Crónicas de la Vendée (4-5). Henri La Rochejaquelein, el Aquiles de la Vendée
El arcángel del Poitou
El conde de La Rochejaquelein, el célebre ‘Monsieur Henri’, nació el 30 de Agosto de 1772, en el castillo medieval de la Durbelière, en Saint-Aubin-de-Baubigné, en el seno de una antigua familia del Poitou cuyos orígenes se remontaban a la época caballeresca. Fue el segundo de los siete hijos de Constanza de Caumont y Luis de La Rochejaquelin, Mariscal del Ejército del Rey y Coronel de un regimiento de caballería.
Henri La RochejaqueleinCuando en 1789 estalló la revolución, la familia se vio obligada a exiliarse en las Antillas francesas, donde tenía plantaciones, con excepción del joven Henri, que había elegido la escuela militar de Sorèze siguiendo los pasos de su padre. Con sólo 16 años se enroló en la guardia constitucional del rey, junto con su primo Luis María Lescure.
Desde la adolescencia era conocido como ‘el arcángel’, por su distinguido porte que atraía todas las miradas. Su cuñada[1], Victoire de Donnissan, marquesa de La Rochejaquelein, nos lo describe así: “era un joven alto, bastante tímido y que había vivido poco en el mundo; su maneras y su lenguaje lacónicos eran notables por su simplicidad y su natural, tenía una fisionomía muy dulce y noble: tez blanca, de abundante cabellera rubia y con ojos azules muy vivos y animados. A pesar de su aire tímido… se decía que tenía la mirada de un águila… se destacaba en todos los ejercicios físicos, especialmente al montar a caballo”.
El 10 de agosto de 1792, durante la toma de las Tullerías, Henri tuvo la oportunidad de mostrar su valor como teniente segundo defendiendo personalmente a Luis XVI y a María Antonieta de las hordas que asaltaron y destrozaron el palacio. Aunque, los revolucionarios tomaron prisionera a la familia real y degollaron a varios guardias, paseando orondamente sus cabezas en picas, el joven Henri logró escapar de la masacre. Luego de varias peripecias, consiguió una noche abandonar Paris disfrazado de mendigo y vaticinando a su entorno: “Me voy a mi provincia y pronto se hablará de mí”.
Ni bien llegó Saint-Aubin debió refugiarse en el castillo de su primo hermano Lescure, y pasar allí el invierno en medio de la angustia que lo consumía por no haber podido salvar al soberano. Mientras tanto tomó, junto con su primo, la decisión de luchar secretamente por el retorno del rey, aunque le costase la vida.
Apenas comenzada la insurrección vendeana, llegó a oídos de La Rochejaquelein el inesperado éxito de la victoria en Châtillon, donde el pueblo enardecido había linchado a los representantes de la Convención. La sangre noble hirvió en las venas del tímido joven que vio su oportunidad para vengar la causa real. Un vecino le suplicó: “Monsieur Henri, venid con nosotros, toda la región lo desea y os obedecerá”. Feliz de responder a una llamada tan esperada y oportuna, contestó: “Amigo, yo te sigo…” Más pronto debió revisar su precipitada resolución a instancias de sus tíos y otros nobles, que le objetaron que comprometería a toda la familia Lescure.
Días más tarde, su primo Luis, apenado por no poder acompañarlo, le confesó: “El honor y tu decisión te han resuelto a combatir por el rey; sigue tu designio. El temor a la prisión no debe impedirte cumplir con tu deber”. Sin dudarlo, Henri se despidió con un abrazo, no sin antes darle su palabra: “¡Bien! Vendré a liberarte”. La promesa se cumpliría en breve, seguida por el alistamiento del mismo Luis y de otros nobles, incluido su hermano menor, que abandonó el exilio para unirse a la causa del trono y del altar.
