31.07.04

658 - SANTA SEDE: HOMBRE Y MUJER, IGUALES EN DIGNIDAD Y COMPLEMENTARIOS

SANTA SEDE: HOMBRE Y MUJER, IGUALES EN DIGNIDAD Y COMPLEMENTARIOS.

Documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo.

Fuente: VIS, 31-07-04.

Por Juan C. Sanahuja

Fue dada a conocer hoy en la Santa Sede, la Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, que lleva fecha del 31 de mayo de 2004.

Los capítulos se titulan: I El problema; II Los datos fundamentales de la antropología bíblica; III La actualidad de los valores femeninos en la vida de la sociedad; IV La actualidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia.

El documento da una respuesta doctrinal a diversos temas que se plantean en la concepción postmoderna de la persona, la complementariedad de los sexos, la familia, etc.

Entre algunos de esos aspectos a los que el documento responde están destaca la concepción dualista, neomaniquea, de la persona sobre la que ya advertía el Santo Padre en la Carta a las Familias (02-02-94).

Dice el texto: "Además, hay que hacer notar la importancia y el sentido de la diferencia de los sexos como realidad inscrita profundamente en el hombre y la mujer. 'La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones'.

Ésta no puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que 'es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano.

Esta capacidad de amar, reflejo e imagen de Dios Amor, halla una de sus expresiones en el carácter esponsal del cuerpo, en el que se inscribe la masculinidad y femineidad de la persona. Se trata de la dimensión antropológica de la sexualidad, inseparable de la teológica.

La criatura humana, en su unidad de alma y cuerpo, está, desde el principio, cualificada por la relación con el otro" (n. 8).

(…) "Distintos desde el principio de la creación y permaneciendo así en la eternidad, el hombre y la mujer, injertados en el misterio pascual de Cristo, ya no advierten, pues, sus diferencias como motivo de discordia que hay que superar con la negación o la nivelación, sino como una posibilidad de colaboración que hay que cultivar con el respeto recíproco de la distinción. A partir de aquí se abren nuevas perspectivas para una comprensión más profunda de la dignidad de la mujer y de su papel en la sociedad humana y en la Iglesia". (n. 11).

Otra de las cuestiones a las que alude directamente es a la ideología de la perspectiva de género. "Esta antropología, que pretendía favorecer perspectivas igualitarias para la mujer, liberándola de todo determinismo biológico, ha inspirado de hecho ideologías que promueven, por ejemplo, el cuestionamiento de la familia a causa de su índole natural bi-parental, esto es, compuesta de padre y madre, la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa" (n. 3).

El documento responde a estas y otras cuestiones desde la perspectiva bíblica y, por último, remarcando las auténticas virtudes de la mujer y su dimensión social dentro de la Iglesia y la sociedad civil.

Creados a imagen de Dios, iguales en dignidad

En una entrevista hecha dada a conocer por el VIS, S.E.R. Angelo Amato, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, explicó el fin y el contenido del documento afirmando entre otras cosas, sobre su contenido: "La novedad reside en la respuesta a dos tendencias bien delineadas en la cultura contemporanea. La primera tendencia subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer, que para ser ella misma tendría que constituirse en antagonista del hombre. Se plantea, por lo tanto, una rivalidad radical entre los sexos, según la cual la identidad y el rol de uno son asumidos en desventaja del otro".

Continuó Amato diciendo: "Para evitar esta contraposición, hay una segunda corriente que tiende a cancelar las diferencias entre los dos sexos. La diferencia corporal, llamada sexo, se minimiza y se considera un simple efecto de los condicionamientos socio-culturales. Se evidencia, así, como máximo, la dimensión estrictamente cultural, llamada género. De ahí nace el cuestionamiento de la índole natural de la familia, compuesta por padre y madre, la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad, la propuesta de una sexualidad polimorfa". "Según esta perspectiva antropológica, la naturaleza humana no lleva en sí misma características que se impondrían de manera absoluta: toda persona podría o debería configurarse según sus propios deseos, ya que sería libre de toda predeterminación biológica". "Frente a estas concepciones erróneas la Iglesia reafirma algunos aspectos esenciales de la antropología cristiana fundados en los datos revelados en la Sagrada Escritura". (…) "Las palabras de conclusión son dos: redescubrimiento y conversión.

Redescubrimiento de la dignidad común del hombre y la mujer, en el reconocimiento recíproco y en la colaboración. Conversión por parte del hombre y de la mujer a su identidad originaria de 'imagen de Dios', cada uno según su propia gracia" .

