"Ellos salieron a predicar la conversión" (Dom. XV, ciclo B, TO)
Jesús -nos lo narra san Marcos- había reunido a los Doce para mandarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los epíritus inmundos a los cuatro puntos cardinales. Y ellos, obedientes a su voz -la voz de Jesús, la voz del Dios hecho Hombre-, que siempre es mandato -es el Señor- y súplica -no necesitándonos, “nos quiere necesitar": hasta ahí se abaja el Señor-, salieron a predicar la conversión. ¿Cómo no iban a obedecer haciendo propia la voz de Dios?
Este “envío” divino nos pone delante del significado más profundo de la vocación cristiana que, en sí misma, es antes y siempre elección divina. Así nos lo escribe san Pablo en la carta a los Efesios, que también se lee en la Misa de hoy: Él nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la Persona de Cristo, a ser sus hijos (…). Ha sido un derroche para con nosotros -así hace Jesús las cosas, máxime referidas a nosotros-, dándonos a conocer el misterio de su Voluntad.
Pero, como enseña una y otra vez nuestra Santa Madre Iglesia, “no hay vocación sin misión”. Por eso mismo, y como vemos en el primer párrafo del Santo Evangelio, la vocación se convierte -se hace- mandato y súplica por parte de Dios, y obediencia por la nuestra.
Por eso “los” envía. Y por eso mismo “nos” envía. Y aquí, si me lo permiten, es donde quiero hacer unas pocas connotaciones que me parecen pertinentes. Al menos -y me da que no es poco-, a tenor del Evangelio de este próximo Domingo.
La primera y esencial: Jesús no hace distingos de personas. Lo mismo que nos dice que no podemos hacer “acepción” de personas. Los envía a todos y por todas partes: a los pobres y a los ricos, a los sanos y a los enfermos, a los poseídos por el demonio o no, a los pecadores en más o en menos -que lo somos todos-, a los alejados y a los cercanos… Eso sí, en esta hora de su economía de la Salvación, siempre y sólo a los judíos: Jesús era judío, y a ellos les escogió el Señor en primerísimo lugar; por eso mismo, les había hablado primero, desde hacía casi mil años. Que son años. Luego sí: con Pedro y Pablo la Iglesia se abre a los gentiles; es decir: a todos.
La segunda, y tan esencial como la anterior: Jesús los envió a predicar la CONVERSIÓN. Y para apuntalar esa predicación, les da poder sobre los espíritus inmundos, el poder de curar enfermos, etc. Todo, todo, al servicio de la conversión de las gentes.
Ya Isaías había escrito, puesto en boca de Dios: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?” Contesté: “Aquí estoy, mandame". Diálogo que sigue perfectamente de actualidad, interpelándonos de continuo, porque es nuestra vocaciòn..
¿Por qué así? Porque sin conversión no hay SALVACIÓN: El que crea se salvará, el que no crea se condenará. No hay otra. Ni aunque lo diga alguien disfrazado de “ángel de luz": o sea, ni aunque lo diga el mismo Lucifer ("ángel de luz"). Jesús vino a salvarnos. Jesús es y significa SALVADOR.
Ni una sola palabra, pues, sobre realidades temporales; ésta podría ser la tercera y última connnotación. Mucho menos pretendiendo dar soluciones “únicas” para arreglar esas mismas realidades. Porque ni Jesús -ni los suyos, ni su Iglesia- están “primariamente” para eso.
Lo último que es la Iglesia es Cáritas, aunque haya sido CARIDAD desde el primer segundo de su existencia. Mucho antes y mucho más es SACRAMENTO de SALVACIÓN, es Cristo en medio de nosotros, es Sacrificio y Eucaristía, es Perdón de los Pecados y Gracia, es Oración y Penitencia, es necesidad de Dios por nuestra personal indigencia, es amor de Dios y, luego ya sí -ni antes ni en sustitución ni como placebo-, amor a los demás. Amor real, no sentimentalismo.
Amor real a Dios y a los demás. Y esto es mucho más “comprometido” que dar algo de tiempo, algo de dinero, algo de lo que nos sobre, algo material: es “darnos” por entero a su Plan de Salvación. Porque lo primero que nos debe importar -porque es lo primero que le importa a Jesús-, es salvarnos y salvar a los demás.
