Intervención del Patriarca de Constantinopla ante el Sínodo
A las 17.00 del sábado, en la Capilla Sixtina, el Santo Padre presidió la celebración de las primeras Vísperas del XXIX domingo del tiempo ordinario con motivo de la participación del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, en los trabajos de la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
La ceremonia, en la que participaron más de 400 cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, y laicos, fue introducida por unas palabras de Benedicto XVI.
Al comienzo de su intervención, Bartolomé I destacó que era “la primera vez en la historia que se le ofrece a un Patriarca Ecuménico la oportunidad de dirigirse a un Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica Romana y, por eso, ser parte de la vida de su Iglesia hermana al más alto nivel. Vemos esto -dijo- como una manifestación de la obra del Espíritu Santo que guía nuestras Iglesias para que se aproximen y profundicen sus relaciones respectivamente, un paso importante hacia la restauración de nuestra plena unidad”
“Es bien sabido que la Iglesia Ortodoxa atribuye al sistema sinodal -continuó- una importancia eclesiológica fundamental. Conjuntamente al primado de la “sinodalidad” constituye la columna vertebral del gobierno y organización de la Iglesia. (…) Por eso, al tener el día de hoy el privilegio de dirigirnos a Vuestro Sínodo, nuestras esperanzas crecen para que llegue el día en el que ambas Iglesias converjan totalmente sobre el papel de dicho primado y de la “sinodalidad” en la vida de la Iglesia, para lo cual nuestra Comisión teológica dedica hoy sus estudios".
“Hemos explorado -concluyó- la enseñanza patrística de los significados espirituales, discerniendo el poder de oír y hablar la Palabra de Dios en la Escritura, ver la Palabra de Dios en los iconos y la naturaleza, y asimismo, tocar y compartir la Palabra de Dios en los santos y los Sacramentos. Por consiguiente, para que la vida y la misión de la Iglesia sean verdaderas, tenemos que dejarnos cambiar personalmente por la Palabra. La Iglesia tiene que parecerse a una madre, que se sustenta y se nutre con el alimento que toma. Nada de lo que no pueda alimentar y nutrir a cada hombre podrá sustentarle. Cuando el mundo no comparte el gozo de la Resurrección de Cristo, ello supone una acusación a nuestra propia integridad y a nuestro compromiso de vivir la Palabra de Dios".
Terminado el discurso, el Papa agradeció sus palabras, y le aseguró que serían motivo de trabajo y reflexión para el Sínodo. “Ha sido -dijo Benedicto XVI al patriarca- una experiencia alegre de unidad, quizá no perfecta pero verdadera y profunda. He pensado: los padres de su Iglesia, que ha citado ampliamente, también son nuestros Padres; y los nuestros son también los vuestros. Si tenemos padres en común, ¿cómo no podríamos ser hermanos?”.