LECTURAS DE AUTOR
El padre Alfredo Sáenz rescata del olvido a Hugo Wast, autor famosísimo en su tiempo y hoy considerado poco menos que “maldito". “La restauración de la cultura cristiana", de John Senior, fue una de las obras recientes que más disfrutó.
-¿Qué libro (o libros) está leyendo ahora?
-Dos son los libros a los que estoy abocado en estos momentos. El primero es una obra de Alexandre Schmemann, llamada Journal. Trátase de un “diario” personal del autor, que es un culto sacerdote ortodoxo ruso. Dicho diario nos ofrece sus apuntes cotidianos en el decenio que ocurre de 1973 a 1983. La obra fue publicada en 1983, después de su muerte. El padre Schmemann nació en Estonia, en una familia de emigrados rusos. Dicha familia se instaló luego en País y allí nuestro Alexandre ingresó en un seminario ortodoxo. Tras su ordenación sacerdotal fue invitado a enseñar en otro seminario ruso, pero que funcionaba en Estados Unidos, donde llegó a ser primero profesor y luego decano. En Estados Unidos, la Iglesia ortodoxa era oficialmente independiente del Patriarcado de Moscú. La obra que me ocupa me resultó realmente apasionante. Allí, entre otras muchas cosas, el autor habla de sus relaciones, no siempre demasiado cordiales, con Solzhenitsyn, que por aquel entonces vivía también en Estados Unidos.
Otro libro que estoy ahora leyendo es uno titulado El amor que discierne, donde su autor, un joven sacerdote, el padre Gabino Tabossi, trata en esta que es su tesis doctoral, del conocimiento del bien por connaturalidad afectiva según la Suma de Santo Tomás. Obra realmente esplendorosa, aguda y penetrante, que no basta con leer sino hay que paladear.
VALOR OLVIDADO
-¿Qué autor nuevo o clásico descubrió últimamente? ¿Por qué motivos lo atrapó?
-Si tuviera que nombrar alguno en especial elegiría a John Senior. Conocía un libro anterior del mismo autor, La muerte de la cultura cristiana, pero el que he leído se llama La restauración de la cultura cristiana, que continúa a aquel. Este libro me ha llenado de satisfacción. Propone diversas iniciativas posibles para salir del desierto cultural de nuestra época, iniciativas tendientes a “redescubrir” el valor olvidado de lo que un día fue la cultura cristiana, hoy casi en extinción, y el consecuente intento por recuperarla.
-¿Podría mencionar un autor católico argentino de cualquier época que considere injustamente olvidado?
-Si bien son numerosos los grandes autores católicos argentinos olvidados, creo que entre ellos ocupa el primer lugar uno que fue famosísimo en su momento, no sólo en nuestro país sino también en toda Hispanoamérica, e incluso en Europa, cuyos libros se reeditaron una y otra vez. Me refiero a Gustavo Martínez Zuviría, alias Hugo Wast, hoy un autor considerado poco menos que “maldito” en vastos sectores de la llamada “intelligentzia” literaria argentina. Me gustaría agregar al grande e inspirado poeta Ignacio B. Anzoátegui.
-¿Es afecto a releer libros? ¿Hay algunos a los que vuelve con más frecuencia que a otros?
-Yo diría que los autores que están siempre en el telón de fondo de mis intereses son San Agustín, especialmente por su obra De Civitate Dei (sobre la Ciudad de Dios), así como Santo Tomás, con su Suma Teológica, y de tiempos más recientes el gran Chesterton.
-¿Lee en dispositivos electrónicos? ¿Lo recomienda?
-En absoluto. Soy visceralmente alérgico a dichos medios. Me parece que la pérdida generalizada del hábito de la lectura, sobre todo entre los jóvenes, tiene no poco que ver con la disminución de los libros impresos. La obra de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, constituye una requisitoria sumamente inteligente en favor del libro. El gobierno de la ciudad, relata dicho autor, quería terminar con los libros que aún subsistían. La gente se ve obligada a esconderlos debajo del colchón, pero la policía culturosa, en sendos allanamientos domiciliarios, los arrebata y los quema en la plaza pública. Un grupo de “cultos salvajes” emigran a una isla remota, con algunos libros clásicos supervivientes, y cada uno de ellos aprende de memoria un capítulo de alguna de esas obras. Y así, estos fugitivos “inadaptados", van y viene repitiendo una y otra vez el capítulo que se le ha encomendado “mantener en la memoria". Por si algún día se restaura la cultura tradicional.
