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20.01.17

¿Sólo populismo?

Con motivo de la inauguración del periodo presidencial de Donald Trump en Estados Unidos no han faltado los análisis de un hecho que a muchos nos pareció irreal, y que a unos cuantos les pareció y parece extremadamente doloroso.

Cuando la realidad nos salta a la cara y niega lo que esperábamos, la inteligencia busca explicaciones. Resulta natural preguntarse qué factores uno no tuvo en cuenta o qué elementos nuevos entraron en juego.

Tal es el contexto de nacimiento del término “populismo,” que se ha vuelto frecuente para tratar de explicar, en tono de desprecio, un resultado electoral de difícil comprensión. La explicación que se intenta construir va en esta línea:

“Lo mismo que otros líderes en otras partes del mundo, como los que apoyaron el ‘brexit’ en Inglaterra, o Dutarte en Filipinas, también Trump ha sabido tocar fibras emocionalmente sensibles de una parte importante y olvidada de su electorado, en este caso, gente de raza blanca y clase media. El lema de ‘Hacer grande a Estados Unidos otra vez’ ha calado en quienes han sentido su país secuestrado por la inmigración masiva, por la diversidad étnica y por el surgimiento de nuevas minorías, como las representadas por el movimiento LGBTI. El lenguaje directo, y a menudo agresivo, de Trump usa las palabras y toma las actitudes que esas personas desengañadas quisieran usar con fuerza, y así su lenguaje populista le ha garantizado un respaldo suficiente para llegar a la Casa Blanca.”

Lo anterior no es una cita de un único texto sino una recopilación de opiniones vertidas en diversos medios. La pregunta, sin embargo, es si todo queda ya explicado con sólo invocar el término mágico: “populismo.” ¿No era “populista” el lema de Obama hace ocho años: la simple palabra CHANGE (CAMBIO)? ¿No era populista la campaña de Hillary Clinton cuando apelaba a las mujeres, los latinos y los afrodescendientes? Por definición, quien gana unas elecciones es la persona que ha conseguido mayor respaldo popular, así que, ¿cómo se determina el límite entre ser popular y ser populista?

Mi opinión es que los que ganan las elecciones dirán que su líder fue el que recibió el respaldo popular mientras que los perdedores dirán que el ganador es un vulgar populista.

En otro sentido, sin embargo, lo del “populismo,” así sea insultante, indica algo que interesa: como ya lo han observado otros analistas, crece sin cesar la brecha entre los intereses de la clase política, que mira por lo suyo, y las necesidades y preocupaciones del “populus,” del pueblo. Lo cual es serio porque en todo sistema democrático hay un principio básico de representatividad que es el que otorga la legitimidad en el acceso y uso del poder. Si se fractura la representatividad, esto es, si los así llamados populismos están mostrando fracturas en ella, es tiempo de que los líderes se pregunten si sus leyes y decisiones son las de quien sirve al bien común o si son simplemente sus propias imposiciones y preferencias.

Quizás lo más sano es quejarse menos y leer un poco más y un poco mejor la realidad de nuestros pueblos. El calificativo de “populismo” puede ser un refugio mental que tapa los ojos y cierra los oídos a tanta sensatez que todavía anda suelta entre la gente… porque todavía no la han podido domesticar.

17.12.16

Palabra de hoy: Politización

Entendemos por “politización” el proceso que reduce una discusión ética a una controversia política. El efecto que sigue a esa traslación es la legitimación de posturas o propuestas de intervención social que ciertamente no resistirían análisis desde la escueta consideración de su estatuto ético.

La fuerza psicológica de la politización radica en la convicción, ampliamente compartida hoy, de que toda persona humana merece respeto. Esa actitud de respeto pronto se extiende a las opciones, gustos e ideas que cada persona tiene. Es fácil, en esta misma línea, considerar que si alguien—o más aún: un grupo dentro de la sociedad—tienen una determinada perspectiva o propuesta, su idea tiene “derecho” a existir dentro del conjunto de las múltiples opiniones que se dan en una sociedad pluralista y democrática.

