InfoCatólica / Que no te la cuenten / Categorías: De pluma ajena, Enrique de Zwart

29.03.20

¡Detente Peste! Por la Hna. Marie de la Sagesse Sequeiros

Mons. de Belzunce durante la peste de Marsella. Nicolas Monsiau (1754 - 1837)


Por la Hna. Marie de la Sagesse, desde Francia para Que no te la cuenten…

Como decía Cicerón en Acerca del orador, “la historia es luz de la verdad, vida de la memoria y maestra de la vida”; no es la memoria en sí, es el pasado vivo que nos permite saber dónde estamos parados y atisbar qué puede venir y así se vuelve enseñanza vital; por eso en estos tiempos de pandemia traigamos a la memoria un hecho que no debe ser olvidado por su valor magisterial: la gran peste que azoló la ciudad de Marsella entre 1720 y 1722 pues, justo a tres siglos de la misma, y tal vez no por casualidad, varias lecciones de vida y de muerte.

Los protagonistas y los hechos

En el siglo XVIII Marsella contaba con una pujante población de más de 90.000 habitantes, en su mayoría comerciantes. Gracias a su puerto mediterráneo era una de las más ricas y prósperas ciudades de toda la región. Pero el mercantilismo creciente y la herejía del jansenismo habían hecho que los marselleses se volviesen bien materialistas y se alejaran cada vez más de la práctica sacramental, de lo cual el clero tampoco estuvo exento.  

Para 1710 la diócesis se encontró vacante al morir el obispo de angustia por los conflictos que lo enfrentaban con el duro clero jansenista. Fue entonces cuando el rey Luis XIV designó a Mons. Henri de Belzunce como nuevo pastor, asumiendo el cargo en esa difícil situación con solo 39 años, aunque por ser un converso del protestantismo sabía bien con los bueyes que se enfrentaría. No estaba solo pues existían en Marsella dos monasterios de la Visitación -uno llamado “Las Grandes Marías”-; que se convertirán en verdaderos oasis de gran apoyo para el joven obispo, pues de entre sus religiosas surgirá la venerable Ana Magdalena Remuzat.

De familia católica noble y numerosa de Marsella, Magdalena fue la séptima de nueve hermanos. Desde pequeña tuvo fenómenos místicos que la marcaron de por vida. A los 9 años escuchó la voz de Jesús que le dijo: “Niña, dame tu corazón”, a los 12 años el Sagrado Corazón la eligió como alma víctima, comenzando un largo camino de sufrimientos y sacrificios por la salvación de los pecadores. En 1711 ingresó al monasterio de “Las Grandes Marías” donde poco después recibió el hábito con el nombre de sor Ana Magdalena. A causa de su conocida santidad y de sus revelaciones privadas, Mons. de Belzunce tomó cartas en el asunto consultándola cada vez que debía emprender alguna misión difícil.

Sor Ana Magdalena Remuzat

El 17 de octubre de 1713 (día de la muerte de santa Margarita-Maria de Alacoque), Ana Magdalena recibió la misión de ser la continuadora del mensaje de Paray-le-Monial. Jesús le dijo que debía ser un “apóstol de su Corazón adorable” y fundar una Archicofradía de Adoración Perpetua al Sagrado Corazón para agradecer el amor que Nuestro Señor tenía por nosotros en la Eucaristía y para reparar las infidelidades y ultrajes cometidos por los pecadores. La iniciativa fue aprobada por el papa Clemente XI en 1717 y el primer inscripto fue el propio obispo quien con su ejemplo arrastró a muchos en esta magnífica devoción; pronto la cofradía contó con miles de adherentes.

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4.12.19

Fátima: ¿Fue realizada la consagración de Rusia? Estado de la cuestión (3-4)

Los primeros intentos de Juan Pablo II

Muy mariano y conocedor del mundo comunista del cual provenía, el papa eslavo tuvo conciencia de la dimensión de este acto[1] intentándolo más de una vez:

  • El 13 de junio de 1981: un mes después del atentado. Ofrenda de la familia humana a la protección de la Virgen. No fue propiamente una consagración ni revistió las condiciones exigidas por Nuestra Señora.
  • El 8 de diciembre 1981: Repetición del mismo acto.
  • El 13 de mayo de 1982: al año del atentado. No hubo consagración sino ofrenda a Dios por María. Interrogada Lucía en Fátima al dia siguiente por Mons. Hnilica y tres prelados más contestó que Rusia no había sido el objeto de la ofrenda[2].

