Auténtico bofetón.

El rechazo al último Documento salido de Roma, firmado por el cardenal Fernández Tucho, y refrendado ex audientia por el Santo Padre, es tan llamativamente sonoro en el seno de la Iglesia (antes, toda Ella) Católica, que se ha convertido, por fuerza de los hechos, en un auténtico plebiscito en su contra. Es decir: en contra de lo firmado -por mor de su contenido-, y de rebote y en consecuencia, de sus flamantes e insignes valedores.

La lista del rechazo -está publicada y se actualiza periódicamente-, es ya tan clamorosamente visible y tan amplio, que los intentos de negarlo no harían más que acrecentar lo que ocultar se pretendiese, y en esa misma medida.

Lo mismo vienen de Conferencias Episcopales al completo y por unanimidad, que por personas muy significativas en el estatus de la Jerarquía, como, finalmente, por personas que, individualmente -sacerdotes o laicos- y sin otra pretensión que estar y mantenerse firmes en la Fe -fortes in fide-, declaran su rechazo en orden a su lugar propio en la Santa Iglesia: al otro lado del arco de “la nueva iglesita", de malévolo  y nefasto intento.

La bofetada es manifiesta: es que le parten la cara, materialmente. Y quizá en toda la Historia más que bimilenaria de la Iglesia no se haya visto nada parecido. Nunca.

Bueno, casi nunca. Porque, por ejemplo, allá por los ss. III o IV, cuando un Papa pretendió que lo de los lapsi no era para tanto, y quiso que se rebejaran las medidas tomadas contra ellos, varios Obispos, asumiendo su función y misión, le escribieron señalándole que se equivocaba. Que rectificase. Que ellos no iban a aplicar esas medidas, blandengues y “pastoralistas", cuando muchos cristianos se habían jugado la vida por ser fieles, y no lapsi.

Es un rechazo, frontal y total -no se puede salvar nada donde no hay nada que salvar-, a un Documento ni más ni menos que del Dicasterio más importante del Vaticano. Rechazo en el que se reafirma, por parte de los que tienen la potestad para hacerlo e imponerlo que “no se va a aplicar”. Así de simple y así de fuerte: en todos los morros.

Dicasterio, el de Doctrina de la Fe que, precisamente, su motivo de ser y existir es la Defensa de la verdadera Fe. Y, por tanto, la Defensa de almas y conciencias en orden a su Salvación. Amén de mantener a la propia Iglesia en su Camino de Fidelidad a su Vocación y a su Misión: a Jesucristo.

Esta escalada en la contestación -ya no son “cuatro cardenales"; “habas contadas” que se diría coloquialmente-, manifiesta varias cosas, a cual más importante.

La primera: que la obediencia en la Iglesia ya no está puesta en el “cargo” del que manda, sino en el contenido de lo que se manda: porque no se puede obedecer cuando el que manda, manda pecar. Este es el límite de todo mandato; y este es el límite de toda obediencia.

Esto significa que no es el “cargo” el que dignifica a la persona que lo recibe, sino su ejecución en el cargo lo que dignifica al propio cargo: es el buen ejercicio el que dignifica a la persona que lo ejerce con rectitud y santidad. Y hace santo y necesario al propio cargo.

Y significa también que la “obediencia debida” ya no es de recibo sin más. Porque sólo es “debida” cuando lo que se manda “se puede” obedecer. Y, entonces, “se debe” obedecer. En caso contrario hay que resistirse a esos mandatos.

Y esto vale no sólo por lo civil -es lo que manda la moral católica-, sino también por lo eclesial: es lo correcto moralmente, en el seno de la misma Iglesia. Es lo católico.

Así lo están entendiendo muchas personas. Y la gota que ha colmado el vaso ha sido la FS. Que, sin ser lo más importante en el nefasto intento no sólo de congraciarse con el “mundillo", sino en el de destruir y retorcer en la Iglesia; que algo siempre queda tocado por estos intentos y en estos intentos. Y no sólo referido a las personas, sino también a las Instituciones de las que éstas dependen, y desde las que se montan estos tinglados.

Gracias a Dios, todo lo que está pasando son gracias actuales de Dios para aprender a manejarnos en nuestra fidelidad a Cristo y a su Iglesia, manteniendo incólume nuestra Fe, fortaleciéndonos además en su defensa. Que es la nuestra.

Vamos a seguir anclados en el Amor que Dios nos tiene en su Hijo Jesucristo. Y vamos a ser los hijos de Dios que necesita su Iglesia, y en los que Él ha depositado toda su Ilusión.

Amén.