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24.02.16

¿Y cuando se acaben los pobres, qué? Parte II

Hemos quedado en que “pobres", en boca de Jesucristo y según sus enseñanzas, es el que se sabe “necesidado” de Dios de un modo absoluto: -"Sin Tí, Señor, no soy nada". “Tú eres mi Dios y mi todo". Idea que vertebra toda la vida cristiana -la santidad heroica- que es Señor tiene derecho a buscar y encontrar en cada uno de nosotros. El “sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5) se nos hace cada día, a cada hora, tan evidente, que sobran las glosas.

Estos son -y todos nosotros lo hemos de ser- los “pobres de Dios", sus “predilectos", sus hijos amados “hasta el extremo” (Jn 13, 1), aquellos por los que da la vida. No lo son los pobres “materiales” por el mero hecho de ser materialmente pobres. La pobreza material, como la riqueza material, por sí mismas, ni hace bueno ni hace malo a nadie: todo dependerá de cómo la persona use, quiera usar, la pobreza -o la riqueza- para ser más y más de Dios.

Y así, mucha gente, en la Iglesia, “ha escogido” voluntariamente la pobreza. A veces, incluso, rechazando los abundantes bienes materiales que poseía; o rechazando buenas perspectivas profesionales, presentes y futuras; o dejando de lado situación y posición social elevadas, en términos humanos. Son los que se “han hecho a sí mismos pobres” propter regnum caelorum, a imitación de Cristo que, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8, 9).

Y es así, en el marco de la imitación de Cristo, cómo la Iglesia exigió, a los que querían abrazar la vida religiosa, y como el resello de su carisma, la obligación de profesar los votos de castidad, POBREZA y obediencia. Una exigencia extraída de las mismas Constituciones de su vida religiosa, apartada del mundo: como sus señas de identidad de su comptentus mundi", que significaba -y significa- el desprecio de las cosas de aqauí abajo.

Por lo mismo, la Iglesia siempre -desde sus mismos inicios-, siguiendo la misma predicación de Jesús -porque no tiene otra-, fustigó las conciencias y el corazón de los que tenían bienes materiales -"¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios!” (Lc 18, 24)-, para que no fiasen en lo que tienen, para no poner en esas cosas su corazón, sino para moverles a generosidad: porque, además, TIENEN -recibido del Señor- PARA DAR, no para atesorar lo que no se van a llevar de este mundo,  "donde el orín y la polilla lo corroen todo"; sino para que dando, tengan un tesoro en el cielo..

Para facilitar este DAR DE LO PROPIO al que no tiene, nuestra Madre la Iglesia Santa ha puesto, desde el minuto uno de su existencia, “el servicio a las mesas” como una de sus señas de identidad más visible y característica; hasta el punto que, san Lucas, al narrarnos en los Hechos de los Apóstoles la vida de los primerísimos cristianos, señala que “todo lo tenían en común, y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenían", “nadie pasaba necesidad” y muchos, “vendían sus tierras y ponían lo obtenido a los pies de los Apóstoles", para que ellos lo administrasen para los pobres, los enfermos, los huérfanos, las viudas desamparadas, los ancianos, los abandonados…, al servicio de todos los que tenían necesidad, del tipo de fuese.

Este modo de vida -cristiana- se hizo tan clamorosamente palpable que, los paganos, que alucinan como lo nunca visto por sus lares, exclamarán: “¡mirad cómo se aman!". Y muchísimos se convertieron viendo esto.

Esta enseñanza -y esta práctica- ha sido constante en los más de 2000 años de Iglesia Católica en el mundo. San Juan Pablo II, por ejemplo, clamó en Méjico que “toda propiedad privada tiene una hipoteca social", y el papa Francisco, la última vez también en Méjico, hace muy poquitos días,con otras palabras ha recalcado exactamente lo mismo.

Este es el segundo punto que quería concretar respecto al tema de la pobreza y los pobres en Cristo y en la Iglesia. Pero seguiremos, porque hay más horizontes a los que llegar.

