Los calvinistas, los protestantes y otras especies al uso tienen un sentido incisiva y excesivamente “reduccionista” de la fe, de la religión, de la iglesia y, en definitiva y como primera premisa, del mismo Dios. Y, en consecuencia, del mismo hombre, de sus creaciones y de la sociedad en la que vive. Pero hay muchas realidades que no admiten “jibarización” -la verdad, el bien, la persona, la moral, la familia, etc.-, porque se las destruye.
Uno de sus “pedalones” es este: “sola Scriptura". Pretenden con ello negarle a la iglesia -a todas, pero especialmente a la Iglesia Católica, claro-, toda pretensión no solo respecto a la misma autoridad interpretativa de la jerarquía en relación al “contenido” de las Escrituras, sino hasta en la definición y concreción del Canon de las mismas: ‘nos basta y sobra con la alta y única autoridad de Dios que revela’, dicen que dicen, y se quedan tan anchos; pero también se quedan con las vergüenzas al aire: porque luego cada uno hace y dice lo que quiere, y “aquí paz y después gloria".
Pero ésto, como ha demostrado y demuestra su propia historia -antigua y reciente-, es un auténtico desastre. Problema que se trasladaría de inmediato a la Iglesia Católica si ésta pretendiese que con la Sagrada Escritura les basta y les sobra a las buenas gentes para su Salvación.
Y no es así, en absoluto. Y me explico. Pero vaya por delante que es un “nuevo frente” -le crecen los enanos- que pretende abrirse en su seno, como “remedio", propugnan, a la escasez de clero: si no se celebra la Santa Misa, no hacen falta sacerdotes; y además, siempre nos quedará la “Palabra". O “sacerdotas". O “viri probati". O…, ¿qué más da? Siempre podremos inventarnos algo, ¿no?.
Pues no es así.
¿Por dónde cojea -y apesta- la tal “solución"? Por la parte principal, la que hace que la Iglesia sea “la” Iglesia: por Cristo, por la falta del Cristo Vivo. El que proclamó Pedro ante Jesús y ante los demás Apóstoles: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Pero ni siquiera eso y así -con la declaración formal de Simón- era suficiente: se necesitaba la Iglesia, “su” Iglesia, para estar Él. Por eso e inmediatamente, Jesús respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora Yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos (Mt 16, 13-19). Por cierto: la Iglesia Católica no es nuestra, como se acaba de leer de boca del mismo Jesús, porque no la hemos “inventado” nosotros.
Pedro iba a ser la “piedra", sin la cual no se puede construir la Iglesia Católica en este mundo; era la piedra “visible", la piedra “designada” -elegida- por Cristo. Pero la auténtica “roca” no era Pedro: seguía siendo Jesús, la piedra angular.
Jesucristo es la “Piedra primigenia", la “Primera Piedra", la que nos dió el Padre, sin la cual ni hay Iglesia ni hay Pedro. Lo recogerá también san Mateo un poco más adelante: Jesús les dijo: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: ‘La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente’?” (Mt 21, 42). Y esto no lo dice, en absoluto, por Pedro: lo dice por Él y de Él.
Por eso, aún señalando y escogiendo a Pedro, teniendo Jesús que irse…, tenía que quedarse. Necesariamente. Y se queda: no podía faltarnos nunca la piedra angular. ¿Cómo? Encarnándose: Y el Verbo se hizo Carne, y habitó entre nosotros. Así es como pudo prometer y cumplir su Palabra: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).
Una vez encarnado, y como culminación de las tres años de su vida pública, llegó a Jerusalén -cum festinatione- para el Triduo Pascual, que comienza con el Jueves Santo. Ahí, en la ültima Cena, al instituir la Eucaristía, instituyó el sacerdocio católico y fundó la Iglesia: tenía ya todos los mimbres: Él, la Eucaristía y el Sacerdocio, con Pedro y los Apóstoles. Así: Tomando pan, lo bendijo, lo partió y dijo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros. (Mt 26, 26). Y, acabada la Cena, lo mismo hizo con el vino del cáliz.
