Jesús siempre nos da seguridad. I
Cuando uno lee la Escritura Santa -Antiguo y Nuevo Testamento-, lo más inmediato que se “siente” en lo más íntimo de uno mismo, es que todo eso es VERDAD. Y la certeza de “estar” y “tener” la verdad engendra, necesariamente, SEGURIDAD. Porque estamos hechos para poseer la verdad, que es el primer bien de la persona humana.
Remitiéndonos al NuevoTestamento, vemos cómo Jesús, al hablarnos -al hablar a las gentes: “hoy” a nosotros- nunca deja nada como inacabado, como no conclusivo, de modo que pueda ser causa de incertidumbre, o de duda o, no digamos, de error. Incluso cuando sabe que su auditorio no le está entendiendo y, en consecuencia, “se le va a ir", Él insiste en su enseñanza porque lo que les pide no es que “entiendan": les pide FE. Jesús nunca ha dicho: “el que entienda se salvará; el que no entienda se condenará", sino el que crea se salvará, el que no crea se condenará. Si no le creen, si no quieren creerle, no les va a dar ninguna explicación. Y, de hecho, no se la da. San Agustín hizo una síntesis perfecta de los dos términos: “Creo para entender; entiendo para creer”
Me refiero, en concreto, a su discurso sobre la Eucaristía. Después de aquella multiplicación de panes y de peces -con la que se sacieron más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños-, las gentes le buscan para hacerle rey. Y Jesús, ante la multitud que se ha vuelto a congregar ante Él en la sinagoga de Cafarnaúm, cree llegado el momento de revelarles lo más excelso que viene a darnos: a Él mismo, bajo las especies sacramentales.
Nos lo narra san Juan en el capítulo VI de su Evangelio, que voy a resumir. En verdad, en vardad ps digo: vosotros me buscáis, … porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. (…)
Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado". (…) “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer“.
Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo: porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo".
Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan".
Hasta aquí las cosas parece que van bien; o mejor: parece que van sobre ruedas. Esa petición de la gente: danos siempre de ese pan dan esa impresión. Y se anima Jesús a llevarles “a la verdad completa“: que para eso ha venido, y para eso da su Vida por nosotros.
Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. (…) Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que Yo le resucite el último día".
Y aquí se acaba todo el aparente “encantamiento". Los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (…)
Jesús, que no les deja a solas con su “escandalosa espantada", porque la obra de Dios es que crean, les respondió: “No murmuréis entre vosotros. (…) Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. (…) Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo".
Ellos, se cierran -y se ciegan- a sus palabras, de modo que discutían entre sí los judíos, y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".
Jesús, que no les resuelve el interrogante, sino que les insiste en la Verdad, les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él. (…)
Muchos de sus discípulos, al oirle, dijeron: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?". (…)
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él.
He escrito lo que me ha parecido más importante, manteniendo lo esencial del discurso del Señor; más bien un diálogo, porque lo es en verdad. Un diálogo en el que Jesús no “rebaja” la verdad de su anuncio, ni lo adecúa tampoco a la falta de entendederas del personal, sino que se mantiene, erre que erre, en sus trece: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre no morirá para siempre, sino que Yo le resucitaré el último día.
Da la impresión que este diálogo en la sinagoga de Cafarnaúm es la escenificación de uno de los fracasos más rotundos de Jesús. El siguiente en magnitud será ya el ¡Crucifícale, crucifícale! y todo lo que trajo consigo.
Desde una perspectiva buscadamente superficial se le podría achacar a Jesús -hay quien lo hace, en este o en otros temas- una gran e “inaceptable” cerrazón de corazón -un Corazón, que no tendrá ningún inconveniente en dejárselo traspasar por amor nuestro-; pues, ante la falta de “entendimiento” de las gentes que le oían, no se aviene a explicarles cómo lo va a resolver -lo resolverá en la ültima Cena, el Jueves Santo, con los suyos mediante el pan y el vino consagrados-, sino que les insiste en lo que se resisten a creer y, por tanto, a admitir: que hay que comer su carne y que hay que beber su sangre si uno quiere vivir en, por y con Jesucristo -o sea, “en cristiano"-, y salvarse.
Hay quien diría que esta actitud de Jesús es “muy poco cristiana", según los estándares de “cristianidad” al uso. Bueno, al uso, no, porque de momento están solo los intentos; o los “usos” están solo en sus comienzos y no han cristalizado aún. ¿Llegarán a instalarse, de hoz y de coz en la Santa Madre Iglesia?
Seguiremos, que quedan todavía cosas por considerar.