
Saludos cordiales.
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Es que se supone que a eso deberían contribuir las revistas de Filosofía de las Universidades Católicas.
Saludos cordiales.
Dios lo bendiga.
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Muchas gracias. En realidad, se han escrito ya muy buenos diccionarios del tomismo. Y sobre todo, hay excelentes manuales de filosofía tomista, que es lo que realmente ayuda a entender las cuestiones, más que los diccionarios, cuya utilidad nadie niega, seguramente.
Y por supuesto, siempre es bueno acceder directamente a la obra del Aquinate, maestro insuperado en todas estas cuestiones.
Y a las de sus grandes comentaristas, que intelectualmente están situados varios siglos por delante de los actuales enredadores de conceptos.
Saludos cordiales.
Realmente, el ataque a las esencias procede, en su forma sistemática, del Renacimiento. Es el sustento de la visión nominalista de la dignidad humana que subyace en los humanistas, Pico de la Mirandola, Bruni, Valla, Bouillé, todos los antiaristotélicos, etc., y que luego afloró claramente en el antiescolasticismo de la Nueva Teología.
Saludos cordiales
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Exacto, por eso es que el conflicto fundamental hoy día es en el fondo entre realistas y nominalistas.
Hay que explicárselo a los medios de comunicación ! :)
Saludos cordiales.
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Sí, detrás de eso está Kant, porque también está detrás de Heidegger y Sartre, que son los inspiradores directos. Y detrás de Kant están Lutero y Ockham, y hasta el Beato Duns Escoto.
Saludos cordiales.
Así, todos los errores que aparecen abrevan en él.
Hice mi tesis del profesorado de filosofía en este personaje.
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Qué interesante, sería bueno poder leerla. Ese tema es absolutamente determinante, y es muy poco conocido hoy día.
Saludos cordiales.
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Imponente síntesis esta tuya, Néstor. Y certerísima.
Las batallas metafísicas entre la luz y las tinieblas han sido constantes desde que NSJC vino a "dividir" las aguas. Y hoy arrecian.
El "humo de Satán" ya estaba en las tesis de Escoto y más aún en las de Ockham; Paulo VI se asustó muchos siglos después, sólo cuando percibió lo que ya era una humareda madre.
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Muchas gracias. En filosofía y teología también se aplica eso de que a la rana se le va aumentando de a poco la temperatura del agua hasta que hierve sin darse cuenta.
Saludos cordiales.
Te la voy a enviar apena la digitalice. Te imaginarás que la hice con las viejas máquinas de escribir. tengo 57 años
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De acuerdo!
Saludos cordiales.
Immanuel Kant
Un saludo Profesor:
He estado atento al tema que usted propuso y con pesar he podido constatar de qué forma, algo interesante para pensar, se convirtió en un comité de aplausos, halagos, elogios mutuos y fallos condenatorios, vacío de argumentos.
La pregunta que hace la profesora Beites, que me parece muy interesante, es: ¿qué hace a un ser humano irrepetible?, pero considerada esta irrepetibilidad de una manera radical, es decir, aquella en la que ni siquiera de potentia Dei absoluta de Dios fuese capaz de crear un ser humano igual.
En este sentido la explicación clásica de ver al individuo como un ejemplar más de la especie, se ve claramente insuficiente sobre todo al considerar, parafraseando a Max Sheller, que el ser humano no es un qué sino un quién.
