Misión de la Orden San Elías en el Amazonas
Como parte del iter formativo de las vocaciones misioneras, desde el año pasado, hemos comenzado a afrontar una misión anual de 15 dı́as en el Amazonas. Se trata de las comunidades indı́genas kichwas concentradas en torno a San José de Curaray, parroquia de Arajuno, Vicaria del Napo, en el Oriente ecuatoriano.
La misión se desarrolla cada año del 1º al 15 de marzo. Este año decidimos hacer una primera parada en la misma curia de Napo, para visitar al sr. obispo Mons. Jesús Esteban y brindarnos la ocasión de conocernos personalmente. El encuentro fue breve pero ameno. Aprovechamos a enriquecernos con la larga experiencia de monseñor, que nos contó anécdotas y pormenores de los lugares de misión que ı́bamos a visitar.
El sábado 2 de marzo llegamos por la tarde a la parroquia de Arajuno, Sagrado Corazón de Jesús, donde fuimos recibidos con alegría.
El domingo 3 permanecimos todo el día en la parroquia, ayudando al párroco con las misas y confesiones dominicales. También ultimamos detalles de compras de gasolina y preparación de material diverso para las necesidades que creı́amos ı́bamos a tener dentro del Amazonas.
El lunes 4, bien de madrugada, con todos los vehı́culos ya aparejados, partimos hacia el puerto de Paparawa, en el rı́o Villano, desde donde se parte en canoa rı́o abajo hacia San José de Curaray. El viaje es largo. Dos horas y media desde la pquia. de Arajuno hasta el puerto y luego alrededor de siete horas en canoa. Estas canoas son muy propias de esta zona. Se las conoce como “peque-peque”. Son canoas largas de casi 4mts o más, con un motor en la popa, pero fuera de borda, es decir, se monta sobre el borde de la popa, y se le conecta un brazo largo como de dos metros y medio y en cuya punta se ajusta la hélice. De este modo, el motor es más versátil porque se puede mover hacia arriba, abajo, derecha e izquierda y por ende es más útil cuando el rı́o está bajo y la profundidad no sobrepasa los 30cms de agua.
Puerto de Paparawa. Esperando la segunda lancha para poder partir.
Realmente cuando uno se pone a pensar en el Amazonas, tal vez influenciado por las pelı́culas o alguna literatura novelesca, cree que verá por doquier animales exóticos, de múltiples colores y tamaños, serpientes en cada recodo de la selva o del rı́o y un variado etcétera en esta lı́nea. Y por eso, durante las casi siete horas que duró el viaje -especialmente al comienzo del mismo- la mirada va de aquı́ a allá con el deseo de toparse con esos susodichos huéspedes. Pero no es ası́. Esos lugares están despoblados prácticamente de todo tipo de animales, al menos visibles, a causa del gran tránsito de “peque-peques” que van y vienen por el rı́o. Son motores muy ruidosos, al punto de no poder hablar con tus compañeros de embarcación. Se suma que la mayorı́a de estas comunidades llevan mucho tiempo instaladas en esos lugares, lo que provoca que los animales huyan selva adentro.
El hombre Kichwa es un tanto introvertido, al menos, estos que se encuentran en el Amazonas. Son de pocas palabras. De reacción lenta al momento de tomar una decisión. Aunque muy generosos al momento de trabajar por una causa común que afecte a todos. De hecho, es muy normal que organicen las famosas “mingas”, cooperación fraterna de varones -a veces también las mujeres- para ayudar a un miembro de la comunidad o para afrontar un trabajo común.
Cuando llegamos al puerto, como ya estaban avisados, encontramos gente dispuesta a ayudarnos a transportar los bártulos hasta el lugar destinado para nuestro alojamiento. Era caı́da la tarde. Debido a las dificultades de traslado y las largas distancias, cuando hablamos de bártulos, nos referimos a muchos elementos, como: la gasolina (alrededor de 300ltrs y necesaria para las lanchas, los generadores de electricidad y las motosierras), la comida para esos casi 15 dı́as, nuestros bolsos personales, inodoros portátiles, herramientas de trabajos, abundante material de misión, golosinas en cantidad, elementos de higiene y de protección contra el sol y los mosquitos.
