"Me voy a enfrentar con los pastores: les voy a reclamar mis ovejas" (Ez 34, 10)
Está hablando Yahweh-Dios; y lo hace muy duramente. Contra sus propios pastores, ni más ni menos; ya que, en sus manos, lleno de confianza, había puesto Él a “su” Pueblo: eran “sus” ovejas, las del Señor, en su primer horizonte y razón; las de “sus” pastores, en modo vicario o delegado: como “oficio y misión” -de eso viven, y en eso está su ganancia, terrena y eterna: el lote de mi heredad, proclama el Salmo-, de la que deberán dar cuenta estrecha y directa al Señor. Con cero posibilidad de eludirla.
Y claro que se las pide -las cuentas-; pues no puede tolerar por más tiempo en qué se han convertido: unos mercenarios que se apacientan a sí mismos, engordándo y solazándose con las mejores piezas del rebaño.
Pero curiosamente, antes que a ellos -los Pastores-, nos habla a nosotros, a sus hijos en la Iglesia, con una clara intención de darnos consuelo y confianza:
Oíd y aprended ovejas de Dios: Dios reclama sus ovejas a los malos pastores y los culpa de su muerte. (…) A tí, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel: cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: “¡Malvado, eres reo de muerte!”, y tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie su conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero, si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado tu vida. Ezequiel en estado puro.