Están saliendo noticias de que en Italia, y “cocinado” desde el mismísimo Vaticano, hay todo un intento de impulsar una “nueva” Democracia Cristiana (una DC-bis), “Insieme” [juntos, unidos, todos a una], parece que se llama el invento. Ya se sabe que, desde hace casi seis años, o es algo “nuevo” lo que se propone desde el Vaticano, o no se propone nada; o casi. Esta idea “nueva” es un ejemplo más.
Por cierto que casi todo lo “nuevo” que está saliendo desde esas famosas colinas es más viejo que el capitán Trueno: vease lo de la DC bis: tan viejo y tan reviejo que ha desaparecido del mapa, tragado por la vorágine de su espectacular fracaso como “cristiana". No entro ahora en lo de “democracia". Y, en algunas ocasiones, incluso y desde esas mismas colinas, salen a relucir hasta herejías “viejas” y condenadas desde siglos atrás por la misma Iglesia, con su Cabeza -Pedro- al frente
Yendo a la realidad histórica de la DC en Italia, habrá que decir que, con impulso entonces también del Vaticano -lo hubiese pretendido así directamente o no-, dejó el país en manos de los comunistas; que, de no ser nada políticamente hablando en cuanto se les acabaron el “mito” -y las armas- del aura “partisana", se habían quedado en casi nada, y estaban montando algo así como un golpe de estado, asunto al que tienen gran afición los del rojo-vivo por bandera; y, despúes de pasar por los “inventores” del “euromarxismo", de corta trayectoria también, son poquita cosa, y no han gobernado nunca..
Los sociatas, también rojelio-marxistas como en todas partes -lo llevan en su ADN-, siempre contaron poco aunque, con el invento del “pentapartito", con Craxi llegaron a gobernar; pero el intento fue más bien fugaz y desastroso: el susodicho tuvo que salir por piés de su propio país para no acabar en la cárcel por corrupción: seguimos con el mismo ADN; y del partido socialista en Italia nunca más se supo. Por su parte, la DC acabó como el “rosario de la aurora": haciendo mutis por el foro del mundillo político italiano. Ni existe desde hace bastantes años.
¿Esto quieren reeditar? ¿Y para qué? ¿Para volver a los “laureles” de seguir asolando país y conciencias, descristianizando aún más Italia? Mal vamos por las alturas de las colinas. No dan la talla ni intelectualmente hablando: se están quedando el “cerritos” de chicha y nabo.
Pero vamos al nuevo intento, viejo y nuevo -aunque no como el Evangelio, claro, sino como “ocurrencias humanas disparatadas"-, porque ya se sabe que el hombre es el único animal que tropieza en la misma piedra dos, tres, cuatro, cinco… y las veces que hagan falta. ¡Será por tropezar, oiga! Y ahora le toca a los jerarcas católicos estar ahí una vez más, sin aprender nada de la historia anterior porque es “vieja"; y siguen, a lo que parece, de tropezón en tropezón: espero que no se hagan mucho destrozo, ni personal ni colectivamente.
Pero es que, como he dicho, el intento ya fracasó en la práctica. Y fracasó, no por las circunstancias históricas, pues tenían todo a favor, sino porque es metafísicamente imposible la conjunción planetaria de esos dos conceptos y las realidades que encierran: no casan. Es como pretender mezclar aceite y agua, lo frío y lo caliente, el mercurio y el vino, lo verdadero y lo falso, el pecado y la gracia, lo arcoiris y la castidad, la maternidad y el aborto, el matrimonio y lo homosexs…, y así en un sin número de realidades y situaciones que se excluyen mutuamente: se repelen.
¿Qué casamiento puede haber entre “democracia” y “cristiana”, como se demuestra cada día en el quehacer de las democracias occidentales? Salvo la USA. Pues ninguno. Y voy a intentar explicarlo, acudiendo a algunas de sus peculiaridades o fundamentos y sacar las consecuencias pertinentes. Empezamos.
1. Las democracias modernas, que nacen ateas, crecen ateas y siguen ateas a día de hoy, cambian radicalmente el histórico paradigma de los gobiernos anterior a la Revolución Francesa; que, todo hay que decirlo, trajo tantísimos bienes a personas, sociedades y naciones: así se hizo Europa; y así, la misma Europa salió al resto del mundo y lo vivificó.
Cuando los gobernantes eran catolicos, tanto para ellos como para sus súbditos o ciudadanos, sabían y aceptaban que el poder viene de Dios. “Por la gracia de Dios” se titulaban aquellos; y estos, además de estar al cabo de la calle, estaban muy conformes: ambos estamentos sabian que debian rendir cuentas a Dios al final de su vida; amén de que debían vivirla, cada uno en su sitio y en sus circunstancias, “cristianamente". O sea: “moralmente", y con una “proyección trascendente".
