Reescribir. Y no solo la historia.
Siento tener que decirlo, pero lo digo como lo siento: me da que hay todo un intento de re-escribir todo: la misma historia, por ejemplo; pero no solo eso, sino también la doctrina; y, apurando, hasta la misma Fe.
¿Por qué lo digo? O, ¿en qué me apoyo para hacer esta afirmación, que bien puede parecer una auténtica “denuncia"?
Pues en lo que está pasando; tal como yo lo veo y entiendo, por supuesto. Y es perfectamente legítimo que otro lo vea de manera distinta, o incluso contraria. Es lo que pasa siempre con las valoraciones: dos profesores distintos corrigen el mismo examen, y bien puede pasar que la nota que pongan sea diferente o, incluso, muy distinta.
¿Y por qué se hace -o se intenta-, y desde sitios tan distintos? ¿Qué hay detrás?
Detrás hay lo que ha estado siempre: el intento de destruir la Iglesia Católica, desde dentro y desde fuera: todo servía, y desde todos los ángulos. Y este intento “constante” -"eterno", podríamos decir- responde, desde el principio de los tiempos católicos, al hacer y al quehacer del demonio, que siempre se ha servido de “ayudantes” bien humanos, visibles, terrenales…, dentro y fuera de la misma Iglesia. También por una razón: para que a él no se le vea, y no se pueda “echarle la culpa": nunca, es un emboscado de primera clase. Pero muy eficaz, porque tiene mucho “colaborador” donde elegir.
Es la eterna lucha que el demonio va a plantear a los hijos de María -la Mujer, la nueva Eva- y a los hijos de Jesús -el Hombre, el nuevo Adán-, que son los hijos de Dios.
Esta lucha, históricamente, ha brotado -con estrategias y métodos antiguos y nuevos- desde la primera persecución -por obra de los principales entre los judíos- contra los mismos Apóstoles y los primerísimos cristianos; lo cuenta, por ejemplo y en primera persona el mismo Pablo: no en vano era uno de los que buscaba aniquilarlos, y lo hacía concienzuda y eficamente.
Luego, vinieron las persecuciones por obra del poder romano, pagano, que se lanzó “con todo” contra los cristianos; con todo, incluso con las denuncias anónimas, que luego hubo de rechazar; como tuvo que rechazar también que se presentasen voluntarios al martirio, porque se les empachaban los leones, que no daban a basto y no podían ni hacer la digestión con tranquilidad.
Más sutiles fueron el arrianismo -que casi se cargó la Fe de la Iglesia- y el gnosticismo, que casi se carga todo lo cargable.
Los musulmanes, desde el siglo VII, pusieron también lo suyo; y arrasaron, espada en mano -en esto han evolucionado poco, la verdad- y, de hecho y como está escrito en el Apocalipsis casi siete siglos antes, hay muchos lugares donde no ha vuelto a crecer la “hierba": arrasaron hasta los cimientos, allí por donde han pasado.
En este intento, no puede uno olvidarse de Lutero, que no dejó títere con cabeza, y no solo intelectualmente hablando: no dejó tranquilo ni un solo artículo del Credo: a todos los “retocó", por decirlo finamente; arrasó con la disciplina de la Iglesia, con los Sacramentos, con la Cabeza, con los Piés, con la Misa…, o con todo lo que se moviese, o pasase por allí. Incluida alguna “monja", que también las debió haber, según se cuenta.
Desde entonces no había pasado nada “relevante” en este orden de cosas: el Concilio de Trento -y lo que construyó- fue la gran defensa y el gran valedor de todos en la Iglesia, frente “al mundo, al demonio y la carne".
Pero lo que ahora se pretende es no dejar nada en pié -y además, “¡deprisa, deprisa, que el tiempo vuela!"-; es buscar, y lograr, el desmantelamiento -concienzudo, con poderosos medios y, como es lógico además, con dinerito fresco, porque para ir contra la Iglesia nunca falta, ni siquiera desde la misma Iglesia-, de la Iglesia, con el concilio Vaticano II y su “espíritu” como música de fondo -ya solo pueden agarrarse a eso: a un fantasma, una ideología, porque la realidad va por otro lado- y de sus “construcciones”; ambiente que había sido acallado y arrinconado con san Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero que ha rebrotado y reverdecido en estos últimos tiempos: muy pocos años, en concreto. Y es lo que más pavor da: su virulencia, y la urgencia con la que actúan. Al menos a mí. Pero no por mí, sino por la Iglesia y por las almas.
