Homilía de Monseñor Cañizares, domingo 6 de abril
Jesús resucitado está presente en la Iglesia. El Evangelio que hemos proclamado es una meditación sobre esta Presencia. Presente en la Palabra de Dios, en la Fracción del Pan y en la Comunidad Apostólica. Tres momentos también en la lectura del Evangelio: el camino de Emaús, la fracción del pan, el retorno a Jerusalén: Palabra, Eucaristía, y Misión.
Camino de Emaús, presente en la Palabra de Dios. Los dos discípulos se marcharon de Jerusalén cuando ya corría entre los discípulos la noticia de que el sepulcro estaba vacío y sin el cadáver; pero no la de que Jesús se hubiese manifestado vivo. Saben lo del sepulcro vacío y se van de Jerusalén, alejándose de la comunidad apostólica. Estamos ya en el tercer día desde que habían matado y sepultado al que fue profeta poderoso en obras y palabras. Los dos caminantes se hablan el uno al otro en diálogo cerrado, con lo que solo consiguen hacer más oscuro su pensamiento; se les han caído las alas de la esperanza, porque habían esperado mal; expresan su desaliento y personifican el desaliento, enfermedad característica de la fe cuando no se alimenta de la Palabra de Dios; así dicen: “esperábamos que él iba a ser el futuro libertador de Israel". Jesús, desconocido para ellos, porque lo imaginaban mal y lo entendían peor, sale a su encuentro como Maestro. Están escuchando a Jesús, Palabra única de Dios, en la que Dios nos los dice todo, en quien está la auténtica explicación y cumplimiento de la Palabra de las Escrituras. Jesús se centra en la clave de todo el misterio cristiano: la gloria germina en la Cruz; todo se refiere a esto, los profetas y Moisés, todas las Escrituras encuentran su sentido aquí, toda la historia, toda la vida del hombre encuentra su sentido aquí, en Él, muerto y resucitado. Explica las Escrituras; al pasar por sus labios la letra de las Escrituras se enciende en el Espíritu que la inspiró, y su llama trasfigura el corazón de los que la escuchan. Cristo camino de Emaús es norma de cuantos sienten la responsabilidad de comunicar al mundo la Palabra de Dios. Cuando la comunidad eclesial proclama la auténtica Palabra de Dios y auténticamente se explica, Cristo está presente. Jesucristo, Palabra viva que por medio de signos escritos y orales entra en el profundo sentir del hombre para elevarlo a la sintonía con el pensar y sentir de Dios. A los dos de Emaús, antes hundidos en el pesimismo, les arde el corazón mientras escuchan al desconocido Maestro. Explicar las sagradas Escrituras de manera que se conviertan dentro de cada uno en fuego de la propia alma es misión propia de la Iglesia. Y, sobre todo, gracia de Dios. Fundamento, corona de toda catequesis, desde el nivel infantil hasta la más alta teología.
Presente en la Fracción del Pan, en la Eucaristía. Aun alejándose de Jerusalén donde ha renacido la esperanza, en su camino ya no van solos; su momento crítico será decirle al desconocido: “‘Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída’. Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante habían experimentado cómo ‘ardía’ su corazón mientras Él les hablaba ‘explicando’ las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza del corazón y ’se les abrieron los ojos’. Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. ‘Quédate con nosotros’, suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado verdaderamente en el ‘pan partido, ante el cual se habían abierto los ojos” (Juan Pablo II MND 1). “Quédate con nosotros": es la oración sencilla y plena que pide la presencia del Señor. Respondida en la Eucaristía, hogar de la fe. Del camino de la Palabra de Dios a la mesa de la Presencia del Señor. La memoria de Cristo abre la sed de su presencia. La invitación de Emaús resume la entrañable confianza con que miran a Jesucristo cuantos entienden los signos de los tiempos. La Fracción del Pan ilumina los ojos de la fe con la certeza del Invisible. En el momento en que los ojos exteriores de los dos discípulos se quedan sin su aparente objeto, se les ilumina la mirada interior de la Verdad para ver y sentir la real Presencia de Cristo. “En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro llega a su plenitud, a la luz de la Palabra se añade la que brota del ‘Pan de vida’, con el cual Cristo cumple a la perfección su promesa de ‘estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo’” (Juan Pablo II MND 2). San Lucas y sus lectores entendían el gozo inagotable que sugiere este momento. Cada Eucaristía consciente es Emaús. Cada Eucaristía nos enciende el júbilo de Emaús.
