De pluma ajena: Michael Jones, "Francisco y el fin de las guerras culturales"
Michael Jones, Francisco y el fin de las guerras culturales. Observaciones críticas de un viajero; traducción y notas de Luís Álvarez Primo, Editorial Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2017, 150 páginas.
Por el Dr. Mario Caponnetto
Este libro es la crónica de un viaje. Pero no se trata sólo de un viaje a la manera habitual como quien visita por vez primera un país y recoge impresiones y anécdotas. Por cierto que en estas páginas hay mucho de aquello; sin embargo, lo más importante que ellas relatan es una suerte de búsqueda, al modo de un trabajo de campo, de las huellas que permitan reconstruir el periplo vital de Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, sucesor de Pedro, Vicario de Cristo, y de su peculiarísimo modo de ejercer el Papado. Así lo aclara, de entrada, en su Prólogo, Luís Álvarez Primo a cuyo cargo ha estado, además, la excelente traducción de esta interesante y, por momentos fascinante obra.
Tres aspectos centrales, a nuestro juicio, merecen subrayarse en esta crónica del viaje que realizó Michael Jones a la Argentina entre marzo y abril de este año 2017. En primer lugar, la notable percepción que el autor ha hecho de la identidad histórica de nuestro país; me refiero a su identidad hispanocatólica. Jones, viajero experimentado, nos confiesa que cada vez que llega a un país o una ciudad, lo primero que observa son sus monumentos; éstos, en efecto, son siempre algo público y “celebran la hegemonía de alguien sobre otros” (página 17). La aguda mirada de Jones, en su recorrida por los monumentos de Buenos Aires, se detiene sobre dos de ellos: el primero, el adefesio Floralis Genérica, una monstruosa construcción de acero y aluminio de veinte metros de altura y dieciocho toneladas de peso, dotada de un complejísimo y costoso mecanismo hidráulico y de células fotoeléctricas, implantada en la Plaza de las Naciones Unidas, a la vera de la Avenida Figueroa Alcorta, obra del escultor Eduardo Catalano, que pretende ser un homenaje a todas las flores del mundo. Se trata, obvio es decirlo, de un típico monumento posmoderno, con aires de universalismo de cuño masónico y “nuevo orden”, que ocupa el sitio oficial turístico de la novel CABA que, al parecer, viene sustituyendo a la vieja y muy noble Ciudad de la Santísima Trinidad en el Puerto de Santa María de los Buenos Aires. El otro monumento que atrapó la atención de nuestro viajero, fue el derruido Monumento a España, ubicado en la Costanera Sur de Buenos Aires, inaugurado allá por el lejano 1936, que representa, como muy bien escribe Jones, “la adhesión a la Tradición Hispano-Católica simbolizada en el Franciscano y el Conquistador, quienes trajeron a Sudamérica el Cristianismo, la Civilización y el Logos, con la Cruz y la Espada, a lo largo de siglos” (página 18). El estado de este monumento es más que deplorable: el Colón, de rodillas ante la Reina Isabel, ha sido objeto de actos de vandalismo; algunas figuras del grupo escultórico están mutiladas en manos y piernas, otras decapitadas. El parque que rodea al monumento está convertido en una sucia playa de estacionamiento para los camiones y los contenedores que se dirigen al puerto: todo es olvido, abandono, desidia, suciedad. Para hacer aún más patético este estado lamentable de uno de los monumentos más hermosos y significativos de la Ciudad, Jones nos anoticia que “detrás del monumento duerme un mendigo sin zapatos sobre un deshilachado y sucio colchón” (página 19).
El vivo contraste entre estos dos monumentos es un perfecto símbolo del contraste entre dos Argentinas: la histórica, hija de la Iglesia y de España, hoy olvidada y sumida en el abandono de la memoria colectiva; la hodierna, ajena a sí misma, olvidada de sí misma, infiel a sus orígenes, sometida al imperio de las modas y las ideologías. De este modo, la simple comparación de dos monumentos, le ha permitido a Jones captar, en su íntima esencia, el lamentable proceso de apostasía y decadencia de nuestra patria.