Un efecto profundo de la politización es desplazar la atención pública desde el terreno de los principios y los argumentos hacia el terreno pragmático de los simples medios y estrategias. Tal vez el ejemplo más elocuente de este desplazamiento es lo sucedido desde hace décadas con el aborto voluntario. En el terreno de los argumentos no hay una sola posibilidad de demostrar que pueda ser éticamente lícito eliminar a un miembro inocente de la especie humana a quien se priva además de toda posibilidad de defensa. Los supuestos argumentos a favor de tal eliminación caen pronto en la contradicción y el ridículo, como cuando una funcionaria dijo en España que lo concebido por una mujer es un ser vivo pero no pertenece a la especie humana, con lo que ella misma forzó la pregunta obvia: ¿Entonces a qué especie pertenece el feto que crece en el vientre de una mujer?

Así pues, como esta clase de discusiones no puede ser ganada en el terreno de los principios y argumentos, entonces los defensores del crimen del aborto han usado repetidas veces dos recursos: la guerra semántica y la politización.

El primero de estos recursos es ya bastante conocido: no llamarse “pro-aborto” sino “pro-choice;” incluir al aborto dentro de algo llamado “derechos reproductivos de la mujer;” llamar “interrupción del embarazo” al asesinato de fetos humanos; todo ello, sin embargo, es sólo preparación para el otro recurso, la politización, que salta de los salones de debate al activismo en plena calle.

Lo que hace la politización es considerar en un mismo plano todas las opciones por el hecho accidental de que hay grupos de personas que apoyan esas diversas opciones. Como es de suponer, la politización es instrumento de uso de quienes buscan poder político. En un esquema sencillo el proceso se puede dar por ejemplo de la siguiente forma:

1. Identificación de un sector, numéricamente importante dentro de la sociedad, que desea un objetivo pero que no lo ha conseguido porque el código ético de buena parte de la misma sociedad y/o la legislación vigente lo impiden. Es la situación de décadas atrás en nuestros países. Al mencionado sector de la sociedad lo vamos a llamar “los posibles representados.” Para el caso del aborto, esos “posibles representados” son las mujeres que ven en un embarazo forzado o a destiempo una desgracia, o por lo menos, un obstáculo en su camino de realización personal.

2. Presentación selectiva de relatos de victimización de “los posibles representados,” con el propósito de introducir un fuerte componente emocional, y con ello, lograr perplejidad ética en amplios sectores de la población. Siguiendo con el ejemplo del aborto, la victimización típica presentará el drama de la pobre jovencita que ha sido violada, y que según el código ético y/o legal vigente, tendrá que seguir adelante con un embarazo traumático de principio y fin.

3. Uso sistemático de la transmutación semántica a que se ha aludido antes, de modo que “los posibles representados” empiecen a reconocerse efectivamente representados en los líderes políticos que suavizan la culpa y enfatizan los aspectos deseables, que ahora parecen francamente positivos: la interrupción del embarazo parece ser la puerta para una actitud de mayor respeto a los derechos de la mujer.

4. A medida que “los posibles representados” se sienten efectivamente representados—en lo cual tienen enorme importancia los medios de comunicación—el proceso de politización ha cumplido su primera y más difícil fase: ahora abortar no es un crimen sino un tema “controversial;” los que empujan hacia el aborto son personajes “polémicos;” el “debate” debe permanecer abierto, y la sociedad pluralista debe estar siempre dispuesta a acoger “todas las voces.” La politización consigue que nada sea claramente malo ni claramente bueno.

5. Cumplida esa primera parte, lo que sigue es la segunda fase, que es activismo puro y duro: labor de lobby; difusión de propaganda; multiplicación de presentaciones sofísticas con fachada de argumentos; manipulación de datos científicos; e incluso, si parece apropiado, trivialización del drama ético con la presencia escogida de algunas celebridades. Si todo resulta como lo desean los líderes del movimiento, el efecto de este activismo es la constitución de un bloque razonablemente solido, políticamente visible, socialmente respetable, que ya goza de cohesión, metas, publicaciones, páginas web y toda una maquinaria de marketing.

