."Cristo, sí; Iglesia, también"
“Cristo, sí; Iglesia, también". Esta es la rotunda afirmación que proclama san Juan Pablo II a los cuatro vientos, como respuesta de un Papa santo al eslogan que pretendió -y sigue pretendiendo- imponerse: “Cristo, sí; Iglesia, no".
La pretensión no es de ahora, ni de ayer; ni siquiera viene del famosísimo “postconcilio”, que sí la “promocionó” nuevamente, como el “genial” hallazgo de lo que era viejo y estaba podrido ya antes de nacer.
Viene de muy atrás: de Lutero, como el primero que pretendió formalizar y sistematizar la ruptura entre Cristo y su Iglesia. Pero como “lo que no puede ser, no puede ser", se tuvo que “inventar” una “nueva” iglesia. En la de Cristo ya no le quedaba espacio.
Esta vieja y envejecida pretensión, ¿tiene algún sentido? ¿Alguien en su sano juicio -intelectual, moral, espiritual y eclesial- puede mantener que se puede “creer” en Jesucristo, “sin creer” -y aceptar- a “su” Iglesia; es más: “rechazando” a la Iglesia como seña de identidad “católica"? ¿Cabe mayor burrada, en cualquier plano desde el que se considere la cuestión?
Por contra, san Cipriano, afirma y enseña: “Nadie puede llamar a Dios Padre, si no tiene a la Iglesia por Madre”. Y es lo lógico: intelectual, moral, espiritual y eclesialmente hablando.
Es “en la Iglesia” donde recibimos, porque está -la posee-, la Revelación de Dios a los hombres. Es “en la Iglesia” donde Dios Padre -como fruto y signo del Amor que nos tiene- nos entregó a su propio Hijo. Es “en la Iglesia” donde su Hijo está, y permanece para nosotros, “hasta el fin de los tiempos". La misma Iglesia es la única y verdadera “tabla de Salvación". La Iglesia posee y administra los Sacramentos, transmite la Doctrina, mantiene vivo -porque lo encarna y lo entrega- el Credo, La misma Fe solo se conoce y se vive “en la Iglesia": fuera, no. Y, por encima de todo, es en la Iglesia donde se confecciona y se distribuye la Comunión; es decir, donde Jesús se hace vida y alimento nuestro.
Por todo esto -aparte otras razones que también podrían aducirse-, aplicarse a “separar” a Jesucristo de “Su” Iglesia es exactamente ésto: una herejía. Lisa y llanamente. Toda la Reforma es esto. Todo el protestantismo es esto. Todo el anglicanismo…, no llega ni a esto. Y el pretencioso y pretendido “espíritu del Postconcilio", como expediente para “procesar” este “descamino” no pasa de esto: una herejía, que ni siquiera puede arrogarse la vitola de “nueva y original": casposa y rancia como ella sola.
Y que conste que toda la gente que está en “hacer la Iglesia desde nosotros y por nosotros”, está aquí. Lo mismo que la que intenta -vanamente- “separar” una Iglesia Jerárquica de otra Carismática. O los de los movimientos de base, por ejemplo. O separar Revelación, del Magisterio, y a éste de la Tradición… Es decir, todo el que intenta provocar “fisuras” donde ni las hay, ni las puede haber.
Romano Guardini escribió de buena pluma: “Nosotros tenemos experiencia de Cristo solo a través de la Iglesia, y la decisión de la Fe se cumple en relación con Ella, pues solo la Iglesia nos sitúa en la posición de la contemporaneidad con Él”.
Es decir, y “traducido” a un lenguaje un poquito más directo y menos alambicado: solo en y a través de la Iglesia nuestro encuentro personal con Jesús no solo es posible, sino verdaderamente real.
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