InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Teología

17.11.17

El ecumenismo no se puede hacer a las carreras

Una comprensión seria de los sacramentos enseña que el ecumenismo no se puede hacer a las carreras.

Si uno entiende los sacramentos como meras acciones simbólicas, según piensa la mayor parte de los protestantes, entonces es natural la prisa por celebrar tales “símbolos” junto a, y en comunión con otros cristianos no católicos, de manera que se pueda “enviar un mensaje” de reconciliación o de unidad.

Pero los sacramentos no son recursos para “enviar mensajes.” En preciosa expresión de San León Magno, papa y doctor de la Iglesia, “lo que era visible en la carne de Cristo ha pasado a los sacramentos.” Lo cual significa que los sacramentos NUNCA están, por así decirlo, en nuestras manos sino que celebrar los sacramentos es ponernos, como Iglesia, de modo absolutamente único, en las manos y bajo la autoridad de Cristo.

Esa es la razón por la que se ha afirmado con verdad que “la Eucaristía hace a la Iglesia” como lo expuso con elevada elocuencia San Juan Pablo II en su última encíclica, Ecclesia De Eucharistia, sobre todo en el capítulo II. No nos acercamos a la Eucaristía en primer lugar para expresar algo nuestro, ni siquiera la magnitud o claridad de la fe que tenemos: al altar vamos, por el contrario, como Iglesia siempre necesitada, que sabe que nada puede sin el alimento celeste y sin el amor redentor que se hace presente en el “sagrado banquete, en que se recibe al mismo Cristo,” según expresión perfecta de Santo Tomás de Aquino.

El ecumenismo apresurado lastima a la Iglesia porque hace borrosa la realidad sacramental; lo cual no es pequeño daño porque la Iglesia sólo puede tocar la realidad de la redención y la verdad de la Encarnación cuando toca a Cristo en los sacramentos. Quitar, o por lo menos oscurecer, los sacramentos es privar a la Iglesia de su alimento propio y del criterio último de verdad que posee mientras peregrina sobre esta tierra.

Hacer ecumenismo no es lograr que todos coman la hostia consagrada, si es que ha sido de verdad consagrada. La comunión, en efecto, no es asunto sólo de abrir la boca o masticar con los dientes: es primero asunto de abrir el corazón a la fe plena para que sea Cristo, divinamente presente en la Eucaristía, quien disponga qué debe quedar y qué no de cuanto forma nuestra vida. En cierto sentido, es Él quien tiene que masticar y triturar nuestra carne con su carne, que ha sido primero macerada en la Cruz. Sólo así será verdad lo que dijo San Agustín: que al comulgar no lo transformamos a Él en nosotros sino que es Él quien nos transforma en Él mismo.

Hacer ecumenismo no es entonces sentar gente alrededor de un altar y comer juntos materialmente unas mismas hostias consagradas, si es que de verdad han sido consagradas. La comunión externa, corporal, material, ha de ir precedida por el largo camino de la conversión, que implica ciertamente la renuncia al pecado y al error–sobre todo al error en la fe sacramental misma.

Oremos, pues, para que la Iglesia aprecie y adore con todo su ser el sacramento que ha recibido, de modo que no haya engaños ni prisas sino conversión, humildad, camino bien hecho y con paciencia, hasta el día en que comulguemos lo mismo porque de verdad aceptamos y vivimos la misma fe que nos dejaron los apóstoles.

28.08.17

¿Cómo se hace para amar?

Fray, Còmo se hace para amar? si uno se reconoce imposibilitado y ademàs de eso no logra atisbar en el otro ( cualquier humano) algún indicio de que es amable. Còmo es que se tiene el deseo de amar sabièndose incapacitado. No sè si me hago entender. –LV

* * *

Si entendemos el amor como sentimiento agradable que nos hace disfrutar de la presencia de otra persona, ese tipo de amor no tiene uno cómo producirlo de la nada. Ese tipo de amor podemos decir que depende de su “objetivo” o “meta,” o sea, depende de que la persona a que se dirige sea “amable.” Observemos que la palabra “amable” tiene la misma estructura de palabras como “pensable,” “dibujable,” “construíble” y las de ese género. Todas esas palabras indican algo que se puede hacer. “Amable” quiere decir entonces: alguien a quien se puede amar; y la idea va más allá: que no sólo se puede amar sino que invita a ser amado.