6. Si el propósito no se logra en un primer intento, el proceso puede siempre recomenzar desde el punto primero, con la identificación de nuevos sectores que pudieran interesarse en la misma causa. Para un movimiento político o un líder particular puede ser eventualmente necesario o conveniente cambiar de causa. En un caso así, se usará el lenguaje de un “nuevo” movimiento, o de una “renovación” profunda, o de una historia de “reinvención” personal.

* * *

Dos anotaciones finales conviene hacer. Primera, los procesos de politización no están al alcance de todos. Por su naturaleza, aquí sumariamente descrita, requieren de grandes cantidades de dinero y de muy buenos (y costosos) directores de campaña. Esto significa que la politización es finalmente una inversión económica a gran escala, y que así la ven, sin duda, quienes inyectan dinero para asegurar cambios en la legislación y sobre todo en la opinión pública.

Segunda anotación: por su carácter invasivo y omnipresente, es notoriamente difícil luchar contra la politización. La gente se acostumbra a que en su entorno social hay gente a favor y en contra de casi de cualquier cosa: la pena de muerte, el llamado “matrimonio gay,” el aborto voluntario, la eutanasia, los cambios en los textos educativos, y muchas más cuestiones. A mediano y largo plazo, el efecto es brutalmente eficaz en su capacidad de borrar de la atención de la gente sobre si las cosas son buenas o malas: ya solo importa quién ganará la próxima elección, y si eso empuja o no mis gustos y los de la gente que me importa.

29.11.16

Palabra de hoy: Victimización

Uno de los recursos más potentes para movilizar la opinión pública es exhibir víctimas. El ser humano tiene una tendencia natural a darle atención y eventualmente afecto y apoyo a quien ve que está sufriendo. Es algo que sucede en el plano profundo de las emociones y que por eso mismo escapa fácilmente al análisis de la razón.

Es inhumano, o incluso anti-humano, sustraerse a conocer el dolor del prójimo. Quienes se encierran en su paraíso de privilegios evocan demasiado de cerca al rico de la parábola: aquel que comía espléndidamente cada día sin prestar atención ni regalar aun que fuera migajas al pobre Lázaro que agonizaba a la puerta de su mansión (Lucas 16). Tal es la esencia del pecado de indiferencia, tan duramente denunciado por el Papa Francisco.

Sin embargo, la fuerza de la compasión también puede ser manipulada, y así de hecho ha sucedido en muchas ocasiones.

Llamamos victimización al recurso sistemático de exhibición de víctimas, reales o incluso ficticias, con la intención manifiesta de producir apoyo a una causa o rechazo a una forma de comportamiento. Es una de las muchas técnicas usadas por la llamada “reingeniería social,” cuyo propósito es moldear los criterios de valoración de amplios sectores de la población, de modo que acojan lo que antes rechazaban o detesten lo que antes apreciaban.

La victimización requiere de una amplia participación de los medios de comunicación social, particularmente de aquellos que cuentan con una clara dirección central, como es el caso de los diarios o la televisión. En general, no está garantizado el mismo efecto o resultado cuando sólo se cuenta con redes sociales, aunque suele suceder que si los grandes medios hacen mucha propaganda a una “víctima” luego las redes hacen eco en multitud de comentarios, “memes” o campañas que llevan la misma historia hacia públicos bastante diversificados.

El hecho de que los medios de comunicación tengan un papel tan central en una campaña de victimización revela algo importante: la victimización puede ayudar a crear poder (a medida que gana espacio en la opinión pública) pero en principio es ante todo un modo de reforzar el poder que ya se tiene. En efecto, cada vez más el “tiempo al aire” resulta inmensamente valioso desde el punto de vista económico; ¿por qué entonces los medios darían visibilidad o importancia a algo que no supone un retorno de su inversión? La respuesta natural sería: por un acto de caridad, solidaridad o filantropía. Y debe haber algunos actos de esa naturaleza pero la balanza parece inclinarse en un sentido distinto: victimizar es una buena inversión en términos de construcción de poder político.

