382 - JUAN PABLO II: JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, 1 DE ENERO DE 2001 (1ª parte)
Agradecemos todos los mensajes que nos han enviado saludándonos por la Navidad y el año que comienza. Aprovechamos para retribuírselos, deseándoles a todos las mejores disposiciones para alcanzar más gracia de Dios en estos últimos días del año Jubilar.
En dos ediciones del boletín publicaremos el mensaje de Su Santidad para la Jornada Mundial de la Paz, muy iluminador en varios de los temas que habitualmente tratamos.
MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II PARA LA CELEBRACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA PA, 1 DE ENERO DE 2001 (1ª parte)
DIÁLOGO ENTRE LAS CULTURAS PARA UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR Y LA PAZ
1.Al inicio de un nuevo milenio, se hace más viva la esperanza de que las relaciones entre los hombres se inspiren cada vez más en el ideal de una fraternidad verdaderamente universal. Sin compartir este ideal no podrá asegurarse de modo estable la paz. Muchos indicios llevan a pensar que esta convicción está emergiendo con mayor fuerza en la conciencia de la humanidad. El valor de la fraternidad está proclamado por las grandes "cartas" de los derechos humanos; ha sido puesto de manifiesto concretamente por grandes instituciones internacionales y, en particular, por la Organización de las Naciones Unidas; y es requerido, ahora más que nunca, por el proceso de globalización que une de modo creciente los destinos de la economía, de la cultura y de la sociedad. La misma reflexión de los creyentes, en la diversas religiones, tiende a subrayar cómo la relación con el único Dios, Padre común de todos los hombres, favorece el sentirse y vivir como hermanos. En la revelación de Dios en Cristo, este principio está expresado con extrema radicalidad: "Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4,8).
2. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede ocultar que las señales apenas evocadas han sido oscurecidas por vastas y densas sombras. La humanidad empieza esta nueva etapa de su historia con heridas todavía abiertas; está marcada en muchas regiones por duros y sangrientos conflictos; conoce la dificultad de una solidaridad más difícil en las relaciones entre los hombres de diferentes culturas y civilizaciones, cada vez más cercanas e interactivas sobre los mismos territorios. Todos conocen cuán difícil es conciliar las razones de los contendientes cuando los ánimos están encendidos y exasperados a causa de antiguos odios y de graves problemas que dificultan el encontrar solución. Pero no menos peligrosa para el futuro de la paz sería la incapacidad de afrontar con sabiduría los problemas suscitados por la nueva organización que la humanidad, en muchos Países, va asumiendo debido a la aceleración de los procesos migratorios y de la convivencia nueva que surge entre personas de diversas culturas y civilizaciones.
3. Por eso, me ha parecido urgente invitar a los creyentes en Cristo, y con ellos a todos los hombres de buena voluntad, a reflexionar sobre el diálogo entre las diferentes culturas y tradiciones de los pueblos, indicando así el camino necesario para la construcción de un mundo reconciliado, capaz de mirar con serenidad al propio futuro. Se trata de un tema decisivo para las perspectivas de la paz. Me complace que también la Organización de las Naciones Unidas haya acogido y propuesto esta urgencia, declarando el año 2001 "Año internacional del diálogo entre las civilizaciones".
Naturalmente no pienso que, sobre un problema como éste, se puedan ofrecer soluciones fáciles, de inmediata aplicación. Es complicado el mero análisis de la situación, que evoluciona continuamente, ya que escapa a esquemas prefijados. A esto hay que añadir la dificultad de conjugar principios y valores que, siendo incluso idealmente compatibles, pueden manifestar concretamente elementos de tensión que no facilitan la síntesis. Está además, en la base, la dificultad que deriva del compromiso ético de cada ser humano llevado a enfrentarse con el propio egoísmo y los propios límites.
Pero precisamente por esto considero útil una reflexión común sobre esta problemática. Para este objetivo me limito aquí a ofrecer algunos principios orientadores en la escucha de lo que el Espíritu de Dios dice a las Iglesias (cf. Ap 2,7) y a toda la humanidad en este decisivo período de su historia.
