El título es ya explosivo. Un sacerdote amigo llegó a Tarragona y empezó a preguntar sobre las razones del visible nacionalismo catalán. Alguno lo interpeló pronto: “Oiga, ¿a usted quién le enseñó a hablar?” “Mi madre"–respondió el aludido. “Pues eso–concluyó el otro–ya sabe de qué se trata cuando se habla de la lengua.” Mi amigo sacó la única conclusión posible: hay temas que son tan profundamente viscerales que parece imposible entrar en razones. Sencillamente, lo tomas o lo dejas.
Quienes no tenemos razones tan hondas o tan dolorosas para decir: nacionalismo sí, o nacionalismo no, nos cuesta entender cualquiera de las posturas. Supongo que mi propia cultura latinoamericana presenta enigmas o cuando menos situaciones atípicas para ojos extranjeros. De hecho es lo que siento cuando la gente simplifica mi país y dice cosas como: “Bueno, ¿y por qué no va el ejército y acaba de una buena vez a esos guerrilleros?” O lo contrario: “¿Qué pasa en Colombia, y cómo se aguantan a un presidente con nexos paramilitares?”
No sé si generalizo demasiado pero casi creo que en todas partes uno puede encontrar huellas de problemas, disputas y tensiones que ocupan el lugar que la cuestión nacionalista parece tener en Cataluña, es decir, situaciones que de tal modo toman el primer lugar en la atención, que los implicados sienten que todo se define frente a ello. Así por ejemplo, en el plano personal hay gente que siente que el tema de su soledad, su realización profesional o su salud es lo más importante del mundo entero. Y lo que quiero destacar es que cuando uno tiene un tema que es “el” tema, uno no alcanza a percibir ni la novedad ni la hermosura ni la potencia de la propuesta de Cristo.
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