No tantas primaveras, por favor
Se necesitaba un nombre para el surgimiento, hace unos dos años, de una oleada de exitosas protestas en el Norte de África. Ver que el mundo podía superar los oscuros años de Gadaffi, y que Túnez o Egipto podían abrirse a posibilidades nuevas de gobierno fue como dejar atrás un largo invierno, y ver nacer una primavera. De modo explicable se volvió viral la expresión: “primavera árabe.”
Como suele suceder, el uso relativamente exitoso de un término conduce a una multitud de usos exagerados o forzados. Pero antes de continuar, nótese que cabe cuestionar qué tan primaveral ha sido la situación en varios de los lugares que han cambiado drásticamente su horizonte social en estos últimos 30 meses. Creo que varios analistas vieron en esas revueltas una expresión unánime y contundente de opción por la democracia, y luego, sobre la base presupuesta de que la democracia tiene que ser un gran bien, se sentaron a esperar a que en el mundo islámico se constituyeran partidos políticos, plataformas de pensamiento y elecciones populares, de modo que se pudiera decir que, ahora sí, esos pueblos han tomado responsablemente las riendas de su propio destino. No fue así. Los hechos están demostrando que parte del daño que un tirano deja en su caída es un país dividido no sólo por facciones sino por verdaderos odios. Y el odio no deja pensar; no admite diálogo; detesta los comicios justos.
Otro problema es que no resulta tan sencillo para un musulmán admitir que su voto, y por consiguiente: su palabra, valga lo mismo que la de un “infiel,” es decir, de un no-musulmán, y eso, por supuesto, incluye a los cristianos. De hecho, la idea de que hay ciudadanos de pleno derecho, y otros que nunca lo serán enteramente, resulta de lo más natural en buena parte del mundo árabe. Si en algunos de esos lugares una mujer no puede legalmente conducir un automóvil, pues ya puedes imaginarte si los cambios de la primavera árabe los harán a ellos muy semejantes a lo que nosotros solemos entender por una vida justa, libre y digna. Caso dramático, por ejemplo, el de Siria, donde no se ve un futuro brillante ni mejor para los cristianos, aunque cayera el régimen de Bashar al-Assad. Todo esto para decir que cantar triunfo, y sobre todo: triunfo “occidental,” en los países árabes es, cuando menos, muy apresurado.
A pesar de estas y otras ambigüedades, el término “primavera” gusta demasiado para ser relegado sin más. Ya algunos hablan de una “primavera vaticana,” aludiendo sin duda a lo se quiere esperar y también exigir a partir del modo “Francisco” de ser Obispo de Roma. En medio de las incertidumbres naturales de una transición, que además ha sido atípica, pueden leerse cosas como esta:
…en Europa viene haciendo camino el concepto Primavera Vaticana que nos es otra cosa que el resurgir o florecer de una iglesia cuyos dos últimos monarcas mantuvieron una tradición medieval. El papa emérito Benedicto XVI pese a lo plausible de su retiro dejo entrever los problemas que se ciernen sobre una iglesia anquilosada que no ha podido incorporar a los jóvenes, que no define y respeta el papel de las mujeres en su institución y en particular que no toma posición ante el sinnúmero de denuncias de abuso sexual soportado en una justicia civil tímida de poca reacción ante delitos cometidos.
Difícil sintetizar el número de mentiras, falsas premisas y medias verdades que trae ese artículo pero ya se ve qué pretenden los que usan el término de marras.
Hans Küng, que a mi entender es quien ha acuñado el “meme,” sintió el deber de ser más explícito en declaraciones anteriores:
La primavera árabe sacudió toda una serie de regímenes autoritarios. Ahora que ha dimitido el papa Benedicto XVI, ¿será posible que ocurra algo similar en la Iglesia católica, una primavera vaticana? Por supuesto, el sistema de la Iglesia católica, más que a Túnez o Egipto, se parece a una monarquía absoluta como Arabia Saudí. En ambos casos, no se han hecho auténticas reformas, sino concesiones sin importancia. En ambos casos, se invoca la tradición para oponerse a la reforma. En Arabia Saudí, la tradición solo se remonta a 200 años atrás; en el caso del papado, a 20 siglos.
Hay varias cosas que tienen en común estas dos llamadas primaveras, la árabe y la vaticana. En primer lugar, en ambos casos se cree que se trata de un avance de la democracia, y que lo democrático sólo puede ser bueno. En segundo lugar, muchos piensan que las redes sociales y los nuevos recursos de comunicación, tipo Internet o SMS, han sido y serán fundamentales en los cambios que vengan. Quizás con esa esperanza algunos abrieron una página en inglés sobre la Primavera Vaticana, la cual, a estas horas (finales del Viernes Santo) cuenta con la impresionante presencia y respaldo de… 52 personas. Permítaseme algo de ironía, pues el subtítulo de la tal página se traduce así: “Movimiento global para presionar al Papa Francisco y a la Iglesia Católica hacia acciones decisivas con respecto a la crisis por el abuso sexual de menores.”
Lo que más me llama la atención es esa confianza ilimitada en los movimientos populares y en aquello que surja de la base, potenciado quizás por los medios de comunicación de la tecnología contemporánea. Esta gente de las primaveras de verdad cree que el poder de decisión y de acción reside en el pueblo. Y exactamente ese es el error bíblico, teológico e histórico fundamental. La Iglesia no nace del pueblo. No es entonces fruto de una transferencia parcial de poder al modo que el gobierno en una república civil recibe del constituyente primero, es decir, del pueblo la delegación para ejercer unas funciones legislativas, judiciales o ejecutivas.
Así que, por favor, no tantas primaveras. Bien nos basta con la primavera de eterna y bendita luz que resplandece en el Cuerpo del Resucitado.
