Le reconocieron al partir el pan. (cfr. Lc 24, 13-35)

El Santo Evangelio de la Misa del tercer Domingo de Pascua, es el dato esclarecedor y definitivo para echar por tierra cualquier defensa, incluso la corporativa o gremial, del inmisericorde y nunca visto ni oído “cierre patronal” de tantísimas diócesis, españolas y foráneas. Una bofetada que viene de la propia “Palabra de Dios".

Cuando Jesús se aparece a aquellos dos, camino de Emaús, primero de todo les tira de la lengua, porque las almas necesitan desahogarse, humana y espiritualmente; luego, “se hace el sueco", para facilitarles la sinceridad del corazón, con aquel “¿qué?” con el que responde a la desacertada inquisición de aquellos sobre si era el único que no se había enterado de nada de lo que había ocurrido en Jerusalén en los últimos tres días. ¡Qué oportunidad para callarse! ¡A Quién se lo van a decir!

Y entonces ellos, animados por esta cercanía de Jesús, le desgranan su desilusión, su fracaso y su amargura por haber puesto toda su esperanza en… ¡su propio autoengaño!: Nosotros esperábamos que iba a ser el libertador de Israel… 

No era pues extraño que se hubiesen dado tamaño porrazo. No habían entendido nada en la práctica y a la hora de la verdad -la FIDELIDAD al Cristo-, de lo que había hecho y dicho Jesús en el tiempo que estuvieron con Él: que no habían sido unos meros transeuntes que pasaban por allí, y un día oyeron campanas sin saber ni de dónde ni por qué… ¡es que eran “sus discípulos"!

Y Jesús, cargado de paciencia y cariño divinos, pero, pedagógicamente, sin callarse el echarles en cara su dureza de corazón y de mente por no haber creído -¡Hombres duros de entendimiento!-, les va explayando las Escrituras desde Moisés hasta lo que habían visto en Jerusalén: ¡todo estaba escrito y profetizado y no lo habían creído! No “LE” habían creído. Y se volvían fracasados, amargados y derrotados. Absolutamente lógico, hasta humanamente.

Al ir entendiendo las Sagradas Escrituras al tenor de las explicaciones de Jesús -aunque no sabían que lo era, pues no le habían reconocido-, ya reconocen, porque lo sienten, que “ardía nuestro corazón…” mientras les iba explicando las Escrituras por el camino.

Cuando después de invitarle a quedarse con ellos, pues ya se hacía tarde y declinaba el día, le ven coger el pan, bendecirlo, partirlo y dárselo… Al instante, se abrieron sus ojos y Le reconocieron. Ahora, SÍ: ¡Al partir el Pan! En la Eucaristía.

¡Por eso no le han reconocido antes! Porque a Jesús, después del Triduo Sacro -Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua de Resurrección- ya no se le reconoce como antes; ni siquiera a los que se les aparece. Así pasa con las Santas Mujeres. Y así pasa con estos dos. Y cuando se da a conocer a sus Apóstoles en el Cenáculo, lo hace mostrando sus llagas, que eran y van a seguir siendo para siempre “sus señas de identidad", su DNI, que no caduca.

A Jesús, después de todo lo que ha vivido esos días, para los que Él había venido en favor nuestro, ya SOLO SE LE PODRÁ RECONOCER en la Eucaristía, en la Santa Misa. Allí donde se cumplen aquellas divinas palabras  Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Esta es mi Sangre, que será derramada por vosotros. Y se cree en ellas, claro.

Esto es exactamente la Misa. Por eso, el sacerdote, tras las palabras de la Consagración, con las que se realiza la Transubstanciación de las especies del pan y del vino en Cristo, todo Él, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad, proclama y espera respuesta: “¡Este es el Sacramento de nuestra Fe!”.

Cristo ha venido para que, en la Iglesia, desde el mismo Papa -la Cabeza-, pasando por los obispos y siguiendo con los sacerdotes, hagamos exactamente esto, EN FAVOR DE LOS FIELES. Tenemos este mandato divino -insoslayable, que gravita y grava nuestras conciencias- de: ¡Haced esto en memoria mía! Y es lo que hacemos, porque nos ordenamos de sacerdotes para esto.

Sin la Santa Misa, sin la Eucaristía, sin la Comunión, NI PODEMOS CONOCER NI PODEMOS RECONOCER A JESÚS: estaríamos tan “cegatos", como aquellos dos, o como las santas mujeres. Porque las Escrituras -sola Scriptura- no bastan. Pueden y deben -de nosotros depende, junto a la Gracia de Dios- que Ellas hagan “arder nuestro corazón". Pero para CONOCER y RECONOCER hay que VER. No solo OÍR.

Por esto, NUNCA, en toda la Historia de la Santa Madre Iglesia se había dado el “cierre patronal” que no solo han dado ahora tantos obispos, sino que, ante las protestas -razonadas- de tantas buenas personas, fieles hijos de Dios en su Iglesia, por las Misas prohibidas y secuestradas -el Pan de Vida-, se enrocan y reafirman en su empeño. Incomprensible de todo punto.

Es como si no recordasen -los señores de la Jerarquía que se han metido, sin motivo suficiente, en este berenjenal- aquello de Jesús: ¡Dadles vosotros de comer!, aunque bien sabía Él lo que iba a hacer… y, no contentos con no atender a las gentes que podían desfallecer por el camino, pues llevaban ya tres días sin comer, ¡se hubiesen quedado para ellos los cestos con los trozos que Jesús les iba dando!

Pues es lo que se está haciendo a la gente: impedirles que se alimenten…, ¡a la vez que cáritas está como nunca: porque está donde debe estar y haciendo lo que debe hacer! Incongruente e inmoral.

En toda la Iglesia, de arriba abajo, NO HAY INGUNA AUTORIDAD con poder para decretar este secuestro: secuestran al mismo Jesús, al secuestrarnos su acercamiento a Él. Nos imponen, con impunidad e injusticia, una distancia mínima de cercarnía con Él que hasta nos cierran el paso: no nos dejan ni acercarnos a confesar y a comulgar.

Los que se han creído que sí la tenían, se han equivocado: NO LA TIENEN. Lo que han perpetrado es lo que viene siendo un ABUSO DE AUTORIDAD. O sea: han dictado una “ley injusta” que, como pasa con las leyes civiles, estamos obligados, en conciencia, a resistir y desobedecer. Dios está antes. Y muy por delante que cualquier Jerarquía.

Pido perdón por seguir con el tema: pero es lo más importante que se ha hecho en toda la Historia de la Iglesia. Y no precisamente a su favor. Ni a la de sus hijos. Ni a la de Jesucristo.

Cuanto antes rectifiquen, mejor. Cuanto antes pìdan perdón -en lugar de decirnos que no les mareemos con nuestras peticiones, convenientes y justas-, mejor. Cuanto antes se normalicen las cosas, más livianos serán los males que se han producido, y antes se restañarán las heridas causadas.

Y las gentes, en especial las mejores gentes, estarán unidos con sus Pastores, porque necesitan y queiren estarlo: pero no a cualquier precio; máxime cuando el precio es penarnos a todos injustamente; no como apestados, sino como EXCOMULGADOS. Que es la mayor pena que impone la Iglesia -excluir de los Sacramentos- ante unos pecados que claman al Cielo. Pero que no hemos cometido…

Todo eso redundará en beneficio de la Iglesia entera, Jerarquía y fieles. Y en Gloria de Dios, al que todos hemos de servir y amar, sobre todas las cosas.

Amen.