22.02.16

¿Y cuando se acaben los pobres, qué? Parte I

Se está produciendo en el seno de la Iglesia, y de la mano de una parte de su Jerarquía, porque nada es casual, y menos cuando median personas, una especie de polarización hacia la atención a los pobres, considerados estos en su dimensión más material: los más necesitados, materialmente considerados. Y esta polarización está presente no solo en la predicación, sino especialmente en el quehacer pastoral. A veces da la impresión por lo que se ve y se oye, que no hay nada, no solo más importante, sino -y esto es lo peor- ninguna otra cosa que hacer.

Tanto “exceso” -se quiera o no- produce un efecto negativo, respecto a la Iglesia y, de rebote, hacia los mismos pobres. Como si se diese a entender, por un lado. que ahora, en la Iglesia, se acaba de descubrir al “pobre"; de que antes y hasta ahora nadie se había dado cuenta de que los ha habido, y los hay; y, sobre todo, da la -malísima- impresión de que nunca se había hecho nada efectivo en su favor. La “opción preferencial por los pobres”  auténtico grito de “guerra” en algunos sectores eclesiales tras el Concilio Vaticano II, ha rebrotado de un modo tan exuberante, que está colonizándolo todo.

¿Esta “opción preferencial”, tal y como se está presentando y pretendiendo llevarla a la práctica, coloca a la Iglesia donde debe estar? ¿Esta “polarización” por solventar -¡ya, y de una vez por todas!- las necesidades materiales que aquejan, y han aquejado, a las gentes desde siempre, es la Misión “preferencial” que Jesucristo dió a su Iglesia? Y, en caso de que las respuestas a las dos cuestiones sea negativa, ¿a dónde conduce -a la Iglesia- esta “toma de posición” tan absolutizada? Ciertamente, no es tema baladí. Ni para los pobres, ni para la Iglesia. Por eso vamos a entrarle, “despacito y con buena letra".

Lo primero que hemos de solventar, como la más importante cuestión del tema que nos ocupa, es el concepto de “pobre” que brota de los labios divinos y misericordiosos del Señor. Así sabremos cuál debe ser el concepto que ha de tener la Iglesia, la Jerarquía, y los fieles todos.

Porque Jesús habla de los pobres: ¿cómo no iba a hacerlo? ¿Y qué dice? Dice lo siguiente: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Son palabras del Sermón de la Montaña: la Carta Magna de la vida de los hijos de Dios para todas las épocas. Y es el gran sermón de Jesús en su primera predicación, junto al mar de Galilea. Luego no es un tema menor

¿Y qué significa, en Jesús, la expresión “pobres de espíritu"? El papa Francisco, en su Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud (2014), lo define perfectamente, fijándose en primer lugar, como no podía ser de otra manera, en el mismo Jesús, que “siendo de condición divina…, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2, 5-7). Es decir, Jesús se despoja de su gloria, se humilla: primero en el pesebre, y luego en la cruz. 

Y añade el Papa: “el adjetivo ‘pobre’ no solo tiene un significado material. Está ligado al concepto judío de anawim, los “pobres de Jahvé", que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Los anawim se fían del Señor, saben que dependen de Él”.

¿Tiene esto -lo que dice Jesús, y lo que comenta a propósito de sus palabras el mismo Francisco-, tiene algo que ver con la pobreza “material", que acompaña a tantas gentes en su vida? Da la impresión de que no mucha.

Es más: de entrada, nada, ninguna. Y lo digo porque Jesús aún afirmará algo más rotundo. La ocasión se la brinda Judas -"que era ladrón", dice san Juan- y su escándalo -varias vetas por debajo del mismísimo y desprestigiado escándalo farisaico- ante el -para él- “despilfarro” de aquella mujer que se acerca a Jesús y le unge los pies con un perfume preciosísimio. Comenta Judas: “Podría haberse vendido y ddo a los pobres". Y replica, en público, Jesús: “a los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a Mí, no” (Mt 26, 11). Mientras que “necesidad de Dios” tenemos todos y siempre: porque somos “pobres” -anawim-, necesitados e indigentes de nuestro Padre Dios a todas horas.