16 comentarios
Nota de Fray Nelson: Por supuesto, son extremos opuestos los que mencionas. Sobre la papolatria escribí esto en otro lugar. Sobre el vaticanoprimaverismo, baste lo dicho en este post.
Todo gloriosismo del tipo "antes", en cambio "ahora", puede acabar en desilusión y fracaso.
Yo me ordené en tiempo del Conc. Vaticano II, y el ambiente de entusiasmo triunfalista que se vivía era realmente asfixiante. "Hasta ahora" ta-ta-ta, "pero en adelante" tuc-tuc-tuc... Luego vinieron 100.000 secularizaciones sacerdotles, el doble de religiosas, seminarios vacíos, etc.
El que se ensalza será humillado. Y el que se humilla será ensalzado.
Mantengámos bien humildicos, poniendo TODA nuestra confianza en Dios, en el Salvador, en la fuerza de su gracia. Bien unidos al Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, y a nuestros Obispos, oremos y la-boremos de todo corazón. Y dejémonos de Primaveras primaverales y demás fuegos artificiales. Aquí no hay más fuego auténtico que el del ESanto..
:)
Quienes buscan en el mundo modelos de actuación para aplicar a la Iglesia, ignoran que lo que Cristo pide es exactamente lo contrario. Es decir, que sea la Iglesia quien ilumine al mundo.
Saben como manejarnos y darnos un proyecto de vida, al cambio que ellos quieren
Mencionar a Hans Kung, desautorizado para enseñar teología ess mala recomendación.
Eso faltaba, que desoyéramos a Jesucristo, ignoráramos la Tradición para escuchar estas voces.
Pero si ni la Biblia leemos! Basta leer cómo se interpretan algunos pasajes.
Nota de Fray Nelson: Nadie dirá que cité aquí a Hans Küng para recomendarlo.
Hace décadas que en la Iglesia se tiende a vincular lo nuevo con lo bueno, lo que exige la masa con lo necesario, el cambio con la renovación, haciendo depender de todo esto, la llegada de la tan anhelada primavera.
Lamentablemente, por intentar ser fieles a los pastores que adoptaron esta posición, hemos terminado por vaciar de contenido el catolicismo, reduciéndolo a continuas renovaciones que no apuntan sino a una ruptura cada vez mayor con nuestro pasado, tanto doctrinal, como pastoral y litúrgico. Hans Küng hablará desde afuera, pero sabido es que tiene muchos seguidores dentro; y ultramontanos que defienden a capa y espada la postura de lo seguidores encriptados de Hans Kung y demás deformadores de la religión, sin querer reconocer que de ellos (de los herejes) beben la enseñanza.
A veces me pregunto, qué pasaría si me encontrara con un católico del siglo XVI, o con un católico de principios del siglo XX ¿Tendríamos exactamente la misma fe?, ¿coincidiríamos en la manera de vivirla, de enfrentar los problemas que aquejan a la Iglesia y al mundo?.
Tan sólo unos años antes del Concilio Vaticano II se consideraba un error devolverle al altar la primitiva forma de mesa, y utilizar la lengua vernácula para la Sagrada Liturgia (Pío XII - Mediator Dei; Juan XXIII - Veterum Sapientiae; Sínodo Romano 1960). Y se advertía acerca de ello porque ya existía en la Iglesia un movimiento litúrgico que, revelándose contra las prescripciones, celebraba ilícitamente una Misa muy parecida a la que surgió con el Concilio. Esto lo he escuchado de algunos de sus protagonistas, en conferencias para conmemorar el Año de la Fe y los 50 años de la apertura del Vaticano II. Ellos se jactan de haber logrado lo que Pío XII les estaba frenando: durante su pontificado ponían una cortina en el altar mayor, y sobre una mesa cualquiera celebraban a escondidas una Misa versus populum y con lengua vulgar, entonces ilícita y errónea; pero más tarde única forma (o rito) de facto lícita y obligatoria, hasta el Motu Propio de Benedicto XVI.
Poco después, en materia pastoral, se habló mucho acerca de la hipocresía de algunos católicos que van a Misa, se confiesan y no cambian como personas, es decir, que siguen siendo malos. Y al mismo tiempo, se alabó la bondad de quienes jamás van a la Iglesia, pero que se preocupan por sus hermanos. Tanto así, que en documentos episcopales, se decía expresamente que Dios no nos iba a preguntar en el juicio si fuimos o no a Misa, que cuántas veces asistimos, sino que nos preguntará qué hicimos por nuestro hermano. Y a pesar de ese tipo iniciativas pastorales, en algunas iglesias se preguntan hoy en día por qué asiste tan poca gente a la Santa Misa, echándole la culpa al mundo, a la sociedad secularizada, etc. Y si de autocríticas se trata, los palos caen siempre en el pasado preconciliar, cuando la Misa nadie la entendía, cuando los obispos eran príncipes, los santos masoquistas, o cuando el Papa era un monarca déspota.
Así como la Misa de siempre pasó de ser lo más sagrado para los cristianos, a lo único que con seguridad debía rechazarse (Ratzinger), así también los sacramentos pasaron a ser, en la práctica, meras formas para estimular la fraternidad y la comunión entre los fieles (comunión horizontal), ya no signos visibles y eficaces de la acción salvífica de Cristo. Todo esto forma parte de la primavera tan anhelada, la cual vino de abajo, del pueblo, de la herejía, y que -para ellos- aún no ha llegado del todo.
Confío, sin embargo, en que Nuestro Señor Jesucristo vendrá a restaurar todo. Y su Santa Iglesia resucitará.
