La bretona, Marie Lourdais

La estrella del pastor por Jules Breton. 1887

Jeanne Marie Andrée Lourdais fue una excelente espía de los generales durante la guerra contrarrevolucionaria. Hija del pueblo bretón y humilde vendedora de especias, llegó a ser vendeana por adopción desde que se instaló en La Gaubretière y participó del levantamiento junto con otras heroínas de la parroquia que pasaron a la historia por haberse desempeñado con una valentía sin límites. Su actuación podría sintetizarse en: salvar sacerdotes, llevar correspondencia secreta, curar enfermos y enterrar a los muertos.

Como no sabía escribir, su breve diario de la guerra fue dictado sin ánimo de inmortalizarse, y con la sola intención de dar a conocer a los suyos la resistencia de un pequeño rebaño fiel a Dios y al rey.

Cambio de oficio

Nacida en 1762 en la aldea bretona de Domalain, poco antes de la Revolución, se trasladó a un pequeño pueblito de la Bocage, La Gaubretière, en plena Vendée, donde abrió un negocio de especias y productos secos. Cuando en 1790 la “Constitución Civil del Clero” se puso sangrientamente en práctica, la jovencita resolvió cambiar de oficio y dedicarse por entero a la causa de los sacerdotes perseguidos. Sabiendo que en Nantes los “refractarios” estaban particularmente hostigados, eligió quedarse allí para ayudarlos en todo lo que fuera necesario: buscándoles refugio seguro y comida diaria, suministrándoles vestimentas para la clandestinidad, además de encargarse de su correspondencia secreta.

Domalain, pueblo natal de M. Lourdais, canton de Argentré en Bretaña.

Ya en 1791 una tropa republicana la detuvo mientras ella vendía sus paupérrimas mercaderías, al mismo tiempo que propagaba noticias y se informaba de los avances del enemigo, sin embargo, la dejaron en libertad por falta de pruebas. Era solo el comienzo.

Cuando en marzo de 1793 estalló la guerra, Marie Lourdais intensificó su acción, asistiendo a las sesiones públicas del tribunal revolucionario de Nantes, para estar al corriente de las decisiones que se tomaban y poder actuar en consecuencia como nos lo cuenta: “Un día escuché que habían decidido que todos los sacerdotes que se iban a presentar por la tarde en la municipalidad, como tenían la costumbre de hacerlo, serían encarcelados. Corrí rápido para advertirles a mis amigos, y todas nosotras fuimos a prevenir a aquellos que conocíamos de no presentarse. Sin perder tiempo fui a esconderme cerca de la municipalidad, y a los que veía llegar les tiraba de la sotana para que escuchasen lo que les debía decir…”, esa misma tarde la valiente joven salvó varios clérigos de una prisión segura. Al día siguiente continuó su labor: “ayudé a salir a siete sacerdotes de la ciudad”.

Con su sencillo atuendo de campesina pudo moverse, casi siempre durante la noche, por territorio republicano con muchísima precaución. El riesgo era realmente importante, tardó por ejemplo ocho días para hacer a pie 40 km. desde Nantes a Ancenis con el fin de llevar a dos sacerdotes clandestinos, un par de sotanas y ornamentos necesarios para la celebración del Santo Sacrificio. Luego de varias peripecias los encontró, y su mayor recompensa fue poder asistir a sus misas, regresando de inmediato a su escondite a las afueras de la ciudad.

La caminante

Denunciada por haber auxiliado al clero, la joven bretona debió abandonar Nantes de un día para el otro. A partir de ese momento comenzó su vida nómade, bajo apariencia de vendedora ambulante pues llevaba consigo su pequeña especiería portátil que le abría camino al andar mientras prestaba servicios secretos a los vendeanos.

Se podría decir que llegó a recorrer solita y a pie gran parte de la región insurrecta, especialmente las parroquias que estaban al borde del Loire, llevando y trayendo información confidencial. Más de una vez fue detenida sin pasar a mayores, acusada de ser monárquica y “colaboracionista”, pero su sangre fría y astuta prudencia la salvaron de la muerte inmediata.

Cuando el camino estaba despejado de azules, llegó a efectuar más de 15 leguas por día (60 km) en compañía de su ángel guardián. “Dios me daba las fuerzas. Luego de participar de la misa, me ponía en marcha. No temía la muerte, algunos señores que me conocían, se ponían contentos al verme diciendo: ‘Maríe, rezamos mucho al buen Dios por ti, para que te proteja’”. Y así fue, sin lugar a dudas.