Comienzo de la Carta:

"Este documento, después de una breve presentación y valoración crítica de algunas concepciones antropológicas actuales, desea proponer reflexiones inspiradas en los datos doctrinales de la antropología bíblica, que son indispensables para salvaguardar la identidad de la persona humana. Se trata de presupuestos para una recta comprensión de la colaboración activa del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, en el reconocimiento de su propia diferencia" (n. 1). (…)

"En los últimos años se han delineado nuevas tendencias para afrontar la cuestión femenina. Una primera tendencia subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer a fin de suscitar una actitud de contestación. La mujer, para ser ella misma, se constituye en antagonista del hombre. A los abusos de poder responde con una estrategia de búsqueda del poder. Este proceso lleva a una rivalidad entre los sexos, en el que la identidad y el rol de uno son asumidos en desventaja del otro, teniendo como consecuencia la introducción en la antropología de una confusión deletérea, que tiene su implicación más inmediata y nefasta en la estructura de la familia.

"Una segunda tendencia emerge como consecuencia de la primera. Para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. En esta nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria. El obscurecerse de la diferencia o dualidad de los sexos produce enormes consecuencias de diverso orden. Esta antropología, que pretendía favorecer perspectivas igualitarias para la mujer, liberándola de todo determinismo biológico, ha inspirado de hecho ideologías que promueven, por ejemplo, el cuestionamiento de la familia a causa de su índole natural bi-parental, esto es, compuesta de padre y madre, la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa.

"Aunque la raíz inmediata de dicha tendencia se coloca en el contexto de la cuestión femenina, su más profunda motivación debe buscarse en el tentativo de la persona humana de liberarse de sus condicionamientos biológicos. Según esta perspectiva antropológica, la naturaleza humana no lleva en sí misma características que se impondrían de manera absoluta: toda persona podría o debería configurarse según sus propios deseos, ya que sería libre de toda predeterminación vinculada a su constitución esencial.

"Esta perspectiva tiene múltiples consecuencias. Ante todo, se refuerza la idea de que la liberación de la mujer exige una crítica a las Sagradas Escrituras, que transmitirían una concepción patriarcal de Dios, alimentada por una cultura esencialmente machista. En segundo lugar, tal tendencia consideraría sin importancia e irrelevante el hecho de que el Hijo Dios haya asumido la naturaleza humana en su forma masculina.

"Ante estas corrientes de pensamiento, la Iglesia, iluminada por la fe en Jesucristo, habla en cambio de colaboración activa entre el hombre y la mujer, precisamente en el reconocimiento de la diferencia misma.

"Para comprender mejor el fundamento, sentido y consecuencias de esta respuesta, conviene volver, aunque sea brevemente, a las Sagradas Escrituras, -ricas también en sabiduría humana- en las que la misma se ha manifestado progresivamente, gracias a la intervención de Dios en favor de la humanidad" (n.2).

texto completo

FIN, 31-07-04

30.07.04

657 - GUATEMALA: SIN RESPETO A LA VIDA, NO EXISTEN OTROS DERECHOS

GUATEMALA: SIN RESPETO A LA VIDA, NO EXISTEN OTROS DERECHOS. Homilía del Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, 18-07-04.

Fuentes propias. (Vid. sobre CEPAL NG 646, 647, 653, entre otros).

Por Juan C. Sanahuja

En la homilía del 18 de julio pasado el Cardenal Rodolfo Quezada Toruño, arzobispo de Guatemala, se refirió a los esfuerzos por alcanzar una paz duradera en su país.

Mencionó al Frente contra la violencia del que forma parte junto con los responsables de otras confesiones cristianas, diciendo que sería mejor llamarlo Frente a favor de la vida, "porque la vida es el primero y el principal derecho humano".

Haciendo un llamado a la oración por la paz y por el respeto a la vida humana, recordó los treinta y seis años de guerra civil que costaron 200.000 muertes.

El cardenal muy claramente comparó la plaga de la violencia política con el crimen abominable de aborto y los atentados contra la esencia de la familia y advirtió sobre las políticas de la ONU nombrando explícitamente la última reunión de la CEPAL, exigiendo claridad y definiciones al gobierno de su país.

Trascribimos algunos párrafos de la homilía:

"La familia y el matrimonio se están desdibujando demasiado. Para nosotros los creyentes en Dios y los cristianos, el matrimonio es la unión estable de un hombre y de una mujer que se realiza precisamente para el amor y la procreación.

Entendido de esta manera el matrimonio da origen a la familia que es la primera célula de la sociedad y también la primera célula de la Iglesia. Es en la familia donde aprendemos el sentido de la vida, donde aprendemos a amar y a ser amados.

"Desafortunadamente en Guatemala, la familia padece una crisis enorme (….), pero lo que es intolerable es que se pretenda primero liberalizar el aborto, que tranquilamente la mujer tenga derecho a suprimir la vida, o bien, lo que es peor todavía, de pensar que pueda haber matrimonio verdadero o familias verdaderas entre personas homosexuales; siento yo -como siente la Iglesia- que se debe respetar a las personas con esas características pero de allí a que esto sea una familia hay mucha diferencia.

