Prepararse para lo improbable, 1 de 2
El mundo contemporáneo abunda en sorpresas. Lo inesperado es el recurso cotidiano para ganar un poco de atención y unos segundos del precioso tiempo de posibles clientes o compradores.
El problema es que en una sociedad progresivamente desconectada de sus raíces culturales, e incluso raciones, más y más cuestiones caen en la penumbra de lo “decidible.” La típica sociedad liberal deja prácticamente abiertas a discusión interminable asuntos tan decisivos como el aborto, la estructura de la familia o la modificación genética de la especie humana. Es apenas natural, entonces, que diversos grupos de intereses quieran hacerse oír de modo que sus agendas particulares puedan imponerse por encima de la cacofonía reinante. A su vez, esto implica que nuevos modos de publicidad y marketing hagan su aparición en los lugares menos esperados, precisamente porque el factor sorpresa es vital para el éxito de esta clase de campañas.
En sí misma, la capacidad de sorprender es moralmente neutra, diría yo. Jesús fue “sorprendente” muchas veces y en la Historia de la Iglesia no han faltado novedades y sorpresas que han hecho posible o más eficiente o más amable la evangelización. De hecho, todo o casi todo lo que damos por descontado en nuestra vida cotidiana como creyentes, algún día fue sorprendente. ¿Se usaban las campanas en la Jerusalén de la época de Cristo? ¿Se rezaba el rosario en tiempos de San Gregorio Magno? ¿Escribió San León Magno meditaciones para el Via Crucis? ¿Qué dice San Ireneo del uso del órgano tubular en la liturgia? ¿Se postró San Bernardo ante algún Pesebre (o Belén, o Nacimiento, según se le conoce en otros sitios)? La respuesta a todas estas preguntas es: No. Lo cual quiere decir que el uso de campanas, el rezo del rosario, la práctica del Via Crucis, el uso del órgano tubular o la costumbre de hacer el pesebre en algún momento, con mayor o menor medida fueron “sorpresas.”
También en los métodos de evangelización ha habido grandes sorpresas, que con el tiempo se han mostrado sumamente positivas. Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola generaron no poca desconfianza y preguntas en su tiempo. Siglos antes, aquello de que los religiosos vivieran en la ciudad y predicaran y enseñaran en universidades fue muy mal recibido, por lo menos en la Universidad de París, con la dirección del arzobispo de la misma ciudad, en el siglo XIII. Si vamos al siglo XIX, encontramos que hubo en Roma quienes se preguntaban por qué Don Bosco no se dedicaba “como todos los demás” a una parroquia, en la que, juzgaban ellos, tendría amplio espacio para todo su celo pastoral.
Hay sorpresas negativas también en el campo de los métodos. Infocatólica ha informado oportunamente de muchas combinaciones explosivas o incluso sacrílegas que se han intentado bajo capa de una “novedad” en la evangelización: desde abusos litúrgicos que claman al cielo hasta mezclas sincréticas con estilos y filosofías orientalistas.
Por ello digo que el hecho mismo de que algo sea sorprendente no es todavía información suficiente, para decidir si es útil y correcto, en términos de nuestra fe.
Este tema tiene otra faceta, sin embargo: las sorpresas que el mundo nos da. En lo cual también hay de riesgo, de trampa pero también de oportunidad.
12 comentarios
Porque si es así, ¿cómo es que en ese supuesto magisterio un Pontífice, sucesor de San Pedro, Papa, dice por ejemplo, que "no existe un Dios Católico"? ¡Qué alguien lo explique!
Y si no se refería a ello, sería bueno, sano, recomendable, oportuno, conveniente, que lo hiciera.
Yo por mi parte, preparado lo que se dice preparado para ese nuevo magisterio no estaba, ni no estoy.
Nota de fray Nelson: Mi post no aludía al interesante tema que propones.
Saludos.
En términos de comunicación, lo sorpresivo debe estar sustentado en algo sólido. No vale de mucho hacer un anuncio sorprendente para una bebida, si lo que va adentro no es Coca Cola. Del mismo modo, si lo que va adentro es Coca Cola, se necesita POCA sorpresa para llamar de nuevo la atención.
En términos de fe, el juicio es más simple porque el sustento es mucho más amplio. Colgar una campana -algo nuevo, pequeño- para llamar a una Misa -algo viejo, amplio- no resulta contrario a la fe, aunque los primeros campanazos habrán molestado a más de uno. Yo encuentro rápidamente que algo novedoso está mal cuando no lleva a nada. La novedad por la novedad misma es inútil y potencialmente peligrosa.
Los gestos del Papa Francisco pueden juzgarse a esta luz. Cuando decidió no alojarse en el apartamento papal, la pregunta es ¿por qué? Y la respuesta que a mí me llegó fue "para no aislarse de la realidad". El gesto por sí mismo no tiene ningún valor moral, sus antecesores residieron en el apartamento papal y no se aislaron del mundo. Pero el gesto de Francisco tuvo una repercusión en el mundo y, en su momento y lugar, podemos decir que fue bueno. A su sucesor le será difícil justificar su salida de Santa Marta, si decide hacerlo. Quizás decida residir en un barco y navegar permanentemente por los siete mares, ¿quién sabe?