Por tanto, ¿solventar las necesidades materiales de los pobres y necesitados es el mandato que Jesús entregó a su Iglesia, para que lo llevase a/por todo el mundo? Para nada. Cuando les transmite a los Apóstoles y, en ellos, a sus sucesores, todo su quehacer mesiánico y salvador, les dirá: “Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado” (Mt 28, 18-20).

Lo dejamos aquí, pero seguiremos, porque hay más cosas que aclarar, lógicamente.

15.02.16

¿Es mejor morir que vivir? Parte II

   El Koldo Martínez, portavoz de Geroa Bai en el Parlamento navarro, ha resucitado nuevamente, como no podía ser de otra manera ya que el tema es un tic psico-psiquiátrico permanente e incurable de la progrez, el tema del “suicidio asistido", como primer paso -necesario- para acabar imponiendo la “eutanasia activa”, que es a lo que van: van de caza al hombre.

   Es una pena lo de estos chicos -"pijos malcriados", o así, según Alfonso Guerra, que sabe mucho de todos estos: al menos tanto como de los galápagos sureños- que, empezando bien el discurso lógico -"la vida es un don maravilloso que se nos ha dado"-, se les trabuca enseguida, y pierden el hilo, por el peso aplastante y triturador de las IDEOLOGÏAS. En este caso concreto, ideología marxista, materialista y atea, como no puede ser de otra manera.

   Por eso al Koldo, portavoz del grupillo ese, y médico para más señas, “se le va la olla", y “se tira en plancha” además, como se diría coloquialmente; y por eso añade: la vida humana necesita de unas condiciones para poder ser vivida y “cuando se pierden… es más digno morir que vivir”. Con esta rajada, inmediatamente deja de estar en el mundo del intelecto para pasarse al mundo mendaz, trasnochado, demente, onírico, falso, inhumano y cruel… que desarrollan los sujetos que se dejan tragar por las ideologías.

   Porque vamos a ver, alma de cántaro. ¿Es lo mismo “morir” -o morirse- que “matar” y “ser matado"? Porque, al menos como médico -como político todo es distinto, ya lo sé-, lo sabrás distinguir. Seguramente, si alguna vez te has encontrado un cadáver con signos de violencia, has alertado inmediatamente a la policía; no te has limitado a decir “se ha muerto” ni, mucho menos, lo habrás certificado con tu firma, cuando las evidencias físicas te indicaban con claridad -mínimo, con sospechas de peso- que “se lo han cargado". Por la cuenta que te traía.

   Pues, “eutanasiar” -que yo sepa- es “matar", mucho antes y mejor que “morirse”. Porque la eutanasia es “el uso de procedimientos médicos… que provocan la muerte”, según Blecua, el Presidente de la RAE. Y en los sitios donde se aprueba, se establecen los protocolos pertinentes para ello, y que “provocan la muerte”. Da igual que sea por acción o por omisión: las dos son POSTURAS ACTIVAS que conducen a la muerte a la persona a la que se aplican. Y se hace precisamente con esa intención. Como cuando se ejecuta un aborto en un quirófano o en un  paritorio se busca matar al crío que viene. Y ¡vaya si se le mata! ¡Y vaya si se queda frita la persona a la que se la eutanasia! Vamos, que se la da el certificado de defunción, y se la entierra.

   Y el suicidio “asistido", como su mismo calificativo señala y define, es exactamente lo mismo: poner en marcha un procedimiento para que una persona “se suicide": o sea, ayudar positivamente a que una persona “se mate a sí misma”, no a que “se muera", porque no se moría: si se muriese, no se le “asistiría". Como nadie que tenga un mínimo de sentido moral, cuando ve a una persona que se va a tirar por la ventana, le dice: “espera que te doy un empujoncito; que llegarás antes abajo".

   En estas condiciones, y con estas clarificaciones necesarias, ¿se puede afirmar que “es más digno morir que vivir"? O sea: ¿es más digno “que te maten” respecto a “que te mueras” cuando te toque"?

  Lo dejamos para la próxima.

11.02.16

¿Es mejor morir que vivir? Parte I

El Koldo, se ha marcado al siguiente parrafada: “la vida es un don maravilloso que se nos ha dado a cambio de nada". ¡Toma Jeroma, pastillas de goma! ¡Ahí está, ahí está…, la izquierdísima popular! Y se ha quedado más ancho que largo; o al revés, porque estos tíos lo trastocan todo.