El segundo elemento digno de ser destacado en esta crónica de viaje es la justa apreciación que ha sabido hacer Jones del Catolicismo Tradicional argentino, ese que tan emblemáticamente han encarnado, entre otros, Meinvielle y Castellani, hoy representado en algunos de los anfitriones de nuestro viajero (el Padre Sáenz, Antonio Caponnetto y el “patriarca” Agustín Eck que lo recibió, con asado y guitarra, en su Estancia de Entre Ríos). Para Jones, este tradicionalismo argentino -al que nosotros le hemos puesto el nombre de nacionalismo y que según el autor opera bajo presión pero no parece afectado por las tendencias cismáticas que desfiguran los movimientos tradicionalistas de Estado Unidos- representa una auténtica línea de fractura política y cultural en la sociedad argentina; esta línea de fractura contrasta con la que hoy se aprecia en la sociedad norteamericana. Muy agudamente observa Jones: “A diferencia de Estados Unidos, en donde los dos partidos políticos reinantes corresponden a facciones internas dentro del propio Iluminismo y a nada fuera de él, las líneas de fractura en la política argentina corresponden a conflictos geopolíticos que han perdurado desde los tiempos de la Armada Española hasta nuestros días. La historia de la Argentina es una historia de lucha entre el Catolicismo, simbolizado por el monumento, y la alianza de judíos y masones que hoy se conoce como Iluminismo” (página 47). Un excelente retrato de nuestra realidad política, sin duda.
El tercer elemento, el de mayor relevancia, es la figura del Papa Francisco. Jones rastrea sus orígenes, su deficiente formación intelectual con los jesuitas, sus vicisitudes en la Compañía que lo llevaron del poder al exilio interno y, de nuevo, al poder; sus vínculos con el peronismo, su actuación durante la llamada “guerra sucia”, finalmente, su inesperado y asombroso ascenso al Trono de Pedro. Pero Jones no se detiene en el personaje sino que a través de él intenta llegar al Papa, a este Papa que hoy dirige los destinos de la Iglesia Católica y cuya actuación llena, a no pocos, de temor y zozobra.
El análisis de Jones se centra en el punto que da origen al título del libro: Francisco y el fin de las guerras culturales. El Papa Francisco, en efecto, ha declarado unilateralmente el final de las guerras culturales. Con citas de Austen Ivereigh, autor del libro El gran reformador: Francisco, retrato de un Papa radical, Jones va documentando este extraño armisticio anunciado por el Papa y por los entusiastas exégetas de su pensamiento, armisticio que lejos está de conformarse con la realidad. En efecto, a este cese de las guerras culturales se corresponde, en la actualidad, un brutal recrudecimiento del odio y de la beligerancia de los enemigos de la Iglesia como lo documentan, día a día, los continuos ataques a la Fe Católica, la ofensiva contra la familia y el orden natural mediante la promoción de la homosexualidad y la ideología de género, la imposición del aborto y la pavorosa descristianización de los pueblos. Así, la Iglesia aparece hoy desarmada e inerme frente a un mundo más enemigo que nunca. Tal desarme es, para Jones, sencillamente la apostasía.
En la segunda parte de este libro se reproducen los textos de las dos conferencias que dictó Michael Jones en su visita a la Argentina y que responden al mismo tema: Libido Dominandi: liberación sexual y control político, textos que merecen una muy atenta lectura y que abren perspectivas insospechadas respecto de cómo se mueve hoy la política internacional.
Don Michael Jones es oriundo de South Bend, Indiana, católico ferviente, fue Profesor en el Saint Mary’s College de la Universidad de Notre Dame, cargo al que renunció disgustado por el sesgo secularista que ha ido tomando esa institución otrora católica, ha escrito numerosos y voluminosos libros sobre temas diversos, dirige desde hace varios años la revista digital Culture Wars, es padre de seis hijos y abuelo de dieciocho nietos, gusta de reunirse con sus amigos y cantar acompañado de la guitarra. Ha sido un honor y una inmensa gracia haberlo tenido entre nosotros.
Mario Caponnetto
Mar del Plata, 20 de octubre de 2017
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10 comentarios
dejando de lado las particulares manías o fobias (masones, judíos ...) me parece que la idoneidad de Mr. Jones ha impresionado al prologuista o articulista del libro mencionado. Aunque no creo que sea por la sola misma personalidad del norteAmericano; tengo la impresión que sucede casi siempre que se confrontan hispanos y anglosajones.
Porque la auto-confianza y etnocentrismo (descarado o ingenuo) les trasciende a los últimos. Y por ello, son patriotas por naturaleza, y, lo que pienso más importante o relevante, saben serlo, con alharacas o desde la serenidad, saben serlo. Y a satisfacción del individuo.
