Vamos a aclarar las cosas, de una vez. II
Vamos a aclararlas o, al menos a intentarlo. Porque hay una especie de “seguidismo papanatero” que se ha instalado en algunos sectores eclesiásticos -o asimilados- que empieza a producir un fortísimo rechazo, al menos a mí. Los primeros y más “agresivos", encabezados por los que han estado más de 30 años bramando contra los Papas anteriores, de Pablo VI a Bendicto XVI: ahora son neoconversos papistas, qué digo: ¡más papistas que el Papa!, y se descorazonan cuando los demás no vivimos este pelotillerismo tan de vergüenza ajena, tan burdo y tan poco educado. Los segundos, son gente normalilla, que ni antes ni ahora han roto nunca un plato, son buenines; y a estas alturas, ya no se van a poner. Frente a estos dos grades grupos…, queda un resto de Israel, aquel pusillus grex con el que contaba y en el que confiaba san Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte, “pequeño rebaño” con el que la Iglesia renaciese y volviese a ponerse en camino.
Nadie que conozca al sr cardenal primado de Lima podrá negar que es persona muy preparada, valiente y vehemente; de verbo fácil y cautivador. Lo mismo que nadie podrá negar sus grandes servicios a la Iglesia Católica en Peru, y a los mismos peruanos, a todos los niveles.
Pero me da que esas mismas cualidades, o alguna de ellas, le ha hecho traición; en concreto, en el caso que nos ocupa. Si sus declaraciones públicas y publicadas han salido de él, malo: siento tener que decirlo, por las razones que ya expuse, y otras que me guardo. Pero si ha cedido a presiones de ambientes o de personas para decir lo que dijo, peor: con sus declaraciones, ni le ha hecho un favor a la Iglesia, ni al Papa, ni a las almas; ni siquiera a sí mismo, porque, para mucha gente que le tenía querencia y afecto, se ha desprestigiado grandemente.
Y vamos a entrarle ahora a su gran argumento: “la unidad” y, en buena línea con ella, “la obligación de todos los fieles de mostrar cercanía al líder catolico".
La UNIDAD en la Iglesia, tanto hacia dentro de Ella misma -es familia unida; debe serlo-, como hacia fuera -evangelización y ecumenismo como tarea y misión-, solo tienen y solo pueden tener UNA BASE: la VERDAD que emana de Cristo, y que depositó en la Iglesia, su Esposa -es el depositum fidei-, para que la custodiara, y la transmitiera; amén de para ir sacando de allí -para ilustrar y hacer comprensibles, desde Dios y de cara a Dios, las realidades cambiantes de la vida humana-, lo nuevo y lo viejo. Como haría la mejor de las Madres, que lo es.
Sin respeto ni búsqueda de la VERDAD -sin estar anclados en la Verdad, que es Cristo-, no hay ni puede haber VIDA CRISTIANA: ni en los fieles, ni en nadie en el seno de la Iglesia Católica; que es precisamente la que siempre ha levantado la bandera de la VERDAD: respecto a Ella misma, en primer lugar; para defender luego, a brazo partido -y especialmente cuanto más oscuras bajan las aguas de la cultura y de la sociedad-, la capacidad de la persona humana de alcanzarla, de hacerla suya y de transmitirla en toda su pureza. Esto y este es el hombre, que “es el lugar de la Iglesia". Sin el hombre la Iglesia no existiría, como no habría habido Redención.
Por cierto, una precisión obligada, imprescindible e importantísima: la Verdad es inamovible, no es cambiante; como no lo es, ni lo puede ser, lo que las cosas son: una vaca es una vaca y será toda su vida una vaca y solo una vaca. Y no puede ser otra cosa, ni de otra manera. La “cultura” de la postverdad dice otra cosa, pero ese es precisamente su problema. De ahí lo de los “géneros", por ejemplo, y las tragedias que ha engendrado.
Lo que sí cambia -y puede y debe cambiar- es la “valoración” de las “viejas” y de las “nuevas” situaciones o realidades -directamente humanas o no-, que se han dado y se dan; pero SIEMPRE desde la Verdad. Y, en la Iglesia, desde Cristo, Camino, Verdad y Vida. Porque Cristo ni cambia, ni puede cambiar: es el mismo ayer, hoy y siempre. Y por eso mismo siempre es y permanece criterio perenne; de tal manera que siempre ilumina al hombre de todo tiempo, generación tras generación, en lo que es y en lo que hace.