El Koldo -de apellido Martínez, para despistar-, es portavoz de Geroa Bai en el Parlamento de Navarra. Insatisfecho con la proclama anterior -porque estos de la izquierda progre antisistema siempre están faltos, insatisfechos: siempre están a la siguiente, casi antes de terminar la anterior-, ha añadido lo que sigue: la vida humana necesita de unas condiciones para poder ser vivida, y “cuando se pierden… es más digno morir que vivir".

Pues este Koldo -Martínez de apellido, no te lo pierdas- es médico -¡qué sarcasmo!, o habrá “estudiado” en Cuba-, según he oído por ahí. ¡Médico! ¡Si el galeno del juramento ese famoso levantara la cabeza! Pero claro, la ideología pesa tanto, tanto, que aplasta cualquier atisbo de entendimiento: lo espachurra hasta hacerlo una papillita gelatinosa; de modo que para estos de Geroa Bai -que no tengo ni idea de lo que significa, y me apellido Aberasturi-, como en general y a día de hoy, para cualquier político,“juramento” ha quedado reducido a “taco": eso sí, cuanto más gordo, mejor.

Pues el Koldo Martínez, portavoz y médico, ha largado lo anterior para concluir con el ofertón, no ya de rebajas, sino regalado -pagado por todos nosotros-, del “suicidio asistido” y de la “eutanasia”. ¡No se puede teenr más nivel intelectual: es que si tienes más, explotas, fijo!

Automáticamente, toda la progrez del Parlamento navarro -lo digo a ojo, porque no estaba yo allí-, puesta en pie, le ha tributado un calurosísimo aplauso, han pedido unos potes y unos pinchos, y han brindado por los primeros navarros muertos, asistidos y/o eutanasiados. Incluso han hecho una porra.

Me explico. 

Lo primero: afirmar, a estas alturas, que “la vida es un don maravilloso que se nos ha dado", y quedarse ahí, es de una memez que difícilmente encontraremos otra de ese calibre, excepto si viene de un político del color que sea: rojo, verde, morado, azul, rosa, najanja o arco iris.

Porque cualquiera con dos dedos de frente se pregunta, inmediatamente, que si la vida -don maravilloso- “se nos ha dado", se nos habrá dado POR ALGUIEN: porque nadie recibe nada si no se lo da “alguien”. Y “alguien” que tenga, y pueda disponer de lo que da. En caso contrario, no puede dar nada. Por ejemplo, si yo no tengo unos euros en el bolsillo, y no tengo la voluntad de darlos como limosna, o como regalo…, pues no los doy, y nadie los recibe; y si a uno le gustaría darlos, pero no los tiene…, pues tampoco los puede dar; y, en consecuencia, nadie los recibe,

Y aquí viene la verdadera cuestión: ¿quién es ese “alguien” que puede darnos la vida -don maravilloso-, el primero de los dones recibidos por los hombres? Es una cuestión que nadie puede obviar, a no ser que sea imbécil. De hecho, la primera pregunta que se hace el mundo intelectual, el mundo griego, ya cientos de años antes de Cristo, es exactamente. “por qué hay cosas, y no nada". Y la segunda e inmediata en un discurso lógico: “de dónde vienen, de dónde salen”. Aristóteles contestará que del ESSE SUBSISTENS: del primer motor inmóvil, del primer ser necesario, de la primera causa incausada, a la que llamamos DIOS.

O sea, el “alguien” -ni los animales ni las cosas dan nada, porque nada tienen y de nada disponen- es, exactamente el “Alguien", es decir, DIOS. Y Dios, en Jesucristo, “por Quien fueron hechas todas las cosas”. Y en el caso del hombre, lo hizo “a Su imagen y semejanza” -"hombre y mujer los creó"-, “insufléndole un aliento de VIDA”. Todo está escrito: solo hay que leerlo y creerlo.

Y ya lo de “a cambio de nada"…: solo una persona infectada de ideología -el virus Zika de la mente que acaba ideologizada: en microcefalia por más señas- es capaz de afirmarlo y quedarse como Einstein con lo de las ondas gravitatorias: satisfecho.

