"Pero, si la sal se desvirtúa..." (Mt 5, 13)
Vosotros sois la sal de la tierra -dice el Señor junto al mar de Galilea, como remate del sermón de las Bienaventuranzas-. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres (Mt, 5, 13).
No parece sino que estas palabras de Jesucristo, proféticas indudablemente, y a las que la Iglesia ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión, tuvieran hoy -o parecería que tienen- más “peligro” -actualidad- que nunca. Y me explico.
En el fondo, ¿qué estamos teniendo hoy -y con medios poderosos a su disposición- en los adentros mismos de la Iglesia? Un intento descarado, a pecho descubierto, a muerte…; un asalto a bayoneta calada, hombre contra hombre, por no dejar nada de lo que es y representa, porque no quede piedra sobre piedra.
Por cierto, también profetizó esto Jesús contra Jerusalén, y no habían pasado cuarenta años cuando la ciudad fue destruida, arrasada. O sea, que con estas cosas no se puede jugar, porque la Palabra de Dios se cumple siempre: está dicha para ser cumplida. Indudablemente, la situación no es la misma, pero la advertencia está hecha.
Como estuvieron hechas las advertencias pertinentes por parte del Ángel correspondiente a cada una de las iglesias del Asia Menor -fundadas casi todas por san Pablo o sus discípulos inmediatos con tanto amor y sacrificio-, y de ellas no han quedado ni las piedras. Está todo recogido en el Apocalipsis: Palabra de Dios.
¿Por qué? ¿Qué virus se ha inoculado en el torrente circulatorio de la vida de la Iglesia que la está matando, a tenor de lo que se está diciendo y de lo que se está haciendo, por los que no deberían; y de lo que no se está diciendo y no se está haciendo, por parte de los que sí deberían. Siempre queda, indudablemente, un “resto de Israel” que, permaneciendo fiel hasta dar la vida si necesario fuese, es la semilla -pequeña, como todas- que, con la gracia de Dios y la asistencia del Espíritu Santo, hace que la vida rebrote en la Iglesia, para mayor bien de sus hijos y para mayor Gloria de Dios.
Pues en la Iglesia está pasando lo que vemos que está pasando en la vida civil, secuestrada y esclavizada -anulada- por los poderes públicos. Lo mismo que le pasó al comunismo que croló hacia adentro pues tenía los piés de barro -como Babilonia- que se demostraron incapaces de sostener el peso de tanta podredumbre y de tanta iniquidad, está pasando en las democracias occidentales.
Siendo sus principios aceptables a priori -aunque, por supuesto, nunca crearán un paraíso en la tierra: eso es solo posible para Dios-, han asumido que “pueden” y “deben” construir la “nueva sociedad", que tiene como característica ”etsi Deus non daretur”. Y se están suicidando, porque si el Señor no construye la casa, en vano se esfuerzan los arquitectos.De hecho las mismas instituciones y sus pretendidos “logros", se han vuelto contra el hombre, de tal modo que su manifestación más visible es MATAR: la “cultura de la muerte", denunció san Juan Pablo II, también proféticamente. Y se ha cumplido en un genocidio de la propia humanidad que engorda sin freno ni control alguno.
¿Cuál es, entonces, el virus que está infectando -matando, si no se remedia- a la Iglesia? Pues aunque sea duro decirlo es este: NO QUEREMOS TENER LA VERDAD, con todo lo que eso implica: no queremos tener siempre la razón -queremos dudar de todo y debatir de todo-, no queremos ser el defensor de la persona humana -dejarla que sea lo que quiera ser-, no queremos el designio de Dios para con nosotros -ser sus hijos-, no queremos cumplir su Voluntad -que seamos santos; y si no, hemos fracasado-, no queremos que nos salve -queremos salvarnos por nosotros mismos-, no queremos una Iglesia “que se nos ha dado” -sino que queremos “hacerla"-, queremos ser nosotros mismos, autores de nuestra libertad sin medidas… En definitiva, no queremos a Dios, no queremos a Cristo “Camino, Verdad y Vida": el rechazo frontal de Jesús.