Actos heroicos

Un día se enteró que la superiora de las benedictinas, Madre de La Lézardière, junto con cuatro religiosas más del priorato de la Santa Cruz de Sables-d’Olonne, habían sido asesinadas y sus cuerpos mutilados permanecían ignominiosamente a la intemperie, sin recibir sepultura desde hacía más de tres meses. Resuelta a enterrarlas, le pidió ayuda a un amigo de La Gaubretière llamado Brodu. Juntos fueron al lugar indicado, sin llegar a imaginarse el pavoroso espectáculo: “una de las religiosas estaba fresca y bermeja; otra tenía toda la carne comida por los perros errantes, salvo las piernas que estaban enterradas; los cuerpos de las otras tres estaban descompuestos y cubiertos de barro”.

Como si nada, Marie Lourdais se puso manos a la obra, pero: “Brodu rechazó ayudarme. Yo le supliqué, diciéndole que Dios estaba con nosotros, que estas buenas religiosas eran santas que intercedían por nuestra supervivencia. Entonces se decidió a ayudarme, pese a que tuvimos muchas dificultades”. No dejando tiempo a la reflexión, el joven puso los putrefactos cuerpos en sus espaldas mientras que Marie los tomaba por los pies: “Lo que más nos molestó, fueron las moscas. Había enjambres revoloteando a nuestro alrededor como abejas”. Al atardecer de semejante jornada, los cinco cuerpos estaban enterrados dignamente a los pies de una cruz en el cementerio de Belleville. ¡Y hasta con sábanas blancas! que otra aldeana le suministró, lo que denota su exquisita caridad hasta con los muertos.

Cuando no llevaba información de los jefes vendeanos, su mayor ocupación consistió en asistir los heridos del frente o transportarlos del campo de batalla hasta algún refugio, e incluso, enterrarlos en el lugar más próximo que se pudiera. Como le sucedió al finalizar la batalla de Quatre-Chemins, donde solita sepultó más de veinte cadáveres.

 En los enfrentamientos de Maulévrier, Saint-Fulgent, Brouzils, Saint-Vincent y Pouzauges, la heroica bretona permaneció en medio del fuego enemigo, sosteniendo a los caídos, corriendo en busca de cirujanos, rezando con los moribundos, cumpliendo sus últimas voluntades y hasta ayudándoles a bien morir. Cuando las circunstancias se lo permitieron, se atrevió a recorrer en breve tiempo largas distancias solamente para poder encontrar un sacerdote que, guiado por ella entre los bosques, llegase a administrar los sacramentos en el postrer momento.

El secreto de su éxito…

Gracias a gestos heroicos como este, la reputación de Marie Lourdais pronto creció entre los líderes vendeanos que palparon de cerca su intrepidez a prueba de fuego. Sapinaud y Charette llegaron a ponerla al corriente de sus proyectos, enviándola de una punta a la otra en peligrosísimas misiones: desde el cuartel de Belleville a Noirmoutier, de Cholet a Luçon, etc. como nos lo muestra el mapa de su incansable itinerario. La confianza que le tuvieron llegó a ser total, el primer general la llamaba “mi parroquiana” y el segundo “mi bretona”, pues había guardado la costumbre de vestirse como las aldeanas de su región natal.

Recorridos de a pie de Marie Lourdais durante la guerra

Además Charette la envió en misión secreta a la isla de Noirmoutier, de donde logró volver sana y salva, no sin antes saltear varios obstáculos por el camino. Los revolucionarios la detuvieron para requisarla a la ida, aunque no pudieron encontrarle la carta secreta dirigida nada menos que al general D’Elbée…, escondida entre los dobleces de su gorro bretón. La piadosa joven nos confiesa el secreto de su éxito: “Siempre tuve encima mío una medalla de la Virgen que no se me perdió jamás. Eso fue lo que me salvó”. A su vez, llevó la respuesta del general agonizante a Charette, quien no pudo contener el llanto al leer las líneas de su compañero.

A menudo hasta le faltó el pan cotidiano, nos lo dice de pasada con una ingenua simplicidad, cuando narra una anécdota que le sucedió estando con la tropa hambrienta de Charette que acababa de apoderarse de un carro enemigo lleno de abastecimiento. “El general hizo realizar en su presencia la distribución del pan y del vino. Yo ligué un pedazo de pan que me hizo mucho bien, pues ya era el cuarto día que no había comido nada”.

