Aprender de la Navidad a adorar
La adoración está unida al silencio de un modo natural: cuando algo nos colma de admiración nos quedamos sin palabras.
Adorar implica algo así como reunir todo lo que somos y arrojarlo con humilde y gozoso amor al Único que bien lo merece.
En el mucho razonar la inteligencia conserva el control; adorar en cambio es perder el control pero sin perder la gracia.
El verbo más apropiado para el Cielo no es pensar, ni analizar, ni deducir, ni aplicar, ni explicar. Es sólo Adorar.
El que da limosnas da algo de sí; el que adora se da a sí mismo, y se vuelve ofrenda viva.
Enseñar los caminos de la contemplación y la adoración es enseñar algo útil para esta vida y para toda la eternidad.
El ejemplo de los pastores en Navidad nos hace ver que la adoración es un acto personal e íntimo–pero nunca solitario.
La adoración hace desaparecer el tiempo; debe entenderse entonces que es un asomo de eternidad.
Los Magos de Oriente recorrieron miles de kilómetros por un solo acto de adoración. ¿A qué distancia tienes tú un sagrario?
María, que adora a Cristo, porta a Cristo. Así sucede siempre: adorar y evangelizar se hermanan en un mismo amor.