Porque la vida, que nos la da Dios -Dios es “dador de vida"- se nos da por/para algo. También los griegos fueron los primeros en afirmar que Dios es la Causa Final de la vida del hombre. Y Dios mismo nos lo reveló: “seréis santos para Mí, porque Yo, Yahveh, soy santo”. Y Cristo nos lo confirmó: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". La finalidad de la vida del hombre es la Gloria de Dios, empeño en el que consigue -se “gana"- la Vida eterna.

Amén.

1.02.16

¿Ecumenismo? ¿A cualquier precio?

En la Iglesia Católica se está pretendiendo imponer, por parte de algunos sectores representantes de la progrez eclesial, un “nuevo” ecumenismo, dado que el que se puso sobre la mesa a partir del Vaticano II, ha dado unos resultados más bien escasos.

La verdad es que, con palabras del papa emérito Benedicto XVI -al que nadie podrá acusar de tibieza en este horizonte-, no podía darlos muchos mejores, porque el Ecumenismo en sí mismo, y especialmente su fin específico, que es la unidad de la Iglesia, “es cosa de Dios".

Con estas palabras tan clarificadoras, que ponen las cosas es su sitio y en sus justos términos, la progrez no está de acuerdo. “Esto va a ser cosa nuestra", y está dispuestos a todo: incluso a celebrar con los luteranos lo de Lutero, que ya es celebrar.

Es lo mismo que si los españoles pretendiéramos invitar a los turcos a conmemorar la batalla de Lepanto, que supuso el fin de la hegemonía turca en el Mediterráneo. No me extrañaría que nos declarasen la guerra por provocadores o por imbéciles. O por las dos cosas.

Pues eso. Ahí están algunos diciendo que no hay que derribar puentes, que hay que mantener las puertas siempre abiertas, y no sé cuántas memeces más. Incluso alguno más leído intenta “argumentar” con que Jesús alabó al buen samaritano -un “hereje” para los judíos- frente a los “buenos” oficiales u oficialistas.

Cada uno coge el rábano por donde quiere. Alabar una acción buena -una acción ficción, porque está contenida en una parábola-, de una persona que ha actuado bien en su conducta con otra, no significa alabar su herejía.

Por ejemplo: cuando Jesús habla con la samaritana -y, por cierto, no para hasta convertirla-, no alaba su “herejía"; y, además, le responde cuando la mujer le plantea dónde hay que adorar verdaderamente, y no le da la razón: le contesta por elevación, desde Él mismo, porque Él es la “solución"; y para rematar bien la faena -hasta el final-, le pone el dedo donde le escocía, a modo como para curarnos, a veces, tienen que hacernos “daño": “anda, tráeme a tu marido". Y no se corta -Jesús- a la hora de recordarle la colección que llevaba como curriculum.

Lo mismo hace el padre -que representa a Dios Padre-, con el hijo menor que le pide la herencia para largarse a dilapidarla: se la da. Supongo que, si fuese un caso real, le haría sus recomendaciones para que no se fuese, le haría ver los peligros a los que se exponía, lo que tenía en su casa, el cariño de padre y hermano…: pero se la da, y le deja irse.

Por cierto: no se va detrás de él. Ni, cuando pasa el tiempo, se va en su busca. Espera y, supongo que si fuese un caso real, nadie le ganaría en rezar por aquél hijo. Pero se queda en su casa.

Eso sí: cuando el hijo vuelve, y empieza a desgranar aquel precioso y dolido acto de contrición, su padre -Dios mismo- se le echa al cuello, y se lo come a besos. Y monta una fiesta como no se conocía: “porque este hijo esta muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado”.

Esto es “la" Misericordia: la divina, la que anida en el corazón de Dios Padre. Es la que hemos de ejercer en la Iglesia. Y hemos de reprimir la tentación -lo digo de propósito: ¡tentación! porque no viene de Diios-, en el ecumenismo y en la pastoral, de pretender ser más “dios” que Dios mismo. Como no se puede ser más “cristo” que Jesucristo.

Amén.