Así, por ejemplo: cuando surge la temática -artificial e injusta para todos, empezando por ellos mismos a los que injustamente ningunea y destroza- del “mundillo” y de los “derechos” LGTBI, ¿a dónde tendrá que mirar la Santa Madre Iglesia para discernir? ¿A la “cultura” dominante en el momento presente? No, a Jesucristo que dejó dicho que, en este tema, ni hay ni puede haber tales “derechos", porque descalifica esos actos y esa pretendida y falsa libertad: Los tales…, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Otra forma de aproximación solo se puede hacer obviando, arrinconando y rechazando la Palabra de Dios: algo a lo que la Iglesia -lo mismo que los miembros de su Jerarquía- no tiene derecho. Se estaría negando a Ella misma y se estaría negando a sus propios hijos y a todos los hombres de buena voluntad, por haber negado antes -y renegado- de Cristo mismo. Jesucristo siempre es Luz y solo Luz: fuera de Él todo son tinieblas.
La Iglesia se desmorona -y desaparece- cuando renuncia a esa “diaconía de la verdad” -tan suya, tan sobrenaturalmente suya- a la que sirvieron de modo total e íntegro -no han vivido para otra cosa: lo hemos visto- san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y es lo contrario a lo que vemos hoy: se quiera o no ver, se diga o se lo calle uno; porque sin VERDAD -sin Cristo: lo que dice y lo que hace- no hay referentes “objetivos” en los que confluir y a los que acudir. Ni hacia dentro ni hacia fuera de la Iglesia.
Precisamente por esto, incluso más y antes que por los protestantes, el Concilio de Trento tuvo que enfrentar el tema de la INFALIBILIDAD del Papa. Y lo hizo, naturalmente: le era obligado, porque no podía seguir así, sin precisar ni acotar el tema: le iba el ser o no ser. Máxime con la que se le estaba viniendo encima con Lutero & cía.
Ahí tuvo todo un papel el español Merchor Cano, que consiguió que el Concilio le “entrara” al tema del Magisterio del Santo Padre -qué grado de fiabilidad o de “infalibilidad” gozaba-, a la vez que lo acotaba en su justa medida. Y así distinguió -Cano, y el Concilio- entre Magisterio Ordinario y Magisterio Extraordinario o Ex cathedra; y solo éste último gozaba de la cualidad de la Infalibilidad, de la asistencia cierta del Espíritu Santo, al entrar y definir materias de Fe y de Costumbres. Doctrina que, en la doxia y en la praxis, ha permanecido inmutable en la Iglesia hasta antesdeayer, como quien dice -no se había tocado una coma desde entonces-, y declarado “dogma de Fe” en el Concilio Vaticano I: lo único que definió, la INFALIBILIDAD del Papa.
Y de esto, los primeros que han sido conscientes -y han estado pendientes de ello- han sido precisamente los Papas. Otra cosa no se entendería y, por eso, no ha pasado. Como goza también de esa misma Infalibilidad el Concilio reunido bajo el Papa y en comunión con él; y solo en esas condiciones. Y esto lo saben, y deberían ser los primeros en asumirlo y vivirlo también, todos los miembros de la Jerarquía Católica: de otra forma, desbarran y desbaratan, desunen y destrozan, destruyen y no edifican, como estamos viendo y sufriendo. Al precio, eso sí, de convertirse de pastores en mercenarios, que es el término que les aplica el mismo Jesús. Y esto lo debemos saber y tenerlo presente todos los fieles de la Iglesia para no confundirnos ni pretender confundir.
Como si hubiese leído lo que estoy escribiendo, no hace muchos días el card. Müller -hasta “ayer” Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: el tercero en el organigrama del Vaticano y del gobierno de la Iglesia, por cierto-, hacía la siguiente declaración en una entrevista pública y publicada en EWTN, grabada en EEUU el 12-V-2017: hoy no se puede ir ya con tapujos, tampoco y mucho menos en la Iglesia Católica.