Este es, en concreto, el virus que ya estaba presente en los años anteriores al último Concilio, especialmente en la Iglesia en Holanda y en gran parte de centro-europa. Un virus que, en el Concilio, y a pesar de sus intentos de extender la infección al grito hecho bandera de “aggiornamento", fue vencido: ahí están todos los documentos del mismo, y que aconsejo -si se me permite- volver a leer.
Un virus que volvió a la carga tras el concilio, esta vez con la bandera del “espíritu del Concilio” -la letra no les interesaba para nada, porque la letra, como les era contraria, nadie pretendía ni siquiera mentarla-; y tuvo bastante “éxito", sobre todo porque contó con la omisión y/o permisión y concurso de la propia Jerarquía, especialmente a nivel de los obispos al frente de las diócesis.
Y así, se quitaron los confesonarios; se quitaron los libros aprobados para los seminarios; se quitaron los profesores de doctrina segura; se quitaron los Catecismos; se quitó la dirección espiritual; se instalaron las confesiones comunitarias; la comunión en la mano; se “vaciaron” los Misterios de nuestra Fe; se rebajó la liturgia hasta hacerla vulgar, anonida, que no “decía” nada, porque no tenía ya nada que decir: lo decían todo los celebrantes y los presentes; se arrinconó el Sagrario; se quitaron casi todas las devociones y prácticas piadosas; se quitó la Comunión fuera de la Misa; se permitieron, publicaron y vendieron todo lo heterodoxo -cuanto más, mejor- en las mismas editoriales de la Iglesia, y se vendían y hacían publicidad en las mismas librerias diocesanas o de insituciones eclesiales… Para qué seguir, que se podría.
Pero el virus fue nuevamente derrotado por el binomio de los pontificados de san Juan Pablo II y Bendicto XVI: los dos se “maravillaron", se “dejaron ganar” y “edificaron” la Iglesia -casi, casi, la reconstruyeron- a favor del Esplendor de la Verdad (”Veritatis splendor"), que es Cristo. Se publicó, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica como referente de los catecismo que tendrían que venir… y que casi no han venido. Se quiso y se intentó devolver a la Liturgia se sentido y su signficado: su “misterio", su piedad, su necesidad. Se fueron reconstruyendo los sacramentos de la Confesión y de la Comunión. Etc. Y la Iglesia Católica alcanzó unas cotas de prestigio como hacía muchísimos años -¿o siglos?- que no se veían. Lógico.
Desgraciadamente, el virus ha vuelto a rebrotar -¿últimos coletazos? ¡Ojalá! Pero no lo creo, la verdad- como comprobamos a diario en estos últimos años. Y el “desmadre” doctrinal, litúrgico -de disciplina de los Sacramentos- y pastoral esta en su punto álgido, de tal modo que me atrevo a pronosticar que estos tiempos van a marcar un antes y un después en la vida de la Iglesia.
El ataque de los partidarios de todo esto, unido a la inanidad de los comentaristas que son contrarios a todo eso, pero que se pierden en “equilibrios imposibles” -el artículo de Alfa y Omega de la última semana es un ejemplo de ello-, hacen una pinza que pretende ahogar cualquier opinión en contra. “Equilibrios", por cierto, que los primeros se encargan de desmentir, una y otra vez, en sus mismas narices, diciéndoles con absoluta claridad: “¡no os enteráis! ¡que esto ha cambiado de veras y en serio!", Y tienen toda la razón.
La Iglesia Católica, o se “re-sala” -o se le devuelve el sabor- o será pisoteada por las gentes. Palabra de Dios. Amén.
12 comentarios
Con lo que usted dice de las librerías católicas puede irse hoy mismo a las Paulinas de Sevilla y vera unos estantes muy bien anunciados de Pagola y Ansel Grum. De locos.
A la parte donde usted certísimamente afirma:
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"En definitiva, no queremos a Dios, no queremos a Cristo “Camino, Verdad y Vida": el rechazo frontal de Jesús."
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yo quisiera agregar que podemos en eso encontrar la causa de la gran pujanza de una nefasta institución, la Masonería, que ha nacido hace tres siglos justamente con ese diabólico objetivo. Y que se alimenta en las claudicaciones y tibiezas de los bautizados para extenderse por afuera y por adentro de la Iglesia.
