Celibato y continencia. Por el P. Dr. Christian Ferraro (2-4)
§ 3. Estamos ahora en condiciones de considerar más detalladamente los textos paulinos a partir de los cuales se plantea el problema:
Texto 1 – 1Tim 3,2-4 [los obispos]
2Es, pues, necesario (δεῖ) que el obispo sea irreprensible (ἀνεπίλημπτον), varón de una sola mujer(μιᾶς γυναικὸς ἄνδρα), sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, 3ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, 4que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad [con todo decoro].
Texto 2 – 1Tim 3,8-10.12 [los diáconos]
8También los diáconos deben ser dignos, sin doblez (μὴ διλόγους – nos encanta esta expresión, vaya a saber porqué), no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; 9que guarden el misterio de la fe con una conciencia pura (ἐν καθαρᾷ συνειδήσει). 10Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprochables(ἀνέγκλητοι), serán diáconos. […] 12Los diáconos sean varones de una sola mujer (ἔστωσαν μιᾶς γυναικὸς ἄνδρες) y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa.
Texto 3 – Tit 1,5-8 [los presbíteros]
5El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené. 6Si [hay] alguno, sea irreprochable (ἀνέγκλητος), varón de una sola mujer (μιᾶς γυναικὸς ἀνήρ), cuyos hijos sean creyentes, no tachados de libertinaje ni de rebeldía. 7En efecto, es necesario (δεῖ) que el obispo, como administrador de Dios, sea irreprochable (ἀνέγκλητον); no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios, 8sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso (ὅσιον), dueño de sí (ἐγκρατῆ).
No pertenece a los objetivos del presente estudio entrar en el problema de la diferenciación interna del sacramento del orden en la Iglesia de los orígenes. Ciertamente resulta incuestionable la diferenciación entre el diaconado y el episcopado-presbiterado,
pero no resulta del todo clara la diferenciación entre estos dos últimos: los nombres mismos parecen hacer referencia ya a la función de vigilar[1], ya a la experiencia o visión sapiencial[2], sin mostrarse de suyo determinantes para fundarla. El texto 3 parece identificarlos; sin embargo, a una lectura más atenta podría verse en él una fundamentación de los requisitos para el presbiterado a partir de los requisitos para el episcopado. Sea como fuere, puesto que esta diferenciación por lo menos nominal contiene radicalmente la efectiva diferenciación ulterior de los grados, no vemos obstáculo alguno para distinguir entre «episcopado» y «presbiterado» en el uso que hacemos de ambos términos.Ahora bien, una primera mirada a estos textos obliga a tomar nota de la particular insistencia acerca de la irreprensibilidad o irreprochabilidad de los candidatos, como así también de la recurrencia de la fórmula «varón de una sola mujer» –habitualmente mal traducida con «casado una sola vez»–. Esto quiere decir que nos encontramos ante una precisa constelación semántica, ante un lenguaje «técnico» prefijado, por así decirlo, o sea, ante la presencia de expresiones cuidadosamente elegidas y usadas con una finalidad bien determinada. Podemos conceder, sin compartirlo, que se le haya escapado a san Pablo: se le podrá haber escapado a san Pablo todo lo que se quiera, pero no se le escapó por cierto al Espíritu Santo que inspiró el texto. Eso no lo concedemos en absoluto.
El primer texto, entonces, referido explícitamente al obispo, al epíscopo, dice que tiene que ser, ante todo, irreprensible (ἀνεπίλημπτος). El término griego utilizado está compuesto por un prefijo negativo seguido de la forma adjetivada del verbo ἐπιλαμβάνω (literalmente: «sobre-tomar») y, aunque sin el suficiente decoro literario, puede ser traducido perfectamente a la argentina con un «no se lo tiene que poder agarrar en nada»; irreprensible quiere decir, justamente, eso, pero carece del efecto que produce el argentinismo. Este requisito, como toda la serie, se encuentra introducido por δεῖ, es decir, la forma impersonal del verbo δέω que significa, propiamente, «encadenar», «ligar», «encarcelar», de donde el significado derivado de «estar apartado», «lejos» y «sentir-tener necesidad», a partir de lo cual surge ulteriormente el tercer significado, específico de la forma impersonal δεῖ, como «ser necesario», en el sentido de «es necesario que…». La misma fórmula aparece en las dos referencias explícitas al obispo, y esto es significativo (cfr. 1Tim 3,2 y Tit 1,7).