El favor de combatir…
La noticia de que el joven conde estaba de vuelta en Saint-Aubin dispuesto a pelear corrió como reguero de pólvora; todo el mundo conocía muy bien la lealtad y nobleza de los Rochejaquelein. Fue entonces cuando varios campesinos de la región se precipitaron a sus pies suplicándole ponerse a la cabeza de una tropa para librarlos del yugo revolucionario. Henri se negó alegando su inexperiencia, pero los aldeanos insistieron tocándole el honor: “Si tu padre estuviese aquí, ¿qué hubiera hecho en tu lugar? ¡No habría tenido miedo de comprometerse!”. Con lágrimas en los ojos y voz firme contestó: “Amigos, si mi padre estuviera aquí, os hubiese inspirado mucha más confianza pues vosotros apenas me conocéis. En cuanto a mí, solo soy un joven inexperto, aunque ardo en mi interior por mostrarme digno de dirigiros. ¡Acepto! Que toquen a rebato las campanas. La cita es mañana por la mañana aquí mismo”.
Al día siguiente 3000 hombres de varias parroquias vecinas lo aclamaron como su líder natural entre palos, guadañas, pistolas y algún que otro fusil. Sin imaginarlo quedó rodeado por una turba que lo impulsó a luchar con casi nada: ni disciplina, ni organización, ni armas, ni pólvora… solo la bravura y abnegación que manifestaban su decisión de morir por Dios y por su Patria al precio que fuese. Al fin de cuentas, esto acabaría valiendo tanto como un ejército en línea de batalla.
El coraje del conde Henri se hizo patente desde el primer enfrentamiento en Aubiers. Su célebre grito ¡Si avanzo, seguidme; si muero, vengadme; si retrocedo, matadme! todavía resuena en los corazones de los monárquicos franceses. Con esta victoria, “los bandidos” -como les llamaban peyorativamente los gubernamentales- lograron capturarle al enemigo la artillería, la pólvora y los cañones necesarios para garantizar la continuidad de un alzamiento que hasta el momento no contaba con ningún armamento serio.
Luego de su bautismo de fuego, la expresiva figura de La Rochejaquelein abandonó para siempre su natural semblante modesto y tímido, tomando un aire seguro y marcial, de temple firme y mirada penetrante. “Monsieur Henri -continúa la marquesa de Donnissan- mostró una audacia increíble y hasta temeraria, por lo cual comenzaron a llamarlo ‘el intrépido’. En los combates, siempre tenía la visión acertada y tomaba resoluciones prontas y muy hábiles. Inspiraba mucha seguridad a los soldados. Se le reprochaba exponerse demasiado sin necesidad, metiéndose a sablazo limpio entre las líneas enemigas. Cuando los republicanos comenzaban a huir, él los perseguía sin ningún recaudo personal. Le tenían que insistir que participase más en las discusiones del consejo de guerra, cuyas reuniones le parecían tan ociosas e inútiles que hasta llegaba a quedarse dormido, no sin antes haber dado su opinión. A los reproches respondía diciendo: ‘Yo sólo quiero ser un soldado y alcanzar el favor de combatir’[2]. A pesar de su afición a la liza, rebozaba de dulzura y humanidad. Terminada la batalla, no tenía parangón en su compasión hacia los vencidos”.
Si avanzo, seguidme…
En efecto, no hubo enfrentamiento en que “Monsieur Henri” no se destacara realizando prodigios de valor increíble. Como prueba, basten algunas muestras…
En el ataque a Fontenay, ciudad situada en medio de una extensa planicie, lo que implicaba un enorme problema para el pequeño ejército del rey mártir, acostumbrado a pelear en emboscadas y guerrillas, Henri comenzó la batalla gritando: “¡Muchachos! ¡No hay más pólvora en nuestros bolsillos y los azules tienen! ¡Adelante!”. Y así, sin tener dónde cubrirse, avanzaron a campo traviesa contra el ejército regular de la República.