Decía: “Jesucristo es el relator. El Papa y su Magisterio son sólo el intérprete. […] Algunas de esas personas que se presentan a sí mismas como consejeras del Papa y que dicen que en la teología pastoral a veces dos y dos pueden ser cinco… Eso no es posible porque tenemos teología". Denunciaba, con esto, la falsedad que supone la ruptura de la teología y de la doctrina con la pastoral: ‘no cambio una coma -teóricamente, y de cara a la galería- pero, pastoralmente, hago todo lo contrario’. No se puede.
Puntualizaba: “No es bueno que las Conferencias episcopales [Alemania, Malta, Canadá, etc.] estén interpretando oficialmente al Papa. Eso no es católico. No tenemos dos Magisterios, uno del Papa y otro de los obispos. Pienso que es un malentendido, un malentendido malo que hace daño, podria hacer daño a la Iglesia Católica. […] los obispos interpretan al Papa, el Papa interpreta a los obispos (…) eso no es bueno para la Iglesia". Es exactamente lo que está pasando: se ha hecho un GRAN LÍO a lo largo y ancho de la Iglesia Católica. Y no parece que desde la cima se pretenda atajar: da la impresión de que se está comodísimo ahí arriba viendo lo que pasa más abajo.
Denunciaba: “Hay un problema que la Iglesia tiene en el mundo de hoy: que tenemos dos alas, alas ideológicas, extremos, y todo el mundo quiere ganar la batalla contra el otro. Pero tenemos una revelación que viene de Dios: la Revelación, la Palabra de Dios, que unifica a los creyentes [Mi Palabra es Verdad]. Y no es nuestra tarea unificar de una manera totalitaria: ‘todo el mundo debe pensar como yo’, porque el pensamiento de otra persona no es importante para mi salvación. Sólo la Palabra de Dios puede unificar a la Iglesia y salvar a todos".
[La unidad, si no es en la Verdad, solo es impositiva, nunca atractiva, atrayente y liberadora: la verdad os hará libres]
Y concluía: “Creo que precisamente desde el Evangelio tenemos las respuestas a las grandes preguntas de hoy". Todas las respuestas a todas las preguntas: las de siempre, que se hace -debe hacerse cada generación-, y las “nuevas” que se suscitan también en cada generación.
Yo también concluyo, entrándole a aquello de “la cercanía al líder"; y lo hago con unas palabras de Melchor Cano, tan actuales y clarificadoras, que no me resisto a copiar: “Pedro no necesita nuestras alabanzas o nuestras adulaciones. Los que defienden ciega e indiscriminadamente cualquier decisión del Sumo Pontífice son los que más minan la autoridad de la Santa Sede: destruyen sus fundamentos, en vez de reforzarlos". Siglo XVI, y en el ambiente del Concilio de Trento. ¡Ahí es nada!
Creo que Melchor Cano debía estar pensando, por una especie de visión profética, en RD especialísimamente, y aún más en concreto en Vidal, “veneno mortal” y su brazo izquierdo, Bastante, “el permanentemente insatisfecho". Y ya más en general, en todos aquellos que ponen en un mismo plano -sin discernir, sin asomo de “crítica” o “juicio", que debe ser como una gravísima enfermedad o así: una especie de “sida” intelectual y moral- una declaración doctrinal del Papa que un estornudo suyo.
Y no es lo mismo, creo yo.
10 comentarios
Ciertamente, la infalibilidad del Papa, en las connotaciones expresadas en Trento por Melchor Cano y algún otro, fue "definida" como dogma de fe en el Concilio Vaticano I. Pero en el Concilio de Trento ya se trató y se "adoptó", de facto, en toda la Iglesia occidental esta "doctrina", aunque no fuese dogma de fe. El Concilio de Trento tenía que hacerlo: en caso contrario, quedaba a merced de la libre "versión" o "interpretación", y la Iglesia a merced de "iglesias acéfalas", que no fue el caso, debido a Trento entre otros factores.
Para Josep:
Pero el modo de expresarla no puede significar nunca: oscurecer, disimular, "rebajas de verano", tergiversar, ocultar, mentir, sustituir..., la VERDAD.
