Meditación sobre la genialidad de un santo, Benito de Nursia
He aquí lo que encuentra un católico en un día cualquiera en Europa, y particularmente en España: el cinismo de un gobierno socialista para el cual el cuerpo es objeto de uso; la avanzada imparable del secularismo, que compite con el renacer de la superchería y la superstición; la presión de los medios de comunicación, vendidos al hedonismo barato y al comercio sin alma; la traición visible de un número de miembros del clero y de los religiosos, unido a la escasez de vocaciones; el laicismo rampante que parece no saciarse en su ansia de extinguir la vida débil, haciendo así de esta tierra un escenario grotesco y cruel; el abandono masivo de la práctica de la fe en los jóvenes; la fractura de la familia, que hace todo más duro, más sordo, más aciago; la complicidad mediocre de la mayoría de los centros de estudio, que a menudo consagran como única fuente de verdad el materialismo cientificista. No es para quedarse tranquilo.
Si ese católico toma en serio su fe tiene que sentir indignación. Su tristeza se volverá lamento pero también deseo de combatir, de gastarse, de entrar en la refriega y dar la cara por Cristo y su Iglesia. Su beligerancia, sin embargo, será interpretada de inmediato por el sistema como “fundamentalismo,” “ingenuidad infantiloide,” “nostalgia de Cristiandad,” y decenas de epítetos de los que ya conocemos, y que empiezan por “carca.” En resumen, un católico hoy solo puede esperar dolor por dentro y rechazo silencioso y asfixiante por fuera. ¿Qué se hace ahí?