Durante la batalla de Thouars, luego de seis horas de tiroteo, La Rochejaquelein se dio cuenta que sus hombres se habían quedado sin munición; poco y nada importó para continuar el encarnizado asalto. Siempre primero en la ofensiva, se lanzó a subir la muralla; y a falta de escalera, montó sobre los hombros de un teniente abriendo una brecha a golpes de fusil. Cuando este se le partió en dos, continuó adelante sirviéndose de las piedras que encontraba a su paso para abrirse camino, mientras Lescure lo secundaba. Finalmente el general republicano Quéntineau capituló entregando la ciudad, luego de una ardua resistencia. La victoria fue aplastante para los realistas que se hicieron con 12 cañones, más de 7000 fusiles y 20 cajas con municiones, ¡todo un tesoro militar en aquellos momentos! Y como ya había ocurrido otras veces, los vendeanos liberaron a casi la totalidad de los prisioneros, incluido Quétineau, a quien Henri le propuso sumarse a las filas realistas. El general rechazó la oferta, pretextantdo fidelidad a una República que poco después le pagaría con la muerte, víctima de las internas del Terror y devorado por la propia Revolución.
Toma de Thouars: Henri sube el muro sobre el hombro de un soldado
‘Monsieur Henri’ solía usar un pañuelo rojo en su cabeza y otro en la cintura para sostener las armas, por lo cual se volvió blanco fácil: -“Tirad todos sobre el pañuelo rojo”, habían ordenado los republicanos. Cuando sus compañeros lo exhortaron a dejar de usarlo pues se exponía sin razón, él se negó diciendo: “¡Bah! ¿Creen igualmente que los azules no me reconocerán?” Y como no abandonase la insignia, también sus oficiales salieron a pelear con paños rojos, decisión que el conde aceptó a regañadientes y que llegó a ser ley entre sus subordinados.
Henri de la Rochejaquelein. Por Pierre Guérin.
Cuando camino a Saumur Henri fue sorprendido por las tropas republicanas, su coraje no vaciló un instante. Lanzándose sobre ellos, sonreía entre el silbido de las balas como si entrara en una fiesta. Al caer herido su caballo, gritó: “¡Tanto mejor! ¡Combatiré a pie!” Finalmente se lanzó sobre los enemigos junto a los más audaces de los suyos, poniendo en fuga a los azules y adueñándose de unos cuantos cañones.
Llegando ya a las puertas de la ciudad, se colocó como de costumbre en el puesto de mayor peligro mientras esperaba la orden de ataque. Mas como los generales mayores no se decidían, arrojó su propio sombrero a las trincheras enemigas, al tiempo que se lanzaba a todo galope gritando: -“¿Quién irá a buscármelo?”.
Henri de La Rochejaquelein. Vitral de la iglesia Sainte-Madeleine en Angers
El Generalísimo más joven
La participación de Henri en el ejército contrarrevolucionario fue sumamente breve, pero basta para llenar toda una vida. Apenas nueve meses de intenso combate fueron suficientes para dar a luz al ‘Aquiles de la Vendée’, el héroe más joven y, sin duda, uno de los más amados y respetados. Para peor, debió hacerse cargo de las tropas realistas en el momento más crítico de la guerra… y quizás, uno de los más dolorosos de la historia de Francia.
Remontémonos al desastre de Cholet, el 17 de octubre de 1793: el ejército católico derrotado, D’Elbée muerto, Bonchamps agonizando, Lescure herido… no había más jefes, ni municiones, ni comida. ¡Y encima, los republicanos avanzan degollando! Sin otra salida, el consejo de guerra decide cruzar el ancho y caudaloso Loire, lo que implicaba todo un desafío para los jefes del ejército, que, sin embargo, lograron con sólo una veintena de barcazas hacer pasar al otro lado de la rivera a más de 80.000 hombres, mujeres, niños y ancianos en dos días. ¡Sólo murió una sola mujer en el intento! Atrás quedaban sus tierras, sus iglesias y sus muertos.
