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11.11.09

Homilía de monseñor Sanz Montes en la misa de apertura de la XVI Asamblea general de CONFER

HOMILÍA EN LA MISA DE APERTURA DE LA XVI ASAMBLEA GENERAL DE CONFER

Queridos hermanos y hermanas: mi más cordial saludo de Paz y Bien en este comienzo de vuestra XVI Asamblea General. Saludo con todo afecto al P. Alejandro Fernández Barrajón, Presidente nacional de Confer y a toda la junta directiva, en especial a la recién elegida Secretaría general, Hna. Julia García Monge. Al P. Eusebio Hernández Sola, que nos acompaña un año más en nombre de la Santa Sede (CIVCSVA). Y a todos vosotros, que como superiores y superioras mayores representáis a la vida religiosa en la Iglesia española.

Siempre me resulta gozoso venir aquí, como quien vuelve a casa. No sólo como hijo de San Francisco, sino también en nombre de la comisión episcopal para la vida consagrada que presido. Os traigo el saludo del Presidente de la CEE y el de todos mis hermanos Obispos.

El lema que habéis escogido para esta XVI Asamblea General es particularmente evocador para nosotros religiosos: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud” (Jn 10,10). Esta frase es la conclusión que introduce Jesús como colofón de su enseñanza sobre el buen Pastor que identifica con Él mismo. Acaso para nosotros resulta lejana esa metáfora del pastor que era tan familiar para Israel, pueblo nómada y peregrino. Pero a la luz del salmo 22 en el que esta metáfora evangélica se inspira, no nos resultaría complicado, adivinar cuáles son las cañadas oscuras por las que tantas veces caminamos, los senderos angostos, o las sombras sombrías que nos dejan inseguros y asustados, o los lobos que so capa de cercanía nos muestran siempre tarde que no eran hermanos, o los pastores que en el fondo no lo eran y resultaron ser mercenarios. Es entonces cuando surge como alivio lleno del mejor consuelo, la inmerecida pero secretamente esperada presencia de un pastor bueno, alguien que no nos usa, que de verdad nos quiere, alguien que se aprende nuestro nombre y hasta lo tatúa en la palma de su mano; que nos lleva con su cayado firme por los lances más aventurados hasta que lleguemos una y otra vez a los prados de yerba fresca y tierna que representa la Iglesia del Señor, en donde se vive y se retoza en la llamada recibida y con los hermanos que Dios mismo nos ha dado.

Si pudiésemos poner nombre, fecha y domicilio a esas oscuras cañadas, a esos lobos y a los mercenarios, entenderíamos –como de hecho entendemos- que nuestra vida religiosa está siempre necesitada de la compañía bondadosa, cercana y tierna, del Pastor por excelencia. Por eso, cuando Jesús explica el perfil del buen Pastor y desmantela el de los pastores malos, termina diciendo ese colofón: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud”.

¿De qué color es esa vida y en qué consiste su plenitud?

Hace unos meses en esa especie de meditación que a modo de editorial escribo para la famosa Revista Tabor, hablé de las cuatro estaciones. Quizás por sensibilidad franciscana y por atenerme a nuestra mejor teología de la creación con el gran San Buenaventura, hice un guiño al imparable paso del tiempo que nos va dejando mes tras mes su embrujo y su mensaje. Se queda atrás la explosión de vida que nos lanzó la primavera con sus meses floridos; también pasa el verano agostador con sus sofocos y holganzas; y antes de meternos en un nuevo invierno en donde aprender a valorar la vida yendo a las raíces, nuestra travesía surca los meses del período otoñal. Allá en mis diócesis, nuevamente vestidas de novia en sus cumbres con las primeras nieves que acaba de caer, el otoño tiene ese toque de especial magia, cuando se alfombran los caminos de la última ofrenda de las hojas humildes, que hace tan poco nos seguían brindando su mejor clorofila y la bonanza de su sombra.