Feliz pascua
Nota de Fray Nelson: Resulta desagradable e impreciso un lenguaje con tantas generalizaciones. El movimiento litúrgico no queda de ningún modo descrito en la repugnante caricatura que haces. La postura de Ratzinger no se condensa en lo que dices. La vida sacramental hoy en la Iglesia desborda completamente el resumen que presentas. Ninguna conclusión válida puede sacarse de un lenguaje que generaliza de esa manera. Si deseas aportar algo, por favor, mide tus palabras dándoles el alcance justo, y matizando donde hay que hacerlo.
1. Yo hablo en base a lo que he leído, me han dicho y a la experiencia que he tenido. Podría incluso apuntar con el dedo (nombre y apellido), pero ni a usted, ni a mí nos parecerá prudente. No quisiera, pues, que el diagnóstico implicara a todos y a cada uno de los integrantes de la Iglesia, especialmente a quienes han luchado por la verdadera Fe; pero tampoco quisiera bajarle el perfil a la situación. Bastan las estadísticas para darse cuenta de que algo ocurrió durante los años 60 - 70, y que ese algo tiene mucho que ver con la disminución de fieles (practicantes).
2. Pío XII, Juan XXIII y el Sïnodo Romano de 1960 son suficientes para darse cuenta de lo que la Iglesia estimaba conveniente o erróneo en materia litúrgica, durante los años previos al Concilio. Pero es un hecho de que ello cambió brúscamente, como también es un hecho de que existía un movimiento litúrgico que quería salirse del marco de lo que la Iglesia consideraba correcto. La encíclica Mediator Dei es un documento en donde quedan perfectamente retratadas las intenciones de algunos reformadores litúrgicos. [Editado]
Nota de Fray Nelson: Hablas con abundancia y por eso me veo obligado a tratar sólo poco a poco los puntos que vas proponiendo. Espero que tengas copia de lo que escribes porque no puedo ni debo publicar textos tan extensos que tratan tantas materias de modo tan debatible. Por ejemplo, tu tesis central de la discontinuidad entre, digamos, Mediator Dei y Sacrosanctus Concilium está por demostrar. De hecho, yo leo en Mediator Dei, n. 8: "Las augustas ceremonias del Sacrificio del altar fueron mejor conocidas, comprendidas y estimadas; la participación en los sacramentos, mayor y más frecuente; las oraciones litúrgicas, más suavemente gustadas; y el culto eucarístico, considerado —como verdaderamente lo es centro y fuente de la verdadera piedad cristiana. Fue, además, puesto más claramente en evidencia el hecho de que todos los fieles constituyen un solo y compactísimo cuerpo, cuya cabeza es Cristo, de donde proviene para el pueblo cristiano la obligación de participar, según su propia condición, en los ritos litúrgicos..." Esa es una valoración positivo, en principio, del Movimiento Litúrgico; es decir, exactamente lo contrario de lo que sale de tus palabras: "existía un movimiento litúrgico que quería salirse del marco de lo que la Iglesia consideraba correcto." Debo pedirte que seas preciso y que limites tus palabras. Al hablar de que "existía un movimiento litúrgico" dejas entendido que el movimiento litúrgico como tal era algo detestable o reprobable para la Iglesia. No es así. Y tu tesis de la ruptura tienes que demostrarla, por favor. Y así vamos paso a paso.
He intentado replicar en 5 breves puntos las observaciones que hizo a mi comentario anterior. No me parece, pues, que alegue suficientes razones para haberlo editado, sobretodo cuando ahondaba en la cuestión del deformador movimiento litúrgico.
1. No tengo copia del comentario anterior, pero le insisto: el marco de lo que para la Santa Iglesia era aceptable en materia litúrgica, venía siendo traspasado por un grupo de desobedientes que pertenecían a un movimiento litúrgico. Las pruebas de ello se encuentran en los documentos que he mencionado, pues ADVIERTEN acerca de ciertas tendencias que ya pululaban en tiempos de Pío XII (Por ejemplo: «... está fuera del recto camino el que quiere...» MD, 80). Y sería absurdo que un Papa o un Sínodo nos advirtieran acerca de algo que no representa ningún peligro para la Fe. [Editado]
Nota de Fray Nelson: Para que nos entendamos, y para que mi tiempo pueda ser útil, debo concentrarme en cuestiones específicas antes de abordar largos párrafos. Pregunta: Según tu opinión, ¿Mediator Dei (MD) es una condena al Movimiento Litúrgico (ML) en su conjunto? Si lo es, por favor, muestra textos suficientemente claros que aludan al ML en su conjunto, no a "algunos abusos," porque "algunos abusos" ha habido siempre aquí o allá. Si en cambio MD no condena al ML, quieres precisas cuáles son las "ciertas" tendencias específicamente condenadas. Comprendamos todos, por favor, que lo está en juego en esta discusión es s el principal criterio de lectura del Concilio Vaticano II es la hermenéutica de la ruptura o a hermenéutica de la continuidad.
Le he explicado por qué digo lo que digo, pero usted me censura:
* Hasta Juan XXIII, la Iglesia nos pedía hiciéramos A, y nos advertía que hacer B era erróneo.
* Después de Pablo VI, la Iglesia nos pedía que hiciéramos B, y perseguía por desobedientes a aquellos que permanecían en A.
Reemplace A por: celebración de la Santa Misa en latín y versus absidem (para no alargar más la cosa).
Y reemplace B por: altar en forma de mesa, lengua vulgar en toda la Misa (para no alargar más la cosa).
Lo de la continuidad se lo responderé en otro mensaje (a pesar de que ya lo haya hecho), así al menos, no corro el riesgo de que me censure por «largos párrafos» (!).
Por cierto, su última observación no tiene nada que ver con el conjunto de mi comentario anterior. Allí aclaraba todo lo que está cuestionando, pero parece que usted intenta desviar el tema para evitar tocar ciertos puntos tabú. Y encima, sus lectores no se enteran más de lo que usted quiere hacerme decir. No me parece ni honesto ni transparente.