Es raro en norteAmérica o en el propio UK encontrar la expresión de aquel político de la Restauración, Cánovas, cuando decía "es español el que no puede ser otra cosa"; más que patriotismo inverso diría que alude o precede, en tono medio tragicómico o un tanto sarcástico, al otro famoso "me duele España".
Por lo que he leído, también es raro hallar en la literatura anglosajona el termino 'nacionalismo' salvo para advertir de su peligrosidad y perversidad. Sin embargo, el 'patriotra' venerable es puesto como icono. Yo creo que así es, una cosa el nacionalista, otra el patriota. A trazo grueso no me parece demasiado difícil encajarlo en cada cual de las dos idiosincrasias. Del dramático "dolor de España" al optimista "destino manifiesto".
Tengo la impresión (y las serias dudas, coincidiendo con el secesionismo de mi tierra natal, Barcelona) acerca si realmente existe España como nación, al menos tal como la entienden historiadores o filósofos desde Renan. Y por extensión, a las republicas del otro lado del charco, con el eco del lamento del articulista del libro.
Saludo,
Para que los anglosajones estén orgullosos de su patria, otros debemos aborrecerla.
Hay claramente una relación causa-efecto. Todos los pueblos que han ido siendo derrotados por los anglos a lo largo de la Historia perdieron el alma tras la batalla.
Por perder el alma me refiero a la hegemonía cultural que los mantiene en un auto-odio permanente.
Para que ellos se amen debemos odiarnos.
Si ha prestado atención a lo que ha sucedido en el ultimo medio siglo, se dará cuenta que los paises "anglosajones" han sido disueltos mas que ningún otro.
En este foro se hizo la reseña hace poco de la obra de Douglas Murray que cuenta la destruccion del Reino Unido mediante la inmigración africana, asiática e islámica. Los EEUU están mas avanzados aun en ese camino.
La razón es que los patriotas anglosajones han perdido la batalla interna dentro de sus paises y ahora están dominados por elites hostiles a sus propios pueblos.
Los anglosajones de estos dias no son los de los tiempos de la Armada Invencible, ni mucho menos los de Chaucer.
Tenía razón Don Salvador Borrego, QEPD, fue realmente una Derrota Mundial. Tarde o temprano, todos perdieron.
PS: Jones no es anglosajón. Es mitad irlandés, mitad alemán.
Ahora tenemos un papa que declara el fin de las guerras culturales. A esto lo veo más grave porque a juzgar por la claudicación ante los protestantes y los chinos, eso significaría que él propone que la Iglesia deje de luchar por la verdad. Lo cual sería, de ser cierto, una traición.
En su caso, alta traición.
Josafat, vd. está describiendo al nacionalista, no al patriota.
El nacionalista, el nacionalismo, es excluyente casi por definición y su uso práctico no hace sino que verificarlo. Y su corolario es, y ya lo vemos, la reprobación, el rechazo o incluso hasta el odio.
El patriota, como concepto, y como mínimo, está libre de esas ataduras, aunque desde luego pueda caer en sus garras. El patriota, el patriotismo, sería aquel sentimiento que vincula al individuo a su tierra, natal o adoptiva, sin -necesariamente- despreciar lo ajeno.
Como no tengo demasiado tiempo y el moderador se disgusta por largos comentarios, y, de paso que ha aparecido alguien tan significado como D. Salvador Borrego, déjeme consignar un par de citas que me parecen muy apropiadas; cuanto más mayor me hago, más pienso que la verdadera sabiduría es la capacidad de expresarla en dos palabras y aún si fuera una, mejor.
"no soy ningún patriota, soy nacionalista acérrimo"
(A. Hitler, o atribuida a él)
y la que me parece más elocuente, casi reveladora, de Albert Camus:
"amo demasiado a mi patria para ser nacionalista"
(aunque me da que por iC ... D. Albert no estará demasiado bien visto)
DH,
what?? que sus elites son enemigas y contrarias a sus propios pueblos? entonces Trump es más que un sinverguenza; el Brexit fue un timo y una broma irónica!
(por cierto, hay elites? esa apelación también la he leído a los que llaman "guerra civil europea" a la WWII) (supongo que vd ya me entiende).
Saludo,
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