Y lo más penoso es que quien está impulsando esta liberalización del aborto como derecho de la mujer o bien este tipo de matrimonio, sean precisamente las Naciones Unidas.

"Yo admiro a las Naciones Unidas en unos aspectos; pero en este aspecto que vienen impulsando desde las Conferencias de El Cairo y Beijing, no me explico cómo es posible que se trate de llegar a estos extremos.

El Papa lo ha dicho muy claramente: matrimonio es lo que Dios ha querido, familia es lo que Dios ha querido, y por lo mismo, el aborto tampoco se puede admitir como un derecho de la mujer.

"La Constitución de la República de Guatemala establece que el Estado está obligado a tutelar la vida humana desde el inicio de la concepción hasta su muerte natural; basados en este principio constitucional, que además es un principio cristiano, los gobiernos anteriores siempre en estas Conferencias de la ONU han hecho unas reservas; es decir, lo que decidió la conferencia no es aplicable en Guatemala debido a su Constitución.

Hay algo más, en la última reunión en San Juan de Puerto Rico, volvieron sobre el asunto, y Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y los Estados Unidos hicieron reservas y la delegación guatemalteca tomó una postura ambigua.

Los guatemaltecos y sobre todo la Conferencia Episcopal, tienen derecho a exigir que las autoridades actuales sean claras y no ambiguas en un punto tan vital; y a exigir que las personas que nos representan en las conferencias internacionales tengan en cuenta los preceptos constitucionales.

Lamentamos los atentados del 11 de marzo en Madrid, y sin embargo los abortos que se provocan en España son infinitamente mayores a las víctimas de esos atentados.

El derecho a la vida es el principal de todos los derechos, sin él los demás no valen nada. La paz, la educación, la salud, la vivienda, el trabajo digno, de nada sirven si no somos capaces de respetar el derecho a la vida.

"Me solidarizo con todos los que han sufrido la gran plaga y la gran desgracia de la violencia, que sepamos revertirla con oración y con una mayor conciencia de lo que vale la vida humana, porque todos somos hijos de Dios y ciudadanos de una misma Patria". FIN, 30-07-04.

27.07.04

656 - ESPAÑA: CONFIGURAR LA SOCIEDAD RESPETANDO LA LEY SANTA DE DIOS

ESPAÑA: CONFIGURAR LA SOCIEDAD RESPETANDO LA LEY SANTA DE DIOS.

"Ante los riesgos de disolución religiosa, cultural, social y política hemos de superar una conciencia derrotista que esterilizaría nuestras capacidades".

El matrimonio es esencialmente heterosexual y base ineludible de la familia.

Por el revuelo internacional provocado por la homilía del Arzobispo de Santiago de Compostela el pasado domingo, que tuvo como testigos presenciales a los Jefes del Estado y del Gobierno de España, presentamos una parte sustancial de ella.

Homilía de Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Santiago de Compostela, Mons. Julián Barrio Barrio, 25-07-04, Solemnidad de Santiago Apóstol.

Majestades, Queridos Sr. Cardenal y Hermanos en el Episcopado, Excmo. Cabildo Metropolitano, Excmas. e Ilmas Autoridades, Queridos Peregrinos (…):

"Santiago bebió el cáliz del Señor y se hizo amigo de Dios". En este Año Santo, atraídos por este testimonio "se hacen peregrinos tantos hombres y mujeres para servir a Dios y honrar al Apóstol Santiago".

Los caminos que llegan hasta esta Casa acogen a millares de personas, unas que vienen manifestando su fe y su esperanza cristiana, otras buscando el sentido de su vida. Llegan a la Tumba del amigo del Señor para encontrase con los orígenes apostólicos de la tradición católica, dejando sobre sus hombros el abrazo de su afecto y las inquietudes y esperanzas de sus vidas, sintiéndose peregrinos por gracia.

El Apóstol Santiago compartió la suerte del Señor y siguió su ejemplo de amor y servicio, gastando la propia vida por los demás, soportando contradicciones, y no desalentándose por la incomprensión pues sabía que "mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" (2Cor 4,11).

El "protomártir de los apóstoles" "creyó y por eso habló", dándonos a conocer el Evangelio de la Gracia, memoria y camino de esperanza (…)

"Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hec 5,29). Como los apóstoles también nosotros hemos de llenar "nuestra Jerusalén" con la enseñanza de Jesús aunque ésta no halague los oídos de quienes desean oír lo que ellos desean.

En el espesor de nuestra historia hacemos memoria del Evangelio cuya aceptación encuentra dificultad en el relativismo en que estamos sumergidos culturalmente.

