El "hombre nuevo": utopía y aberración.
Son muy “viejos” los intentos de “buscar", “alcanzar” o “crear” al así llamado “hombre nuevo”; un “hombre” que lleva sobre la tierra la friolera de cientos de miles de años: ni los “expertos” saben cuántos. Intento absolutamente inútil, porque “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible".
Pero “lo nuevo” siempre “tira” y siempre “vende” al hombre de siempre -al hombre “viejo"-, al de toda la vida. De ahí que los intentos -vanos, ilógicos, pueriles, utópicos, necios, míticos, falsos y aberrantes- por intentar “re-crear” al hombre -al hombre “nuevo"- siguen vigentes; y por eso son y están periódicamente puestos al día. Hoy, tanto dentro y fuera de la Iglesia Católica, y en una carrera enloquecida ya totalmente; hasta el punto de que, con lo sembrado hasta aquí, la persona humana, católica o no, ya no se reconoce -no se respeta- ni como hombre ni como mujer. Lo que es lógica y claramente aberrante.
El problema -no reconocido jamás por los “viejos” hombres vendedores de “novedades” a los incautos e ingenuos “hombres viejos” que, en lugar de escarmentar, tropiezan una y otra vez en la misma piedra falsa de toda falsedad- es que el hombre es el que es y no puede ser ni otra cosa ni de otra manera.
“Naturaliter” -según su naturaleza propia- es “animal racional” -el único que hay así, de/con esta categoría-; por usar una terminología que, aunque no lo dice todo sobre el hombre, sí lo sitúa bastante bien, en el contexto en el que aparece, vive y muere. Ya viene de los griegos: de Aristóteles, si no me engaña la memoria.
Lógicamente, eso no lo dice todo sobre el hombre, ni siquiera de lo más íntimo de su ser, de su naturaleza propia y específica. Porque “la racionalidad” -que claro que lo caracteriza-, está al servicio de su FE, es decir: del descubrimiento de Dios y, como consecuencia lógica, de su relación, personal y social, con Dios y, por eso mismo, abierto a los demás hombres. Y así lo definió otro griego, Platón, que califica al hombre como “zoon politicon”, dando entrada con ello a la realidad y presencia de los demás hombres en el propio entorno: hombres que también nos “tocan” y nos “implican".
Por eso, lo que mejor define al hombre de todos los tiempos -desde lo que propiamente ES por naturaleza- es que el hombre es un ser religioso y es un ser moral; es decir, abierto hacia los dos “cardines” -"quicios"- sobre los que se derrama su vida: Dios y -por Dios- los demás. Sin olvidar que el amor a Dios nos impera el amor a los demás; y sin olvidar que los deberes para con uno mismo son la regla para saber tratar adecuadamente a los otros. Regla que se puede formular así: “tratar a los demás como te gustaría que te trataran a tí"; y/o “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a tí".
En esto no hay novedades. ¿O sí?
En toda la historia de la Humanidad sólo ha habido DOS hombres singular y verdaderamente “nuevos". Y ninguno más.
El primero fue Adán. Salido de las manos de Dios, el cual con él -y con Eva, naturalmente- “rompió el molde"; dándoles, eso sí, la capacidad de “creced y multiplicaos". Tan “nuevo", tan “nuevo” que fue el “primero” de una serie “natural” initerrumpida ya desde entonces; y que, de suyo, no tiene fin. Excepto que el hombre “se suicide", personal y colectivamente. Que todo puede ser. Y, tal como están las cosas, no es descartable: la locura que adquiere visos de “normalidad” no tiene límites, y arrasa con todo.
Esta “novedad", este “hombre nuevo”, es el que empezó la andadura de la Humanidad sobre la tierra, por voluntad divina: ni por casualidad, ni por engendros imposibles, ni por voluntad de nadie más, porque nadie más que Dios había. Por Amor y para comunicarnos su Amor nos creó; a su imagen y semejanza nos creó; varón y mujer nos creó. Así se nos ha revelado, y así ha sido.
Pero este hombre, Adán, salido directamente de las manos de Dios, se las quitó muy pronto de encima. Adán y Eva desbedecieron el mandato divino -"no comer del árbol del bien y del mal"- con el que poseerían para sí y para todos los demás hombres de todos los tiempos lo que Dios les había dado como activo para ellos y como herencia para nosotros. Y pecaron. Desde entonces apareció el “hombre viejo”, como lo califica la Escritura: el hombre derrotado por él mismo al pretender, inútilmente, “ser como Dios”. Era la utópica, inmoral, aberrante y desleal “novedad” buscada por encima de Dios mismo. Y fracasó, necesaria y estrepitosamente. Y todos con él y en él.
El otro “caso” fue Jesucristo, hombre “nuevo” también: tan “nuevo” que Dios volvió a “romper el molde", pues Jesús fue Dios verdadero y, sin dejar de serlo, fue a la vez hombre verdadero. Más “nuevo” y más “rompedor", imposible. Y Dios se hizo hombre, por Amor y para manifestarnos su Amor: para hacérnoslo visible, reconocible, palpable, patente y manifiesto. Así se nos ha revelado, porque así es.
Y es el único que nos salva del hombre “viejo” porque -Él sí, ahora sí, con Él si- nos re-crea: nos hace verdaderamente “nuevos", elevándonos a la condición de “hijos de Dios” en razón de la gracia santificante. Si esto no es una novedad, ya me dirá alguien qué es exactamente.
