Les puede el corazoncito... Son así.
Una vez más, un señor cardenal de la Iglesia Católica -esta vez el de Madrid-, no solo banaliza la Fe Católica que debería defender y transmitir, sino que la anula -la ataca: supongo que sin pretenderlo, pero lo hace-, porque dice algo que no está en la Doctrina Católica, algo absolutamente distinto; y lo dice como cardenal y, además, con públicidad, desde su cargo oficial en esa misma Iglesia.
Y me explico del mejor modo: recogiendo sus palabras: “Todos somos hijos de Dios".
Lo ha dicho en la recepción que ha tenido en su casa madrileña con “líderes” religiosos de una serie de “religiones” más o menos extendidas por el mundo, reunidos en Madrid en el “8º Encuentro Elijah Board of World Religious Leaders", patrocinada por la UNESCO, que es la que pone las “perricas": que por algo será; y los congregados, siendo “de gratis", viendo mundo y ¡en Madrid! -"de Madrid al cielo"-…, pues tan contentos.
Por cierto y señalando: de todos los que se juntaron en su casa, el único “leader” religioso capaz de proferir semejante “cosa” es el señor cardenal, como se ha demostrado: a ningún otro de los allí congregados se le ocurre decir algo semejante, porque les linchan en su casa a la vuelta.
Pero como se habían dado cita en la capital, el cardenal no iba a “desairarles” sin recibirles, y sin darles algo que llevarse a la boca. Y lo ha hecho. Todo bien, mientras se limitó a las banalidades al uso eclesial o clerical de la “nouvelle vague” o de la “nueva iglesia del todo a cien": “La humanidad es una gran familia", “las religiones tenemos un papel fundamental"; y, citando a un rabino -siendo un Encuentro Elijah no iba a defraudarles-: “donde hay un nosotros, hay un vosotros”. Y cosas así, que suenan bien, y son muy “modernitas", muy monas, y muy de “bien quedar".
El problema es que se vino arriba: “se le calentó la boca", como se dice coloquialmente, porque se le debió calentar antes el corazoncito, que lo tiene, y muy grande; y, como explica la Escritura Santa: ex abundantia cordis os loquitur. Así que, como era previsible, “se pasó de frenada” y, tras un trompo de película, se la pegó. ¡Para.chatarra!
Si el señor cardenal hubiese hablado a católicos o para católicos, nada que objetar a la frase que nos ocupa: “Todos somos hijos de Dios". Porque en la Iglesia sabemos muy bien que el Bautismo, por querer divino, es lo que tiene: nos hace, exactamente, hijos de Dios al quitarnos, con la Gracia Santificante Primera, el pecado original. Pero únicamente así.
Pero, si se elimina esta “pequeña” circunstancia del Bautismo, lo de “hijos de Dios” es un mero flatus vocis; o sea: NADA. Es como hablar del “unicornio", o de “pegaso” -un caballo con alas-, o del mito de aquel sujeto que pretendió volar con unas alas de cera… Y, como no podía tener otro final, ¡se la pegó!
Es cierto que se ve que al señor cardenal le sigue sonando lo de “hijos de Dios"; pero me da que ya no sabe -se le ha debido olvidar, quizás, con tantas vueltas como da la vida, y lo enrevesado que está todo ahora- y ha perdido el texto y el contexto. Y se ha hecho un lío. Con toda su buena intención, qué duda cabe. También hay que decir en su descargo que la autoría de la frasecita no es suya…
Pero, siendo esto ya mucho -que ha perdido el “oremus"-, no solo se carga el Bautismo, con eso tan “cariñoso” y tan “cercano” -o no- y tan “fraternal” -o no- de “todos somos hijos de Dios"; sino que va más allá: anula, pues deja sin sentido y sin finalidad, un mandato expreso del mismo Jesús cuando, tras su Resurrección, les va transmitiendo a los Apóstoles y sucesores su misma Misión: la Salvación de todos los hombres. Y les dice a ese propósito: Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y si dice BAUTIZÁNDOLOS, lo dice por su necesidad absoluta: no lo dice para que se laven la cabeza al menos un día.