No me estaba refiriendo en esas líneas a una composición musical como si la vida fuera descrita del mismo modo que el maestro Antonio Vivaldi nos cantó en su pentagrama las célebres Cuatro Estaciones. Tampoco es un lienzo en donde el talento de los pintores impresionistas dejasen plasmados los colores de cada tramo dibujando la luz como Auguste Renoir o Claude Monet. Ni siquiera los maestros de la palabra que con su pluma nos han contado estremecidos los rincones de cada paisaje como hicieran nuestro Juan Ramón Jiménez o Marcel Proust o Antón Chéjov.

La vida es mucho más. La vida de cada año y los años de toda una vida, se dejan mecer por esta fiesta cromática de tantos momentos que se asemejan a los inviernos, las primaveras, los veranos y los otoños que nos han cantado o contado los artistas. Pero efectivamente, la vida de cada año y los años de toda una vida en lo que se refiere a las personas y a las comunidades, caminan en ese vaivén del tiempo con sus horizontes más abiertos y dilatados, al igual que con sus más secretas celosías.

La vida religiosa tiene esas fases propias de estación que suponen el inicio novicio de un comienzo, los primeros pasos adultos en la profesión temporal, la acendrada fidelidad cotidiana que se hace perpetua profesión de un verdadero sí, y finalmente la serena y humilde llegada de esa tercera edad como tiempo de la sabiduría. Hay cuatro estaciones cada año y hay también cuatro estaciones a través de toda una vida. Saber vivirlas con serena gratitud es aprender a dejarse llevar rindiendo libremente nuestra libertad a Dios y a su iniciativa. Sólo así, en este acompañamiento del Señor a nuestra vida, somos verdaderamente libres, libres de verdad.

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7.10.09

Carta de monseñor José Sánchez sobre el aborto y la manifestación del 17-O

Queridos diocesanos:

Dada la gravedad de la aprobación por el Gobierno del Proyecto de Ley del Aborto y, las justificaciones que para ello están dando, me parece obligado tomar postura ante ello, secundando la ya tomada por los Obispos en la última reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española.

Manifestamos públicamente nuestro rechazo a la Ley del Aborto que se proyecta, según la cual se puede eliminar la vida de un ser humano, concebido y aún no nacido, dentro de unos plazos y según una serie de circunstancias, entre las que se cuenta la decisión de la madre, sin más.

Se habla de garantizar y ampliar derechos, tales como los de la madre a ser o a no ser madre, o los de los profesionales a actuar con seguridad jurídica y otros. En ningún caso se habla del derecho más sagrado, que es el de un ser humano inocente e indefenso a la vida. Y digo conscientemente “ser humano”, porque el concebido aún no nacido lo es antes de nacer, como lo será después de nacer. ¿O es que se le quiere negar también, además del derecho a nacer, el derecho a ser llamado ser humano? Pues ¿qué es, si no?

En cuanto a los derechos de la madre, tiene, efectivamente, derecho a ser o a no ser madre, mientras no haya ya una vida humana por medio, que tiene también sus derechos inviolables. La madre tiene también todos los derechos inherentes a la maternidad como madre gestante y después del parto. A ellos han de responder: La madre y el padre, el Estado, los profesionales de la sanidad y toda la sociedad, y en ella la Iglesia, protegiendo, defendiendo y acogiendo esa vida. El derecho a eliminar un ser humano nadie lo tiene; tampoco la madre.

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26.09.09

Servidores alegres y fieles, por monseñor Martínez Sacristán

Carta pastoral del obispo de Zamora en el Año Sacerdotal – Septiembre de 2009

Queridos hermanos en el Señor Jesucristo:

Es para mí un gozo saludaros de nuevo al comienzo de este curso pastoral. Y lo hago para motivar especialmente el feliz acontecimiento eclesial que todos juntos estamos celebrando. Alguien ha dicho que Benedicto XVI es el Papa de lo esencial. En este sentido, me parece muy acertado que, tras haber vibrado durante todo un año con la impresionante figura del Apóstol de las gentes, el Papa nos proponga fijar nuestra mirada en un algo esencial e imprescindible de la Iglesia de Dios: el Sacerdocio. En todo corazón auténticamente sacerdotal han de aunarse identidad y misión. Por eso, este Año Sacerdotal ha de servir, ha dicho el Santo Padre, “para favorecer esta tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio” (Discurso a la Congregación del Clero del 16 de marzo de 2009)

