La Passio Granatensis, un canto a la misericordia y a la dignidad humana
Carta del Arzobispo de Granada a todos los fieles cristianos granadinos, y a todos los hombres y mujeres que buscan a Dios.
Queridos hermanos y amigos:
Se acerca la Semana Santa, ese último eslabón antes de la fiesta grande de la Pascua. En ella recordamos —o hacemos memoria, que es algo más fuerte que sólo recordar; o celebramos, que sería la expresión más justa— que Dios es tan grande en su misericordia que no se ha echado atrás ante el océano de la miseria humana. Al contrario, se ha abrazado a ella —esto es, a nosotros—, de tal modo que, por una parte, la ha experimentado hasta el fondo de su ser. Ha bebido hasta el fondo esa copa de la soledad de la traición, y de la soledad del sepulcro. Por eso, desde aquella primera Pasión, no hay soledad humana, no hay tristeza humana, no hay pobreza humana de la que Dios esté ausente. No hay pecado por el que el Hijo de Dios no haya ofrecido su vida, ni pecador que no haya amado hasta la muerte, que no ame —¡hoy mismo, ahora!— con un amor infinito. Tú y yo, y todos, somos el objeto de ese amor.
Y por otra parte, como fruto de ese abrazo a nuestra condición mortal y pecadora —hasta hacerse uno con cada uno de nosotros—, nuestra humanidad ha sido ensalzada más allá de lo que nadie, en ninguna cultura, podría haber soñado o imaginado. Por eso, en la redención de Cristo, más que en ningún otro lugar, se revela la verdadera grandeza y la trascendencia de Dios. Y al mismo tiempo, y por eso mismo, se revela el fundamento más firme —en realidad, el único fundamento suficientemente firme— para afirmar la dignidad sagrada de todo ser humano, sin excepción, y desde el momento de su concepción hasta su muerte natural.
Celebrar la Semana Santa, celebrar el acontecimiento único de la muerte de Cristo y de su triunfo sobre la muerte y sobre el pecado, es, pues, celebrar también el valor de nuestra vida. Tal vez cuando acompañamos las estaciones de penitencia de nuestras hermandades y cofradías no siempre somos conscientes hasta el fondo de todo esto. Pero su belleza proclama a gritos esa otra belleza, sin la cual lo demás no sería más que una distracción vacía y sin sentido: la belleza de haber encontrado en Cristo una misericordia, una gracia, que “vale más que la vida”, sencillamente porque la vida sin esa misericordia no tendría más valor que el que nos asignaran los poderes del mundo, en función de sus intereses.
Este año, y coincidiendo con el centenario del Desfile Antológico de 1909 de la Pasión de Nuestro Señor, el día de Sábado Santo, el próximo 11 de abril, va a tener lugar en la ciudad de Granada una celebración extraordinaria de la Pasión del Señor. Con el nombre de Passio Granatensis (la Pasión Granadina), 22 pasos de gran belleza en los que se conmemoran diversos momentos de la Pasión de Nuestro Señor, recorrerán las calles de Granada, siguiendo una preciosa iniciativa de la Real Federación de Hermandades y Cofradías, que yo he recogido con gusto y que hoy quiero agradecer públicamente.
Esa estación extraordinaria de la Passio será un momento especial de gracia, para todos los granadinos y para todos los que quieran unirse a ese gesto nuestro. Es un gesto de gratitud a Cristo, el Redentor del hombre, y a su Madre y nuestra Madre, abogada e intercesora nuestra, la Santísima Virgen María.
Es un canto a la misericordia infinita de Dios, que revela su grandeza y su gloria revelando su amor, entregándose a la muerte por nuestra vida y por nuestra esperanza. ¡Vida y esperanza para todos, sólo con acoger ese amor que sigue latiendo, vivo, y accesible a todos, en la comunión de la Iglesia!
Pero la Passio, igual que cuando tuvo lugar una vez, la primera vez, en las calles de Jerusalén, en la humanidad de Cristo, es también un canto a la dignidad humana. Es un canto a la dignidad y al valor sagrado de la vida de todos los hombres y mujeres de la tierra: de los hombres explotados o desechados por intereses políticos o económicos, de las mujeres abusadas o maltratadas, con mucha frecuencia en nombre de esos mismos intereses; de los inmigrantes humillados; de los niños no nacidos, o de los niños convertidos de mil maneras en esclavos; de los enfermos abandonados y de los ancianos solos; de los hombres y mujeres destruidos por el alcohol y por la droga; de las víctimas del terrorismo, de la delincuencia o de la guerra. Es un canto a la dignidad de todo ser humano, siempre, en cualquier circunstancia, sin excepción alguna, ni siquiera la de los enemigos.
La belleza de los pasos proclama por sí misma que nada ni nadie puede destruir esa dignidad, porque nada puede destruir el amor con que somos amados. Y proclama también que hasta en las circunstancias más duras e incomprensibles de la vida, todo dolor humano puede ser transformado —ha sido ya transformado, por el abrazo de Cristo—, en ofrenda y en acción de gracias. Gracias a su amor, nuestros sufrimientos de hoy no son el absurdo fruto del egoísmo y la injusticia, o del misterio de la muerte que a todos nos devora, poco a poco o repentinamente. Gracias a su triunfo sobre la muerte, nuestros sufrimientos de hoy son Su Pasión de hoy. Y como aquella Pasión, también ésta desemboca en la luz de la mañana de Pascua, en la belleza de su gloria, convertida ya en nuestra gloria. La Passio es un canto y una mirada de reconocimiento al amor que nos abraza a todos, y una súplica de que no nos falte jamás esa gracia que todos necesitamos como el aire para respirar.
Y es precisamente este canto a la dignidad del ser humano —de todo el ser humano, de todos los seres humanos, siempre— lo que pone de manifiesto la verdad del acontecimiento cristiano, la verdad del Dios cristiano.
Queridos fieles granadinos: al darse entre nosotros, en la Semana Santa de este año, ese acontecimiento extraordinario que es la Passio Granatensis, os invito a todos a participar en esa procesión festiva, que va a poner ante nuestros ojos, de un modo muy bello, el relato entero de la Pasión del Señor, hasta el anuncio final del triunfo del amor de Cristo sobre el egoísmo, el pecado y la muerte.
La Passio Granatensis va a traer a nuestra ciudad a muchos hombres, mujeres y niños de otros pueblos, de otras ciudades, de otras regiones de España. Estoy seguro de que sabréis acogerlos con la hospitalidad, la generosidad y el buen hacer que corresponde a cristianos, y que es típica de nuestra tradición granadina.
No quiero terminar esta carta sin dar las gracias a todas las hermandades y cofradías, y a todos los hermanos cofrades, especialmente a los costaleros, por el esfuerzo ingente y extraordinario que han hecho y han de hacer para hacer posible y bella la Passio. Y al Alcalde y al Ayuntamiento de Granada, y a los servicios municipales, que tan generosamente han colaborado desde el principio con esta iniciativa eclesial.
A todos os bendigo de corazón, y os deseo una celebración de la Pascua llena de la alegría de Cristo resucitado, y una vida en la que nunca falte la conciencia de la compañía y la presencia de Cristo y la protección de la Virgen.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Los comentarios están cerrados para esta publicación.