La revelación cristiana se ofrece, no se impone, como palabra de verdad y camino de salvación. El cambio radical de la mente y del corazón que nos pide la conversión en este Año Santo, no significa destrucción sino máximo cumplimiento de las reivindicaciones y de las expectativas presentes del hombre peregrino que busca la felicidad plena.

La fe cristiana, coherentemente vivida, transforma el corazón de los hombres y ofrece el sentido profundo de la existencia, tanto personal como social, teniendo como ley suprema el mandamiento del amor para dar razón de la esperanza.

Esto conlleva anunciar la fe en Cristo antes que enseñar la moral en una sociedad postcristiana porque es Cristo quien da sentido a las exigencias morales de la fe.

El hombre no puede sobrevivir sin la verdad y la fuerza del cristianismo es su verdad interna. Esta es la esperanza segura del cristianismo, este es su desafío y su exigencia cuando el laicismo se presenta como dogma público fundamental y la fe es simplemente tolerada como opinión privada, aunque de este modo no es tolerada en su verdadera esencia.

La doctrina social de la Iglesia considera que el sistema democrático funciona únicamente en una conciencia rectamente formada y ésta enmudece si no está orientada conforme a los valores éticos y morales fundamentales de la dignidad de la persona humana que pueden ser puestos en práctica incluso sin una explícita profesión del cristianismo.

Es necesario acoger la mirada de Dios en nuestras conciencias y dejarnos alcanzar por lo trascendente para salir de nuestras indefiniciones.

Configurar la sociedad respetando la ley santa de Dios reflejada en la ley natural y en la recta razón, que muestra al hombre el camino para practicar el bien y alcanzar su fin, es garantía para salvaguardar la dignidad de la persona humana y poner la base de sus derechos y de sus deberes fundamentales.

Los caminos de Dios siempre favorecen la peregrinación del hombre y en ellos la misión espiritual de la Iglesia tiene "consecuencias decisivas para el desarrollo de la persona humana y para la configuración de la sociedad en la verdad, el bien y la plenitud de felicidad y vida, más acá y más allá de la muerte".

El "amigo del Señor" nos trajo la novedad y la originalidad del cristianismo: como es la inserción de Dios en la historia, la plenitud de la revelación y la nueva visión de Dios y del hombre en relación con él.

"Desde hace dos mil años, el hombre tiene algo radicalmente nuevo, que no se acaba de poseer, sino por partes, con desamor, abandono, infidelidades; algo que está delante de nosotros como algo que hay que conquistar.

Algo, no se olvide, frente a nuestra libertad sin forzarla: la perspectiva cristiana".

En esta conciencia los cristianos hemos de afrontar las dificultades de nuestros tiempos con la plenitud del amor, la fecundidad de la cruz y el espíritu de las Bienaventuranzas.

Es la hora de los audaces en el Espíritu llamados a mantener el ardor y la intrepidez apostólicos.

"Es evidente que la Iglesia de Dios no existe para sí, ni puede vivir encerrada en si misma, acaparada por sus problemas internos o satisfecha en la contemplación de sus propias prerrogativas" (Testigos de Cristo Dios vivo, 4).

Necesitamos testigos militantes, capaces de vivir la fe sin complejos ni disfraces, en escucha y en diálogo, con altura espiritual, abiertos a Dios para transformar la humanidad en Reino de Dios en la normalidad de la vida familiar, laboral, social, cultural y política.

Cuando se olvida a Dios, la criatura misma queda obscurecida.

La pérdida de la dimensión trascendente genera todas las frustraciones del hombre e impide construir un mundo que sea habitable humanamente y en el que lo esencial de lo humano no quede cercenado, pudiendo el hombre actuar en rectitud moral.

Cuando la moral es considerada superflua, la corrupción es algo obvio, afectando no sólo a las personas sino también a las instituciones.

Cuando la persona humana se libera de la moral, o la desplaza a lo meramente subjetivo o la manipula como puro utilitarismo, se encamina hacia la esclavitud de la tiranía, subordinando lo espiritual a lo material y la libertad al libertinaje.

La laicidad, afirmación de la autonomía y de la consistencia del mundo profano en relación con la esfera religiosa, en su versión extrema se ha convertido en laicismo con la pretensión de marginar del espacio social la dimensión religiosa.

Todo intento de reducir la laicidad a un espacio único no es más que una quimera irreal y contradictoria.

La comunidad política y la Iglesia son entre si independientes y autónomas en su propio campo aunque están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres a través de una sana cooperación entre ambas, pudiendo la Iglesia siempre y en todo lugar predicar la fe con verdadera libertad y emitir un juicio moral también sobre las cosas que afectan al orden político cuando lo exigen los derechos fundamentales de las personas o la salvación de las almas.