Conocéis también la efeméride que ha propiciado este hecho. En efecto, celebramos el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney. La liturgia de la eucaristía recuerda que los santos pastores nos fortalecen con el ejemplo de su vida, instruyéndonos con su palabra y protegiéndonos con su intercesión. Los biógrafos del Santo Cura de Ars nos han transmitido una frase que repetía con frecuencia: “El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Este amor —como nos recordó el Concilio y más recientemente Juan Pablo II— es la caridad pastoral, el amor del buen Pastor “que da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Es “aquella virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos […] La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para nosotros…” (Pastores dabo vobis 23).

Ante este horizonte, queridos hermanos sacerdotes, la figura de San Juan María Vianney nos invita a soñar. Sí, Ars era un pueblo pequeño y perdido en medio de la Francia del siglo XIX, arrasado espiritualmente por la revolución y la increencia. Por aquel entonces la vida cristiana no era más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pero el Santo Cura de Ars supo oponerse al círculo “vicioso” imperante e “iniciar un círculo virtuoso; se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado” (Benedicto XVI, Carta de convocatoria del Año Sacerdotal del 16 de junio de 2009). Sólo la gracia puede explicar lo que allí sucedió. Y la gracia de Dios sigue actuando…

Queridos hermanos sacerdotes, quiero dirigirme ahora sobre todo a vosotros que sois mis colaboradores más directos. En vosotros recae la responsabilidad directa de las parroquias y demás instituciones y servicios de nuestra diócesis. Vosotros sois en fin quienes tenéis el contacto directo y diario con los fieles. ¡Doy tantas gracias a Dios por todos y cada uno! Juntos somos servidores del Evangelio.

Servir, mis queridos hermanos, servir es lo nuestro. En esta sociedad de prisas somos el tiempo de Dios para los demás. Somos servidores de Dios, porque es a Él a quien hemos de despertar en el corazón de nuestras gentes. Somos servidores de Cristo porque Él nos ha llamado para ser imagen y transparencia suya en medio de su pueblo. Somos servidores de su Iglesia, que se concreta en esta querida diócesis de Zamora. Somos servidores de la comunión, por lo que me permito recordaros la riqueza que suponen para nuestra Iglesia los movimientos, las cofradías y asociaciones que también os están encomendadas. Somos servidores también de los sacramentos, especialmente de la eucaristía y de la reconciliación. Somos servidores humildes de todos, y somos unos privilegiados, porque, por el mero hecho de ser sacerdotes, acompañamos a los hombres y mujeres de nuestro mundo en los momentos más importantes de su vida.

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21.08.09

"Deo omnis gloria", por monseñor Gilberto Gómez González

Momilía de monseñor Gilberto Gómez González en su toma de posesión como obispo de Abancay, diócesis del Perú:

Deo Omnis Gloria

“Para Dios toda la gloria", para alabanza y gloria de la Trinidad Beatísima nos hemos reunido. Y celebramos esta Eucaristía en honor de Santa María, la Madre de la Iglesia, Madre y Patrona también de esta partecita de la Iglesia, que es la diócesis de Abancay. Imploramos su protección sobre esta familia diocesana y sobre mi persona débil e indigna, que, desde hoy, será vuestro pastor.

Saludo al Arzobispo metropolitano de Cuzco y a todos los Obispos que han querido acompañarme con su oración y su aliento. Efectivamente, los obispos, sucesores de los Apóstoles formamos, bajo el Papa, un Colegio, y estamos unidos en la solicitud por la Iglesia Santa. Sé que el obispo nunca está solo, que está siempre y continuamente unido a sus hermanos en el episcopado y al Sucesor de Pedro.

