"La piedra que desecharon los arquitectos..." (Mt 21, 42)
Esta es la crisis de Fe en/de la Iglesia, por obra y gracia de eclesiásticos de todo rango, pelaje y motivación, que de todo hay en la viña del Señor: han despreciado al mismo Jesucristo, la verdadera y única PIEDRA ANGULAR de la Iglesia y, por tanto, del mundo. Bien entendido este, como lugar teológico del encuentro del hombre con Dios. Y sin ninguna otra connotación.
Por descontado: no hay ningún otro sitio en el que buscar y presentarnos para este encuentro: porque ya nos ha puesto el Señor en él.
Como decía santa Teresa de Jesús a sus monjas: “El Señor está también entre los pucheros”. O, como afirmaba san Josemaría, Fundador del Opus Dei, con una rotundidad de Fe: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”.
Ni que decir tiene, por supuesto, que Jesucristo es la piedra angular de todo hombre. Claro que primero hay que conocerlo y quererle. Para esto, tratarle. Y, nunca, arrojarlo lejos de nosotros.
Pero tal como están las cosas, ¿qué pasa? Pues que lees o escuchas las declaraciones más “motivadas” de los jerarcas más puestos al día, y… ¡es que ni nombran a Jesús! Un ejemplo: un señor obispo español larga: “En la Iglesia deberíamos mirar en primer lugar a los últimos”. No te digo…
Declarada que, aparte de no decir nada -excepto hacer poesía: sonar suena bien y además se lleva este género-, tampoco acaba de concretar nada eso sí: desdeña o, como mínimo, ningunea y “olvida” a Jesús -¿de intento? ¿lapsus?- como el primer lugar al que mirar en y desde la Iglesia. Y desde donde puedan mirar, y escuchar y hablar con Él, en la propia Iglesia. Y así nos va, y les va. ¡Es que ni se acuerdan de que existe!
Y mira que Jesús -ahí está toda la Biblia, también para los miembros de la Jerarquía Católica- es claro y rotundo al respecto. Copio: Jesús es la piedra que desechásteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos (Hch 4, 10-12).
Y esto no va como reproche, no: va como lo siguiente. Es lo que responde Pedro ante los principales de los sacerdotes judíos que pretendían prohibirles, a él y a todo el Colegio Apostólico, que siguiesen hablando de Jesús nada menos: del Señor su Dios.