Nota de Fray Nelson: Para demostrar tus A's y tus B's has de responder si Mediator Dei supone una condena del Movimiento Litúrgico en su conjunto. Si te concretas en ese punto, avanzamos. Los ataques personales no sirven.
Darle al altar la forma de mesa, para transformar el sacrificio en cena; y cambiar el latín por la lengua vulgar, para enfatizar un convite fraterno por sobre el misterio, son sólo dos de las iniciativas que querían introducir estos novadores en la Santa Misa, y que la Iglesia nos advertía eran nocivas para la Fe y la unidad.
Pero todo cambió, y tan bruscamente que quienes permanecieron fieles, fueron injustísimamente perseguidos por desobedientes. En esto consistió la primavera litúrgica, cuyo desastre aún no se logra dimensionar del todo.
Nota de Fray Nelson: Bueno, ya nos vamos entendiendo un poco, aunque sea en el orden y método... Indica, por favor, qué prácticas condenadas por Mediator Dei fueron aprobadas e impulsadas por documentos del Concilio Vaticano II. Da citas y casos específicos, por favor.
a) El latín:
La lengua latina es, conforme a Mediator Dei, «un claro y noble signo de unidad y un eficaz antídoto contra toda corrupción de la pura doctrina» (MD, 77). Esto lo dice Pío XII, con el propósito de blindar el latín contra algunos excesos que venían realizándose.
Más adelante, menciona expresamente el Sínodo de Pistoia, con el fin de advertirnos acerca de la peligrosa similitud entre la mentalidad de los novadores, con los de aquel conciliábulo (MD, 82). En efecto, el desordenado afán de sencillez arqueologista hizo a aquel sínodo merecedor de una condena que menciona explícitamente el uso de la lengua vulgar en la sagrada liturgia (DZ 2633), entre otras muchas cosas.
Y en este punto, Juan XXIII sigue la misma línea de Pío XII (Veterum Sapientia).
Por otra parte, Sacrosanctum Concilium (SC) dice claramente que «se conservará el uso de la lengua latina» (SC 36) en la liturgia, a pesar de que promueva el uso de la lengua vernácula, limitándola a algunas partes de la Santa Misa. Y aquí SC logra armonía con MD, que no se cerraba a reconocer la utilidad de la lengua vulgar para algunos ritos, dejando esta cuestión a la Sede Apostólica.
Hasta aquí no se observa una ruptura entre SC y el Magisterio anterior, al menos en los documentos. Pero sí se debe reconocer, que quienes debían reformar la liturgia según lo dispuesto por el Vaticano II, fueron mucho más allá de lo que el Concilio les permitía, pues es cosa evidentísima que el latín, en la práctica, desapareció de la liturgia, sin que Pablo VI hiciera mucho por frenar su extinción.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Una mala interpretación del Concilio, o es que realmente la Iglesia quería eliminar el latín de la Santa Misa? Sea como fuere, es un hecho de que con la introducción de la lengua vulgar en toda y casi todas las Santas Misas, los novadores cantaron victoria (y eso que antes eran reprendidos), y los que quisieron permanecer fieles fueron perseguidos (y eso que antes eran alabados). Es un hecho que esto fue y es así.
b) El altar
La orientación del altar «ad orientem» es una Tradición que heredamos de los Apóstoles, así lo afirma San Juan Damasceno (Expositio Fidei, IV, 12), Padre y Doctor de la Santa Iglesia. Y Pío XII nos advierte acerca de lo que los novadores querían hacer respecto de ello: «está fuera del recto camino el que quiere devolver al Altar su antigua forma de mesa» (MD, 80). Pío XII habla de mesa, porque en la primitiva iglesia, la de los Hechos de los Apóstoles, la Santa Misa iba precedida por un convite fraterno, en una mesa (K. Gamber - Vueltos hacia el Señor), cosa que los arqueologistas querían resucitar para expresar una nueva teología en la celebración de la Misa, reduciéndola a un mero convite fraterno.
La importancia de celebrar la Santa Misa hacia el Señor, también se encuentra patente en el documento sobre la liturgia del Sínodo Romano de 1960 (n° 526), en donde se confirma la Tradición de mantener el tabernáculo fijo al Altar.
Por otro lado, SC no dice nada con respecto de la nueva disposición del Altar. Y si no dice nada, y partimos de la premisa de que realmente hay continuidad entre el Vaticano II y el Magisterio anterior, nos vemos obligados a concluir de que el Concilio nos pide seguir la misma línea de la Tradición, esto es, que hay que celebrar la Misa «ad orientem».
Pero es un hecho de que después las cosas cambiaron. Relegaron el tabernáculo a una capilla lateral, y en su lugar pusieron la sede del sacerdote o del obispo, con lo cual se apartaron de la Tradición litúrgica, y de lo que pedía expresamente el Sínodo de 1960: «El Tabernáculo ... sea inamovible y se disponga de manera tal que quede fijado al altar donde habitualmente se celebra» (SR, 526).
Cambiaron el altar por una mesa-altar, contrariando a Pío XII y al Sínodo Romano 1960, apartándose de una Tradición apostólica.
Sabido es que Ratzinger fue muy crítico de esta iniciativa, e intentó disipar todas las excusas que utilizaron (y utilizan) los novadores para justificar este brusco cambio. Pero la propaganda ha sido tal, que se ha llegado al absurdo de difundir la calumnia de que los sacerdotes antiguamente eran mal educados, porque daban la espalda a los fieles (Es curioso que Benedicto XVI, en una de sus últimas intervenciones públicas, haya hablado de un concilio de los medios de comunicación).