Permítanme saludar, especialmente, a Monseñor Isidro, a quien agradezco en nombre propio y en nombre de toda la diócesis su dedicación misionera, amorosa y entregada, de 40 años -23 como obispo. Él ha sido mi padre y maestro en estos siete años como obispo auxiliar a su lado.

Saludo a Mons. José Luis López-Jurado, Vicario regional del Opus Dei, a quien agradezco la atención espiritual que la Obra me presta a mí, como a otros sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

Saludo agradecido a los sacerdotes: a los que han venido de fuera y a los que en esta viña del Señor- en Abancay o Andahuaylas, Aymaraes o Chincheros- “soportan el peso del día y del calor". Ustedes son mis más estrechos colaboradores, “mi alegría y mi corona".

Saludo a las religiosas y religiosos, indispensables en la misión, testigos de la presencia viva de Dios en medio de su pueblo.

A los seminaristas, futuros sacerdotes, esperanza y porvenir de la diócesis. A la formación de sacerdotes he dedicado 28 años de mi vida. El seminario será, ciertamente, “la niña de mis ojos”

Saludos a Juan y Tere, mis queridos sobrinos, y a Enrique y Ana , hermanos y papás, a la vez.

Y a todos ustedes mis queridos hermanos presentes de todas las parroquias de nuestras cuatro provincias, miembros de los grupos apostólicos y cofradías; padres de familia, jóvenes, abuelos y niños, que están representando a la grey que debo apacentar.

El día 20 de Junio, fiesta del Corazón Inmaculado de María, se hizo pública la noticia de mi nombramiento como Obispo de Abancay. Nuestra vida está en manos de la Providencia del Buen Dios. Hemos de cumplir la voluntad de Dios y “servir a la Iglesia como ella quiere ser servida". Escribí al Santo Padre agradeciendo la confianza que pone en mi débil e indigna persona. La tarea es muy superior a mis fuerzas.

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2.08.09

Homilía de monseñor Osoro en la misa con motivo de la asamblea de la Acción Católica General

Queridos hermanos Obispos, queridos militantes de A.C., hermanos y hermanas:

Damos gracias al Señor por esta convocatoria que nos ha hecho a la Iglesia que camina en España y que os ha reunido en Valencia, con un lema que es, ciertamente, una realidad: “Abriendo caminos de esperanza”. Os habéis reunido porque deseáis hacer verdad lo que el Apóstol San Pablo en la Carta primera a los Corintios nos dice: “Hacedlo todo para gloria de Dios”. Vuestra estancia aquí estos días en Valencia y en esta Asamblea es para esto: buscar siempre la gloria de Dios. Gracias por vuestro trabajo y por todo vuestro esfuerzo.

La Acción Católica en España está viviendo un momento privilegiado del Espíritu, en el que es necesario vivir con intensidad el salmo que todos juntos hemos recitado: “Bendigo al Señor en todo momento…su alabanza está siempre en mi boca…mi alma se gloría en el Señor…proclamad conmigo la grandeza del Señor…gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él".

Es cierto. La nueva realidad de la Acción Católica, a través de la Asamblea que estamos celebrando, “Asamblea de Constitución de Acción Católica General", está abriendo caminos de esperanza en la Iglesia. ¡Cómo no bendecir en todo momento al Señor! Habéis sido convocados militantes del movimiento de jóvenes de A.C. y del movimiento A.C de Adultos, así como los niños y educadores del Movimiento Junior. El objetivo principal de esta Asamblea es la constitución del movimiento Acción Católica General. Sois conscientes de que vais a asumir los Estatutos aprobados por la Conferencia Episcopal Española en su XCIII Asamblea Plenaria del pasado mes de abril. Y que un nuevo reto y una nueva novedad tiene la A.C. en España. Estáis reflexionando sobre los retos que, como Movimiento de A.C. Española, plantea la Iglesia desde la Pastoral General, para así aprobar las líneas de actuación de los próximos años.

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