Mucho menos ponerse en plan "¿Y qué es la verdad?", expresión sobre loa que no voy a hacer ningún comentario.
En celebraciones de sínodos anteriores se conocía la fecha de inicio y la siguiente noticia pasaba a ser, directamente, la publicación del Documento pontificio. De tanto exigir transparencia en las personas, métodos, fomes y fidelidades al espíritu se hizo de un acontecimiento ordinario de la vida eclesial otro de carácter extraordinario y público que fue aprovechado por los enemigos de la Iglesia, que los hay, para dividir y abundar en una división que existe, en todo caso, desde mucho tiempo antes. El amago revisionista de la encíclica HV parece más una "vendetta", -quién estaba presente, quien la redactó, documentos previos, composición y formación del texto, pros y contras, soplos del espíritu y contrasoplos- que una reseña para celebrar las conclusiones, proféticas por cierto, de aquella Encíclica.
Si la gente no se casa o no tiene hijos es por miedo al futuro. Ése es, ha sido y será siempre el único motivo. Vean como cambian las pirámides de población y su dependencia con hechos que van más allá de los consejos y normas que encontramos en el Magisterio. Esto no es un desacato a la enseñanzas de la Iglesia pero es indudable que el alma o espíritu que anima a la formación -no a la fidelidad- de nuevos matrimonios trasciende a los consejos que, sabiamente, proporciona la Iglesia. Resulta, por ello, indispensable trasladar al cuerpo eclesial y al conjunto de la sociedad un mensaje claro, y lleno de confianza, sobre el futuro de la Iglesia y su infalibilidad respecto a la Verdad de Cristo. Para el reza y está en paz con Dios no hay futurible que pueda acongojar.
Para Pablo:
Si la gente no tiene hijos no es "por miedo al futuro"; y mucho menos es y será éste siempre "el único motivo".
La falta de hijos -hablo en/de un ámbito "católico"- va parejo con la "descristinaización": es decir, con el debilitamiento -cuando no, el falseamiento- de la doctrina sobre la sexualidad, el matrimonio y los hijos, es decir, con la pérdida del sentido cristiano de la persona; y con la pérdida de la necesaria -para todo, pero especialmente para sacar adelante la vida conyugal- vida espiritual, vida interior, vida de la gracia, o como se la quiera llamar.
A esto, como es lógico, se le juntan luego otros factores, por todos conocidos, factores que van de la mano con las leyes -cruel y injustamente inhumanas- que han salido de las manos de nuestros políticos: desde el "póntelo, pónselo", hasta el aborto: que son más de 100.000 niños/año no nacidos, por "matados", no por no engendrados.
No nos confundamos.
Me parece en lo personal y con todo respeto que más que falibilidad e infalibilidad (ya que esta última -como tu recuerdas- estuvo presente en Trento por la propia naturaleza y objetivos de ese Concilio y sin confundir Dogma con declaración) el tema en la actualidad es la desconfianza en lo que se dice y lo que se hace desde el centro de la Cristiandad. Hay muchas idas y vueltas sin definición ni orden final que generan desconcierto en los fieles, la gran pregunta de hoy es la de siempre "a quién iremos" ? en quién confiamos ?. El que debe guiar dice una cosa pero hace otra en concreto o la permite que es peor y genera incertidumbre y cansancio en los fieles. Los que deben anunciar el Reino se distraen manipulando la doctrina con subterfugios y la única respuesta es el agravio, la descalificación personal bajo el lema "lo dijo el PP", ya sea sobre un Sacramento o referido al grado de cocción de las patatas.
En la cultura de la postverdad, no hay discernimiento posible. Pir ejemplo, los derechos de LGTBI, en la Biblia está muy claro que Cristo no aceptaba ese comportamiento, porque eso ya.existía. Entonces qué pasa, Jesucristo no sabia discernir? Hoy en dia se confunde la misericordia y el amor de Dios con cualquier cosa. El claro q dijo'' te absuelvo de tus pecados..., y añadió '' en adelante no peques más'' y los misericordiosos y teólogos de tres al cuarto de hoy, se olvidan de mencionar la última recomendación de Cristo, muy astutos, solo dicen la primers. Adelante con las verdadetas enseñanzas de Cristo.
Dejar un comentario