Aquí nuevamente tenemos una victoria de los novadores, quienes pasaron de ser desobedientes, a fieles al Concilio Vaticano II. Y aquellos que permanecieron fieles a la Tradición, pasaron de ser obedientes, a peligrosos cismáticos que rechazan el concilio.
La Iglesia, sin embargo, nos ha dicho de que siempre es lícito que el sacerdote celebre la Santa Misa (novus ordo) «versus absidem», de hecho hay lugares en donde se celebra así (aunque los fieles descristianizados de escandalicen). Pero es cosa evidentísima que en la mayoría de los lugares, el sacerdote da la cara a los fieles, con las lamentables consecuencias que ha traído una práctica que «nació sólo en la época moderna y es completamente extraña a la cristiandad antigua» (Ratzinger - Teología de la Liturgia, pp. 7-8). Y que encima, «había sido prohibida» (Cardenal Stickler, Recuerdos de un perito del CVII).
Como puede ver, Padre, no hago una repugnante caricatura del movimiento litúrgico, sino que hablo de los triunfos de algunos miembros de un movimiento litúrgico que, ya en tiempos de Pío XII celebraban una Misa ilícita y abusiva, con el altar cara al pueblo y lengua vernácula. Ellos ahora están contentos con su primavera y en plena comunión con la Iglesia; y nosotros, los que intentamos ser fieles a la Tradición, y no rechazamos el Concilio Vaticano II, nos encontramos en constante riesgo de perder la comunión con la Iglesia. Al menos, así nos tratan.
Es el mundo al revés.
Saludos,
PS. Ya no me interesa que publique el mensaje, Padre. Sino tan sólo que trate de comprender mi punto de vista. Quizá le sea de utilidad, para cuando se encuentre con uno de nosotros. Y quien sabe si usted se anima a aprender la liturgia tradicional, si es que no la sabe, o el rito de su orden, por la cual tengo una estima particular.
Nota de Fray Nelson: A medida que te leo siento tu profundo descontento y a la vez la fragilidad de tus argumentos, si de lo que se trataba era de responsabilizar al Concilio Vaticano II de los desmanes posteriores. Tú mismo muestras que no hay rupturas reales entre Mediator Dei y Sacrosanctum Concilium, y tu conclusión al final es que las interpretaciones exageradas, superficialmente basadas en textos conciliares, hicieron el daño. En eso yo puedo estar de acuerdo sin dificultad.
Por otro lado, creo que recargas las tintas en todo lo que ves como negativo. Mucho más equilibrados diagnósticos hemos leído, con la ventaja de ser más fecundos. El lamento sobre lamento termina siendo estéril, y además, egoísta, arrogante y cómodo.
El Concilio Vaticano II no puede reducirse a un cúmulo de documentos, cuyas falsas interpretaciones suscitaron lo posteriormente acaecido. El Vaticano II es mucho más que eso. Me atrevería a decir que, en su conjunto, representa un «espíritu», que no llama sino a la ruptura con la Tradición de la Iglesia, hecho que, en parte, ha sido denunciado por Razinger.
Pero la cuestión que usted -como la mayoría- defiende, es que los documentos están bien, y que las interpretaciones están mal. Pues bien, yo no puedo unirme a ese tipo de defensa, porque si un documento suscita demasiadas falsas interpretaciones, quiere decir que algo anda mal en texto, que deja lugar a una infinidad de interpretaciones distintas y contrarias entre sí. Aquí los textos que he citado en el post precedente bastan, para darse cuenta de que lo que digo es cierto.
1. El latín ha desaparecido de la liturgia, cosa que, supuestamente, no quería el concilio. Pero Sacrosanctum Concilium (SC) deja espacio para inclinarse y defender tanto el latín como la lengua vernácula, sin especificar cuando y en que parte de la Misa es necesaria una u otra lengua. El espíritu, pues, del texto de SC, siendo poco claro al respecto, ha suscitado -al menos en parte- lo que ocurrió después.
2. La posición del altar y otras muchas cosas han cambiado. Pero SC no dice nada acerca de aquellas cosas, por lo cual, si no queremos rupturas con el Magisterio anterior, estamos obligados a concluir que el Vaticano II, siguiendo la línea de la Tradición, no pretendía romper con aquellas costumbres. ¿Qué fue lo que pasó, entonces? Nuevamente, el espíritu del texto de SC, deja mucho espacio para suscitar todo tipo de rupturas, las cuales (otra irregularidad) fueron avaladas por la Santa Sede. Es decir, la misma Santa Sede erró al interpretar el Concilio, porque fueron ellos los que cambiaron arbitrariamente el altar de posición, pusieron la lengua vulgar, quitaron el color negro de la liturgia, y otras muchas cosas que VAN CONTRA el Magisterio precedente. O bien, la Santa Sede, dándole la recta interpretación al Vaticano II, nos indicó claramente que SC quería dar vuelta el altar, etc. Si admitimos lo primero, tenemos que reconocer que la Santa Sede interpretó mal los textos; y si admitimos lo segundo, tenemos que reconocer que SC fue contra el Magisterio precedente, y por tanto hay ruptura con la Tradición de la Iglesia.
Yo pienso que es el lenguaje («si, pero no; pero si, pero no; no si no») del Vaticano II el que ha suscitado las malas interpretaciones. La ambigüedad, pues, del espíritu del texto, ha hecho, finalmente, que triunfara lo que realizaban aquellos desobedientes de los cuales le hablaba. Y que injustísimamente se persiguiera, invocando al Concilio, a aquellos que permanecían fieles.
Es un hecho Padre:
* Hasta Juan XXIII, la Iglesia nos pedía hiciéramos A, y nos advertía que hacer B era erróneo.
