15.02.16

¿Es mejor morir que vivir? Parte II

   El Koldo Martínez, portavoz de Geroa Bai en el Parlamento navarro, ha resucitado nuevamente, como no podía ser de otra manera ya que el tema es un tic psico-psiquiátrico permanente e incurable de la progrez, el tema del “suicidio asistido", como primer paso -necesario- para acabar imponiendo la “eutanasia activa”, que es a lo que van: van de caza al hombre.

   Es una pena lo de estos chicos -"pijos malcriados", o así, según Alfonso Guerra, que sabe mucho de todos estos: al menos tanto como de los galápagos sureños- que, empezando bien el discurso lógico -"la vida es un don maravilloso que se nos ha dado"-, se les trabuca enseguida, y pierden el hilo, por el peso aplastante y triturador de las IDEOLOGÏAS. En este caso concreto, ideología marxista, materialista y atea, como no puede ser de otra manera.

   Por eso al Koldo, portavoz del grupillo ese, y médico para más señas, “se le va la olla", y “se tira en plancha” además, como se diría coloquialmente; y por eso añade: la vida humana necesita de unas condiciones para poder ser vivida y “cuando se pierden… es más digno morir que vivir”. Con esta rajada, inmediatamente deja de estar en el mundo del intelecto para pasarse al mundo mendaz, trasnochado, demente, onírico, falso, inhumano y cruel… que desarrollan los sujetos que se dejan tragar por las ideologías.

   Porque vamos a ver, alma de cántaro. ¿Es lo mismo “morir” -o morirse- que “matar” y “ser matado"? Porque, al menos como médico -como político todo es distinto, ya lo sé-, lo sabrás distinguir. Seguramente, si alguna vez te has encontrado un cadáver con signos de violencia, has alertado inmediatamente a la policía; no te has limitado a decir “se ha muerto” ni, mucho menos, lo habrás certificado con tu firma, cuando las evidencias físicas te indicaban con claridad -mínimo, con sospechas de peso- que “se lo han cargado". Por la cuenta que te traía.

   Pues, “eutanasiar” -que yo sepa- es “matar", mucho antes y mejor que “morirse”. Porque la eutanasia es “el uso de procedimientos médicos… que provocan la muerte”, según Blecua, el Presidente de la RAE. Y en los sitios donde se aprueba, se establecen los protocolos pertinentes para ello, y que “provocan la muerte”. Da igual que sea por acción o por omisión: las dos son POSTURAS ACTIVAS que conducen a la muerte a la persona a la que se aplican. Y se hace precisamente con esa intención. Como cuando se ejecuta un aborto en un quirófano o en un  paritorio se busca matar al crío que viene. Y ¡vaya si se le mata! ¡Y vaya si se queda frita la persona a la que se la eutanasia! Vamos, que se la da el certificado de defunción, y se la entierra.

   Y el suicidio “asistido", como su mismo calificativo señala y define, es exactamente lo mismo: poner en marcha un procedimiento para que una persona “se suicide": o sea, ayudar positivamente a que una persona “se mate a sí misma”, no a que “se muera", porque no se moría: si se muriese, no se le “asistiría". Como nadie que tenga un mínimo de sentido moral, cuando ve a una persona que se va a tirar por la ventana, le dice: “espera que te doy un empujoncito; que llegarás antes abajo".

   En estas condiciones, y con estas clarificaciones necesarias, ¿se puede afirmar que “es más digno morir que vivir"? O sea: ¿es más digno “que te maten” respecto a “que te mueras” cuando te toque"?

  Lo dejamos para la próxima.

11.02.16

¿Es mejor morir que vivir? Parte I

El Koldo, se ha marcado al siguiente parrafada: “la vida es un don maravilloso que se nos ha dado a cambio de nada". ¡Toma Jeroma, pastillas de goma! ¡Ahí está, ahí está…, la izquierdísima popular! Y se ha quedado más ancho que largo; o al revés, porque estos tíos lo trastocan todo.