Desde su lecho de muerte, Lescure convocó a los principales oficiales para que nombrasen un jefe querido por todos, respetado por los campesinos y con suficiente autoridad moral como para ser obedecido por los oficiales. Por unanimidad se aclamó el nombre de ‘Monsieur Henri’, único capaz de remplazar a los comandantes muertos y reanimar los espíritus vencidos. Sintiendo el peso de una responsabilidad que iba más allá de sus capacidades, La Rochejaquelein se resistió francamente, pues no quería comprometer la suerte de todo un ejército: “¿Por qué quieren que sea general? Soy muy joven y yo solo quiero pelear”. Pero Lescure y los demás jefes lo exhortaron a aceptar saludándolo como General en jefe de todas las tropas; a esa altura de los acontecimientos, sus cualidades inigualables en combate habían hecho de él un verdadero héroe para sus soldados y un amigo para los generales. Su nombre pasará a la historia como el generalísimo más joven que estuvo al frente del ejército católico y monárquico, con solo 21 años.
Si retrocedo, matadme…
A pesar de no estar de acuerdo con la decisión tomada por los generales de dirigirse al norte en busca de un supuesto apoyo inglés, a Henri no le quedó otra que cubrir la retaguardia con su caballería, no sin antes repetir hasta el cansancio: “¡Muramos en estas tierras, pero no retrocedamos!”. Su instinto le decía que no debían desarraigar a la gente sencilla de sus campos, sino por el contrario quedarse allí y luchar hasta dar la vida. Sabía que lejos del suelo natal, los campesinos no combatirían con el mismo ardor ni con los mismos recursos y, a la primera dificultad, se volverían a su territorio. Pero todo fue en vano, la suerte estaba echada y la caravana ya había cruzado el Loire. No había tiempo para reproches ni lamentaciones. Una multitud interminable, con la infantería en primera línea, se dirigía hacia la ciudad de Laval en poder de los azules.
Por la mañana del 22 de octubre de 1793, La Rochejaquelein fue el primero en dar la orden de ataque y pasar al frente en medio del fuego más vivo. En pleno avance, el comandante realista Royrand cayó a su lado, herido mortalmente en la cabeza. Para Henri su muerte significaba el duelo de un hermano, pero continuó igualmente adelante. Y al ver que algunos de los suyos se desmoralizan viendo al anciano general caído, les suplicó llorando: “Amigos, mañana rezaremos por el Señor Royrand ¡Hoy, venguémoslo!” Los republicanos no pudieron contener su ímpetu y terminaron desbandándose, siendo perseguidos por los vendeanos hasta las puertas de la ciudad mientras que Henri arengaba a sus camaradas: “¿Y bien, acaso los vencedores dormirán afuera y los vencidos en la ciudad? ¡Adelante! ¡Viva el rey!”. Fue el primero en entrar con la bandera flordelisada en alto. Laval había costado todo un día de combate, pero lo habían logrado gracias al genio militar y la sangre fría del generalísimo.
Se cuenta que durante aquel asedio La Rochejaquelein, con un brazo completamente inmovilizado, se topó de frente con un republicano y alcanzó a manotearle el sable, sin perder el equilibro sobre el caballo. En pleno forcejeo llegó el apoyo realista para liquidar al soldado, ya sin mucha escapatoria. Sin embargo, Henri lo impidió, diciéndole: “¿Por qué haces esto? Los míos me pedían que te mate y mi religión me manda perdonarte… Volved hacia los republicanos, y anunciadles que te has encontrado solo, con el general de los ‘bandidos’ quien con una sola mano y sin armas, te ha vencido y perdonado la vida”. Y así lo hizo.