* Después de Pablo VI, la Iglesia nos pedía que hiciéramos B, y perseguía por desobedientes a aquellos que permanecían en A.
Urge, por tanto, que el Papa revise el Concilio y nos explique cómo hay que interpretarlo, al mismo tiempo que haga una lista de los errores interpretativos de los textos, para confirmar nuestra Fe.
Por otra parte, Padre, nada tiene que ver mi descontento, ni mi lamento, con la debilidad de mis argumentos. Tampoco creo que ello tenga mucho que ver con el egoísmo, la arrogancia y la comodidad. Si fuera egoísta, poco me importaría lo que sucede en la Iglesia. Si fuera arrogante y egoísta, no trataría de matizar el Magisterio postconciliar con el preconciliar. Y si fuera arrogante, egoísta y cómodo, no buscaría sino lo fácil, esto es, ponerse una venda en los ojos, y decir: aquí no ha pasado nada.
Saludos
Nota de Fray Nelson: Me da esperanza que no eres sedevacantista, y que creo que, en principio, admites la validez y licitud del Novus Ordo. Pero sobre eso no te has pronunciado. Te pregunto: ¿Es válido y lícito el Novus Ordo? En general, va a ser más sencillo que nos digas por ejemplo si eres lefebvrista.
Por supuesto, debo subrayar la fragilidad de tu argumento central que es este: "si un documento suscita demasiadas falsas interpretaciones, quiere decir que algo anda mal en [el] texto." Ese criterio no vale. Incluso Concilios doctrinales clarísimos como Nicea encontraron quienes interpretaran las cosas torcidamente, y por eso el credo que tenemos hoy es el niceno-constantinopolitano, porque el Concilio I de Constantinopla tuvo que salir al paso de muy abundantes interpretaciones erradas. Según tu modo de razonar, eso demostraría que Nicea fue un grave error, o que por lo menos "algo andaba mal en el texto."
Queda claro además que tomas como tuya la hermenéutica de la ruptura, y que lo expresas de modo claro y elocuente con lo de la A y la B. Pero eso es bastante sofístico. Celebrado el Concilio Vaticano I, hubo algunos (los vétero-católicos) que dijeron: "¡Nos acaban de cambiar la fe! Eso de que el Papa tenga un tal don de infalibilidad no lo afirmábamos antes, y ahora pretenden que lo afirmemos. ¡Eso, nunca!" Por supuesto que todo Concilio supone cambios, y luego interpretaciones de los cambios, y equivocaciones sobre los cambios, y exageraciones sobre los cambios. Por ejemplo: con el Vaticano I hubo gente (y la sigue habiendo) que creyó que TODO lo que dijera el Papa era infalible. Y hay gente que confunde, se confunde o intenta confundir. Esas cosas siempre pasan. ¿Consideras acaso que la recepción de Trento fue unánime, serena, exenta de abusos, fuente cristalina de santidad y gracia? Si así fuera, ¿cómo explicar la eclosión de la Ilustración en el siglo XVII? ¿No hay ninguna conexión entre el galicanismo del XVII y Trento en el XVI? ¿Y el hecho mismo de fracasar en la unidad de los cristianos, abriendo más bien el paso a una multitud de guerras de religión que posicionaron a los agnósticos como árbitros entre protestantes y católicos? ¿Y el jansenismo? ¿Todo eso salió de la nada y sin conexión con Trento?
De ningún modo estoy diciendo que Trento produjo galicanismo, absolutismo de los reyes, jansenismo y lo demás. Estoy diciendo que un concilio es un concilio, y que no podemos juzgarlo simplemente por las acciones de los católicos que hayan vivido después de él. Así que, hermano, déjate de hermenéuticas de ruptura, deja la comodidad de decir que todo estaba bien antes del Concilio Vaticano II, y más bien trabajemos juntos en evangelizar y servir con amor y obediencia a la Iglesia.
No soy sedevacantista (mientras más lejos de esa gente, mejor). Reconozco la validez y la licitud de la Misa de Pablo VI, aunque creo que adolece de muchas cosas necesarias para expresar cabalmente nuestra Fe.
Admiro a Mons. Lefebvre, pero no soy -como dice usted- «lefebvrista» (por cierto, no me gusta el término, porque usualmente se le da una connotación peyorativa e injustísima). Pero para su tranquilidad, le confieso que asisto regularmente a Misas novus ordo, y participo -en lo que puedo- en la parroquia.
Lo que usted llama «argumento central», está sustentado por hechos y documentos concretos. Las citas están aquí. Le he demostrado que para Mediator Dei y el Sínodo Romano (tan sólo unos años antes del Vaticano II) era un error convertir el altar en mesa; y fue precisamente eso lo que se logró con el Concilio. Le he dicho, también, que hubo irregularidades con la introducción de la lengua vulgar en toda y casi todas las Misas. Le he explicado por qué creo que la constitución sobre la liturgia del Vaticano II se apoya en un lenguaje que considero ambiguo, es decir, que a mi modo de ver, no hay una ruptura explícita en el texto, pero el texto da lugar a interpretaciones rupturistas que, de hecho (¿y de derecho?) se han dado.