El hombre y sus diferentes culturas
4. Considerando todas las vicisitudes de la humanidad, uno se queda asombrado frente a las manifestaciones complejas y varias de las culturas humanas. Cada una de ellas se diferencia de las otras por su específico itinerario histórico y por los consiguientes rasgos característicos que la hacen única, original y orgánica en su propia estructura. La cultura es expresión cualificada del hombre y de sus vicisitudes históricas, tanto a nivel individual como colectivo. En efecto, la inteligencia y la voluntad le mueven incesantemente a "cultivar los bienes y los valores de la naturaleza"(1), plasmando en unas síntesis culturales cada vez más altas y sistemáticas los conocimientos fundamentales que se refieren a todos los aspectos de la vida y, en particular, los que atañen a su convivencia social y política, a la seguridad y al desarrollo económico, a la elaboración de los valores y significados existenciales, sobre todo de naturaleza religiosa, que permiten a su situación individual y comunitaria desarrollarse según modalidades auténticamente humanas.(2)
5. Las culturas se caracterizan siempre por algunos elementos estables y duraderos y por otros dinámicos y contingentes. En un primer momento, la consideración de una cultura ofrece sobre todo los aspectos característicos que la diferencian de la cultura del observador, asegurándole un carácter típico en el cual convergen elementos de la más diversa naturaleza. En la mayor parte de los casos las culturas se desarrollan sobre territorios concretos, cuyos elementos geográficos, históricos y étnicos se entrelazan de modo original e irrepetible. Este "carácter típico" de cada cultura se refleja, de modo más o menos relevante, en las personas que la tienen, en un dinamismo continuo de influjos en cada uno de los sujetos humanos y de las aportaciones que éstos, según su capacidad y su genio, dan a la propia cultura. En cualquier caso, ser hombre significa necesariamente existir en una determinada cultura. Cada persona está marcada por la cultura que respira a través de la familia y los grupos humanos con los que entra en contacto, por medio de los procesos educativos y las influencias ambientales más diversas y de la misma relación fundamental que tiene con el territorio en el que vive. En todo esto no hay ningún determinismo, sino una constante dialéctica entre la fuerza de los condicionamientos y el dinamismo de la libertad.
Formación humana y pertenencia cultural
6. La acogida de la propia cultura como elemento configurador de la personalidad, especialmente en la primera fase del crecimiento, es un dato de experiencia universal, cuya importancia no se debe infravalorar. Sin este enraizamiento en un humus definido, la persona misma correría el riego de verse expuesta, en edad aún temprana, a un exceso de estímulos contrastantes que no ayudarían el desarrollo sereno y equilibrado. Sobre la base de esta relación fundamental con los propios "orígenes" -a nivel familiar, pero también territorial, social y cultural- es donde se desarrolla en las personas el sentido de la "patria", y la cultura tiende a asumir, unas veces más y otras menos, una configuración "nacional". El mismo Hijo de Dios, haciéndose hombre, recibió, con una familia humana, también una "patria". Él es para siempre Jesús de Nazaret, el Nazareno (cf. Mc 10,47; Lc 18,37; Jn 1,45; 19,19). Se trata de un proceso natural en el cual las instancias sociológicas y psicológicas actúan entre sí, con efectos normalmente positivos y constructivos. El amor patriótico es, por eso, un valor a cultivar, pero sin restricciones de espíritu, amando juntos a toda la familia humana(3) y evitando las manifestaciones patológicas que se dan cuando el sentido de pertenencia asume tonos de autoexaltación y de exclusión de la diversidad, desarrollándose en formas nacionalistas, racistas y xenófobas.
7. Si por esto es importante, por un lado, saber apreciar los valores de la propia cultura, por otro es preciso tomar conciencia de que cada cultura, siendo un producto típicamente humano e históricamente condicionado, también implica necesariamente unos límites. Para que el sentido de pertenencia cultural no se transforme en cerrazón, un antídoto eficaz es el conocimiento sereno, no condicionado por prejuicios negativos, de las otras culturas. Por lo demás, en un análisis atento y riguroso, frecuentemente las culturas muestran, por encima de sus manifestaciones más externas, elementos comunes significativos. Esto se puede ver también en la sucesión histórica de culturas y civilizaciones. La Iglesia, mirando a Cristo, que revela el hombre al hombre(4), y apoyada en la experiencia alcanzada en dos mil años de historia, está convencida de que "por encima de todos los cambios, hay muchas cosas que no cambian "(5). Esta continuidad está basada en características esenciales y universales del proyecto de Dios sobre el hombre.