Vitral en la iglesia de Pin-en-Mauges
La Vendée vive todavía
Después de semejantes victorias, habría sido necesario aprovechar el ímpetu y volver a reconquistar la Vendée, totalmente devastada. La Rochejaquelein lo deseaba y aconsejaba vivamente, pero en el campo realista se encontró con muchos oficiales que creían más oportuno sublevar la región de Bretaña y luego dirigirse hacia Paris; tal como se decidió finalmente en el consejo de guerra.
A continuación, Henri debió poner sitio a la ciudad fortificada de Granville con 30.000 de los suyos. El primer día fue un rotundo fracaso, y por más que el General alentó infatigablemente a toda la tropa a continuar el asedio, al atardecer los vendeanos se retiraron desmoralizados dejando la acción para el día siguiente, con la vana esperanza de recibir refuerzos ingleses…. que nunca llegaron. Lo que La Rochejaquelein había previsto, sucedió. Los campesinos pedían a gritos volver a la Vendée, amenazando inclusive con abandonar a sus jefes; ante este levantamiento interno, se decidió tardíamente tomar el camino de regreso hacia la tierra natal.
Aprovechando la retirada, los republicanos persiguieron a los fugitivos hasta encontrarlos en Dol, donde se dio una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo; en plena confusión los realistas pensaron que el generalísimo se había retirado de la batalla. Pero La Rochejaquelein resistía con todas sus fuerzas; un solo grito del jefe bastó para hacerse presente entre quienes los creían fuera de combate. De inmediato varios de los suyos repitieron: “¿Abandonaremos aquí a nuestro general? –No, responden mil voces, ¡Viva el rey! ¡Viva Monsieur Henri!”.
Hicieron un intento fallido de atravesar el Loire a la altura de Ancenis, donde esperaban encontrar algunos barcos y balsas inexistentes… La Rochejaquelein y una veintena de campesinos se lanzaron igualmente a cruzar, debiendo desembarcar río abajo al ser sorprendidos del otra lado por un destacamento gubernamental.
No obstante, el avance de ‘los bandidos’ continuó en medio de una desolación total ya que a medida que se adentraban en la región, fueron testigos directos de la devastación e incendios que habían arrasado a su amada Vendée. Ni una sola planta, ni un solo ser vivo alrededor… Durante dos o tres días, la única comida fue la ración de algún que otro soldado caído. Fue entonces cuando comenzó la dispersión del resto realista, todavía sin poder cruzar el Loire, expuestos a una verdadera caza de vendeanos a la altura de Le Mans. El representante republicano Benaben informó a París: “He visto al borde del camino, un centenar que estaban todos desnudos y amontonados unos con otros como cerdos que hubiéramos querido salar”. A la deriva y sin nada que comer, la mayoría de los realistas fue masacrada en los pantanos de Savenay antes de la Navidad.
Vencido pero no desesperado, La Rochejaquelein logró reunir algunos hombres junto con Nicolás Stofflet y llegar medio famélicos a su pueblo natal de Saint-Aubin. Allí aprovechó para reponerse unos días en la casa de una tía que lo alentó a no desfallecer en la lucha comenzada hasta dar su sangre.
La emboscada. Por Charles Coëssin
Entre tanto hubo un encuentro secreto con el Gral. Charette, quien en ese momento tenía intenciones de atacar Cholet con ayuda de las tropas de Henri, aunque sin cederle el mando al generalísimo. Al final de la entrevista, Charette le preguntó: “¿Vais a seguirme?”. Y con justa razón, La Rochejaquelein respondió: “Señor, no estoy acostumbrado a seguir, sino a ser seguido”. El desacuerdo dividiría aún más a los realistas, que fueron disolviéndose en pequeños grupos de resistencia sin fuerza común.