Así que, como dice el P. Iraburu, no existe ya la alternativa "tibia" sino que debemos optar:
O Reforma, o Apostasía.
Traducido: Santidad o muerte.
Toquemos un poquito la Sacrosantum Concilium y veremos que es allí, no en las interpretaciones posconciliares, donde se sirve el problema porque se utiliza el lenguaje ambiguo, no definido, a modo de "sin embargo", "pero/y por otro lado", etc.
Recordemos unos puntos:
"Lengua litúrgica
36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, enlas lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
§ 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.
§ 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.
40. Sin embargo, en ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la Liturgia, lo cual implica mayores dificultades. Por tanto:
54. En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.
Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.
Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito en el artículo 40 de esta Constitución."
Así que, al encargar las Conf. Ep. las traducciones, tenemos finalmente liturgias diferentes de hecho, en un sitio "por todos", en otro "por muchos", etc.
Resulta lastimoso comprobar que en la era erasmus, la Iglesia abandona la lengua universal. Pero esto no ha venido por decreto desde fuera.
¿Hablamos de la "libertad religiosa" (así que, ¿por qué los de Hare Krishna no pueden tocar su tambor, si es antes de las 22:00; y faltaría más prohibir los minaretes o la religión islámica en las escuelas - con sus lecciones sobre el "adiestramiento" de mujeres, etc., ¡qué horror que alguien hoy quiera prohibir algo así!), colegialidad episcopal, ecumenismo, unicidad de la Iglesia (antes se decía que la Iglesia es una, ahora se dice que es "una", pero hay "Iglesias" (pensando en la "ortodoxa"; pero el Señor fundó una sola))
En fin, la culpa habrá venido desde la sociedad.
¿O se ha perdido la sal en algún lugar importante?
Dice usted:"Y así, se quitaron los confesonarios; se quitaron los libros aprobados para los seminarios; se quitaron los profesores de doctrina segura; se quitaron los Catecismos; se quitó la dirección espiritual; se instalaron las confesiones comunitarias; la comunión en la mano; se “vaciaron” los Misterios de nuestra Fe; se rebajó la liturgia hasta hacerla vulgar, anonida, que no “decía” nada, porque ...."
Es decir, usted explica que hace muchos años ya tras el concilio se adoptaron una serie de medidas humanas, que rebajaban sin duda la espiritualidad de la Iglesia y que explican de algún modo la situación en que nos hallamos.
Yo creo que la solución es hacer lo contrario de lo que se hizo, es decir adoptar medidas concretas de gobierno de la Iglesia, serias y que hagan crecer en ella la semilla de lo sobrenatural. Es decir, lo que usted explica pero al revés.
Ya se que Dios puede sacar hijos suyos de las piedras y que todo viene de y por Dios, pero también es cierto que nos pide nuestra cooperación a cada uno en su puesto. Asi es necesario y yo diría obligatorio que las autoridades competentes de la Iglesia adopten esas medidas para fomentar la espiritualidad. Empezando por llamar al orden a todos los presbíteros herejes lo antes posible y haciendo la misericordia de promover doctrina clara sencilla y segura.
Si se permite que unos prelados hagan públicamente lo que les da la gana en contra de los mandamientos, entonces la misma Iglesia incurre en el erro del reino que se ataca a si mismo con sus propias armas, como decía Cristo cuando le acusaban de echar demonios con el poder del infierno.
Es urgente y necesario para la catolicidad de la Iglesia, que se acaben las equidistancias que en España hemos sufrido muchos años con el terrorismo y el clero, aplicadas en este caso a la moral. La Iglesia tiene que ser una, la de siempre y en todas partes. Y eso se hace con medidas concretas.
Sabemos la solución sin embargo, ¿Qué ocurre cuando la jerarquía no quiere hacer su trabajo, lo que es su obligación mas elemental? ¿Cómo pueden los católicos de a pie exigir a sus pastores que les tomen en serio seriamente? ¿Si un prelado se aparta de la doctrina es acaso falta de respeto exigirle que el la respete?