Así que, no tema juzgar la novedad desde el momento que la percibe, o incluso desde el momento que se le ocurra. Si la novedad lleva a algo bueno -y no es intrínsecamente mala- será buena. Si la novedad no lleva a nada, o lleva a algo malo, será mala.
Nota de fray Nelson: el punto es que ver "si la novedad lleva a algo bueno," según tus palabras, no es tan ágil como quisieras. Ejemplo notable lo sucedido con los escritos de Santo Tomás de Aquino, tan novedosos en su modo de integrar filosofía y teología. Como e sbien sabido, casi tres siglos pasaron antes de que el supremo magisterio de la Iglesia diera un claro respaldo, por resolución del dominico San Pío V. En ese sentido no parece que sea tan sencillo evaluar lo novedoso pero reconozco que hay casos y casos.
En otro sentido, hay comunidades religiosas completas que procuran arrastrar a la Iglesia a ser una mera ONG muy activa pero sin espiritualidad. Ven más las consecuencias políticas y sociales de las enseñanzas de Cristo y se alejan de la Oración, los Sacramentos y cualquier forma de unión más personal con el Señor. Los sacerdotes o religiosos de esa línea hablan más de justicia y solidaridad, y menos de penitencia y santidad, criticando a quienes son más espirituales por ser "poco concretos" o "poco comprometidos con el prójimo".
Al final, he aprendido que lo más correcto es como católico estar al tanto de lo que dice el Santo Padre y los Obispos, tanto actuales como a lo largo del tiempo. Da gusto leer algo de Francisco o Benedicto XVI y que antes había dicho Juan XXIII, Pio XI, León XIII o de antes.
Por esas razones yo considero importante emitir un juicio sobre las novedades y entre más pronto mejor. El caso de Medjugorge es un buen ejemplo: Hay una parte buena, que ha llevado a muchos a confesarse y regresar a la Iglesia. Hay una parte dudosa que son las "revelaciones" de los "videntes" que no terminan de conducir hacia ninguna parte. Ya que las apariciones no son dogma de fe, uno puede simplemente examinarlo todo y quedarse con lo bueno.
Las innovaciones paralitúrgicas suelen ser similares. Hay cosas buenas -si para llevar gente al confesionario yo tuviera que bailar polca en la plaza con vestido de payaso, les juro que lo haría-, hay cosas dudosas -aquí pongo muchas devociones populares que aunque tienen cientos de años no terminan de llevar a nadie al Evangelio, no digamos a los sacramentos- y hay cosas francamente malas -como el coro de cierta parroquia, que arrancaba a berridos justo a la hora de la Consagración y no comulgaba por estar cantando-.
Yo pienso que no se necesita ser un teólogo experto para discernir si cierta novedad es buena o no. Con un catecismo para niños en la mano uno puede saber si aquéllo lleva un buen fin o todo lo contrario.
Nota de fray Nelson: Das ejemplos en que el discernimiento es relativamente sencillo. Hay muchos casos mucho más complicados. En el siglo XVI, con tanto santurrón por ahí, y con el quietismo acechando por todas partes, dime si era fácil establecer en breve tiempo si Las Moradas de Santa Teresa eran o no camino adecuado y correcto. Yo creo que concuerdo contigo en que hay que depurar tan pronto como sea posible--pero no antes.
Quizás se deba a que yo hago esto por profesión (o al menos, lo hice por 30 años) y mi trabajo siempre fue decidir si la sorpresa llevaba por buen camino o no. "Las Moradas" es un buen ejemplo también. 600 años más tarde todavía cuesta penetrar en esa prosa tan compleja y ver hacia donde va. SIN EMBARGO, el camino que traza la santa es claro: está tratando de descubrir a Dios. Y frecuentemente afirma que sus palabras son pobres para expresar lo que quiere decir. Es muy distinto cuando un predicador de hoy dice que anda buscando al hombre y frecuentemente afirma ser el mensajero elegido por Dios para revelar su verdad al mundo. Y si en el proceso gana fama y fortuna, la luz roja es evidente.
No sé si sea difícil descubrir a un buen charlatán de hoy. Pero sí creo que en la mayoría de los casos, el juicio es fácil. Si quitamos del camino la mayoría de los problemas, los pocos dificultosos podrán ser estudiados con mayor detenimiento.
Lo que a mí me parece más peligroso, es la costumbre de rechazar todo lo nuevo por nuevo y aceptar todo lo tradicional por tradicional. Hay demasiadas tradiciones que ya perdieron todo el sentido y muchas cosas nuevas que pueden ser buenas. Si rechazamos todo lo nuevo, nos perderemos de las campanas, del gregoriano y hasta del Rosario.
Nota de fray Nelson: Mi convicción es que discernir hoy las disputas de ayer es relativamente sencillo.
Mi punto es -quizás ya lo hice claro, pero me da la impresión que no- que no es necesario juzgar la sorpresa por la sorpresa misma, sino por el efecto que produce ("por sus frutos", diría el Evangelio).