La Iglesia Católica enseña que el Sacramento del Bautismo nos re-crea ontológicamente: en la persona humana hay un antes y un después del Bautismo, hasta el punto de que la Iglesia habla de que somos “engendrados” a la vida de la gracia, de que “nacemos” a una vida nueva: ser “hijos de Dios". Esta es la “novedad” que Dios mismo derrama sobre cada uno al ser bautizados, y que no sólo nos restituye la vida de la gracia perdida por el pecado de origen y por los pecados personales, sino que nos eleva por encima de nosotros mismos haciéndonos de la misma “familia de Dios": HIJOS.
El que no lo crea tiene un problema; que no es el mío, por supuesto.
Y no ha habido más casos sobre la tierra, ni los habrá: los “moldes” están rotos, pulverizados y esparcidos a todos los vientos. Y ni se pueden reconstruir, ni se pueden hacer otros tampoco.
Por supuesto, intentos ha habido. Ahí están el socialismo y sus hijos legítimos, el nazismo y el marxismo -el “socialismo real", ¡toma nísperos!- para confirmarlo; porque la historia no miente: mienten sus protagonistas. Y las ridículas “recreaciones” de hoy, fruto actualizado pero más que podrido de sus raíces: las mismas que acabo de nombrar. Pretender que el varón es mujer y la mujer varón…, pues eso: ¡aberrante a más no poder!
Todos los intentos -de ayer y de hoy- han sido falsos -vendedores de humo, para hacerse con el poder esclavizando a los demás- y, por lo mismo, fallidos, tanto en el plano teórico como en el práctico: los millones y millones de muertos dan fe de ellos y de lo que afirmo. Tanto de antes -por ejemplo: con las dos GM-, como de ahora: por ejemplo, con el aborto, que ya se ha cobrado muchas más vidas que esos dos guerras juntas, más otras menores que han tenido y tienen la misma raíz: una “teoría” -ideología aberrante- sobre el hombre que arrasa en la práctica con el mismo hombre al que supuestamente pretende “renovar".
Y lo hace: lo tritura moralmente, y luego lo mata materialmente. Que no deja de ser una “novedad": la única a su alcance. Y no puede ser de otra manera. El “hombre viejo” se ha dedicado tanto tiempo a matar -desde sus inicios- y con tanto ahínco, que es lo que mejor sabe hacer, y lo hace. Los motivos…, ni le importan ya a estas alturas: antes sí, antes buscaba posibles “justificaciones": las “necesitaba", por decirlo de alguna manera; ahora ya ni eso. A esto hemos llegado.
También en la Iglesia Católica han surgido -en el mismo CV II, y ahora mismo- “voces” e “intentos” en la misma línea. Tambien en el último Concilio muchos padres sinodales quedaron “deslumbrados” por la “utopía” del “hombre nuevo", que alentaba la “nueva humanidad” en el mundo “moderno". Y lo dijeron. Pero la “utopia” -si es que la hubo, que es mucho decir, en mi opinión- pronto se ha quedado en mera aberración: hay que “bendecir” a las parejitas LGTBI, hay que “admitir” la homosex, los recasados “pueden” -y “deben” por tanto- acceder a la comunión, etc.
¿Por qué? ¿Por qué este lanzarse -la Iglesia Católica- en picado y sin paracaídas hacia el “hombre nuevo": un engendro que no resiste la más mínima confrontación con el espejo, no ya con algo que diga razón de intelectualidad? Porque sin “hombre nuevo", sin el hombre de hoy y del futuro no se puede pretender construir la “nueva iglesia", la única capaz de dialogar con el mundo, de salir de sí misma -"iglesia en salida"-…, dejando de una vez por todas el lastre del pasado, que no da ya más de sí.
¿Cómo vamos a seguir hablando de “pecado", por ejemplo, si eso “molesta” a la gente? ¡Ya está bien de pretender salvar a nadie! Se trata de “conceder a todos la posibilidad de ser reintegrados a la comunión aclesial", “superando la dicotomía entre la rigidez de la ley y la ductilidad pastoral” . ¿Suena ésto? Pues viene de hace un montón de años. Y podría multiplicar por mucho las citas. Pero, para esto, sobra la Iglesia.
Por tanto: ¿"hombre nuevo", “iglesia nueva"?, ¡no, gracias! ¿Para qué?
11 comentarios
Este espécimen se ha reproducido de tal forma en Occidente (fogoneado por las usinas liberales, claro, desde sus poderosos Media), que una buena parte de la Iglesia está intentando acomodar sus enseñanzas para atraer a esta "clientela", ocasionando una tremenda crisis interna, como de de imaginar, de ver y de lamentar.
Pero también debe decirse, y en esto estoy con usted, que si el tal espécimen es "nuevo", de "hombre" le queda muy pero muy poco. Es un mero esclavo de sus pasiones y de las imposiciones del Gran Hermano. El señorío que siempre lo distinguió del resto de los animales, cada vez se desdibuja más.
En rigor, el pretendido "hombre nuevo" es una vuelta al "hombre viejo" de la época pre-evangélica. Que ahora usa teléfonos computados, sí, pero lo que la Formación no te da, el iPad no te lo presta.
Castellani a esto le llamada "civilización salvaje", y acertó.
(Una pequeña precisión: la expresión zoon politikon es de Aristóteles, igual que la de "animal racional", o "animal que posee logos". En todo caso, ambas ideas están ya implícitas en Platón, por lo que no afecta a su argumentación en lo esencial).
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