Entendemos entonces que el amor-sentimiento depende de lo que uno vaya a amar y por consiguiente es en la práctica imposible hacerlo surgir. Es como si a uno le dijeran: “Tiene que enamorarse de tal persona, y además tener detalles de amor y ternura con ella.”

La Biblia tiene un enfoque diferente, en tres aspectos:

(1) El amor de que nos habla la Biblia sólo existe en aquellos que se han descubierto amados, intensa, infinitamente amados por Dios. La fuente no está en el ser humano porque el ser humano básicamente responde a estímulos, como hemos visto con el amor-sentimiento. “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (1 Juan 4,10). Por ello mismo, el modelo de amor, según la Biblia, no implica reciprocidad ni mérito. Cristo nos llama a amar de esa manera: “…para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; porque El hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.” (Mateo 5,45)

(2) La expresión máxima del amor no está en las palabras o las caricias sino en buscar con toda fuerza el bien de la persona amada, hasta entregar la propia vida si es necesario. “No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos [que debiera mejor traducirse: los que uno ama, con amor como el de Cristo]” (Juan 15,13). El amor “bíblico” se concentra en las obras, en el bien que es posible y apropiado hacer en favor de la persona amada. Por eso Cristo nos dice: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5,44). Claramente al mandarnos que amemos así, Cristo no nos está diciendo: “Sentid cosas bonitas por los que os tratan mal;” ese amor más bien es: “Haced el bien posible y apropiado por aquellos que lo necesiten, incluso si son vuestros enemigos.”

(3) El amor de que nos habla la Biblia no se concentra en lo que yo siento sino en lo que la otra persona necesita. Por eso Cristo, cuando le preguntan, ¿quién es mi prójimo?, o sea, ¿Quién es ese al que se supone que debo amar?, responde con la historia de una persona en grave necesidad. Es lo que está en la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37). Este aspecto del amor, según la Biblia, implica que amar no necesariamente significa complacer. En muchas circunstancias amar puede implicar contradecir, corregir, oponerse o denunciar; porque uno lo que está buscando es el bien necesario a la otra persona, incluso si ella no lo conoce o no lo desea. Es como cuando la mamá pide que sea vacunado su bebé aunque el bebé llore un poco.

¿Ese tipo de amor, que hemos llamado “bíblico,” es posible? Por supuesto, si recordamos el orden de los puntos expuestos: empezar por la experiencia del amor de ese Dios que nos ha creado, perdonado, ungido y que nos llama a la plena comunión de vida y gozo en Él. Por eso nos dice San Juan: “Esta vida se manifestó. Nosotros la hemos visto y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes la vida eterna que estaba con el Padre y que se nos ha manifestado. Les anunciamos lo que hemos visto y oído, para que también ustedes tengan comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.” (1 Juan 1,2-3).

15.08.17

Diez pensamientos sobre la fe

¡La hermosa riqueza del don de la fe!

  1. Nuestra fe no es autoconvicción, programación neuronal o autosugestión. Es el don de responder al regalo de un Dios que se revela.
  2. La fe no es un poder que Dios te da para lo que tú quieras; es la posibilidad bendita de ser disponible para su plan, que es mejor.
  3. La fe no es una renuncia al conocimiento, a la razón o a la evidencia; sino una lectura mucho más profunda de lo que vemos y sabemos.
  4. La fantasía o el pensar con el deseo empiezan en el hombre y por eso también proyectan sus defectos. Eso tenían los paganos y eso NO es fe.
  5. La fe no es simple repetición de ideas palabras aunque brota de la predicación de la Iglesia; sólo existe como un don fresco en cada creyente; como si Dios lo creara para cada persona.
  6. La fe es regalo que rehace a la persona y a la vez construye a la comunidad: completamente personal y totalmente comunitario.
  7. El conocimiento que da la fe no es una apuesta ni es fruto de anhelos, ignorancias o miedos; es certeza pero no construida sino recibida.
  8. No se puede propiamente tener fe sino en Dios y por don suyo; lo demás es impostura de la imaginación o de la cultura dominante.
  9. La fe es un regalo inmerecido pero irrevocable–desde Dios; aunque frágil y amenazado–desde el hombre.
  10. La fe es árbol que crece en su raíz, por la escucha; en su tronco por la coherencia; y en sus frutos, por la caridad.