El Koldo -de apellido Martínez, para despistar-, es portavoz de Geroa Bai en el Parlamento de Navarra. Insatisfecho con la proclama anterior -porque estos de la izquierda progre antisistema siempre están faltos, insatisfechos: siempre están a la siguiente, casi antes de terminar la anterior-, ha añadido lo que sigue: la vida humana necesita de unas condiciones para poder ser vivida, y “cuando se pierden… es más digno morir que vivir".

Pues este Koldo -Martínez de apellido, no te lo pierdas- es médico -¡qué sarcasmo!, o habrá “estudiado” en Cuba-, según he oído por ahí. ¡Médico! ¡Si el galeno del juramento ese famoso levantara la cabeza! Pero claro, la ideología pesa tanto, tanto, que aplasta cualquier atisbo de entendimiento: lo espachurra hasta hacerlo una papillita gelatinosa; de modo que para estos de Geroa Bai -que no tengo ni idea de lo que significa, y me apellido Aberasturi-, como en general y a día de hoy, para cualquier político,“juramento” ha quedado reducido a “taco": eso sí, cuanto más gordo, mejor.

Pues el Koldo Martínez, portavoz y médico, ha largado lo anterior para concluir con el ofertón, no ya de rebajas, sino regalado -pagado por todos nosotros-, del “suicidio asistido” y de la “eutanasia”. ¡No se puede teenr más nivel intelectual: es que si tienes más, explotas, fijo!

Automáticamente, toda la progrez del Parlamento navarro -lo digo a ojo, porque no estaba yo allí-, puesta en pie, le ha tributado un calurosísimo aplauso, han pedido unos potes y unos pinchos, y han brindado por los primeros navarros muertos, asistidos y/o eutanasiados. Incluso han hecho una porra.

Me explico. 

Lo primero: afirmar, a estas alturas, que “la vida es un don maravilloso que se nos ha dado", y quedarse ahí, es de una memez que difícilmente encontraremos otra de ese calibre, excepto si viene de un político del color que sea: rojo, verde, morado, azul, rosa, najanja o arco iris.

Porque cualquiera con dos dedos de frente se pregunta, inmediatamente, que si la vida -don maravilloso- “se nos ha dado", se nos habrá dado POR ALGUIEN: porque nadie recibe nada si no se lo da “alguien”. Y “alguien” que tenga, y pueda disponer de lo que da. En caso contrario, no puede dar nada. Por ejemplo, si yo no tengo unos euros en el bolsillo, y no tengo la voluntad de darlos como limosna, o como regalo…, pues no los doy, y nadie los recibe; y si a uno le gustaría darlos, pero no los tiene…, pues tampoco los puede dar; y, en consecuencia, nadie los recibe,

Y aquí viene la verdadera cuestión: ¿quién es ese “alguien” que puede darnos la vida -don maravilloso-, el primero de los dones recibidos por los hombres? Es una cuestión que nadie puede obviar, a no ser que sea imbécil. De hecho, la primera pregunta que se hace el mundo intelectual, el mundo griego, ya cientos de años antes de Cristo, es exactamente. “por qué hay cosas, y no nada". Y la segunda e inmediata en un discurso lógico: “de dónde vienen, de dónde salen”. Aristóteles contestará que del ESSE SUBSISTENS: del primer motor inmóvil, del primer ser necesario, de la primera causa incausada, a la que llamamos DIOS.

O sea, el “alguien” -ni los animales ni las cosas dan nada, porque nada tienen y de nada disponen- es, exactamente el “Alguien", es decir, DIOS. Y Dios, en Jesucristo, “por Quien fueron hechas todas las cosas”. Y en el caso del hombre, lo hizo “a Su imagen y semejanza” -"hombre y mujer los creó"-, “insufléndole un aliento de VIDA”. Todo está escrito: solo hay que leerlo y creerlo.

Y ya lo de “a cambio de nada"…: solo una persona infectada de ideología -el virus Zika de la mente que acaba ideologizada: en microcefalia por más señas- es capaz de afirmarlo y quedarse como Einstein con lo de las ondas gravitatorias: satisfecho.