Y es lo que hicieron los Apóstoles, con Pedro a la Cabeza, ya el mismo día de Pentecostés, cuando echa a andar la Iglesia Católica: ese día se bautizan tres mil de los que oyeron Y a las gentes no les predicaron milongas, diciéndoles que “pelillos a la mar", que lo habían hecho muy bien, que Dios perdona siempre, etc. No, para nada.
Les predicaron que ellos -sí ellos, los que se habían congregado delante de Pedro y los demás Apóstoles-, habían entregado a la muerte a Jesús, habían pecado entregado al Inocente, el Hijo de Dios. Ellos, habían gritado ¡crucifícale, crucifícale! Por eso eran culpables. Ciertamente, luego -al tercer día- había resucitado; y ellos -ahora, los Apóstoles- eran testigos de todo eso. Y les animaron a pedir perdón y arrepentirse si querían salvarse.
Ellos, los que estaban delante, compungidos, dijeron: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Y la respuesta fue inequívoca: ¡Bautizaos! Y así lo hicieron: tres mil, ¡y de una sola tacada!, que se dice pronto. Y desde entonces la Iglesia Católica -al menos hasta no hace muchos años-, lo ha hecho siempre así, con unos resultados -hasta ahora, ya digo, que ha dejado de hacerlo- fantásticos: de “pleno al quince", prácticamente.
A estas alturas, tener que recordar esto para salir al paso de las declaraciones de un señor cardenal de la Iglesia Católica…, pues tiene su miga. Pero no se pueden dejar estas palabras así, tal como han sido dichas: ni por Jesús, ni por su Iglesia, ni por él, ni por las buenas gentes, ni por mí.
Porque yo soy sacerdote católico y, con la gracia de Dios y vuestras oraciones, espero morirme así. Y no puedo callar. Me sería más fácil, pero no puedo. Ya hay demasiada gente, a todos los niveles, que sí calla. Yo, simplemente, no puedo.
Se entiende que se le haya desbordado el corazón. Pero pretender ir más allá del mismo Jesús, y más allá de la misma Iglesia, es pretender que Jesús “no ha hecho las cosas bien” -la Iglesia, por tanto, tampoco-, que “se ha quedado no corto, sino cortísimo"; que esa actitud “no se entiende” -es decir: “no está bien"- en el Hijo de Dios. Pero, eso sí: ya estamos aquí nosotros, los “nuevos” de la “nueva", para hacer no ya mejor sino definitivamente bien las cosas. Desmontando la Iglesia, después de haber desmontado al mismo Evangelio, y haber pretendido callar a Jesús. De este modo, tanto Él como su Evangelio dejan así de ser la Buena Nueva para montárselo -estos “nuevos"- como la “nueva buena". O “mala", según.
Pido perdón si a alguien le molestan estos recordatorios de lo que es la Iglesia, de lo que nos ha dejado encargado Jesús, de lo que son los Sacramentos, de lo que es la Fe Católica…
Pero si vamos poniendo por delante que “todos somos hijos de Dios” -cosa que es mentira, y hace mentiroso al mismo Jesús-, acabamos reduciendo la Iglesia Católica a un economato de ropa y comida “gratis total". Y no es eso.
Habrá que hacer eso cuando y con quien haya que hacerlo. Pero no a costa de borrar los perfiles de “lo católico", y “matar” la Misión de Cristo, que ha de ser “la salvación de las almas todas"; es decir, exactamente la nuestra, la de cada uno de los bautizados: porque no existe, ni puede existir, una “nueva iglesia” que pretenda ser “la católica", la de Cristo Jesús, desde unos presupuestos que no son los de Cristo.
Y rezad por mí.