El Gral. Kleber, informando de la situación al Comité de Salud Pública el 28 de octubre de 1793, escribió una de las mejores alabanzas de nuestro héroe salida de las filas enemigas: “… hemos intentado obtener la victoria bajo nuestra bandera; pero los bandidos desplegaron una táctica inusual. Teníamos contra nosotros su impetuosidad verdaderamente admirable y el coraje que un joven les comunicaba… se llama Henri de La Rochejaquelein a quien ellos mismos habían nombrado su generalísimo luego del paso de la Loire, y quien había ganado valientemente sus espuelas. Él mostró en esta desgraciada batalla una ciencia militar y un aplomo en las maniobras que no hemos encontrado en los bandidos desde de Torfou. Fue a causa de su previsión y sangre fría que la República fue derrotada, y que nuestras tropas han quedado consternadas; pero sea cual sea su imperio sobre el espíritu de los campesinos, es muy difícil que pueda mantenerse por mucho tiempo, en medio de una región que no es más la Vendée, y donde no encontrará fácilmente recursos. Lo mejor que el Comité puede hacer, es llevar las cosas al extremo, hacer nuevas levas, convocar a las armas a toda Francia (…) Se dice que ellos no pelean más, que han renunciado, está bien decirlo como estimulante, pero como verdad no es exacta. No os dejéis adoctrinar por esos hombres que no entienden nada de la guerra y que os dicen que la Vendée está muerta. Desgraciadamente ella vive todavía, aunque podemos asfixiarla. Lo lograremos, siempre que no nos contradigan nuestros proyectos”.
Si muero, vengadme…
Mientras los generales Turreau y Westermann comenzaban su campaña de devastación al mando de las columnas incendiarias arrasando toda la región, sin perdonar al castillo familiar de Durbelière ni el de los Lescure en Clisson, La Rochejaquelein, acompañado de Stofflet y un centenar de hombres, emprendía su última expedición, intentando reavivar el ardor de los pocos vendeanos que le quedaban para salvar el pueblo de Trémentines.
Quema del castillo Durbelière.
En cuanto la guarnición republicana instalada en Cholet se enteró que Henri y los suyos andaban refugiados en el bosque de Nuaillé, se ordenó la quema inmediata del lugar. Atrapado ya entre las llamas, el generalísimo a caballo fue sorprendido en una emboscada y dio la señal de retirada, cuando de repente se percató que sus soldados se disponían a masacrar a dos republicanos que estaban huyendo armados: “Deteneos, dijo a los suyos, yo los perdono”. Y en el momento en que el nombre de La Rochejaquelein fue pronunciado, uno de los soldados agraciados lo identificó y le disparó con su fusil a unos pocos metros. La bala penetró la frente del arcángel matándolo en el acto el 28 de enero de 1794, con 21 primaveras cumplidas y pronunciando las palabras más sublimes que podría proferir un jefe católico.
De inmediato el traidor republicano fue acribillado cayendo muy cerca del cuerpo del generalísimo. Advertido de la desgraciada noticia, Stofflet llegó al lugar: Ni republicanos ni vendeanos debían enterarse de la muerte del joven Henri; los primeros habían pedido que su cabeza sea enviada a la Convención (como habían hecho con la de Bonchamps, y harían luego con la de Stofflet…), y los segundos se desmoralizarían en un santiamén. El general ordenó que los cuerpos sean escondidos rápidamente en los mismos matorrales. Y para evitar que los azules identifiquen el cadáver, ordenó desvestir el cuerpo de Henri mientras él mismo a golpe de bayoneta desfiguró el rostro del bello arcángel. Solo cuando todo estaba consumado, se quebró diciendo: “He perdido a quien más amaba en este mundo”.
Un campesino enterró anónimamente el cuerpo de La Rochejaquelein y a sólo unos metros de distancia, inhumó también al del traidor asesino. Caídos en combate de un lado y del otro, para los vendeanos ya no había diferencias en la tierra pues Dios los juzgaba en el cielo.
La muerte de La Rochejaquelein. Por Alexandre Bloch.
Allí reposó escondido y desfigurado hasta tiempos mejores. Recién en 1816, con la restauración monárquica, Luis XVIII ordenó dar a todos los jefes del levantamiento digna sepultura, y la familia pudo transportado a un mausoleo en la iglesia de Saint-Aubin junto con sus hermanos Luis y Augusto, y su inseparable primo Luis Lescure, que lo siguió hasta en la muerte.