Ya en viña misional, el martes 5 lo dedicamos a conocer bien el lugar, hablar con los encargados de comunidades, algunos de los cuales ya los conocíamos del año pasado, y a dividir nuestros grupos misioneros. Éramos en total nueve formandos y yo solo como sacerdote. Los grupos misionales fueron tres: uno que se quedaba en la base de operaciones San José de Curaray; el segundo que tenı́a la misión de hacer breves expediciones diurnales y la tercera, a cargo mı́o, nos dedicarı́amos a visitar dos comunidades distantes unas 4 y 2 horas respectivamente del centro misional.
Cada grupo tenía una dinámica propia y un objetivo particular. En el caso de mi grupo, debı́amos llegar a la comunidad, entablar relación con los moradores, darles la mayor cantidad de catequesis posible con el fin de prepararlos del mejor modo para recibir los sacramentos del bautismo, confirmación, comunión y matrimonio. Por supuesto que no faltaron también algunas extremaunciones. Nuestra estadı́a allı́ no serı́a mayor de tres dı́as, por tanto no se podı́a perder tiempo. Y gracias a Dios, fueron muchos los frutos visibles.
Grupo de niños esperando su turno para el sacramento de la reconciliación
Además del objetivo sacramental, tenı́amos otro en mente que era motivar a cada comunidad a que construyese su propia capilla para tener un lugar público de oración y adoración al Dios verdadero. Aunque el avance de las sectas herejes mal llamadas cristianas evangélicas es lento y casi no se siente, no se puede descuidar este punto crucial: que las aldeas tengan una capilla propia. Y en esto también nos quiso bendecir el Señor, porque tres presidentes de comunidades se decidieron a poner manos a la obra en la construcción de dichas capillas.
Enseñando a hacer ladrillos a los indígenas
Esta gente no sabe de ideologı́as. Es más se asombran y sienten repugnancia cuando se les habla de ellas como algo “normal” en algunas ciudades. Realmente, la obra de los padres josefinos fue grandiosa en estos lares y aun se ven sus frutos. Los mismos indı́genas se acuerdan con gozo y nostalgia de algunos de aquellos misioneros. A nosotros nos toca continuar esa obra, y como dice San Pablo, recoger los frutos que otros sembraron. Pero a su vez sembrar para que otros también recojan a su debido tiempo.
No dejó de asombrarnos el hecho de que su economía no se maneje única y exclusivamente por el intercambio de billetes, sino que viven una economía natural. Comen lo que la Divina Providencia les pone al alcance de la mano: mandioca, plátanos, frutas en general, pescado y animales de la selva. Cuando necesitan algún producto del cual no disponen, van a la ciudad a vender algunos peces y con ese dinero compran la gasolina, entre otras cosas. Los hombres son los que procuran el alimento y hacen el trabajo forzado y las mujeres se dedican a ser madres cuidando del hogar como mejor saben hacer.
Niños que recibieron su primera comunión
Espacio cubierto usado por nosotros para la celebración de la Santa Misa comunitaria
El calor, la gran humedad, los mosquitos en todas sus variedades, el agua de lluvia o de vertiente que disponı́amos para beber, la alimentación frugal y limitada, la incomodidad en el dormir y el santo cansancio fruto de caminatas, catequesis, prédicas, trabajos y apostolados en general fueron los ingredientes que hacen épica esta misión y a su vez, este año en concreto, fueron las ocasiones de ofrecer penitencias en el tiempo de cuaresma por nuestros pecados y por la salvación de estas almas sedientas de Dios.
Se nos pidió que regresásemos.
Puerto de San José de Curaray
El dı́a 15 emprendı́amos el regreso al puerto de Paparawa; de allı́ nuevamente a Arajuno y al dı́a siguiente camino a Quito para tomarnos unos dı́as de descanso y recuperarnos de pequeños desgastes de salud debidos a los cambios alimenticios y climáticos.
Dios sea bendito.
P. Gregorio M. Ansaldi
Se agradece la ayuda para la formación de los misioneros: https://ordensanelias.org/donaciones.html
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