Alegrémonos por compartir, por monseñor Martínez Sacristán
Queridos hermanos en el Señor Jesucristo: Comenzamos ya la Cuaresma poniendo la mirada con vistas a alcanzar y participar en la próxima celebración de la Pascua, para lo cual nos asociamos con toda nuestra vida al ejemplar y memorable itinerario de Jesucristo.
Además de acoger en la celebración introductoria de este tiempo el gesto de la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza, en el evangelio propio de dicha jornada nos ha sido mostrado por Jesús un estilo de vida caracterizado por tres actitudes.
Las tres actitudes, lo recordamos bien, son la oración, el ayuno y la limosna, a las que la enseñanza y el ejemplo de vida de Jesús les otorgan un nuevo sentido, ya que El, al tiempo que las recomienda como era habitual en su ambiente religioso y social, indica que han de ser realizadas siempre y sobre todo a los ojos del Padre Dios.
Motivadas por Jesús las tres señaladas actitudes siguen siendo válidas para nuestro tiempo, y, por lo tanto El nos las recomienda realizar por nosotros, ya que su práctica nos permite asimilar con mayor vigor la dinámica central del recorrido cuaresmal, que podemos sintetizar como la renovación de nuestro ser interior a imagen de Jesucristo de modo que se refleje en nuestra expresión exterior, por eso reconozcamos que nos conviene aplicarlas y mostrarlas en nuestra vida.
Queriendo acercarme y unirme a vosotros en nuestro eclesial sendero cuaresmal, como Pastor de esta comunidad diocesana de Zamora, me gustaría ayudaros a percibir con mayor fuerza el valor y el sentido que mantiene el ejercicio en la Cuaresma del presente año de una de las señaladas actitudes, en concreto, la práctica de la limosna.
Pudiera parecernos que hasta el mismo término “limosna” resulta desfasado extraño en nuestro vocabulario y en nuestra experiencia personal y social del presente, pero la limosna constituye una actitud que contiene una gran validez como intentaré brevemente describiros, teniendo ya en cuenta que nos corresponde entender la limosna como una expresión, por supuesto no la única, del ejercicio de la caridad, que como sabemos constituye la nota más distintiva de la vida cristiana.
Los cristianos sabemos que la práctica de la limosna aparece como un legado que recibimos del antiguo pueblo de Israel, tal como se nos refleja en diversos preceptos de los libros veterotestamentarios, y, de un modo apremiante, se invita a ejercitarla a través de las llamadas a la limosna que reclamaban los profetas hebreos.
Situado en esta dinámica el mismo Jesús dirigió la encomienda a sus discípulos de practicar la limosna a favor de aquellos que estaban necesitados, animándoles a que esta acción benevolente estuviera siempre motivada por el amor hacia quienes iba destinada y sostenida por la certeza de compartir con ellos la filiación del Padre Dios.
La llamada de Cristo a practicar la limosna de los bienes temporales con los necesitados nos la continúa presentando a los cristianos de este momento, con una singularidad que le aporta un refuerzo, el cual se encuentra en la situación actual de nuestra sociedad marcada por la vigente crisis económica. Esta peculiar situación acrecienta los motivos para el ejercicio efectivo de esta actitud, ya que percibimos los variados efectos negativos que la crisis está provocando en numerosas personas y en múltiples familias, algunas de las cuales pueden encontrarse próximas a nosotros.
Ahondando en este sentido bien conocemos que esta situación está generando una de las consecuencias más dolorosas para la experiencia vital de las personas como es la pérdida de su trabajo con la consiguiente deriva en la privación de los bienes fundamentales que le permiten alcanzar y mantener una vida con dignidad y libertad. Así la realidad nos refleja que en nuestro contexto se va incrementando el conjunto de las personas que han de ser considerados bajo la condición de subsistir en la pobreza, y por tanto que se encuentran en situación de caer en la exclusión social.
Los cristianos reconocemos que esta situación, apenas esbozada, constituye un gran y acuciante problema, pero ante el cual no nos desentendemos ni nos quedamos bloqueados, sino que nos sentimos llamados a contribuir con los demás ciudadanos y fuerzas sociales para buscar las posibles vías de solución, ya que queremos y procuramos seguir al Señor Jesús que con su vida se ha identificado con los humildes, desvalidos y necesitados.
Por la Cuaresma nos vamos asemejando al itinerario vital de Cristo, por esto la situación de precariedad que va afectando a múltiples personas, a quienes sentimos como verdaderos hermanos, nos reclama e impulsa a mostrarnos cercanos y comprometidos con cada persona y grupo social necesitado. Para responder a este llamamiento se nos presenta un medio útil y posible: la práctica de la limosna que conlleva la entrega desinteresada de nuestros bienes para el beneficio de cuantos se encuentren en pobreza, teniendo en cuenta que esta acción de generosidad nos aproxima al corazón amoroso de Dios, ya que «la limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios, y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con El y con los hermanos», como nos recordaba el Papa Benedicto XVI.
Atender a los necesitados con la entrega de nuestra limosna expresa nuestra voluntad de compartir nuestro ser y nuestro tener con las otras personas, ya que al ofrecer generosamente nuestros bienes estamos reflejando que éstos no nos están poseyendo, sino que solamente nos sentimos sus administradores ya que los usamos con libertad y generosidad. Así cuando estamos dispuestos a compartir de lo nuestro, hemos de estar motivados por una auténtica actitud de favorecer a quienes se los entregamos, tratando de excluir cualquier mínimo interés por ser reconocidos o recompensados. Lo cual supone que la verdadera limosna a los ojos de Dios requiere estar sostenida por la gratuidad en el dar, tal como firmemente Jesús nos lo reclama en sus enseñanzas.
Practicar la limosna conlleva la disposición y el esfuerzo por entregarnos a nosotros mismos en bien del necesitado, tal como Jesús lo ejercitó de modo supremo en su entrega por nosotros en la Cruz. Pero también el mismo Cristo nos señala un motivo que refuerza nuestra decisión y alienta nuestra voluntad para ejercitarnos en esta práctica, que la donación personal es fuente de felicidad, así nos lo manifiesta, de un modo más incisivo en este Año dedicado a su persona, el gran Apóstol San Pablo recogiendo una expresión de Jesús: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 35).
Que esta estimulante afirmación del Señor Jesús nos acompañe y oriente durante esta Cuaresma para motivarnos a la práctica abundante de la limosna a favor de los necesitados. Para ello supliquémosle a Dios que nos introduzca en el espíritu y el ejercicio de la generosidad, que nos manifieste la disposición de su Hijo por darse hasta la entrega de su vida por nosotros, que nos permita reconocerlo, acogerlo y atenderlo en quienes viven acuciados por la necesidad, y que suscite en nosotros múltiples acciones y gestos personales y comunitarios, muchas veces anónimos, de ejercicio de la caridad, experimentando que ejercitándonos en el compartir con los pobres le complace a Dios y nos genera siempre una alegría verdadera.
Con mi deseo que vivamos una Cuaresma bien generosa, os doy mi bendición.
+ Gregorio Martínez Sacristán, obispo de Zamora
1 comentario
Mi padre fue jesuita y tiene un blog de ensayos breves sobre temas sociales y religiosos, a sus 83 años su ilusión es poder difundir la doctrina de Jesucristo a través de sus artículos.
Si quieren visitarlo el blog es: www.miscelaneareligiosa.blogspot.com
Muchas gracias por su atención y un saludo cordial.
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