A este respecto cuento una anécdota, narrada por el protagonista, que oí en la COPE.
Entrevistaban a un misionero-sacerdote que llevaba más años ya en tierras de misión que en España: casi cuarenta años fuera. Se volvía por problemas de salud, y era consciente que no iba a volver a esas tierras.
Le preguntan por su vida allí, por su “misión". Y contestó: allí fuimos a dar de comer, a escolarizar a los niños, a enseñar un oficio… Era el resumen que hacía de su “misión".
¡Así cuarenta años! NI UNA SOLA PALABRA SOBRE JESUCRISTO O SOBRE LA IGLESIA O SOBRE la MISIÓN APOSTÓLICA. O sobre la Catequesis, la Doctrina, bautismos, etc. ¡Y era sacerdote!
Cuando acabó la entrevista, apagué la radio; y ya no he vuelto a escuchar ese programa que, supuestamente, versa sobre la Iglesia y la Evangelización. Me dolía el alma.
¿Qué hace la Iglesia -incluso miembros encumbrados suyos- enfangada en banderías humanas? ¿Cómo se puede ser religioso o sacerdote -o más que sacerdote incluso- y que no le hierva a uno la sangre cuando se calla sobre Jesús y, por tanto, se acalla al mismo Jesús?
No me extrañan ni los seminarios reconvertidos, ni las iglesias semivacías -o para la tercera edad, con suerte-, ni la falta de vocaciones, ni los cierres de casas religiosas y noviciados, ni la unificación de regiones, etc.
Y no vamos a mejor. La última “ocurrencia” romana es que el Vaticano va a ser un “lugar libre de plásticos” y que “se van a reducir la emisiones": todo un logro en la evangelizacion del mundo y, por descontado, en la credibilidad de la Iglesia Católica.
Seguimos cavando hacia abajo, ampliando y profundizando el agujero. Como escribió no recuerdo ahora quien: “lo primero para salir del pozo es dejar de cavar".
Pues eso.
6 comentarios
Hay brotes, Don José Luis, imagino que los ve, pero entiendo que el profeta ha de hacer de profeta.
Jesús y María le sigan guiando en todo momento y lugar.
Y es que curiosamente, cuanto más se predican esas cosas –como el cuidado del planeta, por ejemplo- aunque en sí mismas sean buenas, y menos el Evangelio, más nos alejamos de los bienes deseados.
El Señor dijo: “No os inquietéis diciendo: “¿qué comeremos?” o “¿qué beberemos?” o “¿Cómo vestiremos?” Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Mateo 6, 31-33.
Porque al final la naturaleza y toda la creación se vuelve contra el hombre cuando el hombre se vuelve, olvida, o deja en segundo o último lugar a su Creador.
Hace unos días a raíz de cierta homilía, hablaba, también bastante enfadada, con un hermano. Él me decía que por qué no se va a poder predicar eso, yo le respondí que porque lo primordial es predicar sobre el Evangelio o las otras lecturas, y si se hace alguna referencia a ello que no sea lo principal, pues nos vendrá regalado, si Dios lo quiere así, como consecuencia de una vida centrada en Cristo. Y en medio de esta conversación, casi discusión, me vino a decir que eso del pecado ya está pasado de moda, que ya no se cree en ello, pues si el pecado existiera de verdad, no se salvaría nadie.
Pues este puede ser el sentir general, consecuencia lógica por otra parte de muchos años de predicaciones, la mayor parte de ellas, sin una pizca de sal. Lo cual nos confirma en la necesidad de predicar a Cristo, y solo a Él. Sin temor a quedarnos sin la casa común (u otros bienes temporales), pues cuando se ama a alguien se aman también sus cosas, mucho más tratándose de la obra que Dios creó perfecta. Y además para todas nuestras necesidades siempre podemos recurrir a la oración, y Dios nos concederá lo que más nos convenga, según su voluntad.
Hoy rezábamos en la antífona del Benedictus de laudes: “Los discípulos salieron a predicar la conversión, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.” Pues esto no lo espera el Señor de los paganos sino de los sucesores de aquellos discípulos y a estos y no a los paganos es a los que les pedirá, nos pedirá, cuentas.
Dios quiera que al final nos cuadren porque si no quizás tengamos responder incluso de la ruina de la creación.
Un saludo.
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