Prácticamente toda la agenda del Nuevo Orden Mundial ha estado marcada por campañas amplias de victimización, usualmente con la exhibición morbosa de casos extremos y altamente cargados emocionalmente:

  1. Para empujar la agenda abortista, nada mejor que presentar la triste historia de una niña violada y ahora “condenada” a ser mamá. ¿Es que nadie querrá “liberarla"?
  2. Para favorecer la aprobación o ampliación de las leyes de eutanasia, el relato de un pobre enfermo que lleva años padeciendo atrozmente y que sólo pide que cese esa tortura. ¿Seremos tan inhumanos como para exigirle que siga sufriendo?
  3. Para impulsar la agenda del “matrimonio” gay, una historia conmovedora: Paca y Pepa se han amado en secreto, pero con exquisita y tierna fidelidad, teniendo que soportar el aislamiento, la humillación y los insultos incluso de sus propias familias. ¿Nadie entiende acaso la horrible discriminación que están sufriendo esas pobres?
  4. Logrado el “matrimonio” gay, viene la adopción por parejas del mismo sexo. ¿O es que seremos tan insensibles que dejaremos sin su más puro deseo a Juancho y Pancho, que son una pareja ejemplar, alegre, de excelentes vecinos, y que sólo anhelan tener un niño, un varoncito, pequeño y tierno, para darle todos sus cuidados?

Nadie duda de la seriedad de los sufrimientos, más o menos objetivos y más o menos justificados, de esa clase de historias pero es imposible no darse cuenta de la carga de manipulación que traen en la manera como son empacadas y enviadas a las vallas, carteles o los aparatos de televisión de millones y millones de personas. Entre otras cosas, porque son dolores “escogidos” uidadosamente para producir el impacto que se quiere. En ese sentido, falsean la realidad. En efecto:

  1. La inmensa mayoría de los abortos reales no tienen nada que ver con violaciones sino con gente que no desea ser papá o mamá, y arregla las cosas con un anticonceptivo de emergencia que consiste en matar lo concebido. Y aunque se tratara de violación, ¿por qué castigar al inocente?
  2. Un numero cada vez mayor de eutanasias deben llamarse lo que son: suicidios asistidos, en los que palabras como “depresión” sirven para conectar con aquello de un “sufrimiento intolerable.”
  3. Los niveles de agresión, separaciones, enfermedades de transmisión sexual son escandalosamente abundantes entre los homosexuales; convenientemente, eso se calla.
  4. Sólo Dios sabe cuántos niños son abusados especialmente al ser adoptados por parejas de dos hombres. Pero aunque no sucediera así, ¿por qué tratar de reemplazar a una mamá con otro hombre?

¿Cómo defenderse de la victimización? Lo más importante es hacer conciencia de que esta herramienta de dominación y manipulación social existe. Una vez que se toma conciencia de su existencia y su frecuentísimo uso, es menos fácil que tenga poder. Y por supuesto, a medida que pierde poder, los que buscan una recuperación de su inversión dejan de subsidiar lo que no les produce el resultado que querían.

16.10.16

Secuestro de representatividad

El concepto

En el sistema de gobierno democrático pocas palabras pueden competir en importancia con el verbo “representar” y sus derivados. La razón por la que unos líderes acceden a cuotas de poder mayores que los demás ciudadanos, ya se trate de lo ejecutivo, lo legislativo o lo judicial, es porque se supone que representan a sectores amplios o significativos de la sociedad. por eso todo político en sus cabales debe asegurarse de que sus electores se vean representados en él, o ella, según sea el caso.

El proceso para lograr la representatividad es complejo, diverso y cambiante: como un juego cuyas reglas se re-escriben a menudo. Uno puede decir con bastante fundamento que, en general, esas reglas tienden cada vez más a lo vano, lo externo, lo publicitario. Hay elecciones muy importantes en que el tono de voz, el peinado del candidato, la vestimenta o la gente con la que se toma fotografías tienen un peso absurdo y muy alto. Si conoce Usted la realidad española, imagine por ejemplo qué pasaría si Pablo Iglesias apareciera mañana dando declaraciones sin su famosa coleta, y más bien aderezado con una elegante corbata y saco de paño.