Sin la Eucaristía falta Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y sin Cristo, no hay Iglesia: no hay Sacramentos, no hay Jerarquía, no hay nada: por no haber no hay ni Salvación. Todo sería un bluf, una pantomima, nada, como se ve en lo que están quedando calvinistas, protestantes varios, luteranos, anglicanos, etc. Quieren ser, les gustaría ser, pretenden haber sido…, pero ya no son. En realidad, nunca fueron porque nacieron “muertos", como un aborto: estaban y están sin Eucaristía, están sin Jesús, sin el Dios vivo, real y verdadero. Y los trampantojos, como las ficciones, no son eternos, por su misma concepción y naturaleza.
El Verbo se hizo Carne. Así es y será siempre “Palabra viva", Palabra “Encarnada". Y solo así. En caso contrario se convierte en “letra muerta” porque se la mutila al quitarle lo más esencial: su misma Alma y Vida, a Jesús mismo. De hecho, es lo que se nos pide como hijos de Dios en su Iglesia: que hagamos nuestra -que “encarnemos"- la Palabra de Dios, el Evangelio: la hagamos vida nuestra. Y lo primero -por más sublime-, lo que une directamente con Jesús es hacerse cargo de su “invitación": Tomad y comed… Tomad y bebed…Esta es la primera obra de la “escucha y obediencia” a la Palabra. El resto sería un mero desideratum sin la Comunión, sin el Cristo vivo.
Es imposible no recordar las palabras de Benedicto XVI en su homilía de la Misa que celebró en París, en septiembre de 2008: “Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia. Nada suplirá una Misa por la salvación del mundo".
Por todo esto, ¿cómo alguien puede pretender que esgrime la “Scriptura” después de arrancarle las páginas del Jueves Santo? Arrancando además las de san Pablo, lo que él mismo había recibido; así es como nos pudo transmitir la Misa y la Consagración como la primera y verdadera “Tradición” de la Iglesia y de sus hijos. Y las páginas de los Hechos, con la vida de los primeros cristianos en torno a la Eucaristía y la oración. ¿Alguien, en la Iglesia Católica, se cree con derecho a olvidar esto?
Además, ¿a quién y cómo van a adorar -la primera obra de la virtud de la Religión- sin ponerse a los pies de Jesús en el Sagrario, o en la Exposición Eucarística; sin el Jueves Santo y sin la Misa? ¿Y de quién se alimentarán? No les queda más “pan” que ellos mismos y sus tradiciones, con las que han cambiado -han despreciado- lo que habían recibido. ¿No es esto precisamente lo que Jesús echará en cara, duramente, a los escribas, fariseos y a los mismos sacerdotes? Pues viene en la Scriptura: ¿también han arrancado estas páginas? Demasiado “selectivas” estas “realidades eclesiales” jibarizadas y jibarizantes; y toda una auténtica tomadura de pelo, por decirlo suavemente.
Por contra, aquí está toda la Tradición de la Iglesia y de sus hijos fieles que “sine Domine vivere non possumus!". Y darán su vida: porque si no les dejan estar en Misa, sin el Señor Sacramentado… ya están muertos. Nadie se cree que comerse las recetas de cocina es haber comido, aunque las hayan escrito auténticas estrellas michelín: se comen lo que han cocinado con esas mismas recetas, y si no, no han comido.
Igualito que ahora, no ya solo en esas especies pseudoeclesiales, sino en la misma Iglesia Católica. La reforma de la Liturgia y la puesta a punto de la disciplina de los Sacramentos es la primera y más urgente necesidad en la Iglesia. En la nuestra. Y dejarse de experimentos que, para más inri, ya sabemos exactamente a dónde llevan: al precipicio, a la muerte.
¿No podemos, alguna vez, escarmentar en cabeza ajena?