Y para no olvidar el lugar exacto donde el Aquiles vendeano eligió morir joven y glorioso, antes que viejo y desconocido, se erigió una cruz en piedra con un pequeño cenotafio que hoy día se puede visitar para revivir su perdón heroico.
Además, el rey encargó a varios artistas una serie de cuadros en tamaño natural de los principales jefes vendeanos. Y sin duda, uno de los más logrados fue el que de “Monsieur Henri” pintó Pierre Guérin, tomando como modelo al sobrino que más se le parecía físicamente. La blanca bandera de la lis detrás, el Sagrado Corazón bien adelante en el pecho, la mirada penetrante y fija hacia el frente, y una agilidad que desborda y parece salirse del marco para seguir combatiendo “pro aris, rege, focis”, por el altar, el trono y el hogar.
Se dice que Napoleón Bonaparte, al enterarse de la muerte del joven héroe, se lamentó diciendo: “Y solo tenía 21 años… ¡quién sabe lo que hubiera llegado a ser si hubiera vivido más!” Erraba en esto el emperador que la revolución entronizó en lugar del rey legítimo: fueron justamente aquellos pocos años en los que “no amó tanto su vida que temiera la muerte” (Apoc XI,11) los que volvieron sus días plenos y tornaron glorioso el nombre de ‘Henri de La Rochejaquelein’, arquetipo del heroísmo perdido por el que suspiran quienes sufrimos por la familia, por la Patria y por la Iglesia en estos tiempos de diabólica confusión.
Hna. Mater Afflicta y Marie de la Sagesse, S.J.M
Bibliografía consultada:
Delahaye, Nicolas (2011). Le Cœur vendéen. Histoire, symbole, identité. Ed. Pays & Cholet.
Crétineau-Joly, Jacques (2018). Les 7 Géneraux Vendéens. Ed. Pays & Cholet.
Brégeon, Jean-Joël (2019). Les héros de la Vendée. Ed. du Cerf. Paris.
Delahaye, N. et Mênard, J-C (2015). Guide historique des Guerres de Vendée. Ed. Pays & Terroirs, Cholet.
[1] Viuda de Louis Marie de Lescure, casada en segundas nupcias con un Louis de la Rochejaquelein,
[2] En francés : “avoir le plaisir de combattre”.
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7 comentarios
Si Luis XVI hubiese combatido con honor con la espada en la mano ese 10 de agosto es muy posible que la genicida revolucion hubiese fracasado en sus comienzos, o no pero al menos no hubiese soportado la ignominia de la guillotina,
Me parece que tiene un curiosa forma de usar los calificativos .
También , Jesús en la Cruz indigna es Rey indigno .
Y Juana de Arco en la indigna hoguera de las brujas ...es indigna .
" Si ..... " . Con el "Si " se puede decir muchas cosas , pero no se puede hacer nada .
Todo mi respeto para los seguidores de buena fé del rey guillotinado. No se puede olvidar como los bravos Camelots du Roi se enfrentaron con valentia junto a sus camaradas de la Action Francaise y Les Croix de Feu a la republica masonica en la jornada del 6 de febrero de 1934 en Paris.
Si quiere entablar un debate sobre la actuacion de Luis XVI el 10 de agosto de 1792 comience por decirme si le parece digno haber dejado abandonada a la fuerza que le protegía a él y a su familia en Las Tullerias para ir a comparecer ante la Asamblea Nacional que decretó su destitución y encarcelamiento.
w2.vatican.va/content/pius-vi/it/documents/allocuzione-quare-lacrymae-17-giugno-1793.html
Aparte de que en citado Papa declaró martir al rey guillotinado en mi opinion equivocadamente pues no fue martirizado por defender la fe catolica.
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