La festividad de nuestro Patrono es una llamada a fortalecer nuestro proyecto de convivencia armónica, a colaborar para que nuestros pueblos se sientan cercanos los unos a los otros, y a enriquecer nuestra unidad con la pluralidad que nos es propia.

Vivimos entre el ideal y la realidad. La historia de nuestra convivencia se desenvuelve entre tensiones que suponen el saber compartir y reconocer el esfuerzo de cada generación más allá de los posibles desencuentros.

Esta conciencia nos "invita a purificar la memoria de las incomprensiones del pasado, a cultivar los valores comunes y a definir y respetar las diversidades sin renunciar a los principios cristianos" (GS 65).

No pueden ser el recelo, la desconfianza y el miedo que siempre degradan a los que los provocan, la razón de nuestra fuerza.

Debemos ser coherentes con los valores del Evangelio que hemos recibido y que forman parte esencial de nuestra cultura y civilización.

Ante los riesgos de disolución religiosa, cultural, social y política hemos de superar una conciencia derrotista que esterilizaría nuestras capacidades.

Dejémonos iluminar por la luz de la Palabra de Dios, transmitida a lo largo de nuestra historia con la estela del Apóstol Santiago para afrontar los retos de una convivencia, espacio multicultural, "respetando y tutelando el bien común de una sociedad pluricentenaria" donde se vivan los principios morales que garanticen el respeto sagrado a la persona que no pocas veces se siente agredida física y moralmente.

No es posible entender y servir de verdad a España sin tener en cuenta las raíces cristianas, clave para interpretar la riqueza cultural de nuestra historia, más allá de toda confrontación deshumanizadora.

Jesús que nos dijo: "Yo estoy entre vosotros como el que sirve", nos indica el camino a seguir: servir a los demás y no servirse de los demás.

Asumir este compromiso, bastaría para dar esperanza a los que carecen de ella. "El que entre vosotros quiera llegar a ser grande, sea vuestro servidor" (Mt 20,26).

La autenticidad y la grandeza de la autoridad se miden por la humildad, la capacidad de escucha y la verdadera vocación de servicio, teniendo en cuenta que "todos los hombres y mujeres reciben su dignidad común y esencial de Dios y con ella la capacidad de encaminarse hacia la verdad y la bondad".

La iglesia con la fuerza del Evangelio que le ha sido confiado, proclama los derechos del hombre y aprecia la defensa de estos derechos pero sabe que estamos sometidos a la tentación de pensar que se protegen plenamente nuestros derechos personales sólo cuando nos vemos libres de toda norma de la ley divina.

Cuando pensamos así, los derechos se ven reducidos a simples exigencias personales y a falsas formas secularizadas de humanismo que siembran confusión y debilidad moral distorsionando el plan de Dios sobre el amor y la fidelidad, sobre el respeto a la vida en todas sus etapas naturales, sobre la vivencia del tesoro de la afectividad y sobre el matrimonio, esencialmente heterosexual y base ineludible de la familia, cuya quiebra supone la quiebra de la sociedad haciéndola vulnerable a intereses que nada tienen que ver con el bien común (….) FIN, 27-07-04

21.07.04

655 - ESPAÑA: ¿MATRIMONIO GAY?, DOCUMENTO EPISCOPAL.

ESPAÑA: ¿MATRIMONIO GAY?, DOCUMENTO EPISCOPAL.

El parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley.

Nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, Madrid, 15 de julio de 2004

1. El pasado 29 de junio, el Congreso de los Diputados votó favorablemente una proposición no de Ley del Partido Socialista que solicita la equiparación legal plena de las uniones de personas del mismo sexo con el verdadero matrimonio. El Gobierno, por medio del Ministro de Justicia, se apresuró a anunciar que en septiembre remitirá a la Cámara un proyecto de Ley en este mismo sentido y que confía en que el llamado matrimonio homosexual sea posible legalmente ya para comienzos del año próximo. También se votaron varias proposiciones de Ley que legitimarían las uniones homosexuales de diversos modos.

2. Las personas homosexuales, como todos, están dotadas de la dignidad inalienable que corresponde a cada ser humano. No es en modo alguno aceptable que se las menosprecie, maltrate o discrimine. Es evidente que, en cuanto personas, tienen en la sociedad los mismos derechos que cualquier ciudadano y, en cuanto cristianos, están llamados a participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Condenamos una vez más las expresiones o los comportamientos que lesionan la dignidad de estas personas y sus derechos; y llamamos de nuevo a los católicos a respetarlas y a acogerlas como corresponde a una caridad verdadera y coherente.

