Carta de Monseñor Francisco Pérez sobre sus recientes nombramientos diocesanos
Recientes nombramientos diocesanos
El día 23 de junio un número de presbíteros de las Diócesis de Pamplona y de Tudela fueron por mí asociados especialmente a mi servicio pastoral de Obispo. ¡Demos gracias a Dios! Y meditemos en la significación de este acontecimiento de nuestra Iglesia local. Está claro que Jesús envía a sus apóstoles potenciándolos con una autoridad especial: «el que os oye, me oye», «haced esto en memoria mía», «apacienta mis ovejas», «lo que atéis o desatéis», «el que os recibe, me recibe; el que os rechaza, me rechaza»… «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros» (2Cor 5,20). En el Sínodo de 1971, sobre el sacerdocio, se afirmaba que el ministerio sacerdotal del Nuevo Testamento «hace sacramentalmente presente a Cristo, cabeza de la comunidad, en el ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación de Dios». Así lo entendió siempre la tradición de la Iglesia, y así lo expresó el Vaticano II.
La Iglesia recuerda siempre con veneración aquellas cartas que el Obispo sirio San Ignacio de Antioquía escribía poco después del año 100 camino del martirio: «Hacedlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el Obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los presbíteros, que representan al colegio de los Apóstoles, y teniendo los diáconos encomendado el ministerio de Jesucristo»…. «Nada hagáis sin contar con vuestro Obispo y los presbíteros»… «Poneos a disposición de vuestro Obispo, y también los unos a los otros, al modo que Jesucristo está a disposición del Padre, y los Apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que haya unidad tanto corporal como espiritual».
La autoridad apostólica del Obispo y de sus colaboradores es, pues, una fuerza espiritual acrecentadora, estimulante, ejercitada en el nombre de Cristo: «la autoridad que me dio el Señor es para edificación y no para destrucción vuestra» (2Cor 10,8). Y es una fuerza unificadora, para guardar en la unidad la comunidad eclesial. Jesús murió precisamente «para reunir en la unidad a todos los hijos de Dios que están dispersos» (Jn 11,52). El precio de la unidad de la Iglesia es la sangre de Cristo.
Entre el Obispo y todos sus presbíteros, y entre todos aquellos especialmente asociados a él para el servicio de la Iglesia local, debe haber una perfecta unidad y coordinación, que evite las disensiones y los personalismos. Todo eso causa sufrimientos y debilita y mancha a la Iglesia, quitándole fuerza apostólica difusiva. Por el contrario, la unidad del Obispo con todos sus colaboradores, y la unidad de todos los presbíteros entre sí, colaborando siempre con el Señor en unión con el Obispo, han de ser la clave permanente para la perfecta unidad de toda la Iglesia local, de modo que pueda decirse que «la muchedumbre de los que creyentes tiene un solo corazón y un alma sola» (Hch 4,32).
Que el Señor, que por mi medio, ha elegido, llamado y constituido a estos nuevos colaboradores de mi oficio episcopal, les asista siempre con su gracia. Y que nunca les falte el amparo de la Santa Madre de Dios, Virgen gloriosa y bendita,
+ Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona-Tudela
2 comentarios
Los comentarios están cerrados para esta publicación.