Pero como la Iglesia molesta, como la civilización que ha construido -humana, valiosa y fecunda, rica en cultura y arte, madre que no desampara a nadie- hay que desmantelarla. Primero hay que re-interpretar su Palabra -que es de Dios: “en la época de Jesucristo no había grabadoras"-, para luego poder re-escribirla: “Jesús hoy estaría a favor del divorcio". Y así “inventarla” o, como mínimo, “pelillos a la mar". Una vez ya sin este referente divino, todas las interpretaciones humanas tienen la puerta abierta y carta de bienvenida. Luego, a la Iglesia se la deja hacer -y nada más- las obras de beneficencia que siempre ha hecho, para que los que creían en algo esten entretenidos… Y a correr.
Además, es muy sencillo hacerlo: basta con escribir, por ejemplo, la palabra “celebrar” a la hora de “acoger fraternalmente” el hecho de acompañar desde las más altas instancias católicas -para poder más tarde refrotarlo por los magines de la plebe- en la celebración de los 500 años de la mal llamada “reforma” luterana.
Es un ejemplo, entre otros muchos, que los hay. Sin ir más lejos, la aceptación pacífica e incluso “especialmente cercana y comprensiva” -en ámbitos “católicos"- de las teminologías que utilizan los que no lo son, y lo hacen, además, para forzar a la Iglesia a entrar a su trapo -posición que se me antoja absolutamente incomprensible por parte “católica"-, no es más que poner a la vista lo que estoy manifestando.
Porque hay que re-interpretar para re-escribir para re-educar para… destruir. Y, por cierto, ¡deprisa, deprisa! que corre el reloj y ya hemos perdido demasiado tiempo con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Lo que decía, por ejemplo, Kasper frente a Küng a los pocos años del Vaticano II y lo que dice desde hace unos pocos años y se reafirma ahora, es para nota. Pero es un ejemplo vivito y coleando.
Una cosa lleva a la otra, necesariamente: se “celebra” juntamente, se “con-celebra” fraternalmente, y se participa, luego ya, en la misma Eucaristía. De este modo, se han borrado los perfiles, se han difuminado las fronteras: “todo el mundo es bueno", todas las religiones son iguales, todas salvan, ninguna lo hace por sí misma, ninguna es verdadera, todas son inventos humanos.
¡Si hasta los mormones cantan a coro -muy bien, por cierto, y en un coro más que monumental espectacular-, la Resurrección de Jesucristo! Si para esto no hace falta ser católico, tampoco para nada más, es la conclusión, hoy, de bastante gente dentro de la Iglesia. Aparte que “cantar” no es “creer", hay gente -en la Iglesia- que esto ya no lo distingue: que no lo distingan los mormones, la verdad, no me preocupa porque no es mi problema.
Ciertamente, es una “contradictio in terminis” que se pretenda aceptar como “normal” el “participar” en la misma Eucaristía; sobreentendiendo en este hecho que se participa de la misma manera y, por tanto, con los mismos frutos, entre católicos y no católicos. Que es como si se pretendiese que los solteros y los casados -por poner otro ejemplo gráfico y bien visible-, “participan” del mismo “matrimonio". ¡Alguien iba a salir con unos aditamentos frontales que ni te cuento, Manuela…!
Sinceramente. Me parece un gran complejo de inferioridad -por parte de la Iglesia- “rebajarse” hasta esos extremos: san Pablo ya nos advertía que, con los paganos, ni usar sus mismos términos, no la fuésemos a liar. Que los mormones -por seguir con ese ejemplo- nos puedan enseñar a cantar, no quiere decir que nos puedan enseñar la Fe, ni los Sacramentos, ni lo que es la Iglesia, ni nada más…, porque no tienen nada más.
Por otro lado, y por parte de gentes de Iglesia, me parece que se les suma otro complejo: el de pretender “ser el perejil de todas las salsas". La Iglesia -su Jerarquía- tiene que saber, y respetar, cual es su sitio y cuál no; y cual es el sitio de los católicos, y cual no.
Y lo mismo que los poderes públicos no pueden asfixiar la iniciativa privada, y debe limitarse en sus funciones al principio de subsidiaridad, lo mismo ha de saber hacer la Iglesia y los miembros de su Jerarquía. En caso contrario, mantiene como “menores de edad” a sus hijos; y eso no es educar; y dejaría de ser buena madre. Y esto se llama CLERICALISMO, mal que ha denunciado el mismo papa Francisco hace bien pocos días.