"Anuláis la Palabra de Dios por vuestra tradición" (Mc 7, 13).
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn, 14, 23). Así se manifiesta Jesús en la Última Cena, en esa excelsa “oración sacerdotal” que san Juan recoge en su Evangelio por extenso y al por menor. Y poco antes había afirmado con nitidez: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (v. 21). Por contra, señalará Jesus en ese mismo marco la única alternativa real en la que se embarca el que lo rechaza: “El que no me ama, no guarda mis palabras” (v. 24).
Completa y remata además la verdadera situación -el plano real- en el que estamos inmersos de cara a sus palabras: “la Palabra que escucháis no es mía sino del Padre que me ha enviado” (ibid.). Por esto, nadie se la puede apropiar: la Iglesia Católica la tiene en depósito, para defenderla y transmitirla; y los Pastores como administradores, que darán cuenta de su administración, para enseñarla con fidelidad -es lo mínimo que se les pide-, iluminando todas las situaciones, viejas y nuevas, de la vida de los hombres, generación tras generación: para que cada uno se encuentre personalmente con Jesús. Menos aún la tienen para aguarla, tergiversarla, enmudecerla y corromperla.
¿Por qué traigo esto a colación? Porque dentro de la Iglesia se está abriendo todo un frente de batalla para desvirtuar la Palabra de Dios, dejándola sin efecto real: mantener los “sonidos” pero despojándolos de significado, en un primer momento; para luego, y como “sin querer", que pasen a significar cualquier cosa… menos lo que han significado siempre en el seno de la Iglesia. “Flatus vocis", acuñó hace siglos cierta “filosofía".
Para acabar de rematar la faena, entremedias y a la vez se silencian los términos y los conceptos que no convienen a las ideologías reinantes, porque -y según palabras recientes del cardenal Blázquez, en Madrid- “da sarpullido” a la sociedad. Y claro: cualquier silencio -él lo llama “educación"- es bueno para no poner nervioso a nadie, que debe ser uno de los “nuevos pecados” que contempla la “nueva moral” en el seno de la “nueva iglesia” y de la boca de los “nuevos pastores": degradados. aunque no lo reconozcan, en los “nuevos” mercenarios, “perros mudos", “nubes sin agua", “sepulcros blanqueados", en palabras, precisamente, del mismo Jesús, que no tienen desperdicio para el que las quiera entender.
De este modo se ha llevado a cabo la conversión en un erial -"la destrucción de la viña del Señor", donde campan los hierbajos, pulula la cizaña y corretean a sus anchas las liebres-, como si se hubiesen sembrado de sal naciones enteras del mundo occidental de bimilenaria tradición católica: “Anuláis la Palabra de Dios por vuestra tradición” (Mc 7, 13), palabras que daban título a esta entrada.
Los ejemplos son abundantes, y escojo solo unos apuntes de lo publicado esta misma semana en diversas páginas. Ahí van:
1. Cardenal Kasper: “La ‘Amoris laetitia’ no cambia ni una coma de la doctrina, pero lo cambia todo". ¿Y en qué se apoya? En el “Sí, y punto” del papa Francisco. Y tiene razón Kasper: eso lo cambia todo, como publiqué, modestamente, hace meses en este mismo blog. Lo de que “no cambia ni una coma de la doctrina” es un brindis al sol: simplemente la desprecia.
2. Franco Coppola, nuevo Nuncio en Méjico, ante la grandiosa contestación del pueblo fiel a los planes del Presidente del país de legalizar el “matrimonio” homosexs: “Podría responder con la doctrina de la Iglesia pero no es respuesta que como pastor yo tengo que dar". No te lo pierdas: un pastor de la Iglesia Católica no solo no se pone en el mismo bando que el pueblo fiel -católicamente hablando-, sino que se pone al otro lado porque no puede responder a un gravísimo problema moral -con gravísimas connotaciones sociales además-, con la doctrina de la Iglesia. Para más inri, retrata aún más su postura de “pastor” -devenido objetivamente en “mercenario"-: “Puedo repetir simplemente lo que está escrito en los libros, pero esto no es el camino que hay que ofrecer” para responder a las “necesidades, deseos y distancias” que sienten y sufren las personas homosexs. O sea, para este buen señor, la teología moral, la doctrina, la Palabra de Dios, los Mandamientos, son eso… “los libros". Que por lo mismo se arrinconan y se queman: es la “nueva inquisición” que no puede faltar en la “nueva iglesia".
3. Cardenal Blázquez, en su conferencia a los curas de Madrid sobre la “Amoris laetitia” y su aplicación pastoral: se descuelga con que lo importante de la AL no es la comunión a los católicos divorciados y reajuntados en “nuevo emparejamiento” [las comillas son mías esta vez]. ¡Cómo va a ser eso, si eso lo cambia todo según Kasper! No. La AL no cambia nada, dice el cardenal Blázquez: eso es lo importante. Su notabilisimo nivel pastoral lo da su comentario al tema del cambio de sexo que en Andalucía se pretende que lo puedan hacer menores sin consentimiento paterno: “el cambio de sexo es poco serio y no se resuelve con una operación quirúrgica". Sin comentarios por mi parte.
4. David Fernández, sj, rector de la universidad iberoamericana de Méjico: “Dios no solo ama a los homosexuales, sino que le caen bien". Palabras que no se explican en un sacerdote por muy jesuita que sea, salvo que haya tenido una revelación particular, o haya estado bañándose en tequila: no solo no se inmuta ante tamaña barbaridad sino que remata el discursito añadiendo que la tajante oposición a semejante relación -relaciones homosexuales, se entiende- por parte de la Jerarquía [católica] del país “no es cristiana". Ahora ya, tal como están las cosas y si eres jesuita, o dices una burrada así o no puedes ser rector de ninguna universidad del signo que sea. O incluso puede que no puedas ser ni jesuita cristiano.
Todo esto solo en la última semana. Está la cosa que arde, Pero no hay que preocuparse: “no cambia nada".
¡¡¡Vaya tropa!!!