Lamentablemente la consecuencia que esto trae es que las destrezas requeridas por el juego democrático para acceder al poder no son necesariamente equivalentes a las destrezas requeridas para hacer un gobierno justo y orientado al bien del país. El resultado de este desfase de destrezas es que con bastante frecuencia llegan a la cima del poder retóricos o actores notablemente ineptos cuya única preocupación se condensa en esta pregunta: ¿Y ahora qué tengo que hacer / parecer / decir / declarar / gritar para seguir en el poder? Nada de extraño que el político camaleónico sea un especie de rabiosa reproducción en nuestros días.

Otra consecuencia de la hipertrofia de la representatividad es que los inevitables ataques entre facciones conllevan casi siempre un esfuerzo por transmitir al adversario este mensaje: “Usted NO representa a tal o cual sector de la sociedad…” Una frase tan breve, que a la mayoría de los seres humanos nos dejaría impávidos, supone una tortura mental espantosa para los que son políticos por su ADN, o porque no tuveron otra opción en la vida. Decirle a un político que no representa a una parte de la población es como maldecirlo, como arrancarle un brazo, como dejar al descubierto que finalmente es simplemente un ser humano.

Me vienen a la memoria varios ejemplos de esta clase de “improperios.” El 31 de agosto de 2016, en una de las largas series de discursos con motivo de los esfuerzos por formar gobierno en España, Mariano Rajoy, presidente en funciones, y Pablo Iglesias se envuelven en menuda trifulca por la representatividad, con estas palabras, que recoge la versión electrónica del periódico El Mundo:

Iglesias dijo que, afortunadamente, nadie dudaba de que Podemos y PP son “formaciones antagónicas” […] y empezó con su cantinela habitual sobre la gente. ¡Viva la gente! La hay donde quiera que vas. Incluso en el PP, como bien le contestó Rajoy: “¿Hay alguien en esta Cámara, además de usted y sus correligionarios, que tenga algo bueno? ¿Todos los que no le gustan a usted son malos? A ustedes les votan los jóvenes, los catedráticos… Al PP, según usted, nos votan los ricos y algún despistado. Ustedes no tienen el monopolio de la gente".

No soy entusiasta de Rajoy. Ni de lejos. Pero su respuesta es ejemplo de libro de lo que significa golpear a un político, en este caso, a Iglesias, donde más le duele: “Ustedes no tienen el monopolio de la gente…”

El mismo periódico alude a otra anécdota semejante, esta vez en el debate entre Giscard D’Estaing y Mitterand, en 1974. El periódico El País recoge lo sucedido:

El primer debate en la historia de las presidenciales francesas tuvo lugar el 10 de mayo de 1974, cuando la tradición se había consolidado ya en América tras el legendario enfrentamiento entre Kennedy y Nixon. En aquella ocasión, Valéry Giscard D’Estaing y François Mitterand se sentaron frente a frente durante 1 hora y 40 minutos en un escenario entre pomposo y lúgubre. Los tiempos se medían con unos cronómetros semejantes a los de la Estación de Saint Lazare de París y los periodistas no tenían opción a hacer preguntas. De ese duelo queda una frase histórica para la política francesa. Cuando parecía que Mitterrand se llevaba el gato al agua en el debate, Giscard D’Estaing le dijo: “Señor Mitterrand, usted no tiene el monopolio del corazón". La leyenda dice que esa frase hizo mucho por la victoria del candidato conservador.

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14.09.16

Ideología de Género: examen crítico de su difusión

Este artículo tiene tres secciones: primero va un examen de algunas incoherencias lógicas en el discurso usual del lobby LGBTI; segundo, una denuncia sobre la manipulación del sistema legal, con la que se consigue que algunas posturas, muy particularmente las propias de la Iglesia Católica, sean siempre las que pierden; y tercero, un análisis sobre la estructura general de las propuestas de este lobby en sus muchos frentes.