Pongo por ejemplo el controversial caso de la comunión de los divorciados vueltos a casar. Sin duda es una novedad. Pero no es la novedad la que se debe juzgar sino el efecto que produce. Unos dicen que devalúa el valor de la Eucaristía. Otros dicen que acerca a la Iglesia a los que están alejados de ella. Si lo segundo es correcto, lo que se debe buscar es minimizar el riesgo de lo primero. Por ejemplo (propondría yo) ser muy exigentes con las condiciones bajo las cuales la comunión sacramental sería permitida a estas personas. Si luego de realizar tales modificaciones a la propuesta persiste el riesgo, entonces la novedad es mala. (Es obvio que si no se percibe ningún beneficio, la novedad es mala desde el origen).
El mismo proceso se puede aplicar a todas las innovaciones antes aún que vean la luz. ¿Podríamos sustituir el alba por pantalón y camisa blancos? ¿Es bueno o es malo usar la tirilla o el clergyman? ¿Podríamos saltarnos las lecturas y pasar directamente a la homilía? ¿Cuál es el efecto esperado de hacerlo y de no hacerlo?
El criterio así llamado "tradicionalista" se reduce a negar la innovación por el hecho de ser innovadora, sin darle oportunidad de rendir frutos. Por el contrario, los "modernistas" se limitan a exigir un cambio, aunque ese cambio no traiga nada bueno ni tenga ningún objetivo concreto. Mi postura no es intermedia ni todo lo contrario, es completamente diferente. Juzgar el fruto, no la acción. Un árbol malo no puede dar frutos buenos, por lo tanto, si el fruto es bueno, significa que el árbol es bueno.
Nota de fray Nelson: el criterio de los frutos es central pero no el único. Si alguien dice que Dios noe xiste no es necesario esperar los frutos de su lenguaje para saber que está equivocado.
Si pusiéramos en duda la Presencia Real, el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar no tendría controversia. Es PORQUE creemos firmemente en ese dogma que el tema tiene intríngulis.
Ahora bien, la mayoría de innovaciones no tocan ni remotamente los dogmas de fe. Incluso los así llamados "abusos litúrgicos" que generalmente no pasan de una omisión o un añadido insignificante, en ningún momento ponen en duda lo que creemos por fe. Tanto más innovaciones como la comunión en la mano (¡y de pie, para más inri!), el abandono del gregoriano en favor de música más a tono con la moda y la falta de tirillas y sotanas en la calle no pueden calificarse ni exagerando como atentados a la fe.
Y aunque siempre es posible evaluar una innovación antes de ponerla en marcha, no es muy grande el riesgo que se corre con permitir que el coro se ponga un poco más alegre de vez en cuando, y esperar a ver qué frutos provoca eso.
Lo que yo observo en la Iglesia, es que la evaluación de la cosecha casi nunca se hace. Las innovaciones entran por la puerta trasera, sin objetivo, orden ni concierto y cuando uno se da cuenta se han vuelto canónicas sin que nadie se haya tomado la molestia de medir sus resultados. ¿Alguien ha evaluado qué efecto tuvo la introducción de la lengua vernácula en la Misa? ¿Y el retorno al Rito Extraordinario? ¿La aparición del movimiento carismático? ¿Quitar los confesionarios del templo? Nadie sabe. Y suele parecer que a nadie le importa, excepto a los que creen que "su" opción es la "correcta" y que todas las demás están equivocadas.
En Colombia, en el Congreso Eucarístico Internacional del año 1968 cuando vino S.S. el Beato Pablo VI la Liturgia introdujo cambios en las canciones en lengua vernácula. Unas bellas, como las que presentaron los franciscanos en el Long play de la Catedral de Sal de Colombia, en Zipaquirá... Pero es que han surgido unos cambios... hasta interrumpir el momento de la Elevación... con cánticos que impiden concentrarse en La Consagración... y el pueblo, sin arrodillarse, sin el "aviso" de la campanilla del momento más sublime... vocifera ese canto como quien se despierta ... y realmente, fastidia! a quien quiera vivir el sagrado momento.
Me pregunto: Corresponde a los señores Obispos autorizar, evaluar, permitir ? De todas maneras, por sus frutos, no estaría bien... Los cánticos deben llevarnos a lo sagrado, no al baile y la representación casi teatral... que no despierta ni un mínimo de piedad. Cuándo permitirán volver al canto gregoriano? ... se que ya la Iglesia lo permite, pero no han formado en ese canto sagrado a los nuevos Sacerdotes en el Seminario, y hay una ignorancia al respecto... Pero al pueblo, le gusta la diferencia - lo sagrado para lo sagrado. Y a los jóvenes también les gusta, si se les enseña.
Gracias, Fray Nelson. Saludos.
Esto tiene implicancias muy profundas, como por ejemplo si estamos dispuestos a respetar que los tiempos de Dios no son los tiempos humanos o si aceptamos que el Espíritu Santo guía a la Iglesia por donde Él quiere. Parte del misterio de nuestra fe es saber que Dios puede actuar sin la Iglesia si así lo quiere, pero Su voluntad es hacerla su esposa y amarla como tal.
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