Por mas que quieran , siempre seremos libres de ir hacia ella, o separarnos en el error.
Tiempos dificiles los que nos ha tocado vivir.
Y si no se le devuelve, mejor que a uno lo echen por ser fiel al verdadero espíritu de Pedro que reside en la verdad de Cristo. ¡Que lo echen! ¡Qué más da! Del lado de Cristo y de su Iglesia fiel NUNCA lo echarán, ni podrán echarlo. Porque Dios dijo: "Las puertas del infierno no prevalecerán" pues creámonoslo siendo fieles, valientes y firmes.
Creo que hay que empezar a perder ese miedo.
El engaño: Hablando de Amoris Laetitia, arzobispo italiano Bruno Forte, una de las principales voces anticatólicas en el último Sínodo de los Obispos ha dado una visión de la mente del Papa. De acuerdo con Fonte, Francisco dijo en el Sínodo: "Si hablamos explícitamente de la comunión de los divorciados vueltos a casar, nadie sabe qué tipo de disturbios se organizaría. Por lo tanto, no vamos a hablar de ello de una manera directa, pero sí trazaremos premisas. A continuación, voy a sacar las conclusiones ".
Gracias, cardenal Müller, por sus clarísimas palabras durante su visita a España:
No pueden comulgar los divorciados, porque el Papa no puede decir eso.
En mi libro digo que ningún Papa puede decir eso.
Mi libro le encanta al Papa.
El Papa no me dejó presentar la Exhortación. Pero fue una casualidad.
El Papa dice que se debe acoger a los adúlteros y pensar si se les puede dar la comunión.
Todo el mundo se lanza a interpretar lo que ha dicho el Papa.
Cada uno lo interpreta de manera diferente.
Todos -unos y otros-, hablan de que ya se puede/ no se puede dar la comunión a los divorciados.
Kasper que sí.
El Filipino y su Conferencia, que sí.
El Schöborn que OK.
Los de periodista digital, que fetén.
Müller, que no. Pero al Papa le gusta su libro. Porque el Papa no ha dicho que sí.
Burke que no es magisterio. No se ha mojado más.
Otros que es magisterio el texto, aunque no la nota a pie de página.
Blázquez que está todo bien claro. ¡Es un genio!
Los que no están de acuerdo con la Letitia dicen que sí, aunque debería haber dicho que no.
Otros, que aunque un Papa nunca puede decir que sí, en realidad en este lugar ha dicho que no, aunque parezca que sí.
Y Francisco gozando, disfrutando, enredando y destruyendo.
Y los divorciados vueltos a casar, comulgando.
Y los de otras situaciones irregulares, mariposeando.
Y los cardenales, obispos y demás familia, interpretando.
Y Munilla, Iceta y Escribano, releyendo y contextualizando la Letitia en Radio María.
Muy pocos valientes han dicho con toda nitidez que este escrito es una vergüenza. Por cierto, no son cardenales. Deben ser algunos pepinillos en vinagre, agarrados a estructuras caducas y cerrados a las sorpresas del Espíritu que revolotea por Santa Marta.
Resultado, para que mis lectores de enteren de una vez:
Sí pero no; aunque en realidad no, pero sí. Hay que pensar si sí, porque si no, algunos creerán que no. Y si decimos que sí, no se puede decir que siempre sí, sino que alguna vez no. No es verdad que siempre no, aunque de vez en cuando sí.
Gracias, cardenal Müller por sus aclaraciones durante su viaje a España.
Gracias Santo Padre, por ser tan claro. Usted es en realidad el único que habla claro.
Y Dios es quien sabe de verdad lo que usted ha dicho, porque ha querido decirlo. A Dios no se le engaña. Conoce bien el paño y lo está tolerando de momento.
Jesucristo no necesita las aclaraciones de nadie, ni siquiera del P. Lombardi.
Para Jesucristo no hay sorpresas del Espíritu.
La Amoris Letitia no le ha pillado al Señor de sorpresa. Ya se la veía venir.
Yo por mi parte, la he tirado a la papelera de mis novicios. Con toda Laetitia.
Fray Gerundio
Que Dios lo bendiga!
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