Las diferencias culturales han de ser comprendidas desde la perspectiva fundamental de la unidad del género humano, dato histórico y ontológico primario, a la luz del cual es posible entender el significado profundo de las mismas diferencias. En realidad, sólo la visión de conjunto tanto de los elementos de unidad como de las diferencias hace posible la comprensión y la interpretación de la verdad plena de toda cultura humana.(6)
Diversidad de culturas y respeto recíproco
8. En el pasado las diferencias entre las culturas han sido a menudo fuente de incomprensiones entre los pueblos y motivo de conflictos y guerras. Pero todavía hoy, por desgracia, en diversas partes del mundo constatamos, con creciente aprensión, la polémica consolidación de algunas identidades culturales contra otras culturas. Este fenómeno puede, a largo plazo, desembocar en tensiones y choques funestos, y por lo menos hace difícil la condición de algunas minorías étnicas y culturales, que viven en un contexto de mayorías culturalmente diversas, propensas a actitudes y comportamientos hostiles y racistas.
Ante esta situación, todo hombre de buena voluntad debe interrogarse sobre las orientaciones éticas fundamentales que caracterizan la experiencia cultural de una determinada comunidad. En efecto, las culturas, igual que el hombre que es su autor, están marcadas por el "misterio de iniquidad" que actúa en la historia humana (cf. 2 Ts 2,7) y tienen también necesidad de purificación y salvación. La autenticidad de cada cultura humana, el valor del ethos que lleva consigo, o sea, la solidez de su orientación moral, se pueden medir de alguna manera por su razón de ser en favor del hombre y en la promoción de su dignidad a cualquier nivel y en cualquier contexto.
9. Si tan preocupante es la radicalización de las identidades culturales que se vuelven impermeables a cualquier influjo externo beneficioso, no es menos arriesgada la servil aceptación de las culturas, o de algunos de sus importantes aspectos, como modelos culturales del mundo occidental que, ya desconectados de su ambiente cristiano, se inspiran en una concepción secularizada y prácticamente atea de la vida y en formas de individualismo radical. Se trata de un fenómeno de vastas proporciones, sostenido por poderosas campañas de los medios de comunicación social, que tienden a proponer estilos de vida, proyectos sociales y económicos y, en definitiva, una visión general de la realidad, que erosiona internamente organizaciones culturales distintas y civilizaciones nobilísimas. Por su destacado carácter científico y técnico, los modelos culturales de Occidente son fascinantes y atrayentes, pero muestran, por desgracia y siempre con mayor evidencia, un progresivo empobrecimiento humanístico, espiritual y moral. La cultura que los produce está marcada por la dramática pretensión de querer realizar el bien del hombre prescindiendo de Dios, supremo Bien. Pero "sin el Creador -ha advertido el Concilio Vaticano II- la criatura se diluye "(7).Una cultura que rechaza referirse a Dios pierde la propia alma y se desorienta transformándose en una cultura de muerte, como atestiguan los trágicos acontecimientos del siglo XX y como demuestran los efectos nihilistas actualmente presentes en importantes ámbitos del mundo occidental.
Diálogo entre las culturas
10. De manera análoga a lo que sucede en la persona, que se realiza a través de la apertura acogedora al otro y la generosa donación de sí misma, las culturas, elaboradas por los hombres y al servicio de los hombres, se modelan también con los dinamismos típicos del diálogo y de la comunión, sobre la base de la originaria y fundamental unidad de la familia humana, salida de las manos de Dios, que " creó, de un solo principio todo el linaje humano " (Hch 17,26).
Desde este punto de vista, el diálogo entre las culturas, tema del presente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, surge como una exigencia intrínseca de la naturaleza misma del hombre y de la cultura. Como expresiones históricas diversas y geniales de la unidad originaria de la familia humana, las culturas encuentran en el diálogo la salvaguardia de su carácter peculiar y de la recíproca comprensión y comunión. El concepto de comunión, que en la revelación cristiana tiene su origen y modelo sublime en Dios uno y trino (cf. Jn 17,11.21), no supone un anularse en la uniformidad o una forzada homologación o asimilación; es más bien expresión de la convergencia de una multiforme variedad, y por ello se convierte en signo de riqueza y promesa de desarrollo.