Ahora bien, el asunto con la esencia individual dice usted, es que el individuo no puede tener dos esencias, pero la cuestión aquí, es que la autora se refiere al concepto de esencia tal y como lo entiende Zubiri. La pregunta que según este autor refiere el problema de la esencia es ¿Qué es esto?, para lo que establece tres posibles respuestas o maneras de entender la esencia, que no es lo mismo que decir tres esencias: La primera, se asume como el conjunto total de las propiedades de alguna cosa, sin embargo para el propósito de la pregunta inicial, esta manera de entender no sirve, pues incluye a las características accidentales, que Zubiri denomina adventicias. La segunda forma la entiende Zubiri como aquello que conserva la mismisidad de la cosa, frente a otras y en términos de los cambios que presente, a esto se le llama, lo constitucional. Por último y en tercer lugar, la esencia se puede concebir como el mínimo de notas que una cosa ha de poseer, para todo y solo lo que ella es, a esto se le llama lo constitutivo y es la esencia en sentido estricto. En consecuencia, se puede decir que lo constitucional incluye lo constitutivo, son dos momentos, el uno fundante (lo constitutivo) y el otro que se da en función de este (lo constitucional), estos conforman en la sustancialidad, un verdadero sistema y no solo una yuxtaposición.
En relación con este último aspecto, es importante a notar que la noción de sustancialidad es diferente al substancialismo clásico y contrapuesta en varios aspectos, por lo que es incorrecto juzgarla desde afuera con parámetros ajenos y contradictorios, como lo es la filosofía aristotélico-tomista que usted utiliza, profesor Nestor y no se puede hacer justamente digo, porque no se pueden mezclar peras con manzanas y decir que una es mejor que la otra.
Vista la esencia como sistema, la profesora Beites propone que la característica que hace irrepetible al hombre en el sentido radical de la pregunta, lo constituye la libertad.
Dice: “El hombre se hace libremente y podemos decir con Zubiri que, aunque es siempre “el mismo” (esencia constitutiva), no es siempre “lo mismo” (esencia constitucional). Lo que el hombre va haciendo de sí mismo es esencial, porque es el resultado de su libertad, y a esto es a lo que Zubiri denomina la “esencia constitucional”, frente a la “esencia constitutiva” (correspondiente a la esencia clásica invariable). En mi esencia no puedo prescindir del resultado de la libertad, pues soy esto que he hecho de mí (esencia constitucional).” (Sobre la esencia humana, pág 20).
Volviendo al ejemplo de Nestor o de Pablo sin hablar nada de expriencias sagradas, ellos dos, al igual que todos los individuos, vamos formando nuestro carácter y vamos haciendo nuestra propia vida, en la medida en que hacemos uso de nuestra libertad, la nuestra, que es diferente de las demás precisamente porque es nuestra y la usamos en las situaciones particulares de nuestra vida.
Las decisiones que tomamos que provienen de la libertad como cualidad humana (esencia constitutiva) nos hace ser lo que somos como individuos, y se vuelven necesarias porque no las podemos cambiar y no solamente como usted dice porque son pasado, sino porque se han fijado en nosotros, han conformado la esencia constitucional, quitarlas sería quitar la esencia nuestra, sería cambiarnos como individuos.
La diferencia entre Fernando y Nestor entonces, desde este punto de vista, es la libertad, la libertad situada y poseída por dos individuos que es usada por ellos mismos como actos de libertad completamente diferentes. Una vez realizados esos actos libres, se incorporan en cada uno de ellos esencialmente, lo que los vuelve irrepetibles y únicos en sentido absoluto.
Finalmente, en relación con este sistema de pensamiento Zubiriano, es vital entender que el flujo que sigue en el caso del hombre, el tema de la esencia, no es en todo caso, el de primero especie y luego individuo, sino al revés, no es la especie la que le da la esencia a los individuos, sino que cada individuo, le da por generación unas características a la especie, esto además de lo dicho anteriormente elimina la crítica que habla de una esencia proveniente de la especie y otra del individuo, pues de cualquier manera la esencia es individual. Me imagino que aquí usted se rasgará alguna vestidura, por encontrar tan palpable el nominalismo.
Ahora lo que queda claro a mi juicio, es que falta estudiar mucho a Zubiri, o a Scheller para poder emitir críticas inquisidoras y burleteras como las que ha emitido usted o algunos participantes.
Para terminar y retirarme definitivamente de su blog, me permito hacer unas consideraciones finales.
