Sobre el viraje benedictino [Nota ad cautelam]

Por el P. Dr. Christian Ferraro

Circula entre los católicos que entienden de qué va la cosa [*] un equívoco alarmante que es, a la vez, sintomático de un problema que aqueja a amplios sectores de la Iglesia desde el último segmento de la edad áurea o dorada (mal llamada «edad media») de su historia.

En efecto, la –por cierto absolutamente incuestionable– búsqueda a la que ellos se lanzan [**] de una recuperación de la centralidad de la liturgia auténtica y de los efectos sanantes y elevantes de la auténtica contemplación a la que dicha liturgia lleva, se ve afectada por una falsa dialéctica, artificiosa y superficial, que hunde sus raíces en lo acaecido durante el segmento arriba mencionado y que los afecta, sin que ellos lo sepan, llevándolos a valoraciones erróneas de ciertas cosas.

Nos referimos explícitamente a la crítica que se lanza a la buena teología, con ligereza alarmante e intención dialéctica, como si la teología se opusiera a la vida: sin quererlo, en esto se muestran deudores del modernismo y de sus derivaciones en la «nouvelle théologie».

Es cierto que, por un lado, nos hemos encontrado con tentativas de recuperación del buen sendero en la Iglesia que parecían reducir todo el asunto a la restauración de una buena teología, haciendo por completo abstracción del aspecto litúrgico, sacral y contemplativo: de esa manera, la dimensión sapiencial de la teología quedaba depuesta y era sacrificada en vistas de los resultados estratégicos y prácticos, es decir, la mística devenía política, con la consecuente caída en el activismo –entre muchas otras cosas–.

Como contrapartida nos hemos encontrado, por el otro lado, con tentativas de recuperación que reducen todo exclusiva y absolutamente a la liturgia, y proponen una «educación» en la «belleza» mediante la reorientación de la imaginación para favorecer la contemplación ligada a la liturgia, al mismo tiempo que se rechaza, como una infiltración racionalista o voluntarista (según el perfil de consideración que se quiera asumir) toda tentativa de penetración auténticamente teológica del misterio, que pretenda ir más allá de lo ya recibido de los Padres de la Iglesia.

Las dos cosas están mal. Nótese bien: las dos.

1) Por supuesto, las cosas en la Iglesia no se arreglan mediante un silogismo, ni reemplazando un silogismo incorrecto con otro correcto, por una cuestión tan evidente como simple: los problemas de la Iglesia no obedecen a un silogismo mal hecho. Los problemas vienen, ante todo, de una pérdida de fe [por supuesto, y lo explicitamos por las dudas: no de la Iglesia en cuanto tal, sino de varios pastores y fieles], con la consecuente horizontalización en su doble versión, a saber, populista o psico-emotiva (en la que se confunde la elevación del alma con la mera exaltación emocional que sería una experiencia del «espíritu» –vaya Ud. a saber de cuál).

2) Pero tampoco es verdad que la celebración del misterio exija la supresión del intellectus, que penetra en lo profundo y que, por eso mismo, potencia más aún la contemplación, y permite no sólo la defensa de la fe ante quienes la atacan, sino una asimilación, una «con-sustanciación», más profunda con aquello que se contempla. Esa teología es fruto del amor: porque no sólo es verdad que para amar algo primero hay que conocerlo de algún modo, sino que, cuando se ama mucho a algo, se desea conocerlo más y se pone, entonces, el intelecto, con todos sus recursos, al servicio del amor. Este servicio, en cuanto al ejercicio del acto, es ya un acto de amor; mas no lo es en cuanto a la especificación: en cuanto a la especificación es teología.

Por eso, hay una crítica injusta y grave a la verdadera teología tomasiana. Esa crítica presupone los errores del nominalismo y del kantismo, así como también la identificación del saber con el modelo cartesiano matematizante –un grave error que es parte del «horizonte mental» de nuestra época, de los presupuestos implícitamente asumidos por quienes se pliegan a la cultura imperante– y los transfiere, en una injusta, muy pero muy injusta, objetivación a santo Tomás. Al mismo tiempo, corresponde reconocer y hacer notar que, aún cuando hayan pasado ya ocho siglos, el verdadero Tomás está lejos de ser conocido y realmente descubierto.

Por lo tanto:

lo PRIMERO es lo teologal, a saber, la fe, vivificada por la caridad. Sin esta dimensión teologal, todo el resto se esfuma en una expresión estética de preferencias humanas ligadas a un contexto histórico o a un estrato o nicho cultural (muchas veces elitista).