22.06.17

Ocho estrategias preferidas por el demonio

¿En qué principalmente gasta su tiempo el diablo, metafóricamente hablando?

1. Elaborando y distribuyendo caricaturas repugnantes de Dios

* Su naturaleza está sellada por la mentira: “[…] El diablo ha sido un asesino desde el principio. No se mantiene en la verdad, y nunca dice la verdad. Cuando dice mentiras, habla como lo que es; porque es mentiroso y es el padre de la mentira” (Juan 8,44).

* En el comienzo mismo de la Historia, lo primero que hace es calumniar a Dios: “¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3,1)

* Quiere presentar la virtud como imposible, y el pecado como fácil. Por ello Cristo tiene que advertir: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplia es la senda que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella” (Mateo 7,13).

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10.06.17

Invitación al santo Temor de Dios

El santo Temor de Dios es uno de los siete dones mayores del Espíritu Santo, y sin embargo, de él se predica muy poco. No queremos caer en una versión unilateral, propia de un cristianismo en pánico permanente, pero vemos que es necesario recuperar la conciencia de la seriedad de la vida cristiana.

Las siguientes 21 consideraciones nos ayudan en esa línea.

  1. Daremos cuenta a Dios del tiempo perdido inútilmente.
  2. Daremos cuenta a Dios de cada palabra necia.
  3. Daremos cuenta a Dios del bien que no hicimos, pudiendo perfectamente hacerlo.
  4. Daremos cuenta a Dios de muchos de los pecados de las personas que tuvimos a nuestro cargo.
  5. Daremos cuenta a Dios de no haber peleado hasta la sangre contra el pecado (cf. Carta a los Hebreos 12,4).
  6. Daremos cuenta a Dios de haber desviado la mirada ante el dolor o la necesidad de nuestros hermanos.
  7. Daremos cuenta a Dios de tantos sagrarios que tuvimos cerca y nunca visitamos.
  8. Daremos cuenta a Dios de haber entretenido la mente en fantasías de pecado.
  9. Daremos cuenta a Dios de nuestra lentitud e inconstancia para formarnos mejor en la fe y la moral.
  10. Daremos cuenta a Dios de haber callado cuando ofendían su Nombre.
  11. Daremos cuenta a Dios de haber dejado solos a tantos que batallan por extender el Reino de Cristo.
  12. Daremos cuenta a Dios por no haber reflexionado con más amor y constancia sobre el misterio de la eternidad.
  13. Daremos cuenta a Dios por las inspiraciones de la gracia que dejamos perder en el tumulto de nuestra negligencia.
  14. Daremos cuenta a Dios por no haber alabado y predicado mucho más la confianza en su Divina Misericordia.
  15. Daremos cuenta a Dios del poco dolor por nuestros pecados, y los pecados del mundo entero.
  16. Daremos cuenta a Dios de haber desperdiciado el auxilio de los Ángeles y de los Santos.
  17. Daremos cuenta a Dios por los resentimientos porque en cada ser humano, aunque oculta, está siempre la imagen de Dios.
  18. Daremos cuenta a Dios de vivir de modo tan distraído, y luego llevar nuestras distracciones a la oración.
  19. Daremos cuenta a Dios por la ingratitud o frialdad con que hemos tratado a tantos que nos han hecho bien en Cristo.
  20. Daremos cuenta a Dios por el amor que dejamos perder en el alma sin entregarlo a nuestro prójimo.
  21. Daremos cuenta a Dios por haber amado tan mezquinamente el Cielo, lugar de su gloria y compañía.