Nuestra Señora de la Asunción: Gloriosa fundadora del Paraguay
«A tres tiros de ballesta de la taba indígena y en despejado otero que dominaba la cinta brillante del río, Don Juan de Salazar y Espinoza, con la espada desnuda, la cabeza destocada y el amarillo pendón de Castilla desplegado ante la hueste, cumplía el rito impuesto por la pragmática castellana tomando solemnemente posesión de la tierra nueva en nombre de la católica y cesárea magestad de Carlos V. Nacía Asunción bajo un vuelo jubiloso de pájaros y el escribano Amador de Montoya labraba el acta de fundación. A pocos pasos, los carios estupefactos contemplaban el espectáculo con sus ojos oscuros»[1].
Nuestra Señora de la Asunción: Gloriosa fundadora del Paraguay
Por la Hna. Claudia Ortiz
Los pueblos tienen su bautismo solemne y la ciudad que dio origen a nuestro pueblo, recibió el suyo el día 15 de agosto de 1537, cuando Juan de Salazar y Espinoza fundaba oficialmente la Casa Fuerte «Nuestra Señora de la Asunción».
Terminada la bendición religiosa, se apresuraron a construir con ayuda de los indígenas una casa rústica y espaciosa, techándola con paja. Luego, la adosaron una pequeña iglesia dedicada a la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo.
Tal es el origen humilde de nuestra nación: en una sencilla choza de paja que desempeñaba el papel de casafuerte.
«Pero contaba también con otra defensa, más poderosa que todos los vallados materiales, más firme que torres pétreas y murallas almenadas. La amparaban una fe y una ilusión impetuosa. Cruz y desvelo. Un credo y un afán»[2].
Esos «altivos hidalgos de Castilla» impulsados, no por la sed del oro como cuentan las leyendas antihispánicas, sino por el deseo de emprender una obra civilizadora y evangelizadora, se adentraron en estas selvas, sorteando toda suerte de peligros, carencias y enfermedades, con el riesgo de ser el almuerzo de algún jaguareté o de alguna tribu (el famoso caldo ava o caldo de hombres).
Aun así, en nuestros centros de enseñanza es muy común escuchar que los españoles que vinieron al Paraguay eran hombres de poca monta, bandoleros, que no tenían nada que perder en la vida y venían a buscar riqueza fácil.
¿Quiénes fueron los primeros conquistadores?
Juan de Salazar y Espinoza, el fundador de Asunción, era capitán real y comendador de la Orden de Santiago. Formaba parte de una expedición al mando de Pedro de Mendoza, el cual tenía la misión de conquistar y poblar la zona del Río de la Plata para contrarrestar el avance de los portugueses.
El 21 de mayo de 1534 el rey Carlos V firma las capitulaciones de Don Pedro de Mendoza y éste se embarca al Río de la Plata con más de 2.500 hombres distribuidos en 14 naves. Entre ellos algunos comendadores de las órdenes militares españolas (caballeros cristianos) y por capellanes se sumaron clérigos y algunos religiosos de las órdenes de San Jerónimo y la Merced. Según Juan Francisco de Aguirre, fue «la armada más florida y más desgraciada que pasó a la conquista de la India» debido a las hambrunas sufridas en el Puerto de Buenos Aires (fundada en 1536), la hostilidad de los indígenas del lugar, el retorno de Mendoza a España y su tumba en el mar.
Como podemos ver, entre los conquistadores se hallaban caballeros cristianos, religiosos, hombres valientes que se embarcaron a lo desconocido. Juan de Ayolas, también de esta expedición, ¡cruzó el Chaco por tierra dos veces! Pero en la segunda ya fue atacado por una tribu indígena hostil y fue muerto con toda su tropa.
Con Salazar y Espinoza vinieron algunos religiosos y clérigos: Francisco de Andrada, Juan Gabriel de Lezcano y Luis Miranda de Villafaña. Probablemente uno de ellos celebró la primera misa por estos lares.
Contacto con los indígenas: mestizaje
Juan de Salazar, escribe en 1545, de cómo resolvieron hacer las paces con los carios que habitaban Asunción:
«Es verdad, dice, que a la subida de este río del Paraguay, llegados a este paraje de la Frontera, e vistas de las grandes necesidades pasadas, este testigo tomó parecer de Hernando de Rivera e de Gonzalo de Morán… e del dicho de Gonzalo de Mendoza e de los dos religiosos e de otras ciertas personas que con este testigo venían si les parecía que hera bien y servicio de su magestad…hacer pases con esta generación carios, por ser gente que sembraba y recogía, que hasta aquí no se avía topado otra ninguna, los cuales dixeron… que les parecía bien e cosa muy útil y provechosa a esta conquista e ansi visto los susodicho, asentaron paz e concordia con los dichos indios desta tierra e les dixeron que de vuelta que por aquí volviesen se haría una casa y pueblo»[3].
La alianza con los carios guaraníes era fundamental para la sobrevivencia de los españoles, quienes estaban a una distancia inmensa de la madre patria, sin la posibilidad de comunicación con los de su misma raza, con el agotamiento físico y moral, luego de tantas penurias y fatigas.