El diálogo lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los ánimos a la recíproca aceptación, en la perspectiva de una auténtica colaboración, que responde a la originaria vocación a la unidad de toda la familia humana. Como tal, el diálogo es un instrumento eminente para realizar la civilización del amor y de la paz, que mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, indicó como el ideal en el que había que inspirar la vida cultural, social, política y económica de nuestro tiempo. Al inicio del tercer milenio es urgente proponer de nuevo la vía del diálogo a un mundo marcado por tantos conflictos y violencias, desalentado a veces e incapaz de escrutar los horizontes de la esperanza y de la paz.
Potencialidades y riesgos de la comunicación global
11. El diálogo entre las culturas se ve hoy particularmente necesario si se considera el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación en la vida de las personas y de los pueblos. Vivimos en la era de la comunicación global, que está plasmando la sociedad según nuevos modelos culturales, más o menos extraños a los modelos del pasado. La información precisa y actualizada es, al menos en línea de principio, prácticamente accesible a todos, en cualquier parte del mundo.
El libre aluvión de imágenes y palabras a escala mundial está transformando no sólo las relaciones entre los pueblos a nivel político y económico, sino también la misma comprensión del mundo. Este fenómeno ofrece múltiples potencialidades en otro tiempo impensables, pero presenta también algunos aspectos negativos y peligrosos. El hecho de que un número reducido de Países detente el monopolio de las "industrias" culturales, distribuyendo sus productos en cualquier lugar de la tierra a un público cada vez mayor, puede ser un potente factor de erosión de las características culturales. Son productos que contienen y transmiten sistemas implícitos de valor y por tanto pueden provocar en los receptores unos efectos de expropiación y pérdida de identidad.
Desafío de las migraciones
12. El estilo y la cultura del diálogo son particularmente significativos respecto a la compleja problemática de las migraciones, importante fenómeno social de nuestro tiempo. El éxodo de grandes masas de una región a otra del planeta, que es a menudo una dramática odisea humana para quienes se ven implicados, tiene como consecuencia la mezcla de tradiciones y costumbres diferentes, con notables repercusiones en los Países de origen y en los de llegada. La acogida reservada a los migrantes por parte de los Países que los reciben y su capacidad de integrarse en el nuevo ambiente humano representan otras tantas medidas para valorar la calidad del diálogo entre las diferentes culturas.
En realidad, sobre el tema de la integración cultural, tan debatido actualmente, no es fácil encontrar organizaciones y ordenamientos que garanticen, de manera equilibrada y ecuánime, los derechos y deberes, tanto de quien acoge como de quien es acogido. Históricamente, los procesos migratorios han tenido lugar de maneras muy distintas y con resultados diversos. Son muchas las civilizaciones que se han desarrollado y enriquecido precisamente por las aportaciones de la inmigración. En otros casos, las diferencias culturales de autóctonos e inmigrados no se han integrado, sino que han mostrado la capacidad de convivir, a través del respeto recíproco de las personas y de la aceptación o tolerancia de las diferentes costumbres. Lamentablemente perduran también situaciones en las que las dificultades de encuentro entre las diversas culturas no se han solucionado nunca y las tensiones han sido causa de conflictos periódicos.
13. En una materia tan compleja, no hay fórmulas "mágicas"; no obstante, es preciso indicar algunos principios éticos de fondo a los que hacer referencia. Como primero entre todos se ha recordar el principio según el cual los emigrantes han de ser tratados siempre con el respeto debido a la dignidad de toda persona humana. A este principio ha de supeditarse incluso la debida consideración al bien común cuando se trata de regular los flujos inmigratorios. Se trata, pues, de conjugar la acogida que se debe a todos los seres humanos, en especial si son indigentes, con la consideración sobre las condiciones indispensables para una vida decorosa y pacífica, tanto para los habitantes originarios como para los nuevos llegados. Por lo que se refiere a las características culturales que los emigrantes llevan consigo, han de ser respetadas y acogidas, en la medida en que no se contraponen a los valores éticos universales, ínsitos en la ley natural, y a los derechos humanos fundamentales. (Continúa).