Si la filosofía es una invitación a pensar, a pensar por uno mismo, que clase de filosofía se hace cuando se llega al punto de convertir en dogma un sistema filosófico o un filósofo. Ni Aristoteles, ni Santo Tomás abarcaron todos los problemas y todas las cosas, los dos se han podido equivocar y de hecho lo hicieron, volverse tomistas o marxistas o realistas, o lo que sea, termina no solo por caricaturizar al filósofo, volviéndolo manual o vademecun, sino al mismo tiempo y lo peor, termina acabando la actividad filosófica, pues la convierte en un ejercicio sofístico que solo busca hacer ganar un sistema sobre otro o un filósofo sobre los demás.
Entiendo que uno debe y necesita tomar un punto de apoyo, una referencia, pero eso no debe constituirse en volver a la filosofía un obstáculo para si misma.
Ni siquiera, en la misma iglesia se ha dado esto, la iglesia ha sabido incorporar nuevas formas de pensamiento, el papa Juan Pablo II fue un gran fenomenólogo y gran representante del personalismo, el mismo Ratzinger no se dedicó a explicitar el tomismo sino que introdujo aportes de otros lugares por citar solo dos casos entre muchos.
Este tipo de actitudes y pensamientos, que bien ´pueden ser tildados de oscurantistas, creo sinceramente que al contrario de lo que se piensa, hace mucho daño a la iglesia que dicen defender.
Atentamente,
GS.
Bibliografía:
Beites, pilar: Sobre la esencia humana:
Embriones y muerte cerebral: desde una fenomenología de la persona
Pilar fernandez beites ediciones cristiandad
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En primer lugar, la filosofía no es un desfile de modas en el cual cada modelito puede ser aplaudido a su turno.
Es esencial a la filosofía la controversia, porque es esencial a la filosofía creer que la verdad existe y se la puede conocer, y en virtud de los principios de no contradicción y tercero excluido, dos proposiciones contradictorias no pueden ser ni ambas verdaderas ni ambas falsas, y una es verdadera y la otra falsa.
La intención del “post” no es juzgar esas proposiciones de Zubiri desde Aristóteles, sino desde la razón, lo que pasa es que entendemos que en muchos puntos Aristóteles ha sido el mejor intérprete de la razón, qué le vamos a hacer.
Ahí hacemos uso del “atrévete a pensar”, que no tiene una subcláusula que diga “pero no te atrevas a estar de acuerdo con nadie”, y menos aún una sub-subcláusula que diga “y menos con Aristóteles y Santo Tomás de Aquino”.
En segundo lugar, no veo la especial dificultad para entender el ejemplo de San Pablo o de cualquiera de nosotros en cualquier tipo de opción libre.
Esos ejemplos muestran a las claras que nuestras opciones libres no pueden ser la razón de nuestra irrepetibilidad, por la sencilla y elemental razón de que hubiésemos podido optar diferentemente y seguir siendo nosotros mismos, o sea, que sí habría "repetición" entre el individuo que de hecho somos con las opciones que de hecho hemos tomado, y el que habríamos sido tomando las opciones contrarias, porque la libertad implica que seríamos el mismo individuo en ambos casos, ya que implica que ambas opciones son compatibles con el individuo irrepetible que somos.
Como somos el mismo individuo antes y después de una opción libre radical que hace un cambio dramático en nuestras vidas.
Lo contrario sería caer en una suerte de determinismo de la individualidad.
En el fondo de posturas como la de la autora, lo que hay es una especie de negación práctica de la sustancia a favor de los puros accidentes. Si al cabo de veinte años vuelvo a ver a un amigo y le digo “qué cambiado que estás”, estoy diciendo dos cosas: 1) que ha cambiado 2) que no ha cambiado, pues sigue siendo la misma persona.
Y Aristóteles interpreta adecuadamente aquí el dictamen de la razón cuando dice que eso se explica solamente distinguiendo entre la sustancia, que permanece, y los accidentes, que varían.