De hecho, Lucía anticipó que no se debía esperar la consagración porque “el episcopado mundial no esta dispuesto[3], ya que el Santo Padre no se la había ordenado. En carta al Papa del 12 de mayo 1982, vísperas del acto y de un encuentro privado con él, la hermana reafirma sin ambajes el pedido del Cielo:

A Su Santidad Juan Pablo II humildemente expongo y suplico: La consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María en unión con todos los obispos del mundo (…) La tercera parte del secreto: Se refiere a las palabras de Nuestra Señora: ‘Si no, difundirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas’ (…) Porque no hemos atendido a ese llamado del mensaje, verificamos que se ha cumplido. Rusia ha ido invadiendo el mundo con sus errores. Y si no vemos todavía el hecho consumado del final de esta profecía, vemos que hacia allí vamos a largos pasos…[4]

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22.11.19

Celibato y continencia. Por el P. Dr. Christian Ferraro (FINAL y texto completo)

4. El origen del cambio de disciplina en las iglesias orientales

 

        Naturalmente, todo lo hasta ahora visto contrasta con la práctica habitual de la disciplina vigente en la Iglesia de oriente. Ahora bien, cuestionar alegremente los textos a partir de la práctica actual no es cosa seria, amén de constituir un anacronismo retrospectivo cuya ingenuidad sería difícil de exagerar; menos serio aún sería tratar de modificar los datos o cercenar la información para justificar dicha práctica –cosa que ha ocurrido y ocurre, desde ya–. Tampoco constituye una manera de argumentar seria el ampararse en que siempre hubo transgresiones y debilidades, para apoyar la disciplina oriental, justificar su engarce con la tradición, como así también proponer una eventual extensión universal de la misma. En cuanto a la disciplina oriental los puntos a tener en cuenta son otros.

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20.11.19

Celibato y continencia. Por el P. Dr. Christian Ferraro. La recepción de la disciplina apostólica de la continencia en los primeros seis siglos de la Iglesia (4-4)

        Otro texto antiguo interesante, de carácter jurídico y que depone a favor de la conciencia y responsabilidad arriba mencionadas, lo constituye la antigua recopilación normativa que se diera a conocer como «Sentencias de los Apóstoles», donde se citan las deliberaciones de los apóstoles que habrían inspirado las primeras medidas disciplinares y las primeras reglamentaciones litúrgicas de la Iglesia naciente. Por supuesto, se trata de una ficción literaria, y jamás nadie dudó de que así fuera; pero aún cuando, en hipótesis, alguien los hubiera atribuido ingenuamente a los apóstoles, el problema de la autoría última del escrito carece de toda relevancia para nuestro asunto: lo que cuenta es el decisivo valor testimonial del texto, ya que pone de manera explícita en boca de los apóstoles la tradición que se considera de ellos recibida y a la cual se procura mantenerse fieles; se trata, pues, de una práctica consolidada que reclama en su respaldo la autoridad de los apóstoles. Nos encontramos, nada más y nada menos, que en el año 300, y la Iglesia estaba recién saliendo de las catacumbas, por así decirlo. Pues bien, en ese contexto, y con referencia explícita a los candidatos al episcopado, leemos que 

Pedro dijo [Πέτρος εἶπεν]: «… sería bueno que sea sin-mujer [καλὸν μὲν εἶναι ἀγυναικός] y, si no, que venga de una sola  mujer [ἀπὸ μιᾶς γυναικός]»[1].

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13.11.19

Celibato y continencia. Por el P. Dr. Christian Ferraro. La recepción de la disciplina apostólica de la continencia en los primeros seis siglos de la Iglesia (3-4)

Seguimos publicando el excelente texto del P. Dr. Christian Ferraro, escrito para nuestro sitio.

Vale completamente la pena no sólo por lo que dice sino por haberse tomado el trabajo de cotejar y traducir las citas que aquí nos trae para,

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi, SE

3. La recepción de la disciplina apostólica de la continencia en los primeros seis siglos de la Iglesia

 

        Presentaremos ahora una serie de textos, seleccionados entre tantos posibles, a partir de los cuales consta con evidencia palmaria cómo la disciplina de la continencia consagrada, más allá de eventuales transgresiones ocasionadas por la humana fragilidad, es cosa prevista y procurada, promovida y defendida, amada con sencillez por los fieles y asimilada responsablemente por los pastores con serena naturalidad.

        A partir de estos textos emerge también con claridad que la conexión que se estableciera en los primeros siglos entre la instauración de la disciplina celibataria y la obligación a la continencia perpetua de los casados una sola vez es directa, y prácticamente obvia: no tenía sentido alguno que se casasen aquellos que desearan acceder al ministerio, si luego hubieren debido estar de todos modos obligados a la continencia perpetua, justamente en razón del ministerio. Es así también desde esa obligación a la continencia que se impone, con lógica inapelable, la clara normativa de la prohibición de acceder al matrimonio para aquellos que ya hubieran sido ordenados. Este punto es clarísimo y no aferrarlo significa, lisa y llanamente, no haber entendido nada de nada.

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