Porque la vida, que nos la da Dios -Dios es “dador de vida"- se nos da por/para algo. También los griegos fueron los primeros en afirmar que Dios es la Causa Final de la vida del hombre. Y Dios mismo nos lo reveló: “seréis santos para Mí, porque Yo, Yahveh, soy santo”. Y Cristo nos lo confirmó: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". La finalidad de la vida del hombre es la Gloria de Dios, empeño en el que consigue -se “gana"- la Vida eterna.

Amén.

1.02.16

¿Ecumenismo? ¿A cualquier precio?

En la Iglesia Católica se está pretendiendo imponer, por parte de algunos sectores representantes de la progrez eclesial, un “nuevo” ecumenismo, dado que el que se puso sobre la mesa a partir del Vaticano II, ha dado unos resultados más bien escasos.

La verdad es que, con palabras del papa emérito Benedicto XVI -al que nadie podrá acusar de tibieza en este horizonte-, no podía darlos muchos mejores, porque el Ecumenismo en sí mismo, y especialmente su fin específico, que es la unidad de la Iglesia, “es cosa de Dios".

Con estas palabras tan clarificadoras, que ponen las cosas es su sitio y en sus justos términos, la progrez no está de acuerdo. “Esto va a ser cosa nuestra", y está dispuestos a todo: incluso a celebrar con los luteranos lo de Lutero, que ya es celebrar.

Es lo mismo que si los españoles pretendiéramos invitar a los turcos a conmemorar la batalla de Lepanto, que supuso el fin de la hegemonía turca en el Mediterráneo. No me extrañaría que nos declarasen la guerra por provocadores o por imbéciles. O por las dos cosas.

Pues eso. Ahí están algunos diciendo que no hay que derribar puentes, que hay que mantener las puertas siempre abiertas, y no sé cuántas memeces más. Incluso alguno más leído intenta “argumentar” con que Jesús alabó al buen samaritano -un “hereje” para los judíos- frente a los “buenos” oficiales u oficialistas.

Cada uno coge el rábano por donde quiere. Alabar una acción buena -una acción ficción, porque está contenida en una parábola-, de una persona que ha actuado bien en su conducta con otra, no significa alabar su herejía.

Por ejemplo: cuando Jesús habla con la samaritana -y, por cierto, no para hasta convertirla-, no alaba su “herejía"; y, además, le responde cuando la mujer le plantea dónde hay que adorar verdaderamente, y no le da la razón: le contesta por elevación, desde Él mismo, porque Él es la “solución"; y para rematar bien la faena -hasta el final-, le pone el dedo donde le escocía, a modo como para curarnos, a veces, tienen que hacernos “daño": “anda, tráeme a tu marido". Y no se corta -Jesús- a la hora de recordarle la colección que llevaba como curriculum.

Lo mismo hace el padre -que representa a Dios Padre-, con el hijo menor que le pide la herencia para largarse a dilapidarla: se la da. Supongo que, si fuese un caso real, le haría sus recomendaciones para que no se fuese, le haría ver los peligros a los que se exponía, lo que tenía en su casa, el cariño de padre y hermano…: pero se la da, y le deja irse.

Por cierto: no se va detrás de él. Ni, cuando pasa el tiempo, se va en su busca. Espera y, supongo que si fuese un caso real, nadie le ganaría en rezar por aquél hijo. Pero se queda en su casa.

Eso sí: cuando el hijo vuelve, y empieza a desgranar aquel precioso y dolido acto de contrición, su padre -Dios mismo- se le echa al cuello, y se lo come a besos. Y monta una fiesta como no se conocía: “porque este hijo esta muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado”.

Esto es “la" Misericordia: la divina, la que anida en el corazón de Dios Padre. Es la que hemos de ejercer en la Iglesia. Y hemos de reprimir la tentación -lo digo de propósito: ¡tentación! porque no viene de Diios-, en el ecumenismo y en la pastoral, de pretender ser más “dios” que Dios mismo. Como no se puede ser más “cristo” que Jesucristo.