En otra ocasión, luego de volver de una larga misión al campamento de Chauché, donde la esperaba ansioso el general Sapinaud, este no solo le obsequió pan y bebida de su propia cantimplora, sino también un par de zapatos ya que se percató que su mensajera estaba completamente descalza… sin haber dicho una palabra al respecto.

Hasta el triunfo del rey…

Entre tantos trayectos, un día se le ocurrió volver a La Gaubretière para saludar de pasada a sus padres y amigos, pero cuál fue su sorpresa al encontrarse con la aldea arruinada y la población devastada: “mi pueblo era un desierto, millares de cuervos estaban alrededor de los cuerpos semi-enterrados. El aire estaba cargado y ninguna casa quedaba en pie. Entonces, no teniendo más a mis padres, prometí volver al ejército y servir allí hasta la muerte o el triunfo del rey”.

Luego del desastre de La Roche-sur-Yon, en marzo de 1794, conduciendo un convoy de heridos, Marie Lourdais estuvo a punto de perecer o caer prisionera en un ataque sorpresa efectuado por los republicanos. A Dios gracias, su instinto de supervivencia no le falló, astutamente se tiró al suelo en medio de la masacre pasando como una muerta más. Allí quedó inmóvil entre los cadáveres hasta el día siguiente. Cuando los enemigos se retiraron, contó más de 200 cuerpos a su alrededor, en su mayoría mutilados, a los que le era imposible enterrar. “Recé por ellos. Estaba extenuada y tenía mucha hambre. Encontré un poco de pan en el camino que se había caído de una carreta”.

Continuó sirviendo a los generales con una dedicación incansable y una efectividad única, hasta asistir a las últimas horas de la Vendée. Se dice que su gran consolación fue ver el culto restablecido, ya que la causa que se tomó más a pecho fue la de la religión católica.

Al momento de firmarse la paz, ella no tenía absolutamente nada, ni casa, ni familia, ni siquiera su par de zapatos… Pero Dios no iba a abandonar a su paloma mensajera que fue acogida por la Señora de Buor en recompensa a los numerosos servicios prestados durante la guerra. Cuando su noble protectora murió en 1829, uno de sus sobrinos se la llevó a vivir consigo; tenía casi 70 años. Preocupado por preservar la memoria familiar, el Sr. De Rangot le insistió a su tía rogándole le dictara sus Memorias pues ya había perdido completamente la vista.

Ciega pero lúcida, Marie Lourdais pudo complacerse con un último consuelo que su sobrino y aldeanos le hicieron. Siendo alcalde de La Gaubretière, De Ragot lidió en favor de su comuna para que fuese declarada, nada menos que “la localidad más distinguida por su apego a los principios religiosos y monárquicos en los tiempos de la Revolución”, título que se disputaba con el pueblo de Chanzeaux y que consiguió oficialmente el 18 de marzo de 1854, luego de varias discusiones internas. Parece ser que la balanza se inclinó en favor de La Gaubretière, gracias a la publicación de las Memorias de la anciana que ya eran conocidas y comentadas en la región. 

Dos años después entregaba su alma a Dios con 95 años, asistida por un sacerdote y al lado de su fiel sobrino. Sus restos descansan en el cementerio local y una de las principales calles del pueblo lleva hoy día el nombre de la olvidada heroína.

Se podría decir que ella vivió siempre a la sombra de los grandes jefes y de los sacerdotes perseguidos, quedando enterrada en último plano. Pero a decir verdad, Marie Lourdais fue una férrea resistente, con todas las cualidades nobles de los santos: piedad popular, abnegación extrema, fidelidad inquebrantable y, por sobre todo, un corazón indiviso.

Seguramente en el reino celeste del revés ya tendrá un puesto privilegiado… pues Nuestro Señor ha prometido a los suyos que “Los últimos serán los primeros”.

Para Que no te la cuenten

Hna. Marie de la Sagesse, S.J.M.

Bibliografía consultada:

http://www.vendeensetchouans.com/archives/2012/04/17/24035494.html

http://shenandoahdavis.canalblog.com/archives/2019/02/20/36963944.html


 

 

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2 comentarios

  
maru
Qué heroínas tan grandes!!!! Parece increíble tanto valor.
19/04/21 4:35 PM
  
jacinto
Muchísimas gracias por su trabajo. Menudo estacazo le ha dado a mis tibiezas.
20/04/21 9:40 AM

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