3. Con todo, ante la inusitada innovación legal anunciada, tenemos el deber de recordar también algo tan obvio y natural como que el matrimonio no puede ser contraído más que por personas de diverso sexo: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. El Estado, por su parte, no puede reconocer este derecho inexistente, a no ser actuando de un modo arbitrario que excede sus capacidades y que dañará, sin duda muy seriamente, el bien común. Las razones que avalan estas proposiciones son de orden antropológico, social y jurídico. Las repasamos sucintamente, siguiendo de cerca las recientes orientaciones del Papa a este respecto[1].

4. a) Los significados unitivo y procreativo de la sexualidad humana se fundamentan en la realidad antropológica de la diferencia sexual y de la vocación al amor que nace de ella, abierta a la fecundidad. Este conjunto de significados personales hace de la unión corporal del varón y de la mujer en el matrimonio la expresión de un amor por el que se entregan mutuamente de tal modo, que esa donación recíproca llega a constituir una auténtica comunión de personas, la cual, al tiempo que plenifica sus existencias, es el lugar digno para la acogida de nuevas vidas personales.

En cambio, las relaciones homosexuales, al no expresar el valor antropológico de la diferencia sexual, no realizan la complementariedad de los sexos, ni pueden engendrar nuevos hijos.

A veces se arguye en contra de estas afirmaciones que la sexualidad puede ir hoy separada de la procreación y que, de hecho, así sucede gracias a las técnicas que, por una parte, permiten el control de la fecundidad y, por otra, hacen posible la fecundación en los laboratorios. Sin embargo, será necesario reconocer que estas posibilidades técnicas no pueden ser consideradas como sustitutivo válido de las relaciones personales íntegras que constituyen la rica realidad antropológica del verdadero matrimonio. La tecnificación deshumanizadora de la vida no es un factor de verdadero progreso en la configuración de las relaciones conyugales, de filiación y de fraternidad.

El bien superior de los niños exige, por supuesto, que no sean encargados a los laboratorios, pero tampoco adoptados por uniones de personas del mismo sexo. No podrán encontrar en estas uniones la riqueza antropológica del verdadero matrimonio, el único ámbito donde, como Juan Pablo II ha recordado recientemente al Embajador de España ante la Santa Sede, las palabras padre y madre pueden "decirse con gozo y sin engaño". No hay razones antropológicas ni éticas que permitan hacer experimentos con algo tan fundamental como es el derecho de los niños a conocer a su padre y a su madre y a vivir con ellos, o, en su caso, a contar al menos con un padre y una madre adoptivos, capaces de representar la polaridad sexual conyugal. La figura del padre y de la madre es fundamental para la neta identificación sexual de la persona. Ningún estudio ha puesto fehacientemente en cuestión estas evidencias.

b) La relevancia del único verdadero matrimonio para la vida de los pueblos es tal, que difícilmente se pueden encontrar razones sociales más poderosas que las que obligan al Estado a su reconocimiento, tutela y promoción. Se trata, en efecto, de una institución más primordial que el Estado mismo, inscrita en la naturaleza de la persona como ser social. La historia universal lo confirma: ninguna sociedad ha dado a las relaciones homosexuales el reconocimiento jurídico de la institución matrimonial.

El matrimonio, en cuanto expresión institucional del amor de los cónyuges, que se realizan a sí mismos como personas y que engendran y educan a sus hijos, es la base insustituible del crecimiento y de la estabilidad de la sociedad. No puede haber verdadera justicia y solidaridad si las familias, basadas en el matrimonio, se debilitan como hogar de ciudadanos de humanidad bien formada.

Si el Estado procede a dar curso legal a un supuesto matrimonio entre personas del mismo sexo, la institución matrimonial quedará seriamente afectada. Fabricar moneda falsa es devaluar la moneda verdadera y poner en peligro todo el sistema económico. De igual manera, equiparar las uniones homosexuales a los verdaderos matrimonios, es introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social.

Se dice que el Estado tendría la obligación de eliminar la secular discriminación que los homosexuales han padecido por no poder acceder al matrimonio. Es, ciertamente, necesario proteger a los ciudadanos contra toda discriminación injusta. Pero es igualmente necesario proteger a la sociedad de las pretensiones injustas de los grupos o de los individuos. No es justo que dos personas del mismo sexo pretendan casarse. Que las leyes lo impidan no supone discriminación alguna. En cambio, sí sería injusto y discriminatorio que el verdadero matrimonio fuera tratado igual que una unión de personas del mismo sexo, que ni tiene ni puede tener el mismo significado social. Conviene notar que, entre otras cosas, la discriminación del matrimonio en nada ayudará a superar la honda crisis demográfica que padecemos.

c) Se alegan también razones de tipo jurídico para la creación de la ficción legal del matrimonio entre personas del mismo sexo. Se dice que ésta sería la única forma de evitar que no pudieran disfrutar de ciertos derechos que les corresponden en cuanto ciudadanos. En realidad, lo justo es que acudan al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco.