Amén.

29.01.16

¿La Iglesia Católica tiene que con-celebrar lo de Lutero?

“CELEBRAR”, según el Diccionario de la RAE, significa “festejar", “aplaudir",realizar algo con solemnidad y/o formalidad“, “conmemorar", “alabar", y cosas así. En castellano o español, por supuesto.

Siendo esto así, la pregunta del título es obligada, dadas las informaciones que han aparecido en la prensa: ¿la Iglesia Católica tiene algo que celebrar con los luteranos -los seguidores de Lutero- que pontó un pollo monumental en el seno de la misma Iglesia Católica, que derivó en un montón de años de guerras pan-europeas, que desgajó un buen trozo de la Iglesia, que propició la ayuda a los enemigos del Papado y de la Iglesia, que favoreció la ayuda a los turcos por parte de naciones europeas…? Todo eso entonces, y de una tacada. 

A día de hoy, los luteranos no son nada, espiritualmente hablando. Se han convertido en una iglesia oficial y oficialista -lo fue enseguida, por otro lado; gracias a lo que sobrevivió y se afianzó-, de funcionarios del Estado, que cobran del Estado y que están a su servicio, y que ya, como iglesia, no saben ellos mismos ni en lo que creen; supuesto, claro, que aún crean en algo.

Han perdido el sentido de la doctrina, de la moral, y de la dignidad de la misma persona, en el mejor sentido de las palabras “doctrina", “moral” y “persona". Y no podía ser de otra manera: porque la pérdida del sentido de Dios, lleva a la pérdida del sentido de “iglesia", lleva a la pérdida del sentido de “gracia” y “pecado", para llevar, finalmente, a no querer saber siquiera lo que es el hombre. Se han quedado en cantar, y poco más.

Los Santos Padres, mucho antes de que naciese Lutero, ya habían acuñado: “ubi Petrus, ibi Eclesia, ibi Deus": “donde está Pedro, allí está la Iglesia, y allí está Dios”. Clarito, clarito.

Y los Padres dijeron eso -cosa que conocía Lutero seguramente antes de su ruptura-, primero, porque era verdad. Y segundo, porque lo contrario, o la pretensión de trocear esa “lógica” sobrenatural. es un intento vano; y, además, es mentira.

Entonces, ¿qué tiene que con-celebrar la Iglesia Católica con los luteranos en el no se qué cuántos aniversario de lo de Lutero? Y, en caso afirmativo, ¿por qué motivos?

A mí, personalmente, se me escapa todo este “tinglado” que se pretende montar. No le veo el más mínimo sentido, ni el más mínimo beneficio, especialmente si ponemos entreparéntesis que “los caminos del Señor son inescrutables". Ahí, me pilla cualquiera.

Amén

25.01.16

Las palabras las carga el diablo...

“Las palabras las carga el diablo…, y las disparan sus acólitos”. Este sería su título completo. Se lo he robado al refrán español que dice: “Las armas las carga el diablo”, sin más añadidos. Pero he apostado por ese alargamiento: me parece aún más expresivo, por más exacto y más real.

¡Cuántas veces, en efecto, se ha producido una desgracia irreparable con un arma de fuego que se suponía descargada, o con el seguro echado! Por supuesto, no había ninguna intención de herir o de matar; como mucho, imprudencia, porque con las armas -"que las carga el diablo"- toda prudencia es poca.

Pero es mucho peor -y no solo en el plano moral, también en el plano antropológico- disparar, no con balas y sin intención malévola, sino con las PALABRAS, con lo que representan, con la realidad que encierran, para corromper -intencionadamente- voluntades, entendimientos y corazones. A lo que hay que añadir todos los efectos colaterales, a corto y más largo plazo, que son imposibles de predecir, de abarcar y de valorar…, aunque las cosas -¡qué duda cabe!- se hacen siempre con una intención precisa; pero sus efectos nunca se circunscriben a lo querido y previsto. 