Gracias a esta alianza «el noble fuerte mezcló su sangre con la del guaraní que era sufrido y nació el mestizo»[4].Y así a lo largo de los siglos en medio de luchas apasionadas, entendimientos generosos, bajo el estandarte de la cruz y el amparo maternal de la Virgen de la Asunción, surgió un hombre nuevo: el paraguayo.
De puerto a ciudad
El 16 de setiembre de 1541, Domingo de Irala realizó el acta trascendental de la fundación del Cabildo (especie de consejo de gobierno). Era el primer paso hacia la formación de un gobierno estable con la afirmación de la más pura de las instituciones castellanas.
Con la creación de su Cabildo, el puerto de Nuestra Señora de la Asunción se convertía en ciudad. La primera en el Río de la Plata.
Asunción vigilaba y custodiaba la inmensa riqueza territorial de la que entonces se llamaba Provincia del Río de la Plata. «Su primacía era evidente y nadie discutía la legitimidad de sus blasones»[5]. De ella partían las expediciones para las nuevas fundaciones.
Con justa razón, Asunción es llamada «madre de ciudades», pues de su seno materno surgieron las villas y ciudades que atestiguarían para siempre una voluntad indómita de posesión. En las comarcas dilatadas y desiertas de sus nombres fueron jalonando la marcha de un espíritu dotado de energía universal: Ontiveros, Ciudad Real, Santa Cruz de la Sierra, Villarrica del Espíritu Santo, Santa Fe de la Vera Cruz, Concepción del Bermejo, San Juan de Vera de las Siete Corrientes, Santiago de Xerez… ¡Nombres hermosos en la tierra áspera y baldía! ¡Sangre generosa de guaraníes y españoles en la forja de una estirpe de anchuroso porvenir! [6]
Evangelización
Los misioneros pronto se dieron cuenta de que los guaraníes eran con bastante diferencia, los indios que mejor recibían la acción evangelizadora y civilizadora.
Sobre la religiosidad de los mismos, escribe el misionero jesuita, Joseph Peramás:
«Los niños guaraníes, las niñas, los hombres y las madres de familia, así como las autoridades del pueblo, acudían diariamente a la Santa Misa. Permanecían todos en absoluto silencio y sería tenido por aberrante que alguien hablara con otro o volviera curioso los ojos a una y otra parte. (…). He recorrido gran parte de Europa y América y a la verdad en ningún lugar he visto una piedad mayor en los templos. Llamo por testigos a los sagrados obispos, que visitaron frecuentemente los pueblos de Guaraníes, y tuvieron grandes alabanzas públicas para aquel culto»[7].
A pedido del rey Carlos V, el Papa Pablo III, crea por Bula Super Speculo Militantes Ecclesiae, del 1ro. de julio de 1547, la diócesis del Río de la Plata con sede en Asunción. El primer obispo designado es Fray Juan de los Barrios.
Con el tiempo, se fueron sumando misioneros franciscanos, mercedarios, jerónimos y jesuitas, quienes con gran amor a Dios y a las almas enseñaron la doctrina cristiana a los indios.
Un misionero muy famoso y recordado es Fray Luis Bolaños, quien fue el primer sacerdote ordenado en Asunción. No solamente escribió un catecismo en guaraní, sino que junto con sus hermanos franciscanos enseñaron distintos oficios a los indios y mestizos, oficios que hasta hoy practican sus descendientes.
Tampoco podemos dejar de mencionar a nuestro Santo paraguayo, San Roque González de Santa Cruz, nacido en Asunción, quien inflamado por el celo apostólico dejando su amada ciudad, cruzó los Ríos Paraná y Uruguay, vadeó las selvas, con el único afán de llevar la luz de Cristo a los pueblos indígenas.
Patrona del Paraguay
En la historia de los pueblos, Dios regala a cada uno un santo protector, bajo el cual esa nación encuentra a su intercesor. Al Paraguay, quiso darle a su misma Madre, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. He aquí nuestra protectora, la que en otros tiempos fue el puerto en donde los conquistadores hallaron refugio y en donde se formara nuestra nación, fruto de aquella unión hispano-guaraní a la cual nos enorgullecemos en pertenecer.
En las horas más tristes de la patria, cuando las tormentas quebrantaban su temple, el paraguayo, nunca dejó de implorar la intercesión de la Virgen María, a ella le ha dedicado estas estrofas, el 15 de agosto de 1867, en plena guerra:
«Puerto de amparo seguro,
que a tus devotos ostenta,
Y en la más grave tormenta
sois el consuelo más puro.
De esta ciudad fuerte muro,
cuyo bien no retrocede,
María, de gracia llena,
Por nosotros intercede»[8].
No dejemos tampoco nosotros de pedir su intercesión, ella que tiene la mirada en lo alto, nos ayude a desapegarnos de las cosas terrenales y nos eleve a las celestiales.
Hna. Claudia Ortiz (desde Paraguay)
para Que no te la cuenten
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