Le agradezco los ejemplos que da acerca de los problemas que ha habido con otros concilios. Son de mucha utilidad para aquellos que defienden un supuesto éxito absoluto del Vaticano II, sólo por tratarse del último Concilio. Pero debo, sin embargo, precisar algunas cosas:
1. No se puede comparar a los veterocatólicos con los fieles de la FSSPX. Estos tiene problemas con criterios pastorales del Vaticano II, por cuanto -según ellos- pervierten seriamente algunos puntos doctrinales. Aquellos, los veterocatólicos, rechazan la constitución Pastor Aeternus que habla infaliblemente, y obliga a todos los católicos a creer firmemente aquellas doctrinas, si quieren permanecer como tales. Lo primero son criterios pastorales que emanan de un concilio que no tuvo intención de definir doctrina (de hecho ni siquiera se limita a dirigirse a la Iglesia Universal, se dirige al mundo entero, y a este último, no se le pueden imponer doctrinas); lo segundo es fe divina y católica definida, parte del Depósito de la Fe. La comparación, pues, no es del todo exacta, porque lo primero trajo severísimos cambios en la vida de los católicos, cuyas consecuencias lamentablemente involucraron la fe de muchos; lo segundo no hizo más que blindar la figura del pontificado, confirmando en la Fe a la Iglesia entera, frente a los errores y las modas de aquel entonces. La FSSPX tiene, pues, algo de razón en lo que alega. Los veterocatólicos no.
2. Los Concilios Ecuménicos tradicionalmente se convocaban para condenar herejías y definir doctrina, no para «abrirse al mundo». El fin era preservar la Revelación que recibieron los Apóstoles de Jesucristo, procurar que ésta sea transmitida íntegramente y libre de toda mancha de error. Por esto mismo, el tenor de los textos es clarísimo, y la doctrina queda inequívocamente enmarcada y definida, anatemizando a todos aquellos que impugnen lo dicho por el Santo Concilio. Que hayan obtusos que fuerzan los textos, es harina de otro costal. El Vaticano II, por el contrario, utiliza un lenguaje equívoco, poco conciso y demasiado tímido para decir las cosas con claridad (p.e. ¿Habla del infierno?; ¿Queda claro que la única Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica?; ¿Nos advierte claramente del peligro de las sectas protestantes, o nos insta más que nada a ver lo bueno que hay en ellos?; ¿Condena el comunismo con la debida fuerza?, ¿lo condena o no?; etc.), el cual ha dado -y sigue dando- lugar a lecturas contrarias.
3. El por qué más profundo de los éxitos o fracasos de los Concilios Ecuménicos son cosas muy misteriosas que no me atrevo a escrutar. Trento no logró frenar el protestantismo, pero -hasta donde yo sé- nadie andaba invocando el concilio de Trento para decir que teníamos que ser protestantes. Muy por el contrario, Trento se torna cada día más necesario para defender nuestra Fe de la herejía protestante.
4. Yo no digo que haya ruptura entre los documentos del Vaticano II y la Tradición de la Iglesia. Pero sí digo que los textos han dado lugar a una ruptura (¿Para la Iglesia, era correcto un altar-mesa antes del Concilio? ¿Qué pasó allí?). Si no es así, que la Santa Sede nos explique de una buena vez cómo se interpreta el Concilio, y que el Papa nos confirme en la Fe. Esto es algo que muchos, por el bien de las almas, pedimos a gritos.
5. La doctrina no cambia, sino que se desarrolla en el marco en el cual se encuentra definida. Por ejemplo, si la Virginidad Perpetua de María dice que ella fue Virgen antes, durante, y después del parto, dentro de ese marco deberá darse el desarrollo teológico, y no fuera de este, para que no haya ruptura. Pero si la Iglesia siempre ha enseñado que la Iglesia de Cristo ES la Iglesia Católica, y luego sale el Concilio diciendo que «la Iglesia de Cristo SUBSISTE en la Iglesia Católica», dejando espacio a interpretaciones burdas y rupturistas, quiere decir que el cambio o desarrollo teológico propuesto por el Concilio conlleva una dificultad adicional, porque los términos suscitan confusión entre los fieles, siendo que la labor de los Concilios es resguardar nuestra Fe, no retroceder. Es esto lo que yo alego, tan distante de la «hermeneutica de la ruptura» que me achaca.
6. La reforma litúrgica supuso la destrucción del Rito Romano, por cuanto el rito cesó de desarrollarse orgánicamente. En efecto, de la desintegración del rito, surgió un artefacto, fruto de expertos. En este punto, Ratzinger y muchas otras eminencias están conmigo. O más bien, yo estoy con ellos, porque de ellos he tomado, en gran parte, la posición que tengo, aunque no sea del todo idéntica. No podemos, pues, aplicar la «hereméutica de la ruptura» a los críticos de la Misa de Pablo VI, sobretodo si uno de ellos llegó a ser Papa.
7. Forma parte de la confusión postconciliar no escandalizarse por la constante y abierta negación de dogmas de fe, y de doctrinas definitivas, mientras se rasgan las vestiduras de cara a las críticas hacia textos del Vaticano II del rango magisterial más humilde, y que, según algunos importantes dignatarios de la Iglesia, ni siquiera son vinculantes. Me parece que esa posición ha hecho daño en la Iglesia, porque exagera hasta el fanatismo la autoridad del menos autoritativo de los Concilios, y disminuye a la nada la autoridad de los demás concilios.
8. No digo que todo estaba bien antes del Concilio, Padre. Pero creo que si la Iglesia debía enfrentar algo, era el problema del modernismo, que se encontraba cada vez más encriptado. El ejemplo de las Misas ilícitas de las cuales les he hablado, es tan sólo la punta del iceberg del problema. Pero esto último que acabo de decir, es tan sólo una opinión mía. Confío, sin embargo, en la Providencia divina, que no permite el mal (el postconcilio, o el Concilio como hecho histórico, que no el Vaticano II en sí) sino para sacar un mayor bien.
Me he alargado un poco, Padre, por lo cual, dejo a su criterio la publicación íntegra de este comentario. Al menos, nos vamos conociendo.
Saludos.