-¿Es lector habitual de literatura? ¿Tiene algún autor favorito de cualquier época del que conozca a fondo su obra?
-No es difícil recordar a algunos de ellos. Pondría ante todo a William Shakespeare. Tras él, a Fiodor Dostoievski, Robert H. Benson, Rainer María Rilke, sobre todo sus espléndidas Elegías del Duino, Georges Bernanos, Gustave Thibon, Francisco Luis Bernárdez, Oscar Juan Ponferrada. De algunos de ellos he tratado en mi libro El fin de los tiempos y siete autores modernos.
-¿Lee o leyó novelas de temática religiosa? ¿Podría mencionar alguna preferida?
-Citaré tan solo tres autores que me atraen particularmente. El primero es Louis de Wohl, quien ha dejado dos libros que me apasionan: La luz apacible y Asalto al cielo. El segundo es Gustave Thibon, sobre todo por su Seréis como dioses. Finalmente al padre Leonardo Castellani, especialmente por Su Majestad Dulcinea.
-¿Recuerda uno o más libros célebres -en cualquier género- que se le resistiera y no haya podido terminar de leer?
-Nunca olvidaré al filósofo Hegel y su libro Fenomenología del espíritu. Llegué hasta la mitad. Y luego me tomé varios genioles…
-¿Cuáles son sus autores religiosos preferidos de cualquier tiempo o lugar? ¿Por qué los prefiere?
-No es fácil decirlo. Me sería imposible obviar, por cierto, al genial San Agustín, a Dante Alighieri, a Santa Teresa, al padre Castellani…las razones de dichas preferencias son diversas. Pero en mi opinión todos ellos coinciden en haber sabido penetrar con agudeza en el tema del mundo sobrenatural, tanto en el ámbito social, el de la Cristiandad, como en el orden personal.
-¿Lee biografías? ¿Qué busca y qué encuentra en ellas?
-Siempre me han gustado. Quizás porque me agrada no poco la historia. Y las biografías suelen detenerse en el marco histórico de los hechos, en orden a presentar el entorno del personaje elegido. Entre otras he leído con placer la magnífica obra de Johannes Jörgensen, Santa Catalina de Siena. Entre nosotros, me fascina Manuel Gálvez, sobre todo sus biografías de Juan Manuel de Rosas, y la de ese gran estadista ecuatoriano del siglo XIX, Gabriel García Moreno, asesinado por los masones, según se dice, quien murió exclamando: “¡Dios no muere!". Hace una semana terminé de leer la espléndida vida de la última emperatriz del Imperio Austrohúngaro, obra de Jean Sévillia, bajo el nombre de Zita, Imperatrice courage, una obra maestra del arte biográfico.
-¿Qué elementos básicos cree usted que debe tener un buen libro de historia?
-Cuando expreso me predilección por el ámbito de la historia, lo que particularmente me interesa en dicha temática es lo que se ha dado en llamar la “teología de la historia", es decir, la historia, sí, pero vista a la luz de la teología, siempre en la escuela de San Agustín. Desde este punto de vista, la historia tiene un comienzo -la Creación-, un medio -la obra de la Redención- y un término -la Parusía, o vuelta gloriosa del Señor al fin de los tiempos. En los demás libros de historia, que, por cierto, no dejo de leer, suelo considerar, preferentemente, lo que dicen en especial relación con esa coordenada.
-¿Tiene algún libro o autor de apologética que prefiera sobre otro?
-Para limitarme a un autor contemporáneo, me agrada nombrar al español Juan Manuel de Prada, columnista del periódico madrileño ABC y del Osservatore Romano, cuyo pensamiento va quedando plasmado en sus artículos y columnas. Es un autor inteligente, muy suelto de lengua, lleno de humor…y, para colmo, admirador de nuestro admirado Castellani, algunas de cuyas obras ha editado en España.
-Por último, si es imposible ser escritor sin ser primero lector, ¿qué libro siente que lo convirtió a usted en escritor?
-Francamente no sabría decirlo…Se me jubiló la memoria. Es cierto que algunos amigos están escribiendo mis “memorias". Si se publicaran, me gustaría que el libro se llamase Memorias de un amnésico.