Lo SEGUNDO es la celebración de la fe, es decir, la liturgia y, particularmente, la santa Misa. Se trata de una dimensión cultual, por consiguiente, religiosa, es decir, que pertenece específicamente al ámbito de la virtud de la religión y que, por eso mismo, está subordinada a la dimensión teologal: algo vacío sería la dimensión cultual sin esta última; algo mutilado esta última sin aquella.

Lo TERCERO es la teología en cuanto ciencia de la fe [¡pero, insistimos, no «ciencia» en el sentido en el que hoy todos entienden el término «ciencia», según el modelo cartesiano-racionalista, sino en el sentido aristotélico-tomasiano]. No, ciertamente, con la pretensión vana e imposible de «apoderarse» del misterio, sino como resultante natural y necesaria de la penetración de la vitalidad misma del misterio en las fibras más íntimas de un intelecto que, bajo la atracción del misterio mismo, pone al servicio del misterio sus mejores recursos. De ahí que la teología no consista en el análisis frío de un dato, sino en la penetración reflexiva [con una exigencia necesaria de consecuencias e ilaciones, por eso es scientia] de una fe vivida y celebrada –que constituye su atmósfera, su horizonte y su elemento– y que, por consiguiente, no sea un mero ejercicio extrínseco y racionalista, sino un uso reflexivo de la dimensión racional del intelecto humano y ordenada a favorecer la dimensión intelectual, por ende contemplativa, de este último. La negación de este aspecto, la supresión del mismo, la falsa dialéctica montada contra él, es sintomática de ciertas tendencias de la devotio moderna y de cierto fideísmo infiltrado.

Bajo otro respecto, la historia misma muestra que éste es el orden que corresponde, según una línea creciente de florecimiento y de optimización, en la que un aspecto lleva con naturalidad hacia el otro: porque primero se dio el anuncio y el testimonio de la fe; luego, la elaboración del culto acorde; por último, la elevación suprema de la sabiduría cristiana, cuyo inicio se dio en los padres, pero cuya cima y cristalización incomparable e insuperable se alcanzó en santo Tomás. El resto, lo posterior, fue ya decadencia y tentativas aisladas, aquí y allá, de salvar fragmentos de esa espléndida catedral espiritual, atacada por los extraños y mal o sólo parcialmente defendida y protegida por los propios.

Mas no sólo la historia, sino el orden mismo del ser muestra que éste es el orden que corresponde. En efecto, es bastante conocida, al menos nominalmente, la doctrina de los nombres trascendentes del ente, en particular lo referido al verum, al bonum y al pulchrum, es decir, lo verdadero, lo bueno y lo bello –no entraremos aquí en mayores precisiones: tan sólo nos limitamos a mencionar algo que, más o menos «de oídas» todo católico bien pensante conoce–. Si bien el orden nocional de dichos nombres es el que acabamos de indicar, cuando se considera el asunto a partir de los sujetos enriquecidos por las riquezas que dichos nombres expresan, el orden se modifica. Bajo ese respecto, lo primero es el bonum; lo segundo, que pertenece de suyo al bonum de manera indisociable como una auténtica dimensión interna suya, es el pulchrum; lo tercero, el verum. De ahí que lo primero sea la fe poseída y transmitida como un bien; lo segundo, la celebración de la fe, es decir, la expresión de la fe en la belleza incomparable de la liturgia; lo tercero, la teología, como juicio certero acerca de aquello que pertenece a la fe, esto es, como un caminar, un adentrarse y finalmente un reposar en la verdad. Así las cosas, una fe sin expresión litúrgica ni profundización teológica correrá el riesgo de convertirse en mero fideísmo voluntarista; una liturgia en la cual lo religioso termine por ocultar, opacar o absorber lo teologal identificándolo consigo, es decir, una celebración desprendida de su raíz teologal vivificante, se convertirá en mera estética vacía, en ritualidad muerta, en andamiaje cultural ligado a una época o a un estrato social, mas no anclado en el misterio, o bien se convertirá en objetivación descontracturada del sentimiento religioso popular identificado, erróneamente, con la fe; una teología desprendida de la liturgia, terminará en vana palabrería y artificio dialéctico, en mera abstracción, en análisis frío, en racionalismo calculador y muerto. No: ni sola fides, ni sola liturgia, ni sola theologia.