Un tercer aspecto: Retorno de los discípulos a Jerusalén, Jesús presente en la comunidad apostólica. Sin esperanza los dos discípulos se iban de Jerusalén, donde habían quedado los Apóstoles. Aquella noche Jesús quería manifestarse a todos, reunidos, para cenar con ellos en signo de fraternidad y darles la misión de llevar el Evangelio al mundo. La experiencia de Cristo pone en el alma de los dos discípulos la necesidad de volver a Jerusalén, es decir, a la Comunidad apostólica, donde el amor de cada uno a Cristo se funde en el amor y unidad de todos. Caed en la cuenta que cuando los dos caminantes se alejan de Jerusalén, donde está la comunidad apostólica y siguen su propio camino en huida, se encuentran desalentados; sin embargo, encuentran la alegría, el fuego del corazón, cuando vuelven a la comunidad apostólica para compartir con ellos que es verdad que Cristo vive, que les ha salido al encuentro, que está presente. Los que han recobrado la Presencia de Cristo sienten la interior necesidad de recobrar la de la Comunidad Apostólica. Volver a Jerusalén es reintegrarse al hogar. Misioneros de su noticia, los dos de Emaús descubren que su fe es ya la de todos los hermanos. Con ellos van a participar, al término de la inolvidable jornada, como narra a continuación del pasaje leído san Lucas, de la presencia eclesial del Señor, que les confía la misión de llevar el Evangelio a todo el mundo.
Como hace Pedro tras la venida del Espíritu Santo en el pasaje del libro de los Hechos que hemos leído. Sin miedo ni temor alguno anuncia a Jesucristo a quien Dios acreditó en signos, que pasó haciendo el bien, que ha muerto por nosotros, que nos ha rescatado con su propia sangre, y ha resucitado para nuestra salvación y liberación verdadera, llevándonos a vivir una vida nueva en que se supere el viejo e inútil proceder que es el seguir el camino al margen de Cristo, cuando no en dirección opuesta a El mismo. El misterio de la Cruz y de la resurrección. Gracias a los que, como Pedro, como los Apóstoles, como todos los que a lo largo de la historia, nos evangelizaron podemos revivir en cada Eucaristía la experiencia de que Jesucristo se queda con nosotros, vivir el gozo de su presencia que nos lanza a compartirla con los que viven en esa misma presencia y comunicarla a todos los demás. Esa es la hora que vivimos: en este camino, a veces de huida y desaliento, Jesús nos sale al encuentro abriéndonos con su Palabra, la palabra de Dios, el sentido de lo que acontece. A su luz, y a raíz del encuentro personal con El, volvemos a la comunidad eclesial, para desde ella anunciar con Pedro a Jesucristo.
También, en este domingo, la palabra de Dios nos ofrece un gran mensaje de esperanza y afirmación de la vida. En la primera lectura Pedro proclama:"Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio". Y en la segunda lectura, el mismo Pedro nos enseña lo que vale el hombre, cada ser humano, pues no hemos sido rescatados “con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin mancha” . Y en el Evangelio, aquellos discípulos cariacontecidos, desconcertados, desalentados y sin esperanza, se muestra como el que vive, ha vencido a la muerte, y señala que todo se ilumina por Jesucristo y desde Él que es la Resurrección y la vida. No hay nada más verdadero ni con más realidad, garantía y fuerza de futuro, y por eso de mismo de presente, que ésta. Son la raíz de nuestra fe y de nuestra esperanza, son el fundamento para la vida del hombre. En la misericordia de Dios, Él quiere la vida para el hombre, para todo hombre que es engendrado, aunque no haya nacido.
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