Es decir: tanto soberano como sus ministros y autoridades, junto con los subditos, o sea TODOS los miembros de la “polis” o de la Nación, sabian perfectamente lo que habia que dar a Dios y lo que habia que dar al Cesar, que no era lo mismo, en absoluto. Según aquello tan determinante y tan esclarecedor -no en vano habia salido de la boca del mismo Cristo-, de dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Esto era y es “lo cristiano", y lo que no es esto sino todo lo contrario, ni lo es ni lo puede ser.
Solo así, cuando hay un “algo común” -Dios y su Ley divina y su Amor que Salva- por encima de los dos estamentos, puede tener y tiene cabida el “quehacer común", es decir, el “bien común” al que tanto gobernantes como gobernados han de procurar servir. Hoy el concepto de “bien común” ha desaparecido del mundillo político: creo que se les caía ya la cara de vergüenza, o que ya ni lo han oído nunca. Así están las cosas.
Hoy, en las democracias occidentales, tan democráticas como injustas, porque las reglas no son las mismas para todos sino más bien muy distintas según a qué lado estés de las mismas, los únicos que “dan” -pagan- son los ciudadanos; y los únicos que “reciben” -cobran y arramblan con todo- son los políticos, sindicalistas, enchufados, asesores, familiares, chóferes y asimilados…
Es la “ley del embudo", a favor, por supuesto, del personal antes-citado. “Ley” que no parece que personifique lo “democrático". En mi opinión. Y “Ley” que impide que haya un quehacer común que desarrollar, y un bien común que alcanzar. Por eso no lo hay en estas “democracias", y no lo puede haber. Debería…, pero no.
2. La “democracia” se basa, en su ejercicio “practico” [sinónimo de “moral"] -al menos teóricamente: no nombro los cambalaches post electorales, que desvirtúan y anulan incluso el querer objetivo de los votantes-, en el “sufragio universal” más o menos directo, o así. Lo “cristiano” en cambio, ni se hace ni se opera desde el sufragio, sino desde “lo que es recibido de Dios”: desde la vocación -para los católicos: como era antes la inmensa mayoría de la gente- a vivir como hijos de Dios en medio del mundo; y su realización práctica se hace -deberá hacerse siempre- atendiendo a lo que Dios mismo nos ha revelado. En caso contrario, deja de ser cristiano.
A este respecto solo hay una excepción en la Iglesia Católica: la “elección” del Papa por “sufragio” de la totalidad de los votantes reunidos en cónclave electivo: una elección impecablemente “democrática", nacida más de mil quinientos años antes del “invento” de la Revolución francesa. Y el hecho de que se haga por un cuerpo “restringido” de votantes, no es para rasgarse las vestiduras; porque en las democracias el sufragio también está restringido a los que tienen “derecho a voto": que el cuerpo electoral sea más o menos numeroso ni añade “calidad” al sistema, ni valor a los resultados.
3. La “democracia” se basa, ademas, y en orden al “juicio practico” del actuar personal y colectivo, en “lo legal"; es decir, en “lo que es conforme a la ley humana”. El mundo de “lo práctico", o sea, el mundo de “lo moral” necesita obviamente “leyes": un ordenamiento juridico. Pero, en el mundo democrático, las “Leyes humanas", como vemos una y otra vez, salen -se justifican- del llamado “positivismo jurídico", que “define” -más bien “ordena” y “obliga"- que “las leyes responden a la voluntad del legislador”. De ahí que, ni gobernantes, ni legisladores, ni democracia, entran para nada -al mejor uso integrista, dictatorial o ayatolá: es decir, ciegamente, ideológicamente, interesadamente, dañina e irracionalmente- en más profundidades o en otras consideraciones.
Especialmente huyen de los conceptos de “si eso es así": si es “verdad", si responde a lo que es la persona y a su dignidad; mucho menos si es materialmente “bueno” o “malo", ni siquiera viendo sus consecuencias, que están bien a la vista para los legisladores, pues tienen todos los datos. Y, muchas veces, no solo los maquillan sino que los ocultan dolosamente, miserablemente, por seguir en el poder y su “disfrute". La “mentira como sistema = la corrupción como sistema”. ¡Democrático a tope!
Lo “legal” se convierte en la máxima “referencia externa” de la conducta en la sociedad democrática, tanto para las personas como para las instituciones. Y “otras consideraciones", especialmente los juicios morales “tradicionales” -en especial en los países de larga cultura católica-, no solo no son admitidos -como mucho y en el mejor de los casos solo a nivel “personal"-, sino que han de ser combatidos hasta anularlos. ¿Motivo? “Son dañinos para la democracia". Dicho, claro, por los políticos y asimilados, y por la cuenta que les tiene: es que viven muy bien -ricachonamente, “mafiamente"- de esto.