Si Usted considera lógico, bueno o inevitable el cambio social que nos quieren imponer, simplemente le invito a que lea hasta el final.

1. ¿Al fin qué: natural e irreversible o cultural y maleable?

Los intentos de introducir como norma social que todo comportamiento sexual debe ser aceptado contienen numerosas contradicciones en su argumentación.

Uno de los modos de tratar de convencer a la gente de que la homosexualidad es natural es presentarla como algo que está determinado desde el principio de la existencia de cada persona, ya sea por los genes, por los procesos epigenéticos prenatales, o por otra causa que no se explicita. Ese es el lenguaje que subyace al famoso ejemplo “viral” del hombre que ha estado encerrado o “prisionero” en un cuerpo de mujer, o viceversa. Cuando se dice que una persona nació en un cuerpo que no es el suyo, se está diciendo que su identidad–y su drama–han quedado determinados por su realidad interior y corporal al momento de nacer.

Pero luego la gente del lobby gay quiere que admitamos que, como dijo Humberto de la Calle, negociador del gobierno colombiano ante las FARC, “no se nace hombre ni se nace mujer.” Esta vez la idea que hay es que cada persona, en su libertad absoluta, puede redefinir su “género” más allá de las imposiciones de la cultura. En consonancia con esta otra línea de pensamiento, la cultura tradicional es presentada de la peor forma posible: es machista, sexista, patriarcal, discriminatoria, homofóbica, etc. Sobre ese fondo tenebroso se afirma entonces que el ser humano, desde su individualidad soberana, puede y debe construir su identidad sexual.

Obsérvese entonces lo que tenemos: por un lado nos quieren decir que hay mujeres que NACIERON “encerradas” en cuerpos de hombres, o viceversa; para los seguidores de la ideología de género esto implica que practicar la homosexualidad es algo natural, tan natural como que mi cuerpo sienta sueño o experimente sed. Lo homosexual, según esta línea, es natural y “así nacieron” algunas personas. Por consecuencia, sería brutalmente injusto maltratar a los que así nacieron. Eso nos dicen, por una parte.

Pero por otra parte, la proclamación desorbitada de la libertad individual conduce a decir que UNO NO NACE NADA, ni hombre ni mujer ni nada, de modo que habría que convencer a los individuos de que tienen el derecho y la capacidad de convertirse y ser lo que quieran.

Creo que se nota la patente contradicción: los defensores de la normalización social del comportamiento homosexual (o bisexual o intersexual…) quieren que por un lado o por otro, es decir, como sea, admitamos su postura. Si decimos que en esas prácticas hay algo que no es natural, nos hablan de que la gente nace así; y luego, si les decimos que hay un bien social en el matrimonio natural, nos echan a la cara la libertad que cada quien debe tener para construir su “género” como le plazca. Pero al pretender argumentar las dos cosas A LA VEZ en realidad muestran que no hay coherencia en su pensamiento. No es entonces la verdad ni lo verdadero lo que los mueve. Son entonces otros intereses.

Todo esto me hace recordar un antiguo chiste que vi en la televisión española hace muchos años. Una señora es llevada al tribunal por haber asesinado a su esposo. Y el fiscal le pregunta: “¿Es cierto, sí o no, que Usted asesinó a su esposo con este puñal?” Y responde la señora: “Totalmente falso. Ni yo lo maté ni fue con ese puñal…” A veces de tanto defenderse termina uno mostrando su propia culpabilidad.

Si aquella gente fuera lógica se daría cuenta de esto: No se puede decir que la homosexualidad es algo con lo que se nace porque entonces eso contradice que el género es una pura construcción de la voluntad humana en diálogo o bajo presión de la cultura. Y tampoco se puede decir que el género es pura construcción individual porque entonces hay que admitir que cuando la gente nace no tiene de por sí una tendencia homosexual. Porque si la tuviera de nacimiento, habría que admitir que también de nacimiento alguien nace “hombre” o nace “mujer” y eso contradice de plano la teoría de género.

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