En cambio, se debe pensar en los efectos de una legislación que abre la puerta a la idea de que el matrimonio entre un varón y una mujer sería sólo uno de los matrimonios posibles, en igualdad de derechos con otros tipos de matrimonio. La influencia pedagógica sobre las mentes de las personas y las limitaciones, incluso jurídicas, de sus libertades que podrán suscitarse serán sin duda muy negativas. ¿Será posible seguir sosteniendo la verdad del matrimonio, y educando a los hijos de acuerdo con ella, sin que padres y educadores vean conculcado su derecho a hacerlo así por un nuevo sistema legal contrario a la razón? ¿No se acabará tratando de imponer a todos por la pura fuerza de la ley una visión de las cosas contraria a la verdad del matrimonio?

5. Pensamos, pues, que el reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales y, más aún, su equiparación con el matrimonio, constituiría un error y una injusticia de muy negativas consecuencias para el bien común y el futuro de la sociedad. Naturalmente, sólo la autoridad legítima tiene la potestad de establecer las normas para la regulación de la vida social. Pero también es evidente que todos podemos y debemos colaborar con la exposición de las ideas y con el ejercicio de actuaciones razonables a que tales normas respondan a los principios de la justicia y contribuyan realmente a la consecución del bien común. Invitamos, pues, a todos, en especial a los católicos, a hacer todo lo que legítimamente se encuentre en sus manos en nuestro sistema democrático para que las leyes de nuestro País resulten favorables al único verdadero matrimonio. En particular, ante la situación en la que nos encontramos, "el parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley"[2] que pretenda legalizar las uniones homosexuales.

6. La institución matrimonial, con toda la belleza propia del verdadero amor humano, fuerte y fértil, también en medio de sus fragilidades, es muy estimada por todos los pueblos. Es una realidad humana que responde al plan creador de Dios y que, para los bautizados, es sacramento de la gracia de Cristo, el esposo fiel que ha dado su vida por la Iglesia, haciendo de ella una madre feliz y fecunda de muchos hijos. Precisamente por eso, la Iglesia reconoce el valor sagrado de todo matrimonio verdadero, también del que contraen quienes no profesan nuestra fe. Junto con muchas personas de ideologías y de culturas muy diversas, estamos empeñados en fortalecer la institución matrimonial, ante todo, ofreciendo a los jóvenes ejemplos que seguir e impulsos que secundar. En este proyecto de una civilización del amor las personas homosexuales serán respetadas y acogidas con amor. Invocamos para todos la bendición de Dios y la ayuda de Santa María y de San José.

[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (3 de junio de 2003), Ecclesia 3165/66, 9 y 16 de agosto de 2003, 1236-1239.

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, cit., 10.

18.07.04

654 - NICARAGUA: ABORTO, DOCUMENTO EPISCOPAL

NICARAGUA: ABORTO, DOCUMENTO EPISCOPAL. Los legisladores tienen la obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana.

Documento del episcopado nicaragüense respecto a la despenalización del aborto terapéutico, a tratarse en agosto en la Asamblea Nacional (12-07-04)

La Iglesia ve con suma preocupación la difícil situación de la familia y los desafíos que se plantean a la dignidad de la vida misma de la persona humana. Esta situación y estas amenazas a la vida humana han sido objeto de debates parlamentarios. Hemos asistido con desconcierto y desconsuelo al argumento de la despenalización del delito del mal llamado aborto terapéutico, bajo la figura de "razones terapéuticas". Con este argumento se crea la confusión de que no existe el delito. En este sentido, cuando una ley tiene un amplio margen de interpretación no hay un límite en lo permitido y lo que no es permitido, tiende a especulaciones varias y cualquier hipótesis puede presentarse para justificar lo que no está en la ley.

Advertimos a los legisladores que esta situación es más grave aun por el hecho de que tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de "delito" y a asumir paradójicamente el de "derecho", hasta el punto de pretender con ello un verdadero y propio reconocimiento legal por parte del Estado y la sucesiva ejecución mediante la intervención gratuita de los mismos agentes sanitarios (Carta Encíclica Evangelium vitae, n. 11).

Las consecuencias pueden ser fatales para nuestra sociedad, que poco a poco se acomoda a una mentalidad conformista y egoísta, una sociedad sin Dios es una sociedad sin esperanza. Nuestra sensibilidad humana se aleja cada día más de los problemas que nos acechan: la violencia, el índice de criminalidad, los robos, los abusos a menores, todo los males se pretenden curar mediante una ley que pretende justificar aun más el mal moral que padece nuestra sociedad.

