El buen ladrón: el precursor en el paraíso, en los textos Cristianos Antiguos

La profesora Pilar González Casado, Catedrática de Literatura Árabe Cristiana en la Universidad de San Dámaso, nos habla sobre el buen ladrón: el precursor en el paraíso.

Bibliografía: · J. C. Thilo, Codex Apocryphus Novi Testamenti, TI, Lipsiae, 1832. · E. Beck, Des Heiligen Ephraem Des Syrers Hymnen de Paradiso und Contra Julianum, Corpus Scriptorum Christianorum Orientalium 174, Lovaina 1957. · Traducción castellana de De Paradiso IV.5, Fco. Javier Martínez. · A. de Santos Otero. Los evangelios apócrifos. Edición crítica y bilingüe, BAC: Madrid 1996.

Con la siguiente afirmación, «conmemoración del santo ladrón que en la cruz reconocía a Cristo y de él mereció ir, hoy estarás conmigo en el paraíso», el martirologio romano celebra la festividad de San Dimas el día 25 de marzo.

Ni el martirologio ni el Evangelio nos transmiten el nombre de uno de los malhechores que fue ajusticiado al lado de Jesús. La familiaridad que este ladrón tenía con el mensaje de Jesús, ya que conocía la promesa del Reino, junto con el premio que recibió de haber sido el primero en entrar en el Paraíso, despertaron tanto el afecto popular como el ensalzamiento por su figura al haber recibido el premio de entrar el primero en el paraíso. Al igual que sucede con el silencio de otros pasajes evangélicos sobre la biografía de sus protagonistas, la literatura apócrifa trató de dar una respuesta a estas dos cuestiones:

• a la de la familiaridad con el mensaje de Jesús y
• a la de la causa de por qué había merecido el premio de entrar en el paraíso.

Hay dos textos que nos transmiten tanto el nombre del ladrón como sus andanzas.

En el Evangelio árabe de la infancia, nos habla del encuentro de Jesús con los dos ladrones cuando era un niño de unos tres años por los caminos de Egipto. Tito, el buen ladrón, el que luego será crucificado a su derecha, intercede ante su compañero Dúmaco, el que será crucificado a la izquierda, para impedir que la banda de ladrones saque a la Sagrada Familia. Compra su silencio para que no les delate por cuarenta dirhams.

María, conmovida por el gesto del ladrón, le anuncia que Dios le concederá la remisión de sus pecados. Poco después, Jesús le vaticina a su madre que dentro de unos treinta años él será crucificado en Jerusalén y que los dos ladrones serán crucificados junto a él, uno a su derecha al que le concederá la estancia en el paraíso y otro a su izquierda.

Hemos resuelto la cuestión de por qué al buen ladrón Jesús le perdonó sus pecados porque su madre se lo había prometido y hemos resuelto también, en cierto modo, la cuestión de la familiaridad con el mensaje de Jesús si suponemos que el buen ladrón, cuando el niño creció, lo reconoció en Galilea o en Judea, prestó atención a sus palabras y escuchó su mensaje.

Sin embargo, su nombre en el Evangelio árabe de la infancia no es Dimas Sino Tito. Hay que recurrir a otro texto apócrifo, a las Actas de Pilato, escritas en griego, para encontrar el nombre del buen ladrón. El texto dice así. Y uno de aquellos ladrones que habían sido colgados le dijo así.

«Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Mas Dimas, por respuesta, le increpaba diciendo. ¿Tú no temes para nada a Dios aún estando en la misma condenación?»

Este texto narra también la entrada de Adán en el paraíso:

«Y cuando Adán está hablando con Elías y Enoch, le sale al paso el buen ladrón. Mientras estos se expresaban así, vino otro hombre de apariencia humilde que llevaba además sobre sus hombros una cruz. Dijéronle los santos padres. ¿Quién eres tú que tienes aspecto de ladrón y qué es esa cruz que llevas sobre tus hombros? Él respondió. Yo, según decís, era ladrón y salteador en el mundo. Por eso me detuvieron los judíos y me entregaron a la muerte de cruz juntamente con nuestro Señor Jesucristo.

Y mientras estaba el pendiente de la cruz, al ver los prodigios que se realizaban, creí en Él y le rogué diciendo. Señor, cuando reinares no te olvides de mí. Y Él me dijo en seguida. De verdad, de verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso. He venido pues con mi cruz a cuestas hasta el paraíso y encontrando al Arcángel Miguel le he dicho. Nuestro Señor Jesús, el que fue crucificado, me ha enviado aquí. Llévame pues a la puerta del Edén. Y cuando la espada de fuego vio la señal de la cruz, me abrió y entré. Después me dijo el Arcángel.

Espera un momento, pues viene también el primer padre de la raza humana, Adán, en compañía de los justos, para que entren ellos también dentro. Y ahora, al veros a vosotros, he salido a vuestro encuentro.»

Tres son los rasgos terrenales que conserva Dimas en el paraíso. Su apariencia humilde, su aspecto de ladrón y el portar la cruz. La sorpresa de Adán, de Elías y de Enoc, por el hecho de que un ladrón se encuentre en el paraíso, son un recurso del texto para mostrarnos la misericordia de Jesús. Estos rasgos materializan, además, otra característica típica de la literatura apócrifa, su intención catequética. Nos están enseñando que aquel que porta con humildad su cruz es merecedor de entrar en el paraíso. Además, nos enseñan también que la crucifixión nos ha procurado la salvación, porque el arcángel Miguel, al ver al ladrón con la cruz, identifica que está salvado y le abre las puertas del Edén. El privilegio de que Jesús reconociera en vida que el buen ladrón estaba salvado, inspiró también la poesía de San Efrén, que en los himnos del paraíso nos dice lo siguiente:

«Adán estaba en el paraíso desnudo y bello. Su hacendosa mujer trabajó para hacerle un vestido de manchas.

Le vio el jardín y le excluyó, porque le halló repulsivo. Pero obtuvo por medio de María otra túnica, la que adornó al buen ladrón. Como resplandeció con la promesa de Cristo, le vio el jardín y le acogió en sus brazos en lugar de Adán.»

De este modo, y gracias a la misericordia divina, Dimas, símbolo del hombre arrepentido, le señala el camino del paraíso, incluso al mismo Adán.