En el tercer texto la referencia al obispo no dice que tiene que ser irreprensible (ἀνεπίλημπτος), sino, como en todos los otros textos, irreprochable (ἀνέγκλητος – que de él no se pueda decir nada, que no se le pueda llamar la atención). La disparidad terminológica no debe aquí generar perplejidad alguna, puesto que uno de los términos se refiere a la causa y el otro al efecto o repercusión de la misma realidad, por lo que ambos, si bien no son estrictamente sinónimos, se muestran en definitiva convergentes en su significación fundamental. La misma nota genérica de la irreprochabilidad se indica explícitamente también como exigencia para los presbíteros (texto 3, primera parte) y para los diáconos (texto 2). En este último caso, dejada al margen la referencia a las mujeres (v. 11), la secuencia temática se desmembra en tres o cuatro segmentos: conciencia pura - período de prueba (-) para asegurarse acerca de la irreprochabilidad - varón de una sola mujer. La «conciencia pura» tiene un significado más genérico y no se refiere específicamente a la pureza en el sentido de la castidad, si bien tampoco excluye esta referencia. El período de prueba está explícitamente indicado en este único caso y es de aquí de donde sale todo el tema de los famosos «viri probati». El término utilizado para indicar la prueba, el verbo δοκιμάζω (v. 10 οὑτοὶ δοκιμαζέσθωσαν πρῶτον), está directamente emparentado con δοκέω, de donde vienen, entre otros, nuestros términos «documento», «doctor», «docente», y significa propiamente «hacer que algo conste, que se vuelva conocido, manifiesto, asegurado, certificado». En el presente contexto el sentido es, pues, no el de torturarlos, ponerlos a prueba bajo exigencias terribles, sino el de tomarse un tiempo para certificarse acerca de la idoneidad, garantizada, eventualmente, en base al cumplimiento de algún compromiso asumido por el candidato. Sigue luego la nota de irreprochabilidad, que, salvo el versículo que hemos omitido en nuestra cita porque se refiere a otro sujeto –las mujeres–, aparece en inmediato contacto con la fórmula «varón de una sola mujer». Lo mismo se observa en el texto 1, y también en el texto 3, referido al presbítero. Por consiguiente tenemos, en los tres casos, la exigencia de la irreprochabilidad inmediatamente unida a la exigencia de que sea varón de una sola mujer. Por supuesto, la primera no se identifica con la segunda ni a ella se reduce; pero el hecho de que en la secuencia de requisitos ambas exigencias aparezcan siempre emparentadas, mientras que las otras, aunque convergentes, no sigan nunca un orden definido, muestra a las claras que para san Pablo hay una estrecha relación entre la irreprochabilidad referida y la exigencia de la unicidad conyugal. ¿Por qué, entonces, esta ligazón?