Por ello, cuando la Iglesia se manifiesta en contra del aborto, no lo hace por un afán moralista ni de condena excluyente, sino que su misión y fin es el hombre, y ello conlleva la sacralidad de la vida humana y el respeto debido a la vida humana y por ser el hombre, busca su dignidad en todos los estados de su existencia. Porque la vida humana es infundida por el Creador y todo fue hecho con miras al hombre, imagen de Dios y corona del mundo (Gn 1,26-28). Ya en la aurora de la salvación, el nacimiento de un niño es proclamado como gozosa noticia: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 10-11).

Por eso, no puede obligar a conciencia lo que es contrario a los principios de la ley natural, la ley moral y todo lo que atañe al bien común. Y defender la vida es cuestión de humanidad, no específicamente de una religión o grupo determinado. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. El Santo Padre en su carta a los políticos, expresa que el cristiano debe "reconocer la legitima pluralidad de opiniones temporales", pero también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamento verdaderos y sólidos, esto es, principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son "negociables". (Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso de los Católicos en la Vida Política, 16.01.03).

La ley positiva claramente expresada en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 afirma en el artículo 3 que "Todo individuo tiene derecho a la vida". Este principio fue desarrollado por la Declaración de los derechos del niño, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1959, según la cual "el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal tanto antes como después del nacimiento". Este ser humano tiene el derecho inherente a la vida, a como lo especifica el Art. 23 de nuestra Constitución, y le otorga especial protección al tenor del Art. 74.

También se recoge en el Arto. 46, lo acordado en la Convención Americana de Derechos Humanos conocida como el Pacto de San José, que establece el "derecho a la vida desde la concepción".

Nuestro Código Civil reconoce que son personas por nacer las que están concebidas en el vientre materno, garantiza la protección de la vida del que está por nacer, reconociendo que desde la concepción en el seno materno, comienza la existencia natural de las personas y que antes de su nacimiento debe ser protegida en cuanto a los derechos que por su existencia legal pueda obtener. (Art. 11, 12, 13 y 19 del Código Civil). Asimismo, el Código de la Niñez y Adolescencia en su Art. 12 asume la protección del niño desde el momento de la concepción, y la Ley Creadora del Ministerio de la Familia le otorga el deber de defender la vida desde el momento de la concepción.

Por todas estas razones, reafirmamos: Que desde el inicio de la vida humana existe la dignidad y el derecho primordial a la vida misma reconocida, protegida y garantizada por nuestro sistema jurídico, por lo tanto, pretender legitimar el crimen del aborto, cometido contra el ser más vulnerable, indefenso, inocente y pobre, rompe la coherencia del ordenamiento jurídico vigente que tipifica el aborto como un delito en aras de proteger el derecho a la vida y es una contradicción con los principios, humanísticos, culturales, éticos y morales de nuestra sociedad. El Estado y la Sociedad tienen el deber primordial de velar por los más desvalidos y necesitados.

Entiéndase que el primer derecho de una persona humana es su vida. Por eso, es que debe ser protegido más que ningún otro. De ahí que el derecho a la vida es un derecho universal, es decir de todos: sin exclusión de edad, sexo o religión; del anciano, del enfermo terminal, como del niño que acaba de nacer como del que está en proceso de generación. Desde el momento de la fecundación del óvulo, queda inaugurada una vida que no es del padre ni de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Por ello, recordamos a nuestros legisladores que la gravedad del aborto se mide en dos aspectos: el hecho de eliminar una vida, de la que el hombre no es su dueño, pues el único dueño de la vida es Dios, y que sea la de un ser humano inocente, o sea sin posibilidad de defenderse.

Hacemos un llamado a los Honorables Diputados de la Asamblea Nacional, hombres de buena fe, a que pongan todos sus esfuerzos en la protección irrestricta de la vida de los Nicaragüenses no nacidos, ciudadanos con dignidad y derechos de persona humana, que existen por si mismos y que son anteriores a la institución del Estado, el cual les reconoce de manera inherente y fundamental. Por lo que exhortamos a promover leyes que vayan a favor de la vida y que se funden en la verdad y en la libertad, la verdad para no ser cómplice de los condicionamientos y aficiones individualistas y la libertad porque trasciende la dignidad de la persona humana. Su Santidad recuerda a los legisladores que "tienen la precisa obligación de oponerse a toda ley que atente contra la vida humana".

La Madre de Jesús, la Virgen Santísima nos ayude a echar luz sobre nuestras conciencias. Ella es la Madre que, según palabras del Santo Padre, "al dar a luz esta Vida, regeneró en cierto modo, a todos los que debían vivir por ella" (Evangelium Vitae, n. 102). Mons. Juan Abelardo Mata Guevara, Obispo de Estelí, Presidente del Dpto. Episcopal de Vida y Familia Conferencia Episcopal de Nicaragua, 12-07-04. FIN, 18-7-04.