La negación de la sustancia es típica de la alergia metafísica propia del nominalismo y el empirismo.
Pero no se trata simplemente de modelitos distintos en la pasarela filosófica, pues uno de ellos hace justicia a la experiencia y evidencia humana básica y elemental del sentido común, y el otro, no.
Así que de oscurantismo, nada, sólo, precisamente, “sapere aude”, atrévete a pensar, incluso si la salvaje libertad de tu especulación te lleva a estar de acuerdo con el tomismo de estricta observancia, para escándalo de todos los bien(es un decir)pensantes.
En cuanto a la Iglesia, su misión no es hacer filosofía, por eso se limita a preferir, que no es poco, a la de Santo Tomás de Aquino.
Alguna frase de Pablo VI en la “Lumen Ecclesiae” puede sonar incluso escandalosa:
“La Iglesia, para decirlo brevemente, convalida con su autoridad la doctrina del Doctor Angélico y la utiliza como instrumento magnífico, extendiendo de esta manera los rayos de su Magisterio al Aquinate, tanto y más que a otro insignes Doctores suyos. Lo reconoció nuestro predecesor Pío XI, al escribir en la Encíclica Studiorum Ducem: “A todo el mundo cristiano interesa que esta conmemoración centenaria se celebre dignamente, porque honrando a Santo Tomás no sólo se manifiesta estima hacia él, sino que se reconoce también la autoridad de la Iglesia docente.”
Saludos cordiales.
Como ya se ha despedido -y una persona coherente no se va a volver atrás- , le respondo en ausencia comentando una cita que ha traído de la Fernández Beites:
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"En mi esencia no puedo prescindir del resultado de la libertad, pues soy esto que he hecho de mí (esencia constitucional).”
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Además de confirmar tu diagnóstico Néstor (confundir accidentes con esencias), aquí tenemos algo más: antropocentrismo en estado químicamente puro: SOY ESTO QUE HE HECHO DE MÍ.
Con esta "materia prima" podemos a ponernos a fabricar cosas tan bonitas como el ateísmo o la ideología de género.
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En efecto. No alcanza con decir "la esencia es lo que algo es", porque así sin más, allí entra todo, también los accidentes, pues éstos forman parte, de algún modo, de nuestro ser y de lo que somos.
Se sobreentiende, entonces, al decir que "la esencia es lo que algo es", que se habla del ser permanente de algo, del "acto primero y necesario" de una cosa.
Y el resultado de nuestras opciones libres puede cambiar sin que por eso dejemos de ser el individuo que somos, precisamente como le sucedió a San Pablo, cuyas opciones libres como fariseo y perseguidor de los cristianos habían configurado una personalidad que cambió profundamente con la conversión al cristianismo, sin que dejase de ser la misma persona individual.
En ese contexto, decir que cambió la esencia de San Pablo es simplemente perder un vocablo, "esencia", que ahora no significa nada, mediante un truco semejante al de definir como "dotado de ángulos" al círculo para poder tener círculos cuadrados.
Curiosamente, estas posturas terminan negando implícitamente el libre albedrío, porque es claro que en esta vida nunca voy a perder aquello sin lo cual no soy la persona individual que soy. La conversión, entonces, por ejemplo, sería imposible.
Y por eso no tiene sentido decir que es lo individual lo que configura lo universal, porque en esa hipótesis ya no hay nada universal que configurar. Si todo arranca pura y simplemente de los individuos como tales ¿a santo de qué vendrían estos individuos a coincidir en una misma especie?
En realidad, todo esto podría resumirse bajo el título "La importancia del accidente", porque hasta la misma gracia santificante, que es lo más importante que podemos tener en esta vida, es un accidente, ya que somos la misma persona, sustancial y esencialmente hablando, antes y después de recibirla en el bautismo.
Y el subtítulo sería ciertamente: "La gravedad del nominalismo, cáncer intelectual de nuestro tiempo".
Saludos cordiales.
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