† † †

Por cierto, y concluimos esta nota cautelar [***], no todos en la Iglesia pueden poner el acento al mismo tiempo y bajo el mismo respecto, sobre todas las cosas. No todos tienen por qué ser grandes teólogos, ni especialistas en liturgia, aunque sí es verdad que todos tienen que ser grandes creyentes. Y por eso mismo, a causa de la unidad que viene de la fe vivida, profesada y transmitida, hay que saber, en la humildad y en la caridad, trabajar conjuntamente, sin falsas dialécticas, tal como es la Iglesia, a saber, como un cuerpo, cada uno con su aporte, según la gracia que se le ha dado. Para decirlo de modo gráfico, parafraseando una metáfora paulina: las manos del que celebra no pueden pretender oponerse a los ojos de quien ve, ni los ojos de quien ve hacer caso omiso de las manos del que celebra. ¡Está muy bien favorecer la formación de la fantasía, mas no en desmedro de la memoria ni en oposición dialéctica a la razón ordenada a la contemplación! Es que, a veces, de tanta preocupación en hacer bien un servicio, quienes se preocupan tanto por defender la contemplación o el propio oficio, terminan invirtiendo los roles y jugando de «Marta», es decir, mirando de reojo lo que hacen los demás, comparándolos consigo y reclamando al Señor que corrija a los demás…

Nap. No hay ningún peligro en una buena teología (que no tiene nada que ver con los ejercicios dialécticos nominalistas y voluntaristas que la deformaron –y esto es verdad– con una infiltración creciente a partir del último segmento de la edad dorada y cuyos primeros brotes ya comenzaban a despuntar, como maleza, en el segmento precedente). Tampoco hay peligro alguno –¡al contrario!– en una buena liturgia, pero en una buena liturgia que, precisamente por ser buena, penetra y transforma todas las fibras del ser humano, incluido el intelecto –y el intelecto vigoroso y agudo de aquellos que posean tal tipo de intelecto– para ponerlo al servicio de la fe, de la comunidad eclesial y, por supuesto, de Dios mismo.

P. Christian Ferraro

14.10.24

San Calixto, Papa y mártir


[*] Los católicos que entienden de qué va la cosa son aquellos que, más allá de sus debilidades y de su combate espiritual personal, con sus cruces de cada día, 1] entienden, defienden y sostienen que la Iglesia católica fue fundada por Jesucristo, es la única verdadera y fuera de ella no hay salvación; 2] conocen de manera segura y cabal la verdadera doctrina católica, heredada de los Apóstoles y mantenida fielmente durante dos milenios, más allá de las traiciones y bajezas de los malos obispos y sacerdotes heréticos e infiltrados que militan contra la verdad ya por acción ya por omisión; 3] consecuentemente, rechazan con sincera y justa repulsión cualquier tipo de celebración de los sacramentos de la fe, particularmente de la santa Misa, que banalice y chabacanice la sacralidad insuperable de los misterios de la fe.

[**] Cabe notar que, en múltiples casos, el redescubrimiento de la tradición eclesiástica, que entronca directamente con la tradición constitutiva apostólica, en cuanto eco fiel mediante el cual resuena en la historia la voz del Espíritu Santo, surge como consecuencia directa, por contraste, de los desmanes y delirios provocados por la asunción explícita en ciertos casos, implícita en otros, del principio modernista de la inmanencia vital, que ha florecido en las distintas versiones del neomodernismo, un neomodernismo que abarca desde los movimientos filoprotestantes (tales como el «pentecostalismo [pseudo]católico») hasta los populismos sincretistas a los que lleva inexorablemente la herética «[pseudo]teología “del pueblo”», que conduce a la relativización de la doctrina, al relajamiento de la moral y a la destrucción de la sacralidad, todo ello para entronizar al hombre y suprimir toda verticalidad, traicionando de raíz el significado del misterio de la encarnación del Verbo.

[***] Es una NOTA y es meramente cautelar. No se trata de un estudio que abarque todos los aspectos, sino que llamamos la atención sobre algunas cosas solamente, con el objetivo de mover a la reflexión y a un atento examen de sí mismos. Somos plenamente conscientes de que se podrían añadir muchas otras consideraciones –y lo haremos en otros escritos futuros y en otros contextos– pero no era ése el objetivo de esta nota.