Antes de responder valdrá la pena hacer notar otro detalle. En el elenco de las exigencias para el obispo del texto 3 no aparece la fórmula «varón de una sola mujer»; es el único caso en el que no aparece. Aparece, sin embargo, encabezando, como de costumbre, el elenco, la exigencia de la irreprochabilidad. El elenco se cierra, en este caso, y como excepción, con dos precisaciones que no se encuentran ni explícita ni implícitamente en los otros elencos (texto 1, texto 2 y texto 3 primera parte) y que pueden ser consideradas como una inclussio[3] en relación con la nota de irreprochabilidad; en efecto, se dice que el obispo tiene que ser «pío» y «dueño de sí». El término usado para indicar la piedad (pío, piadoso) es ὅσιος, un término que significa la piedad con el matiz de una especial sensibilidad y delicadeza con respecto a lo sacro, en el sentido de la dedicación al acto cultual y, ulteriormente, de permitir que «los dioses» (o sea, Dios) rijan totalmente la vida. El otro término es ἐγκρατής, forma compuesta de ἐν y κράτος. El adjetivo ἐγκρατής significa etimológicamente «dotado de poder interno» o bien, aunque hoy en día conviene no traducirlo así para evitar equívocos, «empoderado»; sin embargo, su contenido semántico se refiere a la moderación y, específicamente, a la moderación en la esfera sexual: ἐγκρατής es el que ejerce fuerza sobre sí mismo, el que se autodomina, el que tiene control sobre sí, y es ése el sentido en el que san Pablo usa el término. En efecto, ya había hecho uso del mismo en este preciso y clarísimo sentido, aunque en su forma verbal, al hablar del matrimonio en caso de que no pudieran controlarse: «… εἰ δὲ οὐκ ἐγκρατέουονται…» (1Cor 7,9). Habida cuenta de todo esto, la traducción correcta del ἐγκρατής paulino en este preciso contexto no puede ser más que una sola: continente –como bien traduce la Vulgata–. Y justamente la presencia de esta nota de ἐγκρατής confirma que, como en el caso de las viudas que aspiraban a ser incorporadas en el registro, y a diferencia de quienes tienen que contraer matrimonio porque no se sienten capaces de guardar la continencia, el presbítero-obispo, aún cuando se hubiera casado, tiene la obligación de guardar la continencia. Además, y, por si falta hiciera, a modo de ulterior refuerzo argumentativo, la ausencia, solamente en este elenco, de la fórmula «marido de una sola mujer» permite ver la presencia del ἐγκρατής como un sinónimo de la misma, y un sinónimo enfático, si se tiene en cuenta su lugar final y, por lo tanto, su enlace inclusivo con la nota de irreprochabilidad en cuanto que parece proporcionar a ésta su última especificidad. Más aún, si se tiene en cuenta que san Pablo elenca la ἐγκράτεια (la castidad continente) como uno de los frutos del Espíritu Santo (cfr. Gal 5,23 – el último de la lista, que bien puede ser visto como el resultado final del proceso de transformación interior del hombre bajo la acción del Espíritu), no pueden caber dudas de que en la mente de san Pablo se muestra sin dudas decisivo, para la aceptación de los candidatos, que éstos sean personas de consolidada castidad.
Por otra parte, y como si esto fuera poco, debe notarse que tanto Timoteo como Tito son obispos y, sin embargo, no se casaron; no hay referencia paulina alguna que haga pensar lo contrario, antes bien, el presupuesto permanente del Apóstol en la manera de dirigirse a ambos es el de la continencia celibataria. Y el particular aprecio que san Pablo siente por Timoteo lo lleva prácticamente a ver en él, a pesar de su joven edad, el potencial paradigma de lo que debe ser un obispo. Es por eso que, en conosonancia con lo recién observado acerca de la continencia, lo exhorta a volverse «ejemplo para los fieles (…) en la castidad (ἁγνείᾳ)» (1Tim 4,12), a dirigirse a las jóvenes «como hermanas, con toda castidad (ἁγνείᾳ)» (5,2), para concluir con la explícita recomendación en absoluto: «consérvate casto (σεαυτὸν ἁγνὸν τήρει)» (v. 22). Esta castidad es la disposición fundamental que expresa la pertenencia total a Cristo y san Pablo mismo se refiere a ella para expresar la dimensión esponsal de la Iglesia, al atribuirse el haber presentado los fieles de Corinto a Cristo como una virgen casta (παρθὲνον ἁγνὴν) es presentada a su futuro esposo (2Cor 11,2).