Pero, ¿"lo legal” de dónde “sale” en democracia? ¿De la voluntad del pueblo? No cabe mentira más ambaucadora, porque es falso hasta numéricamente: no es el querer de la mayoría. Ya hemos dicho que “de la voluntad de los gobernantes”; lo que deja las manos libres -impunidad cuasi total- a los partidos y a los políticos que los constituyen, para legislar todo lo que les viene en gana, fruto de sus tomas de posición “partidarias": “positivismo juridico", hemos quedado que se llama. Y así, la “democracia” está permanentemente “secuestrada”: es una falsedad total y absoluta, solo “sostenible y quizá justificable” en el plano “teórico"; pero, incluso en este horizonte, se la tilda de “el menos malo de los sistemas politicos”: Churchill dixit. No da para más. Y sera el menos malo, pero MALO. Y lo dice una persona que no era catolica para mas señas.
De ahí que, en tantos países, se ha convertido en una autentica “dictadura de partidos", en sentido “moderno” o “nuevo". Y “lo legal” se convierte, por fuerza de las leyes y la propaganda política -que “lavan cerebros y conciencias"-, en la “nueva moral” o la “moral cívica” o “moral civil”, usando el término “moral” por su prestigio -para tapar sus vergüenzas-, aunque se le haya vaciado de su genuino contenido. Pero es la única “moral” que puede “asumir” un “demócrata": Y si no lo hace se torna un incivil, y en un peligro que habrá que “neutralizar": para eso están las leyes también.
A la vez y necesariamente las democracias occidentales se han convertido en auténticas y eficaces “trituradoras” de personas: de su dignidad, de sus capacidades, de su libertad, de sus virtudes y valores para hacer, lisa y llanamente, “borregos”. Y, por lo mismo, en “trituradoras” de la Iglesia Católica, con ataques salvajes: la única institución con el prestigio mundial suficiente -al menos hasta hace unos poquitos años- para defender a la persona humana; porque, desde Dios, la persona es su razon de ser: a la que hay que amar como la ama Él, y a la que hay que salvar, como la salva Él; en primer lugar. del mundo y sus múltiples entramados -también los políticos y sus “estructuras de pecado” (san Juan Pablo II), del demonio y de la carne.
Por ejemplo, la pregunta: ¿es “bueno” para el bien de las personas y de la misma sociedad que haya aborto legalmente amparado; es decir, que una madre, aunque sea menor de edad, mate “legalmente” a su propio hijjo, y que el padre no tenga -no pueda legalmente- nada que decir? Ni siquiera hacen la pregunta, porque ni les importa. Ni siquiera se preguntan si es mínimamente “decoroso” tal perversidad.
Y, como esto, un buen montón de situaciones que soprepasan con mucho el mero ámbito político. Pero como la política quiere ser la “nueva y única religión", cada vez invade más competencias de esta. También es verdad que, en lo que respecta a la Iglesia Católica, se ha dejado comer la tostada desde hace muchos años. Y a conciencia, que es lo más penoso.
Por si esto no tuviera suficiente peso por sñi mismo, ni siquiera cuando es palmario -seguimos con el caso del aborto y sus reales consecuencias- que ya no hay recambio generacional, o que faltan brazos para trabajar y cotizar, se da marcha atrás: se mira siempre para adelante -para Marx, los “remordimientos por lo mal hecho” tenían muy mala prensa: era un prejuicio burgués que había que extirpar en la cadena de mando-, con una ceguera y un empecinamiento dignos de aplauso; y se acude a traer gente de fuera que sale mucho más caro, y genera muchos más problemas -de todo tipo- que poteger el matrimonio y la familia y fomentar la natalidad. Eso ¡jamás!: porque la ideología arrasa hasta con la evidencia; y no recula ni ante los males que genera.
Por contra, “lo cristiano” tiene siempre presente si algo es “verdadero” en sí mismo y, en consecuencia, si es “bueno” o “malo” moralmente hablando, tanto para las personas mismas como para la sociedad en la que vive y en la que, el cristiano y lo cristiano, ha de ser sal y luz, y levadura que hace fermentar toda la masa. En caso contrario, lo rechaza, porque ya no le interesa. Y no le interesa fundamentalmente porque a Dios aún le interesa menos.
“Lo moral” -y “la moral"- no lo “inventa” ningún poder de la Jerarquía católica: lo establece lo que se denomina la “Ley de Dios". Y la Jerarquía es la primera interesada en regirse por ella: de otra forma, se queda sin autoridad “moral” para pretender recordar nada a sus fieles: mucho menos para imponerle algo coercitivamente. Los políticos democráticos no tienen, por su parte, ningún inconveniente en hacerlo como mejor les conviene: “democráticamente", claro.
Seguiremos con el tema: porque da de sí -no hemos dicho todo, ni mucho menos-, y porque es importantísimo en sí mismo. En especial, para los católicos del mundo occidental: que alguno queda todavía, y los que quedamos queremos reconquistar además tanto el mundo perdido como la vocación olvidada.