6 comentarios

  
Pedro de Madrid
Soy muy devoto de san Benito, leí su vida y le hago cada año su novena y de ahí no me aparto. No puedo opinar de los benedictinos catalanes aunque me llegan noticias raras sobre nacionalismo
15/10/24 12:54 PM
  
Padre Federico
Excelente.
15/10/24 1:13 PM
  
Vladimir
Una buena síntesis e integración de Fe, Liturgia y Teología, la encontramos, en los tiempos actuales, en la persona del Papa Benedicto XVI.
Que Dios lo colme de gloria y que, por su intercesión, el Vaticano vuelva a iluminarnos con la Luz de la Verdad, sin sombra alguna de ambiguedad y confusión.
15/10/24 7:27 PM
  
Federico Ma.
Muchas gracias, PP. Christian y Javier: muy bueno.

¿Se podría explicar mejor esta afirmación: "cuando se considera el asunto a partir de los sujetos enriquecidos por las riquezas que dichos nombres expresan, el orden se modifica..."?

En cuanto al título del post, si se pretende dar a entender que tal pretensión de recuperar la centralidad de la sagrada Liturgia contra la sagrada Teología se da en ciertos ámbitos sedicentes "benedictinos", me parece que vendría bien, precisamente, insertar en el título un término que no achaque a lo benedictino, auténticamente católico en cuanto tal, algo que sería una deformación de ello: "Sobre el viraje sedicente benedictino".
15/10/24 9:04 PM
  
Marta
Hablar de buena liturgia hoy en día y en estas latitudes mias suena a poesía de tiempos pasados. Ninguno, ni uno solo de los sacerdotes que pueblan esta diocesis a la que pertenezco, en una provincia española (no amazónica) , está cerca de celebrar ni siquiera algo que pueda realmente llamarse liturgia. Al menos en el sentido católico de la palabra.
Y esto, no va a mejorar. Y la Conferencia episcopal le importa un comino. Y al que viste de blanco le importa aún menos.
Aquí hay cuestiones más graves de fondo, y más elementales, y es que no se anuncia la Verdad. Y no se está en comunión con Jesucristo. De ahí que se celebre como se celebra. Porque no se cree.
Y si el que se sienta en la sede no cree en la Palabra de Dios, pues siembra confusión entre la grey, ¿qué esperamos que los que le deben obediencia hagan, crean y celebren? Para los sencillos creyentes como yo, la esperanza ya no está ni en la liturgia, ni en el renacer de una verdadera teología . hace tiempo que ni se espera… acudimos a mila Misa con dolor en el pecho. El sufrimiento es inmenso.
Y nos da la sensación de que no pertenecemos a eso…. Pertenecemos a Jesús, y a María. Recen por nosotros los laicos del mundo entero, que no tenemos acceso a una decente celebración de la Santa Misa.
16/10/24 12:38 AM
  
Monaguillo sinodal
Difiero en parte del comentario. La Iglesia siempre enseñó que la Liturgia es su corazón, es lo que vivifica a la Iglesia, es la plena expresión de Jesucristo y lo que permanecerá a perpetuidad en el cielo, con la verdadera Liturgia Celestial, teniendo al Liturgo de los santos y Sumo Pontifice. Dicho orden citado separa la Fe de la Liturgia y no hay cosa más errada, no porque sean una misma cosa, sino una como motor de la otra. ¿Por qué grande periodos de crisis eclesiastica estuvo precedida por una crisis liturgica? ¿Cómo el gran esplendor de Fe en la Esposa de Cristo se vio antecedida y continuada por el esplendor de la Liturgia? La Fe no mueve la Liturgia, sino esta a la Fe de los fieles. Es Dios que transmite su gracia en los Sacramentos, y en su liturgia sacrificial y laudatoria. Es la Liturgia toda la que mueve los corazones, la caridad y fe de sus hijos. Hubo decadencia cuando decayó la liturgia (s.X-XV) hubo auge de Fe cuando ella creció (s.III-X) y buscó su restauración (s.XV-XIX). Y la fe esta tocando fondo cuando su Liturgia esta tocando el abismo más grande que puede haber encontrado desde el s.XX. La Liturgia no está en 2do grado, esta en primero, junto con la Fe, como motor y vivificadora de ella. Es por la Liturgia que nació la Cristiandad; es por su deterioro que se perdió; y es por su restauración que la Cristiandad florecerá otra vez.
16/10/24 3:03 AM

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