Nota de Fray Nelson: No me cuento ciertamente entre quienes hablan del Vaticano II como un éxito absoluto. Tampoco creo en la sofística del "espíritu del Concilio," ni de parte de quienes quieren saltarse los textos para dar su propia interpretación secularizante o neo-modernista, ni de parte de los que, como tú, afirman lo que sigue: "El Concilio Vaticano II no puede reducirse a un cúmulo de documentos, cuyas falsas interpretaciones suscitaron lo posteriormente acaecido. El Vaticano II es mucho más que eso. Me atrevería a decir que, en su conjunto, representa un «espíritu», que no llama sino a la ruptura con la Tradición de la Iglesia."
El Vaticano II es un hito importante en el peregrinar de la Iglesia, aunque por supuesto no agota lo que puede decirse ni se queda en lo ya dicho. Es un paso dentro de un camino. Como en prácticamente todos los ejemplos que conozco (y recibo con gusto las excepciones documentadas) el Vaticano II ha sufrido la presión de las interpretaciones extremas, los aplazamientos, las resistencias. Hay quienes quieren admitir la autoridad del Concilio pero sólo para usarla en favor de sus propias ideas. Luego hay otros que quieren explicar muchos, o la mayor parte de los males de la Iglesia, conectándolos con alguna cosa del Concilio. En ambos casos se da la hermenéutica de la ruptura, que se caracteriza por una visión sesgada y selectiva que quiere condensarlo todo en: "antes estábamos bien y ahora todo va de mal en peor;" o al contrario: "antes todo era oscurantismo y opresión, pero ahora trata de renacer la verdadera Iglesia."
¡Qué sabio nuestro querido Benedicto XVI al insistir con sabiduría en la hermenéutica de la continuidad, enseñándonos sobre todo a matizar los juicios de valor sobre el pasado y el presente!
Reconozco la necesidad de aplicar lo que ha planteado Benedicto XVI, en la medida en que la Tradición sea la norma para comprender la continuidad del Vaticano II y no al revés. De esta forma, blindamos la fragilidad expositiva de los textos conciliares que, según ha señalado recientemente un influyente Cardenal -y considerado muy buen teólogo por el Papa Francisco-, «abren la puerta a una recepción selectiva en cualquier dirección», por cuanto poseen «un enorme potencial de conflicto», puesto que los padres conciliares debían equilibrar fórmulas, como para polos opuestos, de manera de hacerlas menos comprometedoras. Subrayo que el Cardenal Kasper habla de textos; no de interpretaciones de los textos. Y si aquí seguimos el razonamiento que usted, Padre, aplica a mi posición, nos veremos obligados a concluir que el Cardenal Kasper pertenece al grupo de la «hermenéutica de la ruptura». Y si atendemos a las palabras del primer Angelus del Papa Francisco, debemos concluir que él [el Papa], considera «buen teólogo» -y encima recomienda- a un rupturista.
Aunque en lo personal no comparto la línea de Kasper, debo reconocer que aquello que ha señalado, podrá contribuir a eliminar el mito de que todos los textos del Vaticano II están redactados de la mejor forma posible y, por tanto, son imperfectibles. Si han habido tantas y tantas malas interpretaciones de los textos, el mínimo sentido común nos advierte que algo podría (nótese el condicional) andar mal en el texto. Y si revisamos el texto, y nos encontramos con que algunos términos ofrecen ciertas dificultades para lograr la continuidad magisterial, debemos ser sinceros y reconocer que no se ha conseguido (aunque se haya querido) enmarcar inequívocamente la doctrina en la redacción de los textos. Y esto puede ser por muy diversos motivos, tales como,
- el receptor del texto (el mundo, el fiel común y corriente, el obispo, el teólogo, etc.);
- el expreso fin de no condenar a nadie;
- las motivaciones «pastorales»;
- querer «reconciliarse» con el mundo;
- el equilibrio entre bandos opuestos;
- o lo que expresó en una ocasión Congar, en una polémica frase en donde indica que los textos han sido redactados de tal forma de poder ser aplicados según el antojo de su grupo;
Yo no lo sé. Pero estoy convencido, tanto como Kasper o Lefebvre, de que los textos dan lugar a interpretaciones contrapuestas.
Como puede ver, Padre, de la crítica a la ambigüedad de ciertos textos, no puede seguirse una adhesión a la «hermenéutica de la ruptura», sencillamente porque yo no alego que haya ruptura, sino que el texto puede dar lugar -como de hecho ha dado y sigue dando- a la ruptura (si no, ¿por qué razón sería necesaria la «hermenéutica de la continuidad»?). Y aquí, cosas como la nueva orientación del altar y el uso de la lengua vernácula en toda la Misa, innegablemente dan cuenta de ello, porque se puede invocar el Concilio tanto para defender aquello como para rechazarlo, a pesar de que al respecto contemos con un hecho clarísimo e indiscutible: para la Iglesia, antes del Concilio, esas cosas nos apartaban de la doctrina y del recto camino. Y después, quien criticaba aquellas cosas era quien se apartaba de la comunión con la Iglesia.
Saludos,
P.S. Le agradezco, Padre, su tiempo y su paciencia.
Nota de Fray Nelson: Yo no conozco a nadie, ni en persona ni por escrito, que sostenga lo que tú llamas "el mito de que todos los textos del Vaticano II están redactados de la mejor forma posible." El Concilio es una obra notable, que recoge esfuerzos, diálogos y tensiones de miles de personas, y que contiene desde profesiones de fe hasta caminos de formación pastoral, pasando por docenas de temas de apasionante interés. No todo tiene el mismo nivel--es obvio. No todo tiene la misma calidad de redacción. No todo conservará su misma actualidad cuando se lea en veinte, cincuenta o doscientos años. Pero es una obra preciosa, un paso significativo del Espíritu, que conviene conocer a fondo, valorar, y por qué no, examinar críticamente. Eso se llama: hacer hermenéutica de la continuidad. Dios nos bendiga.
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