Pongo un ejemplo: el ABORTO. Mucho hay que corromper a una mujer -y a un médico: ¡qué cinismo y qué sarcasmo!; y a unos políticos; y a unos periodistas, etc- para “convencerla” de que la “solución", necesaria y única, es MATAR al niño -su HIJO- que está en camino: tan en camino que, si no le matan, nacería naturalmente.

Se corrompen así, para lograr la deconstrucción de la persona humana,  palabras como “mujer", “hijo", “dar a luz", “seno materno” y “maternidad", “matrimonio” -lo que es, para qué es-, las mismas relaciones “normales” entre hombre y mujer, la “dignidad de la persona humana", empezando por el mismo “lenguaje” y “significado” del “cuerpo", el sentido del “amor conyugal", el valor y el sentido del “sexo", etc., etc.

Desde el mismo momento en que se instala legalmente el aborto, todas esas palabras, y más que podríamos añadir -"moral", “bien” y “mal", por ejemplo-, dejan de significar lo que significaban: quedan “tocadas"; más aún: “corrompidas". Y se convierten en trampas dialéticas, en meros “sonidos guturales". Y la comunicación entre las personas para en nada, porque se ha roto. ¿Qué nos vamos a “comunicar” si, con las palabras vaciadas, ya no hay posibilidad de comunicar “nada"? Como no se puede dar de beber a nadie de una botella vacía.

El mismo empeño existe en la Iglesia, especialmente desde el último Concilio. Y han reverdecidos esos intentos, después de haber estado invernados -enterrados- durante más de 30 años, con los Pontificados de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

Hemos llegado a un punto en el que, en la Iglesia, ya no se sabe muy bien qué significan realidades que hasta no hace mucho estaban claras en todas partes; y si uno pretendía pasarse de listillo, pues se le decía, y se reconducían las cosas más o menos a corto plazo.

Así, palabras como “pecado” y “gracia", “vocación cristiana", “católico” y “lo católico", “sacramentos” y las condiciones para recibirlos con fruto espiritual, “Iglesia Católica” -su ser y su misión; sus notas de autenticidad-, “conversión", “ecumenismo", “pastoral", “Papado y Jerarquía", “Fe", “misericordia", “pobres", “sacerdote” y “sacerdocio", “vida consagrada"…, y muchas otras -aunque sobran con estas-, ya no se sabe qué significan, ni para qué están.

Nos hemos metido en un marasmo de buenismo, de infantilismo, de ignorancia, de falta de convicciones, de “luteranismo", de irenismo, de dejación en la “defensa de la Verdad” -a la que se pretende mostrar como “ofensa” a los demás-: Verdad, por cierto, que NO ES NUESTRA, SINO RECIBIDA de Dios mismo… que se está instalando, en la gente buena, un estupor y un no saber a qué carta quedarse que más se parece a desconcierto que a otra cosa. Y, por cierto, así se cargan el “ecumenismo", término con el que se les llena la boca a los mismos que vacían y liquidan a la Iglesia.

¿Cómo va un sacerdote bueno, con sentido de su sacerdocio, a sentarse en el confesonario para atender almas, si se le han quitado los criterios doctrinales y morales para hacerlo? Si basta con el “fuero interno", ¿qué pinta la Confesión, y la Dirección Espiritual? Si se puede comulgar en pecado mortal, ¿a qué se reduce la eucaristía? No puede ponerse ya con mayúscula, porque no significa nada, porque queda reducida a nada: a lo mismo que la supuesta “eucaristía” de algunas  otras “iglesias".

Si unos luteranos finlandeses, de gira por Roma junto a otros fieles católicos, también finlandeses, asisten a la Misa del grupo católico, y se acercan a comulgar -como ha pasado hace unos días en Roma-, y el sacerdote católico -sabiéndolo: iba en el grupo- les da la Comunión como si tal cosa… Pues ¡apaga y vámonos!

Es un ejemplo que pone indignación y vergüenza en el corazón de muchos católicos que quieren ser fieles a la Iglesia, y luchan por serlo.