"No es que Dios no exista, es que no puede existir".
Ha muerto Gustavo Bueno. Con 91 años. Rompedor en muchas de las tareas y de las posturas que adoptó, con un gran bagaje de producción literaria tras él -las más de sus obras son de divulgación o de temas de actualidad: la que él fue viviendo-, y con muchos años de docencia a sus espaldas, no pudo romper sin embargo con el lastre que lo marcó hasta su tumba: el marxismo.
El marxismo -ateo, materialista, cruelmente inhumano, sin las constantes antropológicas válidas de “verdad” y “bien"- le encerró en un mundo que, a pesar de sus esfuerzos, no fue capaz de entender. Y eso que desenmascaró la correción política más de una y más de dos veces: la abominaba. No la podía sufrir. Tan es así que en su última entrevista que concedió a ABC -hace ahora un año más o menos- se marcó una frase que, a mi juicio, lo retrata en este campo: “vivimos en una sociedad de estúpidos". O aquella otra declarada: “En españa tenemos el cerebro roto”
Pero no pudo superar nunca su posicionamiento frente a Dios. Lo negaba rotundamente: “No es que Dios no exista, es que no puede existir". Y por lo mismo, no pudo llegar a entender, a pesar de sus esfuerzos -que los puso-, a la persona humana y sus creaciones: la cultura, la sociedad, y la misma filosofía.
Lo que no deja de ser “curioso"; porque contrasta con gran parte de su itinerario formativo. En Zaragoza, Eugenio Frutos, al que reconoce como su maestro, no pensaba así para nada. Lo puedo decir desde cerca, porque don Eugenio me dió clases de filosofía a mí también.
Más tarde, once años estudiando escolástica en Salamanca, no creo que tuviesen como precipitado echarse de cabeza en el desencanto religioso primero para luego zambullirse en el marxismo. porque alguna “fe” hay que tener: el hombre no puede vivir sin ella. Y cuando no alcanza la verdadera, o la rechaza, se la “Inventa". La necesita de un modo absoluto, porque así es el hombre: religioso, moral, espiritual y abierto a la trascendencia de Dios: lo lleva en sus “genes".
De ahí su flirteo con el tema, al que toca -al que vuelve- una y otra vez en sus escritos. Pero nunca entra de lleno y con verdad. Se cierra sistemáticamente a admitir a Dios, y por tanto, a admitir “la” religión, decantándose por negar -incluso ridiculizar- la Fe, sí o sí.
Tampoco su contacto con los griegos, los padres de la filosofía, le dejó ningún lastre, en este campo. Precisamente un griego, Aristóteles, casi cinco siglos antes de Cristo y, por tanto y en sentido coloquial, “más pagano que las vacas", afirmó y demostró, con la luz de la razón -sí, la razón humana: verdadero chispazo del entendimiento divino- exactamente lo contrario: que la existencia del ESSE SUBSISTENS es absolutamente necesaria para sostener y entender al mundo y al hombre. Nosotros le llamamos DIOS.
Aristóteles no lo hace, porque no lo puede hacer. También él, a pesar de ser una de las mentes más privilegiadas de toda la historia de la Humanidad, estaba “preso” por su época. La “mitología” que atribuía a los “dioses” todos los vicios de los hombres; el politeísmo práctico de su tiempo y de su mundo; y la cualidad “trágica” de las relaciones entre los hombres y “esos” dioses, le impidieron llamar DIOS a la realidad que, sin embargo, necesitaba afirmar como principio y fin de todas las cosas. Incluido el msmo hombre.
Para llamarle Dios hizo falta que Dios mismo se nos manifestara, se nos revelara. Y lo hizo: ahí está la historia del pueblo judío para demostrarlo. Pero como no fue bastante con la Primera Alianza, nos envió Dios a su propio Hijo, por Quien todo fue hecho, que es el Rostro visible del Dios invisible.
Después de Cristo, y habiendo sido educado en la Fe -después de haber sido hecho hijo de Dios por el Bautismo-, a nadie le es lícito proclamar “Dios no existe ni puede existir". Y mucho menos como filósofo, si se pretende que la Filosofía es la Ciencia que estudia “a verdad de las cosas". Si la filosofía es el capazo donde se pueden decir las mayores tonterías del mundo, tonterías antes las que nadie se reirá…, pues con palabras del mismo Gustavo, tenemos “El cerebro echo polvo” (así titula uno de sus ensayos) y vivimos en “un estado general de estupidez".
Como dice la Sagrada Escritura: Dixit insipiens in corde suo: non este Deus!". “Insipiens: el que nada sabe“; pero no porque no se lo hayan enseñado, sino porque lo ha rechazado. Estos son los verdaderos y culpables “insipiens".