De todo esto se sigue, sin la más mínima duda, que en estos textos paulinos la fórmula «marido de una sola mujer», no significa, para nada ni bajo ningún respecto, que el obispo-presbítero-diácono tenga que casarse sí o sí. Si san Pablo hubiera querido afirmar eso, habría usado, como en los otros casos ya citados, directamente el verbo γαμεῖν –por ejemplo, como vimos en 1Tim 5,14–. Pero el Apóstol no pretende dar ningún imperativo ni consejo como finalidad a realizar (antes bien, sabemos que como consejo el preferiría que todos lo imitasen en su estado de vida), sino indicar los requisitos para la admisión, requisitos en el sentido de condiciones, de cosa ya hecha. Justamente por eso, no se refiere a la obligación ni a la conveniencia de que los candidatos estén casados, sino que, todo lo contrario, se trata de una fórmula precisa elegida y puesta como condición y garantía de continencia: en efecto, si, habiendo enviudado, el candidato hubiera contraído segundas nupcias, no habría dado garantía alguna de continencia y no podría haberse dedicado de manera permanente a las cosas referidas al culto de Dios –según cuanto veíamos en 1Cor 7,5b.34–. El sentido del texto, entonces, es: «el candidato, en caso de que sea casado, que se haya casado sólo una vez»; y esto, justamente, como garantía del compromiso de la continencia. En cambio, si en el sintagma «varón de una sola mujer» se incluyese por descontado el efectivo ejercicio del débito, entonces, 1) se haría completamente ininteligible la presencia del sintagma en el caso de las viudas, 2) habría una contradicción manifiestaentre la recomendación del matrimonio para aquellos que no pudieran controlarse y la obligación de controlarse para aquél que debiera contraer matrimonio o de hecho lo hubiera contraído, 3) habría una contradicción más grosera aún entre el presunto mandato de casarse para el diácono-presbítero-obispo y la obligación a guardar la continencia.
En conclusión, y exactamente al revés de lo que sugiere la superficial lectura hecha según el imperativo universal de nuestros tiempos decadentes, en vez de exigir que los ministros ordenados se casen, san Pablo está exigiendo explícitamente que sean continentes: por lo tanto, la continencia del ministro ordenado es una disciplina de tradición apostólica, y de tal importancia que consta repetidas veces en los pocos textos normativos del nuevo testamento; la continencia, no el celibato.
P. Dr. Christian Ferraro
Continuará
[1] Obispo, es decir, «epíscopo»: el que mira-sobre, el que vela sobre algo.
[2] Presbítero quiere decir «anciano»; aunque obviamente, «presbítero» no se refiere aquí principalmente a la ancianidad física –de hecho, Timoteo no lo era– sino al efecto del paso de los años en el sentido de experiencia acumulada y, por consiguiente, capacidad de tener una visión más sapiencial sobre las cosas.
[3] La inclussio o inclussio semitica es una técnica redaccional característica del hebreo bíblico que consiste en «encuadrar» cierto contenido dentro de cierta repetición. El objetivo de esta técnica suele ser el de subrayar lo que queda en el centro. Por ejemplo, el evangelio de san Juan comienza: «En el principio ya existía la Palabra, la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios; ésta estaba, en el principio, junto a Dios» (Jn 1,1-3). Como se puede ver, lo que no se repite y queda en el centro, como subrayado o puesto en negrita, es que el Verbo, la Palabra, era Dios. Para quien conoce la técnica redaccional hebrea resulta clarísimo que san Juan quiere acentuar la divinidad de Jesús, que es la Palabra hecha carne (cfr. 1,14). Algunas veces la inclussio tiene un alcance más amplio y cumple otro tipo de funciones: en ciertos casos, por ejemplo, los extremos que se repiten expresan conexiones importantes, casi al modo de citas internas o referencias cruzadas. Así, en el mismo san Juan se lee que «… a los que lo recibieron les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre; Él, que no nació de las sangres, ni de deseo carnal, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (1,14); por eso, en la conclusión del evangelio se nos dice que estas cosas «fueron escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida en su nombre» (20,31 – es el final del libro, el resto es un epílogo). En nuestro contexto, es totalmente legítimo ver una inclussio entre el inicio y el novedoso término del elenco, como enseguida diremos.
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2 comentarios
Al quedar los sacerdotes reducidos en su ministerio a la mera celebración de ritos, siendo meros peones de la institución, y haber sido por tanto expropiados de su propio ministerio (el ministerio sólo puede ser personal, para gloria de Dios y bien de su Iglesia, no para el interés de la institución eclesiástica), los sacerdotes quedan condenados a la mas absoluta soledad y esterilidad, como por otra parte se muestra evidente. En estas condiciones se les quiere ademas imponer el celibato y a continencia perfectas.
Procuren para los sacerdotes un ministerio sacerdotal de realización personal, pastoral y espiritual, y verán como estos debates estériles se acaban, y los sacerdotes vuelven a recuperar su entusiasmo (“y volvieron muy contentos...”), aumentan las vocaciones y empezamos a evangelizar.
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