Jesús también quiere a los ricos... (Primera parte)
Hace años, muy poco después del Vaticano II, dentro de la Iglesia Católica hubo una especie de “convulsión” que propuso como objetivo pastoral y evangelizador prioritario -para bastantes de los deslumbrados, único ya- la así llamada por aquel entonces, “opciòn preferencial por los pobres".
En ese terreno, y con ese leitmotiv por bandera, se mostraron especialmente “motivados” -pero que “muy motivados"- los jesuitas, muy como en bloque, por cierto; a esa bandera se sumaron también algunas otras ramas religiosas, aunque en menor medida y con menor repercusión; también se apuntó algún que otro sacerdote diocesano suelto.
Los más “tocados” por ese “tic nervioso pseudoprofético” fueron desde incorporarse militarmente a las guerrilas, y alguno murió en tales avatares, cosa no sólo previsible sino casi segura; hasta significarse políticamente contra los regímenes de derechas, próximos a intentonas militares…, y alguno murió asesinado por sus posturas políticas, cosa también previsible, y que se convirtió en segura porque los mismos “paras” se lo advirtieron con tiempo.
Más en los adentros de la Iglesia -aunque sin ¨heroísmos noveleros¨ o así- como “ideología de cabecera” o “precipitado doctrinario", se acuñó la autollamada “teología de la liberación", que fue condenada y fulminada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, a cuyo frente estaba entonces el cardenal J. Ratzinger; de los componentes de este último grupillo que han muerto lo han hecho de muerte natural.
Por supuesto, y aunque quizá no haría falta señalarlo, voy a darme el gustazo de hacerlo: NUNCA la “opción preferencial por los pobres” ni la “teología de la liberación” se pusieron en marcha contra regímenes totalitarios marxistas. Nunca, SIN EXCEPCIÓN. Aquí, en estos ámbitos donde el personal se jugaba literalmente el pellejo, sin eufemismos y sin cámaras por medio, únicamente la Iglesia Católica ha tenido que apechugar -ella sola, como siempre- en la atención a los pobres, a los enfermos, a los abandonados, a los desechados y tirados en estercoleros…; y eso, a pesar de tener mermada su capacidad de movimientos en el interior de todos esos regímenes marxistas.
Casualmente, acaba de morirse uno de los más lonjevos dictadores marxistas, al que se le ha colocado una fortuna que competía o incluso ganaba a la de la Reina de Inglaterra. Fortuma, todo hay que decirlo, que no han enterrado con él, ni la han metido tampoco en el crematorio del comandante, por supuesto. Que los jerifaltes marxistas no tienen un pelo de tontos, ni en la barba ni en la coleta.
Y es que un buen marxista nunca falla, ni da puntada sin hilo: “To pa’l pueblo", recordamos de aquí en España…, y dejaron 5.000.000 de parados; y se forraron todos sin excepción, a “pellón” por maletín. “Tonto el último” es el eslogan que mejor viven todos estos que se decantan por la “liberacion” de los pobres. Y ¡vayan si los liberan! Especialmente de su dignidad personal y, como no puede ser menos en el mundillo marxista, de la posibilidad de salir de pobres.
Toda esta “infección vírica” se ha recrudecido en los últimos años, como si un nuevo y terrible “ébola” se hubiese infiltrado en la corriente sanguínea y linfática de la Iglesia, y la estuviese destruyendo todas sus defensas, pretendiendo convertirla -y hay sitios donde ya lo ha logrado- en una sombra de lo que era; cuando no la ha aniquilado, literal y espiritualmente hablando.
Y no lo digo “a humo de pajas". Todo lo contrario. Y me voy a explicar sin más dilación, porque el asunto “quema": el “humo” se está convirtiendo en auténtico “fuego"; y si no se le ataja pronto, puede arrasar con todo: fuerza trae. Y, además, soplan malos vientos, que no van a ayudar en nada precisamente.
Porque toda esta “vociferante machaconería” -por decirlo suave y caritativamente- con los pobres, pero con los “materialmente pobres", sin una palabra de aliento para todos los demás “pobres de solemnidad” espiritualmente hablando -que, por cierto, somos mayoría en la Iglesia-, con una indigencia que es, sí, menos “visible” -sobre todo si no se la quiere ver, claro; más aún si se la pretende ocultar y silenciar, convirtiéndonos a los que la padecemos en los nuevos “apestados” que hay que ignorar y desechar-, pero muchísimo más nociva por más corrosiva y destructora que la mera pobreza material…, este inútil griterío, tan sonoro como vacío de vida espiritual -pues la tergiversa y la anula-, no es de Cristo. Por no estar, no está ni en el Evangelio. Luego: NO ES CRISTIANA.
Es más, es una “nueva” IDOLATRÍA.
Pero esto ya para la próxima sesión, Dios mediante.